la dimensión ética de la vida humana

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"LA DIMENSIÓN ÉTICA DE LA VIDA HUMANA"
Este texto está escrito tomando ideas de algunos capítulos del libro de L. Polo Quien es el
hombre, un espíritu en el mundo, junto con aportaciones personales. ¿Qué intento transmitir
en esta exposición? Una visión de los fundamentos de la ética que muestre su verdadera
naturaleza y que permita descubrir el atractivo que posee vivir buscando la verdad y el bien.
Si sólo se entienden, se queda el propósito a medio camino, porque ¿De qué sirve conocer
mejor qué es lo bueno, si no nos movemos a ser realmente mejores?
LA ÉTICA, DIRECTRIZ INSUBSTITUIBLE DE LA VIDA HUMANA
La vida humana se eleva sobre la vida biológica, necesita de ella, pero se proyecta más alto.
Salvo en casos de extrema pobreza ―que no solamente es mala por el hambre o la miseria
material, sino porque ata al hombre al sobrevivir corporal, impidiéndole desarrollar lo
específicamente humano― no puede decirse que "mi vida" es el comer o el beber. Lo que
constituye para cada uno "mi vida" son siempre valores no estrictamente corpóreos: la
familia, el trabajo, una investigación, el arte, la amistad, Dios, etc. No suele ser una sola
realidad de este estilo, sino varias, pero con un fondo de coherencia global donde algo ocupa
el lugar más relevante: Hay algo que asume todo, y por lo cual se está dispuesto a renunciar a
lo demás. Cuando ese algo responde a lo que el hombre es en verdad, y se orienta la vida en
acuerdo con ello, el hombre es bueno. Ya se ve que si en la vida de una persona, por ejemplo,
se prefiere el capricho momentáneo a costa de fallar a los amigos, hay algo desordenado en
esa elección y en la vida de esa persona.
El desarrollo de la vida está constituido siempre por alternativas, por posibilidades abiertas
ante las que debemos decidir. Cuando tomamos un rumbo, siempre quedan alternativas
abandonandas. El criterio de estas elecciones se apoya en preferencias, pero toda elección
tiene sentido porque conecta con algo que elegimos por sí mismo. Es decir, solamente si algo
es, sin más, un bien del hombre como hombre, el bien esencial del hombre, adquieren sentido
las elecciones que se hacen.
Por ejemplo, los médicos tienen preferencias, como las tienen los economistas, y creen saber
lo que es bueno para la gente. Parece que es mejor que una persona corra menos riesgo de
cáncer; por lo tanto es preferible que no fume. Pero eso lo dice el médico en virtud de un
ideal de vida, sin el cual su propia ciencia carece de justificación: Es preferible vivir una vida
sana. También el economista puede sostener que es bueno que ciertos objetivos sociales se
cumplan, por lo cual ciertas asignaciones presupuestarias no son correctas. Pero entonces
está aplicando un criterio que no es estrictamente económico, sin el cual la economía misma
deja de tener sentido humano.
Pues bien, estos valores que dan sentido a las ciencias prácticas, y también a las elecciones
cotidianas más o menos serias, son valores éticos. Valores que se relacionan con el bien y el
mal del hombre. No hay zona alguna de las elecciones humanas, ante las alternativas y
problemas de la vida, que se desmarque totalmente de la ética: sabr filosófico que estudia
esos actos humanos en su relación al bien y el mal del hombre en cuanto hombre. Las
alternativas, los objetos de elección, no deberían orientarse en último término ni por la
economía, ni la medicina, ni la prensa, ni las multinacionales; las alternativas deberían
decidirse considerando el bien humano que en ellas está en juego. Si no existiera el bien
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humano, las ciencias prácticas se quedarían perplejas ante las alternativas que deben decidir.
En la aplicación práctica del saber, la última palabra la tiene la ética.
El comportamiento ético no garantiza el éxito "mundano" a corto plazo: Si unos se deciden
por el bien, pero otros no, los que actúan realizando lo ético pueden fracasar en los bienes no
propiamente éticos: no serán necesariamente más famosos, ni más ricos, ni lo pasarán mejor.
Pero, por otro lado, el bien que contraviene lo ético no es humano. El triunfo verdaderamente
humano ha de residir en alcanzar a ser éticamente bueno: ser un hombre bueno. Pero la ética
depende esencialmente de la libertad: una persona realiza el bien ético si quiere, y si no
quiere no. Nadie es ético necesariamente, esto sería una contradicción: solamente está sujeto
a valoración ética lo que es libre, y lo libre está en nuestras manos. Estar enfermo no indica
ni bien ni mal moral en la persona, estar borracho sí, porque se ha decidido. Por esto
decíamos que alcanzar el bien ético depende de alternativas ante las que hay que elegir, y que
no ver en ellas la relación al bien esencial del hombre, hace que pierden sentido.
Está claro que en las alternativas vitales ―si hago esto o lo otro― no todas las opciones son
igualmente éticas, no toda alternativa es positiva, tanto en lo pequeño como en lo grande. Si
visitar a mi amigo enfermo ahora es un deber de amistad, un bien, quedarme apoltronado y
dormitando en casa, es un mal ético. Puedo hacer una cosa o la otra, pero sólo de una hago el
bien ético. La paz y convivencia social dependen fundamentalmente de que cada uno elija lo
ético allí donde está. Muchos no lo hacen, pero eso no justifica mi decisión antiética,
simplemente sumaré uno más a los que no hacen lo debido.
Así pues, el único criterio radical para decidir pone en juego lo ético, y además siempre. Si
alguien no considera que hay algo preferible por sí mismo, no decidirá. Pero también, según
sea nuestra valoración de las cosas tomaremos decisiones, en cada alternativa, y según éstas
funcionarán la familia, las amistades, el trabajo, etc. Todo el ordenamiento de la sociedad
depende, en definitiva, del carácter ético de las decisiones de los hombres. Uno no se puede
quitar la ética de encima de ningún modo: o la realiza o la pervierte, ya que ningún hombre
puede estar al margen del bien y mal humano en sus elecciones. Porque hay libertad hay
ética, y, porque hay libertad, el éxito ético no está garantizado: hay que conocerlo y elegirlo.
El desprecio del bien ético, la desatención en la propia vida personal a la ética como criterio
de elección supone un desprecio del bien humano, tanto del propio bien, como del familiar,
de amistad, social. La causa del mal humano radica en esto: los hombres tomamos como
fundamentales otros criterios distintos a lo ético, o elegimos lo contrario al bien ético, en lo
que parece pequeño y en lo que parece grande.
LA VIDA HUMANA COMO CRECIMIENTO EN EL TIEMPO.
La vida en general, y la vida humana, es siempre temporal. El crecimiento del viviente y su
actividad se despliega a lo largo de un determinado tiempo, y ese desarrollo es ordenado y
orgánico, coherente, no caótico. La vida biológica humana alcanza su plenitud sobre los
treinta años, se sostiene, y luego inicia lentamente su declive irrevocable. Por esto adoptan
actitudes ridículas las personas mayores que se empeñan en basar "su vida" en lo físico: se
reestiran, se repintan, visten su vejez juvenilmente... en una batalla perdida y algo patética.
Pero lo específicamente humano no es así: puede seguir creciendo siempre, puede estar
siempre en una etapa de desarrollo, es decir en una juventud perenne. Una persona siempre
puede amar el bien con más hondura, y mientras hay amor auténtico, el alma es joven. Por
esta razón, no puede valorarse el bien o el mal ético de una manera seria si uno sólo se fija en
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el gusto o disgusto inmediato, aquí y ahora. Conviene juzgar qué es lo bueno mirando la vida
en su conjunto: qué quiero llegar a ser, qué quiero haber hecho, qué quiero transmitir a mis
amigos, a mis seres queridos, a mis hijos. Puesto que nuestro vivir es un desarrollo en el
tiempo, ser bueno es haber alcanzado la plenitud de ese desarrollo personal, cada uno según
sus capacidades, según las diversas circunstancias y dificultades con que se haya encontrado.
Quien mira sólo lo inmediato intenta huir de lo que no puede dejar de ser.
El ser viviente gana tiempo creciendo. El tiempo no le desgasta, todo lo contrario, le viene
muy bien, lo usa a su favor: el embrión en el seno materno no hace más que crecer,
aprovechar el tiempo. La ética es aquel modo de usar el propio tiempo según el cual el
hombre crece como un ser completo, no sólo físicamente. Y lo peculiar de este crecer es que
no es finito. Todos los demás crecimientos de que el hombre es susceptible son finitos, salvo
uno, que es su propio crecimiento como bueno. Crecer, perfeccionarse como hombre es el
más alto modo de crecimiento que existe: realizar lo éticamente bueno en cada situación, en
cada alternativa, es el modo como el hombre crece ordenada y plenamente.
Por contraste, quien no realiza lo ético se empobrece, se estropea, pierde el tiempo
transcurrido mientras los acontecimientos de su vida han tenido lugar. Si uno está anclado en
la pereza, por ejemplo, y no pone en marcha seriamente su capacidad de trabajo y
aprendizaje, no dejará avanzar la maduración de su inteligencia, no asimilará apenas saber
que le enriquezca, e irá quedándose atrás, dejando pasar tiempo infructuoso. Si se decide a
luchar, se pone en marcha, pero el tiempo perdido, perdido está. Por esto es insensato
pretender hacerse bueno sólo al final de la vida.
Todo lo que vaya contra el crecimiento del hombre en cuanto hombre es lo malo. No educar
a la gente, no darle la verdad a que tiene derecho, y según la cual puede ser mejor, es malo.
También lo es, por ejemplo, reducir el hombre a un engranaje de una gran cadena de montaje
de automóviles durante su vida de trabajo: al obrero le costará crecer como hombre, esa
estructura económica atenta contra el hombre. La verdadera alegría de vivir reside en tener
una esperanza vital de ser más por dentro, de alcanzar cotas humanas más altas. La vida
como dispersión, como diversión (verterse hacia fuera), no puede más que imitar
rebajadamente y durante poco tiempo lo que es la verdadera alegría vital humana, y lo
disperso, lo incoherente, no forma una "vida", es más bien la manifestación de su
descomposición, de que algo falla.
EL CRECIMIENTO HUMANO ES CRECIMIENTO EN VIRTUD
La temporalidad humana no es un simple dejarse arrastrar por el tiempo. La vida es
automovimiento, es tendencia que brota de uno mismo, impulso a desplegarse: el que en todo
debe ser arrastrado, el que no tiene empuje para nada, decimos que es "un muerto", y
decimos bastante más de lo que creemos. Un ser temporal sin tendencias no es un ser vivo, es
una piedra. Tender es el empuje de la vida en el tiempo. El hombre mira a objetivos, no se
conforma con lo que ya tiene, va a por más. La ética es el modo de reforzar al máximo las
tendencias humanas. Un hombre moderado, cauteloso, "prudente", que no roba, que no hace
daño a nadie... no es un ser ético, es un asténico, está parado: la ética no es negativa, sino lo
máximamente positivo para el hombre.
La norma moral no debilita la vida humana, no paraliza las tendencias, sino que las encauza,
las armoniza. Es de experiencia que en el hombre hay tendencias diversas: descansar, comer,
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divertirse, aprender, expresarse, conocer mundo, amar, ser amado, triunfar, arriesgarse, etc.
El crecimiento no puede ser caótico ni disparatado y a la vez bueno, las tendencias deben
constituir un todo unitario y coherente (un organismo), donde las dimensiones superiores
orienten y moderen las inferiores sin anularlas. El bien ético es el orden en el crecer humano,
que siempre, como decíamos, depende de las propias decisiones libres. El fin de la ética es
vivir bien como hombres, la vida cumplida, llena. Dedicarse a la "buena vida" es una barata
imitación de esto. Sin normas, el fin de la vida no se alcanza, es decir, sólo tiene sentido que
haya normas en aquello que es libre, por eso hay ética. Lo necesario no se legisla, la libertad
sin norma es el absurdo, la sinrazón.
La ética apunta a algo más profundo que la pura utilidad o el puro triunfo en la vida,
entendido como la consecución de acopio de riquezas. Aquí se advierte otra vez el orden del
ser humano, también en la familia y en la sociedad. La sociedad justa sólo es posible si el
hombre se perfecciona en sociedad, y esto requiere, a su vez, que el hombre crezca
éticamente: si el hombre no crece así, la sociedad se derrumba. La historia está plagada de
ejemplos. Es decir, la vida actúa hacia el interior, controlando el propio orden interno, y
hacia el exterior influyendo en el medio. Pues lo mismo en lo moral: aquella persona que se
desarrolla con rectitud moral, crece adecuadamente como persona, se hace madura gracias a
su libertad prudente y, a la vez, los actos externos de esa persona promoverán el bien de los
que le rodeen, precisamente porque son actos de una persona buena: contribuirá a una
sociedad justa.
Que el hombre tiende a crecer siempre como hombre, se manifiesta en que no encuentra paz
estando parado. Cuando no se crece moralmente aparece el aburrimiento de la rutina: la vida
acaba por parecer ―y ser― la repetición de lo mismo año tras año. No se encuentra
satisfacción en aquellos valores que son centrales en el vivir: familia, trabajo, estudio, etc.
mientras que tiende a disparatarse la importancia concedida a lo superfluo: aventura, deporte,
diversión... que no consiguen tampoco satisfacer, y por eso se procura multiplicar su
intensidad y constancia, y aún así, en los momentos de soledad hay insatisfacción. La
falsedad de este enfoque vital acaba siempre por manifestarse: Se rompen lazos serios en
favor de lo momentáneo (rupturas familiares), angustia ver cuánto hay que trabajar para
gozar de una posición económica desahogada, no se sabe educar a los hijos (notan que no se
les está trasmitiendo nada de valor, que no se les quiere), se llega a una vejez nostálgica y
estéril... la vida se ve, ya sin remedio, como un tiempo perdido.
La ética es, pues, inseparable del crecimiento humano y se basa en la tesis de que
cualesquiera que sean los avatares de cada edad, el hombre siempre puede y tiende a crecer.
Pero ¿en qué radica este crecer, qué es lo que crece así en el hombre? Crecer es mejorar,
enriquecerse por dentro. Se mejora en la medida en que los actos que se realizan son buenos,
porque eso lleva a fomentar las disposiciones hacia esos actos, hacia el bien del hombre.
Tales disposiciones son las virtudes morales, y el crecimiento en virtud es lo ilimitado del
crecimiento humano; por eso la ética fomenta la plenitud humana. Está claro que las virtudes
(del latín vis, fuerza) son múltiples, por eso deben ordenarse de manera orgánica: formando
una vida moral. Es decir, la vida moral, como es realmente vida, cumple las notas básicas de
todo vivir. Por ejemplo: garantiza el orden y la armonía interna, se vierte al exterior en una
convivencia entre los hombres que fomenta su bien, no es jamás aislada, hace crecer
―alimenta y enriquece el propio ser―, tiende a difundirse y transmitirse, constituye el
"medio humano", marca el criterio de lo asimilable y lo dañino para el hombre, etc.
En definitiva ¿qué es un hombre maduro, crecido éticamente? Un hombre que conoce la
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verdad esencial del mundo y de sí mismo, que es sabio; un hombre que vive según ese saber,
que es prudente; un hombre que trata a los demás como merecen, que es justo; y que se
excede en esa medida, es caritativo; que vence las dificultades que conlleva vivir bien, es
fuerte; que sabe moderar racionalmente sus tendencias, es templado. Junto a esto, que es lo
esencial, muchas otras virtudes le adornan: es afable, ordenado, laborioso, generoso, sincero,
magnánimo: sabe amar cosas grandes, magnificente: sabe gastar cuando es preciso, no es
agarrado, es amigo de sus amigos, es noble: no hay en él mezquindad ni ruindad, y muchas
más. Todo esto puede costar, pero esto es lo que vale: esto es ser "un hombre".
Además, puesto que esto es lo central en el vivir como hombres ―se debe valorar al hombre
por su vida moral―, no cabe pensar que es solamente para unos pocos. Todo hombre es apto
para este desarrollo, aquí no hay elitismos, y nadie puede encontrar una excusa válida para su
renuncia a este crecimiento, precisamente porque como hombres "esto es lo nuestro".
LA VIRTUD REALIZADA: LA CULTURA Y LOS SÍMBOLOS
Pero la vida no se agota en una acción interna, o lo que es lo mismo, no hay viviente aislado
del entorno. Por eso la vida ética tiene necesariamente que formar "un mundo humano",
tiende a desplegar su actividad al exterior, actividad que, al nacer de un interior ordenado,
hará el bien hacia lo exterior. Este terreno exterior se fundamenta en la existencia de la
realidad natural: toda la creación está abierta y dispuesta para el despliegue de la creatividad
humana, el hombre cuenta con el mundo para desarrollar sus capacidades. Ahora bien, la
actividad humana en el mundo no es ya "lo natural", es un "algo más", y ese algo más, será
fruto de una actividad "humana", es decir, no meramente biológica, sino libre y racional: esto
es la cultura. El término es expresivo, proviene de cultivo: el hombre toma lo que ya
naturalmente es y le da formas nuevas, lo cultiva. Como es una actividad vital y libre, es una
actividad sometida a la ética, es decir, solamente será positiva, una adecuada continuación de
la naturaleza, si obedece a lo ético, si se guía por el respeto a lo que las cosas son, tal como la
inteligencia las conoce.
La persona no puede crecer bien si sólo se preocupa de su interior, si se aísla y procura ser
"buenecito". La riqueza interior sólo se puede ganar en el trato con los otros. Por eso el
hombre bueno de verdad "hace el bien", es emprendedor: colabora, imagina y sugiere, es
creativo, ayuda a los demás, se anima a grandes cosas, pone, en definitiva, lo que puede
según sus capacidades. Y en todo cuanto hace, procura "hacer el bien".
Para la cultura es imprescindible la existencia de la obra externa, de lo contrario la
espiritualidad humana sería ineficaz: la actividad práctica es lo cultural. De ahí la
importancia de que el mismo cuerpo humano (las manos, la capacidad fónica, etc.) sea
corporalmente capaz de una prodigiosa capacidad de trabajar, de hacer cosas, de crear
realidades nuevas e inesperadas: arquitectura, ingeniería, arte, artesanía, jardinería,
urbanismo, agricultura, ganadería, etc. Todas estas capacidades dependen esencialmente de
la existencia de una realidad de tipo espiritual: la existencia de un mundo de significados, del
lenguaje, de los símbolos, que son lo más específicamente cultural. Estas realidades forman
el mundo más propio de la vida del hombre como hombre: el mundo de la cultura es un
mundo simbólico, no son "cosas corpóreas", sino plasmaciones de lo espiritual, cosas que
tienen sentido para el hombre.
Si el hombre no sabe valorar lo "cultural-simbólico" como real se reduce a una imposible y
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violenta animalidad: se pervierte. El derecho muestra de modo especialmente eficaz lo que
estamos diciendo: la ley escrita no posee una fuerza de tipo corporal, sino una fuerza que se
basa en que el hombre entiende la realidad significativa, en que el lenguaje tiene para él
contenido real, es decir que en los símbolos entiende "su" realidad más propia. Si se pone un
cartel de prohibido el paso, no se ha impedido físicamente nada, puedo pasar, no hay una
valla que lo impida. Pero si los hombres respetan esa expresión me ahorro la valla. Si los
hombres respetan la ley que protege la propiedad, me ahorro poner rejas por todas partes. Si
se respeta el derecho a la integridad física de las personas, puedo pasear con mi mujer
tranquilamente.
Todo esto no son "cosas naturales", ni "fuerzas físicas", son un tipo de realidad que sólo el
hombre capta ―los animales no leen carteles―, y de ellas se forma el mundo humano, la
sociedad, la cultura. Como el hombre no siempre hace lo ético, el derecho se protege con la
coacción, es la función del derecho penal: si no respetas la palabra del derecho, te verás
sometido a la fuerza del derecho: privación de libertad, etc. Ya se ve que la calidad humana
de una sociedad depende del grado de virtud de los hombres que la forman.
LA CULTURA ÉTICA: UNA CONTINUACIÓN DE LO NATURAL ADECUADA AL
HOMBRE.
La persona humana va más allá de lo "natural", pero su excelencia se respeta cuando esta
realidad cultural está en continuidad con lo natural, cuando responde y se funda en el orden
natural de las cosas, al orden de la vida y de la vida humana. Es decir, la libertad se pone en
juego en este "mundo humano", y por tanto la ética entra en juego. El mal humano está en la
perversión del bien humano, y será un tipo de realidad simbólica: una ética que no respete el
ser del hombre, unas leyes que vayan en contra del hombre: que esté obligado o se fomente
lo malo. El hombre malo no es el hombre enfermo, el mal físico es un mal humano
secundario, el hombre malo es el que se pervierte en este tipo de realidad que hemos llamado
cultural, simbólica, y eso es en definitiva el terreno de la ética. El que miente, el que
pervierte, el que roba, el que desprecia al débil, el egoísta, éste es el malo.
Una vez más, la fuerza humana no es la fuerza bruta, sino la fuerza moral, la "virtud". La
buena ley respeta eso. El derecho debe inspirarse en la naturaleza para continuarla, en tanto
que se inspira en ella puede llamarse "derecho natural", y capacitar al hombre para cosas que
están más alto que su vigor físico. El derecho y la cultura están al servicio de la "dignidad de
la persona", de su crecimiento. La persona puede estar muy mal dotada, pero su dignidad
resplandece: un niño es indefenso, necesita de la cultura y de la justicia de los demás. Su
propia dignidad requiere el desarrollo de sus capacidades, los demás no tienen derecho a
dejarle en un estado animalesco, tienen el deber de trasmitirle una educación humana,
cultural y ética. El desarrollo personal es de tipo espiritual, y por tanto depende del lenguaje,
de los símbolos, de las "realidades humanas", de la cultura.
Las culturas son diversas, el hombre adopta variantes culturales riquísimas, pero ¿Realmente
una obra humana, una obra cultural, es una continuación positiva y coherente de lo natural?
¿hace crecer, hace mejorar al hombre, o su desarrollo y uso corrompe su naturaleza o la
naturaleza en general? Está claro que esto puede ocurrir y ocurre: masacres, guerras,
esclavitud, injusticia... Corresponde a la ética tomar cartas en el asunto, la ética marca la
norma de la cultura humana. Una sociedad donde los hombres son más virtuosos producirá
efectos culturales diferentes a una sociedad enviciada, también en esto el vivir ético, el ser
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hombre bueno, determina el mundo social en que viviremos. Además, fomentar los bienes
culturales, contribuir a la cultura es un deber ético.
CARÁCTER POSITIVO Y LIBRE DE LA ÉTICA
Por esto la ética marca deberes más que derechos, y la ética manda acciones culturales. "Haz
el bien" remite a una obra externa, unida a su rectitud y buena intención, pero hay que
hacerla. La verdad se conoce, el bien se hace. "Desarrolla tus propias capacidades, continúa
tu propia naturaleza, puesto que eres capaz de hacerlo": he aquí el deber ético primordial.
Una ética sin cultura es una ética sin deberes.
La ética es normativa, manda. Las normas éticas suelen ser negativas, esto se debe a que
debe garantizar la libertad. "No hagas esto" equivale a decir: tienes que hacer otra cosa...
pero ¿cuál?: piensa, proyecta, colabora con tu creatividad, lo humano no viene ya hecho todo
de antemano. Así queda el campo libre. Si el mandato ético fuese positivo limitaría la
libertad cultural. Que no se pueda hacer algo no implica que se reduzca la capacidad humana
de hacer, al revés, se encauza: "no hagas esto", "haz otras cosas". No mientas, di la verdad;
no mates, coopera; no robes, crea riqueza... Por esto, una vida movida por el bien es una vida
rica, llena de aventura, de amistad, de cosas que valen la pena, de honda alegría, y si se es
fiel a este designio, esa alegría no se pierde ante la adversidad.
Sólo un deber moral es norma positiva: el amor a la verdad y al bien. El amor al bien se
impera, se manda, porque es el despliegue recto de la libertad. Las obras del amor son
fecundas, y alientan la continuación de la naturaleza, que sin el amor es fríamente inhumana.
Dios es el bien, la verdad, es lo que merece ser amado por encima de cualquier otra cosa:
debo elegir lo verdadero y lo bueno siempre. Es lo que expresa el primer mandamiento del
decálogo. Desde el valor positivo del amor, las demás normas éticas negativas manifiestan
este inicial empuje positivo. El automovimiento de la vida humana radica en la capacidad de
amar, que no puede brotar, por tanto, más que de uno mismo. La primera ley moral es
siempre interior, está escrita en el "corazón". Quien ve la ética como un conjunto de normas
ajenas a él, que no tiene más remedio que cumplir para evitar castigos, o que intenta
ocultamente saltarse, ni ha entendido lo que es el bien ético, ni posee "vida ética" verdadera,
por más que cumpla esas normas.
Repito que en la medida en que la gente sea más virtuosa, la cultura tendrá mayor calidad. Si
las virtudes consisten en el aumento de las tendencias positivas humanas, con ellas esta
continuación de lo natural, que es el "mundo humano" será más intensa, más plena. los
pueblos perezosos no saben organizarse; los egoístas, los que no colaboran, no son capaces
de hacer obras que valgan la pena.
Asimismo, sería absurdo hacer una gran obra y estropear al hombre al hacerla. Una
organización del trabajo eficaz desde el punto de vista de la producción económica, pero que
vaya en contra de la dignidad humana, es éticamente reprobable. Si el hombre es el productor
de cultura, no debe la cultura ir contra el hombre, o mejor, realmente no es cultura (cultivo),
sino más bien desertización, esterilización de lo humano. Una cultura inhumana acaba mal: el
ocaso de las civilizaciones, y el ocaso de occidente ―del que tanto se ha hablado en nuestro
siglo― es un ocaso ético. Cuando la cultura atenta contra el bien del hombre, se debilita
desde dentro y al final se derrumba, como la famosa estatua de los pies de barro. De nada
sirve ir llamando "cultura" a realidades cada vez más violentas o degradadas, eso es un
engaño. Decíamos al principio que el bien del hombre, lo que la moral expresa, es el criterio
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que mide el valor de las demás actividades prácticas. La economía, la técnica, los medios de
comunicación, la filosofía, etc. deben fomentar el bien del hombre, si no es así, es que han
olvidado su verdadera finalidad. Como decía Calderón en El gran teatro del mundo, tanto
para el pobre como para el rico, para el hombre y la mujer, el villano y el noble, el adulto y el
joven, "a obrar bien, que Dios es Dios".
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