IDEAS PARA LA INTRODUCCION - Encuentro Nacional de

Anuncio
1
II Encuentro Nacional de Docentes Universitarios Católicos
26 Y 27 de Octubre de 2000
Comisión 203
LA ENSEÑANZA DE LA ÉTICA EN EL MUNDO DE LOS NEGOCIOS
Patricia Debeljuh
Lic. en Relaciones Industriales
UNIVERSIDAD ARGENTINA DE LA EMPRESA
Estamos comenzando un nuevo milenio. Si echamos una mirada atrás vemos
que el mundo ha sido una red compleja de hechos, acontecimientos y personas
relacionadas en el tiempo y en el espacio que han configurado nuestro presente. En
cada época histórica la ética ha estado “de moda” y aún en nuestros días puede
decirse que sigue en alza. Esto es así porque el hombre no ha dejado de
preguntarse por el sentido moral de sus acciones.
La vida cotidiana, con sus males y bienes, interpela al hombre y le marca un
desafío: el desafío de cooperar al bien -común y personal- y evitar el mal. Como
enseña la historia y la experiencia, a lo largo de estos siglos conviven grandes
avances científicos y tecnológicos con graves formas de injusticia social y
económica; enormes imperios capitalistas con pueblos y naciones enteras que
sucumben bajo los efectos del subdesarrollo y la corrupción política. Estos
contrastes agudizan cada vez más la necesidad de una radical renovación personal
y social, capaz de asegurar justicia, solidaridad, honestidad, transparencia y
sinceridad. Largo y fatigoso es el camino a recorrer. Sin embargo, la llave que abre
hacia una vida más humana, cimentada en auténticos valores éticos, está al alcance
de quienes quieran afanarse para conseguirla. Éste es, precisamente, el desafío que
tenemos entre manos.
El auge de la ética y, en particular, su desarrollo en el ámbito empresarial no
es casual. Cuando en nuestro país vivíamos con unos índices de inflación del 200%
mensual, nadie reflexionaba sobre lo ético. Algunas medidas, como el achicamiento
del Estado y la transferencia de funciones y tareas al sector privado, han contribuido
a generar una mayor preocupación por estas cuestiones, hasta el punto de que,
actualmente, todos, de una u otra manera, reclaman una ética que oriente el
ejercicio de la vida en sociedad. Este fenómeno, que nació unido a los cambios
económicos, se ha expandido a otras esferas y ya es frecuente observar un reclamo
generalizado para que la ética guíe la conducta profesional en todos los ámbitos.
En este contexto, las universidades han visto la necesidad de aportar a la
sociedad gente preparada para afrontar estas cuestiones, formando líderes que
sean conscientes de sus responsabilidades y estén capacitados para enfrentar el
desafío de transformar todas esas expectativas éticas en verdaderas realidades que
2
presidan el ejercicio profesional. De hecho, muchas universidades argentinas han
ido incorporando materias de Ética y Deontología profesional. Estas asignaturas
pretenden ser un cauce para que la Universidad tome conciencia de su misión y
asuma un compromiso: la altura de los tiempos exige formar directivos con un perfil
humanista y un talante ético sólido.
Como la filosofía es inseparable de la propia vida humana, es necesario que
la enseñanza de la ética vaya unida a otros conocimientos. El punto de partida de
nuestro filosofar es indudablemente la misma realidad que nos sitúa y ésta marca
ineludiblemente nuestro enfoque. Si los problemas humanos interpelan a todo
filósofo, han de ser las cuestiones relacionadas con la ética empresarial, el mundo
de las finanzas y de la economía, etc. los que han de poner en marcha esa tarea de
buscar en la filosofía respuestas a problemas conocidos personalmente mediante
experiencias intelectuales y vitales. En mi caso particular, el interés por la empresa y
por su amplio campo de responsabilidades sociales me ha llevado a acercarme a la
filosofía para encontrar en ella los criterios éticos que guían el recto comportamiento
humano en el complicado y fascinante mundo de la empresa. Como siempre ocurre
cuando uno va tras la verdad, ese apasionado afán de encontrarla se torna una
tarea en la que se compromete la vida.
En mi exposición concibo la búsqueda de la verdad no como una reflexión
abstracta, alejada de la realidad, sino como un ejercicio libre y vital que parte,
precisamente, de lo que nos rodea. Si el pensamiento filosófico no es una actividad
teórica neutral, sino un compromiso con la realidad, he intentado, a través de esta
ponencia, presentar algunos conocimientos básicos que constituyan un aporte a ese
desafío que nos presenta la ética: conformar nuestra actitud y nuestra conducta con
la búsqueda del bien, aún en los problemas vitales más inmediatos.
La filosofía es un quehacer natural al hombre. La vida del ser humano se
desarrolla siempre en una circunstancia determinada, en un lugar, un tiempo y una
situación que le ofrecen distintas posibilidades y, al mismo tiempo, le presentan
dificultades. Para resolver esos inconvenientes, los hombres se abocan a la tarea de
investigar el mundo que les rodea y, a luz de sus descubrimientos, se proponen
transformarlo. Por eso es muy importante despertar en los estudiantes universitarios,
en primer lugar, el interés por la ética como disciplina filosófica, descubriéndoles
que, precisamente, filosofía quiere decir amor a la sabiduría y ese amor surge de la
admiración. El hombre se admira sólo ante lo que desconoce, es decir, el asombro
implica un reconocimiento de la propia ignorancia. Con ella se enfrentan
frecuentemente los alumnos al darse cuenta que tienen una noción muy vaga de la
ética. Muchas veces sospechan que algo está mal pero no saben cómo justificarlo.
En segundo lugar, se desea estimular en los estudiantes esa actitud propia
del filosofar que consiste en hacer vida esa sabiduría. La filosofía mueve no
solamente a la búsqueda del fundamento de la realidad sino, especialmente como
sabiduría de vida, lleva al conocimiento de la virtud y de la prudencia en el modo de
vivir. Esto tiene mucha importancia para la ética porque, precisamente, ella pretende
esclarecer cuál es el sentido de la vida, cuáles son sus metas y cómo debe ser la
conducta del hombre en su expresión más alta. No sin razón, alguien ha afirmado
que aprender ética es aprender para la vida.
3
La experiencia me ha indicado también que muchas veces los alumnos
conciben la filosofía como un saber especializado, encerrado en su propia
perfección, fecundando el resto de las disciplinas por su sola presencia y virtud
excelente y desconectada de ellas. Es por eso que interesa destacar las relaciones
que tiene la ética con otras áreas del saber. Si la filosofía versa sobre la realidad, el
filósofo ha de retomar lo que las ciencias han averiguado y tratar los problemas que
en ellas no han encontrado solución: pretende preguntarse por ellos a la luz de sus
causas últimas.
La ciencia no es autónoma respecto del vivir del hombre. El conocimiento
científico no tiene por sí mismo ninguna garantía de que lo que hace contribuye al
progreso espiritual del hombre. Desde esta perspectiva, a la ciencia no le queda más
opción que la de subordinarse siempre a la vida. Más aún, cuando el progreso
científico no siempre se superpone o coincide con el bien del hombre en ocasiones
hace posible la paradoja de que el avance científico genere un retroceso humano.
En realidad, los adelantos científicos -si de verdad se consideran tales- han de estar
al servicio del desarrollo del hombre, sin cuya satisfacción aquél no tiene sentido.
Precisamente por eso ninguna ciencia es autónoma respecto del hombre y, por
tanto, si el conocimiento científico pierde de vista a la ética, está perdido. Si por las
aportaciones científicas se arruinase el ser moral de la persona humana,
inevitablemente servirían poco esas supuestas conquistas científicas.
Otra dificultad que se plantea entre los estudiantes del mundo de las finanzas
es que el lenguaje de los filósofos es, para ellos, una jerga especializada tan
abstracta que no se entiende. Semejante visión de la filosofía acarrea desengaños
en ellos y, desde luego, no les hace valorar la importancia que tiene la filosofía para
sus propias vidas. Más de una vez, los alumnos han planteado la siguiente
pregunta: ¿es importante la ética? A lo largo de la tarea docente es preciso mostrar
que la ética es una necesidad que impele al hombre ya que él, como sujeto
inteligente y libre, ha de construir su propia vida. Tiene en sus manos la posibilidad
de ser feliz a través de sus acciones. Ante la pregunta ¿para qué la ética?, la
respuesta es evidente e inmediata: para que el hombre viva de acuerdo con lo que
es, persona.
El hombre, como ser espiritual, se relaciona con el mundo de varias maneras.
Nada le es indiferente: todas las acciones que realiza están teñidas de experiencias
valorativas. Permanentemente enjuicia la realidad: así cuando acerca de las cosas
afirma que son bellas, útiles, buenas o malas, agradables o desagradables, etc. Se
trata de mostrar a los alumnos que la ética es una disciplina rectora del actuar
humano y que, por lo tanto, siempre está unida a toda acción. Si el comportamiento
del hombre incide en la ética es porque atañe al modo de ser humano y
precisamente por eso la ética tiene la última palabra.
El tema de la libertad no podía estar ausente en estas páginas ya que está
íntimamente unido a la ética a tal punto que el hombre puede dejar de tener
responsabilidad moral cuando no ha obrado libremente, es decir sólo al precio de
dejar de ser hombre. Cada persona humana está en manos de su libertad. Siendo la
libertad lo que permite al hombre cierta autocreación, con todo aquello que se lo
impida o que lo deteriore se estará obrando éticamente mal. La naturaleza humana
nace completa pero lo necesario para la perfección de la persona es todavía
4
incompleto, por ello debe perfeccionarse, y la máxima perfección que el hombre
logra es a través de su libertad.
La persona humana es origen de un proceso y fin de una actividad voluntaria
y libre. El hombre nace necesitado de perfeccionamiento y, mediante los actos
libres, puede alcanzarlo hasta lograr el más alto crecimiento personal y humano. La
libertad es condición indispensable para el desarrollo personal hasta el punto de que
sin ella aquél no sería posible.
Es indudable que todas las personas persiguen un fin a través de sus
acciones: el deseo de ser feliz late detrás de cada decisión humana. Por eso, la
aspiración a la felicidad y la vida moral están muy relacionadas. Cada vez que
alguien se propone hacer algo, quiere alcanzar un fin y se plantea de qué manera
debe proceder para lograrlo. Para ello se ha de elegir el camino más eficaz. Camino
que, en última instancia, nos muestra cómo cada hombre tiene que decidir el
contenido que le da a su felicidad y disponer sus acciones para alcanzarlo. La ética
tiene mucho que decir al respecto ya que, al tratarse de una ciencia práctica, no
pretende difundir unas nociones para expandir las ansias de conocer sino para
transformar la propia conducta.
El estudio de la ética se considera muy corrientemente dedicado a cuestiones
como ¿qué tipo de actos deben realizar los hombres?, ¿qué clase de acciones
deben evitar? Estos interrogantes sobre la conducta humana delimitan qué es
virtuoso y qué es vicioso entre los tipos de comportamientos que se pueden dar.
Pero la ética no se queda en un mero catálogo de acciones buenas o malas. Es
necesario ir más allá, estudiar qué es bueno por sí mismo, qué papel juegan la
intención y las circunstancias que rodean toda acción.
El análisis de los actos humanos constituirá siempre un elemento
imprescindible a la hora de examinar el comportamiento moral porque el contenido
de la ética es, precisamente, el estudio de los actos humanos. Si el hombre no
actuara la ética no existiría. Al obrar, el hombre persigue un fin: la felicidad. El
hombre goza de libertad en la elección de los medios que lo llevan a alcanzarla.
Además, porque el hombre conoce los fines de las acciones que emprende, también
es capaz de construir con ellas la trama de un proyecto personal de vida, cuya meta
es la conquista de la felicidad. Precisamente por eso, también los planes humanos
convergen y se enlazan en la trayectoria biográfica del hombre que los acomete, que
es un ser libre que se autoposee en el origen y que tiene que realizarse a sí mismo.
Los actos humanos demuestran que el hombre es un ser libre, autor en el origen de
sus propias acciones y poseedor (durante el transcurso de su acción y en su
término) de lo hecho. De aquí se deriva su responsabilidad moral.
El hombre de una u otra forma, se cuestiona siempre acerca de su propio
comportamiento. Una de las preguntas más palpitantes y frecuentes es aquella que
se dirige al modo de juzgar nuestra conducta. Dicho más brevemente: ¿cómo saber
si mi acción es buena o mala, acertada o equivocada, facilitadora de mi felicidad o
entorpecedora de ella? Podría afirmarse que precisamente de la ética depende la
respuesta que demos a esta pregunta. En contestar a cuestiones como la que
acabamos de formular consiste la ética. Al planteamiento anterior los pensadores
5
clásicos siempre han respondido en forma parecida: a través de la ley natural, a
través de la ley moral que es el camino que conduce al hombre a su fin.
Se plantea así la necesidad de llegar a los últimos fundamentos de la
conducta humana. Rechazando las soluciones del relativismo y subjetivismo moral,
proponemos que la ética tiene sus raíces en el fin que persiguen las personas al
actuar, siguiendo el enfoque de Tomás de Aquino, como continuador desde la
tradición judeo-cristiana de las ideas griegas. La necesidad de poder fundamentar
racionalmente la moralidad de los actos humanos, es decir, poder determinar con
seguridad su bondad o malicia, es cada vez más apremiante. El ambiente de
materialismo hedonista e individualismo; las concepciones del hombre como algo no
creado por Dios sino autocreado; el hecho de la corrupción generalizada y la
desorientación, producto de la ignorancia cada vez más extendida, junto a otros
muchos factores, han puesto sobre el tapete el tema de la ética.
Ahora bien, a través de la conciencia la persona descubre la moralidad que
palpita y yace escondida en cada situación concreta. El hombre es capaz de
discernir entre la bondad y la maldad porque tiene experiencia personal de cómo en
su conciencia se hace presente esa ley moral natural. La conciencia no crea la
norma: la conoce y aplica; es intérprete de una norma interior y superior pero no es
ella quien la crea. De ahí la obligación natural de formarse una conciencia recta y
verdadera. Pero, tratándose de un saber práctico, vital, decisivo para la vida entera y
su destino, esto compromete al hombre entero, y por eso requiere buena voluntad y
todas las disposiciones morales convenientes. “Ser ético, apostar por la ética,
significa tener la posibilidad de tender más, de ser capaz de adaptarse a una norma
superior que el propio hombre ha descubierto en sí. Estas tendencias naturales que
el hombre tiene están entreveradas de libertad y por eso no son rígidas, sino que el
hombre conserva en medio de ellas su libertad.”1
El hombre tiene la obligación de poner los medios para formar su conciencia.
Dos destacan especialmente: el estudio y el consejo. El conocimiento de la ética y la
reflexión sobre ella que hace cada hombre; la formación deontológica de todo
profesional, constituyen un deber que surge de la propia vocación del hombre y de la
propia vocación del profesional. El riesgo de equivocarse será tanto menor cuanto
más extenso y profundo sea el estudio y la reflexión o cultivo de la propia conciencia.
La perfectibilidad del hombre y del profesional tienen una de sus manifestaciones
centrales en la perfectibilidad de la conciencia humana. También es un deber del
hombre pedir consejo a quienes poseen autoridad moral para darlo. De esta manera,
no estará solo en la consecución del bien.
Aunque esto sea sólo una breve ponencia, no se puede omitir una referencia
al papel de las virtudes dentro de la ética. Las personas al actuar, no sólo
cambiamos una realidad exterior a nosotros sino que nos modificamos a nosotros
mismos. Este carácter autorreferencial de los actos humanos es clave para entender
cómo se va modificando el ethos, el carácter o modo de ser de cada persona
adquiriendo, a través de la repetición de actos buenos, hábitos que constituyen las
virtudes y, viceversa, forjando defectos a partir de la repetición de actos malos. Los
1
POLAINO-LORENTE: Aquilino: La ética como propuesta, pretensión y proyecto, en VV.AA.: Manual
de bioética general, Rialp, Madrid, 1994, p. 146.
6
hábitos son la base de todo el desarrollo humano y constituyen el modo en que se
cristaliza la realización del bien en la conducta estable de cada persona.
Las tendencias naturales, la libertad y el propio conocimiento del hombre
demuestran de una u otra forma el desarrollo intrínsecamente perfectible en que
consiste la vida humana. El hombre es tanto más hombre cuanto más se
perfecciona. Pero todo esto no se conquista en un instante y de una vez por todas.
La realización de todo esto exige tiempo. Por eso el crecimiento ético presupone una
cierta madurez, una cierta constancia y una cierta paciencia. “La vida ética -escribe
Polo- es una vida normada de acuerdo con el ser más, no con el ser ya.” 2 Esto
significa que el comportamiento ético, por su propia definición, tiene que huir de las
fórmulas “instantáneas”, de la eclosión de una conducta humana aislada y
desvertebrada.
La vida ética no puede limitarse a un solo instante sino a la continuidad de
una trayectoria biográfica. Y eso es lo que da madurez al ser, lo que le permite
crecer armónicamente en su desarrollo. La realización de valores a través de
nuestro comportamiento acrecienta nuestro valer como personas. Tratar de entender
el comportamiento del hombre desde el ámbito de los valores nos fuerza a hablar de
las virtudes.
La libertad no se agota en las meras elecciones de cosas externas. Siempre
que elegimos, la libertad genera consecuencias ad extra y consecuencias ad intra.
Entre las primeras está precisamente eso que elegimos, la modificación y la
transformación de nuestro entorno, de nuestro ámbito concreto. Pero lo que
fundamentalmente importa no son las consecuencias hacia fuera derivadas de esa
acción sino los efectos que se derivan hacia dentro y que robustecen un
determinado hábito de conducta. Si analizamos estas últimas consecuencias
observaremos en qué medida nuestras decisiones acaban por afectarnos
personalmente, en la medida que con ellas a nosotros mismos nos decidimos. Ahora
ya importa menos en qué manera cambiamos nuestro entorno al hacer esa opción.
Ahora lo que interesa saber es en qué medida el cambio producido, la decisión que
hemos tomado revierte en nosotros, nos transforma y nos cambia. Esta modificación
en nosotros hace patente la libertad y el hecho de que, gracias a ella, el hombre
puede ser dueño de su propio destino. Esto significa que, al realizar las operaciones
libres que elegimos, nos realizamos nosotros mismos en ellas.
La ética habla de la humanización del hombre, de su calidad como persona y
como profesional, de su mejoramiento individual de su proyección en los demás. La
enseñanza de la ética será un reto para los universitarios para cambiar sus
capacidades de actuación moral, sus actitudes y valores. La ética se ejerce cada día
en cada acción no sólo en las grandes decisiones y dilemas éticos. Especial
responsabilidad de los profesionales que, precisamente a través de su ejercicio
laboral, deben mejorar como personas, desarrollar un trabajo de calidad y contribuir
positivamente al progreso de quienes trabajan con ellos, al mismo tiempo que hacen
frente a la responsabilidad que la empresa, como institución, tiene ante la sociedad.
2
POLO, Leonardo: Quién es el hombre, Rialp, Madrid, 1991, p. 123.
7
El trasfondo ético del trabajo profesional
La sociedad actual se caracteriza por el protagonismo que ha adquirido el
trabajo, verdadero motor de la vida personal y social. La técnica ha despertado en el
hombre la fascinación por transformar el mundo y esto se ha plasmado en una
diversidad de oficios y profesiones que contribuyen a ese objetivo. Para comprender
el trasfondo ético fundante en todo quehacer profesional, conviene analizar primero
qué se entiende por profesión.
Profesión es toda actividad personal, estable y honrada, puesta al servicio de
los demás y en beneficio propio, a impulsos de la propia vocación y con la dignidad
que corresponde a la persona humana, con el fin de contribuir al bien común. La
profesión hunde sus raíces en lo más profundo del hombre: tiene una dimensión
vocacional ya que "se nació" para desempeñar esa determinada ocupación. La
persona posee cualidades, habilidades, capacidades y aficiones que se ponen en
juego con ocasión de ese trabajo. A tal punto es así que el ejercicio de la propia
profesión es una de las fuentes más profundas de satisfacción de la persona.
A su vez, la profesión tiene una marcada vocación de servicio, es el aporte
personal más decisivo a la vida social. Sin este horizonte, cualquier trabajo se
convierte en un medio de lucro o de honor. Si no se tiene como fin contribuir al bien
común fácilmente se verá en esa tarea un medio de autoafirmación personal,
desvinculado de las necesidades de los demás y al servicio del propio egoísmo.
A través del propio quehacer, se logra el dominio de la naturaleza, la
transformación del mundo. Esto constituye la dimensión objetiva del trabajo que
implica la técnica y la producción. Pero el trabajo y la profesión son acciones
humanas y, por tanto, tienen una dimensión subjetiva que consiste en el dominio del
hombre sobre sí mismo, es decir, la perfección que él mismo adquiere en el propio
acto de trabajar. Las dos dimensiones del trabajo son la técnica y la ética. Mediante
la primera, el hombre domina la naturaleza; con la segunda, alcanza el señorío
sobre sí mismo. Estas dos realidades "no son acciones distintas ni antagónicas sino
aspectos de una misma acción humana, aspectos que podrán estar, en la existencia
concreta, separados o escindidos, pero que, por sí mismos, aspiran a estar unidos
en una visión coherente y armónica de la realidad, pues, precisamente, el hombre se
realiza en cuanto persona trabajando."3
La necesidad de incorporar la ética a las actividades profesionales es una
exigencia personal y social. Dada esa íntima relación entre las dimensiones objetiva
y subjetiva del trabajo, el ejercicio de una profesión es, ante todo, una ocasión para
la mejora ética y técnica de la persona que la desempeña y, de modo indisoluble, un
servicio a otros hombres en sociedad. Cuando se actúa en sentido contrario a los
principios y normas éticas, no sólo se originan consecuencias sociales más o menos
indeseables, sino que también se genera un desorden personal que corrompe
interiormente al hombre. Así, una injusticia, un fraude, perjudica al cliente que
3
ILLANES, José Luis: Escritos sobre la Laborem Exercens, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid,
1997, p. 745.
8
compra un producto, pero también a quien lo realiza, ya que ese hecho lo hace
injusto: lo transforma en peor persona.
Actualmente se pone énfasis en la competencia profesional que se ha de
tener para cualquier trabajo. Es indudable su importancia pero este interés por la
cualificación técnica no puede estar desvinculado de la calidad humana propia de la
persona. Se trata de trabajar bien, no como un mero fin en sí mismo, sino como un
medio para ser mejor persona. Un profesional ha de poseer calidad técnica y calidad
humana: no hay verdadera excelencia profesional en una persona carente de
virtudes morales. Una persona corrompida puede ser "experta" en ciertos temas,
habilidosa en una técnica u oportunista a la hora de descubrir ocasiones de negocios
pero puede no ser un auténtico profesional. De él se espera no sólo competencia
técnica sino también que sea confiable y responsable, que tenga espíritu de servicio
y calidad humana. En definitiva, se le reclaman valores éticos.
La moralidad afecta al hombre como totalidad. Se puede ser buen médico técnicamente- pero mala persona. La moralidad tiene un carácter integrador,
requiere efectivamente la competencia profesional, pero supone, además, que sea
bueno éticamente -como persona- en los distintos aspectos de su vida. A su vez,
una buena preparación para el trabajo ayuda a encontrar soluciones ante ciertas
acciones que un profesional celoso de los valores éticos sabe que no se deben
hacer. Esto se pone de manifiesto, sobre todo, en aquellos profesionales mediocres
que, ante la incapacidad de encontrar otras alternativas viables frente a los dilemas
éticos, caen fácilmente en la tentación de utilizar medios ilícitos para alcanzar sus
objetivos a cualquier precio.
Una vez analizado el sentido de la profesión y su relación con la ética, resta
explicar qué se entiende por deontología. La deontología (del griego: deon que
significa deber y logos, tratado y que se traduce como ciencia del deber) estudia la
moralidad de la conducta humana en el campo del ejercicio profesional. Se ocupa de
determinar aquellas obligaciones y responsabilidades de tipo ético que surgen en la
práctica o en el ejercicio de una profesión. Esta disciplina también establece en cada
especialidad cuáles son los derechos del hombre en cuanto profesional, qué
condiciones morales se exigen de él como persona y qué enfoque ético se debe dar
a las nuevas situaciones en las que se encuentra en distintos momentos de su
trabajo.
Toda universidad debe preparar a sus alumnos para ese ejercicio recto de la
profesión. Por eso, en los planes de estudio, la deontología no puede estar ausente.
En muchos centros educativos se pone énfasis en los conocimientos técnicos o
científicos pero dejan de lado la dimensión ética del futuro profesional, es decir, su
formación como persona. “Es preciso que los estudios universitarios den al
conocimiento de lo que realmente es el hombre -en su naturaleza y en su historia- la
importancia que tienen: éstas son las humanidades. De igual manera, el hombre
debe aprender, en las instituciones de estudio superior, a hacerse a sí mismo, lo que
se llama formación del carácter; esto es la ética.”4
4
LLANO, Carlos: El postmodernismo en la empresa, Mc Graw-Hill, México, 1994, p. 95.
9
En definitiva, es esencial que la universidad se ocupe de brindar a sus
alumnos una formación íntegra en tres aspectos: personal, solidaria y profesional.
Sería penoso que una universidad no forjase personalidades a la altura de los
conocimientos técnicos que ofrece. Si fuera así, no estaría aportando a la sociedad
los profesionales que ésta necesita: gente que, además de saber “técnicamente”, se
preocupa por su auténtico mejoramiento como personas, profesionales que saben
poner todos sus conocimientos científicos al servicio de la persona y del bien común
de la sociedad.
Descargar