El ascenso de Galtieri - Guerra en el Atlántico Sur

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Alberto N. Manfredi (h)
EL ASCENSO DE GALTIERI
El 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe de Estado que derrocó a la viuda de Perón y
la reemplazó por una junta militar encabezada por el general Jorge Rafael Videla e
integrada por el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Orlando Ramón
Agosti
Uno de los principales objetivos de las nuevas autoridades fue encauzar la deteriorada
economía argentina, designando para ello al Dr. José Alfredo Martínez de Hoz, veterano
funcionario que ya se había desempeñado como ministro de Economía de la provincia
de Salta durante el gobierno de la Revolución Libertadora y como secretario de
Agricultura y Ganadería del presidente Guido (1962-1963).
El nuevo ministro, miembro de una de las familias más conspicuas de la aristocracia
nacional, puso en marcha un plan que al primer año de funcionamiento pareció
encarrilar al país. Entre otras cosas, se estatizó toda la actividad económica particular;
se eliminaron los controles sobre los precios y las importaciones, el déficit
presupuestario se redujo del 13,5% al 4% del Producto Bruto Nacional y la inflación,
del 920% anual que los índices marcaban al asumir las nuevas autoridades, fue reducida
al 86%. Por otra parte, el valor de las exportaciones agrícolas subió un 1540%, es decir,
u$s 6.000.000.000 y las reservas de divisas crecieron de u$s 600.000.000 a u$s
7.700.000.000. Además se clausuraron 10.000 km de líneas férreas deficitarias y se
obligó a las empresas estatales a modernizar sus métodos contables. Sin embargo, en
menos de un año, esa aparente prosperidad se estrelló contra el fracaso dando paso a una
aguda crisis que condujo al país al borde de la quiebra.
La otra prioridad que se había impuesto el nuevo régimen fue acabar con el estado de
terror, violencia y anarquía que imperaba en la Argentina desde 1969.
En 1970, tres años antes de que el peronismo recuperara el poder, agrupaciones armadas
de ultraizquierda comenzaron a operar desde la clandestinidad asesinando,
secuestrando, atacando unidades militares y llevando a cabo cruentos atentados
terroristas. Dos de ellas, el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), de tendencia
guevarista y los Montoneros, peronistas de izquierda, constituyeron verdaderos ejércitos
que pusieron al país en estado de guerra y lograron desestabilizar a los gobiernos de
turno.
Montoneros, fue el de mayor envergadura, surgido del nacionalismo católico y de la
clase acomodada, logró conformar una compleja estructura que operó a nivel urbano en
todo el país.
Siguiendo los lineamientos trazados por el Che Guevara en su libro La guerra de
guerrillas, el ERP llevó su accionar desde las ciudades (su primer campo de batalla) al
ámbito rural, iniciando acciones de guerra convencional al estilo Vietnam que forzaron
al gobierno de turno a poner en marcha un operativo especial para combatirlo.
Junto al ERP y los Montoneros actuaron agrupaciones de menor envergadura pero
igualmente combativas como las FAL (Fuerzas Armadas de Liberación), las FAR
(Fuerzas Armadas Revolucionarias) y las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), que junto
a las anteriores, desataron una guerra subversiva sin precedentes, que entre 1970 y
principios de 1976 produciría la muerte de 1200 personas.
En ese lapso, los terroristas ocuparon 50 poblaciones, atacaron comisarías, cuarteles y
unidades militares, asaltaron 166 bancos, efectuaron 185 secuestros y produjeron miles
de atentados explosivos, obteniendo de aquel accionar, una suma cercana a los u$s
176.000.000.
La guerra comenzó el 29 de mayo de 1970 cuando en pleno macrocentro porteño, un
grupo comando montonero que lucía uniformes militares, se presentó en el domicilio
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particular al ex presidente Pedro Eugenio Aramburu, Montevideo 1053, para
secuestrarlo y conducirlo a una estancia de la apartada localidad de Timote, provincia de
Buenos Aires, donde lo sometió a juicio sumario y condenó a muerte por haber
ordenado los fusilamientos del general Valle, sus compañeros de armas y varios civiles
en 1956 y por el secuestro y desaparición del cadáver de Evita.
Fue ejecutado de de un disparo en el pecho y otros tres de gracia el 1 de junio, mientras
estaba maniatado, primero de una serie de atentados que se sucedieron
interrumpidamente hasta 1979.
La violencia alcanzó su clímax en 1973, con la llegada al gobierno del candidato
peronista Héctor J. Cámpora que liberó a decenas de delincuentes subversivos y tuvo su
punto de “no retorno” en 1974 cuando Perón expulsó a los montoneros de Plaza de
Mayo durante un multitudinario acto frente a la Casa de Gobierno, en momentos en que
aquellos le exigían a los gritos “la revolución”. A partir de entonces, la banda
subversiva incrementó su accionar regresando a la clandestinidad y retomando la lucha
armada que había suspendido cuando el líder justicialista asumió su tercera presidencia.
Si se suma a ello la corrupción de los altos funcionarios, la inmoralidad, la demencia y
la ola de delincuencia común que se había desatado como consecuencia del caos
imperante, no resultará difícil imaginar cual era la situación argentina cuando los
militares tomaron el poder.
Pero no solamente la extrema izquierda fue causa de aquella violencia. Como
contrapartida, para balancear su accionar, grupos de ultraderecha organizados y armados
por el todopoderoso ministro de Bienestar Social (y verdadero conductor del país tras la
muerte de Perón) José López Rega, conformaron la temible Triple A (Alianza
Anticomunista Argentina) y decididos a todo, se lanzaron a la lucha, dispuestos a
aniquilar no solo a los grupos subversivos sino a todo vestigio de oposición a la figura
de su patrocinador.
La flamante agrupación, organizada sobre la base de elementos provenientes de las
Fuerzas Armadas, la Policía Federal y la Policía de la Provincia de Buenos Aires, la
mayoría pasados a retiro, incluyó también cuadros paramilitares y civiles provenientes
de agrupaciones nacionalistas y de extrema derecha como el Comando de Organización,
el Partido Ario Nacionalista Integral (PANI) y “mano de obra desocupada”.
A bordo de los inconfundibles Ford Falcón verdes, esos verdaderos escuadrones de la
muerte iniciaron un contraataque tan despiadado y feroz, que una agobiante sensación
de terror sumió a la ciudadanía en la más pesada atmósfera de angustia e incertidumbre.
Fue el preludio de lo que iba a ocurrir a partir de 1976, con hombres enmascarados,
vestidos de civil, provistos de armamento sofisticado, lanzados a las calles para
secuestrar, torturar y asesinar a mansalva tanto a militantes de izquierda como a
opositores al régimen y en algunas ocasiones, a ciudadanos de origen judío.
Entre 1974 y 1975, el Ejército Revolucionario del Pueblo abrió un frente rural en la
provincia de Tucumán iniciando operaciones de guerra perfectamente sincronizadas,
destinadas crear una “zona liberada” a efectos de gestionar en la ONU reconocimiento
internacional y expandir desde allí la revolución trotskista por la región.
Los guerrilleros, que utilizaban su propio uniforme, su bandera y sus insignias, contaban
con armamento sofisticado, efectuaron paradas y emitieron proclamas como un ejército
regular y eso empujó al gobierno constitucional a poner en marcha una operación
militar de envergadura ordenando a las Fuerzas Armadas el “aniquilamiento total” de
los elementos subversivos.
Habiendo resultado infructuoso el accionar de las fuerzas policiales tanto de la provincia
como de la nación, se puso en marcha el Operativo Independencia, vasto plan militar
por medio del cual, los efectivos regulares de las tres armas se internarían en los
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montes, para buscar a un enemigo tan despiadado que no había dudado en asesinar,
incluso, a niños de corta edad.
Cumpliendo con expresas disposiciones emanadas del gobierno constitucional, el
Ejército movilizó 5000 efectivos de la V Brigada de Infantería con asiento en Tucumán
y los reforzó con cuadros de otras unidades, al tiempo que disponía el alistamiento de la
Fuerza Aérea y la Gendarmería Nacional.
La guerra fue realmente sangrienta, con un elevado número de muertos y heridos en
combates, batallas y bombardeos aéreos.
En un primer momento, el ERP enfrentó a sus oponentes de igual a igual, continuando
con su estrategia de ocupar poblados, confiscar bienes y llevar a cabo ejecuciones
sumarias de campesinos acusados de colaborar con las fuerzas armadas.
Desde lo más profundo de la espesura realizaron audaces incursiones para extender su
radio de acción a otras provincias como Catamarca, La Rioja, Formosa y Córdoba y
hasta cometieron atentados en la misma capital provincial como el que le costó la vida
al capitán Humberto Viola y a su pequeña hija de tres años y dejó gravemente herida a
la otra de cinco.
Para contrarrestar su accionar, el Ejército contraatacó con artillería pesada e incursiones
de grupos comando mientras la Infantería se adentraba en el monte en un movimiento
envolvente y la Fuerza Aérea llevaba a cabo acciones de bombardeo, ametrallamiento y
observación, con aviones Skyhawks A4B, IA58 Pucará de fabricación nacional e
incluso B-45 Mentor de entrenamiento, arrasando los campamentos y puestos de
avanzada que la guerrilla había montado en la región.
Hay versiones que confirman el uso de napalm, como en Vietnam, para desalojar a los
cuadros subversivos de las regiones de difícil acceso. Lo cierto es que el poder de fuego
de aquellas bandas armadas fue tan fuerte que incluso derribaron varias aeronaves, entre
ellas un Twin Otter DCH-6 que llevaba a bordo a altos oficiales del Ejército, entre ellos
los generales Enrique Eugenio Salgado, comandante del III Cuerpo y Ricardo Agustín
Muñoz; un helicóptero Bell UH-1H de la misma arma y un avión Hércules C-130 de la
FAA que despegaba del Aeropuerto “Benjamín Matienzo” de la ciudad de Tucumán. El
aparato transportaba a 114 efectivos de la Gendarmería Nacional de regreso a San Juan,
seis de los cuales fallecieron y otros 31 resultaron heridos, un hecho de magnitud,
perpetrado por Montoneros el 29 de agosto de 1975, cuando brindaban apoyo al ERP en
la zona de guerra.
La guerrilla urbana, por su parte, continuó sus acciones, liderada por elementos del ERP
y Montoneros, estos últimos autodenominados “Soldados de Perón”.
Dada tal situación de caos que dominaba el panorama nacional, no es de extrañar que
toda la población o, al menos, una amplia mayoría, aplaudiera y apoyara el golpe de
Estado, el 24 de marzo de 1976.
Cuando la Junta Militar asumió el gobierno, la Argentina semejaba un país ocupado.
Todo el mundo era sospechoso. Se producían detenciones, allanamientos y secuestros a
la vista de todo el mundo y esas personas, raramente volvían a aparecer. Cuerpos
masacrados y espantosamente mutilados, se encontraban a diario, en muchos casos
asesinados en zonas descampadas. Nadie se atrevía a hablar y mucho menos, a alzar una
voz de protesta. La gente comentaba en susurros lo que sucedía o se hacía la distraída,
aplicando la política del “no te metás”.
En 1978 la Argentina fue condenada por numerosos países del mundo, entre ellos
EE.UU., por lo que se decía, eran las continuas violaciones de los derechos humanos.
Por esa razón, la administración Carter aplicó el decreto Humphrey-Kennedy que
prohibía y boicoteaba la venta de armamentos a nuestro país al tiempo que iniciaba
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investigaciones tendientes a esclarecer lo que estaba aconteciendo. El gobierno
norteamericano, incluso, envió representantes.
Europa, por su parte, encabezada por Francia, también alzó su voz pero ninguno de
aquellos países dejó de enviar sus seleccionados de fútbol cuando la Argentina
organizó el campeonato mundial de fútbol en 1978.
En lo que a aquel acontecimiento deportivo se refiere, el mismo vino como “anillo al
dedo” al régimen militar pues sus máximos representantes creyeron ver la oportunidad
de echar un manto de olvido sobre las graves acusaciones que pesaban sobre ellos.
El pueblo suele olvidar fácilmente las cosas y unos pocos encuentros deportivos (en
especial, el dudoso triunfo frente a Perú), sirvieron para que se diera el “milagro”.
La muchedumbre salió a las calles a saltar y festejar y al día siguiente, enfervorizada por
la obtención del título, se dio cita en Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, para vivar
a las autoridades que, encabezadas por el general Videla, salieron a los balcones para ser
aclamadas.
Por aquel entonces, las fuerzas subversivas se hallaban prácticamente aniquiladas
aunque la desaparición de personas vinculadas a ellas continuaba. Y así fue como
surgieron grupos de familiares que comenzaron a reunirse frente a la Casa de Gobierno,
para reclamar por los suyos. Durante dos años serían la única voz de protesta en la
Argentina.
Esa fue la razón por la que las Naciones Unidas comenzaron a investigar lo que estaba
ocurriendo mientras comenzaba a hablarse de 30.000 desaparecidos en manos de los
militares, cifra que en absoluto se ajusta a la realidad ya que el Grupo de Trabajo sobre
Desaparecidos de la ONU arrojó en sus investigaciones un número cercano a los 9000
muertos y desaparecidos (sin contar los 1200 que había provocado la guerrilla
marxista), muy similar al que años después obtendría la CONADEP (varios de ellos
aparecerían con vida luego del terremoto de México en 1985). De esos 9000 muertos,
6500 correspondían al período militar, 500 al que va de 1970 a 1973 y los 2000
restantes al de 1973 a 1976.
En 1981 los militares se dieron cuenta que la hora de regresar a los cuarteles había
llegado. Después de cinco años de gestión, el general Videla, su ministro de Economía y
otros altos funcionarios se alejaron del gobierno para ser sucedidos por una nueva junta
militar encabezada por el general Roberto Eduardo Viola, que pretendía convertirse en
“el hombre que le abriría nuevamente las puertas a la democracia”, llamando a
elecciones.
Por esos tiempos, el general Leopoldo Fortunato Galtieri, que al producirse estos
cambios se desempeñaba como jefe del II Cuerpo de Ejército con asiento en Rosario,
fue designado comandante en jefe del Ejército, último escalafón, según varios analistas,
para alcanzar la presidencia de la Nación.
El mandato de Viola solo duró nueve meses, lapso en el que el gobierno
norteamericano, encabezado por el republicano Ronald Reagan, lo invitó a mejorar las
relaciones entre ambos países (16 de mayo de 1981). De esa manera, Washington y
Buenos Aires estrecharon vínculos y la nueva administración estadounidense levantó las
restricciones que pesaban sobre la Argentina con respecto a la compra de armamentos,
pese a las protestas de muchas naciones del hemisferio, en especial, Chile.
Galtieri, devoto admirador de los EE.UU., formó parte de la comitiva del general Viola
cuando aquel viajó al país del norte, convirtiéndose en una de los más entusiastas
impulsores de la nueva política de acercamiento.
El corpulento general argentino causó muy buena impresión entre sus pares
norteamericanos, quienes lo trataron como a una verdadera estrella de cine y hasta
llegaron a compararlo con el actor George C. Scott en su legendario papel de Patton.
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Según versiones de varios testigos, eso satisfizo enormemente a Galtieri que aprovechó
la ocasión para sacar provecho.
El epílogo de aquel memorable viaje fue el almuerzo que el embajador Esteban Takacs
ofreció a la delegación, en la embajada argentina en Washington al que concurrieron el
secretario de Defensa de los EE.UU., Caspar Weinberger; el consejero de Seguridad de
la Casa Blanca, Richard Allen; el jefe de Estado Mayor del Ejército de los Estados
Unidos, general Edgard Meyer; el secretario adjunto de Estado para América Latina,
Thomas Enders; su segundo, Jeffrey Briggs; William Middeford, acaudalado
empresario que acababa de ser designado embajador en al OEA por sus contribuciones
para financiar la campaña del nuevo presidente; Paul Roberts, subsecretario de Política
Económica; John Marsh, secretario del Ejército; el general Vernon Walters; Alejandro
Orfila, secretario general de la OEA y Raúl Quijano, secretario argentino ante aquel
organismo.
Al finalizar el almuerzo, el general Galtieri pronunció unas palabras que los analistas
consideraron claves para el futuro. Dijo que, a nivel internacional, “la Argentina debía
desempeñar un papel principal en el mundo y no conformarse con un segundo puesto”.
Hemos dicho anteriormente, que el presidente Viola se mostraba dispuesto a devolver la
democracia al país, idea que no compartía en absoluto el resto de la cúpula militar. De
esa manera, comenzaron a surgir los primeros roces y desacuerdos que llevarían a la
destitución del primer mandatario, hecho que se produjo el 11 de diciembre siguiente,
cuando adujo cuestiones de salud. Lo sucedió el 22 el mismísimo Galtieri, después de
los breves interinatos de los generales Horacio Liendo y Carlos Alberto Lacoste.
Al parecer, Galtieri se enteró de la destitución de Viola cuando estaba a punto de
abordar el avión que lo traería de regreso al país, noticia que lo puso bastante nervioso y
hasta le borró su característica sonrisa del rostro. Con él asumió una nueva junta militar
que completaban el almirante Jorge Isaac Anaya, el hombre duro del nuevo gobierno,
inflexible y acérrimo partidario de tomar los archipiélagos australes por la fuerza y el
moderado brigadier Basilio Lami Dozo, representante del arma menos significativa de
las Fuerzas Armadas; como canciller se designó a un veterano en esas lides, el Dr.
Nicanor Costa Méndez, ministro de Relaciones Exteriores y Culto en tiempos de
Onganía y como ministro de Economía al no menos experimentado Dr. Roberto T.
Alemann, que ya había ocupado esa cartera en 1961 y era propietario del
“Argentinischen Tageblatt”, diario de habla alemana 1.
A partir de ese momento, el vínculo con los EE.UU. se fortaleció y pareció tomar visos
de alianza con Washington y Buenos Aires convertidas en “pareja de enamorados”, tal
como acertadamente lo expresa el periodista español Enrique Yeves en su libro Los
Contra. Una guerra sucia. De esa manera, las condiciones para poner en práctica
políticas temerarias parecieron cobrar cuerpo.
Como es sabido, entre 1978 y 1979 Argentina y Chile habían estado al borde de la
guerra a raíz de su diferendo por el Canal de Beagle, más precisamente la posesión de
las islas Picton, Lennox y Nueva y sobre todo, las 200 millas marítimas al este,
adjudicadas al país araucano por un fallo arbitral internacional en 1977. La situación
alcanzó tal grado de peligrosidad, que la flota argentina llegó a zarpar de sus bases y,
según se supo después, unidades navales y avanzadas del ejército penetraron en
territorio chileno, siendo detenidas a tiempo, antes de entrar en contacto con el enemigo
gracias a la mediación papal que logró evitar la contienda y aflojadas las tensiones. Al
menos por un tiempo, la calma volvió a renacer en los helados confines del sur, pero la
política belicista de la junta argentina no se había aplacado.
Producidos los sucesivos cambios de gobierno (Videla por Viola y este último por
Galtieri), el nuevo mandatario pudo poner en práctica aquello de que “la Argentina
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Malvinas. Guerra en al Atlántico Sur
debía desempeñar un papel principal y de primer orden”, dentro del contexto mundial.
Primero fue la intención de enviar tropas a Sinaí en apoyo de las fuerzas
multinacionales de paz que debían hacer cumplir los acuerdos firmados en Camp David
y después, la intervención directa en Centroamérica, convenio mucho más provechoso
para los norteamericanos y complejo para Buenos Aires ya que exigía su intervención
directa en el terreno militar.
Desde 1979 la situación en Nicaragua y El Salvador empeoraba y como EE.UU. había
reducido su presencia en la zona a unos pocos “asesores”, Argentina fue a ocupar el
espacio que el gran coloso del norte dejaba, para realizar allí el trabajo sucio que aquel
no quería hacer (Ver: Anexos. “La política de agresión argentina en el continente”)
No era la primera vez que nuestro país intervenía en un conflicto armado extraterritorial
en lo que iba del siglo XX. Cierto es que hasta la Segunda Guerra Mundial había
mantenido una política de neutralidad que incluso se siguió respetando en numerosas
oportunidades, una de ellas en 1950, cuando el Consejo de seguridad de las Naciones
Unidas planteó a Perón la necesidad de enviar fuerzas militares a Corea del Sur,
sugerencia que el canciller Hipólito Paz se apresuró a rechazar2. Idéntica actitud
adoptaría el gobierno del Dr. Arturo H. Illia en 1965, al recibir un pedido de la OEA
solicitando un contingente para la República Dominicana, siendo en aquella ocasión el
ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Miguel Ángel Zavala Ortiz, el encargado de
rechazarla. Tampoco se respondieron favorablemente a las cautelosas sugerencias de los
EE.UU., de enviar tropas argentinas al sudeste asiático durante la guerra de Vietnam,
aunque sí se despacharon unos pocos observadores.
La desmemoriada opinión pública argentina olvidó que en 1962, durante la Crisis de los
Misiles, el país se sumó al bloqueo impuesto a Cuba por los EE.UU. y la OEA, en
ocasión de haberse implantado el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca
(TIAR).
En aquella oportunidad, la Argentina envió hacia el Caribe una fuerza integrada por los
destructores “Rosales” y “Espora” que se sumaron al bloqueo junto a unidades de
Estados Unidos, Venezuela, Honduras, Guatemala, Canadá y otros países del
continente. También se desplegaron aviones Albatros y turbohélices C-130 y DC-4 con
efectivos de la Fuerza Aérea, para llevar a cabo tareas de control y patrulla en tanto en
Buenos Aires efectuaba aprestos la X Brigada del Ejército.
En 1969, cuando estalló la llamada “Guerra del Fútbol” entre Honduras y El Salvador,
Argentina envió tropas (Fuerza Aérea y Ejército) que tomaron parte en operaciones de
cese del fuego, además de despachar observadores hacia conflictos distantes como la
Guerra de los Seis Días, el Congo e Irán-Irak.
Con el Proceso de Reorganización Nacional en el gobierno, nuestro país se dispuso a
intervenir una vez más en el exterior.
Primero fue Chile, utilizando como pretexto un diferendo que ya tenía resolución en
1881. En 1979 el gobierno de Videla envió a Nicaragua efectivos, armamento y fondos
para sostener al régimen de Anastasio Somoza Debayle. Caído éste, aquellos cuadros
abandonaron presurosamente el país al que también habían ido para combatir a
elementos montoneros infiltrados en las filas sandinistas, desapareciendo junto a ellos
numerosos instructores norteamericanos.
El brutal atentado que subversivos argentinos perpetraron en la capital del Paraguay
contra el exiliado Anastasio Somoza3 pareció actuar como incentivo para que la Junta
Militar se decidiese a intervenir fuera de sus fronteras. Una primer avanzaba cuyo
número oscilaba entre 500 y 1000 efectivos del Ejército y asesores militares fueron
enviados a Honduras a bordo de aviones Hércules C-130 que transportaban gran
cantidad de armamento. Esas tropas, que incrementarían su número con el paso del
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tiempo, levantaron campamentos a lo largo de las fronteras con Nicaragua y El Salvador
y allí comenzaron a adiestrar a los “contras”, las fuerzas antisandinistas que intentaban
derrocar al gobierno revolucionario establecido en Managua, para llevar a cabo
misiones de sabotaje y guerrilla en ambos países.
Según el semanario norteamericano “Newsweek”, la operación se iba a denominar
“Charlie” y consistía en un movimiento de envergadura en el que “fuerzas de paz”,
encabezadas por la Argentina, sacarían a los guerrilleros de aquellos países y los
empujarían hacia territorio hondureño para que el ejército regular de ese país los
aniquilase en un movimiento de pinzas.
Un oficial de las fuerzas armadas de los Estados Unidos llegaría a revelar, tiempo
después, que la Argentina tenía en la región más de 500 efectivos de su ejército
operando desde Honduras en acciones de sabotaje contra Nicaragua, El Salvador,
Guatemala y Costa Rica. Entre aquellas tropas había asesores, comandos, expertos en
demoliciones, personal de Inteligencia y siniestros personajes encargados de aplicar las
tenebrosas tácticas de los tiempos de la represión en su propio país, todo ello financiado
por el gobierno norteamericano, con fondos que, en algunos casos, administraban
elementos civiles de extracción nacionalista, enviados a la zona de operaciones junto a
los militares.
En 1980 la Argentina intervino activamente en el golpe de estado que derrocó a la
presidenta constitucional de Bolivia, Lidia Gueiler (1980) y colocó en su lugar al
general Luis García Meza, enviando al altiplano a efectivos del Batallón 601 de
Inteligencia.
Aquellos “trabajos extra” efectuados por las fuerzas armadas argentinas con el visto
bueno de la CIA, contribuyeron en gran medida a que la miope Junta Militar
interpretara que en caso de estallar un conflicto armado con Gran Bretaña, los Estados
Unidos apoyarían abiertamente su causa.
Muy pronto, los soberbios militares del Proceso de Reorganización Nacional sufrirían
un terrible desengaño.
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Malvinas. Guerra en al Atlántico Sur
Referencias
1
También fue embajador en los Estados Unidos.
2
Desde 1945 el líder justicialista intentaba dar forma a la “Tercera Posición”, un ambicioso plan
continental por medio del cual, la Argentina sujetaría a su control a las naciones de América Latina,
escapando, a la órbita norteamericana y soviética. Eso le valió sanciones que se agravaron cuando la
comunidad de países desarrollados vio con verdadera preocupación como ese proyecto parecía tomar
cuerpo. Perón estuvo a punto de anexar a Chile en una suerte de “anschluss” sudamericano, que contó con
el apoyo de elementos locales, entre ellos, el general Carlos Ibáñez del Campo; Getulio Vargas llegó al
poder en Brasil a través de una campaña financiada por la Argentina; Paraguay, Bolivia y Perú cayeron
bajo su influencia y dirigentes sindicales justicialistas hicieron pie en Colombia, Venezuela y Chile para
expandir su ideal y preparar el terreno. El incremento de su escuadra naval, el desarrollo de una poderosa
flota mercante y una industria pesada nacional que tuvo su fuerte en los electrodomésticos, en la
producción automotriz, agropecuaria y tecnológica, su programa armamentista que incluyó el desarrollo
de cazas a reacción (Pulqui I y II), entrenadores avanzados biplaza (DL-22), bombarderos monomotores
(Calquin), transportes ligeros biturbo hélices (Guaraní II), monoplanos bimotores (Huanquero), bombas
voladoras (PAT-1), misiles (AN-1 Tábano) y motores cohete (AN-1) elaborados en el Instituto de
Investigaciones Científicas de la Fuerza Aérea Argentina además de su propio programa nuclear; sus
estrechos lazos con nazis, fascistas, ustachas prófugos y el régimen de Franco, el equipamiento de sus
FF.AA. y su política imperialista, llevaron a una cuasi ruptura con los EE.UU. y las naciones del primer
mundo que tuvo en vilo a la opinión pública internacional entre los años cuarenta y cincuenta.
3
El atentado fue perpetrado por un comando del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), encabezado
por Enrique Gorriarán Merlo. Junto a Somoza perecieron su asesor económico, el colombiano Jou
Baittiner y el chofer Julio César Gallardo, su antiguo guardaespaldas.
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