Aceprensa Tendencias Enero 2016

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BOLETÍN MENSUAL • ENERO 2016 • Nº 75
ACEPRENSA
TENDENCIAS (ed. Latinoamérica)
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www.aceprensa.com
por Pilar Guembe y Carlos Goñi
LOS PADRES
DE SÓCRATES
Los padres hemos de ejercer de
escultores y comadronas para
sacar de cada hijo su mejor yo.
Uno de los grandes educadores de todos
los tiempos fue Sócrates. El método
socrático, que consiste en despertar al
educando, de hacer que piense por su
cuenta y que saque de dentro lo mejor
de sí mismo, que no impone sino que
propone, que plantea preguntas en vez
de ofrecer respuestas y que tiene al
alumno como protagonista de su propio
aprendizaje, ha sido y sigue siendo la
forma más adecuada de educar.
Porque educar no es ni arrastrar ni
añadir, sino más bien orientar y extraer:
no se trata de llevar al educando a donde nosotros queremos ni de ir añadiendo contrafuertes para que no caiga, sino
de señalar el Norte e ir quitando todo
aquello que estorba para su desarrollo
integral.
Para educar hemos de ser como
los padres de Sócrates. Se llamaban
Sofronisco y Fenaretes. Según cuenta el
propio Sócrates, su madre Fenaretes era
comadrona y de ella aprendió el arte de
dar a luz (que en griego se llamaba “mayéutica”). La diferencia es que mientras
ella ayudaba a nacer a las parturientas,
él ayudaba a sus discípulos a dar a luz
las ideas. Es decir, que para Sócrates
enseñar no era otra cosa que ayudar a
sacar de dentro los conocimientos que
ya se tenían, pero que no somos conscientes de que los tenemos.
Sócrates no hace alusión directa al
oficio de su padre Sofronisco, pero la
tradición le atribuye el de picapedrero o
cantero y las versiones más optimistas lo
imaginan escultor en el taller de Fidias
o Mirón. En fin, que Sofronisco ejercía
la labor de ir extrayendo de la piedra
todo aquello que le estorba para ser una
buena pieza de sillería o el boceto de
una escultura. Sócrates no habla de su
padre, pero a buen seguro que imitaba
su profesión cuando grababa caracteres
de humildad en el duro temperamento
de sus contemporáneos, punzaba sus
rígidas mentes con el fino cincel de su
ironía y pulía las asperezas de una sociedad picada de prejuicios.
Sócrates educaba de la única manera
posible: ejerciendo a la vez el oficio de
comadrona y escultor. Quizá el primero
Educar es señalar el Norte e
ir quitando todo aquello que
estorba para el desarrollo
integral
ha sido más celebrado por la historia; no obstante, no se entiende sin el
segundo. Para sacar de una persona
su mejor yo, para que desarrolle todas
sus potencialidades y llegue a ser
quien puede ser, hay que asistir como
una partera, hay que atender, ayudar,
orientar, animar… porque el crecimiento personal surge de dentro. Pero
también se ha de tomar el cincel y el
martillo para eliminar todo aquello que
obstruye el proceso, todos esos estorbos, grandes o minúsculos, blandos o
duros que impiden que aflore lo mejor
de uno mismo.
El oficio de comadrona ha de complementarse con el de escultor y el de
escultor con el de comadrona. Así lo
entendió Miguel Ángel. El artista renacentista veía en cada trozo de mármol
la figura que escondía en su interior y,
según decía, su función de escultor no
consistía en otra cosa sino en ir quitando lo que sobraba para que emergiera
un Moisés, un David o una Piedad. Eso
hemos de hacer los padres y educadores, ejercer de escultores y comadronas,
de Sofroniscos y Fenaretes, y a base de
pequeñas acciones sacar de cada hijo o
alumno su mejor yo.
TENDENCIAS ENERO 2016
ANÁLISIS
por Montse Doval Avendaño
MANTENERSE
ATENTOS EN
LA ERA DE LAS
DISTRACCIONES
La capacidad de mantener la
atención se ve amenazada por
las nuevas herramientas digitales y por corrientes culturales
que proclaman la emancipación
de la realidad.
La capacidad de mantener la atención
hoy se ve amenazada por las nuevas
herramientas digitales. Pero la tecnología no es la única que está detrás de
las distracciones: también influyen las
corrientes culturales que proclaman la
emancipación de la realidad, así como
una nueva versión del capitalismo
orientada a atrapar la atención a través
del diseño de experiencias.
Hace ya años que de la ilusión sobre
la multitarea hemos pasado a reconocer que muchos signos alertan de que
el ser humano tiene una capacidad
limitada para prestar atención y estamos desbordados. La culpa de nuestro
pobre desempeño en ser atentos se
achaca habitualmente a la tecnología,
a la multiplicidad de aparatos que nos
rodean; pero ya hay quienes piensan
que la distracción tecnológica tiene unas
raíces aún más profundas y que nuestro
ensimismamiento también está relacionado con corrientes culturales que
desde siglos nos apartan cada vez más
de la realidad.
The World Beyond Your Head: How
to Flourish in an Age of Distraction, de
Matthew Crawford, es uno de esos libros
que trata el problema de la atención
desde una perspectiva más profunda
que la mera interrupción tecnológica.
Obviamente, la tecnología es uno de los
factores que Crawford tiene en cuenta,
pero Crawford culpa a la autonomía de
la razón humana proclamada por Kant
y a su deseo de fortalecer la libertad
humana frente a la determinación de la
naturaleza, de la errónea idea de que la
persona, cuanto menos influida por la
realidad, más libre es. Es decir, hemos
aceptado tan bien que la tecnología se
adueñe de nuestro tiempo porque llevamos siglos deseando que la realidad deje
de condicionarnos.
En consecuencia, buscamos aquella
realidad virtual que nos dé la razón en
todo, que nos haga sentir que somos
los dueños de la situación. De ahí que
tengamos que analizar de manera muy
pormenorizada cómo se diseña esa
realidad virtual que nos rodea, conocer
los mecanismos que la tecnología ha desarrollado para llevarnos cada vez más a
la pasividad y la dependencia.
Capitalismo afectivo
Por ese motivo, uno de los capítulos está
dedicado a la atención y el diseño. En
ese capítulo se cita profusamente el libro
Addiction by Design: Machine Gambling in Las Vegas, en el que la autora,
Natasha Dow Schüll, profesora del MIT,
hace un estudio antropológico sobre el
diseño aplicado en la ciudad del juego
para producir literalmente trampas
para ratones en las que los jugadores se
conviertan en adictos: hablamos de las
máquinas tragaperras que han sustituido al juego con otros contrincantes
humanos.
La motivación de ganar es el principio
de la adicción al juego. Más adelante, lo
que se desea es dejar de elegir e incluso
hay jugadores que se enfadan cuando
están cansados ya en la madrugada y
ganan una partida: más dinero es más
tiempo para jugar, más retos para la
voluntad y lo único que se desea es paz
y dejar de elegir. El comportamiento se
ha convertido ya en algo compulsivo. El
único alivio es perder todo. No es extraño que el juego sea la adicción con más
índice de suicidios.
Este tipo de diseño no está limitado
a Las Vegas sino que es el corazón de lo
que se ha dado en llamar “capitalismo
afectivo”. La razón de este nuevo capitalismo no es producir bienes o servicios
sino diseñar experiencias. Los videojuegos, las redes sociales, los juegos
online son ejemplos de diseño orientado
–según Crawford– al entretenimiento
autista y adictivo; a sacar provecho de
nuestra afectividad y frustración en la
vida real.
Uno de los principios del nuevo capitalismo se basa en el viejo taylorismo:
conseguir que el ciclo de productividad
OBSERVATORIO
sea lo más corto posible incrementando
la rapidez, sea en las partidas de un juego,
sea en la inmediatez de un whatsapp.
Cualquiera diría que eso disminuye la
duración de la actividad; pero no: está
comprobado que cuanto más rápido es
el resultado de nuestra interacción, más
tendemos a permanecer enganchados.
Schüll y Crawford sostienen que no
debemos pensar que este comportamiento se dé solo en personas psíquicamente
predispuestas a la obsesión. Rastros de esa
pasividad e inmersión en una pantalla se
pueden detectar en la cantidad de horas
que se dedican a la televisión o vídeos, o se
emplean en juegos y en las redes sociales.
Aceptar los límites de la realidad
Para Crawford, ser adulto es aceptar los
límites impuestos por una realidad que
nunca satisface nuestras necesidades. Eso
conduce al conflicto, pero el conflicto es
parte de la lucidez.
La solución, para el autor, pasaría por
reforzar una antropología que entienda
a la persona en su complejo contexto
humano, enraizada en la realidad y en el
contacto con los otros, una antropología
que facilite la “ascética de la atención” (expresión de Simone Weil) como un modo
de destruir el mal en nosotros.
En el caso de Crawdford, es una antropología inmanente pero armoniza muy
bien con una antropología trascendente
como la que sostiene la visión cristiana
expuesta por el Papa Francisco en su
última encíclica: “Estamos hablando de
una actitud del corazón, que vive todo con
serena atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar
pensando en lo que viene después, que se
entrega a cada momento como don divino
que debe ser plenamente vivido” (Laudato
si!, n. 226).
Artículo completo en www.aceprensa.com
En vez de tolerar las
frustraciones que la
realidad conlleva,
buscamos que la realidad
virtual nos dé la razón en
todo
LA NUEVA IDEA
DE DIGNIDAD
fuente Public Discourse
Hoy se difunde
un concepto de
dignidad centrado
no en la naturaleza
humana, sino en la
capacidad ilimitada
para desafiarla.
En un artículo publicado en
Public Discourse (24-11-2015), Roberta Green Ahmanson llama la
atención sobre el nuevo concepto
de dignidad que ha empezado a
difundirse para justificar cambios
sociales de alto voltaje ideológico como el aborto, el matrimonio
gay, el cambio de sexo o el suicidio asistido.
En respuesta a un libro editado
por el Consejo de Bioética del
Presidente de EE.UU., en el que
Leon Kass y otros prestigiosos autores alertaban sobre las
amenazas actuales a la dignidad
humana en el ámbito de la bioética (Human Dignity and Bioethics,
2008), el profesor de Harvard
Steven Pinker escribió un artículo
titulado “The Stupidity of Dignity”. Desde la perspectiva materialista de Pinker, el concepto de
dignidad no es otra cosa que un
caballo de Troya para introducir
las ideas cristianas en la bioética.
Pero en vez de abandonar
el uso de ese concepto, señala
Ahmanson, los contrarios a la
idea clásica de dignidad –una
cualidad intrínseca de la persona
enraizada en la naturaleza humana– “hicieron algo mucho más
inteligente y poderoso: mantuvieron la palabra pero transformaron
completamente su significado”.
Ahmanson cita hasta cinco
libros publicados durante los
últimos años en EE.UU. y el Reino
Unido en los que se aboga, de
forma más o menos explícita, por
un nuevo concepto de dignidad,
centrado no en la naturaleza humana sino en nuestra capacidad
para desafiarla; es decir, “para
ir más allá de los límites naturales y de ese modo crearnos de
nuevo”. En sintonía con Sartre,
estos autores creen que no hay
una naturaleza que nos defina
sino solo la libertad de elegir ser
alguien distinto.
La nueva idea de dignidad
justifica, por un lado, una serie
de libertades positivas: “libertad para cambiar de sexo, para
casarse con alguien sin tener en
cuenta el sexo o el potencial procreativo de la unión, para elegir
cuándo vamos a morir y para
implicar a los médicos en nuestra
muerte, para abortar al bebé que
se desarrolla en el vientre materno y para vender sus partes con
fines comerciales”. Y, por otro, un
arsenal de libertades negativas:
uno tiene derecho a “liberarse
del dolor y las molestias no deseadas, de las restricciones a lo
que puedo hacer con mi cuerpo,
de las palabras o ideas que ‘me
ofendan’ o que cuestionen las
decisiones que tomo”.
En definitiva, la dignidad ya no
tiene que ver con quiénes somos,
sino con lo que “nuestra voluntad libre de restricciones puede
hacer o puede impedir hacer a
otros”. Lo que incluye la abolición de las críticas a los propios
estilos de vida, pues estas pueden ser “fuente de estigma, de
vergüenza o de daños emocionales”.
Los contrarios a la idea
clásica de dignidad
mantuvieron la palabra
pero transformaron
completamente
su significado
TENDENCIAS DICIEMBRE 2015
PANORAMA
a
por Aceprensa
EL TERROR YIHADISTA
Y LA CRISIS INTERNA
DEL ISLAM
Distintos expertos defienden que el terrorismo yihadista
refleja convulsiones en el interior del islam y que la
solución ha de venir de los propios musulmanes.
El islam está dividido. Esta es, según
algunos comentaristas, la principal raíz
del terrorismo yihadista. “Existe un conflicto interno dentro del islam sobre la
dirección de la fe, con una deriva radical
que ha enrolado para su causa a miles
de combatientes”, dice Tim Arangonov
(New York Times).
Por ello, conviene estar prevenidos
contra juicios totalizantes sobre el islam,
pues tal vez los propios musulmanes
sean parte de la solución, y no solamente el objetivo de las estrategias internacionales. De “las propias sociedades y
Estados de mayoría musulmana (…),
sobre todo, es de donde tienen que venir
las soluciones integrales a este problema”, defiende Javier Jordán, profesor de
Ciencias Políticas en la Universidad de
Granada.
Los musulmanes son parte de la solución
Según M. Zuhdi Jasser, fundador del
American Islamic Forum for Democracy
(AIFD), la separación de la religión y la
política es la clave de la solución. “La
cuestión más importante hoy día para
los que creen en la libertad es ‘¿qué papel debe desempeñar el gobierno, imponiendo determinadas interpretaciones o
creencias?’. Si la respuesta es ‘ninguno’,
pues religión y política deberían ir separadas (…), entonces el mundo puede
esperar (…) una reforma islámica que
actualice la sharia –la ley islámica– y
promueva escuelas modernas de pensamiento”, afirma en una entrevista para
National Review.
“Llevará muchas generaciones reformar el islam –prosigue–, abrir la ijtihad,
la interpretación crítica de la escritura, y
desarrollar nuevas escuelas de pensamiento, pero el primer y más importante
paso habrá de ser un movimiento popular contra el ‘islamismo político’ y en pro
de la libertad”.
La solución ha de venir de las mismas
comunidades musulmanas: “El ‘islamismo político’ es una enfermedad que solo
nosotros podemos curar”, afirma Jasser.
Esta es la postura de muchos líderes
musulmanes, que quieren separar religión y política.
Crisis de identidad
Las interpretaciones del Corán más
extremas –como el “salafismo”– abogan por un regreso a los tiempos de
Mahoma. El jesuita Samir Jalil Samir,
gran conocedor del islam, dice en una
entrevista que el mundo islámico “se
siente en crisis, y los más radicales han
decidido restaurar lo que estaba aconteciendo en el periodo histórico del 640:
una guerra mundial para conquistar
Occidente”.
En esta misma línea, el historiador
Daniel Pipes, presidente del Middle
East Forum, explica cómo los islamistas más radicales “celebran el periodo
medieval, cuando los musulmanes eran
los más ricos, avanzados y poderosos, e
interpretan el declive musulmán como
resultado de la hipocresía y la traición
occidentales” (Washington Times). En
cierto sentido, el Estado Islámico (EI)
busca ofrecer una alternativa al “declive”
a través de su autoproclamado califato.
Existe una crisis identitaria dentro del
islam, pero la solución no es una purga
violenta que devuelva la sociedad al
siglo VII. “Hemos de lograr una fuerte
identidad religiosa que llame a la acción
a la gente, pero ‘acción’ en sentido constructivo, no destructivo; que promueva
la vida, no la muerte”, sostiene el imán
Mohamed Magid, líder espiritual de una
gran comunidad musulmana en Virginia
(Estados Unidos).
Olivier Roy, politólogo especialista en
el islam, afirma que, en casos como el
de los atentados en París, “no se trata
de una radicalización del islam, sino de
la islamización del radicalismo”. Lo que
hace que estos jóvenes sean tan receptivos a las consignas y actitudes pregonadas por el EI no es una adhesión al
islam madurada con los años, sino una
revuelta personal anterior a su adscripción al yihadismo.
Así, concluye Roy, estos “terroristas
no son (…) la expresión de una radicalización de la población musulmana, sino
que reflejan una rebelión generacional
que afecta a un franja determinada de
jóvenes”. Si bien las derivas y contradicciones internas del islam pueden
engendrar violencia, lo que se esconde
tras los atentados de París no es tanto
un islamismo utópico como un inquietante nihilismo.
Artículo completo en www.aceprensa.com
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