En estos días me estoy dando cuenta de que no soy el mismo de siempre. Hasta mi madre dice que ve algo diferente. Y es que últimamente me parece imposible borrar la sonrisa de mi cara. Mis amigos dicen que parezco estúpido, que estoy en otra onda. Y a mí, la verdad, no me importa porque es la primera vez que tengo la sensación de que soy feliz. Si me preguntaras que siento, no podría contestar, pero creo que es algo parecido a flotar en medio del mar con el sol dándote en la cara y sintiendo el movimiento de las olas en tu cuerpo. Es esa sensación de libertad, de confianza en que soy capaz de todo. Es aquello que arrebata mi imaginación, que hace que me levante por la mañana, que me llena de asombro, alegría y agradecimiento. Es esa fuerza que necesito expresar, que decide donde voy, con quien deseo estar, en qué invierto mi tiempo y a quien me entrego aunque nunca antes me lo hubiera planteado. Desde que estoy experimentando este sentimiento descubro que mi mirada se fija en lo mejor de cada uno y desearía que ellos pudieran compartir conmigo esta experiencia. Y me pregunto: ¿qué será este subidón? ¿será eso que llaman amor? Sólo pensarlo me pone los pelos de punta y siento como un nudo en el estómago que no me deja respirar. Pero al mismo tiempo no me gustaría perderlo nunca y querría que fuese creciendo hasta llegar al punto en el que nada ni nadie pudiera robármelo, aunque eso me llevara incluso a tener que entregar mi propia vida. Justo en ese momento entendí aquello que había leído en ese libro: “Un diamante de treinta caras”. Recoge la vida de treinta Hijas de la Caridad mártires de la fe que “transparentaron la bondad de Dios y manifestaron la firmeza de la fe hasta la muerte, resistiendo los ataques de la persecución”1. Justo en ese momento me di cuenta de que mi experiencia respondía a esta pregunta ¿por quién lo hicieron? Sólo una fuerza interior tan profunda parecida a lo que yo experimentaba puede mover a alguien a llevar a cabo esa entrega radical. Leyendo sus vidas me di cuenta de que el camino que les llevó a esta decisión estaba sembrado de pequeños y grandes gestos de servicio a los demás fruto de un gran amor que superaba los límites humanos. Ese amor era respuesta al único amor sin límites: el de Jesucristo y esto se encontraba muy por encima de lo que yo vivía en mi interior. Me sorprendió reconocer cómo ellas no llegaban a distinguir la mirada de Jesús de la mirada de los ojos de quienes les rodeaban, considerándolos sus hermanos. Eran los mismos ojos. Por eso fueron capaces de hacer la apuesta. Porque miraban con otra mirada, la del amor. Un amor capaz de desear el bien a quienes les amenazaban, de perdonar sin rencor y de gritar por quien se dejaban matar. 1. “Un diamante de treinta caras” Hijas de la Caridad mártires de la Fe, p.5 Todo esto me llevó a la conclusión de que sólo se puede amar hasta este extremo si descubres que el sentido de tu vida puede estar en ir entregando lo mejor de ti en cada persona que se cruce en tu camino. Sea quien sea, sin condiciones. Sé que es un proceso que dura toda la vida pero creo que vale la pena intentarlo, porque está en juego nuestra felicidad. ¿Te atreves? Y tú, ¿por quién lo harías? El 27 de octubre serán beatificadas estas 27 Hijas de la Caridad y una seglar, en Tarragona. De esta manera serán reconocidas como esos diamantes que hicieron brillar con fuerza el amor de Jesucristo hasta el final de su vida. 1. “Un diamante de treinta caras” Hijas de la Caridad mártires de la Fe, p.5