Bonos a ejecutivos: bonum et malum convertuntur

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10 NEGOCIOS
LATERCERA Domingo 15 de noviembre de 2015
COLUMNA
Por César
Barros
Bonos a ejecutivos: bonum
et malum convertuntur
las cosas no se daban, “pasar piola”.
En mi vida como director de empresas,
uno -en forma harto inocente, quiero reconocer- se extrañaba de la rudeza e incluso la violencia con que se discutían los
bonos cada fin de año. Amenazas de renuncias, interpretaciones de “la fórmula”,
situaciones “fuera de lo común” para justificar, una y otra vez, el reparto de la plata
de los accionistas al “sindicato ejecutivo
de facto”, cuya meta era “salir forrado” y
después, simplemente, cambiar de trabajo
o comenzar un nuevo emprendimiento.
Y como el mercado se sofistica, rápidamente, muchos ejecutivos comenzaron a
considerar ese ingreso eventual y aleatorio en un ingreso “calculable” y con un
cierto valor esperado, sujeto a una desviación estándar en cuya determinación tenían mucho que decir. Y le “metieron
deuda” al bono. O sea, comenzaron a endeudarse en base a ese bono, sobre el cual
tenían mucho protagonismo en su determinación y en sus probabilidades. Y ya
con “leverage”, el recibirlo o no, y su tamaño, fueron algo de vida o muerte:
amenazas, manipulación del balance, colusión con la competencia, falseamiento
de cuentas por cobrar, abuso del sistema
contable IFRS, fueron algunos de los resultados más visibles.
Lo que parecía un “gasto variable” con
un sano incentivo se convirtió en un gasto
bastante fijo y un peligro corporativo de
proporciones.
Fijo, porque al establecerse en una fórmula en que varios de sus parámetros
son validados o influenciados por los
afectados, están sesgados a su favor. Y
peligrosos, porque los afectados tendrán
una natural tendencia a manipular los
balances o entrar en maniobras delictivas -o de borde- a fin de afectar parámetros que determinan sus bonos (y los de
sus equipos).
Creo que es tiempo de repensar la idea
completa: si queremos retener, reclutar y
premiar, paguemos más y punto. Y si no
cumplen, se van con humillación. Así se
hacía en la antigüedad. Exponerse a fraudes, a peleas “a cuchillo” cada fin de año,
a tensión irracional de la relación entre
“el sindicato de ejecutivos” con los accionistas es realmente insensato.
Los ejecutivos son trabajadores. No son
accionistas. Es más, sus agendas no tienen
por qué coincidir. Tampoco resulta conveniente hacerlos “medio accionistas”, porque sus roles son distintos. Y porque con
los famosos “bonos” difícilmente pierden
cuando las cosas se ponen malas
(sale cara, gano yo; sale sello, pierde usted). No es el caso del accionista que cuando las cosas no se dan, siempre pierde.
En fin, son numerosos los argumentos
económicos, morales y sociológicos que
hacen de esta popular herramienta una
espada de varios filos y varias puntas y
que, en opinión de muchos, debería desaparecer por completo: porque confunde
roles, enfrenta a los ejecutivos con los accionistas y entrega un poder desequilibrado a los afectados. Les pone presiones
inadecuadas como acreedores y se presta
para múltiples malos manejos que van
desde “la sindicalización de facto” de la
plana ejecutiva hasta el delito. Y todo por
la ficción de los gastos variables y la mentira de los intereses “alineados” entre
dueños y ejecutivos.
* Economista.
FOTO: ANDRES PEREZ
E
L TEMA de los bonos millonarios a ejecutivos está
dando vueltas desde hace
mucho tiempo y, en particular, luego de la crisis financiera de 2008. Pero
también a raíz del caso Enron, y en Chile a propósito de La Polar y
ahora muy ligados a los distintos casos de
colusión que estamos viendo como “noticia en desarrollo”.
Uno de los pioneros del sistema fue la
prestigiosa firma financiera Lehman Brothers, cuando era dirigida por su patriarca -Bobby Lehman- en la década de los
60. Y luego copiado por otros bancos de
inversión.
En esa época, el “bono” que entregaba
la prestigiosa firma lo determinaba para
cada “socio” el mismísimo Robert Lehman, sin consulta, sin fórmula y sin compromiso de ninguna especie: era “el premio” a una pega bien hecha y un reparto
de las utilidades a quienes en su mérito
-y de acuerdo al criterio del patriarca- se
lo merecían.
Con posterioridad, el “sistema” se fue sofisticando al infinito: “singning bonus” (o
bono de reclutamiento), bonos “asegurados”, bonos por cumplimiento de metas,
bonos con una fórmula, comités de directores especiales para el tema, bonos en acciones, en opciones, créditos exóticos.
Y lo que fue un premio por una labor
bien hecha se fue transformando en un
dragón irreconocible, que permitía, por
un lado, al directorio pensar que eran
gastos variables y fórmulas de retención
y, por el otro, a los ejecutivos pensar que
si las “cosas se daban”, la posibilidad, casi
cierta, era de “darle el palo al gato”, y si
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