pdf Lola [fragmento] - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Anuncio
BIBLIOTECA VIRTUAL
MIGUEL DE CERVANTES
BIBLIOTECA AFRICANA
www.cervantesvirtual.com
TANCI
(CONSTANCIA MANGUE BICO MBASOGO)
Lola
[fragmento]
Edición impresa
Constancia Mangue Bico Mbasogo, Lola (2014)
En
Constancia Mangue Bico Mbasogo, Lola. Lugar: El Ejido (Almería):
Editorial Círculo Rojo. 2014. (33-42)
Edición digital
Constancia Mangue Bico Mbasogo, Lola (2015). Fragmento
Inmaculada Díaz Narbona (ed.)
Biblioteca Africana – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Enero 2015
Este trabajo se ha desarrollado en el marco del proyecto I+D+i, del
programa estatal de investigación, desarrollo e innovación orientada a los
retos de la sociedad, «El español, lengua mediadora de nuevas
identidades» (FFI2013-44413-R) dirigido por la Dra. Josefina Bueno Alonso
Lola
Constancia Mangue Bico Mbasogo
Coto conducía el auto convenciéndose de que toda la culpa de lo que había ocurrido esa
misma mañana había sido culpa suya. Culpa de ese carácter de mierda que salía a relucir en los
momentos menos apropiados y ante las personas que menos se merecían ser destinatarios de sus
arranques de furia. Por eso acababa de enviarle ese mensaje a Anabel, porque quería compensarla,
porque quería demostrarle que estaba dispuesto a aceptar que ella se integrara más en la parte
profesional de su vida. Porque se merecía que así fuera. Su familia acabaría por aceptarla. Y si no lo
hacía, pues peor para ellos.
El limpiaparabrisas no daba abasto para liberar de agua el cristal. Llovía torrencialmente. Pero
José Manuel ya no estaba disgustado, y había recuperado la tranquilidad, la sensatez y su buen hacer
al volante. Volvía a sentir que conducía realmente el vehículo, y que lo haría llegar a buen puerto.
La señal acústica de mensaje entrante del móvil sonó y le dibujó una gran sonrisa al instante,
incluso antes de leer el mensaje: sabía que el mensaje era de Anabel. De su amada mujer. Desvió un
instante la vista de la carretera y comprobó que, efectivamente, el visor del móvil ponía: Anabel. La
sonrisa se transformó en risa, que incluso dejó escapar un sonido de felicidad. José Manuel estiró su
mano derecha para coger el móvil que descansaba en el asiento del copiloto.
En el mismo momento en el que José Manuel desvió la mirada y soltó su mano del volante
para coger el móvil, en esa misma centésima de segundo, el coche que iba delante de él frenó
repentinamente. Reaccionó al instante y en una serie encadenada de gestos, soltó el móvil que ya
tenía cogido, volvió a coger el volante con ambas manos, clavó el freno, y se echó hacia atrás
instintivamente, como si fuera inevitable chocar con el vehículo que lo antecedía. Los dos chirridos -el
del coche que iba delante y el del coche de Coto- compartieron sonido durante un instante. A pesar de
la rápida reacción, parecía que ésta no había sido tan rápida como para evitar la colisión. José Manuel
estuvo a punto de chocar.
Pero no chocó. El coche de adelante recuperó la marcha y, pocos segundos más tarde,
también lo hizo el de él. Sólo había sido un susto. No sintió deseos ni siquiera de insultar de impotencia
al conductor que había frenado tan abruptamente. Se dijo para sus adentros que seguramente había
tenido una sólida razón para haber clavado los frenos.
Aunque intentó contener su curiosidad por ver el mensaje, enseguida supo que eso sería
imposible. Quería ver lo que había escrito Anabel y quería verlo ya. Decidió detener el coche en el
arcén. Prudentemente, así lo hizo.
Recuperó su móvil del suelo del coche. Ojeó el mensaje y lo que leyó le dibujó una amplísima
sonrisa. Pensó que sólo había una mujer capaz de hacerle sonreír así. Y que por nada del mundo
podría permitirse perderla. Suspiró de felicidad. ¡Qué mujer!, pensó, ¡No me la merezco! Decidió seguir
Tanci | Lola
Biblioteca Africana – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes | Enero de 2015
3
el impulso que le dictó su corazón. El trabajo, la empresa, todas sus obligaciones podían esperar.
Había comprendido qué era lo realmente importante, y lo importante se llamaba Anabel. Ella estaría
esperándolo en casa. Ya iría a la oficina por la tarde, después de haber hecho el amor, después de
hacer nuevos planes, y de certificar que ella es la mujer de su vida, y él, el hombre que la hará feliz
siempre, más allá de lo que piense, diga o haga su familia o el resto del mundo. Miró por el espejo
retrovisor y giró el volante para cambiar de sentido y regresar a casa.
El camión que venía en sentido contrario intentó frenar. El camionero, a pesar de lo atento que
iba a la carretera, no pudo hacer más que lo que hizo por evitar el choque. Se ladeó a causa de la capa
de agua que cubría el asfalto. José Manuel también frenó pero supo un instante antes del impacto que
nada podía hacer por evitar colisionar con el enorme vehículo. Sólo pudo lanzar un grito instintivo, un
rugido nacido de sus entrañas. Una desesperada declaración de amor.
Gritó: ¡Anabel!
***
Anabel estaba feliz. Sabía que José Manuel, al ver el mensaje, no tardaría en contestar. A él
también le apetecerá repetir el viaje a Nueva York, porque también él había sido muy feliz durante
aquellos días. Se quitó la bata y se quedó desnuda frente al armario del vestidor. Ahora se veía
radiante. Creía que había hecho lo que debía hacer: olvidar su orgullo. Eligió cuidadosamente la ropa
interior que iba a ponerse, y otra vez parecía recibir la orden telepática de José Manuel sugiriéndole
que eligiera el rojo. El rojo era el color de los dos. El color de las grandes ocasiones. Y estaba
dispuesta a que ese día que había comenzado tan mal acabara estupendamente. Rojo,
definitivamente. Cogió el conjunto más bonito y caro que tenía y se lo puso frente al espejo.
Gustándose. Mirándose de frente y de perfil. Gesticulando sensualmente. Imaginando el encuentro con
su adorado marido. El momento en que él le quitaría la ropa para amarla una vez más. Como siempre.
Como nunca…
***
El coche estaba volcado sobre su techo en la carretera. Una rueda giraba lentamente alrededor de su
eje. La lluvia persistía. El camión no había volcado, ni siquiera se había salido de la carretera. El
camionero, que no había sufrido ni un rasguño, llamaba muy nervioso a los servicios de Urgencias a
través de su móvil.
José Manuel permanecía atrapado en el interior del coche. Estaba semiinconsciente. Sentía
dolor físico, pero, sobre todo, padecía una especie de dolor mental por no haber conseguido contestar
el mensaje de Anabel. Por no haber podido dar la vuelta y regresar a casa para reencontrarse con ella.
Definitivamente, ése no era su día. Lo había empezado con muy mal pie, y cuando lo intentó subsanar,
acababa por empeorarlo aún más. Había hecho una maniobra absurda, torpe, innecesaria. Lo había
hecho mal.
Tanci | Lola
Biblioteca Africana – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes | Enero de 2015
4
La sangre cubría gran parte de su cara. Podía percibir el líquido cálido y espeso. La visión
también se le había nublado. El color rojo empapaba todo, la lluvia parecía roja, la carretera, su mente,
el futuro…
Enseguida, sumergido en una especie de duermevela en la que se esforzó por permanecer
despierto, pudo escuchar ruidos de todo tipo. Sobre todo, un griterío pastoso entre el que podía
distinguir voces que le decían lo que debía hacer, cómo debía sentirse, voces que aconsejaban, que
pretendían tranquilizarlo. Cuanto más escuchaba estas voces, más certificaba que estaba en una
situación desesperada. Una situación crítica. Percibía que no podría permanecer más tiempo despierto.
¿Esto es morirse?, pensó.
Varias personas intentaron desaprisionarlo. Lo que consiguieron fue que ganara
temporalmente la batalla contra esta especie de sueño en la que parecía estar sumergiéndose. Creyó
ver a alguien cortando el cinturón de seguridad con una navaja y pinchando el airbag. Lo tocaron, lo
movieron intentando liberarlo. Sintió una especie de dolor general. No hubiera podido decir qué era lo
que le dolía. Le dolía todo y nada a la vez. Pero sentía mucho dolor. Insoportable. Quiso gritar pero fue
incapaz ya de emitir palabra alguna. Estaba perdiendo los sentidos. Tan sólo conservaba el oído. Pero
el griterío entremezclado de esos fantasmas que parecían moverse y hablar alrededor de su coche,
hacía indescifrables los sonidos.
El que parecía ser un guardia civil dio la orden de que nadie lo tocara ni lo moviera hasta que
llegara la ambulancia. La lluvia arreciaba como nunca hasta ese momento.
Coto se desbarrancó entonces por una cascada de ensoñaciones en las que las imágenes
que veía difusas y que se entremezclaron sin orden temporal alguno en un collage de momentos de su
vida pasada.
Una ráfaga de luz le trajo un recuerdo de la feria en la que conoció a Anabel. Una feria
industrial en la que las empresas del grupo Núñez-Gamboa se presentaron como grupo puntero. Ella
trabajaba llevando el servicio del catering del encuentro. Era, sin duda alguna, la mujer más bella que
había en todo el recinto.
- ¿Una copa de vino, señor? - dijo Anabel con esa sonrisa honesta, cristalina, que maravilló a
José Manuel desde el principio.
Antes de poder contestar, José Manuel tuvo que carraspear, buscar las palabras, recuperarse
de la impresión que le produjo la visión de esa mujer. Parecía que le hubiera hecho la pregunta de su
vida, y sólo le había ofrecido una copa de vino.
- Eeehhh... -balbució el poderoso empresario.
- Es simple, sólo tiene dos opciones: tinto o blanco.
- Sí, parece una elección fácil -dijo finalmente José Manuel.
- Y me da a mí que usted prefiere el tinto -dijo con todo el desparpajo del mundo la bella
muchacha.
Tanci | Lola
Biblioteca Africana – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes | Enero de 2015
5
-Tinto... sí, tinto, claro... -contestó intentando no parecer un pelele en manos de los ojos más
bellos que jamás había visto.
Si la mujer le hubiera sugerido blanco, también habría asentido. Y lo mismo si le hubiese dicho
verde, o azul.
- Tenga -dijo tendiéndole la copa - es riquísimo.
-¿No habrá bebido usted en horas de servicio, no? -dijo José Manuel sonriente y pícaro.
- Siempre pruebo los productos que ofrezco, señor -contestó ella con mucha desenvoltura.
Ante esa respuesta, José Manuel no pudo más que sonreír relajadamente. Le encantó esa
mujer. Segura de sí misma, sin complejos, simpática, y bellísima...
Esta imagen dio lugar a otra, con la que se mezcló en un fundido imposible de explicar...
Ella y él estaban ahora en el interior de una antigua ermita. La ermita estaba abarrotada de
gente. Pensó entonces en eso que dicen, que momentos antes de morir ves pasar tu vida en una
sucesión de imágenes delante de tus ojos. ¿Moriría cuando las imágenes dejaran de sucederse?,
pensó. Y también pensó que no le importaría hacerlo si en lo último en que pensaba era en aquello.
- ¿Aceptas por esposa a Anabel...? -preguntó el sacerdote de la ermita.
Recordó la alegría con que dijo ese ¡Sí! Claro que sí, para siempre...
José Manuel sintió entonces otra punzada de dolor. El recuerdo preciso del momento en el
que surgió el mote de Coto. Pudo volver a verlo claramente. Ella, risueña, explicándole que su familia
levantaba alambradas en torno a él.
- Como si fueras un coto cerrado… -dijo ella.
- ¿Un coto? -dijo José Manuel.
- Sí, un coto.
José Manuel sonrió entonces, y creyó volver a sonreír en ese momento en el que se le estaba
yendo la vida. Entonces, ella había sentenciado:
- A partir de ahora, te llamaré Coto.
Juntos rieron ante la ocurrencia.
Las risas se difuminaron. Se mezclaron con la nueva oleada de ensoñaciones que padeció José
Manuel, mientras se desangraba en su coche.
Vio una carita. Era un pequeño de sólo un año. Venía de la mano de su madre. Su madre era
Anabel. Hacía sólo unos días que habían comenzado a salir, pero ella sintió que ya era momento de
que conociera a su hijo. Su hijo Daniel. Enseguida se encariñó con el niño. Tenía la misma mirada
vivaz y sincera de su madre. Ese mismo día supo que lo querría como se quiere a un hijo propio.
La lluvia, las lágrimas, la sangre, todo se mezcló y se derritió, como si le hubiesen acercado la
llama de una vela. Las imágenes del collage se retorcieron y deformaron. Todas ellas ahora
conformaban una masa imposible de distinguir. José Manuel sintió que su cabeza se vaciaba. Creyó
encaminarse hacia la nada. Hacia el final.
Tanci | Lola
Biblioteca Africana – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes | Enero de 2015
6
Las ensoñaciones se interrumpieron bruscamente, como si un interruptor hubiera decidido que
había llegado el momento de apagarlo todo. No perdió el conocimiento por completo, pero su mirada
estaba perdida, no respondía a los estímulos.
Sanitarios y bomberos asistieron a José Manuel. El ruido de la radial con que serraron la luna
delantera del vehículo era atronador. Pero él parecía ya sordo. No escuchaba ni los latidos de su propio
corazón. Consiguieron sacarlo con gran esfuerzo y habilidad del receptáculo del coche por el hueco
que acababan de hacer. Lo tumbaron sobre una camilla dispuesta en el asfalto. Le colocaron un
collarín. Le insuflaron aire a través de una mascarilla de oxígeno. Las miradas de quienes lo atendían,
a pesar de tratarse de personal curtido en cientos de accidentes -o tal vez justamente por eso, porque
sabían calibrar de un vistazo la gravedad de las posibles secuelas-, era sombría: se temían lo peor.
José Manuel apenas parpadeaba imperceptiblemente. Las pupilas se movían sin criterio bajo
los párpados que parecían anunciar que en breve se cerrarían para siempre. Decidieron trasladarlo a
un hospital y no al centro ambulatorio más cercano, porque allí tal vez pudieran hacer algo por salvarle
la vida, mientras que en el ambulatorio no tardarían en certificar su muerte.
- ¡Al hospital Núñez-Gamboa, ya mismo! -ordenó el jefe médico.
***
Además de la ropa íntima de color rojo, Anabel también eligió el vestido de ese mismo color,
ese vestido que tanto le gustaba a José Manuel. El cabello aún no se le había secado del todo -verla
así encendía a José Manuel-, estaba radiante. Radiante es una palabra que no alcanza a hacer justicia
al estado en que se encontraba ahora Anabel al echarse una última mirada ante el espejo. Giró sobre
sí misma y el vuelo vaporoso del vestido le permitió ver casi la totalidad de sus preciosas piernas.
Se dirigió hacia la puerta al tiempo que descolgó su bolso del perchero junto a la entrada.
Estaba feliz, completamente olvidada del enfado. Nuevamente su sonrisa, otra vez sus pensamientos
placenteros. Habían vuelto a su mente los planes para satisfacer a Coto y, así, sentirse también ella
satisfecha.
Justo en el momento en que iba a cerrar la puerta desde el pasillo exterior, sonó el teléfono
fijo. Ya estaba fuera, pero, por un momento, estuvo a punto de volver a entrar a la casa para coger la
llamada. Pero enseguida pensó que Coto nunca llama al fijo, y no le interesaba atender otra llamada
más que la de su hombre. Ya la llamarían al móvil si fuera medianamente importante. Así es que
decidió no atender. Cerró la puerta y se encaminó como si flotara hasta el ascensor.
***
Durante el traslado en la ambulancia, repentinamente, a Coto se le abrieron los ojos
completamente. Médico y asistente se sorprendieron gratamente. Ambos lo animaron a que
permaneciera con los ojos abiertos, a que no los cerrara por nada del mundo. Los facultativos se
sorprendieron más aún cuando a Coto se le dibujó una inmensa sonrisa.
Los sanitarios se miraron con extrañeza.
Tanci | Lola
Biblioteca Africana – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes | Enero de 2015
7
De repente se le borró la sonrisa. El indicador del monitor al que estaba conectado cambió
rápidamente el ritmo de los pitidos. Se oyó un pitido prolongado. El médico gritó entre enfadado y
frustrado la noticia que tanto temían:
- ¡Mierda: ha entrado en coma!
Tanci | Lola
Biblioteca Africana – Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes | Enero de 2015
8
Descargar