UNA INTRODUCCIÓN A LACAN Pablo Cazau* 1. ¿PORQUÉ ES TAN DIFÍCIL LACAN? .......................................................................2 2. LO REAL, LO IMAGINARIO Y LO SIMBÓLICO.........................................................8 3. NECESIDAD, DEMANDA Y DESEO.........................................................................26 4. EN TORNO A LA FASE DEL ESPEJO.....................................................................37 5. EL EDIPO EN LACAN...............................................................................................53 6. LENGUAJE E INCONCIENTE...................................................................................64 Referencias bibliográficas...........................................................................................86 Buenos Aires, Junio 2006 * Pablo Cazau. Licenciado en Psicología y Profesor de Enseñanza Media y Superior en Psicología (UBA). UNA INTRODUCCIÓN A LACAN Pablo Cazau El presente texto intenta exponer en la forma más didáctica posible algunos de los principales temas del pensamiento lacaniano, articulándolos en seis puntos clave. En “¿Porqué es tan difícil Lacan?” se plantea que el psicoanalista francés es tan famoso por sus teorías como por la complejidad de su lenguaje. Su lema parece ser '¿porqué hacer las cosas fáciles, cuando pueden ser difíciles?'. Más allá de la verdad o falsedad de sus teorías, se intentará comprender las razones de esta actitud. En “Lo real, lo imaginario y lo simbólico” se exponen los Se trata de tres puntos de vista desde los cuales es posible empezar a entender cualquier experiencia humana. Conceptos fundamentales en la teoría de Lacan, no pueden ser comprendidos cabalmente más que a través de una mutua articulación, donde cada uno adquiere su sentido en función de los otros. En “Necesidad, demanda y deseo”, se desarrolla como Jacques Lacan ha explorado el concepto freudiano de deseo, y lo ha diferenciado de la necesidad y de la demanda. Partiendo de algunas ideas del psicoanalista francés, se intenta una reflexión acerca de estas tres modalidades de la falta y de sus mutuas relaciones. En “En torno a la fase del espejo” se explica como entre los 6 y los 18 meses de vida se produce en el niño un acontecimiento genético fundamental: la constitución del primer esbozo del yo a través de la identificación con su propia imagen especular. Este momento evolutivo y el complejo de Edipo constituirán, para Lacan, dos hitos centrales en el desarrollo del psiquismo, cuyas vicisitudes habrán de contribuir a definir su estructuración sana o enferma. En “El Edipo en Lacan” se indaga como la interpretación lacaniana describe el complejo de Edipo en tres tiempos, y las alternativas de este acontecimiento fundamental en la estructuración de la personalidad, poniendo el énfasis en el falo como elemento organizador de la triada hijo-madre-padre. Finalmente, en “Lenguaje e inconciente” se plantea a Lacan tomando el concepto de inconciente de Freud y el de lenguaje de Saussure, se muestra como los compara, y establece una de las hipótesis más importantes de su pensamiento: "el inconciente 1 está estructurado como un lenguaje". En esta última parte se examina esta hipótesis desde una perspectiva que intenta clarificarla y examinar sus implicancias. Este artículo fue originalmente escrito en 1997, y es presentado aquí con algunas ligeras modificaciones y actualizaciones bibliográficas. 1. ¿PORQUÉ ES TAN DIFÍCIL LACAN? 1. Sobre franceses y anglosajones En oposición a los autores ingleses y norteamericanos, en general los franceses parecen deleitarse en el lenguaje oscuro y metafórico, como si estuviesen manteniendo un romance secreto con sus conceptos. ¡Y nada menos que en el país de Descartes, el rey de la claridad y la sencillez! El inspirador de la filosofía moderna es uno de los pocos pensadores que pueden leer, en efecto, los profanos, y sin demasiado esfuerzo. En Francia, en general los psicoanalistas leen asiduamente lo que escriben sus colegas ingleses, pero estos no leen a los franceses con la misma frecuencia y el mismo interés que debiera esperarse del ejercicio de la reciprocidad. Y es que su sentido de lo práctico les impide gastar el tiempo en descifrar lo indescifrable. Tal es la situación en en hemisferio norte, pero, ¿qué decir de Argentina? La historia del interés por el psicoanálisis en la Argentina podría sobresimplificarse dividiéndola en dos etapas: una primera etapa kleiniana, y una segunda etapa lacaniana, actual. Varias décadas atrás todo el mundo era, en nuestro país, kleiniano, probablemente porque todos estaban haciendo su primer contacto con el psicoanálisis y lo que buscaban era una maestra que explicara claramente conceptos hasta entonces desconocidos. De alguna manera, se estaban cumpliendo las primeras dos etapas de todo aprendizaje: escuchar y comprender. Luego vino Lacan y toda la escuela francesa, que proveyó a nuestros intelectuales la oportunidad de cumplir las dos últimas etapas del aprendizaje: criticar y crear. Para criticar hay que desestructurar el discurso, para crear también, y para ello se sacrifica la claridad, que vendrá recién más adelante cuando vayan apareciendo los compiladores y los resumidores de Lacan. 2 Tómense algunos artículos lacanianos. En general, aunque hay excepciones, se nota una absoluta falta de preocupación por si el lector entenderá o no lo que lee. Lo importante parece ser la intención de construir un lenguaje hermético y abigarrado que sumerja en el estupor al desprevenido lector que, viniendo de otros horizontes, quiere ingenuamente enterarse del pensamiento de Lacan. Tampoco se trata de hacer una apología de la claridad, tan imprescindible como la oscuridad en la dialéctica de la construcción del conocimiento: si un concepto se torna claro es porque proviene de la oscuridad. Si el concepto subsiste claro queda congelado, muere, por lo que debe empezar a ser cuestionado y sumergirse nuevamente en la oscuridad. Claridad o sencillez no es lo mismo que verdad, del mismo modo que complejidad no es falsedad. La claridad es una ilusión útil: esconde toda la complejidad que tienen las ideas, pero es una importante condición para que el conocimiento sea transmitido... y para poder aprobar un examen. Jacques Lacan tiene algunos textos bastante claros, y algunos profesores que enseñan su doctrina también lo son, afortunadamente. Sin embargo, otros muchos artículos de Lacan son difíciles de entender, y muchos de los seguidores del psicoanalista francés, tal vez por haberse identificado patológicamente con su maestro, dan sus clases en un lenguaje hermético como si fuera una diversión plantear enigmas y adivinanzas a sus alumnos. Algunos le echan la culpa sólo a los discípulos para mantener intacta la figura algo idealizada del maestro. Tal el caso de la Dra. Bolotin, que fuera invitada por Lacan a Paris, quien afirma sin vacilar que el problema aparece cuando ciertos discípulos de Lacan transforman su discurso haciéndolo hermético. Y luego agrega: "esta es una de las dificultades que hacen trastabillar su transmisión, así como la aparición de grupos donde ganaron terreno interpretaciones diferentes de los fines de Lacan" (Bolotin, 1991). Estos comentarios me hacen acordar un cartel que hace mucho aparecía en los programas de Tato Bores: "No se queje del espejo el que tiene la cara fea", lo cual significa que, si los discípulos de Lacan hacen el discurso hermético, debe ser porque también es complicado el discurso del maestro. Por supuesto que nunca falta por ejemplo un Mario Bunge que va a extremar las críticas contra el lenguaje lacaniano. Incluso a quienes siguen esta línea de pensamiento llega a llamarlos "charlacanes", en alusión al carácter presuntamente especulativo y vacío de sentido de su discurso. Crítica improcedente: no hay que 3 confundir texto difícil con texto vacío de sentido, como lo demuestra por ejemplo la "Crítica de la razón pura" de Kant. Usted me podrá decir: bueno, algo de cierto hay en esto, Lacan es bastante difícil, es lo más opuesto que hay al ideal de claridad y distinción del cartesianismo. Es verdad, pero... 2. Descartes y Lacan Sin embargo, Lacan es lo más cartesiano que pueda haber, y trataré de explicárselo. En la historia de la filosofía encontramos dos racionalismos importantes: el clásico de los griegos y el moderno de Descartes. Ambos destacan la razón como herramienta básica para conocer, pero hay una diferencia gruesa. Los racionalistas clásicos planteaban sus teorías con una seguridad asombrosa: "el mundo está hecho así y punto". Teorías basadas en la certeza se multiplicaron por docenas, y cada nuevo filósofo venía con una nueva, tan racional y tan segura como la anterior. Descartes contempló este panorama histórico, y vio también que detrás de las teorías ciertas aparecían las críticas contra estas teorías, tan 'racionales' como ellas. Y ahí estaban Aristóteles criticando la teoría platónica de los dos mundos, y Copérnico criticando la teoría geocéntrica de Ptolomeo, etc. etc. Descartes concluye entonces que de acuerdo a la historia del pensamiento, primero aparecen las certezas y después las dudas, las críticas, muchas tan lícitas como las teorías criticadas. Por tanto, ningún conocimiento es seguro, y entonces lo que hay que hacer es primero empezar dudando de todo conocimiento, y, desde allí, llegar con seguridad a una certeza. Con Descartes se produce entonces un viraje de 180 grados. Antes de Descartes de las certezas se pasaba a las dudas, y con Descartes de la duda se pasa a la certeza. O para decirlo de otra forma: antes de Descartes 'certeza' era un adjetivo (tal o cual teoría es 'cierta'), pero con el cartesianismo 'certeza' pasó a ser motivo de estudio, pasó a ser un sustantivo (la 'certeza' es ilusoria, la 'certeza' significa ante todo estar seguro que estar dudando, etc.). La auténtica actitud racional dejó de ser la certeza y pasó a ser la duda. A lo mejor si psicoanalizáramos a Descartes podríamos encontrar alguna razón de esta manía de dudar. Sabemos que Descartes tenía una cierta inclinación paranoica y estaba convencido que lo perseguían, razón por la cual cambiaba frecuentemente de domicilio. Probablemente le resultaba insoportable esta certeza de que lo seguían, y buscó alivio en la duda ('bueno, a lo mejor no me persiguen, no sé'). 4 Además Descartes no se casó, quizá debido a que dudaba mucho. Lacan es cartesiano en el sentido expuesto. En sus textos aparece varias veces la idea de que todo lo que dice son cosas que están en el aire, que pueden ser ciertas o no. En una parte dice por ejemplo "Yo siempre hablo de la verdad, no toda, porque a eso no se llega", y en este sentido seguía fielmente a Freud, cuando éste dijo una vez que la verdad es como el alcohol: no existe 100x100 puro. Ambos psicoanalistas parecen entonces haber retomado la hipótesis del genio maligno de Descartes (alguien nos puso una inteligencia que nos engaña permanentemente). Todo esto nos parece bárbaro: nadie puede hoy en día sostener que uno y sólo uno tiene toda la verdad, o que nuestra teoría es totalmente 'cierta'. Pero, como decíamos, hay algo en lo cual Descartes y Lacan no coinciden: uno es claro y distinto, y el otro vago y ambiguo. El 'Discurso del método' es fácil de leer. Los 'Escritos' no. 3. ¿Porqué es difícil Lacan? Se nos ocurren al menos tres posibles respuestas: a) Lacan se hace el difícil con el inconfeso fin de seducir a sus lectores con el misterio. De esta cuestión habló largo y tendido Bachelard, por ejemplo, cuando explica la enorme fascinación que ejerce lo misterioso y como ello obstaculiza el avance del espíritu científico (Bachelard, 1981). b) Lacan habla en difícil porque su misma teoría es compleja. Es lo que pasa por ejemplo con la teoría de la relatividad de Einstein. Sin embargo, este último afirma que la mayoría de los conceptos fundamentales de la relatividad son perfectamente entendibles por la mayoría de los profanos, lo cual nos lleva a considerar que la profundidad en las ideas no tiene porqué ir siempre acompañada de la complejidad en la exposición. Simplicidad y profundidad en el mismo texto son conciliables, como lo demuestran por ejemplo las 'versiones para profanos' de la mecánica newtoniana o la ética kantiana, que Newton y Kant se tomaron la molestia de escribir para hacerse entender por el común de los mortales. c) La tercera respuesta nos la suministra Fages cuando, al referirse al barroquismo lacaniano dice que este peculiar estilo "respondería, en última instancia, a la estructura del inconciente. Si este se halla estructurado como un lenguaje cuyas figuras decisivas (metáfora y metonimia) son juegos semánticos, el discurso sobre el inconciente deberá ser un vasto tejido retórico" (Fages, 1989). En otras palabras, si Lacan hablase de manera clara y distinta sería sospechoso de 5 introducir mecanismos de elaboración secundaria que disfrazarían aún más los contenidos del inconciente. Si, como dice Fagés, el discurso mismo de Lacan expresa el inconciente, entonces como toda manifestación del inconciente se puede interpretar, y además interpretar de diferentes maneras, del mismo modo que varias psicoanalistas darán interpretaciones distintas del mismo paciente. Y el hecho de que haya varias interpretaciones distintas ello no significa que una sea verdadera y las demás falsas. Con este estado de cosas, entonces, las interpretaciones sobre lo que dice Lacan pueden multiplicarse hasta el infinito y, como nadie puede 'tener la verdad total', cada interpretación podrá mostrar una parte de la cuestión, aunque no toda. Esto me recuerda las cosas que decía Peter Sellers en la película 'Desde el jardín'. El hablaba en forma muy sencilla sobre cómo había que cuidar un jardín, pero sus interlocutores interpretaban esas palabras desde otra óptica, a saber, veían metáforas acerca de la conducción de la política y la economía. Conclusión: si alguien que habla en forma muy sencilla puede ser interpretado en otros sentidos, con más razón ocurrirá esto último si otro alguien, como Lacan, habla en lenguaje difícil. 'No escribo para todo el mundo ni hablo para los idiotas', se justificaba Lacan, con lo cual sólo consiguió que se multiplicaran diferentes interpretaciones de su pensamiento, traicionando de esta manera el propio ideal que él mísmo se había impuesto de 'ser fiel a Freud' y combatir todos aquellos que tergiversaron su pensamiento sobre el inconciente. El 'retorno a Freud' quedaba así abortado. Recordemos que 'el retorno a Freud' es una conocida muletilla mediante la cual Jacques Lacan dice que su obra intenta compensar las desviaciones que sufrió el pensamiento psicoanalítico original por obra y gracia de ciertos comentaristas, investigadores y traductores que, a su juicio, no supieron leer a Freud. No en vano los seminarios de Lacan se llaman así. Tal como lo indica su etimología, un seminario es un desparramo simbólico de semen, vale decir, son semillas que el profesor arroja a sus alumnos para que sobre esa tierra -muchas veces fértil- crezcan nuevas ideasseres. Un seminario lanza ideas, sugiere planteos, admite interpretaciones. W. Baranger insiste en esta cuestión cuando dice que "ningún escrito de Lacan puede ser resumido, y su grado de densidad es tal que cualquier comentario debe multiplicar varias veces la extensión del texto" (Baranger, 1981). 6 Fuera del hecho que el psicoanalista mencionado parece considerar como mutuamente excluyentes el resumen y el comentario, tiene no obstante su parte de razón: el lenguaje de Lacan, al ser puro significante (como corresponde al lenguaje del inconciente), son formas vacías que pueden ser llenadas con muchos contenidos diferentes; son palabras y más palabras que pueden ser interpretadas de muchas formas distintas. Pero ojo: no son palabras vacías en el sentido de Bunge (palabras que no significan nada) sino en el sentido freudiano (palabras que pueden significar muchas cosas, que son un molde para muchos contenidos distintos). 4. Una reivindicación Lo dicho no significa que Lacan sea un charlatán o que sus teorías no sirvan para nada. Al contrario, valoramos el pensamiento fructífero de este hombre muy inteligente y su aporte a la comprensión del psiquismo humano, del mismo modo como por ejemplo también fue valorado el aporte de J. Watson en su época. Según Althusser (1988), Lacan ha restituido el valor científico del psicoanálisis cuando vuelve al Freud maduro, es decir, a una teoría psicoanalítica consolidada con un objeto de estudio definido, el inconciente. Refiere el mismo autor que entonces, al tener un objeto propio, el psicoanálisis debe ser deslindado de otras disciplinas. Muchos psicoanalistas consintieron en mistificar el psicoanálisis permitiendo (para poder ellos ser aceptados en la comunidad científica) su anexión a otras disciplinas ya consagradas por la razón occidental y que van desde la neurobiología al existencialismo. Pero estos mismos psicoanalistas no comprendieron que dicha anexión implicaba una extensión ilícita, pues el psicoanálisis tiene su objeto propio. Lacan defiende esta irreductibilidad del psicoanálisis a otras ciencias o teorías, y por ello propone delimitar con mayor precisión su objeto de estudio: el inconciente y sus leyes. En estas líneas solamente hemos procurado dos cosas: a) aclarar porqué su discurso resulta difícil de entender, y b) concluir, sobre la base de esta primera consideración que, antes que sigan multiplicándose los comentarios y las interpretaciones sobre el texto de Lacan hasta el infinito, ya es hora que demos un poco marcha atrás y empecemos a aclarar (que no es lo mismo que simplificar) y a resumir Lacan, buscando condensar su pensamiento. Al fin y al cabo, esta clarificación será una interpretación más del pensamiento lacaniano. Además, la historia del pensamiento 7 demuestra que largas obras e interminables comentarios de famosos autores terminan transformándose con el tiempo en síntesis de su pensamiento (por ejemplo las teorías de Darwin hoy se condensan en 4 o 5 páginas), cuando no en calladas notas marginales. 2. LO REAL, LO IMAGINARIO Y LO SIMBÓLICO Hagamos un tímido acercamiento a los registros de lo real, lo imaginario y lo simbólico, un tema inagotable que fuera desarrollado por numerosos autores desde épocas inmemoriales, hasta que Jacques Lacan le dio una nueva vuelta de tuerca. Y lo examinaremos aquí desde esta última perspectiva en la forma más clara y sistemática que nos sea posible, tomándonos la licencia de introducir algunos comentarios y reflexiones que, pensamos, contribuirán a profundizar tan densa cuestión. 1. Los tres registros Lo real, lo imaginario y lo simbólico son conceptos centrales en la teoría lacaniana, a punto tal que Miller propuso dividir la enseñanza y la obra de Lacan en tres grandes periodos, según haya se haya puesto el acento en unos u otros conceptos: a) Hasta 1953, el interés de Lacan va a estar centrado en lo imaginario. En este periodo aparece un artículo fundamental sobre la fase del espejo. b) Desde 1953 hasta 1974, cuando Lacan analiza la experiencia humana sobre todo a partir de su dimensión simbólica. c) A partir de 1974, el psicoanalista francés se centrará especialmente en lo real. No creo que este ordenamiento en los intereses de Lacan haya sido casual, y sin pretender psicoanalizar su obra, la secuencia parece reeditar las etapas por las cuales suelen pasar las experiencias humanas, como por ejemplo el emparejamiento: al principio es todo fantasía, después viene la sujeción a un orden universal: casarse, tener hijos, ejercer y transmitir la autoridad, etc. Finalmente y ya cerca de la vejez empieza a predominar la cruda realidad, cuya telón final será la muerte. Pero no especulemos tanto y vayamos a nuestro tema de hoy. Jacques Lacan parte de una idea importante, cuando dice que toda experiencia humana puede ser comprendida a partir de tres puntos de vista íntimamente vinculados entre sí: el punto de vista real, el imaginario y el simbólico, y que en las traducciones aparecen con el nombre de registros. 'Registrar' significa entre otras cosas inscribir un suceso en un texto. Cuando del barco se baja un container esto queda registrado en el libro de la 8 aduana: "En tal fecha se bajó el container número tal". Cuando Lacan emplea este término, es probable que haga referencia a que lo real, lo imaginario y lo simbólico son tres formas en que pueden quedar registrados o inscriptos ciertos sucesos en nuestro psiquismo, transformándose en 'experiencias'. Es como si un mismo suceso, por ejemplo un sueño, quedara registrado, en principio, de tres formas distintas en el psiquismo: realmente, imaginariamente, simbólicamente, dando así lugar a tres modalidades diferentes de experiencias. Lacan señalará: "nada puede comprenderse de la técnica y la experiencia freudianas sin estos tres sistemas de referencia" (Lacan, La tópica de lo imaginario). Comencemos por describir lo real. La realidad y lo real Lo real es uno de los conceptos más enigmáticos en la obra de Lacan, sobre todo porque este autor hace interpretaciones diferentes del mismo en distintos artículos. Incluso hay autores que han identificado por lo menos tres versiones distintas de lo real. Por ejemplo autores como Helman (1994, 1994a) y Harari (1989) distinguen lo real como lo imposible, lo real como lo que no cesa de inscribirse (en relación con la represión primaria), y lo real como la Letra (en relación con la represión secundaria). Aquí consideraremos especialmente una de las versiones, que es por otro lado la que más suele difundirse: lo real como lo imposible, pero también haremos una breve referencia a las otras dos. Lo primero que hace Lacan es aclararnos que lo real no es lo mismo que lo que habitualmente entendemos por realidad, pues esta última siempre está impregnada de lo imaginario. Vamos a explicarlo del siguiente modo. Es indudable que conocemos cosas, sea cual fuere para nosotros el significado de conocer. Conocemos objetos, conocemos personas, conocemos a nuestros padres, y hasta nos conocemos a nosotros mismos, como cuando alguien dice "Me conozco y sé como reaccionaría en una situación así". Este orden en los elementos mencionados: objetos, personas, padres, nosotros mismos, tiene su porqué, en cuanto hay cada vez mayor 'distorsión' en el conocimiento de cada uno. Empecemos con un objeto, como puede ser una estrella. Decimos que la conocemos porque observamos su posición, su brillo, y hasta su velocidad y su composición química, si acaso contáramos con los instrumentos adecuados. Pero en rigor, no conocemos la estrella tal cual es: solamente tenemos una imagen de ella, que es la 9 que nos llega por la vista directa o por el telescopio. Incluso más, la estrella que estamos viendo ya no existe, habida cuenta del tiempo que tarda en llegar su luz en llegar hasta nosotros. Por ejemplo, Alfa-Centauris se encuentra a cuatro-años luz, lo que significa que su imagen tarda cuatro años en llegar a nosotros, lo que a su vez significa que estamos viendo esta estrella como fue hace cuatro años, no como es ahora. Ni siquiera podemos decir que conocemos tal cual es un objeto mucho más cotidiano como una piedra: sólo tenemos una imagen de ella, aunque más no sea porque estamos viéndola desde una determinada perspectiva, no desde todas en forma simultánea. Y tampoco estamos viendo su interior. La realidad es la piedra que estamos viendo, que no tiene nada que ver con lo real, la piedra tal cual ella es. Otro ejemplo: no es lo mismo la rosa que percibimos que la rosa real. De la rosa estamos viendo sólo una de sus múltiples perspectivas, esto es, estamos viendo una parte de la rosa, que no es lo mismo que la rosa real, completa. Cuando se sustituye la rosa real por nuestra imagen de la rosa se pierde algo de ella; cuando sustituimos nuestra imagen de la rosa por la idea correspondiente se pierde otro tanto, y finalmente cuando reemplazamos la idea de rosa por el nombre de la rosa, se habrá perdido todo. Algo similar a lo que pasa con las personas. Kant había introducido una distinción entre el 'nóumeno' y el 'fenómeno': el nóumeno era la realidad tal cual es, en sí, mientras que el fenómeno es la realidad tal cual se nos presenta, es decir, la apariencia o la forma de mostrarse el nóumeno. Tenemos acceso solamente al fenómeno, pero no al nóumeno, porque nadie puede en principio, con el solo auxilio de la Razón Pura kantiana, conocer la realidad tal cual es. Similares distinciones establecerá Lacan, quien parte del supuesto de que la realidad tal cual es incognoscible. A esta realidad que no podemos ni remotamente conocer, Lacan la llamará "lo real". Por supuesto que en este punto podemos preguntarnos como sabemos que existe lo real, si no podemos conocerlo. Walt Disney decía: "No podemos hacer fantasías basadas en lo real, si no conocemos antes lo real", pero resulta que no real no se puede conocer, y aquí Disney se refería a la realidad cotidiana. Pero no entraremos aquí en reflexiones filosóficas sobre la realidad, y atenderemos solamente su aspecto psicológico y psicoanalítico. Para ir sintetizando, definiremos lo real, de acuerdo con Lacan, como aquello que es imposible de conocer, y donde imposible de conocer significa que es imposible de 10 imaginar o de simbolizar (o conceptualizar), es decir, lo que no podemos representar ni mediante imágenes ni mediante símbolos. Desde ya que podemos representarnos cosas con imágenes o símbolos, pero lo representado no será jamás lo real. Lo imaginario y lo simbólico son entonces acercamientos a lo real, pero sin llegar a alcanzarlo nunca. Tres versiones sobre lo real.- Sigmund Freud distinguía una realidad exterior de una realidad interna o realidad psíquica. En particular, se había referido a ciertas experiencias traumáticas que no habían sucedido realmente sino que habían sido imaginadas o fantaseadas pero que, a pesar de ello, ejercían la misma influencia sobre el psiquismo que si hubiesen acontecido realmente. Una conclusión que podemos sacar es: sobre el psiquismo influye tanto la realidad exterior (por ejemplo cómo actúan los padres con el niño) como la realidad interna o psíquica (por ejemplo las situaciones traumáticas fantaseadas). Lo que Lacan llama lo real abarcará todas estas dimensiones de la realidad. Esquemáticamente, la llamada realidad exterior tiene que ver con el primer sentido de lo real, y la realidad psíquica con los dos últimos sentidos de lo real. Estos tres sentidos son los siguientes: a) Un primer sentido puede verse en una dimensión clínica o en una epistemológica. Veamos esta última, vinculada particularmente con el conocimiento científico. Consecuentes con todo lo que venimos diciendo, podemos afirmar que tampoco el científico puede tener acceso a la realidad tal cual es; lo que hace es imaginársela mediante metáforas o modelos, y conceptualizarla mediante teorías. Lo real, referido aquí sobre todo a la realidad externa, es decir al universo, no sólo es lo desconocido sino además lo incognoscible, es aquello de lo cual no podemos tener ningún tipo de representación, salvo imaginaria o simbólica y por ende, nunca igual a lo real en sí. Por ejemplo el científico que vivía antes de la teoría de Newton tomaba contacto con una realidad: veía caer los cuerpos. Esto es la realidad tal como se nos aparece, no lo real, es decir es una imagen de lo real, de las muchas posibles imágenes que también puede haber (cuerpos que chocan, cuerpos que se dilatan, cuerpos que se desintegran, etc). Es una imagen que alcanza su máxima concreción en la escena donde Newton está sentado debajo del árbol y le cae una manzana en la cabeza. Sobre esta imagen, el físico inglés construye una conceptualización, basada en la ley de la gravedad. Esta conceptualización no es, sin embargo, lo real: todavía hoy los científicos se siguen preguntando qué es la gravedad. Decir que los cuerpos caen por 11 efecto de la ley de la gravedad es recurrir a una conceptualización, porque en verdad la caída de los cuerpos es el efecto de algo desconocido e incognoscible: lo real. Tomemos un segundo ejemplo. "2001 Odisea del Espacio" es una película de Stanley Kubrick que marca el comienzo de la ciencia-ficción actual en el cine. En una escena, el astronauta David Bowman ingresa en una dimensión absolutamente desconocida de la cual no podrá volver nunca. El espectador se queda un poco frustrado, lo mismo que el lector del libro de Arthur Clarke en que se basó la película, porque no le aclaran o explican qué fue lo que vio Bowman, salvo a través de imágenes aproximadas pero que no son convincentes. Clarke tenía aquí conciencia de haber hecho tomar contacto con lo real a su personaje, y por tanto no podía poner ni en imágenes ni en palabras exactamente lo que Bowman vio. Nuevamente: lo real es irrepresentable. b) Lo real como lo reprimido originariamente: Lo real es aquí el conjunto de representaciones que jamás podrán hacerse concientes. Lo real vuelve aquí también a ser lo imposible, y en este caso, lo imposible de irrumpir en la conciencia. Desde ya, esto no significa que estas representaciones no ejerzan su influencia en la vida de la persona. Una vez instalado lo reprimido primario u originario, empieza a funcionar como una bomba de succión: 'aspira' hacia el inconciente el nuevo material a reprimir, pero esto ya es la represión secundaria. De esta manera, la represión secundaria tiene lugar porque operan dos fuerzas: una que 'aspira' desde el inconciente, y otra que desde la conciencia 'empuja' hacia el inconciente. c) Lo real como lo reprimido secundariamente: Es el conjunto de representaciones reprimidas secundariamente y que sí pueden aflorar a la conciencia, aunque bajo formas sustitutivas, tales como actos fallidos, chistes, etc. En la medida en que aflora bajo formas sustitutivas no es, nuevamente, lo real tal cual. El acto fallido, el síntoma, etc. podrán ser interpretados pero esta simbolización no alcanza para acceder a lo real, aunque sí para la curación. Lacan relacionará especialmente lo imaginario y lo simbólico con las personas, más que con objetos inanimados, por lo que entraremos ahora en el territorio de lo imaginario y lo simbólico en relación con los 'otros'. Lo imaginario La cosa se complica un poco más, dijimos, cuando se trata no ya del conocimiento de un objeto como una estrella, sino del conocimiento de alguna persona: un compañero, 12 un colega, el vecino o el verdulero. Aquí, por tratarse de un semejante, nuestra subjetividad 'deforma' aún más nuestra perspectiva: tal vez nuestro colega sea un dechado de virtudes, pero lo vemos como lo peor de lo peor. Como dijo alguien alguna vez, un colega es una persona que hace el mismo trabajo que nosotros, a pesar de lo cual carece totalmente de talento. El abismo entre lo que es real y lo que imaginamos se acentúa todavía más cuando intentamos aprehender por ejemplo a nuestro padre o a nuestra madre, donde el compromiso subjetivo es aún mayor. Nadie nunca ve a su progenitor tal cual es: o lo ve más bueno, o más malo, o más honesto o más deshonesto, pero nunca tal cual es. Los hermanos, a pesar de tener al mismo padre, cada uno tiene su propia imagen de él, distinta a la del otro hermano. Un ejemplo típico de visión 'distorsionada' del otro es la imagen que tiene el neurótico de un perverso, o de alguna estrella de la televisión o modelo top que ha sido instituida como sexy. El o la neurótica tienen una imagen de la estrella recargada de sexualidad, y tienden a creer que es alguien que puede disfrutar del sexo en forma completa e indefinida, proyectando sobre ella lo que ellos mismos quisieran hacer y no pueden por la represión. Desde ya, se trata solamente de una imagen, porque la estrella o la modelo es un ser humano igual que los demás, que no disfruta ni más ni menos del sexo que el resto de los mortales. Lo que atrae o atrapa no es el actor o la actriz como ellos son, sino la imagen que construimos de ellos o que nos incitan a construir sobre la base de nuestras 'debilidades'. El ser humano tal cual es es algo ajeno, extraño a nosotros, que no nos interesa. Lo que nos es llamativo, lo que nos llama o convoca nuestra atención es el personaje imaginario pansexualizado: la persona real es lo ajeno y lo extraño. Chesterton decía que "la verdad tiene que ser forzosamente más extraña que la ficción, porque la ficción es una creación del espíritu humano, y afín, por consiguiente, a él" ¿Y qué decir cuando intentamos tener un conocimiento de nosotros mismos? Aquí la distorsión alcanza su punto culminante: creemos ser algo que en lo real no somos, y es a esto a lo que se refiere Lacan cuando dice que el Yo es el punto de máximo desconocimiento del sujeto. Un turista decía que él comía en el restaurante de la torre Eiffel porque era el único lugar donde no podía ver la torre Eiffel. El yo es el punto de máximo desconocimiento del sujeto, del mismo modo que el restaurante la torre Eiffel es el punto de máximo desconocimiento de la torre Eiffel. 13 ¿Alguien puede tener una visión totalmente objetiva de sí mísmo, y captarse tal cual es? De acuerdo al supuesto lacaniano de la inaccesibilidad de lo real, nadie puede tener semejante visión. Esto se explica, al menos en parte, porque el Yo se constituye sobre la base de nuestra imagen corporal, y a nuestro cuerpo lo captamos parcialmente y no en su real totalidad. Hay partes de él, por ejemplo, que nunca llegaremos a tocar, como por ejemplo el codo derecho con la mano derecha, y otras que nunca podremos ver, como nuestro nervio óptico en pleno funcionamiento. Podemos, sí, imaginarlo, pero no aprehenderlo tal como es. El compañero imaginario.- Tan imaginaria es la visión que tenemos de nuestros semejantes, que incluso puede carecer de existencia física. Los tangos no siempre son tristes, y uno de ellos se llama "Si no me engaña el corazón". Es el discurso de un hombre solitario pero esperanzado, que se imagina una mujer que aún no conoció. En una parte dice por ejemplo: "Ya sé como eres, y como es tu voz porque en mis sueños ya te imaginé; y así vivo soñando porque sé que alguna vez sonriendo te presentarás". En la vida cotidiana, he encontrado por lo menos dos casos de mujeres que habían conocido circunstancialmente hombres, y donde ya en las primeras conversaciones habían surgido en ellas expresiones del tipo "es como si hace mucho tiempo que te conociera". Este fenómeno, que no debe confundírselo con el 'deja vu', debemos entenderlo como que la mujer había construido la imagen de un personaje imaginario con determinadas cualidades positivas, y que pudo encarnarlo en alguien cuando vio que éste se asemejaba a aquel personaje. Nuestros personajes imaginarios nos acompañan siempre, aunque estemos solos, o tal vez precisamente por ello. Y son personajes porque no tienen apellido: a lo sumo son un rostro, una cualidad, un nombre, o un intercambio de palabras con él. A veces los imaginamos a nuestra izquierda, a veces a nuestra derecha, o a veces sobre nuestra cabeza como esas construcciones del imaginario religioso: los ángeles, con su positiva cualidad de protegernos. Otras veces son solamente un ojo o una boca (o mejor, una mirada o una voz), donde proyectamos las pulsiones escópicas o invocante, respectivamente, pero siempre se trata de un cuerpo humano, un fragmento 14 o alguna representación de él. Son miradas y voces que pueden estar censurándonos, vigilándonos o también admirándonos. Estos últimos, por ejemplo, aparecen inopinadamente cuando vamos a ver una película y los invitamos a ver el film que "nosotros hicimos" para que esos personajes imaginarios nos admiren, que es desde nuestra óptica, otra cualidad positiva. Y así como nos acompaña el personaje que no protege y el personaje que nos admira, está también el personaje que nos excita, y que aparece particularmente en las fantasías sexuales, sea que estemos o no en presencia de nuestra pareja. Este partenaire imaginario puede estar corporeizado en alguien conocido, o en un ilustre desconocido creado a imagen y semejanza de nuestros deseos, y con él podemos realizar en la fantasía las más increíbles hazañas sexuales o desafiar los patrones más rígidos de lo que se considera sexualidad normal. "Exagerar, decía Antonio Machado, no es mentir, porque es una modalidad de la fantasía". En suma, vivimos en un mundo poblado de seres imaginarios en donde proyectamos nuestros deseos y pulsiones, proyecciones que distorsionan el ser real en el cual se encarnarán. Lo simbólico Imaginémonos en la playa jugando con la arena húmeda. De repente, a partir de esa materia prima que es la arena se nos ocurre modelar un muñeco. Los muñecos que harán mis amigos serán distintos al mío y distintos entre sí, porque cada uno lo ha imaginado de manera diferente. De repente aparece otro niño con un molde de plástico, e inicia un juego nuevo: con su molde va a dejar una impronta en cada uno de los muñecos construidos imaginariamente, con lo cual la arena mojada original quedará totalmente moldeada y remoldeada, no obstante lo cual en el producto final sigue estando el moldeado plástico, el moldeado imaginario y la arena. Esta metáfora un poco infantil, intenta mostrar sólo muy aproximadamente como se van constituyendo los registros de los que hablamos. La materia prima original es el sujeto, y más específicamente el cuerpo del sujeto y corresponde a lo real. Querrámoslo o no formamos parte de lo real, como cualquier otro objeto que puebla el universo. Y así como el niño tiene la arena adelante y algo ha de hacer con ella, así nosotros nacemos con un cuerpo y algo haremos con él. El muñeco que construimos a 15 partir de lo real es lo imaginario, que se inaugura en la fase del espejo cuando aprehendemos nuestra imagen corporal identificándonos con ella. Si bien todos los niños atraviesan esta etapa, cada uno construirá de diferente manera esa entidad imaginaria llamada Yo. Y a medida que cada niño vaya identificándose con distintas personas y de diferentes maneras, más y más se irá distinguiendo del Yo de sus semejantes (y por eso todos los muñecos de la playa son distintos), pero al mismo tiempo más y más se alejará de lo real. El muñequito de arena moldeado en plástico sobre el muñeco imaginario corresponde a lo simbólico. Cada muñeco imaginario individual quedó marcado con este muñequito igual para todos, universal, y que es la cultura, transmitida a través del lenguaje. Así, lo imaginario es propio de cada sujeto, mientras lo simbólico es lo común a todos ellos, y deviene de la cultura donde han nacido. De hecho, el molde de plástico es un producto cultural, algo creado por el hombre para transmitirlo a todos los hombres. Pero la arena sigue estando, sólo que ha pasado al último plano, del mismo modo que lo real ha quedado oculto por lo imaginario y lo simbólico. En suma, nacemos con un cuerpo real, y parte de nuestro desarrollo psíquico normal consistirá en 'moldearlo' sobre la base de nuestra imagen especular en la fase del espejo, y luego sobre el modelo de la cultura en el complejo de Edipo. Y tan nuestros propios y personales consideramos estos moldeamientos que llegan a ser para nosotros lo verdadero, lo natural, cuando en realidad son una ficción imaginaria y una instancia artificial simbólica. ¿Es malo esto? No. Para Lacan forma parte del desarrollo normal del sujeto, tanto que lo imaginario y lo simbólico lo irán constituyendo intersubjetivamente y transubjetivamente, en forma respectiva. En este desarrollo podrán presentarse problemas que derivarán en algún trastorno mental. Señala Althusser (1988) que los momentos imaginario y simbólico están gobernados por una única ley, la Ley de lo Simbólico. El momento primero, imaginario, se lo ve como precediendo el orden simbólico, y es distinto a él pero forma parte de su misma dialéctica, de la dialéctica del orden humano, de la norma humana (normas de alimentación, higiene, comportamientos de aceptación o rechazo, etc, que son modalidades empíricas de ese orden constituyente). Muestra Lacan la eficacia del Orden, de la Ley que acecha desde antes de nacer a toda criatura humana, apoderándose de ella desde el primer grito y dándole su lugar y su rol, su obligado destino más allá de lo que una lectura superficial de Freud podría entender como una mera serie de etapas de acuerdo a qué zona erógena del cuerpo 16 predomine. Por ello los traumas, por caso, no deben ser entendidos como meras frustraciones biológicas, porque el Orden trasciende estos contenidos. El inconciente es el lugar donde cada ser busca su propio lugar incluso equivocándose hasta encontrarlo, y sometiendo a la prueba de lo Simbólico sus fantasmas imaginarios hasta ser primero un niño entre los adultos, y poseyendo luego el derecho a ser algún día ‘como papá’ (o sea un ser humano masculino) y teniendo una mujer (y no sólo una madre). Todo este drama se desarrolla y materializa en un lenguaje anteriormente formado, que en el Edipo se centra en el significante llamado ‘falo’ (insignia del Padre, del derecho, de la Ley). El lenguaje da la forma, y el contenido se va desarrollando experiencialmente sobre la base de aquella forma, aquel lenguaje (Althusser, 1988). 2. Articulación de los tres registros Hemos visto un poco separadamente lo real, lo imaginario y lo simbólico. Pero la comprensión de estos conceptos no puede alcanzarse si no los articulamos entre sí, y en la presente nota vamos a hacer tres articulaciones, o sea desde tres puntos de vista diferentes. a) Primero describiremos la metáfora del ramillete invertido, un esquema didáctico que permite empezar a darnos cuenta de la mutua relación entre los tres registros. b) Segundo, vamos a dar ejemplos concretos donde puedan aplicarse claramente los tres registros. c) Tercero, articularemos finalmente lo real, lo imaginario y lo simbólico no ya a partir de una metáfora didáctica ni de algunos ejemplos, sino a partir de un concepto teórico fundamental en Lacan: la falta. El ramillete invertido Lacan, en sus intentos por explicar la relación entre lo real, lo imaginario y lo simbólico, recurre a una conocida metáfora dentro de la óptica, que es la metáfora del ramillete invertido (Lacan, La tópica de lo imaginario). Originalmente, el tema del ramillete invertido es un simple truco que se basa en una ilusión óptica, y que está destinado a engañar o sorprender a alguien. Para prepararlo, frente a un espejo cóncavo colocamos una caja con un jarrón arriba, sólo que no ponemos dentro de él las flores sino aprisionadas en su base, de manera que éstas cuelguen hacia abajo, formando un ramillete invertido (ver esquema). Ahora llamamos a nuestra 'víctima' y le decimos que se coloque en una determinada posición (por ejemplo la que está indicada en el esquema en el lugar del ojo) y que mire. Lo que verá, si está situado en la posición adecuada, será un florero conteniendo 17 un un ramillete de flores en la posición normal. Sin adentrarnos en la explicación que da a este fenómeno la óptica geométrica, solamente tengamos presente que el florero que ve es real, que el ramillete que cuelga hacia abajo es real, y que el ramillete que el sujeto ve es un ramillete imaginario, pues se trata simplemente de una imagen formada por los rayos que se reflejan en el espejo. Ahora bien. Supongamos que disponemos los elementos del truco de otra manera: ponemos las flores reales paradas sobre la caja, y el florero real invertido pegado debajo de la caja. Si el ojo está siempre situado en la misma posición correcta, la ilusión producida será la misma: veremos flores dentro de un florero, sólo que en este último caso estaremos viendo el florero imaginario y las flores reales. Con el primer dispositivo (el del esquema adjunto) el ojo veía un mundo donde lo real (florero) puede situar lo imaginario (ramillete), y con el segundo dispositivo el ojo ve un mundo donde lo imaginario (florero) puede incluir y a la vez formular lo real. Como conclusión, Lacan saca la siguiente: si el ojo está situado en el lugar correcto se producirá la ilusión, y en cualquiera de los dos dispositivos el ojo podrá articular lo real con lo imaginario. La cuestión es: ¿cuál es ese lugar adecuado donde debe estar el ojo para que este efecto de ilusión se produzca? Desde el punto de vista de la óptica debe estar dentro de un cono. Si se sale del cono se pierde la ilusión y el sujeto verá "un pobre florero vacío y bien una flores desoladas", es decir verá las cosas tal como son, en su estado real. Por lo tanto, el ojo, estando en una determinada posición dentro del cono, puede articular lo real y lo imaginario. Esta peculiar situación del sujeto es, desde el punto de vista psicológico, el lugar de lo simbólico. Por lo tanto, lo simbólico permite articular lo real y lo imaginario, y estos dos últimos registros están a su vez articulados entre sí en la forma que hemos indicado. Es así que no puede pensarse un registro sin los otros dos. Incluso más: concebir uno solo de estos registros hace que la articulación entre los otros dos desaparezca, tal como sucede en el famoso nudo borromeo, un nudo que ata tres elementos y en el cual si desatamos uno se desatan automáticamente los otros dos. Esta triple coimplicancia hace que ningún registro sea más o menos importante que otro en la anatomía psíquica. La metáfora del ramillete invertido admite aún otras muchas comparaciones con lo psíquico (por ejemplo, el ramillete representa a los instintos, los deseos y sus objetos). Aquí no hemos limitado en marcar someramente su utilidad para destacar la íntima conexión de los tres registros. 18 Ejemplificaciones Los ejemplos que consideraremos aquí muy brevemente servirán más que nada para mostrar la irrelevancia de preguntas tales como ¿a qué registro pertenece el padre? o ¿a qué registro pertenece la castración?, o ¿a qué registro pertenecen los sueños? En verdad, cualquiera de esas cosas así como cualquier otra experiencia humana se comprende en base a una articulación de los tres registros, y no de uno solo. El padre.- Esquemáticamente pueden distinguirse un padre real, un padre imaginario y un padre simbólico. Resulta obvio que todos tenemos una imagen de nuestro padre que nunca coincide exactamente con lo que es, o sea con el padre real: o bien le estamos agregando algo, cuando lo idealizamos, o bien le estamos quitando algo cuando lo subestimamos. Al Padre simbólico suele designárselo con mayúsculas, más que nada porque el Padre simbólico no es ni un sujeto real ni una imagen: es una norma, una prescripción impuesta culturalmente, denominada Ley del Padre y vinculada con la prohibición del incesto. El Padre simbólico no es entonces ninguna persona, es incorpóreo, aunque puede encarnarse en alguna persona real o imaginaria: el padre biológico, la madre biológica, un hermano, un tutor, etc. Dice Lacan que "el padre es, en el Otro, el significante que representa la existencia del lugar de la cadena significante como ley" (Lacan J., Los tres tiempos del Edipo, página 202. Tomo V de El Seminario: las formaciones del inconciente). "El padre interviene en diversos planos. De entrada, prohíbe a la madre. Este es el fundamento, el principio del complejo de Edipo, Ahí es donde el padre está vinculado con la ley primordial de la interdicción del incesto. Es el padre, nos recuerdan, el encargado de representar esta interdicción. Es mediante toda su presencia, por sus efectos en el inconciente, como lleva a cabo la interdicción de la madre" (Lacan J, La metáfora paterna, página 173. Tomo V de El Seminario: las formaciones del inconciente). Así, en esa entidad llamada padre confluyen un aspecto real, uno imaginario y uno simbólico, por lo demás estrechamente interdependientes: así por ejemplo un padre real que castiga mucho a su hijo influirá sobre la formación de un padre imaginario terrorífico, más de lo que en realidad es. De idéntica forma, un padre real 'ausente' debilitará la formación de un Padre simbólico que impone la ley y vigila su 19 cumplimiento. O también, un padre que imaginariamente lo vemos benévolo poco contribuirá a encarnar en él a un Padre simbólico. El incesto.- Creo que podríamos distinguir entre un incesto consumado, un incesto fantaseado y un incesto prohibido, correspondientes en forma respectiva al orden de lo real, de lo imaginario y de lo simbólico. El incesto consumado es la efectiva realización carnal: el incesto se real-iza. No se trata de casos aislados, sino que ha llevado a convertirse en un importante problema social por su conexión con los delitos sexuales. Cuando hablamos de incesto consumado hablamos tanto del incesto cometido por los padres como del cometido por los hijos. El problema social está en relación con el primero, dada su relación con el delito de abuso sexual de menores. Sólo en EEUU, en el año 1986 hubo 385.000 denuncias de este tipo (Giller, 1988), aunque muchas de ellas no pudieron ser debidamente probadas dado en carácter cerrado de las estructuras familiares, y los numerosos lazos de complicidad entre la familia y la comunidad. El incesto fantaseado corresponde al registro de lo imaginario: en nuestra imaginación mantenemos un vínculo sexual con alguna figura parental o fraternal, fantasías que pueden ser inconcientes, preconcientes y concientes. Según Freud se trata en el fondo de la fantasía originaria del coito parental. Dedujo Freud la existencia de tales fantasías a partir de las numerosas referencias de sus pacientes acerca de sucesos infantiles de seducción casi siempre en relación con familiares cercanos. Más allá de haber ocurrido o no, lo que sí aparecía era el deseo de estar involucrado de alguna forma en la escena, sea en forma activa o en forma pasiva. El incesto prohibido aparece con la instauración de la norma cultural que lo prohíbe, con lo cual el sujeto pasa a estar determinado por el orden simbólico. Esta prohibición es lo suficientemente fuerte como para prohibir no sólo el incesto real sino también el fantaseado a nivel de fantasía diurna. No obstante, el incesto siempre encuentra posibilidades de realización sustitutivas, sea a través de una pareja similar al progenitor, sea fantaseando un amor incestuoso llevado a cabo por otros semejantes, etc. Antes del Edipo el incesto era un fenómeno real, no implicaba una trasgresión porque aún no estaba la ley paterna que lo prohibiera. Baste pensar en el vínculo pre-edípico madre-hijo marcado por una intensa relación sexual que se hace ostensible en el contacto físico entre ambos, en la oralidad, los toqueteos, etc. Recién el incesto se convierte en fenómeno transgresivo cuando puede violar una ley ya instaurada. 20 La castración.- La castración real corresponde con la extirpación del órgano genital, como por ejemplo mediante una intervención quirúrgica. El ejemplo típico son los eunucos. La castración imaginaria, en cambio, se funda en la escena de la castración: en sus teorías sexuales infantiles, los niños imaginan que algunos seres fueron castrados, y así nacieron las mujeres, y otros no y así nacieron los varones. El fantasma de la castración está en la base de la identidad sexual del sujeto. La castración simbólica es la separación, no ya del órgano sexual del cuerpo, sino del niño de su madre por efecto de la ley del Padre, que prohíbe el incesto. Este nuevo orden simbólico se instala privando al niño de una fuente importantísima de satisfacción libidinal, pero permitiendo su canalización hacia una figura exogámica. Los sueños.- Podríamos decir que los sueños suelen atravesar cuatro etapas sucesivas: el sueño soñado, el sueño recordado, el sueño relatado y el sueño interpretado. a) El sueño soñado es el sueño tal cual es, es decir, el conjunto de experiencias que tiene el sujeto cuando está atravesando el periodo REM durante el dormir. Sin embargo, nadie recuerda totalmente este sueño tal cual fue soñado, y por ello corresponde al registro de lo real: el sueño soñado es inaccesible al conocimiento directo y completo. b) Sin embargo, cuando nos despertamos podemos recordar algunos fragmentos del sueño soñado, aunque no todo, y conforme pasan los segundos y los minutos muchos de sus aspectos van desapareciendo de nuestra conciencia. Se trata de un sueño fragmentado, de un sueño tal como nosotros lo imaginamos -no tal como fue-, y por ello corresponde al orden de lo imaginario. Es el sueño recordado. c) A partir de este recuerdo fragmentario del sueño podemos hacer un relato, con lo cual transformamos las imágenes en palabras. En esta etapa son más claros los intentos que hace el sujeto por unificar o completar el sueño, rellenando con su imaginación las lagunas mnémicas o dándole una unidad a través de la coherencia lógica. Esta es la tarea que lleva a cabo la elaboración secundaria, y es comparable hasta cierto punto con los intentos que hace el niño en el estadio del espejo por unificar su imagen corporal a partir de fragmentos. El sueño relatado está ubicado en el límite entre lo imaginario y lo simbólico: corresponde a lo imaginario porque con sus palabras el sujeto busca describir imágenes, y corresponde a lo simbólico porque 21 utiliza palabras. Mientras las imágenes son individuales, propias de cada uno, el lenguaje es un código universal que nos llega a través de la cultura. d) El sueño puede terminar siendo interpretado, y en la medida en que interpretar significa mostrar que sus elementos son símbolizaciones de contenidos latentes, el sueño interpretado corresponde al registro de lo simbólico. Tomamos aquí interpretar en un sentido amplio, es decir, el sueño no sólo puede interpretarlo el analista sino también el mismo paciente y hasta fuera de un contexto psicoanalítico, como cuando un sujeto ve en sus sueños la premonición de un número de la lotería, o un aviso acerca de lo que debe hacer o no hacer respecto de algunas decisiones de su vida cotidiana. Esto es, indudablemente, también interpretación en este sentido amplio. La falta La falta es un concepto central en Lacan, que a nuestro modo de ver permite articular por lo menos lo real por un lado, con lo imaginario y lo simbólico por el otro. Veamos de qué manera. Si decimos que no podemos conocer lo real, sino solamente una imagen, debe ser porque a lo real, o bien le hemos agregado algo, o bien le hemos quitado algo. La falta se constituye concretamente cuando a lo real le 'agregamos' algo que no tiene, y por lo tanto en estas condiciones a lo real siempre le faltará algo. Detengámonos en la siguiente humorada de Landrú (después de todo, como decía Lacan en “La tópica de lo imaginario”, cuanto “más cerca del psicoanálisis divertido estemos, más cerca estaremos del verdadero psicoanálisis): EL SEÑOR PORCEL El señor Porcel viajó a Mar del Plata, entró en un hotel y pidió una habitación. Como el botones estaba ocupado, el propio conserje tomó una llave y lo acompañó hasta el cuarto. Luego de examinarlo minuciosamente, el señor Porcel dijo al conserje: -La habitación no está mal pero, ¿no le parece que le falta algo? El conserje revisó la habitación. -No -dijo finalmente-. Tiene toallas, jabones, TV y bar. 22 -Sin embargo le falta un huevo frito -afirmó el señor Porcel. -¿Qué le falta qué? -preguntó el conserje, que creía no haber oído bien. -Que le falta un huevo frito. ¿Es usted sordo? -gruñó Porcel. -¿Cómo que le falta un huevo frito? -protestó el conserje-. No entiendo. -¿Usted ve aquí un huevo frito? -preguntó el señor Porcel-. ¿Hay en esta habitación un huevo frito? -No- respondió el conserje. -Entonces si en esta habitación no hay un huevo frito quiere decir que le falta. -¿Y para qué quiere usted un huevo frito?- preguntó confundido el conserje. -Si yo no quiero que esta habitación tenga un huevo frito -protestó Porcel-. No me haga decir cosas que yo no he dicho. Además, yo no quiero una habitación con huevos fritos porque los huevos fritos me hacen subir el colesterol. -¿Y entonces por qué dijo que a su habitación le falta un huevo frito?tartamudeó coloradísimo el conserje. -¡Porque le falta! ¡Porque le falta! -gritó Porcel perdiendo la paciencia-. Si quiere digo que le falta una bombita de luz, pero mentiría. ¿Prefiere que le diga que falta una bombita? -No...no... lo que pasa es que... -balbuceó el conserje cada vez más confundido. -¡Lo que pasa un cuerno! -chilló el señor Porcel. Yo no puedo pasarme toda la mañana discutiendo si esta habitación tiene un huevo frito o no. Yo he venido a Mar del Plata a descansar y no a pelearme con los conserjes de los hoteles. Si su habitación no tiene huevos fritos, paciencia. No por eso nadie se va a morir. Pero a mí déjeme de molestar que demasiados problemas tengo. ¡Pobre país! Así nunca vamos a entrar en el Primer Mundo. ......................................................................... Por: Landrú (Clarín, 12-12-93). 23 A la habitación del hotel donde fue el señor Porcel no le falta nada. Esa es la habitación real, pero el señor Porcel ha construido una imagen de esa habitación donde hay también un huevo frito, es decir, le ha agregado algo a través de su imaginación: "Esta habitación debe tener un huevo frito". Es lógico entonces que el señor Porcel sienta que a su habitación le falta algo. Sin embargo, que a la habitación le falte un huevo frito no la hace incompleta, del mismo modo que tampoco la hace incompleta si le faltase una puerta o una cama. En este punto podrá argüirse lo siguiente: "Lo del huevo frito vaya y pase, pero lo de la cama no: si a la habitación le falta la cama está incompleta". Esta respuesta es una respuesta desde lo simbólico, no desde lo real, porque culturalmente está prescripto que una habitación de hotel tenga una cama; pero desde lo real mismo su ausencia no hace incompleta la habitación. Con otro ejemplo esto quedará mejor aclarado. En una biblioteca hay nueve volúmenes de un diccionario enciclopédico, y el volumen número nueve llega hasta la letra W. Inmediatamente pensamos que falta el último volumen con las letras X-Y-Z, con lo cual hemos nuevamente pensado la cuestión desde lo instituido culturalmente, porque desde lo real no falta ningún volumen: ¡están los nueve! Cuesta pensar esto porque estamos constituidos como entidades imaginarias y simbólicas, y las cosas las vemos siempre desde esos ángulos. Lacan (Introducción del Gran Otro) da un ejemplo similar. Así como las habitaciones no tienen huevos fritos, tampoco las estrellas tienen boca. Que las estrellas no tengan boca no las hace incompletas, porque en su realidad están completas. Siguiendo con la línea de ejemplos anteriores, también podremos decir que una niña o una mujer es completa en su realidad 'real'. Sin embargo, desde lo imaginario el ser humano considerará que le falta el pene, que ha sido castrada. La fantasía originaria de la castración es lo que determina que, desde lo imaginario, veamos a la mujer incompleta, cuando desde lo real a la niña no le falta nada, ya que biológicamente, es un cuerpo completo y bien desarrollado. E incluso aún cuando haya malformaciones también el cuerpo es completo: en todo caso lo veremos incompleto porque la comparamos con un estándar de normalidad, con una norma. Si vemos una persona que tiene cuatro dedos en las manos pensamos que le 'falta' un dedo, pero cuando nos enteramos que esta persona proviene de un planeta donde todos los habitantes tienen cuatro dedos, cambiamos de parecer. 24 La importancia de lo que falta.- Ahora bien. Aquello que falta tiene un valor extremadamente importante para el sujeto. Notemos por ejemplo la ofuscación del señor Porcel frente a la falta del huevo frito, y lo mismo pasa con la colección de volúmenes de un diccionario: si le falta un solo tomo el resto ya no vale casi nada, cuando objetivamente todos los volúmenes, faltantes o no, tienen el mismo valor monetario. Si cada uno de los 10 tomos costara 10$, el total costaría $100, pero sin embargo por 9 tomos nadie pagaría 9$, porque no valen prácticamente nada sin ese tomo faltante. Si uno se pone a pensar más racionalmente, podría pagar los 9$ por los 9 tomos, porque está cubriendo un 90% de probabilidades de que el diccionario le sirva como tal. Lo mismo pasa con los coleccionistas que ven valorizada su colección si está completa, y lo mismo pasa con la mujer a la que le 'falta' el pene. Sin pene lo vale nada, y de aquí el terror a la amenaza de castración en el hombre, y de aquí la intensa envidia del pene femenina y su deseo femenino más intenso: el de recuperar de alguna forma lo perdido. La importancia de lo que falta es correlativa entonces, de los intentos por llenar esa falta, de alcanzar la completud. Julio César decía: "Mientras me quede algo por hacer, no habré hecho nada". Y en otro ejemplo final: sabemos de la distancia que suele haber entre el objeto real y el fantaseado. Cuando una persona se cita con otra por primera vez tiene una serie de fantasías: "Fulana debe ser una morocha de ojos verdes y de voz suave como la seda", y después aparece una señora bajita, regordeta y de voz aguardentosa. En ese momento decimos: "A esta chica le faltan varias cosas". Y en verdad no le falta nada, salvo lo que nosotros le agregamos en nuestra imaginación. Ciertamente, así planteadas las cosas se abren muchos interrogantes, como por ejemplo ¿porqué el ser humano ha de agregarle algo a lo real, sea desde lo imaginario individual o desde lo simbólico cultural, y buscará incesantemente llenar esa ausencia, alcanzar esa completud? La respuesta a esta cuestión debemos buscarla en otros conceptos psicoanalíticos, y entre ellos las diversas modalidades de la falta como la privación, la frustración y la castración, pero esto será tema de otras notas. Es suficiente hasta ahora con que hayamos podido comprender que de lo real tenemos siempre una perspectiva imaginaria o simbólica, y en esa particular perspectiva a lo real siempre le agregamos algo, de lo que resulta que a lo real también siempre le faltará algo. Es más, estoy seguro que este artículo también está incompleto. 25 3. NECESIDAD, DEMANDA Y DESEO En lo que sigue examinaremos los conceptos de necesidad, demanda y deseo, tomando como referencia teórica el pensamiento freudiano- lacaniano. Veremos sus diferencias y sus vinculaciones mutuas, aunque sin llegar a analizar las complejas relaciones del deseo con el goce y con la pulsión. Nuestro propósito es exponer estos conceptos con un poco de claridad, y, al mismo tiempo, desarrollar una reflexión en torno a ellos. Ante la imposibilidad de contar con un texto del propio Lacan donde resuma en pocas palabras los conceptos de necesidad, demanda y deseo, comenzaremos transcribiendo textualmente dos apretadas síntesis realizadas por otros autores, para que el lector pueda obtener una primera aproximación. Laplanche y Pontalis nos dicen que "la necesidad se dirige a un objeto específico, con el cual se satisface. La demanda es formulada y se dirige a otro, y aunque todavía se refiere a un objeto, esto es para ella inesencial por cuanto la demanda articulada es, en el fondo, demanda de amor. El deseo nace de la separación entre necesidad y demanda; es irreductible a la necesidad, puesto que en su origen no es relación con un objeto real, independiente del sujeto, sino con la fantasía; es irreductible a la demanda, por cuanto intenta imponerse sin tener en cuenta el lenguaje y el inconciente del otro, y exige ser reconocido absolutamente por él" (Laplanche y Pontalis, 1981:97). Otro autor (Se trata de un autor desconocido. El problema son las fotocopias, donde suele haber una despreocupación por citar las fuentes del texto) ofrece la siguiente versión: "Lacan establece una distinción entre necesidad, demanda y deseo. La necesidad está, por así decirlo, al lado de la fisiología, de tal forma que la necesidad de alimentarse plantea una fisiología del proceso alimenticio. Pero la satisfacción de la necesidad de comer no agota la demanda de alimentos. Necesidad y demanda no van coordinadas, en la medida en que, satisfecha la necesidad, la demanda persiste, y esto es así porque, a la vez que se pide una cosa, se pide otra. De hecho la demanda es una demanda de amor, de ahí que un niño (y un adulto), en general, coma más (o menos) de lo que necesitaría. Esta falta de sincronización entre necesidad y demanda deja entre ambas un intervalo: por él circula el deseo. Pero el deseo, en el sentido que le da Lacan (y que le dio Freud) es fundamentalmente inconciente, y por lo tanto está sujeto a sus leyes. El deseo se va deslizando en este espacio que se abre entre la 26 necesidad y la demanda sin que el sujeto tenga un acceso directo a él, ya que el inconciente es un poco un "otro" para el individuo en la medida que no es controlado por él, sino que mas bien le está sujeto. Este sería el otro sentido del deseo como deseo del otro. [...] De un modo esquemático, se puede comprender que demanda y deseo determinan al sujeto en dos sentidos completamente diferentes. La demanda es un pedido que encierra una exigencia, y ésta es justamente la nota que la caracteriza. Porque algo falta, se pide, se exige; sin embargo, aún satisfecho el pedido, la cosa obtenida no es exactamente la cosa pedida, lo cual renueva las exigencias. En el deseo, lo característico es el deslizamiento, la circulación. Puesto que es inagotable, tampoco se lo puede satisfacer, pero, por lo mismo, no hay "algo" único y especial que lo pueda colmar. Esto equivale a afirmar que para el deseo, no hay una cosa, sino muchas, a través de las cuales puede circular. Soñar con el gran amor, "el amor de mi vida", como se suele decir, tiene mucho de demanda. Encontrarlo comporta ciertos riesgos, puesto que su más que probable desvanecimiento suele traer consigo serias consecuencias. Amor y deseo tampoco están exactamente sincronizados. El amor tiende más bien a lo singular y único; el deseo, en cambio, es mas bien plural. Estas alternativas entre la demanda y el deseo tienen importancia para la clínica, es decir, para la psicopatología. Un sujeto centrado en la demanda tiene una neurosis en su horizonte; el deseo circulará, pero bajo la formación de síntomas. 1. Modalidades de la falta La falta es una idea directriz para orientarse en el pensamiento lacaniano, y sirve por ejemplo para articular los registros de lo imaginario y lo simbólico. Aquí utilizaremos la idea para comenzar a integrar necesidad, demanda y deseo. ¿Qué quiere decir que estos tres elementos son tres modalidades de la falta? Significa en primer lugar que para que haya necesidad, demanda o deseo debe haber algo que falte: quien experimenta una necesidad es porque algo le falta, quien demanda algo es porque algo le falta, y quien tiene un deseo es porque algo le falta. La cuestión es establecer qué es lo que falta en cada caso, porque lo que falta son tres cosas diferentes. 27 ESQUEMA 1 NECESIDAD DEMANDA DESEO Su no satisfacción acarrea la Su no satisfacción no implica No se muerte biológica necesariamente la muerte realmente Debe satisfacerse siempre Puede o no satisfacerse Se satisface nunca satisface sustitutivamente Se satisface mediante un Se satisface mediante objetos Circula a través de muchos objeto específico inespecíficos, pues lo que se objetos demanda es amor Necesidad La necesidad es ante todo una necesidad biológica: respirar, comer, dormir (no confundir con soñar, más relacionado con el deseo que con la necesidad), etc., y, en general, apunta a toda aquella necesidad que, de no ser satisfecha, lleva a la muerte biológica. De los tres elementos que estamos viendo, la necesidad es lo único que con toda seguridad compartimos con el resto de los seres vivos. No sabemos si un perro tiene demandas o deseos, pero con toda seguridad tiene necesidad de comer. Así, una primera característica definitoria de la necesidad es que la necesidad es vital: su no satisfacción acarrea la muerte (esquema 1). No podemos estar 30 días sin comer, 3 días sin beber, 3 minutos sin respirar (y, en el caso de las chusmas del barrio, 3 segundos sin hablar). De lo dicho, se desprende otra característica: la necesidad sólo puede satisfacerse mediante ciertos objetos específicos y determinados que, en el caso del comer, serán los alimentos. Una persona muerta de hambre rodeada de manzanas de plástico no puede satisfacer su necesidad porque no está presente el objeto satisfactor específico, y lo mismo podemos decir del tigre muerto de hambre que está rodeado exclusivamente de vegetales. De igual modo, en el respirar lo que faltará será el oxígeno, y en el dormir será el descanso fisiológico, cuya ausencia termina acarreando finalmente, la muerte. 28 Demanda Pasemos ahora a la demanda. Aquí, lo que el sujeto siente que falta es amor, y por tanto lo que demanda es que lo quieran. En francés hay precisamente un verbo, "demander", que significa "preguntar", pero también significa "pedir", es decir, la demanda implica un pedido, y en este caso de afecto, de amor. A diferencia de lo que pasa con la necesidad, la no satisfacción de la demanda no acarrea necesariamente la muerte, es decir, no necesariamente es vital. Digo "no necesariamente" porque estamos hablando del adulto, que de alguna manera puede llegar a bancarse que no lo quieran. No sucede lo mismo con los niños muy pequeños o los ancianos, que sí pueden "morirse de amor", es decir, por falta de afecto. Basta citar los casos de privación emocional total en los niños pequeños (hospitalismo) descriptos por Spitz (1979:204). A diferencia de la necesidad, que debe satisfacerse sí o sí porque es vital, la demanda puede o no satisfacerse: hay personas que tienen la suerte de ser queridas y otras que no. Hay gente que se pasa la vida anhelando ser amada y no pueden conseguirlo. Como dijo una vez un personaje de Vittorio Gassman en una película: "Nacemos y morimos solos: lo demás viene de regalo". Podríamos decir que la demanda se instala en el punto medio entre la necesidad y el deseo: mientras que la necesidad siempre debe satisfacerse y el deseo nunca se satisface, la demanda puede o no satisfacerse. También a diferencia de la necesidad, la demanda no tiene un objeto específico que la satisfaga. Aquí, el objeto podríamos entenderlo de dos maneras: como el objeto que ama (por ejemplo una madre, un amigo, etc), o como el objeto a través del cual se manifiesta el amor (un caramelo, una flor, etc). En cualquiera de ambos casos, el objeto no tiene por qué ser un objeto específico o determinado: si no recibo el amor de mi madre puedo demandarlo a otra persona y, del mismo modo, cuando demando amor a esta persona suele no tener mayor importancia si su afecto se expresa con una caricia, un instante compartido, un caramelo o un ramo de rosas. La demanda, como la necesidad, suele ser conciente: uno advierte claramente que tiene hambre de comida o "hambre" de amor. En cambio el deseo, como veremos, es primariamente inconciente. Deseo 29 Mientras la necesidad y la demanda son ideas relativamente fáciles de asimilar, no sucede lo mismo con el deseo, un constructo teórico propio del psicoanálisis que, como tal, tiene sus complejidades propias. Comencemos por distinguir el concepto psicoanalítico de deseo de su correspondiente concepto cotidiano. Diariamente solemos decir "deseo una manzana", o "deseo un poco de amor", o "deseo una bicicleta", etc. No siempre estos usos del término corresponden al sentido psicoanalítico, ya que por ejemplo desear una manzana puede hacer referencia a una simple necesidad, no al deseo del psicoanálisis, y desear un poco de amor puede hacer referencia más a una demanda que al deseo como lo entienden Freud y Lacan. Lo que en la vida diaria llamamos deseo es algo que puede o no satisfacerse, mientras que deseo en sentido psicoanalítico es, por definición, algo que no se satisface nunca, es insaciable o inagotable. Sin embargo, debemos tener presente que con respecto al deseo, teóricamente se consideran dos tipos de satisfacción: la satisfacción real y la satisfacción sustitutiva, y que cuando hablamos de que el deseo nunca se satisface hacemos referencia a la satisfacción real. Existen, en efecto, muchas formas sustitutivas de satisfacer el deseo: los actos fallidos, los sueños, los chistes, los síntomas, las producciones artísticas, etc. Sobre esta distinción entre satisfacción real y sustitutiva volveremos enseguida. A diferencia de la necesidad, que requiere ser satisfecha, el deseo no se satisface realmente nunca. Si la primera es vital que se satisfaga -caso contrario sobreviene la muerte- en el deseo, al revés, es vital su no satisfacción, porque el deseo realizado equivale a la muerte. Una persona que ha cumplido sus deseos no tiene ya proyectos ni razones para vivir, pero mientras su deseo no se haya agotado siempre querrá seguir viviendo para cumplirlos. Freud decía que el deseo es el motor de la conducta, pero esto podemos extenderlo aún más diciendo que es el motor de la vida humana misma. A diferencia de la necesidad, el deseo no tiene un objeto específico que lo satisfaga (sustitutivamente): el deseo circula a través de muchos objetos. A través de estos objetos el deseo encuentra satisfacciones sustitutivas, con lo cual el ser humano nunca está conforme: cuando en la adolescencia encuentra su primer amor, en un principio se crea la ilusión del deseo realizado, pero pronto esta ilusión se convertirá en desilusión, y el sujeto buscará un nuevo objeto satisfactor, y así sucesivamente incluso hasta llegar a los cincuenta y aún más allá, donde todavía mantiene la 30 esperanza de aquel príncipe azul o de aquella mujer diez puntos que no termina de llegar. Vamos a explorar más detenidamente estas cuestiones analizando dos de las múltiples facetas del deseo: su insaciabilidad, y el papel que juega el otro en su constitución. a) El deseo es insaciable.- El famoso castillo de Chambord, joya del Renacimiento francés, tiene 440 habitaciones y 365 chimeneas (casualmente los días del año). Aunque él no lo construyó, sus planos son el producto de una idea de Leonardo da Vinci. Y precisamente a Leonardo se le atribuye el diseño de la escalera del torreón central, el detalle arquitectónico más exótico del castillo. Esta escalera sigue un doble revolución, es decir, está constituida por dos volutas que suben una sobre otra hasta las terrazas superiores, lo que permite que dos personas suban sobre cada una de las dos escalas viéndose casi constantemente... pero sin encontrarse ni cruzarse jamás. Esta curiosidad arquitectónica ilustra lo que pasa con el deseo: las dos personas que suben son el sujeto deseante y el objeto que permitiría la satisfacción real de su deseo. El sujeto lo tiene permanentemente frente a sí durante toda su vida, pero jamás puede encontrarse con él, alcanzarlo y así poder satisfacerlo 'realmente'. Lo que sí encuentra son muchos y diversos objetos sustitutivos, que procurarán una satisfacción igualmente sustitutiva. Intentemos explorar brevemente, entonces, la diferencia entre satisfacción real y sustitutiva mediante una reconstrucción hipotética de lo que ocurre en el sujeto desde el estado intrauterino en adelante. Comencemos por preguntarnos: ¿cuál es ese deseo que una y otra vez busca realizarse, aunque sólo sea sustitutivamente? El psicoanálisis nos responde que se trata del deseo de volver a reeditar tal cual la primera experiencia de satisfacción. Mientras el individuo está aún en el útero, funciona bajo el régimen del principio de Nirvana. En este peculiar estado y por una mera cuestión de autorregulación fisiológica, cualquier tensión o necesidad es inmediatamente satisfecha, satisfacción que ocurre tan velozmente que ni la tensión se alcanza a experimentar, porque no hubo postergación alguna. En el estado de Nirvana no falta nada porque está todo, no se siente la incompletud porque el suministro de alimento es completo e inmediato. Consecuentemente, no tiene sentido decir aquí que el feto tiene una 'experiencia de 31 satisfacción', porque ésta sólo tiene lugar allí donde hubo una carencia, una insatisfacción previa, una privación, una frustración. Este acontecimiento trágico tiene lugar en el momento de nacer, donde se interrumpe bruscamente el suministro automático de alimento al cortarse el cordón umbilical. De aquí en más, el neonato procurará reducir esta tensión -totalmente novedosa para élmediante diversos comportamientos como la descarga motriz del llanto y la succión del pecho. Esto último es lo que habitualmente se menciona como la 'primera experiencia de satisfacción'. Es de satisfacción porque hubo una privación previa: cuando uno dice que está satisfecho es porque antes no lo estuvo. Es además la primera porque, como dijimos, la experiencia previa del Nirvana no supone una privación y por tanto, carece de sentido decir que sea una experiencia de satisfacción. Una vez que el niño vivencia la primera experiencia de satisfacción succionando el pecho, sobreviene una nueva privación, que tiene lugar cuando vuelve a sentir hambre y experimenta la demora (que siempre existe por más atenta y solícita que esté la madre para alimentar a su bebé). A partir de aquí el niño intentará por cualquier medio volver a reeditar esa primera experiencia, fundamentalmente alucinando el pecho. Cuando comprende que un pecho alucinado en realidad no alimenta, intentará luego, bajo el régimen del principio de realidad, realizar lo que Freud llamaba una 'acción específica', es decir, una conducta destinada a procurarse el pecho real, no el alucinado, a los efectos de sobrevivir biológicamente. Vendrán luego inevitablemente nuevas frustraciones y nuevos intentos por reeditar la primera experiencia, y así sucesivamente el resto de la vida. En última instancia, volver a reeditar la primera experiencia de satisfacción (succión) implica lograr el objetivo original de esta, que es retrotraerse al estado intrauterino. Y así, las conductas posteriores desarrolladas por el individuo tendrán como fin retornar a aquel estado paradisíaco. Naturalmente, no se puede reeditar tal cual la primera experiencia, pero el sujeto en un primer momento sin embargo se ilusiona de que efectivamente la ha reeditado, apareciendo luego una nueva desilusión, y así sucesivamente. "Realizar" el deseo significa volver a la experiencia "real" de satisfacción, cosa que intentará masturbándose, buscando la pareja ideal, viajando, ensoñando, soñando, durmiendo en la posición fetal, produciendo una obra artística, inventando una teoría o desarrollando un síntoma. Por todos esos objetos y situaciones circulará, de aquí en más, el deseo. 32 Y así, toda esta búsqueda quedará signada por un ciclo alternado de ilusiones y desilusiones, que se constituyen en el motor de la conducta. En un primer momento, por ejemplo, uno de ilusiona y cree haber realizado su deseo ("¡encontré la pareja ideal!"), pero luego sobreviene la desilusión ("¡no creí que tuviera tantos defectos!"). A partir de aquí buscará otra persona bajo el convencimiento de que "ahora sí la encontré", y así sucesivamente. Incluso a veces se insiste en el primer amor cuando por algún motivo hubo de interrumpirse el idilio adolescente. Es el caso de quien llama por teléfono a su primer amor luego de veinte o treinta años, y juntos deciden volver a reeditar aquella primera experiencia adolescente, ilusión que podrá durar más o menos, pero que tarde o temprano termina por romperse y deben reconocer que la nueva experiencia no fue igual a la primera. Si bien al deseo, prima facie, nunca se renuncia, el principio de realidad va ubicando al sujeto en una actitud más objetiva. En el noviazgo hay un 99% de fantasía y un 1% de realidad (como dijo una fea, las mujeres hermosas son para los hombres sin fantasía), luego ambas cosas se nivelan, y, finalmente, en la vejez queda un 99% de realidad y un 1% de fantasía. Este pequeño porcentaje de fantasía aparece retratado en el famoso chiste de la pareja de ancianos que, cada vez que se iban a dormir, se tomaban fuertemente las manos y luego se quedaban dormidos. Una de esas noches el marido quiso tomar nuevamente la mano de su esposa, y esta le dijo "Esta noche no, querido, me duele la cabeza". El deseo no se agota ni en la vejez, aunque puede ir menguando. El deseo tiene fuerza propia y tiende siempre a su realización, por lo que hay que tener mucho cuidado con respecto a qué cosas se desean. Una película de terror narraba el caso de una mujer que podía pedir a un amuleto solamente tres deseos: el segundo fue el deseo de tener mucho dinero. Al día siguiente, su marido moría y heredaba todo el dinero que hasta entonces no le pertenecía. Desesperada, quiso pedir el último deseo: que su marido, a quien amaba, resucitara. Al día siguiente le trajeron el cajón de la funeraria: sin que su esposa lo supiera, su marido había sido desangrado y embalsamado, y ahora se debatía con desesperación, inmovilizado en su molde de yeso. Intentemos, por último, describir esta búsqueda de la realización del deseo en términos de la 'red de significantes' que Lacan propuso para describir el inconciente. 33 Con ello, podremos también aclarar qué quiso decir Freud cuando dijo que el inconciente no hace sino desear. Vayamos al esquema 2 para explicar las realizaciones sustitutivas del deseo. Allí, 1-23 son representaciones enlazadas desde el estrato inconciente hasta el preconciente. El número 1 viene a representar la primera experiencia de satisfacción, y los números 2, 3 etc. una serie de representaciones sustitutivas de aquella primera experiencia. La secuencia 1-2-3 puede ser también entendida como una serie temporal de sucesivas conductas mediante las cuales se busca realizar el deseo, como por ejemplo, casarse, tener hijos, desarrollar un síntoma neurótico, etc. Cuando el sujeto desarrolla el síntoma neurótico y va al analista, con lo primero que éste se topa es con este síntoma, que es el eslabón más reciente en la serie de realizaciones sustitutivas del deseo. Comienza así el análisis de este deseo en un orden inverso: desde la Cc hacia las representaciones preconcientes e inconcientes (secuencia 3-2-1), con el fin de rastrear el deseo que ha seguido en su realización un camino anómalo (síntoma). Tal vez en el análisis llegue a la representación 2 o algo más allá (dependerá de la profundidad del análisis), pero no se podrá alcanzar nunca aquella primera experiencia de satisfacción número 1. Para decirlo en otras palabras, la serie 3-2-1 es una cadena de significantes donde uno remite al otro, éste al siguiente y así sucesivamente. Esta cadena es infinita pero no en el sentido matemático del término sino en su sentido hermenéutico, o sea, si bien la primera experiencia de satisfacción existió (en cambio en matemática el 'último' número no existe), ésta no se alcanza nunca en la tarea analítica habitual. Para alcanzarla, teóricamente la serie de interpretaciones debería ser más o menos la siguiente: ¿por qué tal persona eligió a tal otra para casarse? Porque ve en ella a su padre (o madre). ¿Y por qué desea la unión con su madre? Porque ella procura amor y alimentación. ¿Y por qué se necesitan esas cosas? Para reducir la tensión al mínimo nivel o al nivel cero del estado intrauterino. Esta secuencia de interpretaciones cada vez más profundas nos revela además cómo en el trabajo hermenéutico del análisis vamos pasando de un significante a otro en la cadena asociativa. b) El deseo es el deseo del otro.- Una de las trilladas y enigmáticas expresiones de Lacan es aquella que afirma que "el deseo es el deseo del otro". Esto suele contradecir nuestro sentido común, según el cual nuestros deseos son de nosotros, no son los deseos del otro. Sin embargo, un ejemplo típico nos muestra que hay situaciones donde tiene sentido decir que nuestros deseos son los deseos del otro. 34 Incluso antes de nacer, un niño ya es deseado por sus padres. Es el caso de la pareja de novios que fantasean acerca del hijo que tendrán y arman entre ellos una biografía provisoria basada en sus propios deseos: "será ingeniero, tendrá muchas novias, se casará joven, será obediente, nos cuidará cuando seamos viejos", etc. Esto quiere decir que el deseo de los padres no se limita simplemente a desear un hijo, sino a desear un hijo 'con' tales o cuales características, de manera tal que cuando finalmente nace la criatura, recibe por la cabeza un proyecto, un manojo de deseos que, en principio, hará propios a los efectos de cumplir los deseos parentales: "seré ingeniero, tendrá muchas novias, etc.". Decimos entonces aquí que el deseo de los padres 'es' el deseo del hijo. Este "nuevo" deseo que se instala en el niño es inconciente, de manera que, cuando se dice "el deseo es el deseo del otro", también se hace referencia al inconciente como ese otro sobre el cual el sujeto no tiene, en principio, ningún control y desde donde proviene el mandato para cumplir los deseos parentales. Hasta aquí, podría pensarse que la influencia que ejercen los deseos de los padres sobre el niño, convierten a éste en un sujeto deseante, es decir en un sujeto que por primera vez desea algo. Sin embargo, nuestra explicación previa acerca de la satisfacción real y sustitutiva del deseo viene a demostrar que esto no es así: el niño, antes de recibir la influencia de los padres, es ya un sujeto deseante porque ha vivenciado una primera experiencia de satisfacción con su consecutiva experiencia de frustración, que lo convierte en un permanente buscador de satisfacciones sustitutivas. El momento del nacimiento es, entonces, el momento donde se encuentran dos sujetos deseantes: los padres por un lado, el bebé por el otro. Este último, al desear lo que sus padres desean, tiene la ocasión de realizar sustitutivamente aquella primera experiencia de satisfacción. Supongamos, en efecto, que los padres no hayan elegido tener un hijo sino que hayan elegido adoptar una piedra. Ya antes de ir a buscarla a la montaña han hecho proyectos para 'su' piedra, han deseado ciertas cosas para ella: que estará ubicada sobre la mesita de luz, que será pintada, que debido a ciertas propiedades mágicas imaginarias los defenderá de la adversidad, etc. Estos deseos de que la piedra sea de tal o cual manera no convierten a la piedra en una piedra deseante, ya que no se trata de un ser animado donde hubo una primera y previa experiencia de satisfacción. Podemos ir concluyendo entonces, que cuando Lacan dice que el deseo "es" el deseo del otro, esto significa que hay un deseo original que "es despertado, suscitado o 35 estimulado" por el deseo del otro. Al principio serán los deseos parentales los que activen el deseo del niño, pero más tarde pueden aparecer situaciones que tienen alguna similitud, como cuando una mujer mira de manera provocativa a un hombre, donde el deseo de la primera despierta o estimula los deseos del segundo. De hecho, el acto de ser seducido o de seducir puede constituir una de las formas sustitutivas de realización del deseo. Desde ya, el deseo de los padres tiene más importancia a los efectos de la constitución del psiquismo que el deseo de un otro más adelante en el curso de la vida, como el deseo de la mujer que activa el deseo del hombre, por cuanto el niño quedará 'marcado' de por vida a partir de aquellos deseos parentales. 2. Relaciones entre necesidad, demanda y deseo Necesidad y deseo.- En base a lo dicho hasta aquí, podemos establecer al menos dos relaciones entre necesidad y deseo: 1) La primera experiencia de satisfacción que ulteriormente puso en marcha el deseo, tuvo que ver originalmente con una necesidad: el alimento. Por ejemplo, y según indica Laplanche, "las pulsiones sexuales, que sólo secundariamente se vuelven independientes, se apoyan sobre las funciones vitales que les proporcionan una fuente orgánica, una dirección y un objeto. En consecuencia, se hablará también de apoyo para designar el hecho de que el sujeto se apoya sobre el objeto de las pulsiones de autoconservación en su elección de objeto amoroso; esto es lo que denominó Freud el tipo de elección de objeto por apoyo" (Laplanche y Pontalis, 1981:31). 2) Como ocurre con el deseo, la necesidad de uno también puede suscitar o "despertar" la necesidad del otro, como cuando sentimos hambre al ver a un compañero de oficina comiéndose una pastafrola. Necesidad y demanda.- 1) La demanda, dijimos, está instalada entre la necesidad y el deseo, por cuanto puede satisfacerse (como el primero) o no (como el segundo). Además, su situación de punto intermedio entre necesidad y deseo hace que pueda deslizarse o confundirse con uno o con otro. La demanda puede por ejemplo disfrazarse de necesidad cuando el niño pide caramelos a su madre aunque no tenga apetito, porque lo que busca es que su madre lo atienda y lo quiera. 2) Otra posibilidad no es que la demanda se disfrace de necesidad sino que directamente se transforme en ella, es decir, se constituya como vital, imprescindible para el mantenimiento de la vida. Hacemos aquí referencia a los casos ya citados de niños y ancianos que pueden morir por falta de amor. Demanda y deseo.- 1) La demanda puede convertirse en deseo, en la medida en que se torna irrealizable. Tal el caso de la persona que considera que no hay nadie en el 36 mundo que pueda colmar su demanda de afecto, aún cuando el otro la ame más que a cualquier otro ser. 2) Como ocurre en el deseo, la demanda de uno puede despertar demanda en el otro. Un ejemplo típico es el caso del hermanito A que le pide a la madre un paquete de Chizitos; inmediatamente el hermanito B exigirá también "por lo menos" el mismo regalo, cuestión que suele ser un auténtico dolor de cabeza para los padres, obligados a comprar un regalo a cada hijo para que nadie se pelee. Desde ya, la disputa por los Chizitos encubría una disputa por el amor de los padres, y por ello se trata de un ejemplo donde también podemos ver cómo la demanda circula bajo la forma de necesidad. En la cura analítica, uno de los objetivos es explorar los deseos del paciente, muchas veces extraviados o sepultados por diversos motivos. Una de las maneras de indagar el deseo es indagar sobre las necesidades y las demandas del analizado, ya que el deseo circula solapadamente a través de ellas. Lacan citaba el ejemplo de una paciente que soñó que comía caviar (necesidad). Interpretación mediante, esto remitía en realidad a una demanda de amor, y, finalmente, esta demanda remitía a un deseo que hasta entonces había circulado en forma solapada. 4. EN TORNO A LA FASE DEL ESPEJO La expresión “En torno…” intenta dar a entender al lector que no se trata de un tema dogmáticamente cerrado y definitivo, como cuando se exponen cosas como el teorema general de la hidrostática u otros de similar rigidez. Nuestro título procura sugerir que es un tema siempre abierto al debate y, si bien lo expondremos en una forma más o menos didáctica y sistemática, no ahorraremos algún que otro comentario, crítica o alguna que otra interpretación nuestra sobre los textos de Lacan al respecto. Es, pensamos, la forma de mantener vivo el rico y fecundo pensamiento lacaniano. Alguna vez habrá oído el lector el chiste del gallego que se mira en el espejo, y si no lo conocía, aquí va. Un gallego pasa por una estación de ferrocarril, se mira en el gran espejo del hall y reflexiona "Yo a este lo conozco de algún lado". Se queda pensando durante un minuto, hasta que finalmente exclama: "¡Ya sé!... ¡Lo conozco de la peluquería!...". La humorada nos sirve para ilustrar que hay gente que puede reconocerse en el espejo como ellas mismas (los adultos normales como usted o como yo, y, por supuesto, también los gallegos normales), mientras que hay otras personas que se 37 miran al espejo y no pueden reconocerse, experimentando la imagen especular como si fuera la de un extraño (lo que constituye por ejemplo un rasgo esquizofrénico). El origen de esas actitudes normales y anormales debemos buscarlo en la fase del espejo y, desde ya, esta fase no es importante solamente para que después podamos reconocernos en el espejo, sino que apunta a algo más fundamental: la constitución del yo como instancia imaginaria de la personalidad, y como tal indispensable para su normal desarrollo. O si se quiere, la construcción de la propia identidad (o de su alienación). Veamos entonces qué sucede en esta fase, que se extiende entre los seis y los dieciocho meses de vida extrauterina. Laplanche y Pontalis intentan la siguiente definición de la fase del espejo: “Según J. Lacan, fase de la constitución del ser humano, situada entre los 6 y los 18 primeros meses; el niño, todavía en un estado de impotencia e incoordinación motriz, anticipa imaginariamente la aprehensión y dominio de su unidad corporal. Esta unificación imaginaria se efectúa por identificación con la imagen del semejante como forma total; se ilustra y se actualiza por la experiencia concreta en que el niño percibe su propia imagen en el espejo. La fase del espejo constituiría la matriz y el esbozo de lo que será el yo” (Laplanche y Pontalis, 1981:147). En algunos textos aparece como 'estadio' y en otros como 'fase'. Fieles a la opinión de Lacan, preferimos 'fase' porque sugiere la idea de etapa que vuelve (Laplanche y Pontalis, 1981:148), que retorna en momentos ulteriores de la vida, así como las distintas fases lunares vuelven una y otra vez. El concepto de 'posición' de Melanie Klein es, en este sentido, similar al de 'fase'. La fase del espejo es tratada por Lacan en un artículo que data de 1936. Este primer esbozo es ampliado posteriormente, en una comunicación presentada en otro Congreso durante el año 1949. 1. Tres tiempos en la fase del espejo Durante la fase del espejo, las experiencias del niño frente a un espejo se pueden organizar en tres tiempos, y las observaciones de Henri Wallon coinciden a grandes rasgos con las descripciones que hace Lacan. Esquemáticamente, estos tres tiempos son los siguientes: 1) El niño mira la imagen de una persona reflejada en el espejo y cree que la imagen tiene la misma realidad que el objeto reflejado. Incluso hace intentos por atraparla o tocarla. 2) Descubre que ese otro del espejo no es real, sino una simple imagen, con lo cual ya no intenta atraparlo. Puede discriminar que de este lado del espejo hay un otro real, y que del otro lado un otro en imagen. 3) Se convence de que la imagen reflejada en el espejo es la suya propia. Este tercer tiempo 38 representa el momento crucial de la fase del espejo, donde se constituye el primer esbozo del yo. Por lo tanto, podemos definir esta fase en los siguientes términos: la fase del espejo "se ordena especialmente sobre una experiencia de identificación fundamental, en cuyo transcurso el niño realiza la conquista de la imagen de su propio cuerpo. La identificación del niño con esta imagen va a promover la estructuración del yo, dando por terminada lo que Lacan llama 'la fantasía del cuerpo fragmentado'" (Baravelle y otros, 1993). Pero veamos en detalle cómo sucede esto. 2. Hacia la constitución del yo Al nacer, el ser humano no es como algunos animales que ya salen caminando o volando, y hasta no precisa más de la madre. El ser humano nace en un estado particular de indefensión, que Freud llamaba de desamparo, donde obligadamente necesita de la atención y el cuidado de otra persona, ya que por sí solo no puede satisfacer sus necesidades vitales. De esta situación de desamparo forma parte la inmadurez de su sistema nervioso, y esto lo sabía bien Lacan porque era médico. Pero, ¿por qué decimos que el sistema nervioso es inmaduro? Fundamentalmente porque las vías que conducen el impulso nervioso no están aún en su totalidad rodeadas de una vaina de mielina, es decir, no están mielinizadas. Estas vainas de mielina son indispensables para que la transmisión del impulso nervioso se realice correctamente, y esta transmisión del impulso nervioso es importante porque va a transmitir información. El tipo de información que aquí resulta importante es la información sobre su propio cuerpo. Para lo que en este momento puede interesarnos el niño tiene, entre otras, dos maneras de percibir su propio cuerpo, o si se quiere, tiene dos fuentes de información básicas al respecto (ver esquema): a) Estímulos interoceptivos: o información que le llega al cerebro desde las diversas partes internas del cuerpo. Se trata de una percepción interoceptiva, como cuando por ejemplo percibe una molestia estomacal, o una determinada posición o movimiento de alguna extremidad como un brazo o un pie. Pero he aquí que, como la mielinización no es uniforme ni completa en las diversas partes del cuerpo (de hecho, progresa en sentido céfalo-caudal y próximo-distal, es decir, de la cabeza hacia abajo y del eje central del cuerpo hacia los costados), algunas vías no estarán tan mielinizadas como otras, y por lo tanto habrá zonas de su cuerpo que el niño no percibe y otras que sí percibe. La información que le llega entonces a través de esas vías nerviosas es la de 39 una especie de cuerpo discontinuo, fragmentado, base corporal de lo que Lacan llama fantasía del cuerpo fragmentado. El niño, si es por esta sola información, no se experimenta como una unidad, con un cuerpo completo y entero, sino como un cuerpo despedazado, con partes disgregadas, cosa que a esta edad es perfectamente normal. Esta fantasía de fragmentación vuelve a aparecer en el curso de la existencia: en la cura psicoanalítica, refieren Laplanche y Pontalis, en ocasiones se ve aparecer la angustia de la fragmentación por pérdida de la identificación narcisista, y a la inversa (Laplanche y Pontalis, 1981:147). b) Estímulos exteroceptivos visuales: o información que le llega al cerebro sobre las diversas partes externas del cuerpo que tiene alguna posibilidad de ver (directamente o mediante un espejo). Ciertas partes puede ver directamente, como sus manos, pero otras no, como el codo o el hombro: un niño de alrededor de un año no tiene tanta flexibilidad como para contorsionarse tanto, y esta limitación de movimientos obedece, al menos en parte, nuevamente a esa falta de maduración de su sistema nervioso. Como dice Merleau Ponty, "el niño no se ha visto jamás, más que de reojo, mirando las partes de su cuerpo que puede ver" (Merleau Ponty, 1987), Consiguientemente, vuelve aquí a tener la misma experiencia subjetiva de un cuerpo fragmentado. De manera que, en síntesis hasta aquí, el niño experimenta su cuerpo como dividido, como consecuencia de esta inmadurez de su sistema nervioso, que por otra parte es evolutivamente normal. La pregunta inevitable es: ¿tendrá el niño que esperar varios años hasta que su sistema nervioso termine su mielinización, para recién entonces captar unitariamente su cuerpo? ¿Puede el niño captar 'anticipadamente', esto es, antes que se cumpla la maduración nerviosa, su propio cuerpo? Lacan contestará que sí, y dice que para ello necesitará cierta clase de estímulos que no son, en este momento, ni los estímulos propioceptivos ni los estímulos visuales directos, pues hemos visto que lo único que ellos le proporcionaban al niño era una imagen fragmentada. El tipo de estímulo que necesitará el niño será un estímulo exteroceptivo y visual, pero en vez de ser directo deberá ser, podríamos decir, indirecto: la visión de su imagen en el espejo, o sea, la aprehensión visual de la imagen especular de su cuerpo. Efectivamente, todas las partes del cuerpo que antes el niño podía mirar por fragmentos, ahora puede mirarlas unificadas a través de un solo golpe de vista, ya que la imagen especular es la de un cuerpo entero. A partir de este momento, su imagen especular se transformará para el niño en un verdadero percepto privilegiado: 40 literalmente se enamorará de esa imagen, es decir, en términos económicos la cargará o catectizará con una gran cantidad de libido. Pero, ¿por qué valora tanto esa imagen percibida? Porque esa imagen tiene algo que él desea tener: completud. La imagen en el espejo no aparece fragmentada sino unificada, completa, y al niño le parece que no le falta nada. Y como el niño anhela la completud, en este momento se produce el acontecimiento más importante de la fase del espejo: el niño se identificará con esa imagen. Es como si el niño pensara: "si me identifico con esa imagen completa, si considero que esa imagen soy yo, entonces seré completo y habré realizado mi deseo de completud". Esto permite explicar por ejemplo el júbilo que el niño experimenta en determinado momento evolutivo (entre los 6 y los 18 meses) frente a su propia imagen, júbilo que también había advertido H. Wallon, aún cuando sus explicaciones habían tomado otra dirección a la seguida por Lacan. El espejo le procura en este momento al niño esa visión unitaria de sí mismo en forma anticipada: es el momento de una especie de anticipación 'mágica', donde el infante se mira en el espejo y adquiere conciencia de su unidad corporal, apareciendo la posibilidad de una imagen ideal de sí mismo. En la medida en que otorga una ilusión de completud, esta imagen será, como dijimos, intensamente cargada de libido, y el sujeto se identificará con ella. Si pudiese verbalizar la situación, el sujeto no diría: "este soy yo" al tiempo que señala su propio cuerpo real, sino que diría "ese soy yo" al tiempo que señala la imagen. ESTÍMULO FUENTE Estímulos interoceptivos Partes internas del cuerpo (Propioceptivos y EXPERIENCIA SUBJETIVA Experiencia de fragmentación visceroceptivos) Estímulos exteroceptivos Partes externas del cuerpo (Visuales) real Aspecto externo del cuerpo Experiencia de unificación en imagen 41 Esta identificación del sujeto con su propia imagen especular genera la constitución del primer esbozo del yo, y en este sentido Lacan retoma aquella idea freudiana de que el yo es, ante todo, un yo corporal: la unidad yoica depende en primer lugar de la autopercepción del propio cuerpo como una entidad completa y entera. Antes de esta captación unitaria el niño no podía decir 'yo' (o "moi" como dice Lacan en francés) o no podía adjudicarle un sentido a esa expresión. Ahora la comprende en toda su dimensión: el yo es esa imagen que el espejo le devuelve, y por tanto es algo que está del otro lado del espejo, no de este lado. Es lo que el mismo Lacan llama 'yo especular', para oponerlo al anterior yo fragmentado, o yo interoceptivo. Hasta aquí entonces, este primer esbozo del yo será el resultado de una identificación con la imagen especular, identificación que tiene como características sobresalientes el ser imaginaria, narcisista y prototípica. 3. La identificación en la fase del espejo Vamos a ir ordenando entonces un poco lo que hemos dicho: a) en la fase del espejo se da un proceso de identificación; b) esa identificación es imaginaria; c) esa identificación es narcisista; y d) esa identificación es prototípica. Veamos cada aspecto de la cuestión. a) El proceso de identificación: el término 'identificación' debemos tomarlo en este contexto en dos sentidos, pero especialmente en el segundo. En un primer sentido, identificar significa recortar o aislar un percepto por considerarlo privilegiado en algún sentido, como por ejemplo cuando se dice que el soldado identifica el blanco. El sujeto recorta su imagen especular del resto de las cosas por considerarla un percepto privilegiado: lo que recorta no es nada menos que lo que él quisiera ser. En un segundo sentido, en vez de identificar hablaremos de identificar-se. El sujeto se identifica con aquel recorte privilegiado, es decir, lo incorpora dentro de sí como propio y personal. Justamente, el prototipo corporal de la identificación es la incorporación: cuando el niño se identifica con su imagen está incorporándola dentro de sí, porque de esa manera realiza su deseo de completud. Es como si razonara de la siguiente manera: "si incorporo como propia esa imagen y me identifico con ella, entonces seré completo". Justamente Freud decía que una manera de identificarse era incorporando aquello que no éramos y que queríamos ser. Es lo que pasa cuando por ejemplo el adolescente imita a su ídolo, o el hijo a su padre o, en nuestro caso, cuando el sujeto se identifica con su imagen especular porque tiene completud, algo sumamente deseado por él. 42 Una buena parte de la ansiedad que tenemos cuando vamos a buscar las fotos reveladas de las vacaciones es la ansiedad por 'ver como salimos'. Este interés natural por nuestra propia imagen corporal tendría su origen y fundamento en el intenso interés original del niño por su imagen especular, y con cada nueva visión de nuestra imagen a lo largo de la vida, tal vez estamos volviendo a confirmar nuestra completud. b) A identificación especular es imaginaria: Y es imaginaria sobre todo porque el sujeto se está identificando con una imagen. Esta imagen es óptica, es virtual, no tiene materialidad (de hecho, no se puede agarrar ni tocar), pero al niño le sirve mucho porque, al reconocerse a través de ella, junta los elementos fragmentados de su cuerpo y merced a ella puede unificarlos, funcionando la imagen, entonces, como una suerte de factor aglutinante. Este asunto de que nos identificamos con una imagen es muy importante, porque en rigor nos obliga a concluir que nos estamos identificando con algo que materialmente hablando no existe, que no forma parte de lo real más que como un conjunto de impresiones en la retina y como una huella mnémica. Podemos decir entonces legítimamente cosas como 'el yo es una imagen', o, extremando las cosas, 'el yo no existe' (pues es simplemente una imagen, no un objeto real). El yo es esencialmente algo del orden de lo imaginario, no de lo real. Lacan, para referirse a este primer esbozo del yo utiliza expresiones como las siguientes: 'el yo es el otro', y 'el yo es lo más ajeno al sujeto', o 'el yo es el punto de máximo desconocimiento del sujeto'. Cuando dice que el yo es el otro, está queriendo decir que el yo no es propiamente nuestro cuerpo real, el que podemos tocar y sentir, sino 'otro' cuerpo que está detrás del espejo bajo la forma de imagen. Conclusión: el sujeto queda alienado. Estar alienado significa creerse algo distinto a lo que uno es. Se dice por ejemplo, que el loco está alienado porque se cree Jesucristo. No debemos concluir que el niño de la fase del espejo se volvió loco. Para nada: se trata de una alienación normal, evolutiva (en todo caso después cumplirá otra etapa de desalienación en el transcurso del complejo de Edipo, o bien en la terapia, si se analiza, cuando pueda acceder a su propia subjetividad). El niño queda alienado porque realmente se cree que es su imagen especular: "ese soy yo", decía, y señalaba la imagen. 43 La imagen especular así, nos arranca de nuestra realidad inmediata, de nuestra autopercepción interoceptiva, y en este sentido se dice que cumple una función desrealizante: nos aleja de nuestro cuerpo real, de nuestra inmediata intimidad y nos lleva a identificarnos con una imagen, constituyéndose así un yo ideal, ficticio pero, como veremos, indispensable para el normal desarrollo psíquico. Ahora bien. La imagen no solamente es algo distinto al sujeto, sino algo más radical: es la inversión misma del sujeto, debido a que nuestra imagen en el espejo es, por razones ópticas, invertida respecto de nosotros. Si levantamos la mano izquierda, la imagen parece levantar la mano derecha; si guiñamos el ojo derecho, la imagen guiña el ojo izquierdo. Si somos diestros, nuestra imagen es zurda, etc. El reconocimiento de sí mismo se realiza entonces, por cuestiones de trayectoria de rayos luminosos, a partir de indicios exteriores (visuales en vez de interoceptivos) que son simétricamente inversos. De manera que ese otro no es solamente alguien distinto a nosotros sino alguien totalmente invertido, lo que termina por acentuar aún más nuestra alienación. Esto persiste toda la vida, y su correlato es el permanente desconocimiento que tenemos de nosotros mismos: así habíamos creído ser zurdos porque la imagen con que nos hemos identificado es zurda, cuando en rigor éramos diestros, así también creemos ser tal o cual cosa, cuando en realidad somos otra, pensamos que amamos mucho a tal persona cuando en realidad la odiamos, o viceversa, creemos ser importantes cuando somos insignificantes, creemos saber cosas sobre nosotros cuando en rigor estamos engañados, etc. Esto deviene en última instancia de aquel engaño primordial que es la identificación especular de la fase del espejo. Esto es lo que hace decir a Lacan que 'el yo es el punto de máximo desconocimiento del sujeto'. Durante el análisis, posteriormente, el sujeto podrá acceder a su intimidad, podrá empezar a 'conocerse' como es, podrá empezar a desalienarse intervenciones terapéuticas mediante, como por ejemplo: "mire, usted insiste en que quiere a su mamá, pero en realidad la odia". Es por ello que la terapia lacaniana apunta a desenmascarar el yo, a mostrar su carácter engañoso, y en este sentido se opone a los analistas de la psicología del yo, que insiste en la terapia como medio de fortalecimiento del yo. Esto no corre para Lacan, porque fortalecer el yo es profundizar aún más ese desconocimiento que de sí tiene el sujeto. A Paul Lemoine, colaborador de Lacan durante varios años, le habían preguntado una vez cuál sería el principal aporte de Lacan al psicoanálisis, y él contestó que era la conceptualización del yo como instancia imaginaria, es decir, la refutación de la psicología del yo de Hartmann, Kris y Lowenstein que muestra al yo como el lugar que 44 debe ser reforzado en vez de desenmascarado. Este desenmascaramiento implica un 'quitar una máscara', para que detrás aparezca el sujeto, la entidad que se ha reencontrado consigo mismo, con su propia y singular interioridad (des-alienación), tarea que por otra parte jamás se completa. Cuando Lacan dice que 'el yo es lo más ajeno al sujeto' está marcando la separación entre lo que es sujeto y lo que es yo. Esquemáticamente, antes de comenzar la fase del espejo hay un sujeto, mientras que después de dicha fase el sujeto se ha identificado con el yo, se ha puesto una máscara adelante, y el sujeto ha quedado postergado hasta su retorno en el complejo de Edipo. Las diferencias entre sujeto y yo tiene aún más connotaciones, que iremos viendo en sucesivos artículos. Lacan (1981) insiste en diferenciar sujeto de yo. Señala que en Descartes ambos están identificados, pero escarbando un poco se advierte una brecha, porque al decir Descartes ‘yo pienso, luego yo soy’ está escindiendo el yo de existencia y el yo de sentido, brecha o escisión que puede verse en la práctica psicoanalítica en la castración (la castración me angustia pero al mismo tiempo la considero imposible). Existe el peligro de reducir el sujeto al yo. Por ejemplo lo que hizo Hartmann al referirse al yo autónomo, a la esfera libre de conflictos, que no fue más que un producto de la ideología de esa época y lugar, vinculada a los inmigrantes a EEUU deseosos de prestigio. Sujeto y yo no es lo mismo, como se ve en la fase del espejo, donde el yo es una serie de identificaciones imaginarias que lleva a cabo un sujeto. No es a su conciencia a lo que el sujeto está condenado, sino a su cuerpo que se resiste de muchas maneras a realizar la división del sujeto. c) La identificación especular es narcisista: Además de ser imaginaria, la identificación especular es narcisista. La imagen especular es una entidad fácilmente narcificable: se presta especialmente para que el niño cargue sobre ella su libido, la valorice, porque esa imagen, por su completud, representa lo que él quisiera ser. Cuando ustedes escuchan decir a una persona "soy como Houdini o como De Gaulle" por lo bajo piensan: "¡Qué Narciso!". Se ha identificado con lo que más quisiera ser, y la libido que ha transferido a ese objeto es originalmente la libido propia, con lo cual hace que ese objeto pase a formar parte de él o, directamente, sea él. En suma: decir que la identificación especular es narcisista implica hablar de un proceso de identificarse con aquello que uno quisiera ser idealmente, constituyéndose así el yo ideal. Evidentemente, hay una gran distancia entre lo que nosotros creemos 45 ser y lo que realmente somos, de aquí que la imagen especular tenga ese carácter engañoso a que antes hacíamos referencia, y también de aquí nuestro desconocimiento esencial acerca de nosotros mismos. Cuando Lacan habla del aspecto narcisista de la identificación imaginaria intenta poner énfasis en el aspecto afectivo del proceso, y en este sentido, como sostiene MerleauPonty, se diferencia de Wallon, quien se circunscribe mas bien al proceso de asunción de la imagen corporal como una operación eminentemente intelectual. d) La identificación especular es prototípica: La identificación con la imagen especular es la primera de todas las identificaciones en un sentido estricto, y en tal sentido es una especie de prototipo o modelo sobre el cual se apoyarán todas las identificaciones sucesivas en el curso de la vida. Esto significa que cualquier otra identificación con un otro seguirá el patrón especular, es decir, será también una identificación imaginaria y narcisista. El niño, así, se identificará en lo sucesivo siguiendo este lineamiento con la madre, el padre, el abuelo, el hermanito, el verdulero de la esquina, el maestro, etc., y con toda otra persona significativa para él, es decir, con cualquier persona que tenga algo que él quisiera ser (por eso es una identificación narcisista), y, precisamente por ello, nunca verá a ese otro tal como realmente es sino que se identificará con una imagen de él (por eso es una identificación imaginaria). Todos esos otros con los cuales se identificará son los 'otros' con minúscula (para distinguirlo del Otro con mayúscula, más relacionado con el complejo de Edipo). Por ejemplo: al identificarse con el padre está identificándose no con un padre real sino con un padre imaginario, a saber, aquel ser todopoderoso y privilegiado que puede disfrutar sexualmente con su madre; es decir, tiene algo que él quisiera ser o tener. Con la primera de todas las identificaciones, la especular, ha quedado constituido el primer esbozo del yo, y con las sucesivas identificaciones este yo irá desarrollándose cada vez más, hasta constituir un precipitado de numerosas identificaciones. Con ello, el sujeto sigue alienándose cada vez más, y cada vez más se distanciarán lo que el sujeto es (el sujeto propiamente dicho) de lo que el sujeto cree ser (el yo). Incluso más: el yo termina siendo una especie de caos de muchas identificaciones imaginarias que harán perder al sujeto su original ilusión de unidad y poderío. En los textos de Freud suele distinguirse un yo constituyente y un yo constituido, aunque estas no sean explícitamente expresiones técnicas de Freud. El primero nace 46 como un yo rudimentario por diferenciación del ello, y es como tal un centro de funciones tales como percibir, recordar, pensar, sentir, experimentar angustia y defenderse de ella. En cambio el yo constituido es el resultado de las sucesivas identificaciones a que antes hacíamos referencia. Cuando decimos que hay un yo constituyente, es porque constituye a algo, y aquí, está constituyendo al yo constituido, pues gracias a que el primero percibe, recuerda, etc., puede identificarse con los otros, dando como resultado un yo constituido. A grandes rasgos, el yo constituyente equivale al sujeto de Lacan, y el yo constituido al yo (moi) de Lacan (en "Algunas reflexiones sobre el yo", Lacan suministra algunas pistas para explorar las relaciones indicadas). La fase del espejo tiende a superponerse con los primeros tiempos del complejo de Edipo. Esto significa que hay dos relaciones importantes que el niño establece en forma más o menos paralela, aunque no independiente: con la imagen especular y con su madre. En lo que sigue examinaremos el vínculo dual con la figura materna, relación esta que podemos considerar como el punto central de articulación entre la fase del espejo y el complejo de Edipo. 4. El espejo, la mirada y el deseo de la madre ¿Qué pasa con los niños que viven en lugares donde no existen espejos, ni hay lagunas donde mirarse, y hasta tampoco sombras porque el sol está siempre en el cenit, habida cuenta de que la sombra podría ser un equivalente de la imagen especular? ¿Y qué pasaría con los niños ciegos de nacimiento? ¿Atraviesan unos y otros la fase del espejo como cualquier hijo de vecino? Respuesta: sí, y esta cuestión tiene su sentido porque la referencia lacaniana a los espejos no debe entenderse necesariamente como una metáfora, sino en forma literal, y los espejos a los que se refiere son los mismos donde se miraba el gallego de la estación del ferrocarril. En lo que sigue haremos una interpretación del texto de Lacan donde, además de transmitir fielmente su pensamiento, procuraremos enriquecerlo mediante una hermenéutica esclarecedora. Aunque no haya espejos en la casa, podemos entender que el equivalente más importante de la imagen especular es la mirada de la madre (o su voz, en el caso del ciego de nacimiento). En efecto, la imagen y la mirada producen efectos análogos en el sujeto. Si nosotros, frente al espejo, nos movemos hacia la derecha, la imagen se 47 moverá a la derecha, y si nos agachamos la imagen también se agachará (esto ilustra además, que el niño anticipa su unidad corporal no sólo sensorialmente, mirando la imagen, sino también motrizmente, dado el estado de incoordinación motriz de su sistema nervioso inmaduro). En general, decíamos, la imagen copia cualquier movimiento que hagamos, y otro tanto ocurre con la mirada materna: si vamos hacia la derecha, la mirada nos sigue en el mismo sentido, y así sucesivamente. Resultado: en el caso del espejo nos identificamos con la imagen especular, que reproduce todos nuestros movimientos, y en el caso de la madre nos identificamos con aquello que su mirada mira, ya que entre otras cosas también reproduce todos nuestros movimientos. Sin embargo, las semejanzas terminan acá. Hay una importante diferencia entre identificarse con la imagen especular e identificarse con la mirada de la madre: la imagen 'siempre' copiará nuestros movimientos, mientras que la mirada 'no siempre' lo hará, no siempre estará pendiente de nosotros: a veces atenderá a algún hermanito inoportuno, otras veces se irá al cine con el marido, etc. La madre es una entidad que, a diferencia de la imagen especular, tiene una cierta autonomía, algo que el niño no puede controlar omnipotentemente. El niño puede apropiarse de su imagen especular, puede hacerla suya e identificarse con ella plenamente; puede hacer con la imagen lo que él quiere, puede moverla a voluntad sin problemas. La madre, en cambio, es un objeto especial: no puede hacer con ella lo que él quiere y, por si esto fuera poco, la madre tiene algo que no tiene la imagen: puede cuidarlo, protegerlo, alimentarlo, amarlo: es esencial para su supervivencia biológica. Ya podemos imaginarnos qué intentará hacer el niño: lo primero que hará será reasegurarse que la madre estará siempre a su lado, que podrá controlarla como controla la imagen especular, es decir, deberá contratar una especie de póliza de seguro contra la desprotección y el desamor, y para ello, su identificación con aquello que la madre mira funcionará como soporte para identificarse con aquello que la madre más desea, ya que si él es aquello que la madre más desea entonces ella nunca lo abandonará. El niño, por tanto, debe averiguar qué desea la madre para poder entonces identificarse con ello. Probablemente por un mecanismo de proyección de su propio deseo sobre la madre, el niño termina comprendiendo que la madre desea completud narcisista, y que así como él obtenía esta completud identificándose con la imagen especular, su madre obtendrá esa completud con el falo, representado por él mismo 48 en cuanto hijo. Por lo tanto: el niño habrá de identificarse con el falo y podrá decir 'yo soy el falo'. Esquematicemos lo dicho. El niño atravesaría por dos identificaciones sucesivas: primero, con la imagen especular, como resultado de la cual es capaz de decir "yo". Segundo, con el deseo de la madre, y como resultado es capaz de agregar algo más: "yo...soy el falo de mi madre". Ambas identificaciones están articuladas por lo que podríamos llamar un paso intermedio: la identificación con lo que la madre mira, que tiene algo de la identificación especular por lo que dijimos acerca de sus semejanzas, pero también algo de la identificación con el deseo de la madre en tanto que la fuente del estímulo es el mismo progenitor materno. Además, para llegar a identificarse con el deseo de la madre debe averiguar cuál es ese deseo, siendo la mejor forma para ello saber qué es lo que la madre mira con tanta insistencia y amor: a él mismo. 5. Agresividad y conocimiento paranoico La agresividad y el conocimiento paranoico son dos de los resultados más importantes de la fase del espejo. Hasta aquí, hemos visto cómo el niño se identifica con su imagen especular. Esta servirá de matriz para sucesivas identificaciones, con lo cual su identificación con lo que la madre desea es también, como aquella, imaginaria y narcisista: imaginaria porque no considera la madre real sino la madre deseante, que una de las facetas que puede tener, y narcisista porque a través de esa identificación preserva su propia supervivencia, asegurándose cariño y alimento, dos necesidades que a esa edad son vitales: si no las tiene se muere. Ahora bien: el niño seguirá de ahí en más identificándose con algún aspecto de otras personas, de los 'otros' o semejantes, llamados de esta última manera precisamente porque tienen algo de él, en algo se asemejan: el padre, el hermanito, el maestro, etc. La simple observación o hasta la simple introspección a veces, nos revela que estos vínculos son ambivalentes: el sujeto ama y odia al mismo tiempo estas figuras imaginarias. El amor se explica: los ama porque, debido al modelo de la identificación especular en que se basan, ese semejante es un otro como él mismo (identificación narcisista): ama al otro porque tiene algo propio de él. 49 El odio, en cambio, debemos entenderlo a partir de que el sujeto intuye la posibilidad de que ese 'otro' puede robarle a su madre, o puede hacer que esta desvíe su atención hacia él, separándolo del lugar de privilegio implicado en la relación dual. El sujeto ya se había asegurado que su madre lo amaría siempre, pero también existe la posibilidad de que alguien le quite a su madre, porque cualquiera de esos otros rivales tiene también su autonomía y tienen, al menos potencialmente, ese poder. Se constituye así una especie de complejo de 'intrusión', siendo ejemplos típicos de intrusos-rivales el nuevo hermanito que concentra la atención de la madre, y el padre. Sobre la base de la estrategia de que la mejor defensa es el ataque, en el niño se generará de aquí en más un afecto hostil o agresivo frente al semejante, además del sentimiento amoroso: si puede destruir al otro, él podrá monopolizar el amor de su madre. Esta situación persiste el resto de la vida, y es trasladada a situaciones muy diversas: un nuevo compañero de trabajo es vivenciado como peligroso porque puede desviar la atención de la única empleada mujer hacia él, o la del jefe al verlo como posible sucesor, sobre todo si el nuevo empleado es más apuesto y tiene más talento que uno mismo. Algo más adelante, esta agresividad será luego morigerada o atenuada por el lenguaje, es decir, quedará sujeta, como toda pulsión, al régimen de los signos lingüísticos. Lacan habla, en efecto, de una función pacificadora o apaciguadora del lenguaje, cosa que también había intuido Freud cuando dijo que el primer ser humano que vociferó una maldición en vez de empuñar un arma contra el adversario fue el descubridor de la civilización. G.K. Chesterton decía, asimismo, que en general la gente suele pelear solamente porque no pueden discutir. Mientras autores como Melanie Klein explican la agresividad como una manifestación del instinto de muerte -y, como tal, existe ya desde el momento del nacimiento- Lacan la conceptualizará mas bien como el correlato o contrafigura del narcisismo especular: a la imagen del espejo se la ama, al semejante se lo odia (desde ya, a este último también se lo ama en cuanto nos identificamos con él sobre el modelo de la identificación especular, que es narcisista). Lacan establece una distinción entre la agresividad y la agresión. La agresión es un acto deliberado, conciente y ostensiblemente destructivo, como pegarle un golpe a alguien o planear un crimen. La agresividad, en cambio, es más sutil, más encubierta y, sobre todo, no implica una intención conciente. En la clínica puede aparecer como demoras en el pago de honorarios, llegadas tarde y, en general, cualquier actitud que 50 implique una molestia para el analista, como sembrar obstáculos que de una u otra forma se oponen a la cura. En estos casos se trata de una agresividad dirigida hacia el analista pero no hacia su persona real, sino a lo que él representa transferencialmente (el padre odiado) o aún terapéuticamente (el individuo que lo 'amenaza' con la curación). Si la agresión es una intención deliberada y conciente, la agresividad es una tendencia, una experiencia subjetiva que, pese a no ser explícita o pasar desapercibida para el mismo sujeto, precisamente por ello debe ser interpretada en el curso del análisis. La consideración del semejante como rival peligroso no sólo engendra agresividad, sino también el llamado conocimiento paranoico, que también persistirá el resto de la vida del sujeto. Toda persona desarrolla normalmente, un conocimiento paranoico, del mismo modo que toda persona normal tiene un monto de agresividad. Simplemente, no debemos confundir la paranoia normal con su agudización tal como aparece por ejemplo en ciertos enfermos mentales. Si el rival es peligroso, entonces es vivenciado como persecutorio, engendrando una experiencia paranoide. Freud había afirmado que el yo tiene una forma peculiar de comportarse: lo que le gusta lo 'traga', lo incorpora dentro de sí, y lo que no lo 'escupe', lo larga afuera. De aquí partió Melanie Klein para hablar de la introyección del objeto bueno y la proyección al exterior del objeto malo, pero también Jacques Lacan cuando señaló que el semejante-rival -objeto odiado- es mantenido afuera y vivenciado como persecutorio. El yo tiene una aguda percepción para captar en los otros pequeños indicios persecutorios, que incluso pueden intensificarse en las maniobras clínicas y en los casos decididamente patológicos de paranoia. En la vida diaria no está tan agudizada esta percepción pues de otro modo no podríamos convivir, y veríamos en cualquier persona que no rodea un peligrosísimo rival que busca suplantarnos o quitarnos lo que es nuestro: dinero, afectos, felicidad, trabajo, etc. Como la agresividad, también la actitud paranoide es susceptible de interpretación. La expresión 'conocimiento paranoico' alude al hecho de que, cuando conocemos a alguien o también cuando queremos conocer la materia que cursamos, ese acceso cognoscitivo está inevitablemente acompañado de una experiencia paranoica: la nueva persona que conozco puede ser peligrosa, del mismo modo que la materia que 51 cursamos también la vivenciamos como peligrosa. Todo conocimiento, incluso el intelectual o el científico, tiene este componente persecutorio, normalmente morigerado o atenuado, que nos hace ver las cosas en función de ciertos indicios de peligro que, desde nuestra subjetividad, proyectamos sobre ellas exagerándolas o aún inventándolas. 6. Apoyatura empírica Desde ya que J. Lacan no sacó todas estas ideas sobre la fase del espejo de la galera. Los dos primeros ejemplos inspiraron a Lacan para formular su hipótesis de la fase del espejo, y las restantes son otras situaciones que pueden vincularse con esta fase, es decir, pueden ser explicadas desde ella o bien pueden servir como forma de corroborarla: a) La etología animal nos enseña a través de K. Lorenz que ciertas palomas ovulan no solamente cuando ven a otra paloma, sino también cuando ven su propia imagen en el espejo. Si un acontecimiento tan trascendental como las ovulación se desencadena en este ejemplo zoológico, ¿no podría ocurrir otro tanto -aunque de otro tipo- en el caso del ser humano que se mira en el espejo, más allá del júbilo que experimenta? Lacan comienza precisamente a desarrollar la fase del espejo con el ejemplo de la paloma, sosteniendo que los animales también participarían de una dimensión imaginaria, (pero no de una dimensión simbólica, exclusiva del hombre), habida cuenta de las innumerables experiencias donde se ha comprobado la importancia de la imagen en el comportamiento animal, incluso en procesos tan importantes como la función reproductora. b) El intenso júbilo que experimenta el infante al observarse en el espejo nos sugiere que esta visión tiene gran importancia para él, y cabe suponer que lo que es importante para él es también importante para el desarrollo de su personalidad. Por lo demás, las investigaciones realizadas por H. Wallon destacan también la importancia de la visión especular de la propia imagen en el contexto del proceso de individuación del cuerpo propio. c) Algunos esquizofrénicos pueden pasarse horas contemplándose en un espejo buscando la unidad de un cuerpo y una personalidad que vivencian como fragmentada. Existen además algunas vivencias normales donde la persona siente que todo lo que piensa o hace lo está copiando de los demás, y entonces se siente 52 vacía y falta de una personalidad propia. ¿Serán acaso estas vivencias el preludio del desenmascaramiento del yo, y el comienzo del acceso a la propia subjetividad? Para algunos autores, todos estos hechos no alcanzan a probar satisfactoriamente la hipótesis lacaniana de la fase del espejo o, en todo caso, su importancia para el desarrollo de la personalidad. De hecho, resulta muy difícil comprobar cosas que supuestamente acontecen en la más profunda intimidad del hombre, especialmente a la edad de un año y medio. Como dijo alguna vez Quevedo: "Es esto de las estrellas / el más seguro mentir, / porque ninguno puede ir / a preguntárselo a ellas". Desde ya, las razones de esta limitación está menos en la forma de pensar del psicoanalista francés, que en la intrínseca complejidad de la mente humana, tan refractaria a las investigaciones experimentales y al aislamiento de variables. 5. EL EDIPO EN LACAN El desarrollo de la personalidad, tanto normal como patológico, está marcado, de acuerdo al planteo lacaniano, por dos experiencias infantiles decisivas: el estadio del espejo y el complejo de Edipo. Ya tuvimos oportunidad de referirnos a la primera de ellas. Aunque el estadio del espejo se sitúa entre los 6 y los 18 meses, y el complejo de Edipo entre los 3 y los 5 años, ello no debe llevarnos a pensar que hay un corte abrupto entre ambas experiencias, como si entre los 18 meses y los 3 años no pasara nada. En realidad, hay una transición gradual entre uno y otro acontecimiento y, por otra parte, están ambos íntimamente vinculados entre sí. Por ejemplo, en el estadio del espejo el niño se identifica con lo que la madre mira, lo que es una condición necesaria para que luego, enseguida, el niño ingrese en el primer tiempo del Edipo identificándose con aquello que la madre desea. Desde ya, para identificarse con lo que la madre desea primero debe saber qué es lo que a ella le interesa, es decir, qué es lo que ella mira. Así, "Lacan localiza el inicio del complejo de Edipo en un momento determinado del proceso de maduración del niño. Momento que es contemporáneo al "Estadio del Espejo" en el que se dibuja en el niño un cierto tipo de identificación basada en la relación de alienación con la madre" (Baravelle y otros, 1993:32). 53 En lo que sigue, desarrollamos nuestra visión particular acerca del planteo de Jacques Lacan (1901-1981) sobre el Complejo de Edipo, siguiendo el criterio de los tres tiempos de autor mencionado. 1. Primer tiempo Los tres tiempos del Edipo pueden ser comparados con una obra teatral en tres actos. Y como en todo drama, en cada acto intervienen ciertos personajes que desarrollan acciones, es decir, que hacen algo. En el primer tiempo del Edipo intervienen solamente dos personajes: la madre y el hijo, y las acciones que llevan a cabo son seducciones mutuas que definen un gran idilio. La relación madre-hijo tiene, por lo menos en la especie humana, características absolutamente únicas. Si la comparamos con la relación entre padre e hijo, entre cónyuges, entre amigos, entre amantes, entre socios, entre hermanos, entre tíos y sobrinos o entre abuelos y nietos, veremos que la relación de la madre con el hijo es, de todas ellas, la más intensa, la más sólida, la más firme, la que está cargada de una mayor afectividad. La relación madre-hijo tiene tanta carga afectiva que: 1) Apenas se instala, dura toda la vida: una amistad puede cesar, una relación de amantes también, uno puede separarse y olvidarse de su socio, pero para la madre un hijo será siempre un hijo, y para un hijo la madre será siempre la madre. Desde ya, estamos generalizando, porque también hay madres que abandonan a sus hijos apenas nacen. Lo que estamos haciendo aquí es en realidad comparar la relación madre-hijo con las otras relaciones humanas, no la relación madre-hijo con otras similares que no alcanzaron a concretarse. 2) La fortaleza y el compromiso de la unión madre-hijo supera la fortaleza de cualquier otro tipo de relación. No por nada el peor insulto es el insulto a la madre; no por nada las únicas personas que reaccionaron en una etapa oscura y terrible de nuestro pasado fueron las Madres de Plaza de Mayo. Idénticamente, pruebe alguien secuestrar a un hijo quitándoselo del regazo a una madre, como lo testimonió no hace mucho la crónica policial, cuando una madre se colgó del paragolpe del coche de los secuestradores cuando éste empezó a andar, lo que finalmente le permitió recuperar a su hijo. 54 La relación madre-hijo es la que muestra la mayor dependencia de uno respecto del otro. Muchas personas que se divorcian se van a vivir con la madre, y muchos moribundos invocan la presencia de la madre, o por lo menos invocan su nombre. El psicoanálisis se ha interrogado también acerca del por qué de este vínculo tan fuerte y tan intenso, y son poco quienes no han rescatado su enorme importancia (M Mahler, M Klein, D Winnicott, etc). Algunos de estos autores, como M. Mahler, hablan de una verdadera simbiosis entre madre e hijo, y esto nos empieza a dar una pista del por qué de la intensidad del vínculo. La idea de simbiosis aparece originalmente en la biología, para designar aquella relación entre especies donde ambas se benefician mutuamente. Un ejemplo de este tipo de relación lo vemos entre el cocodrilo y algunos pajaritos: estos últimos se benefician porque van a los dientes del cocodrilo y encuentran allí su comida servida, mientras que el cocodrilo se beneficia porque tiene alguien que le limpie los dientes. Si decimos que la relación madre-hijo es, al menos en sus comienzos, una relación simbiótica, es también porque ambos, y no uno solo, obtienen beneficios. Por supuesto, entre dos socios o entre dos amigos también hay un beneficio mutuo, pero la diferencia está en que, si la relación entre madre e hijo es tan intensa, ha de ser porque los beneficios que ambos obtienen deben ser muy importantes, tal vez, los más importantes que puedan recibir en su vida. Veamos en qué se beneficia cada uno de ellos. Desde el punto de vista del hijo, el beneficio es evidente. La madre le suministra insumos que son vitales para el niño, porque sin ellos directamente se muere: alimentación, cuidados, etc., pero también caricias, porque el afecto es también una cuestión vital a esta edad: los niños se pueden morir de amor. Vemos así que el beneficio para el hijo es enorme, porque en ello se le juega nada menos que la subsistencia vital. Este desamparo primordial del niño hace que necesite a su madre de una forma obligada: en caso contrario se muere y, desde ya, no hablamos aquí de muerte simbólica sino de muerte real, de muerte biológica. Desde el punto de vista de la madre, en cambio, tan vez el beneficio no se nos aparezca tan evidente. Ella no necesita del hijo para sobrevivir: si debe alimentarse, va y se cocina un bife de chorizo, si quiere mimos se va con su esposo o con su amante. 55 Entonces, ¿qué es lo que ata tanto a la madre a su hijo? Probablemente si hiciéramos una encuesta preguntándole a las madres por qué es tan importante para ellas un hijo, obtendríamos respuestas del tipo 'porque es lógico', o 'porque para una madre lo más importante es su hijo', 'porque así es la naturaleza', etc. Se trata de respuestas que encierran una parte de la verdad -de la verdad psicoanalítica-, pero como los motivos de esta ligazón con el hijo permanecen habitualmente inconcientes, difícilmente obtendríamos una respuesta del tipo 'porque un hijo me completa narcisísticamente', o 'porque es la forma de recuperar aquello que perdí'. Con este tipo de respuestas, así, nos acercamos más a la hipótesis psicoanalítica que intenta explicar la fuerte unión de la madre al niño. Tan importante es para el hijo su madre por cuestiones de supervivencia, como para la madre su hijo por cuestiones de narcisismo o de completud narcisista. Un hijo viene a llenar una falta primordial, derivada de la castración, y simbólicamente el hijo viene a representar aquello que la madre alguna vez perdió. Algunas madres, cuando están embarazadas o tienen un hijo sienten un estado de completud, de paz que ellas mismas suelen manifestar de diversas formas. Esto que la madre siente que falta es lo que se designa como 'falo'. El falo no es el pene, es ante todo un elemento significante, algo que significa 'aquello que falta' para alcanzar la completud, y Lacan, específicamente, lo instituye como el significante primordial del deseo. Por ello, el hijo es para la madre el 'falo', es aquello que ella deseará y cuya obtención creará en ella el mencionado sentimiento de completud narcisista. Lo que falta no es el pene. "El pene es el elemento de la realidad sobre el que se apoya lo que podríamos llamar una fantasía de completud. El pene, como órgano que se ve, que es eréctil, que responde a ciertos estímulos, contrasta con el clítoris, más pequeño, y la vagina, que no se ve. Así es que, si comparamos, la imagen que se obtiene es la de que algo falta. Esto hace que la completud se inscriba en los sujetos como un símbolo. Lacan denominó a esto símbolo fálico. Este símbolo se apoya en las teorías sexuales infantiles, pero lo primero que hay que aclarar es que el falo no es el pene. El falo es un concepto psicoanalítico, es un significante. Es el significante del deseo. El significante del deseo de completud. La creencia de que algo falta, de que hemos perdido algo, nos lleva a desear el encuentro con ese objeto tan preciado. Es por ello que diferentes objetos se pueden colocar como aquellos que podrían cumplir esa función. En el caso de la mujer podemos ver... cómo a partir de la suposición de que lo que le falta es el pene (para ser completa) puede llegar a desear un hijo como 56 sustituto del mismo. Aclaremos: no como sustituto del pene en sí, sino como sustituto de una falta. A partir de aquí podemos inferir que la madre puede colocar al hijo en el lugar de ese objeto anhelado que cree que le falta" (Baravelle y otros, 1993:78). Hasta aquí podemos ir sintetizando lo dicho: el vínculo madre-hijo es de los más intensos que se conocen, y ello es debido a que cada uno de ellos encuentra en el otro aquello que más desea en el mundo: el niño encuentra comida y amor, esenciales para su supervivencia, mientras que la madre encuentra su completud, esencial para su narcisismo. Se trata, en cierto sentido, de una relación asimétrica, y ello por dos motivos: 1°) La madre conoce el motivo de la dependencia del niño, pero éste desconoce el motivo por el cual la madre depende de él: mientras la madre sabe que el niño depende de ella para sobrevivir, "el deseo de la madre va a ser siempre un enigma para el niño" (Baravelle y otros, 1993:79). 2°) El niño depende totalmente de la madre, pero ésta no depende totalmente del niño. Si fuese perfectamente simétrica, madre e hijo necesitarían uno del otro para sobrevivir, o bien madre e hijo necesitarían uno del otro para su completud narcisista, pero tal no es el caso. Esta asimetría hace que el niño sea totalmente dependiente de la madre, pero la madre no sea totalmente dependiente del niño. La madre lo es todo para el niño, pero el niño no lo es todo para la madre, porque ella tiene también sus intereses, su esposo, su trabajo, etc., todos elementos a través de los cuales puede también completándose narcisísticamente. Incluso puede completarse de esta forma a través del tan conocido acicalamiento femenino con el que la mujer busca mostrar, entre otras cosas, que después de todo su cuerpo carece de imperfecciones. Cuando la madre tiene a su hijo, esto contribuye a su completud, pero en esta instancia el niño sigue necesitando de la madre. En otras palabras, mientras que para la madre no hay, por el momento, peligro que el niño presta atención a otras cosas y se aleje de ella, para el niño sí existe este peligro, lo que advierte por ejemplo cuando en determinado momento no está el pecho cuando tiene hambre, y no porque la madre sea mala sino porque tal vez momentáneamente fue a hablar por teléfono con una amiga. 57 Por lo tanto, ante esta amenaza de perder a la madre, el niño necesitará reasegurarse que ella estará siempre con él y que nunca lo abandonará. Y aquí viene una idea fundamental de este primer tiempo del Edipo: el niño, para asegurarse de que su madre jamás lo abandonará, recurre al ingenioso truco de ser aquello que la madre más desea, esto es, en lenguaje psicoanalítico, el falo. Llegamos así a la conclusión de que el niño se identifica con el falo, es decir, ES el falo de madre. En este punto, el niño ya no experimenta una simple necesidad (necesidad biológica de la madre para sobrevivir), sino que además se genera en él un deseo (deseo de ser el deseo de la madre para que éste satisfaga siempre sus necesidades). Nos dice Lacan al respecto: "El niño trata de identificarse con lo que es el objeto de deseo de la madre: es deseo del deseo de la madre y no solamente de su contacto, de sus cuidados; pero hay en la madre el deseo de algo más que la satisfacción del deseo del niño; detrás de ella se perfilan todo ese orden simbólico del que depende y ese objeto predominante en el orden simbólico, el falo" (Lacan, 1979:86). Lacan nos agrega aquí algo con respecto a la madre: esta no desea simplemente satisfacer las necesidades del chico, sino que también busca satisfacer su propio deseo de completud, con lo cual ni niño no es un niño cualquiera: será su niño-falo. Vemos así cómo el niño, para asegurarse la atención materna, se identificará con aquello que la madre desea, con lo cual el niño pasa a ocupar pura y simplemente el lugar de una carencia materna. Este lugar preexiste incluso como tal antes de la fecundación, desde que la madre puede ya desear tener un hijo antes de casarse. En este primer tiempo del Edipo asistimos así al encuentro de dos deseos -el de la madre y el del hijo- que quedan articulados a través del falo sellando este vínculo dual, por cuanto la madre se completa con el falo y al mismo tiempo el hijo se identifica con este falo: una se reasegura la completud, el otro se reasegura la presencia materna y, con ello, el alimento y el amor. Queda así establecido un vínculo que en el segundo tiempo normalmente deberá romperse. Lo que rompa este vínculo ha de ser, como veremos, algo muy fuerte, porque muy fuerte es también la relación dual que se quiere romper. 2. Segundo tiempo En este segundo tiempo aparece un tercer personaje, el padre. Pero no cualquier padre. Quien aparece aquí es un padre terrible, prohibidor, omnipotente, en la medida 58 en que interviene privando al niño de ser el falo de la madre, y a la madre de su preciado objeto fálico pues es él -el padre- el único que tiene derecho a ella. De aquí, además, que el padre aparezca acá, desde la perspectiva del hijo, como un rival en tanto otro posible objeto de deseo de la madre. Empieza así a funcionar la ley de la prohibición del incesto, bajo amenaza de castración. La intensa angustia de castración es lo único que parece tener eficacia para obligar al niño a abandonar a la madre como objeto erótico. Obviamente, para que el padre sea reconocido como tal en esa función, su palabra debe ser reconocida por la madre y aceptada, aunque a regañadientes, por el hijo. Si este no acata la ley y/o la madre no reconoce la función paterna, la criatura quedará unida y sometida a la madre perdurando indefinidamente atrapada en esa relación dual e inmediata. Desde ya, "esta función 'nombre del padre' puede llevarla a cabo cualquiera que ocupe ese lugar. No se trata de que, necesariamente, esté allí el padre biológico" (Baravelle y otros, 1993:79). La intrusión del padre no provoca que madre e hijo se peleen o se separen radicalmente. Lo que prohíbe es la índole sexual de la relación. La intrusión paterna viene a desexualizar el vínculo, ya que lo que prohíbe es el incesto, con lo cual persiste entre la madre y el niño una relación tierna de amor sublimado. Esta separación de la madre y del hijo a nivel sexual es lo que se llama 'castración simbólica', donde se priva al niño de la madre, y a la madre del niño como objeto fálico. El complejo de Edipo "no puede reducirse a una situación real, a la influencia ejercida efectivamente sobre el niño por la pareja parental. Su eficacia proviene de la intervención de una instancia prohibitiva (prohibición del incesto) que cierra la puerta a la satisfacción naturalmente buscada y une de modo inseparable el deseo y la ley (punto sobre el que ha puesto el acento J. Lacan). Esto disminuye el alcance de la objeción iniciada por Malinowski y recogida por la escuela llamada culturalista, según la cual, en ciertas civilizaciones en las que el padre carece de toda función represora, no existiría el complejo de Edipo, sino un complejo nuclear característico de aquella estructura social: de hecho, en tales civilizaciones, los psicoanalistas intentan descubrir qué personajes reales, o incluso qué instituciones, encarnan la instancia prohibitiva, en qué modalidades sociales se especifica la estructura triangular constituida por el niño, su objeto natural y el representante de la ley" (Laplanche y Pontalis, 1981:65). 59 La prohibición de incesto parece tener un alcance diferente según cada cultura. En la nuestra, la prohibición alcanza a los progenitores y a los hermanos, pero en otras culturas la situación es diferente. La universalidad del complejo de Edipo alude a que siempre hay una instancia prohibidora, más allá de a quien se aplica. Un profesor mío de psicopatología decía que el Edipo se aplica a las hermanas, pero no a las primas. Acto seguido, mirando atentamente a los alumnos, decía: "Veo muchas caras de alivio en el aula". Destaquemos, por último, cómo se establece la relación del padre con la madre en este segundo tiempo. Desde la perspectiva del niño, ahora él ya no es más el objeto de deseo de su madre, sino su padre, con lo cual el niño ya no es más el falo, sino el padre quien, instaurando la prohibición del incesto, aparta al niño de su madre y se sitúa él mismo como el objeto de deseo materno. Se puede así interpretar la afirmación lacaniana de que el padre, en este segundo tiempo, es quien pasa a ser el falo. 3. Tercer tiempo Si en el segundo tiempo había un padre terrible, aquí aparecerá un padre mas bien permisivo que otorga al niño una salida exogámica: "con tu madre no, pero con otras mujeres sí". Al mismo tiempo, él mismo se ofrece como modelo de identificación para su hijo: "sé como yo, que me busqué una mujer fuera de mi familia". Así, el niño ya no está más identificado con el falo, como en el primer tiempo, sino que aquí queda identificado con la función paterna en tanto sujeto que tiene un pene que podrá utilizar con otras mujeres (asunción de la masculinidad). Al identificarse con el padre, el niño deja de 'ser' el falo de la madre, pasando a 'tener' un falo como el de su papá, con lo cual emprenderá la búsqueda de otras mujeres. Y así, como dice el tango, "la historia vuelve a repetirse", ya que formará una nueva familias donde se reiterará la situación edípica con los nuevos hijos. Y siempre, tanto en la familia de origen como en la nueva familia se cumplirá, como se ve, que el padre elige alguien que no es ni la madre ni la hermana. De hecho, los únicos integrantes de una familia que no son parientes directos entre sí son los cónyuges. Lacan sintetiza este tercer tiempo señalando que hay un "tercer tiempo del que depende la declinación del Edipo: el padre interviene como aquel que tiene el falo y no que es tal, reinstaura la instancia del falo como objeto deseado por la madre y ya no como objeto del que pueda privarla como padre omnipotente. En otras palabras, en 60 esta etapa el padre es más preferido que la madre y esta identificación culmina en la formación del ideal del Yo" (Lacan, 1979:87). ESQUEMA DE CIRCULACION DEL FALO TIEMPO NIÑO MADRE PADRE Primero es el falo tiene el falo ---- Segundo deja de serlo deja de tenerlo es el falo Tercero ---- ---- tiene el falo 4. Yo Ideal, Superyo, Ideal del Yo en los tiempos edípicos Esta última observación de Lacan nos lleva a pensar, un poco esquemáticamente, que mientras el primer tiempo del Edipo está relacionado con el Yo Ideal del niño, el segundo tiempo está en relación con su Superyo y el tercer tiempo con su Ideal del Yo. Las razones de estas correspondencias son las siguientes. El niño del primer tiempo es un niño omnipotente: al haberse identificado con aquello que la madre desea, siente que puede controlarla y tenerla siempre para sí. No concibe la no satisfacción, tiene todo a su alcance: el Yo Ideal es una estructura esencialmente narcisista instaurada ya desde la fase del espejo, fase que se continúa prácticamente sin solución de continuidad con el primer tiempo edípico. El segundo tiempo instaura una herida narcisista que desmorona la imagen de perfección y de omnipotencia del niño, ya que la intrusión paterna separa a éste de su madre mediante la prohibición del incesto. El niño asume la prohibición bajo la amenaza de castración, la internaliza y se constituye el Superyó. La ley de la prohibición del incesto tiene en el segundo tiempo un aspecto que prohíbe, pero también tendrá en el tercer tiempo un aspecto que permite y hasta incluso que obliga (la lógica deóntica distingue tres valores para los enunciados imperativos: lo obligatorio, lo prohibido y lo permitido). El niño, tras la herida narcisista sufrida, se propone de alguna manera restañarla proponiéndose una meta: ser como el padre para poder constituirse nuevamente como el objeto de deseo de una mujer, sólo que esta vez será extrafamiliar. El niño se propone así un ideal para alcanzar, y al identificarse con aquello que él quisiera ser (como el padre), se forma el Ideal del Yo. 61 Según Laplanche y Pontalis (1981:471), Freud no hizo una clara diferenciación entre el Yo Ideal y el Ideal del Yo. Entre los autores que sí la hicieron está Lacan, para quien si en el Ideal del Yo se toma como modelo la imagen idealizada del padre, en el Yo Ideal en cambio se toma la propia imagen del niño omnipotente que alguna vez fue. 5. En síntesis Señala Althusser que el objeto del psicoanálisis es el inconciente, lo cual no es otra cosa que el conjunto de efectos de la aventura edípica durante el resto de la vida, y que hicieron que un animalito se transformara en una criatura humana, en un sujeto masculino o femenino (Althusser, 1988). El complejo de Edipo puede, en suma, ser entendido como una obra teatral en tres actos: PRIMER ACTO Niño: Mamá, yo quiero que me ames, y que no me abandones. Madre: Bueno querido, entonces debes ser algo que yo desee, porque así no te abandonaré nunca y te querré siempre. Niño: ¿Y vos qué deseás, mamá? Madre: Yo deseo ser completa y poderosa. Siento que soy incompleta porque me falta el falo. Sé el falo, hijo, y te podré desear. (Mientras, la madre piensa por lo bajo: este tonto de mi hijo se cree que así lo voy a desear a él; en realidad, lo único que busco es mi completud narcisista). Niño: Bueno mamá, de ahora en adelante SOY el falo. Madre: Gracias, hijo. Ahora tengo un falo. Niño: Vamos a contarle todo esto a Lacan, así lo publica y se hace famoso. SEGUNDO ACTO Padre (irrumpiendo en el idilio anterior): ¡Se acabó al relación entre ustedes dos! Vos, pibe, no te metas con la vieja. 62 Niño (hablando consigo mismo): Tendré que dejar de ser el falo de mi madre. Parece que ella prefiere al turro de mi viejo. Será mejor hacerle caso a él, si no, me castra, cosa que me angustia mucho. TERCER ACTO Padre: Querida, vos quedate conmigo. Y vos pibe, hacé como yo: andá a hacerte hombre con otras mujeres. Aquí cada uno tiene que ocupar su lugar. Madre: Naturalmente querido, yo estoy con vos. Niño: Ya no puedo ser más el falo de mi mamá, ya no soy una carencia de mi madre. Ahora soy alguien que TIENE un falo como mi papá, alguien que desea a otras mujeres y que podrá ser deseado por ellas. TELON El complejo de Edipo "es la estructura donde el sujeto se determina y se identifica, llegando a insertarse en el mundo simbólico en una estructura de ley, la ley de prohibición del incesto, que funda el deseo en la medida que el deseo llega a ser deseo porque existe la ley que lo prohíbe" (Baravelle y otros, 1993:32). Para Althusser, el Edipo no es un ‘sentido oculto’ que debe hacerse conciente, ni tampoco una estructura desaparecida en el pasado que puede reactivarse en el presente: el Edipo es la estructura dramática, la máquina teatral que la Ley impone a todo candidato, y que puede expresarse según distintas variantes: precisamente la cura analítica trabaja sobre los efectos concretos de estas variaciones, de estas formas de pasar el Edipo, todas las cuales pueden ser pensadas a partir del invariante original Edipo. El complejo de Edipo es, por lo analizado, una estructura intersubjetiva, y como en toda estructura existen lugares vacíos (el lugar del hijo, del padre, de la madre) que serán ocupados por diferentes personajes, y donde cada uno se define en función de su relación con los otros (el padre es padre en función del hijo, etc.), y en función de su posición respecto del falo (en cierto momento algunos serán el falo, otros tendrán el falo, otros dejarán de serlo, otros dejarán de tenerlo, etc.). Esto significa que entre estos personajes circula el falo, de acuerdo al esquema de circulación del mismo (ver). En efecto, "el complejo de Edipo se estructura alrededor de la localización del falo en 63 el deseo de la madre, del hijo y del padre; alrededor del ser y el tener" (Baravelle y otros, 1993:34). Recomendamos por su claridad, la siguiente bibliografía para seguir profundizando la problemática edípica desde Lacan: 1) Bleichmar Hugo, La teoría del Edipo en Freud y Lacan, incluído en "Introducción al estudio de las perversiones", Buenos Aires:Nueva Visión. 2) Rifflet-Lemaire A, Lacan. Barcelona: Edhasa. 3) Fages J, Para comprender a Lacan. Buenos Aires: Amorrortu. 6. LENGUAJE E INCONCIENTE Examinaremos finalmente cómo Lacan relaciona inconciente y lenguaje: el inconciente como lo entendió Freud, y el lenguaje como lo entendió Saussure. Lacan no es un autor sencillo y, precisamente por la complejidad de los temas que aborda, inevitablemente habremos de introducir algunas interpretaciones personales sobre sus ideas. Damos por sentado que el lector tiene alguna idea de la lingüística saussureana. Mientras Freud era psicólogo, Saussure nada tenía que ver con la psicología, pues su ocupación fue la lingüística. Cabe entonces preguntarse por qué Lacan trae al campo de la psicología y del psicoanálisis una teoría de otro campo, como es la lingüística. Para ello podemos invocar una razón teórica y una razón práctica. La razón teórica es que el modelo saussureano del lenguaje nos servirá para comprender cómo opera el inconciente, mientras que la razón práctica tiene que ver directamente con la cura analítica. En efecto, la cura consiste en la exploración del inconciente. Pero resulta que el inconciente no es algo que esté a la vista, que sea claro y diáfano: si así fuera, el psicoanalista tendría muchos menos trabajo y no necesitaría descifrar nada. Hay que buscar entonces, algo a través de lo cual el inconciente encuentre la forma de expresarse, de hacerse 'visible', porque ese algo a través de lo cual se expresa el inconciente es el lenguaje. No se trata de ningún lenguaje exótico o especial: el inconciente se expresa a través del lenguaje nuestro de todos los días, a través del lenguaje mediante el cual le decimos 'buenos tardes' al analista, mediante el cual le contamos nuestros sueños, mediante el cual cometemos actos fallidos y, por supuesto, mediante el cual y sobre el cual el analista hace sus interpretaciones y señalamientos. 64 El inconciente se expresa tanto en el lenguaje corporal (gestos, posturas, etc.), como en el gráfico (dibujos), como en el verbal (escritos, verbalizaciones orales). Mientras en un psicodiagnóstico se recurre en general a estos tres tipos de lenguaje, en el tratamiento analítico se recurre específicamente al lenguaje verbal, y, dentro de él, concretamente al lenguaje verbal oral, es decir, a lo que nos dice el paciente. Podemos decir entonces, hasta aquí, que el inconciente se nos manifiesta, o se nos hace 'visible' de una manera audible. Al analista no le interesa tanto el síntoma como conducta 'visible' (por ejemplo un tic nervioso, que es algo que se puede ver), sino mas bien las verbalizaciones del paciente sobre su síntoma (que es algo que se puede escuchar), de ahí el pedido típico del analista: 'hábleme de su síntoma', o 'hábleme de sus sueños', etc. Al decir de Foucault, se trata de una clínica de la escucha, no de una clínica de la mirada. Cuando hagamos ahora entonces la comparación entre el inconciente y el lenguaje, haremos referencia al lenguaje verbal, que fue específicamente el que estudió Saussure. Si el inconciente se expresa a través del lenguaje, ello se debe a que ambos, inconciente y lenguaje, tienen estructuras y modos de funcionamiento análogos, o por lo menos comparables. Tal es la hipótesis lacaniana cuando indica que 'el inconciente está estructurado como un lenguaje'. Y puesto que ambas estructuras son semejantes, estudiar la estructura del lenguaje equivaldrá a estudiar la estructura del inconciente. Como indica Edouard Zarifian, "Lacan ha hecho hablar al inconciente estudiando la estructura misma del lenguaje" (Zafirian, 1980), inaugurando así a éste último como un eje de reflexión psicoanalítica. Lacan encontrará que el modelo saussureano de lenguaje es especialmente apto para la comprensión del inconciente, por razones que iremos viendo. En otras palabras, la estructura del lenguaje según Saussure presenta un cierto isomorfismo (igual forma) con la estructura del inconciente. Destaca Althusser (1988) que el acceso al inconciente, sobre todo desde Lacan, no hubiera sido posible sin el auxilio de otra ciencia, la lingüística, ya que “el discurso del inconciente está estructurado como un lenguaje”. Por ejemplo en el desplazamiento y la condensación Lacan reconoce a la metonimia y a la metáfora; asimismo en el chiste, en el síntoma, en el acto fallido Lacan reconoce significantes inscriptos en la cadena de un discurso inconciente, que repite silenciosamente (por la represión) la cadena del discurso verbal. Así, el discurso humano resulta doble (inconciente y verbal) pero se desarrolla en un campo único: la cadena significante. De esta forma el 65 lenguaje se convierte en el único objeto y medio de la práctica analítica. Todo lo que interviene en la cura se desarrolla en el lenguaje y por el lenguaje (incluidos silencios, ritmos, tonos, pausas). Por el solo hecho de ser estructuras, tanto el inconciente como el lenguaje tienen elementos, relaciones entre esos elementos y reglas o leyes que rigen esas relaciones. Por ejemplo, los elementos de la estructura del lenguaje son los signos, mientras que los elementos de la estructura del inconciente son las representaciones. También, las relaciones entre los signos son sintagmáticas y asociativas, y están regidas por las leyes de combinación y selección. Por su parte, las relaciones entre las representaciones son vínculos de desplazamiento y de condensación, que están regidos por las leyes del proceso primario. 1. El signo desde el enfoque de Lacan Vamos a comenzar analizando cómo conceptualiza Lacan la idea saussureana de signo. Lacan no toma tal cual esta idea, sino que va a introducirle algunas modificaciones con el fin de adaptarla a la estructura del inconciente (esquema 1). No debe entenderse entonces esto como una crítica de Lacan a Saussure: dentro de los límites de la lingüística acepta la idea de Saussure, sólo que simplemente hace algunos cambios para poder integrarla con la teoría psicoanalítica. Podemos sintetizar estas modificaciones en tres puntos: a) Lacan rompe la unidad indisoluble del signo que había preconizado Saussure; b) privilegia el significante por encima del significado; y c) cuestiona la arbitrariedad del signo. a) Crítica de la indisolubilidad.- Para Saussure, el signo es una unidad indisoluble entre un significado y un significante. Ambos componentes del signo se encuentran coimplicados, de forma tal que no puede existir el uno sin el otro, haciéndose la separación solamente a los efectos del análisis de estos componentes. Esta indisolubilidad puede expresarse también diciendo que todo significado remite a un significante, y todo significante a un significado: no existe el uno sin el otro. Lacan va a cuestionar esta unidad indisoluble al postular la posibilidad de significantes aislados del significado o independientes de él (la barra engrosada del esquema 1 expresa esta independencia del significante. En el esquema de Saussure, la barra aparece más fina porque en lugar de separar, une). Llega incluso a radicalizar este planteo mostrando que, en ciertos casos, no existen significados a los que un significante pueda remitir, con lo cual queda de alguna forma privilegiado éste último. 66 Como veremos, estos casos donde no hay significado al que remita un significante son la psicosis, y la situación previa al Edipo donde no se ha instaurado la función simbólica. b) El privilegio del significante.- Observando el famoso algoritmo de Saussure (esquema 1) vemos que ubica arriba el significado y abajo el significante. Hasta donde sabemos, Saussure no ofrece una explicación de esta disposición espacial de su esquema del signo, pero podemos suponer que es porque primero tenemos algo para decir (significado) y luego buscamos la palabra para decirlo (significante). A nadie se le ocurriría decir "tengo una palabra pero no encuentro la idea", sino mas bien "tengo una idea pero no encuentro la palabra para expresarla". Lacan, en cambio, invierte la relación saussureana, ubicando el significante arriba y el significado abajo. Notemos la diferencia con Saussure: éste último podría haber dicho que el niño ingresa en un mundo de objetos a los que hay que nombrar, mientras que desde Lacan, el niño ingresa en un mundo de palabras a las que hay darles significado, o sea, nace en un mundo de significantes y recién después de este "baño" de lenguaje, y función simbólica mediante, podrá asignarles un significado. ¿Quién tiene razón? Ambos. La contradicción entre estas posturas es sólo aparente puesto que en realidad ambas cosas son las que suceden en la realidad, como lo muestran las observaciones cotidianas del comportamiento infantil. El chico que señala un objeto y pregunta ¿cómo se llama esto? estaría avalando a Saussure, mientras que el chico que escucha una palabra y pregunta ¿qué significa eso? estaría avalando a Lacan. Pero si ocurren ambas cosas, ¿por qué Lacan se preocupa por destacar la segunda situación? Respuesta: porque para él esa situación es una premisa fundamental a partir de la cual puede montarse una explicación de lo sano y lo patológico. Como pronto veremos, la psicosis, por ejemplo obedece a un uso inicial defectuoso del lenguaje, donde el niño no puede asimilar determinados significantes a un significado (déficit de la función simbólica). Cuando Lacan dice que el niño recibe una serie de significantes a los que aún no le puede asignar significado, se está refiriendo a ciertos significantes que van a tener mucha importancia en su desarrollo psíquico como 'padre', 'coito', etc. Ubiquémonos en la situación de un niño de corta edad (antes del Edipo), en la que capta significantes sin asignarles aún significado, o sea, una situación en la que recibe 67 toda una serie de datos pero sin recibir información (datos vacíos). Por dar un ejemplo, presencia el coito de los padres o escucha la palabra coito. Aquella escena o esta palabra quedan registradas como un puro significante, o sea, sin saber el niño a qué significado remite. Aún no puede ligar un significante con su significado. Cuando Lacan pregona la autonomía del significante respecto del significado está queriendo decir que el sujeto no inventa el significante: este se le presenta, se le impone y queda registrado como significante puro, donde 'puro' quiere decir aislado de un significado. Tampoco el significado lo inventará, sino que a su debido tiempo también le será impuesto externamente a través de las pautas culturales. El lenguaje actúa a espaldas del sujeto. Vemos así como el sujeto se constituye desde un otro, desde algo exterior al él: desde el lenguaje a nivel simbólico, y desde la imagen especular a nivel imaginario (estadio del espejo). El primer otro es el 'Otro' (con mayúscula), y el segundo otro es el 'otro' (con minúscula), según la notación lacaniana. Para Lacan, así, el lenguaje resulta ser "una dimensión de exterioridad que tiene una función determinante para el sujeto". Efectivamente, en el curso del desarrollo normal, llega un momento donde aquellos significantes 'sueltos' o puros que el niño recibió deben ser ligados o unidos a un significado, es decir, debe cumplirse la función simbólica. Esto ocurre en el transcurso del complejo de Edipo y, según Lacan, es lo que permite a la criatura humana dejar de ser puramente animal e incorporar, sobre la previa base de lo imaginario (estadio del espejo), un nuevo orden que es el orden simbólico. Por ejemplo, antes del Edipo la palabra 'papá' no tiene el significado cultural que debe tener. Sólo sabe, casi diríamos por una cuestión de reflejos condicionados, que cierto individuo que anda por ahí con bigotes y que a veces trae plata recibe el nombre de 'papá, porque todos los llaman así. Durante el Edipo, el significante 'papá' será conectado con su significado cultural, pasando a ser entonces la instancia prohibidora, la autoridad, el representante de la ley de la prohibición del incesto y su posible ejecutor. Pero lamentablemente las cosas no siempre ocurren así. En las psicosis, esta función simbólica no se realiza o se hace defectuosamente. Como consecuencia de un padre que no actúa como ley (un padre 'ausente', permisivo) o como resultado de una madre que descalifica la autoridad paterna frente al hijo, éste último encontrará dificultades y hasta se verá imposibilitado de conectar ese significante con su significado cultural, 68 con lo que aquel persistirá aislado abonando el terreno para la psicosis. Desde ya, esta imposibilidad de simbolizar no es lo único que determina la psicosis: es apenas una explicación desde la lingüística y desde la problemática edípica. Los factores etiológicos de esta enfermedad deben rastrearse también en acontecimientos y experiencias pre-edípicas (oralidad, analidad, fase del espejo), en factores desencadenantes y, antes que todo eso, en los factores constitucionales. La función simbólica, en cambio, se cumple satisfactoriamente en el Edipo 'normal' y en el Edipo de los pacientes neuróticos (después de todo, como dijo un psicoanalista argentino, la neurosis es la locura de los cuerdos). Pero, ¿qué sucede después de instaurada la función simbólica? Sabemos por Freud que el Edipo culmina normalmente con la represión de la sexualidad (renuncia al incesto, aceptación a regañadientes de la autoridad paterna, etc.). En el Edipo normal, donde se cumplió la función simbólica como es debido, lo que se reprimirá será el significado. Pero en el Edipo 'psicótico' -por llamarlo de alguna manera- sólo se "reprimirá" el significante, ya que el sujeto nunca tuvo acceso a ningún significado. Esta "represión" del significante puro, para diferenciarla de la represión propiamente dicha (o represión del significado), recibirá el nombre de forclusión o repudio, el mecanismo prototípico de la psicosis. Esto aclara algunas de las expresiones de Lacan, como por ejemplo la referencia a la "forclusión del Nombre del Padre"; esto quiere decir que el sujeto 'reprime' (forcluye) solamente el significante, o sea la palabra 'papá'; no reprime su significado pues nunca tuvo acceso a él. Quedarse solamente con el significante equivale a tachar, a rechazar la realidad que subyace a él. Luego del periodo de latencia, las defensas empiezan a ceder y se produce lo que Freud llamaba el 'retorno de lo reprimido', en la pubertad y después. En el caso de la psicosis deberemos hablar entonces de un retorno de lo forcluido. Si lo que se reprimió fue un significado, el retorno de lo reprimido implicara el retorno a la conciencia de un significado, pero si lo que se forcluyó fue solo un significante, lo que retornará a la conciencia será un significante puro. Notemos que el significado retorna 'desde dentro', desde lo inconciente reprimido, mientras que el significante viene 'desde fuera', ya que es desde el exterior desde donde provinieron originalmente los significantes, bajo la forma de palabras o de imágenes. Este retorno de lo forcluido es lo que explica la alucinación, que será visual si son significantes visuales, o acústicas si son significantes verbales. 69 Este significante que retorna viene solo, es un significante que nunca pudo ser ligado adecuadamente a un significado, con lo cual se produce también un delirio, que no es otra que un intento -tardío e ineficaz- por conectar este significante suelto con un significado, y mediante el cual se intenta significar lo alucinado, vale decir, donde se intenta de alguna forma cumplir la función simbólica. Es un intento tardío porque esto debiera haber ocurrido en el Edipo y no en la juventud o la adultez, y es ineficaz porque esta conexión tardía no le sirve al sujeto para salvarse de la psicosis. c) Crítica de la arbitrariedad.- Para Saussure, la relación entre el significado y el significante es arbitraria mientras que Lacan destaca que hay entre ambos una analogía, una semejanza que permite que el significante pueda constituirse en símbolo del significado. Para Saussure, cuando la relación no es arbitraria sino analógica, hablará de símbolo en vez de signo. Una distinción similar hacen, por ejemplo, Piaget, y también Freud, cuando en "La interpretación de los sueños" (1900) llama símbolos a elementos tales como los objetos alargados, que considera símbolos fálicos por guardar una analogía con el órgano sexual masculino). Lacan considera entonces el signo como analógico. De hecho, si lo consideráramos como arbitrario no podríamos llevar a cabo ninguna interpretación en la clínica, pues ella se funda en la asociación libre y ésta, a su vez, en analogías o semejanzas. Si un paciente sueño con una avestruz y asocia el avestruz con su suegra es porque aunque no le guste a la suegra- algún parecido encontró, y si no encontrara alguna analogía no podría asociar libremente. En otro ejemplo, si a un paciente se le da por lavarse las manos compulsivamente muchas veces por día, es porque el discurso del síntoma presenta alguna analogía con 'lavar' culpas, por ejemplo. En este último caso el significante no es originalmente una palabra sino un comportamiento, pero tiene lo mismo el valor de significante toda vez que 'dice' algo que no ha podido ser verbalizado. El síntoma implica un defecto en la simbolización verbal, y de aquí la consigna del analista de invitar al paciente a que 'hable' de su síntoma. Dos ejemplos nos ilustrarán el vínculo analógico entre el significante y el significado. a) Un hombre había cedido una de las habitaciones de su casa a una amiga como lugar de trabajo, pero aún no se decidía a formar pareja con ella. Esta última, mientras llegaba a la cocina con algunos alimentos que quería guardar, le dijo "necesito que me hagas un lugar aquí". No hace falta indicar la semejanza entre este significante con su 70 significado o sentido latente, o sea, su demanda de estar en pareja con él y convivir: hacer un espacio al alimento es análogo a hacerle a ella un espacio en la casa. b) S. Leclaire nos suministra el ejemplo del delirio ornitológico. Dos borrachos son golpeados y devueltos a sus casas por agentes de policía a los que la población, metafóricamente, llama 'golondrinas'. Al día siguiente no recuerdan absolutamente nada pero unos meses más tarde, uno de ellos padece un delirio donde manifiesta ser atacado por pájaros, y especialmente por golondrinas. El significante 'golondrinas' como imagen presenta una analogía con los agentes policiales, ya que a estos se los llama así por se parecen a esas aves, cuando andan en bicicleta. El primer ejemplo implica una represión, y el segundo una forclusión. En el primer ejemplo la mujer es capaz de relacionar su significante con el sentido latente: lo que ha sido reprimido no ha sido olvidado y podrá retornar a la conciencia, interpretación mediante. En la sesión podrá reconocer que lo que dijo sobre guardar alimentos tiene relación con su deseo inconciente. En el segundo ejemplo, en cambio, el borracho ignora totalmente el vínculo entre el ataque de las golondrinas del delirio (significante) y el ataque policial real (significado). De hecho, considera el ataque de los pájaros como real: si se le interpreta que las golondrinas de su delirio son meros símbolos de los policías, su parte psicótica insistirá en que esos no eran símbolos sino algo muy real y aterrorizante. El psicótico no puede simbolizar, no puede conectar su delirio con experiencias pasadas porque éstas han sido directamente rechazadas. En efecto, los dos ejemplos vistos nos vienen a aclarar otra diferencia entre la forclusión y la represión. En ésta última, la representación de la experiencia a reprimir se reconoce como existente y vivenciada ('reconozco en mí el deseo de vivir en pareja y tener un lugar junto a él'), y a continuación es negada y excluida de la conciencia ('no es cierto que quiera vivir en pareja con él') para luego reaparecer en forma velada o disfrazada ('necesito que me hagas un lugar en el armario de la cocina', desplazando así la representación a los alimentos). O sea, la represión implica un juicio de existencia que primero afirma la experiencia a reprimir y luego una negación de dicha experiencia, o represión propiamente dicha. 71 En la forclusión, en cambio, no hay ningún juicio de existencia sobre la experiencia repudiada y, por lo tanto, menos aún una negación de ese juicio. La forclusión no conserva lo que repudia ni afirmándolo ni negándolo: simplemente lo anula como si la experiencia nunca hubiera existido. El borracho nunca afirmó ni consideró seriamente que fue atacado por policías, ni menos aún intentó luego negar esa traumática experiencia: sólo persiste en él el significante 'golondrinas' totalmente desligado de su significado. ¿Qué hubiera pasado si en este caso el borracho hubiera sido un neurótico y no un psicótico? Podemos imaginarnos la situación: en lugar de padecer un delirio ornitológico, acude al analista con cualquier motivo de consulta. El analista le pide que asocie libremente, y el paciente, ahora lúcido, empieza a contar algo acerca de pájaros, sin saber, en ese momento, que ello tiene relación con su experiencia. Con 'pájaros' podrá asociar 'golondrinas', con 'golondrinas' luego asociará 'policías' y así poco a poco irá llegando a la lamentable experiencia vivida. En ese punto, e interpretación mediante, podrá reconocer que su 'divague' sobre los pájaros (significante) en realidad tenía una relación con lo que le pasó (significado). Incidentalmente, podríamos preguntarnos: ¿qué es lo que hace que en la psicosis fracase la represión y funcione la forclusión? ¿Cuál es el elemento patogénico que lo apartó de la neurosis? Lacan explicará esto a partir de una "no superación del Edipo y de la castración, debido a una no-atribución por la madre de la función de ley a la palabra del padre, lo que impide al niño acceder a la 'metáfora paterna', es decir, al padre concebido como autoridad separadora del niño de su madre. Esta actitud deja al niño sometido a la relación dual de identificación con la madre y le quita toda posibilidad de acceso al orden del simbolismo y del lenguaje" (Viganó C y Fischer H, 1975:56). Si el niño cumple la función simbólica, puede darle un significado a 'padre', a 'madre', a 'yo', etc., desde un orden cultural, simbólico. Puede darle un nombre y una función a cada miembro de la familia: "este individuo se llama Padre y prohíbe el incesto bajo amenaza de castración, aquella otra se llama Madre, es el objeto prohibido y apoya al padre, y Yo soy el hijo y debo renunciar a mi madre obedeciendo la ley paterna". Se disuelve así el vínculo inmediato y sin distancia con la madre pues, al dar un nombre a una cosa se supone que se es capaz de distinguir esa cosa de uno mismo, es decir se pone distancia y se puede constituir la propia subjetividad. En el vínculo dual original esto no sucedía, pues el niño no se consideraba algo distinto a la madre sino una parte de ella, su falo. 72 2. Relaciones estructurales Hasta aquí hemos visto cómo Lacan considera el elemento de la estructura: el signo. En este ítem examinaremos cómo, siempre sobre la base de Saussure, entiende él las relaciones entre los signos, y en el próximo ítem profundizaremos aún más esta última cuestión. Muy a grandes rasgos, dijimos que una estructura es un conjunto de elementos relacionados de determinada manera. Para Saussure, la estructura del lenguaje consta de elementos llamados signos, entre los cuales se establecen dos tipos básicos de relación: las relaciones sintagmáticas y las relaciones asociativas (o paradigmáticas). La palabra 'oso', por ejemplo, mantiene una relación sintagmática con 'gruñe' en la medida en que ambas se articulan formando una oración (un sintagma), pero también mantiene una relación asociativa o paradigmática con 'osito', con 'foso', con 'peligro', etc., en cuanto el sujeto hablante establece algún tipo de asociación con ellas, y de aquí el nombre de relaciones asociativas. Cuando hablamos, estamos permanentemente estableciendo relaciones sintagmáticas y asociativas. Las primeras nos permiten armar oraciones con sentido; las segundas, seleccionar las palabras que elegiremos de entre otras muchas con las que está asociada. Esto equivale a decir que cuando hablamos, realizamos simultáneamente dos operaciones, que son, respectivamente, la combinación y la selección (o también sustitución). Si queremos decir 'el oso gruñe', combinamos 'oso' y 'gruñe', pero al mismo tiempo hemos seleccionado 'oso' de entre un conjunto de expresiones asociadas con ella como 'osito', 'osezno', etc. Esta selección se llama también sustitución, pues de alguna forma estamos sustituyendo o reemplazando una palabra por otra asociada a ella y que conviene más a lo que queremos decir. Hasta aquí entonces, la combinación tiene que ver con lo sintagmático, y la sustitución con lo paradigmático. A partir de aquí (esquema 2) veremos la relación que hace Jakobson (1973) con la metonimia y la metáfora, para luego saltar de la lingüística al psicoanálisis y ver la relación que hace Lacan entre metonimia y desplazamiento por un lado, y metáfora y condensación por el otro. ESQUEMA 2 Relaciones sintagmáticas Relaciones paradigmáticas o Relación asociativas de Saussure 73 Relación de Combinación Sustitución o selección Jakobson Metonimia Metáfora Relación Desplazamiento Condensación Lacan de La metonimia y la metáfora son llamadas, al igual que la elipsis, la sinécdoque y otras muchas, figuras retóricas o 'tropos'. Haciendo una breve digresión sobre la retórica, digamos que se trata del arte de explotar las posibilidades expresivas del lenguaje con el fin de persuadir, o de sugerir, o de emocionar al que escucha, o de hablar más fluidamente, etc., etc. Todas estas finalidades que puede perseguir la retórica se llaman funciones retóricas, las que pueden cumplirse gracias a ciertos recursos lícitos llamados 'tropos' o figuras. Una forma de explotar las posibilidades expresivas del lenguaje ocurre, por ejemplo, cuando el hombre le dice a su novia "te odio" en lugar de decirle "te amo". Al decir "te odio" está usando una sinécdoque pues expresa una idea (te amo) por su opuesta (te odio), con lo cual nuestro hombre puede estar sugiriendo lo mucho que la ama recurriendo al contraste amor-odio, o quizá que la ama mucho a pesar de su ambivalencia, etc. (No obstante ante la duda, a la novia le convendrá preguntarle si está usando o no una sinécdoque). La sinécdoque busca la expresividad recurriendo a contrastes del tipo amor-odio, abstracto-concreto, etc. Un ejemplo de esta última es cuando se dice que Cervantes 'manejaba bien la pluma' en lugar de Cervantes 'escribía bien': la 'pluma' es algo concreto que representa algo abstracto como el 'escribir bien'. En general, los psicóticos tienen defectos de simbolización, tienen una dificultad para comprender el carácter figurado de las expresiones retóricas y las toman al pie de la letra, con lo que por ejemplo podrían terminar entendiendo que si Cervantes manejaba bien la pluma era porque era una buena vedette, o tal vez muy hábil para hacer cosquillas.• Otra figura retórica es la elipsis (mencionada incluso por Freud en el caso del hombre de las ratas). Esta figura se emplea como recurso para hablar más fluidamente omitiendo ciertas expresiones y sin que quede perjudicada la idea que queremos transmitir. "Voy a la casa de Fulano" puede expresarse elípticamente como "voy de Fulano". 74 Jakobson y Lacan se han centrado, sin embargo, más en la metáfora y en la metonimia. Veamos la primera. Una metáfora es una expresión ('la luz de la razón me ilumina') que sustituye a otra llamada literal ('soy inteligente') en virtud de alguna semejanza o analogía entre ambas. Del mismo modo 'fuerza de la sangre' es una metáfora para 'ley de la herencia', y 'atardecer de la vida' para 'vejez'. El poeta Francisco García Giménez, en el tango "Siga el corso", intentó una metáfora para referirse a las ojeras diciendo que eran el 'humo de la hoguera de su corazón'. Lacan cita una metáfora de Berkeley, cuando éste dice 'océano de falsa ciencia'. Se utiliza aquí 'océano' como metáfora de 'falsa ciencia' para sugerir la idea de que, como el océano, la falsa ciencia es muy vasta, está muy difundida ty además no coincide con la tierra firme, que sería la ciencia verdadera. Vemos que en la metáfora, hay siempre una semejanza entre la expresión literal y la metafórica: la falsa ciencia es vasta como el océano, como éste no coincide con la tierra firme o ciencia verdadera, etc. La metonimia, en cambio, consiste en tomar la parte por el todo, el continente por el contenido, la causa por el efecto, etc., o viceversa. Cuando decimos 'me tomé un vaso de vino' en lugar de 'me tomé el vino del vaso' tomamos el continente (vaso) como si fuera el contenido (vino), y no por ello se va a entender que también me tomé el vaso de vidrio. De idéntica manera, cuando decimos 'me subí al colectivo' nadie va a entender que nos subimos al techo del colectivo. En este caso estamos tomando el todo (colectivo) en reemplazo de la parte (estribo), pues lo que quisimos decir fue 'me subí al estribo del colectivo'. Cuando Carlos Gardel decía 'que vengan las guitarras', lo que pretendía era que viniesen los guitarristas con sus instrumentos, y no las guitarras solas, con lo cual tomaba la parte por el todo. Del mismo modo, la equivalencia simbólica hijo = pene es también metonímica, porque se homologa el todo con la parte. También hay metonimia cuando tomamos el efecto por la causa, como cuando decimos 'respeta mis canas' en vez de 'respeta mi vejez', donde vejez es la causa y las canas el efecto. Ahora bien. La metáfora está relacionada con la sustitución (esquema 2), porque la primera es una expresión que 'sustituye' a otra: 'astro rey' sustituye a 'sol'. En cambio, la metonimia no implica sustituir sino solamente alterar el orden en que las palabras están combinadas, y por ello se relaciona con la combinación. Al decir 'me comí una 75 caja de bombones' en lugar de 'me comí los bombones de la caja' (tomar el continente en vez del contenido), no sustituimos ninguna palabra por otra, sino que simplemente alteramos el orden o la combinación de las palabras ya presentes en el discurso. A partir de acá, Lacan desarrollará su hipótesis, con lo que pasamos del terreno de la lingüística pura al del psicoanálisis. Si, como él dice, hay una identidad estructural entre inconciente y lenguaje, ¿en qué se funda para establecer semejante comparación? Básicamente, en que ambos tienen los mismos mecanismos de funcionamiento. Así, los mecanismos de la condensación y desplazamiento del inconciente son mecanismos análogos a la metáfora y la metonimia, respectivamente, como mecanismos propios del lenguaje. En efecto, los mecanismos de la condensación y el desplazamiento, descriptos por Freud para el inconciente, son, entre otros, los que van a estructurar el inconciente como un lenguaje, ya que operan de la misma forma que la metáfora y la metonimia. Este es, según Lacan, el descubrimiento freudiano: el discurso del quien habla está sujeto a la acción de estos mecanismos, de los que participan el inconciente y el lenguaje. ¿Por qué el mecanismo de la condensación es comparable al de la metáfora? Porque esta última no es otra cosa que una condensación de significados. Al decir 'astro rey' (metáfora) no digo solamente 'sol' (expresión literal) sino que además intento sugerir la idea de 'autoridad'. La metáfora intenta condensar varios significados para enriquecer la expresión, del mismo modo que algunas imágenes oníricas resultan de una condensación de varios significados. Por su parte, el desplazamiento es equiparable a la metonimia, pues hay un 'desplazamiento' de la parte al todo, del continente al contenido, de la causa al efecto, etc., o viceversa. Debemos tener presente además que la condensación y el desplazamiento son mecanismos de disfrazamiento del deseo, y por lo tanto, la metáfora y la metonimia serán, además de hermosas figuras retóricas usadas en el arte o en la oratoria para embellecer o persuadir, recursos del yo para desfigurar contenidos inconcientes que por algún motivo fueron rechazados de la conciencia, pero que siempre pugnan por volver a ella y haciéndolo, precisamente, utilizando los citados recursos retóricos. Lacan (1988) da un ejemplo de metáfora: 'atardecer de la vida'. En un ejemplo, podemos pensar que cuando una persona sustituye 'vejez' por aquella expresión, está 76 disfrazando la connotación desagradable del término y al mismo tiempo hace surgir un deseo: el sentido de paz que uno anhela para la última etapa de la vida (la paz del atardecer) y la expectativa de que allí no termina todo (después del atardecer vendrá un nuevo amanecer). En el artículo citado, Lacan define la metáfora como un efecto de sustitución de un significante por otro dentro de una cadena de significantes: el significante 'vejez' es sustituido por 'atardecer de la vida', el cual a su vez es otro significante que remite a otro significado más oculto, que deberá ser 'desenterrado' por el arqueólogo-analista mediante la interpretación, por usar una comparación que hizo alguna vez Freud en "Construcciones en Psicoanálisis" entre la labor del arqueólogo y la del psicoanalista. Por último, y más allá de las consideraciones de los autores mencionados, es posible decir que las relaciones paradigmáticas en tanto asociación de ideas están más próximas al proceso primario que las relaciones sintagmáticas en tanto discurso lógico, más propias del proceso secundario. Hemos visto hasta aquí que toda estructura tiene relaciones entre sus elementos, apareciéndosenos el inconciente -en tanto estructurado como lenguaje- como un conjunto de lazos metafóricos y metonímicos. Exploremos más en detalle estos lazos a partir de la noción de 'valor lingüístico', que fuera retomada por Lacan para fundamentar su hipótesis del isomorfismo entre lenguaje e inconciente. 3. La red de significantes Saussure había hecho la importante distinción entre significación y valor (Saussure, 1972:194). La diferencia que hace Saussure entre significación y valor a nivel lingüístico es hasta cierto punto correlativa de la distinción que hace G. Frege a nivel lógico entre denotación y sentido. Véase al respecto Frege (1973) y Ferrater Mora (1979:2803). Veamos sus diferencias para rescatar la noción de 'valor', sobre la cual Lacan montará su teoría del lenguaje en psicoanálisis. Para ello nos podemos orientar con el esquema 3, que se basa en algunos de Saussure pero que hemos modificado para adaptarlos a la estructura lingüística del inconciente freudiano. La figura A nos muestra un signo aislado con sus dos componentes: el significante y el significado. La palabra 'padre' (significante') remite a 'progenitor masculino' (significado). Pero este esquema es apenas una abstracción que hacemos a los fines del análisis del signo. En el lenguaje tal y como lo usamos en la práctica, los signos están interconectados entre sí formando una compleja red (figura b) de lazos 77 sintagmáticos y paradigmáticos (según terminología propiamente lingüística), o de lazos metonímicos y metafóricos (según terminología finalmente adoptada por Lacan). Así por ejemplo, entre 'padre' y 'falo' hay un vínculo metafórico, si entendemos al padre como representación simbólica del falo, y entre 'padre' y 'falo' hay uno metonímico, si entendemos al falo como un aspecto o parte del padre. Entre 1, 2 y 3 hay vínculos sintagmáticos, ya que son signos que combinados entre sí forman una oración o sintagma. Psicoanalíticamente, equivalen al discurso manifiesto (contenido manifiesto) considerado en su sintaxis gramatical y/o lógica: en efecto, el paciente, cuando habla, habla con oraciones. Entre 2 y 4, o bien entre 2, 5 y 6 hay, en cambio, vínculos paradigmáticos o asociativos, y son las vías que recorre la asociación libre bajo la consigna de asociar libremente, pues conectan el contenido manifiesto con el contenido latente, abriendo así el acceso al inconciente. En el esquema 3, las líneas punteadas indican que la red de asociaciones puede continuar. Podemos entonces imaginarnos que si nos atenemos solamente a los lazos sintagmáticos, nos mantendremos en el discurso manifiesto, con lo cual no tendremos acceso al inconciente. Más aún: la cadena sintagmática debe desarmarse o desarticularse porque es un disfraz más. Cuando Freud analiza su primer sueño (la inyección a Irma) fue separando párrafo por párrafo y palabra por palabra llevando a cabo una verdadera disección del discurso, pues se daba cuenta que la sintaxis, la trabazón lógica del mismo no hacía más que desfigurar los contenidos inconcientes (luego habría de llamar a esta coherencia del discurso 'elaboración secundaria'). Esta red de signos interconectados entre sí constituye un modelo adecuado de la estructura del inconciente porque es así como están enlazadas las representaciones. Dicha red va creciendo y complejizándose a medida que el sujeto va incorporando nuevas experiencias y nuevas representaciones para ellas. En este contexto podemos ahora aclarar las ideas saussureanas de 'significación' y 'valor'. En la figura A del esquema 3, el significante 'llama' remite al significado 'mamífero rumiante de América Meridional'. Esta relación lineal y unívoca se llama 'significación': a determinado significante le corresponde determinado significado. Sin embargo, en la realidad del lenguaje no hay tal correspondencia absoluta. El significante 'llama' puede querer decir otras muchas cosas: la llama del fuego, una forma del verbo llamar, etc. Esta multiplicidad de sentidos es particularmente evidente 78 en la situación analítica, donde aquello que el paciente dice puede tener diversos sentidos. La pregunta es, entonces, la siguiente: ¿cómo determinar el significado de un significante, habida cuenta de que no hay una relación lineal y unívoca entre ambos? A esta cuestión respondemos, con Saussure, que el significado quedará especificado por la red de significantes en que el significante 'llama' se halla inscripto, vale decir, el significado de 'llama' quedará definido por los otros significantes con los que entra en relación. Si digo "Pedro me llama", el contexto oracional constituido por los otros significantes ('Pedro', etc,) me indican que 'llama' alude al verbo llamar, no al animal. Esto es lo que Saussure llamará 'valor' lingüístico (una expresión que en las traducciones de los textos de Lacan no suele aparecer: en su lugar, aparece 'significado', 'significación', etc., lo que contribuye a aumentar la confusión terminológica). Así, mientras la significación es una relación unívoca, ideal, absoluta, el valor es una relación multívoca, real y relativa. El lenguaje se nos presenta así bajo una nueva perspectiva: aquel resulta ser un conjunto de elementos diacríticos, es decir, un conjunto de elementos que adquieren su 'valor' sólo en su relación mutua. Separados o aislados carecen de sentido, pero articulados generan diversos sentidos en el habla del sujeto. Una prueba contundente del hecho de que unos significantes dependen de otros para adquirir un significado lo tenemos en la lectura del diccionario. Vemos allí que un término A se define en función de B, luego B se define en función de C, y C... en función nuevamente de A, lo que pone de manifiesto que: a) todo significante se define en función de otros significantes, y b) puesto que la cantidad de significantes no es infinita, tarde o temprano un término quedará definido en función de sí mismo, lo que convierte al lenguaje en una gigantesca tautología (de tautos = repetición), ya que definir un término en función de sí mismo equivale a repetir. Si todo esto es cierto, la noción de 'valor', entendida como el significado relativo que adquiere un significante en función de su relación con los otros significantes, nos obliga a pensar que en rigor no hay significados últimos, porque todo significante encuentra su significado en otro significante, y así sucesivamente. Por lo tanto, estrictamente habría solamente significantes, siendo el significado un simple efecto de sentido que surge de la misma trama de los primeros. En otras palabras, no es el significante aislado quien determina el significado, sino el conjunto de todos los significantes donde aquel está incluido. 79 Este es otro motivo por el cual Lacan privilegiará el significante sobre el significado, esto es, el significante tiene especial importancia no sólo porque el 'baño' del lenguaje del niño es una lluvia de significantes, sino también porque el significado no es absoluto sino relativo, en cuanto depende de la red de significantes. Lacan refiere que cuando uno emprende la búsqueda del significado de un significante, no encuentra sino otro significante, y así sucesivamente, con lo cual estamos hablando de una red de significantes que remiten unos a otros. Cuando Lacan dice que "somos hombres vacíos habitados por palabras", entendemos que está intentando decir que el inconciente no es más que una red de significantes (palabras) que no remiten a ningún significado último o absoluto. El inconciente está precisamente organizado de esa manera. Durante la cura, cuando el analista pregunta ¿Y usted qué quiso decir con A?, el paciente asocia B. ¿Y con B qué quiere decir?, a lo que el paciente responde que quiso decir C, y así sucesivamente, va asociando libremente a caballo de una cadena de significantes donde cada uno remite a un nuevo significante, desde lo manifiesto hacia lo latente. La cadena es, en rigor, infinita, y tanto más se avanzará sobre ella cuanto más se profundice en el análisis. Incidentalmente, acotemos que el carácter infinito de la cadena de significantes tiene relación con la imposibilidad del cumplimiento del deseo. Tomemos un ejemplo. El análisis intenta explorar el deseo del sujeto. Puesto que el inconciente está estructurado como un lenguaje, la exploración del inconciente se realizará explorando el discurso, y el analista centrará su atención en cómo circula el deseo a través de la red de significantes. "El deseo ha de buscarse en la letra", dice Lacan. Una paciente histérica relata que en su sueño aparece su amiga pidiendo un salmón ahumado. Este significante remite por asociación libre y metafóricamente a otro significante: el anhelo de la paciente de comer caviar. Pero este significante ha de conducirnos a un nuevo significante más importante, pues nadie va al analista sólo para saber que quiere comer caviar. Este nuevo significante es su deseo de tener algo que, como el caviar, por su precio en este caso, es inaccesible e imposible de satisfacer, a saber, el deseo de tener un deseo insatisfecho, lo cual pone de manifiesto su demanda exorbitada, parte del núcleo de su padecimiento histérico. Vemos así como, de significante en significante, el deseo circula en el discurso bajo la forma de demanda (de amor) y, más superficialmente en el sueño, bajo la forma de necesidad (de comer). Para una distinción entre necesidad, demanda y deseo puede consultarse Laplanche y Pontalis (1981:97). 80 Destaca Kleiner (1993) que el deseo circula de diferente manera en las distintas personas, y cada una tiene sus propias metáforas generadas a partir de sus propias experiencias, por lo que la interpretación no es un trabajo industrial sino artesanal. Por ejemplo, en el trabajo de un psicoterapeuta se destaca esta circunstancia cuando encara el tratamiento hipnótico de sus pacientes. En las entrevistas previas investiga primero cuáles son las metáforas personales que el paciente utiliza para describir la experiencia que tiene de su síntoma, porque esa misma metáfora será luego utilizada bajo hipnosis. Es, desde la lingüística, un significante privilegiado. Un paciente que había consultado por un problema de impotencia sexual describió su dolencia como un 'nudo' que se le hacía en el vientre. Bajo hipnosis, después, se lo instó a que poco a poco fuera desatando el nudo, y la curación se produjo en breve tiempo (entendiendo por curación, aquí, supresión del síntoma). Vamos ahora a seguir viendo cómo se trasladan estas ideas lingüísticas al terreno propiamente psicoanalítico analizando el 'yo' como significante, para finalmente hacer una referencia a una importante consecuencia de la hipótesis del 'valor' lingüístico: el après-coup. El 'yo' como significante.- Uno de los significantes de la red es la palabra "yo". Y como significante que es, ha de tener algún significado. Supongamos, mediante un ejemplo exótico, que una persona tiene algún problema de identidad y se pregunta ¿quién soy yo? Para sacarse la duda consulta el diccionario, y se encuentra con que "yo" significa "pronombre personal de primera persona". Nadie en su sano juicio diría que uno es un pronombre personal de primera persona. El yo de cada uno de nosotros no se define en términos de otros significantes como pronombre, etc., sino en términos de ciertas representaciones privilegiadas de alta estabilidad (Freud S, 1895), o, en términos lingüísticos, de ciertos otros significantes de la red con los cuales se ha ligado de manera estable o permanente a lo largo de la vida. Estos otros significantes son representaciones con las cuales uno se ha ido identificando sucesivamente: con un 'padre', con un 'hermano', con un 'partido político', con una 'religión', con un 'cuadro de fútbol', etc., e inclusive hasta con una 'edad'. Veamos a modo de ejemplo el papel de las representaciones 'edad' y 'cuadro de fútbol' en la constitución de la identidad personal, es decir, en la constitución del yo. Respecto de la edad: en la novela "Los Idus de marzo" el autor expone una interesante teoría según la cual todos nosotros naceríamos con una determinada 'edad' psicológica y, cuando llegamos cronológicamente a esa edad, alcanzaríamos la plenitud de la vida, donde nuestras potencialidades alcanzan su máximo despliegue. 81 Por ejemplo, si uno nace con la edad 50, cuando cumpla 50 años habrá alcanzado la plenitud de su existencia, será el momento de los grandes logros, del momento donde uno está más feliz consigo mismo, etc. Y más aún, la edad 50 sería tan determinante que durante toda la vida, tenga la edad que tenga cronológicamente hablando, siempre estaría comportándose como unas persona de 50 años, de manera tal que podríamos decir que por ejemplo, a los 11 años se comporta como un adulto, a los 15 también, etc. Un ejemplo patético es el Dalai Lama, jefe espiritual de los budistas tibetanos. Para este cargo es seleccionado un niño muy pequeño, de alrededor de 4 años (González, 1991:24), quien ya desde entonces comienza a comportarse -y los hará el resto de la vida-, como una especie de niño viejo. Este niño se habrá identificado no sólo con un rol sino también con una edad: la edad de la ancianidad, donde según esta religión se alcanza la sabiduría. Probablemente este fenómeno sea en producto de un proyecto identificatorio de la madre, en tanto esta ejerce una violencia -en el sentido de P. Aulagnier- sobre él para que sea de acuerdo a sus expectativas. De hecho, el actual Dalai Lama, que debe rondar los 11 años, fue sugerido a los sacerdotes por su propia madre, quien había observado alborozada en él, ya desde pequeño, una clara tendencia a alejarse de la familia, a hablar casi perfectamente y a manifestar como voluntad dominante estar junto a los lamas (sacerdotes tibetanos). Respecto del cuadro de fútbol: Puedo contar aquí una experiencia personal, que tal vez el lector también la haya vivido. A mí no me gusta el fútbol, casi diría que lo odio, nunca fui a una cancha, no veo partidos por televisión, y cuando compro el diario lo primero que hago es tirar el suplemento deportivo. Sin embargo... ¡sufro cuando pierde River!... Aquí, el cuadro de fútbol se ha constituido en una representación de alta estabilidad, muy catectizada, que forma parte del conjunto de significantes de cuya mutua relación surge el significado de 'yo'. Uno no dice 'estoy' en River, sino 'soy' de River. El 'estar' es accidental, pero el 'ser' es esencial, forma parte de la propia identidad yoica. Así como el significado de 'gato' está dado por la palabra 'coche' en la oración 'voy a levantar el coche con el gato', así también el significado de 'yo' está dado por la representación 'River' en la oración 'yo soy de River', o por la representación 'Dalai Lama' cen la oración 'yo soy el Dalai Lama'. Ambos ejemplos (el del gato y el del yo) se derivan de la hipótesis del valor lingüístico, según la cual, como dijimos, el significado de una palabra viene dado por las otras palabras que constituyen su contexto oracional. Consiguientemente, el significado de 'yo' viene dado por un conjunto de otras representaciones con la que está enlazada (16), lo que 82 resulta congruente con la idea de valor. Psicoanalíticamente, esto se explica a partir de un proceso de sucesivas identificaciones, que pueden ser tanto imaginarias (por ejemplo identificarse con una imagen especular), como simbólicas (por ejemplo identificarse con una autoridad). Lacan retoma, como dijimos, esta idea saussureana cuando, palabras más palabras menos, dice que el significado es aquello que se exterioriza en la globalidad de los significantes sucesivos y no se sitúa en forma precisa en ningún significante en especial; o cuando dice que el registro de los significantes no establece contacto con el registro de los significados sino por la mediación del conjunto de los significantes; o cuando, en fin, señala que la conexión del significante con su significado se realiza por la mediación del conjunto de los signos del lenguaje. Esta posibilidad de construir una red de significantes es algo que no tiene cabida en la estructura psicótica. Se suele decir que el psicótico no puede simbolizar, no puede enlazar un significante con otros, metafórica o metonímicamente, lo que hace que suela entender las palabras únicamente en su sentido literal y hasta incluso identificarlas con las cosas originales que aquellas representaban. La construcción de una red de significantes es lo que se hace por ejemplo en la función simbólica, donde la palabra "mata la cosa, el objeto real", como a veces dice Lacan, parafraseando a Hegel. Una última cuestión. Lacan no se limita a decir simplemente que el inconciente está estructurado como un lenguaje, como una red de significantes, o que el pronombre 'yo' y el adverbio 'no' instauran, respectivamente, la identidad y la represión produciendo así un efecto constituyente en el sujeto. Dice algo más: el sujeto no es el autor del lenguaje, no teje la trama de los significantes sino que esta trama es previa al sujeto. En cierto sentido, con le lenguaje sucede algo inverso a que sucede con la lógica. El lenguaje es algo que no hemos producido pero que utilizamos, mientras que la lógica es, a tenor de algunas concepciones cognitivistas, algo que hemos producido pero que no utilizamos. Así, el niño desde el vamos ingresa en un universo de lenguaje aún antes de asumir el pleno uso de las palabras. De la misma manera que ingresa en un mundo deseante sin ser sujeto de deseo: es el rigor un objeto de deseo de otros, no es aún un 'yo' que desea sino que es deseado por otros, incluso desde antes de nacer en relación con el deseo de los padres. Ingresa entonces, por así decirlo, en una red de significantes previamente construida por la cultura, y en todo caso lo que el niño hace activamente 83 es situarse él mismo en esa trama para poder individualizarse, idea que toma Lacan sobre todo de Lévi-Strauss, cuando éste afirma que el sujeto al nacer ingresa en una estructura ya constituida: el sistema de parentesco. Esta estructura previa ejercerá para Lacan una función determinante: irá progresivamente estructurando el psiquismo, por ejemplo dotándolo de una identidad y de una subjetividad propia, única e irrepetible (20). La hipótesis lacaniana que dice que el lenguaje modela el psiquismo no es nueva. Originalmente filosófica, esta idea es planteada por autores como Cassirer, quien ya había postulado que "el hombre no solamente piensa el mundo por medio del lenguaje: su visión del mundo está ya determinada por su lenguaje". Y también Wittgenstein cuando dijo que "los límites de mi lenguaje significa 'los límites de mi mundo'". La idea fue retomada por otros pensadores -entre ellos von Humboldt y Sapir-, hasta que hacia el año 1930 el norteamericano Whorf le da a esta hipótesis un status más científico al corroborarla empíricamente mediante una investigación sobre el lenguaje de los indios americanos. Whorf llamó a su hipótesis principio de relatividad lingüística, más conocida como hipótesis Sapir-Whorf, que viene a afirmar sintéticamente, que 'pensamos como hablamos', vale decir, es la estructura del lenguaje, fundamentalmente el materno, la que irá modelando nuestra forma de pensar y ver el mundo. Así, los idiomas no resultarían ser simplemente vehículos transmisores de ideas sino propiamente, sistemas productores de ideas. Según este planteo, dos culturas diferentes tendrían diferentes cosmovisiones porque tienen diferentes idiomas, lo cual viene a plantear nuevos problemas como el siguiente: si es cierto que la especie humana cuenta con muchas lenguas diferentes, ¿cómo se explican los arquetipos junguianos como modelos universales de pensamiento comunes a toda la humanidad más allá de las fronteras idiomáticas? Una respuesta a esta cuestión podemos encontrarla en la tradición kantiana, y especialmente en la teoría de Chomsky, cuya idea de una gramática universal permitiría compatibilizar la hipótesis de Whorf-Sapir con la teoría junguiana de los arquetipos. El après-coup.- Este concepto, que Freud lo llamó "nachträglich", y en Laplanche (1981:280) podemos encontrarlo con el nombre de 'posterioridad', es una importante implicación o derivación de la idea de 'valor' lingüístico, y Lacan suele ejemplificarlo usando el modelo del punto capitoné, o punto de almohadillado, que es un punto que se utiliza en tapicería. El lector habrá visto los respaldos de algunos sillones donde aparecen depresiones en el lugar donde hay un botón de tela. A primera vista 84 parecería que estos botones son cosidos uno por uno, pero en realidad se usa el llamado punto capitoné: se van cosiendo todos los botones con un solo hilo y, al final, se tira de este hilo y todos los botones quedan bien cosidos y adheridos al tapiz. Del mismo modo, cuando uno construye una oración, cada nueva palabra agregada otorga un nuevo sentido al conjunto. No hace mucho leí un pasacalle que decía algo así como "Livio, nunca olvidaré lo que me hicistes en la cocina", o "Livio, después de lo que me hicistes en la cocina mis amigas me mueren por conocerte". Profundamente interesado por las aventuras de Livio, seguí leyendo, y me topé con una frase con letra algo más chica que decía: "Livio. Amoblamientos de cocina". Como vemos, la última expresión agregada a la anterior viene a alterar radicalmente el significado de ésta, lo que constituye una prueba de que los significantes (por ejemplo "nunca olvidaré lo que me hicistes en la cocina") adquieren un nuevo significado en cuanto aparece entretejido con otros significantes ("Amoblamientos de cocina"). Es una prueba, en fin, de que no hay significados absolutos, y que un significante adquiere su significado sólo en función de los otros significantes. Demos otros tres ejemplos: a) "Un hombre". "Un hombre bien". "Un hombre bien parecido". "Un hombre bien parecido a un mono". Cada nuevo significante modifica el sentido de toda la expresión. b) "La mujer le grita al marido..." cambia su sentido en cuanto le agregamos "...mientras la casa se incendia", convirtiendo un insulto en una consigna de supervivencia. c) "Un dulce lamentar de dos pastores" es un verso endecasílabo de Garcilaso. Podemos escansiar o escandir dicho verso manteniendo las once sílabas pero alterando radicalmente su sentido, diciendo "Un dulce lamen tarde dos pastores". En todos los ejemplos indicados se produjo un efecto retroactivo: la nueva expresión viene a resignificar retroactivamente las anteriores, un nuevo significante viene a alterar el significado de un significante anterior. Esta idea originalmente lingüística es doblemente importante en psicoanálisis: por un lado, ilustra lo que hemos venido diciendo acerca de que el significado está en la red de significantes, y por el otro lado, ilustra el mecanismo de la resignificación, tan importante en la patogenia de las neurosis como en el proceso de su curación. 85 Pablo Cazau. Licenciado en Psicología y Profesor de Enseñanza Media y Superior en Psicología (UBA). Buenos Aires, Junio 2006. Referencias bibliográficas Althusser L (1988), Freud y Lacan (artículo). Bachelard G (1981), La formación del espíritu científico. Buenos Aires: Siglo XXI. Baranger W, Rendición de cuentas: Jacques Lacan. Buenos Aires, Revista Búsqueda, Nº 6, Noviembre de 1981. Baravelle G, Jorge C y Vaccarezza L (1993) Anorexia. Buenos Aires: Paidós. Bolotin S, Buenos Aires, Diario La Nación, 8-9-1991. Fages (1989) Para comprender a Lacan (artículo). Ferrater Mora J (1979) Diccionario de Filosofía Tomo 4. Madrid: Alianza. 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Mensagem recebida por < [email protected] > em 22 de fev.2007. 87