Del quehacer del antropólogo físico y su ámbito laboral - UAM-I

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Del quehacer del antropólogo físico y su ámbito laboral
Amaceli Lara Méndez1
Guillermo Vásquez Paredes2
Introducción
La arqueología en México, es una de las ramas de la antropología más conocidas, pasa
todo lo contrario con la antropología física. Somos parte de la especialidad, pero
somos poco reconocidos en el mundo de las ciencias sociales. En este trabajo
presentamos una breve historia de la Antropología Física en México, así como un
panorama de cuántos somos y qué hacemos quienes hemos obtenido un título de
licenciatura en esta especialidad. Finalmente, hacemos algunas reflexiones en torno a
nuestro quehacer tanto en el ámbito de la investigación académica, así como su posible
relación con otras disciplinas que son ejercidas en México.
¿Qué es la antropología física?
La preocupación por conocer al hombre, sus características físicas, sus variaciones y
modalidades, tanto internas como externas, es tan vieja como la misma humanidad,
aunque la Antropología Física como ciencia organizada y sistemática no haya obtenido
carta de naturaleza hasta la segunda mitad del siglo XIX (Comas, 1983).
En el segundo tercio del siglo XIX, según Comas, inicia lo que puede denominarse la
época contemporánea de la Antropología: a) hay una reactivación de la tesis
1
2
Dirección de Antropología Física del Instituto Nacional de Antropología e Historia
Dirección de Antropología Física del Instituto Nacional de Antropología e Historia
transformista; b) los primeros hallazgos sistemáticos plantean la cuestión de la
antigüedad del hombre en la Tierra; c) se fundan sociedades antropológicas nacionales;
d) se inician congresos internacionales de antropología.
En 1865, un grupo de naturalistas y arqueólogos inició el establecimiento de reuniones
internacionales para examinar y discutir los problemas de la Antropología y Arqueología
prehistóricas. No interesaban todavía otras ramas o especialidades de la ciencia del
hombre; es el origen del Homo sapiens, y sus manifestaciones culturales en el pasado
lejano, lo que preocupa directa e intensamente a los investigadores de aquella época.
La palabra antropología, se usa para expresar dos conceptos distintos: a) en sentido
lato es la ciencia del hombre o más bien la ciencia comparativa del hombre, que trata
de sus diferencias y causas de las mismas, en lo referente a estructura, función y otras
manifestaciones de la humanidad, según el tiempo, variedad, lugar y condición. Con
esta amplitud, y a medida que se han acumulado datos al respecto, la antropología ha
ido dividiéndose en distintas ramas, llegando a constituir ciencias independientes como
son: Arqueología, Etnología, Etnografía, Lingüística, Antropología Física,
Paleantropología, etc. Es así como se entiende y define en nuestro continente. Por el
contrario, en Europa, la palabra antropología se utiliza de modo restringido, limitado de
manera exclusiva a la antropología física o antropología biológica (Comas, 1983).
En México, la mayoría de los antropólogos físicos nos hemos formado en la Escuela
Nacional de Antropología e Historia, en donde además de nuestra disciplina se
imparten otras ramas de esta ciencia: Arqueología, Antropología Social, Lingüística,
Historia e Etnohistoria y Etnología.
Paul Broca, uno de los fundadores de la antropología física, la definía como “historia
natural del género Homo” y más concretamente “ciencia que tiene por objeto el estudio
de la humanidad considerada como un todo, en sus partes y en sus relaciones con el
resto de la naturaleza” (Id).
Según Comas, la antropología física podría definirse como la “ciencia que estudia las
variaciones humanas”, “estudio comparativo del cuerpo humano y de sus funciones
inseparables”, “tratado de las causas y caminos de la evolución humana, transmisión y
clasificación, efectos y tendencias en las diferencias funcionales y orgánicas”, etc.
La antropología física se ha confundido a veces con la Biología, la Anatomía y la
Fisiología humanas; no hay razón para ello, pues la antropología física aborda lo
referente al agrupamiento cronológico, social y aún patológico de los núcleos humanos.
Si bien existe íntima relación entre ambos grupos de ciencias, es evidente que tienen
tanto métodos y técnicas de trabajo como finalidades distintas.
En un pasado no muy lejano la Antropología Física se consideraba ante todo como una
técnica. Su enseñanza consistía de modo casi exclusivo en aprender a tomar medidas
cuidadosamente definidas, computar y clasificar índices, así como realizar estadísticas;
los métodos de observación, medición y comparación eran esencialmente los mismos,
sin tener en cuenta el objeto de estudio (evolución, razas, crecimiento, tipos criminales
y constitucionales, selección de personal en el ejército). Las medidas se ajustaban a
diversos fines, pero la medición del cuerpo, la clasificación y correlación, siguieron
siendo los instrumentos básicos del antropólogo; y las técnicas de la Antropología
Física se aplicaban a un número limitado de problemas. Se puede afirmar que la actitud
dominante era estática, con énfasis en la taxonomía, debido a que gran parte del
método fue desarrollado antes de aceptarse la tesis evolucionista y desde luego antes
también del surgimiento de la Genética.
El núcleo de la Antropología Física fue por largo tiempo la medición de la forma
corporal, es decir, la Antropometría, en sus dos aspectos: somatometría y osteometría.
Más recientemente, se ha concebido el fenómeno humano de manera integral, es decir,
como producto de la interacción biosocial. Se han considerado los estudios
antropofísicos bajo la influencia de diversos factores ideológicos, políticos y
económicos, no como objetos de naturaleza fundamentalmente biológica. Aunque
centra sus estudios en cuestiones de variación, y variabilidad, al abordar algunos
problemas que se refieren a la herencia, morfología o fisiología, muchos de sus
estudios carecen de un marco teórico que fusione ambos aspectos.
El ser humano presenta dentro de su corporeidad, una realidad como ser material, que
se ubica en su manifestación corpórea, en la realidad de su cuerpo. La cual lo pone de
manifiesto frente a la realidad del mundo material y biológico, con los que comparte
todas las determinantes que en éstos se generan. El ser humano concibe los objetos a
través de su cuerpo; pero también concibe su cuerpo a través de los objetos, se definen
mutuamente. Concibe esta relación por medio de una simbolización, la cultura le
enseña a conocer la realidad del cuerpo y su relación con los objetos. Esta no es una
relación pasiva, al contrario, es una relación dinámica, ya que el humano se apropia del
objeto, los usa y sobre todo genera objetos con y para su cuerpo. Moldea el ambiente
en formas, dimensiones y características; según las necesidades de su cuerpo, hace
extensiones de su cuerpo, rigiéndose por los parámetros de éste.
Las relaciones que se entablan con los objetos que se encuentran presentes en el
mundo que habitamos, nos proporcionan una concepción de nuestro cuerpo, en
proporciones tamaño y forma; así como las referencias de adelante, atrás, arriba, abajo.
Nos comparamos con los objetos y éstos toman una existencia determinada por la
realidad del cuerpo, de igual manera nuestro cuerpo toma especificidad de acuerdo a
los objetos y a los espacios que se encuentra n en el medio, en el que se encuentra
inmerso; ambas partes se interrelacionan. Nuestro cuerpo es un espacio expresivo y
origina otros espacios, forma y hace vivir un mundo. De igual manera, Rico (1990 cit en
Zárate M., 2002) propone al cuerpo, como la base de todas nuestras referencias de
construcción y representación del mundo.
Algunos datos históricos de la Antropología Física en México
Comas (1950, cit en Godinez y Aguirre, 1994), comenta que los antecedentes de la
Antropología Física como institución en México se remiten a 1864, cinco años después
de fundarse la Sociedad Antropológica de París; en ese año se creó, por decreto de
Napoleón III, la Comisión Franco Mexicana, que contó con varias secciones; en la de
Medicina se ubicaron los estudios antropológicos para realizar investigaciones en restos
óseos (antiguos y modernos) y los trabajos de somatometría con el propósito de
enriquecer los archivos y colecciones de la propia Sociedad.
Recordemos también que en el siglo XIX, Darwin había observado que todos los
organismos vivientes tratan de perpetuarse por medio de diferentes procesos
reproductivos y que las especies de la naturaleza tienden a producir muchos más
descendientes de los que son necesarios para su supervivencia; sin embargo, en
términos numéricos la población de una especie dada se mantienen relativamente
constante a través del tiempo; porque muchos de los descendientes de cada
generación no sobreviven, pudiendo considerarse que las condiciones naturales del
ambiente operan selectivamente, reduciendo en número las variedades mal adaptadas
y aumentando la proporción de las variedades mejor adaptadas a un ambiente
determinado; Darwin llamó a este proceso “selección natural” (Godinez y Aguirre,
1994).
Los trabajos de Darwin permitieron una interpretación sociológica donde se consideró
que todos los actos de la vida son actos de lucha: lucha de organismos de un reino
contra los de otro, de una especie contra las demás del mismo reino y de individuos de
una misma especie entre sí, y de los seres contra el medio. Esta lucha continua permite
un proceso de selección natural mediante el que los más “aptos”, los más “fuertes”,
persisten y los más débiles perecen, así utilizan el medio en su provecho. La evolución
quedó considerada como ley universal que debía regir a todos los seres, a todas las
cosas y a todos los fenómenos, tanto físicos como químicos.
La filosofía evolucionista no solo proporcionó un nuevo panorama del desarrollo
humano sino que también brindó una justificación del progreso humano en términos de
la civilización occidental. Aunque se reconoce la importancia revolucionaria de este
enfoque solamente manifestó el etnocentrismo europeo, porque se consideró que
mientras en los países europeos el evolucionismo conduce a un progreso, las
sociedades no occidentales permanecen en un estadio inferior, por lo tanto la sociedad
occidental sería el punto más elevado del desarrollo de la humanidad mientras que las
otras, representarían el punto inicial de las mismas.
Fue en el siglo XIX, cuando Occidente al tratar de definir sus diferencias con los países
colonizados establece dos categorías sobre las cuales fundamenta sus concepciones,
cultura y evolución, esto hizo que se llevara a la práctica el método comparativo como
base metodológica de sus estudios antropológicos: mientras el evolucionismo les
permitió observar que las transformaciones que ocurren en la naturaleza también se
dan en las sociedades humanas; la cultura (producida en Occidente) permite tener un
punto de referencia para observar las instituciones, los sistemas de normas; de esta
forma al estudiar esos mundos “exóticos” se podría entender mejor a Occidente
(Godinez y Aguirre, 1994).
También en el Occidente se crea una disciplina, la Antropología, mediante la cual lo
“otro”, la alteridad, refiriéndose a lo distinto en el concepto occidental, el indio se
convierte en objeto especial de estudio y de exhibición museográfica; también comienza
a re-inventar su propio pasado y el de los “otros”. Este hecho es fundamental para
definir el hilo que conducirá las reflexiones sobre los distintos procesos de desarrollo de
la Antropología, y con ella de la Antropología Física, en Occidente (Id).
A partir del pensamiento filosófico sustentado por Comte y Spencer, Cordova (1973, cit.
en Godinez y Aguirre, 1994), expresa que los positivistas mexicanos sostienen que el
motor de la vida social era la evolución hacia el progreso, y que ante las condiciones
específicas de nuestro país la alternativa para alcanzarlo era la existencia de un
gobierno fuerte por lo que el porfiriato se justificaba como una “necesidad” dictada por
la naturaleza misma de las cosas y legitimado por los principios de la ciencia.
Los positivistas conciben a la sociedad como un ente natural, como “un ser vivo” por lo
que el objeto de la ciencia social es estudiar su nacimiento, su desarrollo, su estructura
y funciones, tal y como la ciencia biológica estudia al individuo: precisamente la
adaptación del pensamiento de Spencer en México fue de donde surgen la mayor parte
de justificaciones ideológicas de la dictadura porfiriana.
El positivismo mexicano se caracterizó por la modernización del país, lo que sólo fue
visible en las ciudades, y con una imagen contradictoria, por un lado las clases altas
imitaban los modelos extranjeros, por el otro empezaba una propaganda nacionalista
dirigida al sector urbano popular, en la que se hablaba de un pueblo mestizo, producto
de la fusión de dos razas y de dos culturas, con santos patronos (de Cuauhtemoc a los
mártires de la reforma), con símbolos venerables (la bandera, el escudo, el himno), con
calendarios de fiestas y ceremonias cívicas y con una complicada liturgia de discursos,
campanadas, alaridos, cohetes, desfiles, ofrendas florales y balazos (González, 1976).
Al consolidarse poco a poco el conocimiento de los seres como ciencia organizada
quedó fundado un método que propone el uso de la experiencia y la razón, para
ordenar a los seres vivos en un principio por analogía. Es entonces cuando se posibilita
una nueva forma de aprehender a las sociedades humanas, que serán vistas como
fenómenos de la realidad, con sus propias leyes sujetas a un devenir histórico, de tal
forma que cuando la razón y la naturaleza son reemplazadas por la historia humana se
conjugan las condiciones de posibilidad para la apertura del pensamiento antropológico
que se interesa por reconocer la “naturaleza humana” (Godinez y Aguirre, 1994).
La Antropología estaba ya encauzada e iniciaba así la era de “prosperidad” para que,
poco a poco, se fuera constituyendo al igual que la ciencia en distintas especialidades.
Fue la preocupación de encontrar las evidencias fósiles del pasado animal del hombre,
y los mecanismos que rigen las leyes de la herencia los objetos que en principio dieron
a los antropólogos físicos la posibilidad de ampliar su campo de trabajo y profundizar
cada vez más en el tema de la variabilidad de la especie humana.
A principios del siglo XX, la enseñanza teórica y práctica de la disciplina, permite
incursionar a Nicolás León, en el estudio y clasificación de materiales óseos, así como
en distintas investigaciones de la llamada antropología criminal y realizar los primeros
estudios en población infantil.
El movimiento armado que ocurrió en nuestro país durante los años 1910 y 1917
también interrumpió la actividad de los antropólogos nacionales debido a que en 1915
se estableció un decreto que obligaba la clausura de todos los centros de instrucción
pública. La revolución mexicana produjo profundas transformaciones en diversos
aspectos de la sociedad durante las décadas siguientes, que se tradujeron en un nuevo
enfoque del nacionalismo y con ello del quehacer antropológico. Así, para que México
se consolidara como nación, se tenía que transformar al indio.
En los años veinte del siglo XX, con Gamio aparece la cultura indígena como algo
propio, se va a tratar de recuperar al indio como elemento esencial de nuestra
mexicanidad. Aparece una paradoja: el mestizo al tratar de recuperar al indio se da
cuenta que está en sí mismo, lo indígena es lo propio a la vez que lo extraño, lo mismo
y lo diverso. El indigenismo se va a plantear entonces como un movimiento económico
y social: una lucha a favor del oprimido, que en este caso es el indígena, se sustituye el
concepto de raza, por el de clase social. Para definir al indio Alfonso Caso (1948), va a
tomar en cuenta cuatro criterios: el biológico (de raza), el cultural, el lingüístico y el
sentido de comunidad, siendo este último el que le parece fundamental. Por el contrario
para Gamio son indios los que poseen un mayor porcentaje de objetos culturales
primitivos y no los occidentales (Godinez y Aguirre, 1994).
En el proceso de integrar al indio a la sociedad nacional, que se identificaba con el
proceso de liberación y transformación del país, la antropología desemboca en la
creación de dos instituciones: el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH)
en1938 y el desaparecido Instituto Nacional Indigenista (1940), que pretenden afrontar
su problemática en nuestro país. El primero se consolidó como instrumento para la
protección del patrimonio monumental prehispánico y colonial, dedicándose a través de
la arqueología a promover una historia vista como crónica de antigüedades y de una
etnografía formal como relicario de las culturas indígenas, este i nstituto ha creado una
compleja red de instancias que se encargan de abordar diversos aspectos en
administrativos, de investigación y docencia.
En esa misma época, desde su campaña presidencial Ávila Camacho expone el
concepto de unidad nacional que se co nstruye en torno de los temas de “postergación”
de las disputas intergremiales, pretende efectuar una política económica bajo el modelo
del “desarrollo estabilizador” para buscar la industrialización del país a toda costa bajo
una política retórica de unidad nacional. A partir de entonces la influencia
norteamericana se dejó sentir en numerosos aspectos de la vida del país; esta
creciente penetración se tradujo en una mayor influencia en el terreno de lo ideológico,
actitud a la vez que robusteció el orgullo nacional y cerró los ojos a la realidad social de
marginación económica y social, para encerrar a la historia antigua y a la arqueología
en una “jaula dorada” y esteticista, a la manera anticuaria europea, permitiendo
proclamar a México como el “Egipto” del Nuevo Mundo (Id).
Hacia 1942, el Departamento de Antropología del Instituto Politécnico Nacional se
transforma en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, y ésta se incorpora a las
actividades del INAH para convertirse en el centro más importante en la formación de
antropólogos profesionales.
Durante el régimen del presidente Adolfo López Mateos la retórica que se emplea,
adquiere un nuevo tono marcadamente nacionalista, se tratan de imprimir un nuevo
vigor a los símbolos indios. Se tuvo la oportunidad de expresar con gran despliegue de
recursos, la importancia del gran legado que dejaron para el México contemporáneo.
Con este propósito se otorgaron subsidios a estudiantes mexicanos y profesores
visitantes; ello permitió que con el tiempo se establecieran cuadros de especialidades y
de técnicos especialistas, y aquellos que tuvieron mayor formación académica,
ingresaron como investigadores, los cuales pasarían a formar parte de la práctica
profesional de la antropología institucionalizada en el INAH.
El Departamento de Antropología Física, fue creado en el INAH en 1962, desde sus
inicios trató de dar impulso a los trabajos de investigación que se venían realizando en
forma esporádica y sin un programa definido en los campos de la biología humana y la
osteología. A partir de entonces sus investigadores han tenido la posibilidad de realizar
el estudio sistemático de las colecciones óseas provenientes de exploraciones
arqueológicas, proponer proyectos de investigación de manera autónoma y en menor
medida continuar con el estudio de poblaciones contemporáneas. Los estudios
osteológicos han abarcado desde restos prehispánicos hasta poblaciones recientes.
Mientras que la somatología abarca distintos tipos de población viva, sin centrar su
interés únicamente en el indio.
A partir de los 70 todos quienes habían recibido formación académica en las distintas
ramas de la antropología, hablan de la necesidad que los proyectos de investigación
respondan a los intereses de los sectores o clases mayoritarias de la población. A partir
de entonces en la Antropología Física se inicia un proceso que permite ampliar los
temas de investigación hacia distintos sectores de la población en nuestro país. Se
debate constantemente en la especialidad y se desarrollan críticas en torno al método,
e inclusive se postula la ausencia de éste en los estudios de la antropología física
tradicional, que es considerada como un conjunto de técnicas descriptivas. Uno de los
problemas más serios que ha enfrentado la antropología es la cambiante realidad
sociocultural, se empezó a plantear que los indígenas seguían siendo materia de
estudio pero ya no desde una óptica neofuncional, sino desde la perspectiva
anticolonialista; por lo que marxistas y neoevolucionistas buscaron alejarse del
indigenismo. Los estudiosos marxistas en los años setenta dejaron de lado la etnicidad,
por un análisis de clases donde el problema principal no era el ser indio, sino ser
oprimidos por la clase en el poder.
Hasta hace algunas décadas, la preocupación metodológica predominante fue la
estandarización de las técnicas utilizadas en la obtención de los datos, en los dos
campos tradicionalmente mayoritarios: osteología y somatología. La jerarquización de
poder que se establece a nivel institucional ha permitido es tas áreas de investigación, la
osteología sobre todo, se encuentre mucho mejor afianzada; es posible observar que
entre los investigadores “con prestigio” se descalifique la búsqueda de alternativas. A
pesar de ello, algunos investigadores y docentes han realizado esfuerzos por
diversificar los temas de estudio, prueba de ello es la realización de diversos trabajos
sobre genética de poblaciones, crecimiento y desarrollo, antropología del deporte,
ergonomía, nutrición, antropología forense, entre otros; que no necesariamente
responden a los objetivos patrimonialistas contempladas en la Ley Orgánica del INAH
(1986) y la defensa de estos espacios, tanto a nivel académico como en el ámbito
laboral.
En los años ochenta, las perspectivas de la Antropología se amplían, el surgimiento de
las nuevas corrientes posmodernas que llevan a considerar el fin de las grandes teorías
explicativas, va ha hacer que encontremos multitud de corrientes teóricas que se
enfrentan en un periodo preparadigmático donde ninguna de las teorías existentes
puede establecer lo que se llama un periodo de ciencia normal: en estos momentos,
todas las teorías son cuestionables.
Serrano (1987), considera que el problema de la fragmentación teórica en las
producciones antropofísicas, no so lo es válida para esta disciplina, sino que es reflejo
de la “episteme” occidental, pues a partir de un criterio de cientificidad, se pretende
encajonar lo real en un sistema racional de “verdades teóricas”, por lo que las
producciones antropofísicas, y no solo las de la primera mitad de este siglo, se han
preocupado en el perfeccionamiento de las técnicas de medición o en las normas para
la recolección de los datos; y a pesar de que se han dado algunos avances en cuanto a
las técnicas de investigación, por la manera de abordar sus objetos de estudio, los
antropólogos físicos, se ven incapacitados, desde el marco téorico que establece un
objeto de estudio fundamentalmente biológico reformular sus objetos, teorías y
métodos, de tal manera que sus investigaciones terminan, casi siempre, en sobreponer
dos cuerpos teóricos diferentes.
Todavía en la actualidad, la existencia de diversos problemas que presenta la definición
de su objeto, teoría y método: o los que se refieren al carácter cuantitativo y descriptivo
en los estudios, son producto de la interacción de distintos factores biológicos sociales y
culturales que se pueden encontrar en su campo de conocimientos.
Antropólogos físicos titulados y su inserción laboral en México
De 1944 a la fecha (marzo de 2011) se han titulado aproximadamente 319
antropólogos físicos por la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
En el caso de la Antropología Física, al igual que de las distintas disciplinas
antropológicas de México en el contexto institucional, es preciso considerar que la
formación de sus profesionistas y los sitios donde laboran la mayoría de ellos se
encuentran centralizados a través del INAH, quien asume el carácter de órgano rector
de la antropología mexicana. El INAH, como el instituto que debería contratar a la
mayoría de los egresados, tiene entre sus profesores-investigadores (Dirección de
Antropología Física, Centros-INAH al interior del país, así como en la Escuela Nacional
de Antropología e Historia) aproximadamente a 60 antropólogos físicos de base.
Además de éstos, tiene antropólogos físicos laborando por contratos de confianza, por
proyectos y por otro tipo de contratos que no son de tipo académico.
Posiblemente fuera del INAH habrá otros antropólogos físicos quienes no laboran
precisamente en cuestiones de tipo académico, de ellos no se sabe mucho. Unos
cuantos han logrado incursionar en el ámbito de la investigación y la academia en
instituciones de educación superior e investigación tales como el Centro de
Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social, la Universidad Nacional
Autónoma de México, la Universidad de Guadalajara, la Universidad Autónoma de
Yucatán, solo por mencionar algunas; así como instituciones privadas como la
Universidad de las Américas en Puebla.
Lo que falta por hacer
Coincido con Lizarraga (1982), cuando afirma que desde la antropología física “(...)
hemos recreado al hombre como entelequia de cada uno de nosotros mismos, en
imágenes intangibles de porcentajes, diámetros, pesos, medias, índices, desviaciones,
tamaños y frecuencias. Los individuos y las poblaciones son vistos como datos y casos,
en el seno de demagógicos discursos. Cada individuo, cada grupo, encajonado e
incómodo, es asumido como una partícula indiferente de un todo interesante (...)”. “De
hecho, hemos engendrado metodologías, que frecuentemente se aburren en la solución
de dificultades ficticias, elaborando falacias y dejando, sobre un horizonte a sus
espaldas, toda la esencia. Metodologías y teorías que se transforman en entidades,
identidades, categorías o dogmas, enlistados de variables, porque el todo se dispersa
(parece dispersarse) y se hace intangible (nos resulta inabordable)”.
Por lo que tenemos que extraer de la imaginación nuevos parámetros, desde los cuales
podamos cuestionar interrogantes actuales y dar explicaciones, pero también posibles
soluciones a problemas que parecen no tener solución.
Alfonso Sandoval (1980), sugiere que para abordar una problemática desde la
perspectiva antropofísica, en primer lugar se debería establecer si el verdadero
problema que enfrenta el campo de estudios radica en la necesidad de articular
teóricamente objetos de estudio distintos, o si se trata más bien, de redefinir sus objetos
de conocimiento. En segundo lugar menciona que para definir sus problemas teóricos y
metodológicos, será preciso abordar un análisis riguroso de la formación del
antropólogo físico y su campo de conocimientos, ubicándolo en el contexto de las
coyunturas, económicas y sociales, que den cuenta de sus transformaciones.
Las transformaciones que ha sufrido la disciplina permiten hacer algunas reflexiones
sobre la situación actual de los antropólogos físicos pues a pesar que se pueden
reconocer algunos cambios de actitud frente a la aprehensión de sus objetos de
estudio, subsisten algunos problemas centrales que impiden fundamentar teóricamente
sus investigaciones de tal manera que es común que se confundan los medios con los
fines, y que por falta de análisis o el manejo adecuado de los resultados estadísticos
sólo se ha llegado a confirmar lo que es del dominio público. Así como los mercados de
trabajo, y los intereses que determinan el trabajo antropofísico actual.
El Estado al tener el control de la producción antropológica se considera como custodio
y responsable del patrimonio nacional, para lo cual creó una compleja red de secciones
dentro del que se dedican a las funciones de restauración, docencia e investigación. De
esta manera, los atavismos y compromisos de los antropólogos en las distintas
direcciones y departamentos mantienen alejada la antropolog ía de la relación teoría-
praxis (Godinez y Aguirre, 1994).
Existen investigadores que han hecho propuestas alternativas, pero estas no son el eje
sobre el que se mueve el Instituto y sus dependencias, por lo que el ejercicio
institucional de la antropología en México, es decir, el interés de sus conocimientos por
la sociedad y la cultura en términos generales se realiza en función del INAH como la
institución encargada de resguardar, investigar y promover el patrimonio tangible e
intangible de la nación.
Aunado a lo anterior, los permanentes vicios del sistema institucional no han podido
erradicarse, ello ha provocado una serie de problemas que se expresan en la carencia
de profesores que se interesen o sean aceptadas con nuevas propuestas, situaciones
que repercuten en una pobreza teórica de las especialidades, los altos índices de
deserción en la escuela de antropología y diversos problemas que tienen que enfrentar
tanto alumnos como egresados. Situación que se agudiza por la imprecisión del campo
de estudio de la antropología física.
Estos retos deben partir de la convicción de que no es posible continuar “haciendo”
ciencia en abstracto, mediciones sin fin, más bien se debe precisar su función como
herramienta auxiliar en el análisis de los fenómenos.
El cuerpo humano no es un catálogo exhaustivo de elementos aislados, la relación
hombre-medio no se puede anular sin aniquilar al mismo tiempo al hombre mismo. De
tal forma que los debates teóricos se deben pensar en función de las exigencias de los
distintos núcleos de nuestra población. Para que el papel de la antropología física sea
relevante en contraste con la orientación tecnócrata de la posición institucional, el
compromiso es encontrar las mediaciones necesarias para que sus conocimientos,
partiendo de la teoría, se reencuentren con la sociedad (Godinez y Aguirre, 1994).
Para NAPA (Asociación Nacional para la Práctica de la Antropología, de Estados
Unidos), la antropología aplicada incluye a “individuos formados profesionalmente que
están empleados o contratados para aplicar su conocimiento especializado, sus
habilidades y experiencia a la solución de problemas en alguna dimensión humana,
pasada, presente o futura (cit. en Re Cruz, 2007)”. Esto no pasa con los egresados de
la licenciatura.
Cómo lograr una relación también positiva entre quienes hacemos investigación
antropofísica y la problemática de la sociedad mexicana actual, es algo que no
sabemos, lo que es más, muchos antropólogos físicos tampoco se lo cuestionan.
Asimismo, los fondos del Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, Unión
Europea y de instituciones nacionales como el CONACYT prefieren apoyar proyectos
con aplicación directa en la gente y de desarrollo tecnológico. De hecho, uno de los
elementos fundamentales en los proyectos que se envían al CONACYT para la
obtención de apoyo financiero, dependen en gran medida de la aplicabilidad que tengan
en relación con algún tipo de desarrollo en varias escalas (González J., 2007).
En este sentido, sólo algunos proyectos realizados por antropólogos físicos podrían
competir para ser financiados por los organismos citados en el párrafo anterior. Si bien
es cierto que la antropología física en sus investigaciones trata de relacionar aspectos
biológicos y culturales del mexicano, éstos posiblemente no tienen una aplicación
directa para solucionar alguna problemática de la población actual del país. Esto no
quiere decir que los antropólogos físicos no pueden tener acceso a este tipo de apoyos,
significa en todo caso, que tendríamos que replantear nuestros proyectos de
investigación, para que éstos aborden y aporten una solución viable para una
problemática de la población mexicana. No obstante, algunos antropólogos físicos
tienen acceso a otros recursos financieros nacionales otorgados por el mismo instituto o
la Secretaría de Educación Pública.
“En toda esta etapa donde el desarrollo económico, social y -ahora- sustentable se ha
vuelto un eje prioritario, los antropólogos poco tienen que decir co mo grupo de
profesionistas; especialmente cuando se observa que no son incluidos en los equipos
de científicos que realizan las investigaciones y aplicaciones articuladas al desarrollo
(...) (González J., 2007)”.
Por otra parte, actualmente en México la obtención de grados -particularmente el
doctorado- es requisito fundamental para encontrar trabajo en las universidades del
país, donde se requiere que además de la escolaridad, que el candidato al puesto sea
capaz de realizar investigaciones conectadas de alguna manera con la enseñanza, con
la formación de nuevos investigadores y especialmente en el caso de las licenciaturas,
con el servicio social (González J., 2007). En el caso de los antropólogos físicos que
han ingresado al INAH, esto no es estrictamente necesario, ya que se considera que un
investigador se forma como tal, poco a poco, haciendo investigación. Es decir, aunque
no se tenga el grado de doctorado, se puede concursar (cuando hay oportunidad), por
una plaza de profesor-investigador en antropología física en el INAH. La experiencia de
investigar se adquirirá y fortalecerá con el tiempo, con la práctica.
Además del bajo número de antropólogos físicos en el país, las pocas oportunidades de
trabajo que se generan en el instituto, más las dificultades que se tienen que sortear
para poder obtener definitivamente una plaza de profesor-investigador, aunado al
quehacer poco conocido de nuestra disciplina habría que añadir la situación legal,
política y administrativa en el INAH, que se convierten en una serie de barreras para
desempeñar funciones académicas, para obtener los recursos reales para que los
profesores formen nuevos cuadros de “recursos humanos”; hay fondos propios e
insuficientes para becas de estudio, de investigación y de elaboración de tesis, libros de
reciente publicación, dinero para realizar actividades como el trabajo de campo, dinero
para invitar profesores y conferencistas, crear espacios de socialización donde los
estudiantes se comuniquen con sus compañeros o con los mismos profesores y entre
profesores, se necesita dinero para que los estudiantes y sus profesores asistan a
eventos como simposios, seminarios, mesas redondas, etc., donde puedan participar y
entrenarse en las tareas del agitado mundo académico.
No podemos ignorar algo fundamental: el tiempo; con ello me refiero al tiempo real de
que disponen los profesores para atender al estudiantado, tanto en sus tareas
académicas como en la elaboración de escritos, ponencias, artículos y por supuesto de
sus tesis. Los estudiantes tampoco poseen mucho tiempo para asistir a las tutorías
académicas, a cursos y seminarios en otras instituciones ajenas a la propia, asistir a
conferencias y demás eventos académicos. Muchos de nuestros estudiantes no son en
realidad de tiempo completo y tienen que trabajar para allegarse recursos básicos y
pagar el costo monetario de seguir estudiando. La variedad y cantidad de tareas que se
asocian a la de enseñar antropología son cada vez mayores y sobrepasan a los
profesores, lo que se acentúa si éstos, tienen que desarrollar sus propios proyectos de
investigación. (González J., 2007)
Asimismo, la ENAH posee su propio modelo para formar a las nuevas generaciones de
antropólogos físicos. Cada profesor realiza los ajustes necesarios para sortear los
problemas que presentan los planes y programas, así como su actualización constante,
las formas que le parecen adecuadas para la enseñanza y sus propias concepciones
sobre lo que los estudiantes deben manejar y resolver para alcanzar una licenciatura,
maestría o un doctorado. Sin lugar a dudas, existe una distancia entre lo que los
profesores creemos que los antropólogos físicos deben saber y lo que los estudiantes
consideran o no relevante en su formación, así como lo que se enseña en el aula y lo
que puede servir a los estudiantes para insertarse no sólo en el ámbito de la
enseñanza e investigación en México, sino también en otros espacios laborales en los
que se pueda aplicar el quehacer del antropólogo físico: en el área forense, aportando
conocimientos para la identificación de restos óseos; en la nutrición, para comprender
desde una perspectiva cultural la práctica alimentaria de los mexicanos; en la
ergonomía, para desarrollar investigaciones que dificulten desempeñar un trabajo,
como las dimensiones antropométricas del mobiliario, para comprender la relación
hombre-puesto laboral; en la medicina laboral, para comprender mejor de dónde surgen
los padecimientos de los trabajadores y cómo los manejan desde su entorno cultural; en
la medicina del deporte, aportando conocimientos acerca de las capacidades de los
atletas mexicanos; en el trabajo de los arqueólogos, realizando junto con ellos
proyectos para saber más acerca de las poblaciones antiguas; con los diseñadores
industriales, para que los productos del diseño estén dirigidos hacia los diferentes tipos
de mexicanos; en la arquitectura, para hacer investigación sobre las necesidades de
quienes van a utilizar los espacios construidos por los arquitectos; entre algunas áreas
en las que la perspectiva antropofísica puede aportar una visión diferente en los
ámbitos que se consideran exclusivamente inherentes a estas especialidades, pero que
en la práctica tocan aspectos bioculturales que los antropólogos físicos comprenden.
Por lo que en la currícula de la ense ñanza de la antropología física en México, habría
que insertar algún tipo de materias para que los egresados pudieran ofrecer y “vender”
la aplicación de sus conocimientos, y lo que es más importante, que la ENAH y el INAH
como instituciones formadoras de antropólogos físicos en México, deberían ser los
principales promotores de la viabilidad de la aplicación de los conocimientos adquiridos
en esta especialidad.
Consideraciones finales
Hoy en México, los antropólogos somos conscientes de que pertenecemos a una
sociedad compleja y que sería una sinrazón seguir saliendo para hacer antropología
creyendo que estudiamos a los otros, a los vestigios de los otros nada más porque sí.
Hoy la antropología ya no sale para emprender expediciones a provincias lejanas, como
si nuestro quehacer fuera algo exótico, como si fuéramos seres excéntricos a los que
nos gustara explorar por explorar. “(...) La antropología física reconoce una doble esfera
de determinación del fenómeno humano y en ese sentido le asigna una doble
naturaleza o significación: biología y cultura en constante interacción, pero a la vez con
cierta independencia (Vera C., 2007:456)”.
Coincidimos con Rosales (2007) al hablar de una antropología del desarrollo en el
INAH, (...) de las posibilidades de que el antropólogo del INAH trascienda la
investigación que realiza en un compromiso mayor con su objeto de estudio que el de
publicar en revistas especializadas, y que tenga un papel crítico, pero también más
activo y propositivo dentro del espacio social e n el que se desenvuelve. Al no ser el
INAH una institución que se aboque a impulsar directamente procesos de desarrollo, la
participación de los investigadores en los mismos es posible pero limitada y ante todo,
no puede ser un empeño individual sino en vinculación y coordinación con otras
instituciones académicas, públicas o civiles. Aprovechando la sinergia y buena
comunicación con otros actores que intervienen en una misma región en la se puede
tener mayor impacto (Paré, 2000, y 2005 cit. en Rosales, 2007). Como esta misma
autora señala, la antropología aplicada y la investigación-acción-participativa requieren
de un andamiaje institucional complejo sea en el contexto institucional gubernamental,
en la institución académica de la cual hemos egresado o en organizaciones de la
sociedad donde sepamos explicar y aplicar nuestro y con un enfoque interdisciplinario.
Por lo que las aportaciones en estos procesos, tanto en niveles comunitarios como
regionales, pueden ser múltiples, desde la realización de diagnósticos y evaluaciones
de muy diversos niveles y temáticas hasta el análisis crítico de distintos procesos y
realidades que permitan identificar problemáticas y sus causas, así como establecer
líneas estratégicas de acción. La definición de conceptos, el establecimiento de
indicadores o la asesoría puntual son algunas de las múltiples aportaciones que los
antropólogos físicos podemos hacer en estos equipos de trabajo, las cuales son
importantes para el buen fin de muchos otros quehaceres, ya que la falta de recursos
no les permiten dedicar el tiempo necesario a la investigación y el análisis cultural
relacionados con temas tales como la violencia, la higiene y seguridad en el trabajo, la
ergonomía, la nutrición, el crecimiento y desarrollo, la medicina del deporte, la medicina
legal, la aplicación de leyes en materia laboral, en derecho civil o penal, en cuestiones
forenses, etcétera.
Cualquier programa de desarrollo, por muy bien intencionado que sea, está abocado al
fracaso si no se pone atención en los aspectos culturales; se deben construir proyectos
“junto con” los afectados, los interesados, los involucrados y razonar con ellos cualquier
decisión. Es nuestra responsabilidad también el mostrar que la perspectiva
antropológica no es tan fácil de adquirir y aplicar en otras disciplinas, por lo que no
podemos, ni debemos ser substituidos tan fácilmente por cualquier funcionario público o
especialistas a los que no les interese la cultura o lo que es lo mismo, menosprecie el
aspecto cultural en el que queden inmersos, diversos fenómenos de nuestra sociedad.
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