Concesiones de suelo público para colegios privados concertados

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Concesiones de suelo público para colegios privados concertados
Mariano Ayuso Ruiz-Toledo
Valencia Plaza, 17/05/2013
La aprobación por las Juntas de Gobierno Local respectivas de los Ayuntamientos de Torrent y Valencia de cesión de suelo público municipal a la Generalitat,
para que ésta licite concesiones de dominio público sobre dichos suelos al efecto
de edificar en ellos colegios privados que serían objeto de conciertos educativos,
ha puesto de nuevo sobre la mesa la concesión de suelos públicos para colegios
privados concertados.
Esta cuestión lleva varios años planteándose recurrentemente, casi desde que
hace más de una década se produjeran las primeras de estas licitaciones en la
Comunidad de Madrid.
Subyace en la polémica un enfoque ideológico –debate sobre enseñanza pública
y enseñanza privada sostenidas ambas con fondos públicos, derecho a la libre
elección de centro por los padres y, en definitiva, una interpretación disímil de
una norma muy compleja como es el artículo 27 de la Constitución-, pero en la
actualidad muy afectada por la realidad económica.
El origen de la polémica es el sistema de centros educativos que se estableció en
1984 –con la Ley Orgánica del Derecho a la Educación (LODE)- para armonizar,
obviamente
desde una
perspectiva
ideológica
determinada,
los
principios
constitucionales: se establecía un sistema público gratuito para garantizar el
derecho fundamental a la educación, mediante centros de titularidad pública
regidos
por
la
Administración
–al
principio
estatal
o
autonómica
según
Comunidades, ahora enteramente autonómica en todas las Comunidades-, y se
permitía la libre creación de centros privados –sujetos, claro, a autorización
administrativa como garantía de cumplimiento de unos estándares- pero sin
subvención pública; como categoría intermedia se posibilitaba la “concertación”
de centros privados para completar el mapa escolar de los centros públicos,
mediante la aportación de fondos públicos a centros privados a cambio de la
prestación del servicio público en términos de igualdad con los centros públicos,
aunque respetando el ideario –religioso o filosófico (en terminología de la
Declaración Universal de Derechos Humanos)- del titular del centro dentro de los
principios constitucionales.
El caballo de batalla ha sido, precisamente, el de estos centros concertados ,
pues los defensores de la enseñanza pública a ultranza –digamos los partidarios
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de la escuela republicana (francesa, no nos asustemos)- han visto siempre con
recelo el destino de fondos públicos a mantener centros privados –aunque
prestaran el servicio educativo en términos de gratuidad análogos a los centros
públicos- y los sectores de la enseñanza concertada –normalmente partidarios
de centros con ideario propio (principalmente religioso)- han invocado el
derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus convicciones, para
exigir que los centros concertados no tengan como única finalidad complementar
el papa escolar público, sino garantizar el pluralismo y la libre elección en el
ámbito de la enseñanza gratuita.
En esta polémica, la Generalitat Valenciana mantuvo una posición respetuosa
con la legalidad constitucional y ordinaria, incrementando la oferta concertada
allí donde había sobredemanda de ella, pero sobretodo haciendo un esfuerzo
presupuestario muy importante para la construcción de centros públicos con una
calidad notable.
La crisis, al llevarse por delante tantas cosas, se ha llevado también este
equilibrio: parece que no hay fondos públicos para acometer la construcción de
nuevos colegios. La solución, obviamente, para seguir cerrando el mapa escolar
con una oferta de calidad es acudir a la vía de la concertación. Pero en el sector
privado el problema es parecido: no hay suficiente financiación privada para
acometer la inversión. Piénsese que el concierto educativo no es muy cuantioso
y –aunque cubre los salarios y cotizaciones del personal y el gasto de
organización y funcionamiento- no ofrece apenas margen para amortizar
inversiones en infraestructuras (y el escaso margen proviene en gran parte de
actividades extraescolares no cubiertas por el concierto o de la utilización
extraescolar de las instalaciones).
La solución por la que parece haber optado la Administración valenciana es esta
financiación –en cierto sentido mixta- de ceder temporalmente el suelo –no
gratuitamente, pero sí a un precio razonable en contemplación al fin público y
social al que se destina- y que el empresario privado acometa a su costa la
edificación e instalaciones, comprometiéndose a concertar la enseñanza. Y esto
de manera esencial, de tal manera que es requisito de pervivencia de la
concesión el que se obtenga y mantenga el concierto educativo.
El modelo ya está experimentado en la Comunidad de Madrid con dos variantes:
que la concesión la otorgue el Ayuntamiento dueño del suelo y que la concesión
la otorgue la Comunidad Autónoma –previa cesión finalista del suelo por el
Ayuntamiento-, y parece que la que ha funcionado con mejores resultados ha
sido la segunda, pues los cánones o tasas impuestos por los Ayuntamientos han
sido, en ocasiones, desproporcionadamente altos para la finalidad pretendida.
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En la Comunidad Valenciana se ha procedido –desde la detección del problemacon mucha cautela y la primera medida que se adoptó fue una reforma
legislativa para dar una cobertura plenamente jurídica al modelo. Así, la Ley de
acompañamiento de los presupuestos de la Generalitat para 2012 (Ley 9/2011,
de 26 de diciembre) introdujo un precepto especifico –el artículo 116- en el se
creaban los Centros Educativos de Iniciativa Social (CIS), que es la figura que
ahora inicia su andadura con los acuerdos de los Ayuntamientos de Valencia y
Torrent.
Esta norma establece que la Generalitat podrá colaborar con los particulares en
la promoción de centros educativos de iniciativa social, con el fin de garantizar
la libertad de enseñanza, pudiendo –a ese efecto- otorgar concesiones sobre
bienes demaniales de su titularidad, o que le hayan sido transmitidos por otras
Administraciones, para la construcción de centros educativos de titularidad
privada que reúnan los requisitos para ser sostenidos con fondos públicos.
Más de un año se ha tardado en poner en marcha esta nueva institución y
todavía no han sido publicados los pliegos de las licitaciones, para que puedan
concursas las empresas privadas educativas que tengan interés, pero de la
propia redacción del precepto, de las experiencias de la Comunidad de Madrid y
de la lógica interna de la institución, cabe inferir que se va a tratar de una
concesión de dominio público con un plazo bastante largo -podría llegar a los
setenta y cinco años, para permitir la amortización de la inversión- y vinculado
al sistema de conciertos educativos –o al sistema de sostenimiento de centros
educativos privados con fondos públicos que lo sustituya en un futuro- y con un
canon o tasa a cargo del concesionario no muy elevado –al menos los primeros
años- para posibilitar la inversión.
También ofrece alguna pista la norma creadora cuando señala como finalidad de
la institución “garantizar la libertad de enseñanza”, pues ese fin –en vez del
mero de completar el mapa escolar- permite ubicar los CIS en municipios y
zonas que tengan demanda de plazas concertadas, independientemente de otros
requisitos y consideraciones, aun cuando haya oferta estrictamente pública.
En fin, en pocos meses se despejaran las dudas.
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