Del libro: Sin Principio Ni Fin: La esencia del zen por Jakusho Kwong Oniro, 2005 ISBN: 84-9754-153-7 LOS PRECEPTOS BÚDICOS DAN VIDA Cuando seguimos los preceptos búdicos y el espíritu de los mismos con nuestra forma de andar, de sentamos, de comer, de hablar y de relacionamos con los demás y con el entorno, su constante presencia ilumina nuestra vida. Vistos desde fuera tal vez parezca que los preceptos no son más que una serie de reglas que se supone debemos seguir: «No mientas. No robes. No hagas esto. ¡Y sobre todo no hagas aquello!». Pero eso no es el espíritu de los preceptos en absoluto. Los preceptos no son sólo una lista de cómo comportarse que alguien nos lee y espera que sigamos. Al observar atentamente el primer precepto se ve lo que quiero decir. El primer precepto es el más importante porque incluye a los restantes. Con el tiempo uno acaba descubriendo que cada precepto incluye a todos los demás, al igual que un color refleja los otros colores, pero el primer precepto lo expresa con una gran claridad. Dice simplemente: «No matar». Pero ¿no matar a quién? Al considerar este precepto no hay que ceñirse sólo al significado de no matar a personas ni a animales, sino que en realidad significa «No destruyas tu naturaleza búdica. No destruyas tu fuerza vital». Cuando se capta con profundidad este precepto, se mantiene una relación distinta con el entorno, con las personas, los animales, los pensamientos y sentimientos y con todo lo demás. Uno comprende que no hay nada que robar ni nada sobre lo que mentir. Pero este descubrimiento no viene del exterior, sino de esa parte de nuestro ser que anhela vivir de una forma completa, profunda y significativa. Los preceptos son como una llama y nuestra vida es como una vela o una lamparilla apagada. Una vez se enciende, disponemos de luz. La mayoría de nosotros tenemos muchas habilidades, buscamos la satisfacción en nuestra vida de muchas maneras. Sabemos conducir un coche. Bajar de la montaña para ir a un centro comercial a comprar. Cada vez somos más los que sabemos manejar un ordenador. Nos ocupamos de nuestros hijos. Pero ¿qué necesitamos para sentirnos profundamente satisfechos? En el Shobogenzo Dogennos da la respuesta al escribir que todos los patriarcas del pasado observaban los preceptos. Los seguían y los manifestaban en cada aspecto de su vida: en sus pensamientos, acciones y actitudes. A nosotros también nos ocurre lo mismo. Cuando seguimos los preceptos búdicos y el espíritu que los anima con nuestra forma de andar, de sentarnos, de comer, de hablar y de relacionarnos con los demás y con el entorno, su constante presencia ilumina nuestra vida. Al vivir de ese modo no sólo mantenemos vivos los preceptos, sino que además nos mantenemos vivos a nosotros, a los seres que tenemos cerca y a los que, en apariencia, están lejos. Me gustaría poner un ejemplo de cómo los preceptos actúan en nuestra vida. A algunas personas les gusta comer carne y en cambio otras nunca la prueban. Pero, en realidad, tanto comer como no comer carne es violar los preceptos. ¿Acaso no es eso fabuloso? Éste es realmente el camino medio porque trasciende dualidades como las de bueno y malo, agradable y desagradable, u otras parecidas que nos hacen sufrir. Los preceptos, en lugar de insistir en que hay que comportarse de una determinada forma, nos transforman y nos dan una auténtica libertad. Los verdaderos no son una lista de reglas que limitan o reducen nuestra vida, sino que nos dan vida, cada uno expresa nuestra verdadera naturaleza, ése es su auténtico significado. DIEZ CARACTERíSTICAS DE NUESTRA NATURALEZA INCONCEBIBLEMENTE MARAVILLOSA SEGÚN LAS ENSEÑANZAS recibir es transmitir, transmitir es despertar, y despertar la mente búdica se llama el verdadero jukái. Cada precepto es una estampa de la única mente que siempre está con uno. 1. La naturaleza del yo es inconcebiblemente maravillosa; en el eterno Dharma no generar la idea de la extinción se llama «no matar». 2. La naturaleza del yo es inconcebiblemente maravillosa; en el inaprensible Dharma, no generar el pensamiento de provecho se llama «no robar». 3. La naturaleza del yo es inconcebiblem~nte maravillosa; en el Dharma del desapego no generar la idea del apego se llama «no ser codicioso». 4. La naturaleza del yo es inconcebiblemente maravillosa; en el inefable Dharma no falsear ninguna palabra se llama «no mentir». 5. La naturaleza del yo es inconcebiblemente maravillosa; en el Dharma intrínsecamente puro no generar ignorancia se llama «no estar obnubilado». 6. La naturaleza del yo es inconcebiblemente maravillosa; en el perfecto Dharma, no hablar de los pecados ni errores sé llama «no hablar de las «faltas y errores» de los demás. 7. La naturaleza del yo es inconcebiblemente maravillosa; en el Dharma de la ecuanimidad, no hablar de uno ni de los demás se llama «no enaltecerse a sí mismo y desacreditar a los demás». 8. La naturaleza del yo es inconcebiblemente maravillosa; en el Dharma genuino y omnipenetrante, no apegarse a una sola cosa se llama «no ser tacaño». 9. La naturaleza del yo es inconcebiblemente maravillosa; en el Dharma del sin-yo, no manipular la realidad del yo se llama «no estar enojado», 10. La naturaleza del yo es inconcebiblemente maravillosa; en el Dharma de la unidad, no crear una distinción entre el Buda y los seres se llama «no difamar a los Tres Tesoros».