Ensayo sobre la cultura religiosa postmoderna

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Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas | 46 (2015.2)
LA PSICOLOGIA DE LA NUEVA ERA
Ensayo sobre la cultura religiosa postmoderna
Saúl Sánchez López
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Argentina
http://dx.doi.org/10.5209/rev_NOMA.2015.v46.n2.51423
Resumen: El común denominador de las diversas manifestaciones de la cultura religiosa
postmoderna es que la fe se ha vuelto permeable a los pareceres y deseos personales. En el fondo
subyace una psicología caracterizada por una episteme ecléctica, una hermenéutica relativista y un
ethos hedonista, de tal suerte que hay una recreación personalizada de lo religioso a partir de una
elección, reinterpretación y combinación voluntaria de elementos de acuerdo a lo que resulta más
convincente y satisfactorio. Dicha psicología encuentra su máxima expresión en la corriente del
New Age, sin embargo también la encontramos en otros fenómenos de la religiosidad postmoderna
menos evidentes, como los nuevos movimientos religiosos, las organizaciones cristianas
progresistas o incluso los discursos sociales en torno a la tolerancia religiosa. Dada su naturaleza
nihilista, esta psicología de la nueva era produce una des-esencialización de lo religioso,
erosionando su forma convencional: institucional, doctrinal y normativa, pero abriendo en cambio
una nueva vía de desarrollo espiritual, que responde a la conciencia individual y a la voluntad
colectiva.
Palabras clave: postmodernidad, religión, espiritualidad postmoderna, New Age, Psicología de la
Religión.
Abstract: The main characteristic of postmodern religious culture is that faith has become
permeable to personal will and viewpoints. In the background, there is a certain psychology
constituted by an eclectic episteme, a relativistic hermeneutics and a hedonist ethos, so that an
individualized recreation of religion takes place, depending on a free choice, reinterpretation and
mix of elements according to what seems more convincing and satisfactory. This psychology is best
exemplified by the New Age current, but it is also present in other postmodern religious cultural
phenomena such as the new religious movements, progressive Christian organizations and even
social discourses concerning religious tolerance. Because of its nihilistic nature, this new age
psychology encourage the de-essentialization of religion, eroding its conventional form: institutional,
doctrinal and normative, opening instead a new way of spiritual development, corresponding to the
individual consciousness and common will.
Keywords: postmodernity, religion, postmodern spirituality, New Age, Psychology fo Religion.
“If I were not a Christian I would probably be a metaphysician”
Vattimo
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A pesar de los anatemas que vociferara, Nietzsche (1985) siempre consideró que
el único cristiano que ha habido, fue de hecho aquel que murió en la cruz:
Voy a contar ahora la verdadera historia del cristianismo. La misma
palabra ‘cristianismo’ es un malentendido; en el fondo, no hubo más
que un solo cristiano que murió crucificado. El Evangelio murió
crucificado. Lo que a partir de entonces se llamaba Evangelio era ya lo
contrario de aquella vida: una ‘mala nueva’, un disangelio. Es
absurdamente falso considerar como rasgo distintivo del cristianismo
una ‘fe’, acaso la fe en la redención de Cristo; sólo es cristiana la
práctica cristiana, una vida como la que vivió el que murió
crucificado…Tal vida es todavía hoy factible, y para determinadas
personas hasta necesaria: el cristianismo verdadero, genuino, será
factible en todos los tiempos…No una fe, sino un hacer, sobre todo un
no hacer muchas cosas, un ser diferente…Los estados de conciencia,
cualquier fe, por ejemplo, el creer cierta tal o cual cosa, todos los
sicólogos lo saben, son totalmente indiferentes y de quinto orden frente
al valor de los instintos; más estrictamente: todo el concepto de la
causalidad mental es falso. Reducir el ser cristiano, la esencia cristiana,
a un creer cierta tal o cual cosa, a un mero fenomenalismo de la
conciencia, significa negar la esencia cristiana (p.66).
Justamente, la irrelevancia del contenido de las creencias en sí, frente a un modo
determinado de ser creyente, parece ser el punto nodal de la situación
postmoderna de la religión. Encerrado en esta sentencia se encuentra sugerido un
potencial de recreación que pone fin a una sola forma doctrinal de concebir la
religión, sosteniendo en cambio la autonomía del practicante. Este giro resulta de
un proceso cultural que atraviesa la modernidad desde sus albores hasta
instalarse en nuestro momento y su desarrollo ha significado una serie de
mutaciones increíbles dentro del ámbito socio-religioso, seguramente jamás
previstas por aquel personaje que ahora es referente para ubicar nuestra época y
nuestra historia. En efecto, después de Cristo, el cristianismo ya nunca ha sido el
mismo.
El espíritu de la postmodernidad y la psicología de la Nueva Era
Tanto si se le admite como si se le rechaza, la secularización es el sendero
infranqueable por el que es preciso transitar si deseamos encontrar sentido a la
cuantiosa diversidad de manifestaciones de lo sagrado que desde hace algún
tiempo han venido llamando nuestra atención y que en más de uno ha provocado
el impulso de proclamar la revancha de Dios. Lejos de ser casual, la
secularización es un fenómeno típicamente moderno que responde a la
instauración de un nuevo orden político y a una revolución intelectual, ambos
asentados en la idea de Razón, con profundos efectos culturales.
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Es en el periodo del renacimiento cuando la mirada baja del cielo a la tierra, el
hombre se ve a sí mismo, y viendo que está bien, comienza lleno de curiosidad la
aventura de conocerse y ver hasta dónde puede llegar; ello por su puesto no era
posible más que desafiando al régimen teocéntrico presente a lo largo del
medioevo. En este contexto, la incipiente práctica científica emergió como la
antagonista de la religión por excelencia, como una alternativa para alcanzar
sabiduría desde un lugar distinto, más acá. Toda la revolución científica
comprendida entre los siglos XVI y XVII da cuenta de ello; de Copérnico a Newton,
pasando por Galilei, se va a consolidar una fractura paradigmática, el paso de un
mundo estático, ombligo del universo, a otro dinámico, periférico y más bien
accidental. Dicho salto astronómico concurre con el cambio de un tiempo
suspendido y una población pasiva, a la noción de un tiempo que avanza
empujado por una sociedad que puede ser epistémicamente fértil: el progreso.
Descentralización de lo divino y dinamización de lo mundano, el pensamiento
renacentista se perfiló amenazante a la hegemónica ideología católica, quien
además era cuestionada en su propio terreno a partir de las impugnas acometidas
por Lutero, Calvino y Zwinlgio, inaugurando el progresivo descrédito de la
monopolización del cristianismo (irreversible a pesar de los entusiastas esfuerzos
de la contrarreforma católica). Debido a esta doble ofensiva, desde lo sagrado y lo
profano, se empezó a debilitar el reino de Dios en la tierra, abriendo espacio a otra
deidad: La Razón.
A la secularización iniciada por la revolución copernicana, se adhiere un par de
siglos después el darwinismo, cuya vocación será publicar una versión secular del
Génesis, apelando a la selección natural como verdadera revelación, en lugar de
esa narración ególatra que concebía al ser humano como criatura divina. De la
biología hasta la astronomía, las ciencias naturales comenzaron a desvelar los
misterios del universo dentro y fuera de nosotros sin hacer más referencia al
evangelio, lo que mermó la credibilidad del discurso teológico. Por otra parte, la
aceleración del avance tecnológico, tan fascinante como la imaginación de Verne,
desembocó en la revolución industrial, permitiendo la dominación definitiva de la
naturaleza y la materia en nuestro beneficio. Así, paulatinamente, ángeles y
santos fueron desalojados de la bóveda celeste, permitiendo la observación del
astrónomo y posteriormente el arribo del astronauta (D’Agostino, 1985, p.84); las
enfermedades que antes se mostraban resistentes a la voluntad de Dios (oración,
milagros) y frente a las cuales sólo quedaba la resignación, se combatieron cada
vez más eficazmente con ayuda de fármacos, y los campesinos llegaron a
depositar más fe en los fertilizantes que en el agua bendita (Fernández, 1996,
p.512).
Con todo, si hubo un proyecto netamente secularizador, ése fue sin duda la
Ilustración, que supuso el reemplazo de la fe como modo predilecto, cuando no
único, para acceder a La Verdad, por La Razón, con lo cual comenzó a fraguarse
la concepción moderna de ciencia en franco desencuentro con la creencia
religiosa, progresivamente relegada a la categoría de superstición. El hombre
ilustrado es acaso el primero en alumbrar la religión con miras a proyectar su
sombra: una conciencia irreligiosa, léase inmoral, que instrumentalizaba lo
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religioso como medio de dominación. Al acecho de esta falsa conciencia encontró
en la suspicacia su mejor herramienta; desenmascaramiento, desmitificación,
superar la ilusión fue su meta. Entonces se preguntaba ¿para qué sirve la religión?
y frente a sus ojos la respuesta aparecía refulgente: fungir como placebo
psicológico para los desposeídos y legitimar dicho orden injusto como disposición
divina, luego inmutable (Véase Sloterdijk, 2003, pp.71-74). Pero toda ideología
tiene sus demonios, y en el fondo, la Ilustración era ciertamente una ideología. El
demonio al que dio a luz fue un racionalismo deslumbrante, cegador. Es claro que
con la expulsión de la fe y el evangelio como fundamentos, quedaba un vacío que
era necesario llenar con algo, algo que diera certeza, que fuera tierra firme para
edificar lo que sería el nuevo gran proyecto de la humanidad: la modernidad. La
instancia elegida para cumplir semejante rol fue La Razón, que desde entonces
fungió como medida para todas las cosas (Hermilda y Ranilo, 2008, p.95).
Entonces, contrario a las apariencias, el racionalismo que con tanto afán va a
buscar diferenciarse de la religión, a quien considera su exacto opuesto ya
superado, no es en realidad sino una especie de pseudo-teología, una divinización
de lo racional que le sigue el juego a la metafísica.
Dignos continuadores de la crítica ilustrada, los maestros de la sospecha del siglo
XIX contribuyeron notablemente al cuestionamiento de la religión. Marx la
equipara a un agente embrutecedor y adictivo, Freud denuncia la herencia judeocristiana como psicopatología cultural y Nietzsche pregona con júbilo la defunción
más inaudita. Por su cuenta, la corriente positivista que sólo admitía como válido
el conocimiento empírico y verificado, asestaba una estocada mortal a la cuestión
religiosa, al excluirla del campo de investigación objetiva, lo que en un simple
gesto hacía de las preguntas últimas, preguntas impertinentes, tal y como cuando
un niño se entromete en una charla de adultos1.
Incesante deslegitimación de la potestad cristiana como marco referencial para
explicar el mundo, desmoronamiento de la autoridad eclesial como magisterio
moral; finalmente la Iglesia será condenada a ser un integrante más de la
sociedad al ser relevada de su rol administrativo por instituciones públicas
(verbigracia: registro civil), esto es, cuando es supeditada por el Estado, quien se
erige en dirigente social absoluto. En este sentido, el triunfo de la revolución
francesa y la realización de la independencia estadounidense no sólo fueron
acontecimientos de emancipación históricos, también significaron la afirmación de
la autonomía del hombre frente a la Providencia para forjar su destino, expresada
en la instauración de la democracia y la laicidad como componentes
consustanciales a una nación moderna. He aquí la edad adulta del hombre;
mediante el ejercicio de su razón, ahora es él quien establece sus normas y define
las pautas para el progreso, liberándose ya de toda tutela eclesiástica. Al final,
Dios todopoderoso cede, o mejor dicho, es forzado a dimitir su trono.
1
“La metodología experimental se impone como instrumento de saber frente a los fenómenos
naturales y relega la meditación, la introspección, la teología, a un dominio oscuro, privado y
socialmente superfluo” (Dorna, 2002, p.41).
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A través de la idea-fuerza del progreso, la modernidad, entendida como desarrollo
científico, tecnológico y social, alimentó un sinnúmero de ilusiones, prometiendo
responder (al fin) todas nuestras preguntas y garantizando nuestro bienestar. Así,
la tesis de la secularización planteaba el lento pero irrefrenable reemplazo de la
religión por La Razón, que presuntamente acabaría por volverla obsoleta. Sin
embargo, la profecía nunca se cumplió. Las perennes preguntas existenciales
quedaron sin respuesta y la utopía del progreso fue desmentida por el
establecimiento del capitalismo que hizo de la explotación su leitmotiv (explotación
del hombre por el hombre y explotación de la naturaleza), así como por la dura
experiencia de las guerras mundiales que demostraron cómo la ciencia y la
tecnología también servían para destruirnos mutuamente. Si bien La Razón había
conseguido distraer la atención del hombre de la religión, no sólo fue incapaz de
emular a Dios en alcanzar la omnisciencia, sino que además volviose en nuestra
contra. Este rotundo fracaso fue lo que motivó el actual reencantamiento del
mundo.
Fruto de la traumática experiencia moderna, la postmodernidad sobreviene
heredera de un gran hartazgo ideológico que repugna cualquier discurso que se
presente como saber verdadero y definitivo (metafísico), no importa de dónde
provenga, ya de la fe, ya de La Razón, del Estado o la Iglesia, de Dios o del
Hombre, eso pasa a segundo término. Tanto el proyecto inspirado por un
pensamiento religioso como por uno racionalista, ambos fallaron y a su modo cada
uno demostró ser una amenaza para la humanidad; luego entonces, se genera un
escepticismo hacia los llamados metarrelatos (Lyotard, 1994), es decir, hacia
cualquier explicación que pretenda abarcarlo y agotarlo todo, ostentándose como
La Historia, La Verdad, La Teoría, en vez de una narración posible, una versión de
la verdad o una hipótesis de trabajo.
Con la muerte de Dios no es sólo Dios quien desaparece, sino todo
intento de dar coherencia y sentido, fundamento y finalidad, metas e
ideales. Es el derrumbamiento de todos los principios, valores
supremos. Por lo tanto con la muerte de Dios mueren también todas las
secularizaciones o subrogados de Dios: la humanidad, la razón, el
proletariado, el principio esperanza, fines últimos y absolutos, ideales,
utopías, etc. (Amengual, 1998, p.173)
Como un incendio, una vez encendida la chispa, la secularización se expandió con
avidez, consumiendo no sólo el pensamiento religioso sino al pensamiento mismo
(nihilismo). Hablamos de una generalizada propensión a la duda crónica, tanto
sobre nuestros propios juicios y pareceres personales, como acerca de la validez
absoluta e indiscutible de cualquier aseveración o sentir enunciable, lo que Gianni
Vattimo (2006) ha bautizado como pensiero debole2, no más que “una militante
ausencia de fundamento” (Maiz y Lois, 2006, p.493). Consonante a este
pensamiento, la sociedad postmoderna se perfila como una sociedad de la
desconfianza en el juicio absoluto, emergiendo en consecuencia una cultura del
2
Pensamiento débil
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relativismo, coadyuvada en buena medida por la perspectiva antropológica del
relativismo cultural y su forma política más acusada, el multiculturalismo, quienes
tras descubrir la realidad presente como una contingencia socio-histórica,
reivindican la alteridad y prestan un megáfono a las voces minoritarias, con claros
efectos corrosivos para el pensamiento único3 (véase López, 2000).
A raíz del desgaste de los referentes ideológicos, las instituciones y pautas
tradicionales no encuentran fácilmente asidero, presenciando, impotentes, la
extinción gradual de la normalidad tal como la conocían. La inquietud por otro
estilo de vida, recorre la sociedad de manera ya patente durante la década de
1960, cuando el modelo moderno entra en crisis, siendo el movimiento hippie la
contracultura más extendida y Mayo 68 un momento coyuntural; como
consecuencia, comienza a gestarse una nueva gama de valores sociales,
postmodernos, que serán en cierto sentido, la antítesis del ideario precedente.
Todo lo que cabe dentro de la noción de autenticidad, cuya prescripción elemental
“ser uno mismo”, lejos de darse de manera gratuita, nos lanza a una empresa
interminable de autoconciencia y búsqueda del verdadero Yo; la autorrealización,
el convencimiento de que cada uno de nosotros es un objetivo por alcanzar,
personal e intransferible, un proyecto inconcluso que debe ser culminado a riesgo
de una frustración existencial4; la preferencia, ese permiso del que cada cual se
vale para discernir en todas las cuestiones humanas; desde la estética hasta la
ética, todo se vuelve cuestión de gustos; finalmente hay una reivindicación del
placer como principio de vida: el hedonismo o lo dionisíaco en términos
nietzscheanos; todo ha de ser satisfactorio, a los sentidos, a los sentimientos y a
la conciencia, en cambio, lo que no produce regocijo es malo y debe ser evitado
en lo posible. Tales son las nuevas tablas de la ley.
Si el sentido de la modernidad y sus ideologías era el colectivismo: la
homogeneidad de pensamiento, prácticas y moral; el axioma de la
postmodernidad es el individualismo, lógicamente volcado a acentuar los procesos
de personalización, gracias a su abanico de valores a su vez cimentados en una
urdimbre de escepticismo y relativismo sin precedentes. La impronta de un
consumismo que todo lo subsume se volverá su vía natural de realización. Es
consumiendo, agotando las ofertas de existencia y sentido, como se llega a ser
quien se quiere. El poder de elección y el placer de adquirir formas de ser, tienen
un dejo mercantilista que remodela la autorrealización del Yo en la imagen de
cliente satisfecho.
3
“La realidad última, constata el pensamiento postmoderno, aparece con una pluralidad de
nombres que hacen sospechar de su adecuación. Cuando se examinan más detenidamente
aparece el contexto local, grupal o epocal donde se enraízan. Se descubre así que esta pluralidad
de juegos de lenguaje se relativizan unos a otros. Su pretensión de nombrar el absoluto no es más
que la construcción de un fetiche. Se concluye que no hay discurso que aprese la realidad última y
que aquellos que se presentan como tales son sospechosos de totalitarismo.” (Mardones, 1987)
4
Sobre ambos puede encontrarse una reflexión cercana en Gilles Lipovetsky (2002, pp. 53-60) y
Charles Taylor (2002, p.83) respectivamente.
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Con la postmodernidad, llegan de la mano otros acontecimientos culturales, como
por ejemplo la revaloración del cuerpo, que incluye: 1) la salud.- un cuerpo sano
es algo deseado pero que va más allá de la simple ausencia de enfermedad; 2) la
estética.- un cuerpo bello se convierte en una exigencia social, luego personal, un
indicador para la autoestima; 3) la sensualidad.- un cuerpo erótico, objeto y fuente
de placer, más que un derecho empieza a sentirse como un deber: la única vida
que merece la pena ser vivida es aquella plena de orgasmos. Así, la res extensa,
antes confinada a cumplir meras funciones operativas, ora por el cristianismo, ora
por el capitalismo (reproducción y producción), de pronto es reivindicada y
adquiere preeminencia social, al punto de convertirse en objeto de culto. De la
misma forma, hay un endiosamiento de la emoción en detrimento de La Razón,
ahora decadente. Acumular experiencias, coleccionar momentos, las vivencias se
convierten en el centro de la existencia y sustituyen a una filosofía de vida en este
nuevo imperio de lo afectivo.
Nihilismo, relativismo, individualismo, hedonismo, materialismo…ciertamente no
son el quid de la religión occidental por antonomasia; aún así, tanto el
pensamiento como la cultura postmoderna han impactado sin duda en el
cristianismo, transformándolo drásticamente al imprimirle un carácter inédito, y ello
no podía ser de otra forma. Como dijo José María Mardones (1996), “hay que
pensar, en buena lógica, que si la sensibilidad postmoderna está en la calle,
también ha traspasado los umbrales de las iglesias” (p.104). Una vez superado el
derrotero de la secularización moderna, la religión efectivamente ha seguido su
curso con renovados bríos, mas este pasaje parece haberla marcado para
siempre.
El brusco cambio paradigmático que representa la postmodernidad enrarece las
condiciones sociales al grado de despojar la religión de su investidura sagrada
para en cambio tornarla cool, “buena onda”. Por siglos menospreciada, la
dimensión afectiva, lo excitante y lo sensible, viene reincorporándose últimamente
al cristianismo como contrapeso al exceso de racionalismo en el que cayó el
discurso teológico desde la fase medieval hasta su modernización. La experiencia
mística ha venido ocupando así un lugar cada vez más importante en la
religiosidad, destacando la pujante corriente carismática al interior del
pentecostalismo, donde es común el abarrotamiento en los eventos de
manifestaciones divinas colectivas, como los organizados por Ernestine Cleveland.
Olvidándose de las cruzadas de antaño, el conflicto religioso tiende a volverse una
auténtica competencia de seducción neoliberal, en la que las diversas ofertas de
salvación contienden feroces por ser las más atractivas y aumentar su capital
religioso. El proselitismo cobra la figura de un lobo y voraz sale a la caza de
potenciales adeptos valiéndose de todos los medios hoy en día disponibles:
periódicos, revistas, radio, televisión (televangelismo) e internet, incluyendo
Facebook y Twitter5. El precio que se acaba pagando por el abuso de los mass
5
Los 21 preceptos para alcanzar la felicidad según la Cienciología son divulgados en Scientology
Truth, un apartado en Twitter donde uno también puede adquirir dvd’s, comprar libros, ver videos
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media en el ansia de engrosar la feligresía es la vulgarización de lo divino, como
tiene a bien señalarlo David Lyon (2008): “In a deregulated marketplace, where
cultural commodification practices proliferate, the sacred symbols of religious
communications circulate unpredictably, promiscuously” (p.72)6. “Jesus has
become an icon of choice on T-shirts and tote-bags and appears in rap music lyrics
and in bestselling books”7 (p.136).
Arrastrado por esta marejada religiosa postmoderna, el cuerpo ya no está
constreñido a ser sólo el templo del espíritu, por el contrario, ahora se le considera
su extensión misma. La oposición cuerpo/alma, mundo material/mundo espiritual,
se desvanece, se supera, los antípodas se reintegran como unidades y acaece
una resignificación espiritual del cuerpo: la salud, la apariencia, el placer, son
sagrados; como lo enseña el Kama Sutra de Deepak Chopra o el Zorba-Buda de
Osho, el cuerpo también es divino.
Más allá de la lógica neoliberal, del protagonismo de lo afectivo y la reivindicación
de lo somático, en lo que respecta a la coolturización del terreno religioso, el
espíritu de la postmodernidad encarna íntegramente en la corriente New Age. En
efecto, vemos que a pesar de la muerte de Dios, el hombre de esta nueva era no
es en ninguna forma ateo; él cree, sólo que de un modo harto peculiar. No
conforme con lo que los jerarcas de una iglesia dictan, opta por seguir su propio
camino, escuchar su propia voz interior y hallar una respuesta espiritual ad hoc; es
una oveja lo bastante autosuficiente para prescindir de un pastor en la búsqueda
de alimento para su alma. Para el nuevaerista, el crecimiento espiritual no
depende tanto de una conducta obediente como de un trabajo de búsqueda,
reflexión y experiencia personal, es algo por generar en lugar de algo dado; vomita
los decálogos. El desenlace natural de esta actitud es que la espiritualidad va a
diferenciarse e independizarse de la religión, otrora inmanente, tanto cuanto el
newager corrobora la viabilidad de que cada quien alcance su propia realización
espiritual prescindiendo de los dispositivos normativos de las religiones
cortos en línea, etc. 1 Million Mormons on Facebook tiene como propósito simplemente juntar un
millón de adeptos, no importando si se trata de mormones practicantes o no practicantes, de hecho
ni siquiera tienen que ser mormones. ”The purpose of this group is to get as many people
associated with The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints to join. It need not matter if a
person is active, less-active, or has not set foot in a church building for decades. If you consider
yourself a Mormon, then you belong. (This group is also welcome to those individuals that are not
members of the church but are either interested in our beliefs, and or are supportive of their friends
and family who are members). Basically, we invite any and all to become members (…)” (“El
propósito de este grupo es que mucha gente asociada a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de
los Últimos Días se una. No importa si una persona es activa, menos activa, o si ha puesto un pie
en una iglesia desde hace décadas. Si tú te consideras a ti mismo Mormón, entonces tú
perteneces. [Este grupo también da la bienvenida a aquellos individuos que no son miembros de la
iglesia pero que están interesados en nuestras creencias, y o apoyan a sus amigos y familia
quienes son miembros]. Básicamente, nosotros invitamos a cualquiera y a todos a hacerse
miembros.”)
6
“En un mercado, donde las prácticas de mercantilización cultural proliferan, los símbolos
sagrados de las comunicaciones religiosas circulan impredeciblemente, promiscuamente”
7
“Jesús se ha convertido en un icono de elección en playeras y bolsas y aparece en las letras de
música de rap y en los libros de éxito.”
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establecidas, así como de cualquier tutela institucional, lo que supone también el
empoderamiento de una orientación hiper-heterodoxa en detrimento de una
ortodoxa en declive. A fin de cuentas se trata de la fe en uno mismo. Y es que
después de la muerte de Dios, qué más nos queda sino nosotros mismos; sin un
planteamiento religioso que garantice certeza absoluta, sólo podemos
encomendarnos a nuestra propia conciencia.
Recordemos que el New Age aparece en las postrimerías del siglo XX como gran
anuncio del advenimiento del tercer milenio, correspondiente a la llamada Era de
Acuario, periodo supuestamente trascendental en la historia de la humanidad, en
el cual, de acuerdo al guión nuevaerista, el hombre sería catapultado a un nivel
mayúsculo de conocimiento, conciencia y espiritualidad nunca antes visto. Este
bienaventurado clímax no está contemplado para una élite de individuos sino que
es de carácter universal, atañe al ser humano en cuanto especie, siendo incluso
capaz de superar todas las barreras que históricamente han dividido a los
hombres: raza, nación y sobre todo religión. Pero si la corriente New Age es en
cierto sentido antirreligiosa, su desdén se dirige hacia el modo institucional de
asumir las religiones, aquél que prioriza la doctrina y las normas, justo lo que
rehúye el hombre de la nueva era, quien se decanta por opinar y preferir, dado
que la opinión y la preferencia le permiten conciliar vida espiritual con calidad de
vida. La religión así re-concebida, ya no está peleada con pensar libremente,
hacer lo que se quiere y disfrutar una existencia terrenal. Lejos de emular a Cristo
se busca la propia felicidad.
Por añadidura, se lleva a cabo una renovación de acervo en el vocabulario
religioso; términos como santidad, moral, pecado, culpa, perdón, amor al prójimo,
juicio final, etc., dan paso a otros como energía, vibras, espiritualidad, seres de
luz, experiencia mística, conciencia planetaria, Yo interno y demás. Asimismo Dios
tenía que cambiar de look para estar en sintonía con la nueva era. Aunque
vigente, este Dios ya no es tal en su presentación cristiana antropomórfica, ni
ontoteológicamente caracterizado como El Ser; no, ahora se presenta
cósmicamente como energía, informe, inerte, y bajo este formato actúa como
agente para inclinar la balanza del destino en orden al influjo de pensamientos o
vibras de las personas (además de ser una fuente inagotable de aceptación
incondicional).
Curiosamente, advertimos que mucho del New Age no es nuevo, buena
parte de su discurso tiene sabor a pasado. La conciencia de una inminente
destrucción de los recursos naturales y de nosotros mismos junto con ellos, ha
derivado en una creciente sensibilización acerca de nuestra sociedad alienada y
alienante en su relación con el medio ambiente (Ecología Profunda,
Ecosocialismo, etc.). La agonía de Gaia acaba motivando una reculada panteísta
que, con afinidad al movimiento ecologista, deriva en una revaloración de la
naturaleza, muchas veces hasta su deificación (neochamanismo, neopaganismo).
“En un mundo en el que la naturaleza se ha vuelto (nuevamente) amenazante y
amenazada a la vez, una ideología viene a sustituir a las antiguas teologías para
promover el respeto de los espacios y las especies” (Vallet, 2008, p.55). Mutatis
mutandis, la nostalgia por una vida más natural también explica el auge de las
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medicinas naturistas, tradicionales y autóctonas, en una época donde la medicina
científica encuentra su máximo desarrollo histórico pero que ni con sus potentes
medicamentos y sofisticadas cirugías, consigue hacernos más sanos ni menos
enfermizos y sí sumamente dependientes.
Otro retorno, quizá más sorprendente porque importado, es el del
misticismo oriental, que si bien jamás enraizó en nuestra cultura cristiana y
cientifista, en gran medida porque evangelizar nunca fue parte de su misión, ahora
resulta por demás atractivo para quienes buscan respuestas que este
pensamiento occidental simplemente no puede ofrecer. Al parecer, la
espiritualidad oriental, antes sólo considerada como el extravagante y anacrónico
recuerdo del vergonzoso pasado del racionalismo occidental (Cfr. Dal Lago, 2006,
p.146), aun cuando sea en una presentación comercial, impura, casa bastante
bien con la espiritualidad postmoderna, donde se prefiere vivir en el misterio a
enfrentar el compromiso de seguir un modo de vida predeterminado que además
ya no convence.
Empero, no hay que olvidar que la hipótesis principal del New Age es que
todas las religiones y corrientes espirituales, ya sean eclesiásticas, místicas,
mayoritarias, minoritarias, ancestrales, contemporáneas, cristianas o no cristianas,
al igual que todas las ciencias y disciplinas de conocimiento, en el fondo hablan de
lo mismo y conducen al mismo lugar. Soportada por esta premisa de reconciliación
ecléctica es que sobreviene una impresionante eclosión de nuevos movimientos
religiosos, disparados en todas direcciones.
Originalmente La Razón había pretendido dejar caduca a la religión al presentarse
a sí misma como versión evolucionada y superior de conocimiento, procurando
distanciarse de ésta a quien acusó de estar basada en elucubraciones absurdas
sin evidencia. Especialmente la científica, fue una misión de desmitificación del
mundo en cuyo desempeño se veía obligada a poner en duda los presupuestos de
la fe. ¿Dónde está la prueba de la existencia de Dios? llegó a cuestionar insolente.
En vez de poner la otra mejilla, la susodicha intentó jugar su juego replicando ¿y
dónde está la demostración de su no existencia? No obstante, es la reflexión
postmoderna quien cae en la cuenta de una serie de mitos racionalistas
(particularmente objetividad y crítica) a los que exhibe como un calco de su
contraparte, puesto que en el fondo seguían apelando a una fundamentación
metafísica. Quizá la mejor personificación de ello fuera el hombre ateo; científico
objetivo o crítico antirreligioso, se creía intelectualmente superior al hombre de fe,
a quien miraba por sobre el hombro por vivir en la ignorancia y el autoengaño.
Sucede que en el fondo, el triunfo ilustrado no había sido realmente la derrota del
pensamiento metafísico, sino al contrario, su ratificación enmascarada. Esta toma
de conciencia es la pauta que marca el final del final de la religión (Cfr. Rubio,
1998). “So-called postmodernity is nothing but the ‘de-mystification’ of the sanctity
the Enlightenment conferred on reason. It is the secularization of secularism”
(Swatos y Christiano, 1999, p.225).8 Al ser la propia Razón desvelada como
ideología, se rompen las viejas cadenas que confinaban lo religioso al ámbito de la
8
“La así llamada postmodernidad no es nada más que la ‘desmitificación’ de la santidad que la
Ilustración confirió sobre la razón. Es la secularización del secularismo.”
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superstición9, y de esta forma, el nihilismo termina posibilitando el tan mentado
retorno de Dios, si bien la parusía se ha cumplido en una presentación inesperada.
Irónicamente, el anuncio nietzscheano de la muerte de Dios es la buena nueva
postmoderna.
La religión que hubo sobrevivido en la condición postmoderna, lo hizo a
costa de sacrificar su dimensión metafísica, órgano vital que hasta el momento la
sustentaba y definía por entero. Esta des-esencialización de lo religioso nos
desafía a replantear la secularización, ya no como la extinción definitiva de la
religión, sino como su radical metamorfosis, una condición y oportunidad para
reinventarse. Es lo mismo que dice Ronald Jhonstone (2001) cuando afirma
“religion will live on. It will simply be in different forms and convey new messages”10
(p.359). La pregunta clave no es pues si la religión persiste o no, sino cómo es
esta religiosidad postmoderna, secularizada y nihilista.
Sin fundamentación última, la doctrina, como presunción de un discurso
indiscutible que por ende monopoliza la verdad acerca de Dios o lo divino, resulta
ya inverosímil, por no decir irrelevante para la gente, perdiendo fuerza persuasiva
frente a la posibilidad de una reflexión creativa totalmente personal. Igualmente
ocurre con la moral, entendida en sentido normativo: lo que debe y lo que no debe
hacerse, depuesta a favor de la voluntad, lo que se quiere o no se quiere hacer.
Siendo el común denominador de la cultura religiosa postmoderna el que la fe se
ha vuelto permeable a los pareceres y deseos personales.
La corrosión social del pensamiento metafísico, que solía ser el único modo
de concebir la religión, es soslayada por la aparición de una forma inédita de
pensar, sentir y practicar la religiosidad, caracterizada por una episteme11
ecléctica, es decir un principio de inclusión incondicional, una hermenéutica
relativista, o sea el supuesto de la libertad de interpretación, y un ethos hedonista,
en otras palabras la máxima de la autosatisfacción. Una psicología que fomenta la
recreación personalizada de lo religioso a partir de una elección, reinterpretación y
combinación voluntaria de elementos (ideas, creencias, valores, etc.) de acuerdo a
lo que resulta más convincente y satisfactorio. Nada menos que la gracia
concedida al sujeto de ser el constructor de su propio credo.
9
La perspectiva postmoderna, en lo concerniente al campo propiamente científico, adquiere la
figura de escepticismo epistemológico (Khun, Feyerabend, Lakatos, crisis setentera de la
Psicología Social, etc.), vaciando de verdad-objetividad al discurso científico y desacreditándolo
para hacer juicios absolutos. La ciencia, debilitada, es incapaz de seguir deslegitimando a la
religión ya que ella misma es expuesta como sistema de creencias, una construcción social
(sociología del conocimiento en general, Ontología del actante-rizoma de Latour). Por ende, el
conocimiento, varado en los límites y la fragilidad de lo empírico-verificable, ha podido continuar su
empresa recurriendo sin culpa al misterio (Teoría del diseño inteligente, El tao de la física de Fritjof
Capra, Teoría de la Complejidad de Morin).
10
La religión seguirá existiendo. Simplemente lo hará en diferentes formas y comunicando nuevos
mensajes”
11
Retomando el sentido que Foucault (1969) da a este término para las ciencias, como el conjunto
de relaciones que se encuentran al momento de analizar las regularidades discursivas (pp.250251).
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Por supuesto la corriente New Age12 es sin duda su manifestación más clara, sin
embargo esta psicología no se limita a ella, sino que la subsume, le subyace a la
vez que la rebasa, encontrándose en otras expresiones religiosas, espirituales y
sociales menos evidentes, pero siempre manteniendo la misma lógica.
Nuevos movimientos religiosos o lo sagrado deviene pastiche
Los nuevos movimientos religiosos son agrupaciones de orientación mística,
esotérica, filosófica, paranormal, folklórica, ancestral, terapéutica, psicoterapéutica
y/o de desarrollo personal, que se distinguen por presentar un ideario
amalgamado. Directa o indirectamente influenciados, conscientes o no de ello, son
una expresión del New Age y a todas luces ponen en práctica su psicología13.
En el momento en que la doctrina padece el relativismo de la opinión personal, la
religión pierde su condición de intransigencia; esto significa la disolución de
12
Durante el XIV encuentro de la Red de Investigadores del Fenómeno Religioso en México
(2011), hubo una controversia con respecto a la ambigüedad del término New Age. La
representante del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), Hortencia Granillo,
presentó los resultados del último censo religioso, informando que de acuerdo a su estudio, apenas
una veintena de personas pertenecía a dicha “religión” en todo el país, lo que suscitó la
inconformidad de muchos investigadores sabedores de la impertinencia del instrumento aplicado.
Más tarde, en las mesas de ponencias correspondientes, se debatió sobre la equivocidad de
clasificar a muchos nuevos movimientos religiosos dentro de esta corriente, a veces por mera
intuición, cuando ellos mismos no se reconocen bajo esta etiqueta y ni siquiera la han escuchado.
Alguien sugirió incluso que era necesario desechar este concepto toda vez que sólo generaba
confusión y no quería decir nada realmente. Me parece que el trasfondo del problema consiste en
seguir pensando el New Age en términos convencionales, como otra religión más, como si fuera
una doctrina bien definida a la que se está o no adscrito de manera consciente, cuando más bien
se trata de una tendencia cultural o más aún, de una auténtica psicología en toda la extensión de la
palabra, una postmoderna psicología social de la religión para ser más exactos.
13
El término nuevos movimientos religiosos (nmrs) tiene en realidad pocas décadas; su
proposición obedece al deseo de muchos académicos por reemplazar al clásico término secta del
léxico de las ciencias de la religión, por considerarlo obsoleto y todavía más, políticamente
incorrecto. Es necesario aclarar que cuando se usa el concepto nmr, generalmente se hace
referencia a una agrupación o corriente espiritual-religiosa cuyas características la distinguirían
notablemente de las religiones históricamente establecidas y socialmente reconocidas y aceptadas
como tales por una mayoría; estas mismas religiones muestran a su vez actitudes de desdén y se
niegan a ultranza a reconocerlas como sus pares. El problema con el uso extenso de la categoría
nmrs es que es demasiado ambigua, porque con ella, además del tipo de agrupaciones que ya
mencionamos, se suele incluir a religiones y organizaciones fundamentalistas (como los Testigos
de Jehová). Este conglomerado muchas veces no se ajusta a las tres propiedades que presupone
el término. Ni son siempre nuevos (algunas son tradiciones antiquísimas, más que el cristianismo),
ni son siempre movimientos (a veces están perfectamente organizados e instituidos, incluso
legalmente registradas como religiones), y el adjetivo religioso es, cuando menos, discutible (un
buen porcentaje de éstos no se reconoce a sí mismos como una religión). Esta categorización
gruesa sólo aumenta la confusión. Lo que se entendía por secta en la sociología clásica de la
religión era sobre todo grupos religiosos apartados del resto de la sociedad y que guardaban una
severa disciplina religiosa, lo que les dotaba de un carácter de exclusividad y status moral distintivo
(Véase Weber 1967, pp. 140-141, 143; 2004, pp. 89-112) nada que ver con aquellas agrupaciones
sincréticas vinculadas de alguna manera a la corriente New Age. Así que por mi parte, prefiero
limitar el término nmrs a estas últimas.
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criterios sólidos e inequívocos que distingan entre una u otra opción religiosa o
que orienten para saber con certeza cuándo una creencia pertenece
legítimamente o no al credo oficial. Aunque eso en realidad ya no interesa mucho.
Difícilmente se encuentra una razón de peso para considerar que las religiones
tienen que ser a fuerza mutuamente excluyentes. Por eso las fronteras de los
distintos nuevos movimientos religiosos son tan inusitadamente porosas. Hay
quienes, perteneciendo a una determinada iglesia, se involucran en varios de ellos
y sus actividades sin percibir ninguna contradicción. Como anécdota, recuerdo que
durante un taller de Reiki al que asistí, se originó espontáneamente entre los
participantes una discusión por demás interesante. Comentaron que en otros
tiempos, acudir a actividades de ese tipo (léase esotéricas) hubiera sido
inconcebible, porque tenían el estigma de ser “algo del diablo”. Compartiendo su
infancia, una señora mayor dijo que tuvo que superar muchos “traumas” para
involucrarse en grupos como éstos y adquirir este tipo de conocimientos, debido a
que aprendió desde pequeña a ver a Dios como alguien temible que castigaba
cualquier desobediencia o asomo de pensamiento independiente, y a verse a sí
misma como perpetua pecadora. “¡Pero Dios ha cambiado!” exclamó entusiasta.
Según todos los allí presentes, Dios en realidad deseaba el bienestar y
perfeccionamiento de cada uno, pero más que nada su felicidad, luego entonces,
algo que los hacía felices simplemente no podía ser malo (pecaminoso). Es
preciso señalar que la postura de la Iglesia Católica sobre el Reiki y otros métodos
espirituales de sanación similares ha sido una firme y rotunda prohibición: no es
posible ser un verdadero cristiano y practicar el Reiki, ni si quiera como pura
técnica de curación, ya que implica una contradicción irresoluble de principios
religiosos al basarse en una cosmovisión supersticiosa y pagana (Véase
Commitee on Doctrine United States Conference of Catholic Bishops, 2009). Sin
embargo, este veredicto institucional parece refutado por un sentir colectivo
absolutamente distinto sobre lo divino, que pone el acento en la dicha antes que
en la doctrina.
Participar en una agrupación religiosa o espiritual dada es igualmente una
cuestión de preferencia y no denota la intención de adquirir un compromiso de
ninguna clase, tratándose más bien de un contacto superficial, a menudo
intermitente y pasajero. Pero lo más interesante es que a diferencia de las
religiones más convencionales, donde cada una se define tanto por sus
propiedades intrínsecas (historia, dogmas, posiciones axiológicas, etc.) como por
las discrepancias que guarda con sus pares, muchas veces abismales,
incompatibles e irreconciliables, en estas religiones post-metafísicas encontramos
una pacífica convivencia de toda suerte de ideas y creencias pertenecientes a una
vasta gama de tradiciones variopintas, aún las más disímiles. La visión del
Movimiento Gnóstico puede ser ilustrativa a este respecto:
Muchas veces me preguntan de dónde es la Gnosis, de dónde viene.
Como su nombre lo dice, la Gnosis es un conocimiento, es una
sabiduría, que no tiene ninguna latitud, no deviene (sic.) de ningún lugar
pero se encuentra en todas partes, es una síntesis del conocimiento
universal. Algunos me dicen en base a la cultura que tienen, que se
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parece a la cultura egipcia, que se parece a la cultura maya, a la azteca,
la grecorromana, a la hindú, a la cultura de Buda, a la cultura de
Krishna, etc. Fíjense que es una síntesis de todas las culturas.
(Movimiento Gnóstico, 2010 a)
Aquel que entra en este camino a estudiarse a sí mismo, entra en un
camino estrecho y difícil, hablando ya claro, que se conoce como el
“camino iniciático”, el camino de los grandes iniciados; y algunos lo
consiguieron, muchos lo han hecho, muchos lo han recorrido, y han
hecho grandes labores por bien de la humanidad y por bien de todos los
que les rodean; lo hizo precisamente el Maestro Buda, Sidarta Gautama
Sakiamuni, conocido como el Buda, lo hizo Mahoma, lo hizo Lao Tsé,
Fujin, lo hizo Wiracocha allá en el Perú, lo hizo Tláloc aquí en México,
(…), lo hizo también el maestro Saint Germain o San Germán como le
conocen algunos, lo hizo también el maestro Samael, que es el director
del Movimiento Gnóstico, lo hizo también Huitzilopochtli, aquí,
mexicano, Pakal, Quetzalcóatl, lo hizo Amida, conocido como el Cristo
de allá de Japón, (…) Y claro, el que hizo la obra perfecta, sin ningún
error, en toda su existencia, fue el Maestro Jesús de Nazaret, el Cristo,
es el maestro perfecto de todos.” (Movimiento Gnóstico, 2010 b)
Conocimiento gnóstico o lo sagrado deviene pastiche. Mas el collage traspasa la
dimensión meramente religiosa. Partiendo del mismo principio: la omisión de un
pensar metafísico, las fronteras externas también se erosionan; resulta que
tampoco hay motivos para mantener la sabiduría espiritual aislada de los saberes
profanos. De esta forma, mediante una actividad de asimilación y reinterpretación,
la psicología de la Nueva Era transforma toda clase de conocimientos y disciplinas
extra-religiosas, dejando su marca por doquier. Al interior de la psicología, da
origen al movimiento de la Psicología Transpersonal y a una multitud de
psicoterapias alternativas, como las constelaciones familiares, la terapia de
regresión a vidas pasadas o la Psicomagia de Jodorowsky; igual se ha colado en
las organizaciones, irrigando de misticismo los cursos de capacitación, desarrollo
humano, superación personal y coaching que muchos psicólogos imparten (como
la enseñanza de la Cienciología o del Método Silva de Control Mental). En la
medicina, inspira el robusto movimiento alternativo (antialopático) naturistaenergético: magnetoterapia, gemoterapia, oligoterapia, etc., y fortalece la moda
occidental de la homeopatía y la acupuntura. En su praxis, los nuevos
movimientos religiosos promueven el rescate de aquellos saberes históricamente
menospreciados por la razón científica: el ocultismo, el esoterismo, las
pseudociencias, lo paranormal y la cosmovisión de civilizaciones ancestrales
(magia, cartomancia, astrología, numerología, parapsicología, ufología, fotografía
kirliana, neomayismo, neohelenismo, etc.), aunque a su vez han hecho suyos
planteamientos provenientes de las ciencias exactas y naturales; especialmente la
mecánica cuántica ha sido invocada para justificar y argumentar distintas
creencias acerca de la “energía”, su potencial y dinámica. En su exacerbación, la
epistemología New Age llega a fusionar prácticamente todos los conocimientos y
disciplinas posibles en una mezcolanza desconcertante:
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Claves 10/10/10, la energía se alinea en su chacra 10 nivel que
corresponde ya a la activación de poderes por estar ya anclados los
trasponder de los múltiples yoes de cada esencia del yo superior, entre
los lóbulos frontales y los demás que estaban bloqueados.
La limpieza de la energía de Eta Carina termina con el bajo astral, la
activación de las escencias del astral medio, (archivos en reposo), y la
encarnación de las escencias que se encuentran en el alto astral,
(digamos las escencias de seres muy valiosos que anidaron en matrix
en diferentes etapas de sucesos del espacio tiempo, tipo lennon,
ghandi, socrates, platon, etc.)
Se limpia la casa, (planeta), de la maldad en esta densidad, (3ª), toda la
unidad de seres que descarnaran hasta el 2012 lo haran de en un solo
día, (muerte segunda), pero seran swicheados usando la ley de
compensación por los malos muy malos, (niño de cancer por militar
asesino, o cardenal pederasta).
De ahí en adelante nadie morira, las fractales activadas, activarán a las
144 representantes del universo, y estas a su vez a toda niña y niño de
buena voluntad. Misión: recuperar la bondad, la armonia, la belleza, la
salud, sobre todo la salud, se extenderán los poderes a los demas seres
de escencia noble y buena, los viejos se recuperán, los discapacitados
recuperan su capacidad o sea su total salud.
La flora y la fauna se recupera en su totalidad gracias al trabajo
colectivo de toda la humanidad, el Planeta ya recupera totalmente su
belleza y salud, Maya estará sana y armónica otra vez.
El Dorado será activado y se completará las secuencias de union de
frecuencias alternativas, dimensionales, y temporales, todos entramos
en fase.
Se prepara el primer encuentro civil y masivo con las prescencias de ets
e its, del universo en su clave 11/11/11.
Ya todo listo para la fiesta grande que es la toma de conciencia de la
Divina Prescencia ISIS…SI, que es la conciencia del Universo en activo
por medio de las fractales, las doce principales y la primerísima.
La fiesta se anima el dia 12/12/12 a las 12/12 hora del centro del pais.
9 dias de fiesta Universal y de toma de decisiones para un futuro dorado
de la era dorada.
A partir del 21 del 12/12 los ya listos, emprenden su viaje dimensional
(ascienden a la 5/6ª dimension), los que todavia no esten listos se
quedaran a completar su ciclo por un periodo de gracia de 1000 años
terrestres que no son nada en la siguiente dimension.
Todo el sistema de Soor termina su recorrido de 52 millones de años,
por la Galaxia y se regresa por el mismo agujero de gusano
(hercolobus) nos trajo de Sirio, a ocupar su lugar que dejó solo por
participar en esta experiencia de la conciencia universal de código
ISIS…SI. (Adame, 2010) 14
14
La ortografía y la redacción son del original.
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Esta predicción sobre el 2012 demuestra una asombrosa capacidad de fagocitosis
donde la tesis del New Age: todo tiene que ver con todo, se cumple a pedir de
boca.
Claramente los nuevos movimientos religiosos siguen “reglas” que nada tienen
que ver con las más de las iglesias. Desde un primer punto de vista, pese a su
aparente inocuidad, pueden ser descalificados como una banalización de lo
religioso, ya que no respetan la ideología y, supeditada a las demandas del
creyente, la religión pasa a convertirse en un mero recurso, flexible cuando no
mutante, para la autocomplacencia y la autojustificación, desvirtuando su esencia
y verdadero sentido. En lugar de apegarse a la doctrina, infiltran elementos
extraños y hacen innovaciones impensadas, por lo cual han sido considerados una
flagrante profanación de lo sagrado. Una segunda mirada sin embargo, nos revela
ciertas virtudes potenciales: la moderación en la razón y la doctrina, permite una
reaparición del corazón, cuyo regocijo deviene el único dogma aceptable; su
desinterés general por lo normativo, reposiciona la moral al ámbito privado, dejada
a la intimidad, lo que obstaculiza la imposición de valores; también desalientan la
intolerancia religiosa gracias a su acentuada tendencia al eclecticismo y socavan
las actitudes fundamentalistas, antes sostenidas en un pensamiento metafísico;
como plus, re-espiritualizan la ciencia psicológica, tan desalmada por el
conductismo, la ciencia médica, tan ocupada en el organismo, y al hombre
occidental, tan obcecado por su razón.
Un cristianismo sin iglesias
Como ya dijimos, la psicología de la Nueva Era no se restringe ni a esta corriente
ni a los nuevos movimientos religiosos y sus particularidades, sino que es
extrapolable al estado y tendencias postmodernas de la religiosidad occidental.
Atentos a la cotidianidad del acontecer religioso, podemos inferir que este tipo de
pensamiento es de lo más usual en muchísimos cristianos. Manifestada en el
conocido fenómeno believing without belonging (Véase Davie, 1994), esta
psicología desquicia la correlación entre identidad e institución, ser-pertenecer.
Cierto que las personas están inscritas en una religión, mas no por ello comparten
sus valores, posturas y creencias; en cambio la gente suele desestimar la razón y
verdad absoluta de las religiones, ya no les creen totalmente, incluso muestran
desconfianza y molestia ante cualquier indicio de “fanatismo”, porque finalmente,
todo parece relativo cuando de creencias se trata. Como lo señaló en su momento
Harvey Cox (en Luengo, 1993), “la secularización ha convencido al creyente de
que podría estar equivocado” (p.150).
Hay una resistencia a asumir el cristianismo bajo una modalidad ortodoxa y activa,
esto es, hacer lo que supuestamente se predica de conformidad con los mandatos
de una iglesia; de hecho generalmente se vive un ateísmo práctico, en el que la
creencia en Dios y la afiliación religiosa sencillamente no trascienden en la vida
diaria. Y cuando no se trata de un cristianismo nominal, se trata de uno
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personalizado, donde en un mismo acto de fe y autoafirmación, el creyente opta
por los valores, ideas y prácticas que le placen o le convencen más, sin importar
las posiciones oficiales de su iglesia. Justo el mismo ethos, la misma episteme y
hermenéutica que en los nuevos movimientos religiosos opera tras bambalinas.
En una reciente investigación, Josué Tinoco (Cfr. 2009) reporta que el mayor
baluarte de la religiosidad en los universitarios mexicanos, enmarcada dentro de
un proceso de emancipación de las prácticas y doctrina eclesiales, es el gusto que
sienten por su religión. En este mismo sentido es que Manuel Fernández (2005)
advierte “desclericalizacion no es sinónimo de arreligiosidad” (p. 24); menos visible
es el hecho de que si el individuo apela a sí mismo como criterio último de certeza
espiritual, es proclive a rebelarse tarde o temprano contra su propia institución de
referencia.
Allende los umbrales de la secularización, encontramos grupos cristianos que
están explícitamente en desacuerdo con su iglesia y que sin embargo se
reivindican como tales y no están dispuestos a abandonarla.
Nuestra teología afirma la primacía de la propia conciencia, como
católicas, incluso cuando ésta es contraria a ciertas recomendaciones
de la Iglesia, siempre y cuando no se trate de cuestiones formalmente
declaradas infalibles. Ni el aborto ni la prohibición de la contracepción
pertenecen a ese grupo. La conciencia debe tener primacía. Los
católicos tienen derecho a no estar de acuerdo con lo no declarado
infalible y esto también es cierto en los casos de aborto. Si una mujer ve
que, moralmente, necesita llevar a cabo un aborto, puede hacerlo
porque no va en contra de las enseñanzas de la iglesia. Por otro lado,
Jesucristo nunca dijo nada sobre el aborto y éste ha existido desde
siempre. Si hubiera pensado que era un problema religioso, habría
dicho algo. ¿Entonces por qué la iglesia polemiza sobre esto? (Kissling,
en Lorente, 1998)
Lejos de ser un fenómeno aislado y bizarro, Catholics For Choice es muestra de
un campo socio-religioso de más en más problemático hasta el punto de ser hoy
en día estratégico para el cristianismo en su conjunto y en especial para la Iglesia
Católica. La ratificada inflexibilidad de las iglesias sobre lo que puede englobarse
como cuestiones de reproducción, género y sexualidad, ha terminado por
encontrar una resonancia social en la conformación de colectivos laicos con fines
reformadores. Estos sujetos llevan a cabo una labor de reinterpretación social del
cristianismo a partir de su propia perspectiva y vivencia, de tal suerte que la
homosexualidad,
el
aborto,
la
ordenación
femenina,
etc.,
antes
incontrovertiblemente proscritos, adquieren legitimidad e incluso aliento moral
dentro de una identidad cristiana. Frente a la imposición de una exégesis
normativa del evangelio, se contrapone otra existencial, sensible. Hasta ahora, ser
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cristiano y homosexual15, ser cristiana y practicarse un aborto, es algo que ha sido
repudiado como pecado y considerado incompatible desde un pensamiento
metafísico, cuya formulación se expone en clave dicotómica: o bien se asume el
cristianismo a partir de lo institucionalmente indicado, con todos los dogmas,
normas y restricciones que ello conlleva, o simplemente se está fuera de la iglesia
de Cristo16. Es esta la clase de pensamiento que delata Umberto Eco en una
correspondencia con Monseñor Carlo Maria Martini:
En línea de principio, considero que ninguno tiene derecho a juzgar las
obligaciones que varias confesiones imponen a sus fieles. (...) No veo
por qué los laicos deban escandalizarse porque la Iglesia católica
condena el divorcio: si quieres ser católico, no te divorcies; si te quieres
divorciar, hazte protestante; reacciona sólo si la Iglesia quiere impedirte
que te divorcies si no eres católico. Confieso que incluso me irritan los
homosexuales que quieren ser reconocidos por la Iglesia o los
sacerdotes que quieren casarse. (Eco, 2000, p.67)
No obstante, pese a la tozudez de su interlocutor, la creatividad religiosa
desplegada por estas organizaciones a lo largo y ancho de occidente, pulveriza
este razonamiento aparentemente apodíctico, demostrando que la religiosidad no
puede reducirse a formulaciones logicistas ni a ninguna supuesta “ley natural”
incontestable.
Acontecimiento religioso del vigésimo siglo, el Concilio Vaticano II dejó una huella
indeleble en la relación entre religión y sociedad dado su involuntario efecto
desmitificante, toda vez que desveló públicamente a la Iglesia como una institución
social antes que divina; tras la revelación dejó entrever la fragilidad de una
construcción social, un proceso político integrado por consensos, disensos e
interpretaciones subjetivas, probando que el catolicismo, la Iglesia, puede cambiar
y que de hecho lo hace. Ahora asistimos a una reforma social del cristianismo,
puesta en marcha desde hace unas décadas para satisfacer las expectativas que
(en parte) este antecedente generó mas dejó en suspenso, y así retirar de una vez
por todas las astillas que aún causan escozor en la sensibilidad postmoderna.
Sólo que a diferencia de la protestante, en ésta ya no es solamente el debate o la
teorización teológica erudita la que define el rumbo17, antes bien el cristianismo
está siendo problematizado directamente por la sociedad, en cuya participación
15
Por ejemplo David et Jonathan es una asociación francesa de católicos homosexuales quienes
buscan conciliar su fe con su preferencia y vida sexual; al hacer hincapié en el amor sin
condiciones de Cristo, afirman también que la contradicción es sólo aparente.
16
Además claro, de los trillados argumentos que se apoyan en las escrituras y la Naturaleza
humana, que también responden a un pensar metafísico “.
17
Como lo señalara Ernst Troeltsch (1991), “Par nature, le protestantisme n’était pas un
mouvement social, mais un courant religieux, même s’il a été également très profondément marqué
, dans sa formation et son installation, par les luttes et les aspirations tant sociales que politiques
de l’époque.” (p.96) (“Por naturaleza, el protestantismo no era un movimiento social, sino una
corriente religiosa, incluso si estuvo profundamente marcado, en su formación y su instalación, por
las luchas y las aspiraciones tanto sociales como políticas de la época.”)
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los laicos se desenvuelven como actores protagonistas en lugar de corderos. En
otros términos, presenciamos el desplazamiento de la metafísica por la
micropolítica.18
Lo que este enjambre de grupos demanda es que su iglesia cambie, que se
actualice, que escuche y responda a su sentir, que los acepte sin condición, en fin,
que sea ella quien se ajuste a su lógica y postura. La decepción y resentimiento
experimentados ante la insatisfacción de estos anhelos ha orillado a una
reapropiación del cristianismo por parte de los inconformes:
(…) pour mon pasteur, l’homosexualité n’est pas la voie de Dieu prévue
pour nous. C’est un problème qui peut malgré tout se régler par la prière
et l’aide de Dieu. J’ai dû rencontrer d’autres pasteurs et discuter avec
plusieurs amis pour me faire à l’idée que c’était son point de vue et non
celui de Dieu. C’est grâce à toutes ces rencontres que j’ai pu avancer
dans ma foi.
Dieu m’aime telle que je suis, il n’y a que lui qui peut me juger. Peu
importe ce que pensent les autres. Ça ne concerne que Dieu et moi. Et
je lui fais confiance. Dieu a dit : ‘Aime ton prochain comme toi-même’, et
il a dit aussi : ‘Tu ne jugeras point.’ On dit aussi que les chrétiens sont
ouvertes et tolérants. Ils ont pourtant encore beaucoup de chemin à
faire pour accepter toutes les différences, admettre qu’en voulant
appliquer la parole de la Bible à la lettre et vouloir la transmettre à
d’autres, c’est dire que cette façon de vivre est meilleure, et c’est juger
autrui sur sa façon à lui de vivre. (Testimonio anónimo, en Brigitte y
otros, 2010, p.17)19
El mensaje es contundente: ¡son las iglesias las que han dejado de ser cristianas!
En el fondo yace la verdadera pregunta, quién tiene la última palabra, a quién
pertenece o debiera pertenecer realmente la iglesia de Cristo, ¿a la jerarquía o a
la base? Pero ya hay una respuesta, una respuesta social: nadie tiene el
monopolio del cristianismo, de lo que significa ser cristiano. Después de todo
jamás hubo ni siquiera una sola versión del cristianismo que haya resistido pura el
paso del tiempo ni el traslado a otras culturas. Eso es una quimera. No existe EL
CRISTIANISMO, sólo cristianismos.
18
Sobre el concepto de micropolítica véase Guattari y Rolnik (2005).
“(…) para mi pastor, la homosexualidad no es la vía de Dios prevista para nosotros. Es un
problema que puede a pesar de todo arreglarse por la oración y la ayuda de Dios. Yo debí
encontrar otros pastores y discutir con muchos amigos para hacerme a la idea que ése era su
punto de vista y no el de Dios. Fue gracias a todos esos encuentros que yo pude avanzar en mi fe.
Dios me ama tal y como soy, nadie más que él puede juzgarme. Poco importa lo que piensen los
otros. Eso no concierne más que a Dios y a mí. Y yo le tengo confianza. Dios ha dicho: ‘Ama a tu
prójimo como a ti mismo’, y él también dijo: ‘No juzgarás’. Se dice que los cristianos son abiertos y
tolerantes. Tienen sin embargo mucho camino por recorrer para aceptar todas las diferencias,
admitir que querer aplicar la palabra de Dios literalmente y querer transmitirla a otros, significa que
esta manera de vivir es mejor, y eso es juzgar al otro sobre su propia forma de vivir.”
19
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Vale la pena en este momento sacar a colación la tesis de Gianni Vattimo.
Secularizador y reformador por añadidura, el filósofo del pensamiento débil
reivindica la secularización como evolución positiva y natural del cristianismo,
especialmente del católico.
(…) la secularización, todo ese conjunto de fenómenos de despedida de
lo sagrado que caracterizan la modernidad occidental, es un hecho
interno a la historia de la religiosidad de Occidente, e incluso la
caracteriza en sentido fuerte, en lugar de ser un fenómeno extraño y
hostil a ella. Si la civilización moderna se seculariza, este fenómeno es
el modo positivo en el que corresponde a la llamada de su tradición
religiosa. (…) la experiencia religiosa, como se da en la cultura de
Occidente –(…) ‘la tierra del ocaso’ de lo sagrado- es un lento
‘asesinato’ de Dios como tarea en la que se resume el sentido mismo
de la religión. (Vattimo, 2003, p.38)
Esta paradójica vocación occidental de lo religioso, encuentra sentido cuando se
considera el suceso de la kenosis como núcleo de significación neotestamentario.
Es decir, al momento de decidir encarnar en la figura de Jesucristo y adquirir una
identidad y esencia humanas, Dios renunció a ser Dios, a ser absoluto, en otras
palabras a su esencia metafísica por entero (Vattimo, 2005, p. ob. cit. pp.52-53,
83, 101, 116-117, 150-151). Asido a este presupuesto, Vattimo hace un parangón
entre la decisión de Dios por humanizarse en Cristo y la incitación que muchos
fieles hacen a la Iglesia de abandonar de una vez por todas los fundamentos
últimos y en un acto de amor aceptar sus demandas, asumiendo y representando
los valores por los que éstos se están inclinando. Dicha argumentación es una
hazaña hermenéutica que logra justificar teológicamente el proceso entrópico que
tiene lugar al interior del catolicismo,20 reinterpretándolo como una oportunidad
para que alcance su plena realización en la voluntad popular (Cfr. ob. cit. p.152).
La fuerza y virtud de esta ingeniosa lectura radica en que el propio Vattimo admite
sin más ni más que se trata sólo de una interpretación posible, imprimiéndole así
un carácter de validez sugerente: podría entenderse de esta forma, sería bueno
empezar a entenderlo de esta forma (Véase Vattimo, 2005). Siendo él mismo un
ejemplo de esta tendencia a reinterpretar el cristianismo a partir de una posición
secular buscando legitimarla, el pensamiento religioso de Gianni Vattimo puede
ser decisivo, ya que se trata de un intelectual estratégicamente situado21 para
aportar un respaldo y legitimación filosófica a esta psicología social de la religión
que venimos describiendo.
20
La llamada crisis de la Iglesia Católica, que incluye el detrimento de su influencia social y
política, la disminución de territorio, de adeptos, de sacerdotes, el aumento de la competencia
religiosa así como el auge de la religiosidad alternativa, popular y sincrética, etc.
21
Un filósofo internacionalmente reconocido y respetado, homosexual, católico ferviente a la vez
que crítico de la Iglesia.
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Fenómeno hermanado a los nuevos movimientos religiosos, la tensión que hoy
experimentan los creyentes entre una institucionalización religiosa férrea cual
diorita y el influjo de una cultura postmoderna, laxa, concluye en una solución
híbrida, un espectro de identidades religiosas secularizadas, bajo una
presentación ya apática, ya personalizada o fundida en una lucha social
progresista.
El fruto del relativismo
Aunque subrepticiamente, podemos reconocer en la psicología de la Nueva Era el
sustrato que ha nutrido el arraigo y germinación de una cierta forma de concebir y
practicar la tolerancia religiosa que define la forma occidental contemporánea
tanto a nivel político como social.
La glocalización y el multiculturalismo, procesos ambos de naturaleza
internacional, tienden a generar un mayor o menor grado de pluralismo religioso;
dicha situación tiene efectos sociales contradictorios: por una parte, al ofrecer
mayor variedad de opciones, lo religioso pareciera fortalecerse y asegurar su
permanencia frente a la amenaza de secularización, por otra, es inevitable que
surja el escepticismo acerca de una sola religión verdadera allí donde muchas
proclaman serlo. Aunado a lo anterior, viene generalizándose la opinión que
considera la religiosidad sustancialmente una preferencia, que como tal reclama
ante todo el respeto a la libertad y a la intimidad: cada quien puede creer en lo que
quiera y ese es un asunto nada más que suyo. A la par, cada vez más gente tiene
la audaz modestia de relativizar sus ideas, hacer una autocrítica y poner en tela de
juicio las propias convicciones; así se admite sin mayor problema que los valores
son estrictamente personales, sólo válidos para uno mismo, ni absolutos ni
universales. En este tenor se ha vuelto socialmente menos aceptable afirmar la
propia fe como la única verdadera o juzgar la conducta del otro en función de una
perspectiva moral particular y ajena, antes bien se motiva a percibir elementos
supuestamente comunes a todas las tradiciones religiosas, como el amor. Poco a
poco se configura un clima cultural donde la aserción metafísica de La Religión y
La Moral es instintivamente interpretada como dogmática, luego intolerante, algo
que la gente llega a considerar de mal gusto.
Políticamente, el asalto de la diversidad plantea el problema de regular la
convivencia entre la diferencia y a pesar de la misma, es decir el de una adecuada
gestión de la pluralidad religiosa so pena de ver el espacio público eventualmente
convertido en campo de batalla ideológica. Advertimos que la defensa a ultranza
de la libertad y la promoción de la tolerancia religiosa han venido a convertirse en
la actitud políticamente correcta para cualquier nación que se denomine moderna,
una suerte de moda que caracteriza los diferentes discursos y documentos
gubernamentales contemporáneos sobre lo religioso. Lo mismo el Tratado por el
que se establece una constitución para Europa22, que las declaraciones del
22
Artículos 52, 70, 80, 81, 82, 124
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presidente Obama o los principios del CONAPRED23, el Estado garantiza y se
compromete a poner todo de su parte para hacer respetar la expresión del
conjunto de identidades religiosas de su población, sus creencias y prácticas, en
aras del bien común. Ello es posible primero, gracias a un marco de laicidad que
funge como principio rector de las relaciones entre el Estado y las confesiones, lo
que originalmente permitiera erradicar la trinidad poder divino-poder político-poder
económico y evitar que una religión, así fuese la mayoritaria, persiguiera y
exterminara legítimamente a otras por considerarles falsas (curiosamente la
salvaguardia de la libertad religiosa requirió que se fijaran ciertos límites a esta
misma libertad). Sin embargo la separación oficial entre la esfera política y
religiosa no basta por sí misma para inculcar un ambiente de tolerancia; ha hecho
falta añadir un pensamiento relativista, ingrediente clave, con tal de prevenir que
una determinada religión se ostente como la verdadera o la mejor y en orden a
esta premisa se arrogue privilegios o busque imponer su moral a la sociedad por
entero.
Resulta impensable que el Estado abrace una convicción proveniente de una
religión específica cuando a sus ojos todas las creencias y valores son tan creíbles
o increíbles, tan aceptables como discutibles en el mismo grado, sin importar de
dónde provengan; en todo caso las religiones se considerarán una especie de
recurso cultural propositivo del que la sociedad puede llegar a servirse como
inspiración. Esta relativización de los postulados religiosos supone a la vez que
establece un estatus de igualdad que niega cualquier presunción de superioridad
ontológica y axiológica, saboteando así cualquier pretexto de universalización.
Implícitamente lo que en realidad se rechaza es la justificación de un fundamento
metafísico. De hecho la misma idea de una moral verdadera en términos absolutos
es a menudo entendida como peligrosa, exclusivista y violenta, un artilugio de
manufactura religiosa con afán de dominio y autolegitimación. En vez de la
aceptación sumisa de un dogma, se discute, se critica, se argumenta, se analiza el
contexto, se consideran ventajas y consecuencias; el consenso y no la encíclica
es pues el nicho político de una ética social cuyo valor de verdad radica sólo en
una comunal sensación de convencimiento24. En pocas palabras, La Moral de
máximas es relevada por una ética de acuerdos mínimos.
23
Consejo Nacional Para la Prevención de la Discriminación
No en vano, durante el pontificado de Ratzinger se recrudeció el de por sí encarnizado debate
entre la Iglesia Católica y los postmodernos, que enfrenta como discursos archinémesis a la
Doctrina de la Ley Moral Natural versus el relativismo moral (p.ej. Ibáñez, 2005).
“En este contexto hay que señalar también cómo diversos sectores de la cultura contemporánea
han abandonado la cuestión de los fundamentos éticos del derecho y de la política bajo el pretexto
de que cualquier pretensión a favor de una verdad objetiva universal sería fuente de intolerancia y
de violencia; por ello sólo el relativismo salvaguardaría el pluralismo de los valores y de la
democracia” (Pierre, 2010). El catolicismo ha prestado oídos a la perspectiva postmoderna,
contestándola con fuerza. Por principio de cuentas, critica la relativización de la moral que busca
restringir su validez a condiciones de espacio, tiempo y cultura; también rechaza la sinonimia que
se establece entre convicción y fanatismo, y reafirma que no todas las creencias son igualmente
válidas, subrayando que por el contrario, respetar todas las posturas sólo porque sí, es en sí
mismo una falta de respeto; pero sobre todo advierte que la idolatría de la voluntad popular corre el
riesgo de derivar en una dictadura del relativismo. En suma, el catolicismo pretende dar un revés al
24
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Ambas, la construcción social y política de la tolerancia religiosa, se encuentran en
una permanente relación de feed-back. La vanguardista South African Charter of
Religious Rights and Freedoms (2009) es un material ejemplar en este sentido:
2.2 Every person has the right to have their convictions
reasonably accommodated (p.3)
4.4 Every person has the right to conduct single-faith religious
observances, expressions and activities in state or state-aided
institutions, as long as such observances, expressions and
activities follow rules made by the appropriate public authorities,
are conducted in an equitable basis, and attendance at them is
free and voluntary. (p.4)
6.4 Every person has the right to religious dignity, which includes
not to be victimized, ridiculed or slandered on the ground of their
faith, religion, convictions or religious activities. (…) (p.4)25
En este documento prototípico la sacralización del individualismo religioso es
realmente notable, un texto por otro lado inconcebible sin la inspiración de una
psicología tipo New Age.
Nihilismo, relativismo e individualismo, son los aprioris no reconocidos que abonan
la tolerancia religiosa contemporánea. Secularizado, el juicio político-social
concluye que en general la religión no debiera tomarse tan en serio al punto de
contradecir al Estado, conflictuar con otras religiones o afectar a terceros, ello será
siempre reprochado como intolerancia.
pensamiento postmoderno al replantear el valor de la tolerancia y la convención social de la moral,
como ideas falaces y peligrosas. En su lugar, sigue sosteniendo la existencia de una Ley Moral
Natural, aplicable a todos los seres humanos a pesar de la época y las diferencias culturales e
ideológicas, nunca sujeta a negociación. Esta Moral sería inteligible para cualquier persona, siendo
incluso evidente y fácilmente reconocible siempre que se recurra a la luz de La Razón, puesto que
está inscripta en el corazón y la conciencia de cada sujeto. Se trata de un fundamento que, basado
en La Naturaleza Humana, permitiría enunciar un conjunto de preceptos, normas y valores éticos
de validez universal. Dicho postulado genera por supuesto la más aguda de las suspicacias en la
conciencia postmoderna, para quien resulta típico que una religión hegemónica pretenda
perpetuarse por los siglos de los siglos al pronunciar un principio que dice ser el que es con
independencia de la diversidad y devenir humanos. Este tipo de disertación es interpretado como
una estrategia de naturalización, que busca hacer pasar una ideología como algo naturalmente
dado en vez de reconocerlo como una invención propia. No es casualidad entonces que dicha ética
universal comulgue a la perfección con la visión, valores y posturas eclesiásticos. El pecado de la
Ley Natural reside por tanto en su pretensión de legitimar de manera canalla el parecer de la
Iglesia Católica como algo natural que debiera ser asumido por toda la humanidad, convirtiéndose
en una suerte de imperialismo moral.
25
2.2 Toda persona tiene el derecho a tener sus convicciones razonablemente acomodadas.
4.4 Toda persona tiene el derecho a conducir observancias religiosas de fe individual, expresiones
y actividades en el estado o instituciones subvencionadas por el estado, mientras dichas
observancias, expresiones y actividades sigan las reglas hechas por las autoridades públicas
apropiadas, sean conducidas en una base justa, y la asistencia a ellas sea libre y voluntaria.
6.4 Toda persona tiene el derecho a la dignidad religiosa, la cual incluye no ser victimizado,
ridiculizado o calumniado en el terreno de su fe, religión, convicciones o actividades religiosas (…)
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La muerte de Dios es la buena nueva postmoderna
Basados principalmente en la afluencia de los nuevos movimientos religiosos, se
ha vuelto un lugar común entre los investigadores hablar del retorno de lo sagrado,
afirmando que el hecho de que la religión no sólo no haya desaparecido sino que
ahora parezca gozar de un periodo efervescente, es evidencia y razón suficiente
para poner en desuso el concepto de secularización, refutándolo cabalmente. Sin
embargo, ateniéndonos a la trama que a lo largo de estas líneas he hilvanado,
podemos reconocer cómo la pujanza de una cierta psicología New Age,
responsable de esta resurrección, lejos de desacreditar la secularización, es de
hecho su confirmación unívoca: la tolerancia fruto del relativismo, un cristianismo
sin iglesias, en fin, lo sagrado vuelto pastiche; todas secuelas de un proceso de
des-esencialización de lo religioso que además nos sugiere la muerte de Dios
como buena nueva.
La erosión social de la metafísica ha permitido que lo religioso escape de una
matriz absolutista, afincándose en otra relativista con la posibilidad de una
recreación subjetiva en constante evolución, lo que no da cabida a
fundamentalismos ni universalismos, dejando atrás sus anteriores efectos
nefastos. Se trata de un giro que ha hecho de la religión un recurso para alcanzar
la satisfacción existencial, respondiendo a la conciencia individual y a la voluntad
colectiva.
Al encaminar lo religioso prescindiendo ya de un pensamiento metafísico, la
psicología de la Nueva Era abre en realidad una nueva modalidad de salvación
terrenal, profetizando el fin de La Religión (institucional-doctrinal-normativa) como
forma hegemónica de espiritualidad…enhorabuena, el nuevo cristiano parece
llamado a confesarse fervorosamente nihilista.
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