CUANDO LAS MAFIAS PROSPERAN EN LOS PARAÍSOS

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CUANDO LAS MAFIAS PROSPERAN EN LOS PARAÍSOS JUDICIALES
Cada época tiene sus mitos y las palabras para nombrarlos. La «mundialización» que los anglosajones
llaman «globalización» es a la vez el término más justo y más engañoso para designar la increíble
conmoción del mundo en el cual estamos sumidos. La mundialización es cualquier cosa salvo lo que de ella
se dice. Los paraísos bancarios están ahí para recordárselo a los que creen ingenuamente en el
advenimiento de la «aldea planetaria».
Es cierto que se desdibujan las fronteras tradicionales, mientras los estados-naciones están en crisis, tal
vez terminal. Pero hace falta una gran ingenuidad (o una profunda incultura) unida a un optimismo a
prueba de bombas para creer que el derrumbamiento de las legislaciones e instancias reguladoras
nacionales echadas abajo por la desregulación general de las economías y de los sistemas de protección
social, anuncie como por encanto el nacimiento de un nuevo orden mundial.
Con más exactitud, es cierto que si un nuevo orden está vislumbrándose, es el que descansa en la ley
de la jungla donde se hacen las regulaciones con la eliminación de los más débiles e incluso por categorías
enteras. Es un orden muy paradójico en el cual las fronteras físicas desaparecen para los más ricos y se
refuerzan para los más pobres. Y el colmo de la paradoja se produce cuando los beneficiarios de esta
mundialización reinventan en único beneficio suyo nuevas fronteras, virtuales pero inviolables, las de los
paraísos bancarios y fiscales.
Pero no nos engañemos. Si la denominación de los paraísos bancarios y fiscales es así de torpe, es
porque las ventajas que en ellos se buscan no son únicamente bancarias ni realmente fiscales: más que
nada, son judiciales (llamémoslos por su verdadero nombre) son la contradicción disimulada del
neocapitalismo mundializado: los capitales se refugian, en nombre de la libre circulación, detrás de nuevas
fronteras, más opacas e infranqueables que nunca lo fueron las de los estados-naciones. Fronteras
artificiales, por supuesto, que son las de microestados más o menos mafiosos o de discretas tapaderas de las
grandes democracias occidentales, creadas únicamente para favorecer los negocios más jugosos.
Desgraciadamente, los paraísos judiciales no son sólo pequeños engranajes que darán más flexibilidad
a la gran maquinaria económica.
Actualmente están en el corazón del dispositivo financiero mundial drenando hacia si los gigantescos
flujos de capitales que se reciclarán fuera del alcance de las miradas indiscretas y las tentaciones
redistribuidoras de los estados. Pero el capitalismo mundial juega así el papel del Doctor Folamour.
Los zares de las finanzas internacionales que creían convertirse en los amos del mundo doblegándolo a
las exigencias de sus carteras, abrieron la caja de Pandora sin sospechar los peligros que ello acarrea.
Corren el riesgo de descubrir pronto (pero ya será tarde) que no son los más fuertes en el juego de la
desreglamentación. En efecto, cuando ya no existen ni policía ni juez, son los ganadores los que no respetan
ninguna ley, ni siquiera la más elemental.
Ahora bien, la amenaza criminal no es una ficción y no deja a salvo las esferas más elegantes y las más
secretas de las finanzas internacionales. Nos enteramos, por ejemplo, que el Banco de Rusia colocaba sus
reservas en una compañía off shore situada en un paraíso bancario y fiscal y que las ayudas del FMI no
logran generalmente llegar a Moscú antes de que la nomenclatura mafiosa las haya desviado. Cuando se
quiere saber, se sabe que los mercados financieros permiten las manipulaciones más considerables con el
anonimato y la discreción más absoluta.
El peligro que viene del Este
La UE debería de desconfiar cuando abra sus puertas a los países de la Europa Central, infiltrados ellos
también por las mafias del Este. Porque todas esas organizaciones criminales, sea cual sea su procedencia,
manipulan inmensos flujos financieros, alegremente blanqueados y reciclados en un sistema financiero que,
a fuerza de desregulación, ha perdido toda capacidad de defensa, cuando creía ingenuamente que se
ponían simplemente fuera del alcance de los estados y de sus legislaciones protectoras.
Por supuesto, cayeron o están ahora cayendo, las protecciones sociales pero al mismo tiempo el mundo
de los negocios se ha abierto a todos los vientos, incluso a los más nefastos. Mil millones de dólares, dicen los
expertos más serios, se blanquean diariamente en el mundo: cualquiera de esos dólares está para siempre
marcado por el sello criminal y los que quieren ignorarlo, se dejan engañar o son cómplices de ello.
Que investiguen, por ejemplo, lo que significa el eufemismo de «créditos dudosos» que justifica
púdicamente la situación desastrosa de la economía japonesa. Descubrirán entonces que son, en una
buena medida, los créditos procedentes de las yakusas (las mafias japonesas): ¿se ha visto alguna vez a
una mafia devolver lo que hubiese tomado?.
Sin embargo, los callejones sin salida se producen únicamente cuando ya no se quiere avanzar. Los
paraísos judiciales sólo existen por el hecho de que los países desarrollados (estados, empresas y financieros
reunidos) encuentran en ellos un interés a corto plazo, sin darse cuenta que están serrando la rama sobre la
cual están sentados. Bastaría con que lo quisieran (y ahí está la cuestión) para que desapareciesen los
paraísos judiciales.
Dos propuestas, técnicamente sencillas ayudarían a resolver el problema, sin tener que renunciar a las
aportaciones insoslayables de la mundialización. Plantearían simplemente volver a dotar al nuevo espacio
mundial de los intercambios de un mínimo de orden y seguridad. La primera propuesta sería de crear un
registro mundial del comercio y de las empresas, incluyendo todos los datos sobre las empresas y los trusts
necesarios para un comercio normal, de forma a que se sepa quién es quién y qué hace.
Sólo los que tienen algo que ocultar tendrían porque inquietarse. En algunos casos podría ser deseable
que una cierta discreción, legítima a veces, protegiese algunas de las operaciones. Se podría admitir, por
ejemplo, que tal gran grupo industrial o financiero, que planea una profunda reestructuración, necesite
crear sociedades off sbore, a lo largo del período durante el cual efectúe su operación. Otros pueden desear
optimizar, dentro de una total legalidad, su carga fiscal, externalizando en el mismo tipo de estructuras
algunas de sus actividades.
A ésos, se les podría garantizar el anonimato de su existencia o de sus operaciones, con la condición de
declarar a una «Autoridad internacional de confianza» (actualmente por crear) encargada de custodiar el
respeto por parte de los estados de sus obligaciones de transparencia, particularmente en la teneduría de
su registro mercantil y recibir las declaraciones de los que prefieren, por una legítima razón, escapar a tal
publicidad. La Autoridad de confianza verificaría con una amplia capacidad de investigación, la realidad
y la legalidad de los motivos invocados y garantizaría entonces el anonimato.
Seria, en cierta forma, el equivalente a los Terceros de Confianza, diseñados para recibir las claves en
materia de criptología informática, y de los servicios encargados de recibir las declaraciones de sospecha en
materia de blanqueo de dinero (Tracfin en Francia). Toda una gama de sanciones podrían garantizar el
respeto de sus obligaciones por los estados, hasta el embargo financiero.
Establecer una lista negra
La segunda sugerencia es a la vez más sencilla de implantar y más radical: bastaría con que los países
desarrollados (los de la OCDE, por ejemplo) ya no reconociesen como sociedades de derecho a las
sociedades off shore de los paraísos bancarios y fiscales puestos en una lista negra internacional, así como los
trusts u otras estructuras destinadas a disimular los verdaderos propietarios de fondos.
El mero hecho de no reconocer ningún valor jurídico en los otros países ni en los intercambios
internacionales a los actos firmados por o con esas estructuras, resolvería por sí solo el problema de su
existencia. Imaginemos, por ejemplo, que un traficante de droga consiga transferir sus fondos a un paraíso
judicial: ya no podría reincorporarlos a la economía o el sistema financiero legal, perdiendo así todo el
beneficio de su blanqueo.
Por supuesto, las dos medidas podrán y deberán acumularse para alcanzar toda la eficacia de un
verdadero sistema de prevención a escala mundial.
Queda la represión, pero ésta sólo resultará factible cuando los jueces y los policías dejen de ver
levantarse ante ellos, a lo largo de sus investigaciones, fronteras que ya no existen ni para los financieros, ni
para los criminales. La creación de un espacio judicial europeo es una urgente necesidad y los gobiernos
que frenan todavía su realización llevan la responsabilidad de los retrasos que sólo benefician a los
criminales de cualquier enjambre.
¿Se nos puede explicar de una vez lo que justifica la inercia a los graves problemas que todo el mundo
conoce?. Tenemos que elegir entre una mundialización y una construcción europea hechas para los
ciudadanos o para los criminales. ¿Cuánto tiempo nos queda todavía?.
Trabajo publicado en “ATTAC contra la dictadura de los mercados”.Jean de Millard. 1ª. Edición Mayo de
2.001. Ed. Icaria. Col. Mas Madera.
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