RELACIONES INDIVIDUALES DE TRABAJO MTRA. CÓZATL SÍNTESIS DEL LIBRO: “MÉXICO BÁRBARO” AUTOR: JOHN KENNETH TURNER En el primer capítulo, Kenneth Turner explica los motivos que le hacen llegar a Yucatán: encontrar presos políticos mexicanos en los Estados Unidos a causa de su descontento con el régimen de Díaz, y exponer que en México aún había esclavitud. Turner no creía que eso aún existiera en América, pensaba que hablaban como socialistas norteamericanos sobre esclavitud de los obreros a los salarios o algo parecido, pero no humana. Sin embargo, ante los relatos de los mexicanos sobre las terribles y perversas condiciones políticas y sociales en México, Kenneth Turner decide viajar a México y exhorta a sus conciudadanos a no dejarse engañar por las políticas intervencionistas del presidente Taft y a tomar en cuenta el sufrimiento de una nación que podían considerar como hermana. Relata en su primer capítulo la forma en que llega a filtrarse en las haciendas henequeneras de Yucatán, con suma cautela y tomando como referencia información de algunas personas influyentes opuestas al régimen de Díaz. Conoce las formas degradantes e inhumanas en que se trata a los esclavos, que incluyen en su mayoría a yaquis desterrados de Sonora, después a coreanos y también mayas : doce horas de trabajo aproximadamente, pues son despertados minutos después de las 3 de la mañana, para trabajar incansablemente entre el sofocante clima y el áspero suelo yucateco, hasta que se oculta el sol, y con sólo una comida al día, por cierto, espantosa: tortilla, frijol cocido pero sin condimentos y un pedazo de pescado que apestaba. Hablar de tres comidas era absurdo. Sólo era una pero el mayordomo de la hacienda, la máxima autoridad ahí mientras no llegara el administrador o el dueño de la hacienda (pues entonces era considerado mínimamente), explicaba a Turner que también les daban dos bolas de masa cruda para sus otras “dos comidas”. Era lógico entonces que los esclavos enfermaran, pues en esas condiciones de hacinamiento, quién podría resistir el socavo físico moral y anímico de su persona. Así que si enfermaban, podían ir a las desfibradoras, y no trabajar tanto, pero tampoco recibir atención médica. Las vejaciones y consecuentemente, las enfermedades, eran para todos: hombres y mujeres, p pues los reyes del henequén incluso disfrutaban que los azotaran y los hostigaran los capataces. Dormían los esclavos en hacinamientos de hasta 300 personas que estaban bardeados hasta por una altura de 4 metros, rematadas las bardas con vidrios y las puertas resguardadas por vigilantes equipados con una especie de látigo y aún con arma de fuego. Eran esclavos ya de generaciones, pues no recibían un pago en efectivo, sino que recibían créditos para comprar en las tiendas de raya de la haciendas que vendía frijol, maíz, mantas y otras cosas simples a precios bastante altos, para que nunca se libraran de la deuda y en consecuencia, mucho menos su libertad. Una de las cosas que más llamó la atención de Kenneth Turner, fue, sin embargo, la situación de los yaquis, a lo que hará referencia en el capítulo dos: Los yaquis eran deportados de Sonora, eran inofensivos y muy trabajadores, cultivaban maíz, construyeron casas de adobe y vivían pacíficamente hasta que el Ejército empezó a hostigarlos, y al tiempo en que los gobernadores sonorenses empezaron a despojarlos de sus tierras. Entonces comenzó la lucha entre yaquis y el gobierno porfirista. La razón la descubrió Turner en su viaje en ferrocarril de Yucatán a Veracruz: compartió asiento con el general Francisco B. Cruz, quien había tenido a lo largo de varios años a su cargo la deportación de los Yaquis a Yucatán para utilizarlos en las haciendas henequeneras, pues gozaban de una reputación bastante por su sentido de honorabilidad y de trabajo. Lo que no fue razón para dejarlos en paz, sino el aliciente que abrió el apetito de los lobos políticos mexicanos: deportándolos se apropiaban de sus tierras, y una vez deportados, eran vendidos como esclavos en Yucatán. Era un gran negocio, y no cesaría hasta exterminar a todos o apropiarse de todas las que habían sido sus tierras. Su exilio estaba plagado de calamidades: algunos morían en el viaje, primero a través de la sierra, luego a través de varios barcos hasta llegar a Puerto Progreso en Yucatán. Las mujeres una vez en las haciendas, eran obligadas a escoger a un hombre chino para casarse. Era sin embargo tal su repulsión no sólo hacia los asiáticos sino a cualquier hombre que no fuera su marido, que se resistían una y otra vez a hacerlo, aún bajo la amenaza de los capataces de azotarlas. El escritor nos relata la forma en que viajaban los presos yaquis a Yucatán, y conmovido casi hasta las lágrimas al escuchar las historias de las mujeres sobre el día en que fueron separadas violentamente de sus maridos, se dijo que no podía haber algo peor que Yucatán. Pero fue porque no había conocido aún a los esclavos de Valle Nacional. A Valle Nacional llegaban hombres (la mayoría con familias), a quienes se les había prometido una casa amplia, un excelente salario, y la oportunidad de vivir en algún lado al sur de México. Sin embargo, habían sido engañados, y muchos de ellos deliberadamente, secuestrados. El gancho era “un agente de empleados”, quien los engañaba, haciéndoles firmar contratos con espacios en blanco, que después serían llenados al gusto del hacendado con quien fueran a parar los engañados, y se les daba un adelanto de cinco dólares. Cuando llegaban a Valle Nacional, al que Turner llama también el Valle de la Muerte por el altísimo índice de mortandad que implicaba el trabajo allí, se daban cuenta de que nunca más podrían regresar a ser libres. Aquí sin embargo los dueños de los esclavos no se asumían como tales, sino como patrones que habían contratado a obreros, acaso a perpetuidad, pero que habían firmado un contrato, un contrato que sin saber los trabajadores, les había ya hecho firmar su suerte: trabajar hasta la muerte. Posteriormente, el escritor hace una comparación entre los esclavos, ya sea que trabajen en Yucatán, en Valle Nacional u otro lugar donde se de la trata de esclavos, y los peones del campo que reciben alrededor de 25 a 50 centavos por día, pero que igualmente deben someterse a la completa dominación del patrón dada en la tienda de raya donde deben comprar lo básico a precios exorbitantes y por tanto quedan igualmente esclavos, y el otro 20% de trabajadores que podría llamarse libres, mientras corran la suerte de no ser enganchados. Todo este ambiente se da, como lo menciona Turner, en un ambiente de corrupción, donde se coluden las autoridades mexicanas con los tratantes de esclavos, los tabaqueros, los reyes del henequén y cualquiera que de este terrible acto de inhumanidad pueda sacar alguna ganancia. Lo que aborda posteriormente es el régimen de Porfirio Díaz. Porfirio Díaz había intentado por cinco veces acceder a la Presidencia de la República, pero siempre fallidamente, pues para el pueblo mexicano no era más que un insurrecto cualquiera, que en nada podía compararse al gran Benito Juárez. Sin embargo, un día, se autoproclamó Presidente y empezó el infierno mexicano. Durante la Colonia Española, el mexicano al menos tenía una parcela para trabajar o una casa para vivir. Con las Leyes de Reforma se quebrantó el poder colonial, se quitó a la Iglesia de una buena parte de su amplísimo poder y se dio a México una Constitución casi igual a la estadounidense, donde se daba a los individuos libertad de expresión, de asociación y de formas para que pudiera logar la felicidad que los estadounidenses veían como algo normal. Díaz rompió con todo eso para afianzarse en el Poder, a través de grandes y abusivas prerrogativas dadas a los ciudadanos estadounidenses logró el reconocimiento y su legalidad como Presidente (que no su legitimidad) y con la promesa también de devolver a la Iglesia Católica algo de lo mucho que había perdido con las Leyes de Reforma, se entronó sobre una maquinaria creada a base de la sangre y carne del pueblo mexicano, que vivía de una forma degradante y que para Turner era ya una depravación. Ayudado por los Estados Unidos, incluso por la prensa estadounidense, aparte del respaldo de los industriales de ese país, Díaz pudo implementar un régimen de terror en el país, con San Juan de Ulúa o La ley fuga, logró deshacerse de muchos enemigos políticos, y también personales. El Díaz que había sido tantas veces alabado en el extranjero como un pacificador, un hombre de Estado que había decidido darle a México la paz que necesitaba después de tantos años de guerras intestinas, pero nada más lejano a la realidad. Turner finaliza su obra con el capítulo “El pueblo Mexicano”, mencionando algunas características del mexicano que para sus detractores son los más graves defectos, entre ellos pereza y superstición, pero el mismo autor se pregunta cómo han de querer trabajar si ni siquiera se les alimenta y si se les da un trato tan malo. Termina diciendo que confía en que la revolución que se estaba gestando en esos momentos (alrededor de 1908) seguramente había de estallar y acabar con el régimen despótico porfiriano, y conmina a sus conciudadanos a oponerse de manera rotunda a algún intento de Estados Unidos para invadir México con el pretexto de cuidar los intereses de los estadounidenses porque confía en que México puede resolver, a través de su gente preparada y el ánimo de su población, sus propios problemas. Me parece interesante esta obra porque las condiciones que vivimos un siglo después de haber sido escrito México Bárbaro, no son muy diferentes en algunas partes del país, pues aún después de la revolución se sigue explotando al obrero o dándole las mínimas ventajas y ganancias de su trabajo. El fenómeno de los enganchadores de “México Bárbaro” es parecido al “outsourcing” actual de la subcontratación, en que se escudan muchos patrones para evadir sus responsabilidades con el contratado. Dentro de los cambios que se quieren hacer a la Ley Federal del Trabajo, producto de nuestra gloriosa revolución, se quiere quitar prerrogativas al obrero mexicano, dejándolo una vez más a merced del patrón y retrocediendo en el ámbito de las conquistas sociales. ¿Qué necesitamos actualmente para exigir de nuestro gobierno el respeto a los Derechos Sociales, si estamos perfectamente enterados de la forma en que vivimos? ¿Necesitamos otro extranjero que venga a abrirnos los ojos, o como él lo esperaba, hace más de cien años, podremos arreglar nuestros problemas nosotros mismos? Ojalá nuestra respuesta sea la segunda opción. Elaboró: Iliana Gpe. Pérez Hernández