TEMA # 2

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TEMA # 2
LA FORMACIÓN Y EL TESTIMONIO Y LA CELEBRACIÓN DEL CULTO EN LA
PASTORAL DE LA PARROQUIA RENOVADA PARA LA FORMACIÓN DE
DISCÍPULOS MISIONEROS.
1.1. LA FORMACION Y EL TESTIMONIO PARA TENER DISCIPULOS Y MISIONEROS.
Hoy día se trabaja mucho en el campo de la formación de discípulos y misioneros de la
Evangelización. Esta formación nos ayudará mucho para que las personas den un testimonio claro
de ser verdaderos discípulos y misioneros en la parroquia.
No faltan por cierto proclamaciones oficiales y orientaciones por parte de la jerarquía, con
documentos y subsidios. En sus declaraciones se pondera la importancia y urgencia de la
formación para afianzar el testimonio cristiano en la Parroquia. Hay que reconocer que la realidad
efectiva queda muy lejos de corresponder a los deseos declarados. La práctica de la formación, no
obstante muchos loables esfuerzos, no parece estar a la altura del desafío de la situación. Se
puede decir que la formación pastoral constituye hoy una asignatura pendiente y una auténtica
emergencia pastoral sumándose a la visión de lo que pide hoy día el Documento de Aparecida de
formarlos con una conciencia discipular y misionera. Veamos algunos aspectos del problema:
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El esfuerzo formativo se concentra sobre todo en la preparación de los catequistas y
enseñantes de niños y preadolescentes, ya que son éstos los destinatarios tradicionales de
la labor educativa y catequética de las comunidades cristianas. Aunque su formación dista
mucho de participar en Centros de Ciencias Religiosas y Formativas, ellos son los que
luchan día con día por la inculturación del Evangelio en las comunidades.
Hay un nivel intermedio de agentes que participan en la formación. Su demanda está
aumentando en Institutos y Facultades, incluso en Universidades, dedicadas
principalmente a la formación de agentes de pastoral. Se tiende a garantizar un rango
superior y universitario a los diversos procesos de formación. Crece el conjunto de
ministerios y servicios pastorales: como animadores litúrgicos, profesores de religión,
agentes de pastoral especializados, etc.
En el nivel de los Consagrados, responsables de Universidades Católicas y expertos, se
sigue pensando que la formación teológica y bíblica no es suficiente, remitiendo a la
experiencia su crecimiento pastoral.
Con todo esto, surge la esperanza y la visión de considerar ciertos aspectos que nos ayuden
avanzar en la búsqueda de nuevos caminos que faciliten el testimonio cristiano en el mundo. Hoy
se acentúan en especial estas exigencias:
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La “personalización” entendida como necesidad de poner a la persona en el centro de la
formación, en una dinámica que convierta la “formación” en una verdadera “trans-
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formación”. En esta concepción el aprendizaje prima sobre la enseñanza y se presta
mucha más atención al uso de las narraciones o historias de vida.
La “integración” entre teoría y práctica, ya sea bajo forma de ejercicio práctico que
acompaña al aprendizaje teórico, ya sea –mejor aún- como reflexión continua y
sistemática sobre la práctica pastoral.
La articulación entre ciencias teológicas y ciencias humanas (antropología, psicología,
sociología) y el lugar preferente dado a la formación pedagógica. En este sentido, se
insiste en que la misma formación teológica reciba una connotación claramente
antropológica y catequética: “Debe ser una formación teológica muy cercana a la
experiencia humana, capaz de relacionar los diferentes aspectos del mensaje cristiano con
la vida concreta de los hombres y mujeres ya sea para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz
del Evangelio” (CT # 22)
La orientación didáctica de la “formación permanente”: más que proporcionar
conocimientos y habilidades, se debe ayudar a las personas a entrar en un proceso de
“auto-formación”, a ser capaces por tanto de “aprender a aprender” con relativa
autonomía y creatividad.
1.2.EL CULTO LITURGICO PARA LA FORMACION DE DISCIPULOS MISIONEROS.
En la práctica pastoral se constata a menudo una gran desproporción entre la demanda de la
gente (sacramentos como ritos de paso o conveniencias sociales) y la oferta de la Iglesia
(sacramentos como signo de fe). La situación ofrece posibilidades para un camino de fe, pero
normalmente resulta problemática y decepcionante, tanto respecto a los sacramentos como a la
catequesis. El problema preocupa y pone a prueba la paciencia de cuantos creen en la seriedad del
camino de fe y en la dignidad y el significado de los sacramentos.
Un problema pendiente hoy día es también el de la Iniciación Cristiana, en el que se entrelazan
caminos de fe, rito sacramental y experiencia de vida. La praxis pastoral registra muchos puntos
problemáticos: el bautismo generalizado de los niños, la primera confesión, la pastoral de la
confirmación, la urgencia del catecumenado, los procesos de adultos no bautizados, etc. Y todos
estos casos están vinculados entre la liturgia y la pastoral.
Además, hay que lamentar un cierto aislamiento pastoral de la liturgia, la permanencia de una
mentalidad clerical y rubricista incluso ante los ritos ya reformados y la pobreza comunicativa y
expresiva de muchas celebraciones. La reforma posconciliar ha sido más una obra de restauración
(redescubrimiento de la liturgia del pasado) que de creatividad, como elaboración de un lenguaje
simbólico y ritual en consonancia con la cultura actual.
Las nuevas perspectivas litúrgicas.
El conjunto de las celebraciones litúrgicas no constituye una realidad estática e inamovible, sino
que experimenta, especialmente en nuestra época, un dinamismo renovador. Factores como el
movimiento litúrgico, verdadero “paso del Espíritu Santo por su Iglesia” (SC # 43), la reforma
litúrgica conciliar y otros impulsos posteriores, han provocado una revisión profunda de la
identidad de la liturgia y una ampliación de sus perspectivas. Evocaremos brevemente algunos
aspectos de esta renovación:
a) El impulso conciliar: La práctica litúrgica vigente durante siglos antes del Concilio como el
formalismo, el rubricismo y el clericalismo, poco a poco han ido abriendo paso a aspectos
más esenciales en la liturgia como la dimensión histórico-salvífica, la centralidad
cristológica (en cuanto celebración y presencia del ministerio pascual de Cristo), la
perspectiva eclesial y escatológica. Densa y elocuente resulta la definición de liturgia
presente en el Concilio: “Con razón pues, se considera la liturgia como el ejercicio del
sacerdocio de Cristo. En ella los signos sensibles significan y cada uno a su manera realiza
la santificación del hombre, y así el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus
miembros, ejerce el culto público íntegro” (SC # 7).
b) La liturgia, lugar de la palabra y signo de fe: Una primera ampliación de horizontes atañe a
la relación entre liturgia y palabra. En la liturgia se refleja la ley estructural de la revelación
como acontecimiento y como palabra (cfr. DV # 2): es la palabra profética interpretativa la
que desvela en el signo la realidad salvífica manifestada. Los signos litúrgicos son, al
mismo tiempo, anuncio, memoria, promesa y solicitación, pero sólo por medio de la
“Palabra” es posible captar este múltiple significado. La relación estrecha entre liturgia y
palabra se patentiza sobre todo en los sacramentos cuya “forma” está constituida por la
“palabra de fe”, que encarnándose en los ritos, los transforma en sacramentos, en
analogía con la encarnación de Cristo, Verbo o Palabra de Dios.
Se impone ante todo recomponer la unidad entre dimensiones complementarias de la existencia
cristiana que durante siglos se han ido distanciando y empobreciendo. La rica experiencia de las
comunidades apostólicas (cfr. Hch. 2,42-47), del antiguo catecumenado, modelo de toda
catequesis, y de la tradición patrística demuestra la fecundidad de una síntesis vital entre
celebración, palabra, profesión de fe y testimonio cristiano que, lejos de constituir momentos
desligados y casi independientes entre sí, se presentan como aspectos complementarios de una
experiencia global. De aquí unas consecuencias pastorales importantes:
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Necesidad de recuperar la unidad y globalidad de la experiencia cristiana, tanto en la vida
de comunidad como en el dinamismo personal del crecimiento en la fe. En la vida de la fe,
no se deben separar artificialmente sus distintos momentos (la vida litúrgica-sacramental,
el compromiso socio-político, la dinámica comunitaria, etc.) sino fomentar el desarrollo
armónico de sus componentes esenciales: anuncio, servicio, celebración y comunión.
Necesidad de colocar en el centro el eje “fe-esperanza-caridad”. Esto obligará a más de un
cambio de acento pastoral, sobre todo en la práctica sacramental. Sólo una celebración
que “surge de la fe y conduce a la fe”, merece ser fomentada pastoralmente. En la práctica
pastoral habrá que apuntar, más que al número de “practicantes”, a la promoción de
verdaderos “creyentes”, lo que constituye un verdadero reto al arte y creatividad
pastorales: convertir la frecuente demanda de ritos y sacramentos en demandas de fe, de
la que el rito debe ser expresión y estímulo.
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