3 3.1 Enunciado del problema Las drogas como problema Considerar la existencia de sustancias psicoactivas como un problema es una característica diferencial de nuestra sociedad contemporánea. Concretamente, las sustancias psicoactivas, consideradas inicialmente como medicinas, se convertirían en un problema de salud pública, para acabar transmutadas, con el paso de los años, en una cuestión sobre todo de orden público. Cuando se repasa la historia que condujo a la ilegalización sucesiva de un número creciente de sustancias que hasta entonces habían sido consideradas fármacos, se comprueba que, en origen, los que impulsaron la prohibición la consideraban una medida necesaria para favorecer la salud pública. Se asumía que el beneficio colectivo en forma de vidas saludables compensaba el coste social de las medidas punitivas aplicadas a aquéllos que traficaban y consumían dichas sustancias. No obstante, esta relación coste-beneficio es difícil, por no decir imposible, de objetivar. Esto no impide que la opinión mayoritaria considere que la intervención policial y el proceso penal sean medios eficaces para atajar el problema. Se asume que, sin éstas, las intoxicaciones y muertes serían todavía más numerosas. Resulta difícil contrastar empíricamente esta suposición, pues desgraciadamente en el mundo no hay un solo país que haya adoptado una política alternativa en la que todas las drogas ilegales sean consideradas como artículos cuyo comercio y consumo no esté perseguido sino regulado. Esta homogeneidad penal mundial hace inviable un estudio comparativo entre sociedades de similares características pero que apliquen políticas alternativas. En la búsqueda de un contraste ahora imposible, se ha recurrido a la comparación entre el período actual y el período histórico inmediatamente anterior a la prohibición. Hace un siglo, algunas de las drogas supuestamente más peligrosas y ahora ilegales se podían adquirir sin apenas restricciones. Estos estudios se enfrentan al problema de unos datos históricos de producción que son ocultados a la investigación por parte de la industria farmacéutica. Sea por ésta u otras razones que se nos escapan, dichas investigaciones han merecido poco interés por parte de los responsables de gestionar el asunto de las drogas. El presente documento se propone complementar las investigaciones históricas, centrándose en la evolución del fenómeno de las drogas en el período más reciente, que cubre los últimos 15 años. 3.2 Percepción pública del problema La percepción de la droga como problema parece ir variando con el tiempo. En los cuatro años que van desde 1997 a 2001, la importancia atribuida a las drogas ilegales como problema en el entorno inmediato ha disminuido ligeramente1. En el mismo período, la valoración otorgada a las diferentes acciones para abordar el problema de las drogas tiende a diversificarse2. Así, experimentan un crecimiento las que peor puntuaban en 1997 (legalización de todas las drogas, legalización del cáñamo y la dispensación de heroína), y disminuye la valoración de las que más puntuaban (educación, tratamiento voluntario, control policial, publicidad y rigor legal). El intervalo de cuatro años es demasiado estrecho para extraer conclusiones definitivas. No obstante, la disminución en la preocupación, unida a una mayor diversidad de respuestas ante el problema, incluida la legalización, parece mostrar que la opinión de la ciudadanía tiende a huir de las posturas simplistas y marca una tendencia hacia el pragmatismo. Para facilitar la interpretación de éstos y otros datos que se analizan en el presente documento, se aplicarán algunos de los principios recogidos por Émile Durkheim en su método sociológico3. Siguiendo esta guía, conviene primero aclarar algunos conceptos. 3.3 Génesis del problema Cuando se repasa la historia que condujo a la ilegalización sucesiva de un número creciente de sustancias, se comprueba que, en origen, los que impulsaron la ilegalización la consideraban una medida necesaria para preservar la salud pública. Se asumía que el intercambio entre orden público y salud pública era netamente beneficioso para la sociedad. O, en otros términos, que la sociedad salía ganando en su conjunto con la ilegalidad. Se desencadenaba así el efecto negativo de un incremento en los delitos tipificados, es decir, un aumento del desorden público, que hacía necesaria la intervención de la policía para asumir 1 Encuesta domiciliaria sobre consumo de drogas en España, 2001. Delegación del Gobierno para el PND, 12/2002. Ídem. 3 Las reglas del método sociológico. Émile Durkheim. 2 nuevas funciones represivas. Pero la retirada del mercado de sustancias potencialmente tóxicas propiciaría el efecto positivo de una mejora significativa en la salud de la población. No obstante, se trataba de una ecuación imprecisa. Suponiendo que la intervención policial sea eficaz en la represión del uso de drogas, y por consiguiente disminuyan las intoxicaciones y muertes, ¿cuántos años de cárcel de un traficante vale un año de vida de un consumidor? Obviamente, no hay respuesta precisa a esta pregunta. Esta indeterminación parece inaceptable para el entendimiento humano. Ante la falta de un método científico capaz de dar una respuesta objetiva a dicha indeterminación, se recurre al método ideológico, esto es, cada uno da forma a una idea a priori. La incertidumbre respecto de lo acertado de la idea propia se compensa con la postura dogmática. Así, el dogma aparece como mecanismo de defensa ante esta incapacidad de objetivar la realidad social. Surgen ideologías absolutas e irreconciliables en las que cada parte se considera en posesión de la verdad. Si la sustancia prohibida lo es porque es capaz de matar o hacer enfermar, la pregunta referente a cuántos años de cárcel vale un año de vida tiene dos respuestas ideológicas opuestas. Para los partidarios de la represión, la vida (y su extensión productiva en el concepto ‘salud’) es sagrada, así es que un año de vida valdrá los años de cárcel que sean necesarios. La sacralización de la vida de cada individuo la convierte en algo que le trasciende. Así, la persona es desposeída del derecho a decidir sobre su propia vida, que se convierte en un bien colectivo. Como indica el pensamiento durkheimiano, la religión, como ideología, es la expresión de la presión del grupo4. Así, en nuestra sociedad contemporánea, la vida saludable se ha convertido en la nueva doctrina, el nuevo dogma de fe que justifica el control social y la represión. Esta realidad social deberá tenerse en cuenta a la hora de proponer cualquier acción para abordar la cuestión de las drogas ilegales. La postura contraria a la ideología prohibicionista sostiene que lo realmente sagrado es la libertad del individuo, incluso anteponiéndola a la salud. Así, el trueque entre represión y salud, es decir, entre años de cárcel para unos y años de vida ganados como consecuencia para otros, no tiene sentido, pues el que acorta su vida por acción de una sustancia que se autoadministra de forma consciente y voluntaria, lo hará en ejercicio de su libertad, y es la existencia en libertad lo realmente sagrado. Para este segundo grupo de ideólogos, si alguna presión de grupo ha de existir, ésta será en favor del ejercicio de la libertad farmacológica. Esta postura es hoy por hoy minoritaria. Tras casi un siglo de práctica prohibicionista, sería de esperar que los hechos históricos apoyaran más allá de toda duda el éxito o fracaso de esta ideología. Para los defensores de la prohibición, el hecho de que las drogas legales más usuales, alcohol y tabaco, sean las más consumidas y las más costosas en términos de salud pública, indicaría la bondad de la prohibición del resto de sustancias. De éstos, los más inveterados lamentan que por tradición e intereses económicos resulte imposible someter al alcohol y tabaco al mismo régimen de fiscalización que se aplica a otras sustancias, y que suponen podría ahorrar muchas vidas y enfermedades. Por el contrario, los ideólogos de la legalización revelan la inconsistencia de la política actual, pues atenta contra el principio de igualdad de todos los ciudadanos. Encarcela y sanciona a los que comercian o consumen unas sustancias, mientras acepta a los que hacen lo propio con otras que de hecho provocan tasas de mortalidad y morbilidad mucho mayores. A día de hoy, ambas ideologías siguen enfrentadas, con las espadas en alto en un aparente equilibrio en el que la ideología prohibicionista domina e impone un régimen de ilegalidad incompleta. Sin embargo, los cambios en la percepción colectiva del problema citados anteriormente revelan que la sociedad está evolucionando, y que tarde o temprano la respuesta legal deberá adaptarse a nuevas condiciones sociales. Se hace imprescindible un enfoque metódico y, en la medida de lo posible, empírico, que permita identificar tendencias en el fenómeno de las drogas. Bueno sería además que ese mismo enfoque metodológico facilitara un plan de acción a largo plazo basado en el pragmatismo más que en la ideología. Con este fin se presenta a continuación un procedimiento de gestión que se ha mostrado especialmente fecundo en el ámbito privado: la planificación estratégica. Gracias a esta planificación de largo alcance (a cinco años vista), las grandes compañías son capaces de sobrevivir anticipando tendencias que les permiten adaptarse de forma progresiva a un entorno cambiante. La planificación estratégica es una manera de formalizar y, por consiguiente, validar la intuición. No está limpia de ideologías, pues en 4 Las formas elementales de la vida religiosa. Émile Durkheim. realidad se apoya en una ideología economicista fundamentada en criterios de eficacia y eficiencia. No obstante, al menos facilita unos criterios medibles y, por consiguiente, objetivables. Pero su aplicación en un tema social como es el consumo de drogas no se debe limitar a cuestiones de economía presupuestaria, sino también de economía humana: cómo mejorar la salud pública a base de minimizar el sufrimiento, o, lo que es lo mismo, maximizar el bienestar de la población. A continuación, su adaptación, junto a las reglas del método sociológico, al asunto de las drogas.