El fin último de la Constitución - SelectedWorks

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From the SelectedWorks of Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba
Winter July, 2012
El fin último de la Constitución
Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba, Universidad de los Hemisferios
Available at: http://works.bepress.com/juan_carlos_riofrio/39/
Abogado y Doctor en Ju ris­
prudencia por la Universidad
Católica Santiago de Guayaquil.
Especialista en Derecho de
las telecomunicaciones por
la Universidad Andina Simón
Bolívar. Licenciado en Derecho
canónico y doctorando por la
Pontificia Università della Santa
Croce (Italia).
Abogado Asociado del Estudio
Jurídico Coronel y Pérez.
Áreas de especialización: dere­
cho canónico, constitucional, la
propiedad intelectual y afines
(derecho de la información,
de las telecomunicaciones y
derecho informático). En esas
m aterias ha sido profesor
adjunto o invitado en la U ni­
versidad Católica Santiago de
Guayaquil y en la Universidad
de Especialidades Espíritu San­
to. En Quito es profesor titular
de Derecho constitucional y de
Derecho de la inform ación en la
Universidad de Los Hemisferios.
En esta última institución
ha ejercido algunos cargos
directivos, como el de Decano
de la Facultad de Derecho.
Ha participado en diferentes
comisiones para la elaboración
de diversos proyectos de ley
relacionados con las telecomu­
nicaciones, la información y la
defensa de la vida.
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I. La protección histórica de la vida
digna
bía hablado de sus consecuencias en la
economía.
La dignidad humana no aparece como
tal en nuestra historia constitucional
sino hasta 1929, cuando al hablar de
los trabajadores se garantiza «un mí­
nimum de bienestar compatible con
la dignidad humana» (art. 151.18§2). Y
desde entonces se radicará la mención
de la dignidad dentro de las garantías
laborales: v. gr. art. 148 de la Constitu­
ción de 1945, art. 185 de 1946, art. 61
de 1967, art. 49 de 1978 y ss., art. 35 de
1998 y art. 33 de 2008. Otro aspecto
que pronto se integrará al texto consti­
tucional es la mención de la vida digna
como objeto de la economía: v. gr. art.
146§4 de la Constitución de 1945, art.
85 de 1967), 49 de 1978 y ss., art. 242
de 1998 y art. 283 de 2008. Éste último
artículo habla del «buen vivir» y del
reconocimiento «ser humano como
sujeto y fin», lo cual es la esencia de la
dignidad. Se nota aquí el fuerte influjo
de la Doctrina Social de la Iglesia, que
desde finales del siglo XIX había defen­
dido abiertamente la dignidad huma­
na en el trabajo y posteriormente ha­
La Constitución de 1946, en su art.
161 establecía la interesante garantía
de que las leyes no podrán establecer
condiciones que amengüen la digni­
dad humana, cosa que desaparecería
posteriormente. Aunque se trate de un
postulado de derecho natural cuya vi­
gencia no depende de su positivación,
y aunque este se desprenda de varios
arts. hoy vigentes (v. gr. art. 132§ 1 que
habla del «interés común»), hubiera
sido bueno que conste explícitamente.
La actual Constitución es la que más ha­
bla de la dignidad (v. gr. Preámbulo §10,
arts. 11.7, 22, 30, 33, 37.7, 39§2, etc.),
con gran distancia de las demás. Reco­
ge también los aciertos de la Constitu­
ción vigente en 1997, que es la segunda
que más toca el tema. El principal acier­
to en que coinciden ambas cartas es su
orden: primero se pone el derecho a la
vida, luego el derecho a la existencia
digna, para poner después todo el resto
de derechos fundamentales. Esto es su­
mamente preciso: sin vida no hay vida
digna, sin vida digna no hay ningún derecho.
Desde cierto punto de vista, todo el ordena­
miento jurídico deriva de este par de derechos.
II. Noción de dignidad
La Real Academia Española define lo digno
como «merecedor de algo», «correspondien­
te, proporcionado al mérito y condición de
alguien o algo); algo «que tiene dignidad o se
comporta con ella»; y, dicho de una cosa, como
algo «que puede aceptarse o usarse sin desdo­
ro. Salario digno. Vivienda digna», así como la
xalidad aceptable. Una novela muy digna»1.
La dignidad es, por tanto, un valor que puede
predicarse de la persona o de las cosas que le
atañen.
La dignidad humana se observa mejor si se
compara con el valor que los demás seres del
cosmos tienen. La índole personal del ser hu­
mano, cuya particularidad es única: se autoposee conscientemente y posee a los demás, es
un centro creativo, libre, posee una inteligencia
capaz de asumir el universo entero y de sobrevivirle. Sus perfecciones y su consecuente valor
no sólo es superior al de los demás seres vivos,
sino que lo hace ser inconmensurable, aún para
los demás hombres; «ésa es la razón afirmó
Spaemann por la que no hablamos de valor en
el hombre, sino de dignidad»2. Y ya en el cam­
po jurídico el mismo autor afirmó que «donde
se trata de la vida humana como el supuesto
trascendental de toda sociedad jurídica, la pro­
tección de la vida sólo puede ser incondiciona-
da. Pues toda ponderación de bienes considera
las cosas o las acciones bajo el aspecto de su
valor para las personas. Cada valor, sin embar­
go, tiene un precio. Por eso escribe Kant que el
hombre mismo como supuesto trascendental
de cada valor no tiene precio alguno, sino dig­
nidad»3.
Sintetizando ia doctrina sobre 8a dig­
nidad humana, podríamos decir que la
dignidad es en primer lugar un valor,
un valor absoluto. El ser de la perso­
na es un valor absoluto, que ha de ser
tenido siempre como fin, nunca como
medio (como lo dice la Constitución,
art. 283§1). El ser humano es siempre
bien para el ser humano. Una ofensa
contra la dignidad personal ofende
a toda persona. Una ofensa contra la
dignidad del ser humano ofende a todo
ser humano. Por otro lado, la dignidad
de la persona está puesta como un va­
lor primero, fundamento y fin último
del resto de valores y principios cons­
titucionales.
III. Jerarquía intraconstitucional
Desde la perspectiva fundamental hemos di­
cho que la "vida digna" no es sino un tipo de
vida: luego, la vida (y el derecho a ella) precede
lógicamente a la vida digna (y el derecho a ella).
1 RAE, Diccionario, 22 a e d , M a drid 2001.
2 R. Spaem ann, Personas. Acerca de la distinción entre "a lg o " y "a lg u ie n ", trad. J. L. del Barco, Eunsa, Pam plona 2000, p. 181.
3 R oben Spaem ann, "N o rm as morales y orden ju ríd ic o ", en Persona y Derecho, 4 2 (2000), pp. 125-126.
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Dicho en negativo: sin vida, no hay vida digna;
sin derecho a la vida, menos habrá derecho a
vivirla dignamente. Por eso se ha calificado de
un acierto de la actual Constitución (así como
la de 1967) el nombrar el derecho a la vida dig­
na justo después del derecho a la vida. En pala­
bras de Larrea Holguín, «después de la vida, la
integridad y la dignidad de la persona son los
derechos que más directamente derivan de la
naturaleza misma y deben ser garantizados en
forma amplia y plena»4.
4 Larrea Holguín, Derecho constitucional, CEP, Quito 2000, v. 1, p. 131
Derecho Constitucional
titución, y explícitamente en el art. 66.2). De
alguna forma también se ha precautelado la
dignidad humana en las comunicaciones en
los textos constitucionales de 1884 (art. 28),
1967 (art. 28.5), 1978 y ss. (art. 22.5), 1998
IV. Los elementos que comprenden la vida
digna
Desde un punto de vista histórico-constitucional, ya hemos dicho como la dignidad co­
(art. 23.9), que reconocen la libertad de ex­
presión siempre y cuando no se atente con­
tra la honra humana (amén de otras Constitu­
ciones que simplemente reprimen la injuria).
Además, los arts. 54 y 55 de la Constitución
menzó a garantizarse primero en el ámbito
laboral y luego en el económico: en ambos
de 1998 abren los estándares de la vida digna
casos el fin constitucional era salvaguardar
la vida digna. La Constitución de 1967, en
Todos estos elementos que comprenden la
su art. 33, amplía la garantía al consagrar «el
derecho a una educación que capacite a la
persona para vivir dignamente, bastarse a sí
dos y ampliados en el art. 66.2, que además
ción y nutrición, agua potable, vivienda, sa­
misma y ser útil a la comunidad» (hoy consta
implícitamente en los arts. 26 y 27 de la Cons­
tura física, vestido, entre otros. Estos mismos
al campo de la asistencia social y de la salud.
vida digna han sido acertadamente recogi­
incluye otros: la seguridad de la alimenta­
neamiento ambiental, descanso y ocio, cul­
->c
elementos han sido objeto de un desarrollo
constitucional y legal.
Conviene analizar esto desde una perspec­
tiva superior, que nos de un criterio de vida
digna. En el fondo, la vida digna no es sino
un tipo de vida: una vida "feliz", "realizada",
una vida a la que el ser humano por serlo
tiene un cierto derecho. Metafísicamente
"lo realizable" presupone y se opone a “lo
realizado": es la relación que existe entre la
potencia y el acto, entre lo que puede llegar
a ser y lo que de hecho es. La máxima actua­
lidad humana es su ser personal. Lo esencial
del ser humano no puede ser más, ni menos;
simplemente es. Si no fuera, no estaríamos
ante un ser humano, sino ante otra cosa. Eso
es lo realizado, que a su vez puede realizarse
a través de sus potencias internas y exter­
nas, corporales y espirituales, "que pueden
llegar a ser lo que no son". Las potencias
humanas fijan las inclinaciones y fines hu­
manos. Es propio del gusto comer, del olfa­
to oler, de la vista ver... de la razón humana
discurrir, de la voluntad querer... del acto
de ser personal ser libre, coexistir, abrirse al
infinito (en este último punto estoy siguien­
do al filósofo español, Leonardo Polo). Son,
pues, las potencias las que determinan por
dónde ha de desarrollarse la vida digna. En
este sentido es sumamente preciso el art.
11.7 de nuestra Constitución que reconoce
los «derechos derivados de la dignidad de
las personas, comunidades, pueblos y na­
cionalidades, que sean necesarios para su
exista orden sin un fin último. Las
grandes culturas lo han intuido, y los
grandes filósofos se han dedicado in
extenso a definir cuál es el fin último
(la vida feliz, la buena vida, la vida
realizada) del ser humano (v. gr. Aris­
tóteles en la Ética a Nicómaco, To­
más de Aquino en la Suma Teológica;
actualmente, cfr. Abba, Rhonheimer,
Finnis, etc.). Para el efecto general­
mente se comienza contraponiendo
los fines: un ser saciado en sus apeti­
tos carnales pero borracho, más que
humano, es un animal sin sentido;
luego, el fin último no puede estar
determinado por Ios-apetitos carna­
les, sino en las potencias espiritua­
les: la inteligencia y la voluntad. Por
eso los griegos ponían el fin último
en la contemplación de la verdad y el
cristianismo añadió el amor al Bien
Supremo (Polo llegará a decir que
si la voluntad humana que tiende
al infinito tiene algún sentido, Dios
existe; si no, el ser humano sería lo
que dice Sartre: "una pasión inútil").
Pero el fin último no es el único que
pleno desenvolvimiento».
hay que alcanzar. El resto de fines
Pero para que haya posibilidad d
son fines medios, que conviene sa­
humanos -uno por cada potenciauna verdadera vida digna, debe exis­
tisfacer medianamente para lograr
tir un orden en las potencias, en las
la vida feliz. La meta final del cami­
inclinaciones, en los fines y en las
no no se alcanza sin metas medias.
acciones humanas, y metafísicamen­
En este sentido la filosofía clásica de
te es evidente que no es posible que
la que es prendataria la humanidad,
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N O V E D A D E S
J U R I D I C A S
D erecho Constitucional &
observaba que es necesario un mí­
nimo de bienestar humano para que
pueda alcanzar sus fines más altos.
Y este conjunto de fines satisfechos
son, en definitiva, los que componen
la vida digna.
Al hilo de estas consideraciones se entiende
mejor la frase clásica de que el ser humano
será siempre tratado como sujeto (persona)
y como un fin en sí mismo -porque efectiva­
mente contiene dentro de sí un fin último-, y
nunca medio, máxima que está textualmente
recogida por el art. 283§1 de nuestra Consti­
tución.
V. La vida digna como fin último humano y
constitucional
La vida feliz es una vida propiamente huma­
na. Lo indigno será todo aquello que se opo­
ne a tal felicidad: será más indigno, cuanto
más se oponga. En principio, no correspon­
de al Estado saciar directamente las poten­
cias humanas (v. gr. darle de comer al bebé,
realizar shows y fiestas los fines de semana,
educar a los niños, vender pan, etc.), pero sí
lograr el bien común: el conjunto de condi­
ciones sociales necesarias para que cada ser
humano y cada sociedad inferior cumpla sus
propios fines (v. gr. dotar a la sociedad de se­
guridad jurídica, de paz social, de estabilidad
económica, etc.). El Estado paternalista tien­
de a transformar a la persona en un consu­
midor suyo, al autosuficiente en deficiente,
desbanca las ansias de felicidad infinita para
ofrecerle una felicidad finita. Por eso, sólo
Como acabamos de ícir la finalidad
última de toda actuación humana in­
dividual o social, privada o pública,
jurídica o política (política económi­
ca, comercial, fiscal, etc.) no puede
ser otra que el "suma kawsay" indí­
gena, "la vida feliz" aristotélica, "la
vida realizada" de los filósofos clá­
sicos, "la vida digna" de los juristas
modernos y contemporáneos. Varios
de estos términos se repiten macha­
conamente en nuestra Constitución, y
está bien que así se haga. Todos ellos
en su conjunto dan razón de ser al Es­
tado, a su orden jurídico y, en último
término, al mismo ser personal: todos
nacemos con una aspiración de feli­
cidad infinita por la que trabajamos
individualmente y en sociedad.
N O V E D A D E S
conviene que intervenga de forma subsidia­
ria donde el individuo es deficiente, mientras
lo sea, y con ánimos de que pronto deje de
serlo. La autosuficiencia también es parte de
la vida feliz.
Por iodo lo expuesto, la noción dada
sobre la vida feliz por la Constitución,
especialmente en su art. 66.2, viene a
ser un fin constitucional último de al­
tísima jerarquía intraconstitucional,
capaz de permear todo el ordena­
miento jurídico. Y como fin, contiene
un valor y genera un principio: el va­
lor de la vida digna y el principio de
que ha de tenderse a ella, con todo lo
que esto implica (v. gr. in dubio pro
honesta vita, vale más la política que
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