LA MEDIACIÓN NEGOCIAL EN LAS FUENTES ROMANAS Alejandro Valiño Arcos Universitat de València 1.- La actividad mediadora en el cuadro de los negocios jurídicos típicos El contrato de corretaje es uno de los ejemplos típicos de la función creadora que en el campo del derecho privado puede llegar a corresponder, pese al imperio de la ley en el que vivimos, a la jurisprudencia, actuándose así esa máxima orsiana de que „el derecho es aquello que aprueban los jueces‟1. En efecto, la elaboración de esta categoría, tan frecuente en el tráfico jurídico en los últimos años, está estrechamente ligada a las consideraciones que los Tribunales de Justicia en España han vertido a propósito, con un crecimiento notable de resoluciones en los últimos años, sin que, sin embargo, hayan faltado evocaciones, quizá un tanto forzadas, a eventuales precedentes en la historia del derecho, que se remontan al mismísimo derecho romano2. En realidad, el fundamento histórico de la mediación negocial tiene como sustrato las fuentes romanas, que más adelante examinaremos, pero el desarrollo técnico de la categoría es obra de los intérpretes medievales y de Edad Moderna. Un buen reflejo de toda esta tradición se advierte en la obra de Benevenuti Stracchae3, que nos reporta las definiciones de algunos de los glosadores y comentaristas4. 1 Esta idea arranca de A. D‟ORS, Una introducción al estudio del derecho, Madrid, 1963, y proseguirá en otras ediciones, completamente reelaboradas. Así, A. D‟ORS, Claves conceptuales, en Verbo nº 345-346, 1996, 505 ss. y ID., Nueva introducción al estudio del derecho, Madrid, 1999. Cfr. AYUSO, La filosofía jurídica y política de Álvaro d’Ors, en Homenaje a Álvaro d’Ors, coord. por ALTUVE-FEBRES LORES, Lima, 2001, 133 ss. 2 En realidad, los pasajes que indicaremos seguidamente poco tienen que ver con la intermediación inmobiliaria, que constituye el campo en el que se desenvuelve primordialmente toda la casuística que rodea el contrato de corretaje en la actualidad. El mandato de compra sería, sin duda, la correspondencia natural de esta institución en el derecho romano, si bien impregnada de su característica naturaleza gratuita. Así resulta de Paul. 32 ad edictum D. 17.1.1.4: mandatum nisi gratuitum nullum est: nam originem ex officio atque amicitia trahit, contrarium ergo est officio merces: interveniente enim pecunia res ad locationem et conductionem potius respicit. 3 STRACCHAE, Tractatus de proxenetis atque proxeneticis, Coloniae Allobrogum (Génova) 1751. La edición que hemos consultado lleva también un Tractatus de assecurationibus, de modo que dedica al proxeneta y al proxeneticum las págs. 84-116. 4 Acursio: proxeneta est qui inquirit voluntates aliquorum vel ad munera, vel ad contractus, vel ad amicitias faciendas vel fimilia; Jacobo Egidio de Viterbo: proxeneta est qui interest nominibus laudandis, et tanquam mediator Siendo la actividad mediadora que interesa estudiar de marcado contenido jurídico, resulta esencial para poder calibrar cuál fue su importancia y cuál su régimen jurídico dentro del mundo negocial romano, un examen detallado de las fuentes existentes. Para responder a la primera cuestión puede sernos de utilidad la amplitud y características de la base textual con la que contamos para una precisa comprensión del fenómeno de la mediación negocial. Una notable riqueza textual acogida eventualmente por los compiladores en el Digesto habría bien apuntado hacia la importancia y autonomía de la categoría en el cuadro de las instituciones jurídicas que giran en torno a la actividad negocial de los particulares. También para responder a la segunda cuestión, esto es, qué características o qué régimen jurídico es propio de la intermediación negocial y qué diferencias pueden encontrarse frente a otras figuras afines, es evidente que una nutrida base textual aparecería como un elemento esencial. Es más, no debe considerarse baladí el hecho de que ese eventual régimen jurídico, además de ser copioso, haya sido más o menos cuidadosamente sistematizado por los comisarios justinianeos, otorgándole así un encuadre como título autónomo en las distintas obras que conforman el Corpus Iuris. Al hilo de estas cuestiones y con el propósito de determinar la base textual sobre la que ha de versar el trabajo, surge de forma inmediata una dificultad no desdeñable, esto es, con qué grado de rigor o precisión técnica deseamos contemplar lo que a todos luces es una función (la de la intermediación) que puede acometerse desde ángulos distintos y, por consiguiente, a través de negocios jurídicos que han alcanzado una diversa tipificación de la mano de la jurisprudencia y del edicto pretorio. Es una problemática de la que no está exenta el derecho actual, con la consecuencia de que un mayor o menor número de negocios jurídicos tienen o pueden tener por contenido actividades que se resuelven en última instancia en la mediación. También entre ellos se dan ciertas diferencias y, por ello, es ya un clásico en los estudios dedicados al corretaje el hecho de dedicar un capítulo a precisar los puntos de encuentro y a deslindar las diferencias con otros negocios con los que guardan estrecha afinidad. En consecuencia, surge la necesidad como cuestión previa, siempre desde una perspectiva histórico-jurídica, de precisar qué negocios jurídicos y, con ello, qué terminología jurídica tiene o puede tener por contenido la actividad mediadora. Habiendo un cúmulo notable de negocios jurídicos en los que se pueden reconocer elementos de conexión con la mediación negocial, es obligado tomarla en el más estricto de los sentidos hasta el punto de hacerla sugir, intervenit inter contrahentes, et ipsos ad concordiam reducit; y Jacobus Spiegel: proxeneta proprie significat eum qui inter ementes et vendentes est conciliator et medius; sed et verius est, non solum in venditionibus et emptionibus proxenetas intervenire, sed generaliter in omnibus negotiis licitis, unt bene censuit Accursius noster et probatur; el propio Stracchae señala que proxeneta est, qui in negotiis licitis partium voluntates inquirendo earundem consensu cum salario vel sine, ministerium accommodat et operula ista defungitur. como acontece hoy en día por obra de la jurisprudencia de los Tribunales de Justicia en España, como una categoría jurídica autónoma, dotada de sustantividad propia, poniendo con ello el acento más en las diferencias que en los puntos de contacto que guarda con otras figuras negociales hermanas, de las que incluso, como consecuencia de un ejercicio de finura jurisprudencial de carácter creador, parece haber nacido. Por consiguiente, tomada la mediación, no como una actividad genérica que puede enmarcarse en el contenido de distintos negocios jurídicos, sino como una conducta específica antecedente consistente en la puesta en relación de dos partes antagónicas con el propósito último de que surga entre ellas y sólo por ellas un vínculo obligatorio, de cualquier naturaleza que sea, resulta indispensable concederle una autonomía y sustantividad propia en el cuadro de los negocios jurídicos generadores de obligación, con la asociación consiguiente de mecanismos de tutela para las eventuales inconveniencias que, desde el punto de vista obligatorio, de esta conducta puedan resultar. Y el primer signo de esta existencia autónoma y diferencial de otras categorías es conferirle una denominación propia. Al rastreo de la misma en las fuentes romanas se dirigen precisamente nuestros esfuerzos en el presente trabajo. 2.- El origen de la mediación en la actividad comercial: fuentes literarias a propósito A este respecto, nos encontramos con la rúbrica de proxeneticis (de los corredores) contenida en el Digesto justinianeo5, que se compone de tres fragmentos, todos ellos atribuidos a Ulpiano, aunque de diversa procedencia6, de donde, un tanto fragmentariamente, resulta posible inferir un cierto régimen jurídico para la mediación, originariamente en determinados ámbitos de los derechos de obligación, régimen jurídico que, en cierta forma, guarda paralelismo con el que nuestra jurisprudencia moderna ha dotado el contrato de corretaje7. En todo caso, resulta evidente que el término proxeneta8, proveniente del derecho público helenístico9 para referirse 5 D. 50.14. 6 BRUTTI, s.v. «mediazione (storia)», en ED 26, Varese 1976, 14. 7 MICHEL, Gratuité en droit romain, Bruxelles 1962, 194 lo equipara a un agente de publicidad en cuanto que da a conocer el nombre de su cliente (nomen facere), exagerando sus méritos y crédito en una amplia variedad de situaciones. En realidad, la expresión nomen facere debe identificarse con la actividad crediticia, esencial en la praxis del comercio y no con la promoción social de la persona mediada. 8 Proviene del griego ππόξενορ. Un estudio reciente sobre el término y, en general, sobre la temática de la que nos ocupamos en relación con el mundo jurídico romano es el de PIQUER MARÍ, Algunas consideraciones acerca del mediador comercial o «proxeneta» en el pensamiento de Ulpiano, en Actas del XII Congreso iberoamericano de Derecho Romano, El derecho comercial, de Roma al Derecho moderno, V. 2, Las Palmas de Gran Canaria, 2007, al mediador e introducido en el vocabulario jurídico romano sólo en época imperial10, no es algo precisamente muy extendido11 y hasta podría inferirse de tal práctica cierto reproche moral y social en los primeros testimonios textuales en la historiografía romana12, toda vez que la labor que cumplían a cambio de una retribución, contraviniendo de alguna manera la esencia del conservadurismo republicano13, constituía también el contenido de los deberes familiares que los sometidos, servi y filiifamilias con capacidad de obrar suficiente, desplegaban en favor del jefe del grupo familiar. El rechazo originario hacia la intermediación puede observarse en el 693 ss. En esta misma sede, pero en el V. 1 puede mencionarse también el trabajo de DOMÍNGUEZ TRISTÁN, Una aproximación a la figura del «proxeneta» a tenor de D. 50,14 y su proyección al Derecho actual, 255 ss. Con carácter monográfico, estudiando de forma más exhaustiva los problemas que encierran las fuentes objeto de nuestra atención, pueden mencionarse también los trabajos de GOLDSCHMIDT, Ursprunge des Mäklerrechts. Insbesondere: Sensal, en Vermischte Schriften, 2, Berlin 1901, 211 ss.; GRÜNFELD, Der Mäkler im römischen Recht und im bürgerlichen Gesetzbuch, Berlin 1904; JUNG, Die Ehemaklerlohn. Eine historische Untersuchung, Frankfurt am Main 1991; y BURGHARDT, R., «Proxeneta». Untersuchungen zum römischen Maklerrecht, Bonn 1995. 9 No es el caso de referirse a esta acepción y sus implicaciones en el mundo griego. Vastísima es al respecto la literatura. Nos limitaremos, por consiguiente, a indicar las contribuciones más generalistas contenidas en las clásicas enciclopedias del mundo antiguo. Así, DAREMBERG-SAGLIO, Dictionnaire des antiquités grecques et romaines d’après les textes et les monuments, T. 4, V. 1, s.v. «proxenia», Paris, 1875-1912, 732 ss. Vid., como hemos indicado anteriormente, el estudio a propósito de PIQUER MARÍ, Algunas consideraciones cit. 693 ss. En realidad, transliteramos, los términos próxenos y proxenia tienen una connotación iuspublicista, mientras que la derivación proxenetés, de la que resultará de forma más inmediata el término latino proxeneta, se liga mejor con el ámbito del derecho privado en cuanto que trasluce la idea de oficio o de actividad. 10 MICHEL, Gratuité cit. 553. 11 Como bien subraya MICHEL, Gratuité cit. 552, la carencia en algunos casos o la parca regulación en otros de un buen número de instituciones mercantiles con las que modernamente estamos familiarizados responde al modo de articularse el tejido social en Roma, donde la finalidad y operatividad de aquéllas se alcanzaba por la vía del officium o la amicitia. De ahí que sólo tardíamente, a medida que iban decayendo los sólidos principios de la sociedad republicana, surgiera la necesidad práctica de recurrir a instrumentos como la intermediación remunerada, cuya penetración en el mundo jurídico romano sin duda procede del contacto con el mundo helenístico. 12 Otras denominaciones vienen recogidas en fuentes literarias y jurídicas de diversa índole. Cfr. al respecto GARRIDO ARREDONDO, Mediación y mediadores en el tráfico jurídico romano, en AHDE 72 (2002) 411 ss. y ID., «De proxeneticis», en Labeo 50 (2004) 268 s. 13 Vid. las aseveraciones de Cicerón, de off. 1.151 a propósito del comercio en contraste con la apología que hace de la producción agrícola: ... Mercatura autem, si tenuis est, sordida putanda est; sin magna et copiosa, multa undique apportans multisque sine vanitate inpertiens, non est admodum vituperanda; atque etiam si satiata quaestu vel contenta potius, ut saepe ex alto in portum, ex ipso se portu in agros possessionesque contulit, videtur iure optimo posse laudari. Omnium autem rerum, ex quibus aliquid adquiritur, nihil est agri cultura melius, nihil uberius, nihil dulcius, nihil homine libero dignius. De qua quoniam in Catone Maiore satis multa diximus, illim assumes quae ad hunc locum pertinebunt. siguiente pasaje de Séneca, considerado el primer testimonio textual que reporta el término proxeneta: Seneca, Epistularum moralium ad Lucilium 119.1: Quotiens aliquid inueni, non expecto donec dicas 'in commune': ipse mihi dico. Quid sit quod inuenerim quaeris? Sinum laxa, merum lucrum est. Docebo quo modo fieri diues celerrime possis. Quam ualde cupis audire! necinmerito: ad maximas te diuitias conpendiaria ducam. Opus erit tamen tibi creditore: ut negotiari possis, aes alienum facias oportet, sed nolo per intercessorem mutueris, nolo proxenetae nomen tuum iactent. La recomendación, de orden moral, que Séneca hace a Lucilio a propósito de la toma de dinero en préstamo, esencial para emprender una actividad económica, es que no debe llevarse a efecto por mediación de un corredor. He aquí cómo ya en este período se observa una quiebra de aquel inmovilismo republicano tradicional que, como en el pasaje ciceroniano, canta las excelencias de la agricultura como medio de alcanzar la prosperidad económica. Pero, ¡ojo!, que esta ruptura con el modelo tradicional, que constituye precisamente una apuesta por el rápido enriquecimiento especulativo, no puede hacerse sino con extremada cautela y prudencia. De ahí que en el iniciarse la actividad comercial, para la cual se precisa una liquidez que facilite la inversión y despierte confianza en la clientela, el consejo prudente del amigo se anteponga a toda suerte de intermediación. Así resulta del fragmento siguiente, que interesa también reproducir: Seneca, Ep. 119.2: paratum tibi creditorem dabo Catonianum illum a te mutuum sumes. Quantulum cumque est, satis erit si, quidquid deerit, id a nobis petierimus. Nihil enim, mi Lucii, interest utrum non desideres an habeas. Engarzando el contenido de ambos fragmentos, adoptar la condición de mutuario y, en consecuencia, recurrir al crédito de terceros es algo que no debe tomarse a la ligera en un momento histórico en el que la casuística del mutuo de dinero parece multiplicarse y, sobre todo, salir del ambiente en el que tradicionalmente había venido aplicándose. Es decir, que siendo el préstamo mutuo en su origen un negocio gratuito del que, por su propia naturaleza intrínseca estrictamente considerada, el mutuante no obtenía recompensa económica, sino simplemente la restitución de la cuantía entregada en su día, su aplicación y funcionamiento debía discurrir dentro de círculos de amistad o, en todo caso, de estrecha relación sobre la base de una confianza clientelar que, sin necesidad de recurrir a formas solemnes de garantía, entrañaba una obligación solidaria de restitución por parte de los patres adscritos a la misma gens antes de que el nexum compareciera para conformar una modalidad de garantía personal que aseguraba la posición del acreedor. De ahí que con estos primitivos mecanismos no fuese necesaria la interposición de terceras personas y cuando comenzaron a intervenir no debían ir más allá del simple consejo del que no derivaría retribución alguna. Es precisamente a este esquema al que se refiere Séneca (tibi paratum creditorem dabo), que refleja el pleno reconocimiento de la actividad de préstamo por parte de personas privadas e incluso de argentarii14. En cambio, desde el momento en que la actividad mercantil amplia sus horizontes, algo más que generalizado en tiempos de Séneca, y, entre ellas, la actividad de invertir el capital sobrante en préstamos usurarios15 canalizados por la vía estipulatoria, cuando no por el negocio re et verbis que aseguraba todavía mejor si cabe la posición del mutuante, es fácil colegir que surja parasitariamente un colectivo que, a cambio de una retribución, ofrezca a título oneroso sus servicios de consejo y recomendación en una doble dirección, esto es, tanto en pro del mutuante interesado en semejante inversión como en pro del mutuario, falto de recursos monetarios para llevar adelante su propia actividad negocial para la cual precisa de financiación. La presencia de este mediador retribuido que sale, por consiguiente, del círculo familiar y del estrecho tejido clientelar que responde a los conceptos del officium y la amicitia, puede constatarse tímidamente, a lo que parece, en los comienzos de la era imperial y, precisamente, su carácter incipiente por entonces explica el completo desinterés de la jurisprudencia del momento por esta figura, privada por consiguiente de un encuadre autónomo dentro del elenco de negocios que gozaban de tutela procesal dentro del Edicto pretorio. Vayamos nuevamente al primero de los pasajes de Séneca. Los términos que emplea, probablemente como sinónimos, son intercessor y proxeneta, latino el primero y griego en su origen el segundo, no sólo para evitar la reiteración del primer vocablo en dos oraciones sucesivas, sino para mostrar a través del término griego, que refleja una institución griega, con su característica retribución, que probablemente se abría paso en aquel momento dentro del mundo romano, un cierto reproche hacia la naciente intermediación profesional confiada a terceros, observada con recelo por el conservadurismo romano. En realidad, el término intercessio designa la realidad concreta de la participación e intervención de un tercero en pro del interés del mediado, actividad ésta que sobre la base de los estrechos lazos sociales y familiares, se llevaba a cabo muy frecuentemente, al margen de que una función semejante se daba también en otras figuras negociales que respondían mejor a la idiosincrasia del pueblo 14 GARCÍA GARRIDO, El comercio, los negocios y las finanzas en el mundo romano, Madrid 2001, 34 ss. 15 Ya la lex XII Tabularum hacía alusión a las penas que esperaban a quien prestaba usurariamente por encima de la uncia. La Tab. VIII.18a se reconstruye a partir de Tac., Ann. VI.16 (nam primo XII tabulis sanctum, ne quis unciario fenore amplius exerceret), mientras que Tab. VIII.18b a partir de Cato, de re rustica, praef. (maiores – in legibus posiuerunt furem dupli condemnari, feneratorem quadrupli). De este modo, el préstamo se erigía así en el negocio que mejor mostraba ese desequilibrio social y económico entre patricios y plebeyos y su conformación originaria fue fuente de fuertes tensiones políticas que determinaron el advenimiento del texto decenviral. También el gran tratado patricio-plebeyo que supusieron las leges Liciniae Sextiae desencadenó una legislación limitativa del préstamo leonino y de las consecuencias personales que entrañaba su no restitución. romano. El ámbito familiar es precisamente uno de los campos en los que se explica esa singularidad romana de negar capacidad o personalidad jurídica a quienes, en cambio, evidencian aptitudes asociadas a la capacidad de obrar, pues ésta se concreta en cumplir funciones de agente y mediador en pro de la unidad del patrimonio familiar que corresponde al jefe del grupo familiar. El término proxeneta es un préstamo lingüístico al que recurre Séneca para denostar complementariamente ese naciente carácter extrafamiliar de la actividad mediadora, que, precisamente, por ser ajeno al ámbito familiar y alejarse de aquel clientelismo social que imponía recíprocamente officia a los ciudadanos, deviene remunerado. No debe extrañarnos, como veremos más adelante, como asociado al término permanecerá y hasta se acentuará con el paso del tiempo esa semántica de connotación irremisiblemente negativa. De este modo, siendo una actividad que choca con los más arraigados principios conservadores, los del officium y la amicitia, que imponían unos deberes morales (fides) de cooperación para la consecución de una sólida maraña social típicamente romana, Séneca no duda en vilipendiar adicionalmente a estos advenedizos profesionales de la intermediación, tildándoles de personas poco discretas y recomendables16. En realidad, Séneca, que parece romper con ese esquema económico unidireccional fundado en la propiedad inmobiliaria rústica, lo hace, sin embargo, tímidamente. Es un reproche que lanza, no sólo a estos intermediarios, sino al préstamo usurario que, con su mediación y a cambio de una retribución, se concierta entre las partes y al que, se infiere, sólo excepcionalmente debe recurrirse. Así resulta de una atenta contemplación de los pasajes anteriormente reproducidos. Que esta intercessio retribuida, desligada de la estructura social y familiar propia de la época republicana, fue vista en los comienzos del Principado con cierta displicencia, se infiere también de la invocación que más adelante hace el propio Séneca al pensamiento de Catón, paradigma del conservadurismo republicano, esto es, el riesgo de que la deuda crediticia contraida pueda estar en boca de todos17. En este sentido, la expresión nolo ut proxenetae nomen tuum iactent puede interpretarse como „no deseo que tu deuda o tu condición de deudor ande en boca de terceros mediadores‟18. Ni que decir tiene que otro tipo de negocios 16 BURGHARDT, Untersuchungen cit. 7. 17 Seneca, Ep. 119.2: paratum tibi creditorem dabo Catonianum illum a te mutuum sumes... Esta misma idea puede inferirse también de la invocación a Catón el Viejo en el pasaje ciceroniano que hemos reproducido anteriormente, de modo que se puede mostrar el tránsito hacia el reconocimiento social de la actividad mercantil con propósito lucrativo, eso sí anclada todavía en los valores republicanos del officium y la amicitia, que se contrapone al carácter remunerado de la actividad. 18 El verbo iactare puede traducirse aquí como „diseminar‟ o „difundir‟, en este caso la condición de deudor. El término nomen puede traducirse como „deuda‟, puesto que es obvio que el reproche que se apunta hacia los proxenetae profesionales es precisamente el riesgo de que puedan atentar contra el crédito social del deudor, jurídicos, cuyo contenido podría llegar a ser ciertamente próximo, dotados de una tutela jurídica edictal y objeto de amplios comentarios por parte de la jurisprudencia, son concebidos, sin embargo, como gratuitos. En todo caso, debo subrayar que el término latino intercessor no puede ser tomado en el pasaje de Séneca en sentido técnico, probablemente por la inexistencia autónoma en aquel momento de la figura jurídica de la intermediación, dotada ésta de un cuadro detallado de obligaciones para las partes que conforman la relación jurídica. Lo que destila el fragmento de Séneca es el carácter oneroso de la intermediación, pero sin que pueda inferirse cuál es el régimen jurídico de la misma y, lo que es esencial y típico en el derecho moderno, si el mediador pone simplemente en relación a las partes sin intervenir en la conclusión del negocio mediado o si contrata en nombre y por cuenta de ellos, con la natural obligación de transferir los efectos de lo actuado. Es cierto que el verbo intercedere entre sus acepciones cuenta precisamente con la de intervenir en las obligaciones de otro19. Los términos intercessio e intercessor aparecen habitualmente en las fuentes20 para designar la intervención negocial, esencialmente como garantes, de personas privadas de capacidad o con capacidad limitada a las que el Derecho romano a través de diversas disposiciones ha conferido una especial protección21, de modo que en ocasiones se recurre a ellas con un propósito fraudulento. Pero, incluso en estos casos, su intervención no se queda en un simple „poner en relación a las partes‟, sino que llegan a contratar en nombre propio, obligándose, como es natural, a transferir los efectos del negocio en favor del comitente. En cambio, la orientación moralista de la obra de propagando precisamente la cuantía y garantías de la deuda contraída y hasta el número de las mismas que puedan existir coetáneamente. 19 HEUMANN-SECKEL, Handlexikon zu den Quellen des römischen Rechts11, Graz 1971, 278 s.: “dazwischen treten, eintreten, in eine fremde Verbindlichkeit eintreten, d.h., eine Schlud übernehmen, die dem Übernehmer materiell fremd ist und ihm fremd bleiben (vom materiellen Schuldner erfüllt werden) soll”. La casuística jurisprudencial discurre en torno a la interpositio de las mujeres y la aplicación del Senadoconsulto Veleyano. 20 Por ejemplo Pap. 3 responsorum D. 14.3.19.3. 21 Es el caso del patrimonio del pater familias por negocios acometidos por el esclavo no atinentes a la administración del peculio en Ulp. 29 ad edictum D. 15.1.3.5 (... si igitur quasi intercessor servus intervenerit, non rem peculiarem agens, non obligabitur dominus de peculio), con lo que se deja a cubierto frente a una eventual actio de peculio la responsabilidad del pater familias en los casos en que el esclavo haya salido garante por un tercero, puesto que en nada se ve que ello se enmarque en la administración del peculio. Cfr. BURDESE, Controversie giurisprudenziali in tema di capacità degli schiavi, en Studi in onore di Arnaldo Biscardi, 1, Milano 1982, 148.; o el del minor que ha intervenido como garante, se entiende sin la anuencia de su curador, lo que por rescripto de Antonio Pío genera una restitución de la acción contra el deudor principal. Cfr. C. 2.47.1.1: sed et si intercessor minor viginti quinque annis intervenerit, in veterem debitorem debet restitui actio. También vid. D. 18.4.23 pr.; C. 4.29.22; C. 8.35.11; C. 8.40.20 y 21. Séneca no encaja con las singularidades técnicas del proxenetismo, sino que se limita a excluir su conveniencia. Esta misma función mediadora en relación con la actividad mercantil resulta del siguiente pasaje, que se sitúa históricamente en la misma época: Marcial, Epigrammaton 10.3.1-6: Vernaculorum dicta, sordidum dentem, Et foeda linguae probra circulatricis, Quae sulphurato nolit empta ramento Vatiniorum proxeneta fractorum, Poeta quidam clancularius spargit Et vult videri nostra Se hace aquí alusión, en boca del poeta Marcial, a lo que es la venta de restos de Vatiniana pocula, “una speciale forme di coppe a quattro becchi”, a cuya reparación a base de azufre parece que, sobrevenidamente, se dedicó Vatinio, bufón personal de Nerón22, con el propósito de revenderlos posteriormente. Poco o nada que ver con la mediación con vistas a la obtención de crédito, que se recogía en los fragmentos de Séneca23. Sí ofrece interés el hecho de que, en el contexto del pasaje, Marcial emplea el término proxeneta como el colmo del aprovechamiento negocial a costa de otro, lo que abunda en esta idea, ya contrastable en Séneca, del reproche social hacia la actividad de este naciente colectivo, seguramente por su carácter remunerado, extraño a la mentalidad romana. En Marcial, el término proxeneta adquiere su dimensión más despectiva en la medida en que lo identifica, con toda seguridad por el hecho de percibir el proxeneticum, con prácticas parasitarias socialmente reprobables. 3.- La mediación en las fuentes jurídicas: importancia y régimen jurídico Si de los dos pasajes que hemos examinado anteriormente poco podía esperarse en orden a la definición de los elementos esenciales de esta novedosa actividad de intermediación en época imperial, la situación no cambia sustancialmente si consideramos estrictamente las fuentes jurídicas que específicamente se refieren a la institución. De entrada, no hay en los escasos testimonios textuales que contempla el Digesto, todos ellos atribuidos a Ulpiano, una definición sustantiva del negocio de mediación, al modo de otras categorías generadoras de obligación, con un detallado régimen resultante de la actividad interpretativa de la jurisprudencia y con protección en distintas rúbricas del edicto pretorio, sino que tan sólo está 22 TORELLI, Benevento romana, Roma, 2002, 176. 23 BRUTTI, s.v. «mediazione (storia)» cit. 22 s. y BURGHARDT, Untersuchungen cit. 8. presente en esta reducida base textual la indicación de algunos de los elementos que caracterizan la institución, todo ello enmarcado en un momento histórico, el de la dinastía de los Severos, de proyección generalizada de la actividad económica y, por consiguiente, recepticia en este campo a los influjos orientales. Reproduzcamos a continuación los tres fragmentos: Ulp. 42 ad Sabinum D. 50.14.1: proxenetica iure licito petuntur. Ulp. 31 ad edictum D. 50.14.2: Si proxeneta intervenerit faciendi nominis, ut multi solent, videamus an possit quasi mandator teneri. Et non puto teneri, quia hic monstrat magis nomen quam mandat, tametsi laudet nomen. Idem dico, et si aliquid philanthropi nomine acceperit: nec ex locato conducto erit actio. Plane si dolo et calliditate creditorum circumvenerit, de dolo actione tenebitur. Ulp. 8 de omnibus tribunalibus D. 50.14.3: de proxenetico, quod et sordidum, solent praesides cognoscere: sic tamen ut et in his modus esse debeat et quantitatis et negotii, in quo operula ista defuncti sunt et ministerium qualequale accommodaverunt. Facilius quod Graeci έρμηνευτικόν appellant, petit apud eos poterit, si quis forte condicionis vel amicitiae vel adsessurae vel cuius alterius huiuscemodi proxeneta fuit: sunt enim huiusmodi hominum (ut in tam magna civitate) officinae. Est enim proxenetarum modus, qui emptionibus venditionibus, commerciis, contractibus licitis utiles non adeo improbabili more se exhibent. La escasez de las fuentes es ya significativa. Desde la mención de Séneca y Marcial hasta los fragmentos de Ulpiano arriba considerados, la intermediación, pretendidamente considerada como una actividad negocial dotada de sus características propias y distintas respecto de las de otras figuras próximas no parece haber despertado el interés de los juristas. Ello levanta de inmediato las dudas sobre la aplicación práctica de esta forma de intermediación, novedosa en cuanto retribuida y alejada del ambiente social y familiar con el que esta actividad venía llevándose a cabo desde antiguo. Con todo, la orientación de estos tres fragmentos, si bien escasos, es ya eminentemente técnica en cuanto que encaminada a disciplinar una realidad que ya, en tiempos de Ulpiano, debió de haberse consolidado, más que desde el punto de vista de su frecuencia en la praxis negocial, desde el punto de vista de su aceptación dentro del mundo jurídico romano. a.- Elementos personales y reales de la mediación Desde una perspectiva más sistemática, ordenada a delimitar los caracteres de la negociación, hay que subrayar que los términos técnicos empleados en las fuentes (proxeneta y proxeneticum), sirven para designar, respectivamente, un elemento personal y real: el mediador y la gratificación que le espera en razón de la mediación24, que es lícito exigirla en cuanto que la 24 Merces proxenetae recoge 1954, 548. DU CANGE, s.v. proxeneticum, en Glossarium mediae et infimae latinitatisreimp., 6, Graz gestión sea eficaz25, si bien dentro de ciertos límites (modus proxenetarum) y bajo las concretas condiciones del tipo de negocio y de su cuantía, mencionándose prototípicamente la compraventa dentro del entramado de contratos lícitos que operan en la esfera del comercio. No es mucho, pero es, qué duda cabe, un punto de partida. Puede añadirse por mera deducción que conforman también la esfera del negocio la persona del mediado, esto es, aquel que requiere los servicios del proxeneta así como también el mediatario, esto es, aquel tercero sin el cual el negocio principal, recomendado o sugerido por el proxeneta, no llegaría a celebrarse. También, dentro del capítulo de los elementos reales, no son pocas las alusiones que Ulpiano nos deja de su otra vertiente, que no es otra que el propio negocio que se pretende concluir, concebido, tal como concluye el § 3, con gran amplitud hasta el punto de salir también de la esfera patrimonial. Se infiere, por consiguiente, que la actividad mediadora tiene carácter accesorio desde el punto de vista de la exigibilidad de los honorarios del proxeneta en cuanto que se haya supeditada a la conclusión de un negocio principal para el cual, precisamente, se ha recurrido al auxilio del proxeneta. En esta conformación sistemática bien puede reconocerse cómo los pasajes de Ulpiano anticipan caracteres que concurrirán en el corretaje moderno, esto es, un devengo de honorarios fundado en una gestión eficaz hasta el punto de que si el contrato mediado no llega a nacer, no resulta exigible la remuneración del corredor y, al mismo tiempo, la retribución debe ser razonable y acomodada a la entidad económica de la operación en la que el mediador interviene eficazmente. Repasemos a continuación los elementos que acabamos de mencionar. i) El corretaje o proxeneticum Así, a la vaguedad con la que las fuentes literarias conformaban la actividad mediadora, circunscrita a una intermediación en las operaciones de crédito, aparece ahora en los § 1 y 3, complementariamente, una referencia expresa a la retribución del mediador: el proxeneticum. Es precisamente la remuneración del agente lo que, prescindiendo de otra serie de consideraciones morales, dota a la intermediación de una cierta autonomía jurídica, alejándola de otros negocios que no participan de esa característica y aproximándola, en cambio, a otros que son, en esencia, onerosos. Esta problemática y, con ella, la del medio judicial por medio del cual el proxeneta puede exigir sus honorarios están presentes de forma muy nítida en el discurso ulpianeo, lo que abunda en la idea de que, desde un punto de vista edictal, la actividad mediadora, si bien reconocida en la praxis, no había contado hasta ese momento con un específico recurso procesal propio y distinto de aquellos que caracterizan a otros negocios con los que guarda inevitable 25 Ulp. 8 de omnib. tribun. D. 50.14.3. parentesco. Viendo, sin embargo, Ulpiano que la actividad mediadora tiene características propias, rechaza que el medio judicial para tutelar la pretensión del proxeneta pueda ser tanto la actio mandati (contraria) como la actio ex locato conducto. Es cierto que, a propósito del proxeneticum, se mantiene aquella consideración social de reprobación, concretada en la vileza del mismo (§ 3, quod et sordidum), que es sin duda un recuerdo de aquel reproche moral presente en Séneca y Marcial, pero, pese a éste, se reconoce la lícitud desde el punto de vista estrictamente jurídico de su exigibilidad (proxenetica iure licito petuntur). Por consiguiente, es Ulpiano el primer jurista que apunta al reconocimiento como categoría jurídica a la actividad mediadora, saliendo así de la esfera de los hechos meramente sociales sin trascendencia jurídica, desde el momento en que el impago de la retribución que corresponde al proxeneta resulta judicialmente exigible. Ningún jurista anterior, a lo que parece, se ha preocupado de la cuestión, lo que indudablemente apunta a su escasa presencia en la praxis negocial de los siglos anteriores en cuanto que extraña a la mentalidad romana y observada con recelo su introducción en época de Séneca. Cambiadas las cosas en tiempos de Ulpiano, ya no sólo es el caso de reconocer licitud a la pretensión del proxeneta, sino de precisar cuál es el medio judicial para hacerla valer. De ahí que en el § 2, consciente el jurista severiano de hallarse la intermediación (a la que, por otra parte, no designa por medio de un concepto técnico) a caballo entre otras figuras negociales de consolidadísimo régimen jurídico, se plantee si es el caso de extender la tutela procesal de alguna de ellas, en particular del mandato y del arrendamiento. De ahí que sea precisamente dentro del libro 31 de Comentarios al Edicto pretorio donde Ulpiano introduce el discurso justo cuando está concluyendo el repaso al régimen edictal del contrato de mandato. Nada más natural que, después de haberlo examinado con el máximo detalle, se halle en condiciones de poder excluir su sujeción al mismo de otras figuras negociales indudablemente, desde el punto de vista de su contenido, próximas, anticipando asimismo la separación que guarda, pese a su carácter retribuido, con el régimen de la locatio conductio. Adquiriendo la actividad mediadora, como se verá más adelante, características diferenciales frente al contrato de mandato, es el caso de plantearse ahora cuál es la acción a través de la cual, concluido exitosamente el negocio mediado, puede exigir el proxeneta sus honorarios. Nada nos dice de ello Ulpiano en los fragmentos referidos. En su obra de omnibus tribunalibus se ocupa, sin embargo, de las mercedes que se devengan con ocasión de determinadas actividades que antaño tenían la consideración de artes liberales26 en contraposición al trabajo servil, distinción ésta que refleja la oposición libertas-servitus, la 26 Ulp. 8 de omnib. tribun. D. 50.13.1. antítesis otium-nec otium por razón de la mediación de un interés crematístico en el quehacer humano27. El paralelismo a propósito del fenómeno de la intermediación, primitivamente cumplida en el seno de la familia y del clientelismo social, resulta evidente. Dentro de este larguísimo pasaje, nos interesa especialmente el que seguidamente reproducimos: Ulp. 8 omnib. tribun. D. 50.13.1.11: advocatos accipere debemus omnes omnino, qui causis agendis quoquo studio operantur: non tamen qui pro tractatu, non adfuturi causis, accipere quid solent, advocatorum numero erunt. Que aquí Ulpiano pueda estar pensando entre otros en los proxenetae, qui pro tractatu accipere quid solent, resulta dudoso a la vista de la ubicación que LENEL propone para D. 50.14.328. Lo más interesante en el texto que acabamos de reproducir es que Ulpiano contempla la existencia real de honorarios por labores de simple consejo, pero niega, en cambio, que pueda haber una acción para exigirlos. El accipere solent deja también abierta la puerta para una labor mediadora de carácter gratuito29, que se diferenciaría del mandato y del arrendamiento por el hecho de que la actividad del proxeneta no implica celebración por su parte del negocio mediado. Es todo una cuestión de intensidad. El término tractatus, entendido como reflexión genérica, no puede identificarse con la designación específica de un mutuario adecuado. Para los casos en los que el consejo adquiere, por su trascendencia, perfiles profesionales, el propio Ulpiano reconoce la jurisdicción del gobernador de provincias para conocer del impago del proxeneticum, imponiendo, en todo caso, limitaciones semejantes a las que se contemplan para los abogados30, esto es, proporcionalidad entre el montante del negocio mediado y el corretaje, del mismo modo que los honorarios de los abogados han de estar en relación con la enjundia de la retórica empleada en las causas judiciales (facundia advocati). No debe extrañarnos, toda vez que el reconocimiento de la labor mediadora se extiende también en el § 3 a la propia Roma (ut in tam magna civitate). De este modo, no es improbable que la mediación a través de proxenetae, conocida por Séneca como algo típicamente griego, penetre en el mundo romano desde el ámbito provincial helenístico antes de incorporarse a la vida negocial de la capital del imperio. Centrándonos en el problema de la acción, la licitud de la exigencia del proxeneticum resulta de D. 50.14.1, pasaje extraido del libro 42 de Comentarios de Ulpiano al ius civile de Sabino, dedicado precisamente al delito de hurto. LENEL lo ubica precisamente en esta sede con 27 Cfr. SAMPER POLO, Clase Magistral de Apertura de Curso. Escuela de Derecho. Facultad de Ciencias Jurídicas. Universidad Andrés Bello, Santiago de Chile 2008, 8 s. 28 LENEL, Palingenesia iuris civilis, II, 999 s., Lipsiae 1889. 29 STRACCHAE, Tractatus cit. 86 pone de relieve que proxeneticum autem salarium esse, quod proxenetis datur, inquit Accursius. Aparece así la mediación como una suerte de philantrophia. 30 Ulp. 8 de omnib. tribun. D. 50.13.1.10. la idea de equiparar el proxeneticum con la recompensa (indicium) que espera al que delata a quien ha ocultado un esclavo fugitivo. En el pasaje puede encontrarse visiblemente la traza de que tal recompensa, originariamente nacida de un pactum indicii accipiendi que aseguraba al accipiens frente a la condictio recuperatoria, resultaría ahora directamente exigible, dentro del ambiente de la cognitio extra ordinem mediante la actio praescriptis verbis. Y este esquema, del que, sin embargo, para el caso que nos ocupa (intercessio faciendi nominis), no queda rastro alguno en las fuentes, me parece perfectamente asimilable a la situación del proxeneta. De este modo, puede conjeturarse que, de haber estado generalizada la praxis de la intermediación negocial durante la vigencia del procedimiento formulario, la tutela del proxeneta se habría canalizado seguramente a través de una exceptio pacti para lograr así el efecto de la soluti retentio, pero siendo los primeros testimonios textuales de contenido jurídico de época de Ulpiano no debe extrañarnos que el tratamiento procesal tenga un encaje exclusivo en el sistema de la cognición oficial. Precisamente lo novedoso del remedio, no habiendo en el procedimiento formulario un recurso equivalente, propende por un origen exclusivamente cognitorio. De este modo, sólo en el marco del procedimiento cognitorio resultaría posible, a través de la actio praescriptis verbis, plantear una reclamación de honorarios. Con anterioridad, podría hipotéticamente pensarse en la existencia de un pacto del que no derivaría acción para el proxeneta, pero que le permitiría resistir la condictio indebiti del intermediado, pero es poco probable que de la necesidad de financiación a través de mediadores a la que Séneca apuntaba se hubieran hecho eco los juristas en los comienzos del Principado. Ningún rastro de ello se encuentra en los fragmentos de juristas anteriores a los Severos, lo que es prueba del carácter excepcional con el que se habría recurrido por aquel entonces a la mediación profesional. La importancia desde un punto de vista estadístico de esta labor de asesoramiento cumplida por intermediadores ajenos al ámbito familiar surgiría así en el tránsito del siglo II al III d.C. y no es extraña a tal labor de consejo la percepción de una retribución, puesto que esta labor no está en modo alguna revestida de la honorabilidad que, en cambio, caracteriza la función de auctoritas de los juristas31. También, en los pasajes reproducidos salta a la escena de la aplicación de la actio de dolo en aquellos casos en los que el resultado del negocio ha sido extremadamente perjudicial para el mediado sobre la base de una indicación maliciosa y deleznable que, de no haber concurrido, se habría evitado. De ello nos ocupamos un poco más adelante. 31 La consideración de la jurisprudencia como ars liberalis de contenido esencialmente gratuito determina que puedan honestamente recibir y retener gratificaciones que de ningún modo podrían de iure reclamar. Vid. Ulp. 8 omnib. tribun. D. 50.13.1.5. En resumen, en torno al siglo III d.C., queda consagrado en toda su plenitud el principio que propaga la licitud de la retribución que espera al mediador, lo que bien puede acreditar una tendencia a desmarcar la actividad de intermediación cumplida por los dependientes de la esfera familiar, consecuencia también de la pérdida de intensidad de la patria potestas y del relajamiento del principio de unidad del patrimonio familiar. Pero tal remuneración, que es, de entrada, calificada como vil, depende de una serie de condicionantes lo que acentúa la idea de que su admisión no es connatural al ejercicio de la actividad mediadora y que incluso su generalización puede bien situarse sólo a partir de los juristas severianos32. Efectivamente, ya apuntábamos anteriormente cómo las fuentes más antiguas referidas a la figura del proxeneta nada dicen de la retribución que éste percibe, sino que, especialmente Séneca, funda su rechazo en el deterioro social que al mutuario puede acarrearle la mediación de terceros despegados de aquellos lazos familiares y sociales que en otro tiempo aseguraban su buen nombre. Pero sí se apunta a que su cuantía debe ponerse en relación con las características del negocio intermediado. Esto confiere a la actividad del corredor un carácter accesorio, de modo que la obligación de retribuir, no sólo ha de ser cuantitativamente acomodada al montante económico del negocio principal, sino que su percepción depende de la eficacia del consejo o recomendación del proxeneta, sin la cual no se hubiera llegado a celebrar. ii) Contenido de la actividad del proxeneta y sus diferencias con el mandato y el arrendamiento Enmarcada dentro de la preocupación ulpianea de la correcta delimitación de la categoría y encaje de la misma en el cuadro de negocios relacionados con la esfera comercial de los particulares, se hace imprescindible detenerse, siquiera sea muy sintéticamente, en las diferencias existentes con el mandato y el arrendamiento. En relación con el contenido de su actividad, como también pondremos de relieve, parece que el mediador se limita a indicar a una de las partes la oportunidad o conveniencia en orden a la conclusión de un negocio jurídico principal en el que no interviene, siendo, por consiguiente, ajeno a cualquier patología que pueda darse a propósito del negocio intermediado33. Este idea de consejo, ya no dado por un amigo, sino por un profesional del ramo, genera un deber de retribución moderado por las circunstancias del negocio que finalmente se celebra. Y precisamente se diferencia del encargo que está en la base del contrato de mandato. Sobre ello se detiene precisamente Ulpiano antes que en el hecho de que la labor 32 MICHEL, Gratuité cit.193 ss. 33 Nos dice STRACCHAE, Tractatus cit. 86 que el officium proxenetae est in tractando, non concludendo, nisi a partibus mandetur, quae ex vi verbi comprobantur; est enim medius et conciliator. del proxeneta pueda tener carácter profesional, precisamente cuando en el § 2 excluye que contra el proxeneta que recomienda que el préstamo se lleve a cabo en favor de un determinado mutuario pueda accionarse con la actio mandati contraria, quia hic monstrat magis ... quam mandat. Por consiguiente, he aquí una notable matización jurídica en la medida en que el mandator mandat, mientras que el proxeneta monstrat, que en este caso podemos traducir como „indica, señala o designa‟ un mutuario interesado en obligarse. La diferencia radicaría, por consiguiente, en que el mandante ordenaría o encargaría que se preste dinero a Ticio. En la base del negocio estaría el deseo del mandante de favorecer a un tercero, necesitado de ayuda económica. También puede ser una oportunidad de lucro para el mandatario si se estipulan intereses complementarios. Pero lo que determina la tutela procesal por la vía del mandato no es la constatación de una relación jurídica a tres bandas que termina por perjudicar al mandatario mutuante, sino el hecho de que la datio efectuada obedece a un mandatum. Por contra, el proxeneta se limitaría a recomendar a alguien como mutuario, probablemente a requerimiento del mutuante, deseoso de invertir su capital sobrante y, por tanto, de su eventual insolvencia no respondería el mediador. Esta responsabilidad por razón de la deficiente conclusión de prestaciones en torno al negocio mediado (Ulpiano, como ya Séneca, habla en el § 2 de proxeneta nominis faciendi, esto es, de un mediador a la búsqueda de un mutuario solvente para provecho del prestamista) queda limitada tan sólo al dolo y no resulta exigible a través de las acciones derivadas del contrato de arrendamiento, sino precisamente a través de la actio de dolo34. No hay, por consiguiente, equiparación entre encargo y recomendación o sugerencia. Por tanto, no hay posibilidad de que los perjuicios derivados de un consejo puedan ser reclamados con la actio mandati contraria. La conducta que se persigue sancionar con la acción penal es la calliditas o el dolus del proxeneta sólo en el supuesto de que resulte un perjuicio efectivo para el comitente, sin que tal conducta pueda ser aducida con propósito rescisorio35. Ello abunda en la idea del carácter accesorio de la mediación respecto del negocio principal. Si éste ha resultado provechoso para el comitente, la calliditas del proxeneta es irrelevante y no dará lugar a la actio de dolo. El comportamiento del mediador sólo deviene relevante para el caso de que el negocio intervenido resulte frustrado. 34 Ulp. 31 ad edictum D. 50.14.2. 35 Ésta es la interpretatio que sobre Ulp. 31 ad edictum D. 50.14.2 hace Torrascassana, Catedrático de Instituta de la Universidad de Cervera en su obra de 174 volumen velitationum iuris academicarum pubblica disputationi exercitationis gratia expositarum. Vid. RICART MARTÍ, Tractat de dret d’obligacions de Joan Antoni Torrascassana (1741). Universitat de Cervera, en Revista de dret històric català 2 (2002) 276 n. 129. Lo apuntado anteriormente confiere a esta naciente categoría de la intermediación la característica propia de su dimensión unilateral, frente a la bilateralidad funcional que es propia de los otros dos contratos con los que Ulpiano la pone en relación36. No hay obligación de dar consejo, pero sí de retribuir el que ha sido provechoso cuando éste ha partido de un tercero, ajeno al círculo de relaciones del comitente y profesionalmente orientado al asesoramiento en un determinado campo negocial ajeno al mundo de las artes liberales. Esta recomendación o consejo cualificado, que lo diferenciaría de una opinión atrevida (tractatus), permite sostener que en plena vigencia del sistema de la cognición oficial pueda reconocerse a favor del proxeneta la actio praescriptis verbis. No hay, por tanto, una acción del mediado contra el corredor nacida de este negocio de mediación, sino simplemente y condicionada al cumplimiento de ciertos requisitos una acción cognitoria del mediador contra el mediado para exigir los honorarios devengados en función de la naturaleza y cuantía del negocio del que el mediado obtuvo provecho. Naturalmente, puesto que no hay propiamente un contrato entre ellos, ninguna responsabilidad de este tipo puede exigirse si el negocio concluido sobre la base de la recomendación dada no es exitoso, pero en tal caso nada se deberá al proxeneta y, además, cabe que entren en juego las reglas ordinarias de la responsabilidad extracontractual para aquellos supuestos en los que el dolo y la malicia del mediador, no sólo no hayan proprocionada la utilidad sobre la que descansaría el deber de retribuir la labor del proxeneta, sino que incluso hayan generado un perjuicio patrimonial a la persona del intermediado. Por consiguiente, cuando la mediación ha consistido en sugerir o proponer una persona en calidad de mutuario (laudatio nominis faciendi), el proxeneta no responde objetivamente de su falta de solvencia ni siquiera por el hecho de obtener una retribución, sino sólo en cuanto pueda reconocerse como maliciosamente perjudicial para el mutuante la indicación de un mutuario concreto. Aunque la conducta que motiva el ejercicio de la acción contra el proxeneta, tal como reza el fragmento, es el circumvenire, debe actuarse un perjuicio concreto sobre la base del cual calcular el montante de la condemnatio. También, del pasaje, en relación con el que le 36 No compartimos la consideración de PIQUER MARÍ, Algunas consideraciones cit. 709, que entiende el negocio de mediación, cuando interviene retribución, como una modalidad del arrendamiento de obra, apoyándose en Gai. 3.162 (es a todas luces una errata en n. 68 la referencia a Gai. 1.162), puesto que el proxeneta no es ningún conductor, sino un simple hortator, cuya retribución, por lo demás, no se puede exigir ex conducto, sino extra ordinem. En caso contrario, su responsabilidad se extendería más allá del dolo, como resulta de Ulp. 31 ad edictum D. 50.14.2 y sería muy dudoso que la locatio-conductio pudiera acoger una actividad que tantos recelos despierta y a los que el propio Ulpiano se refiere (quod et sordidum). Por lo demás, en ningún texto se habla de merces, como invoca el autor, (713) ni encaja en la esencia de la locatio-conductio las peculiaridades que concurren para determinar la cuantía del proxeneticum, especialmente las contempladas en la constitución alojada en C. 5.1.6. Cfr. DOMÍNGUEZ TRISTÁN, Una aproximación cit. 266 ss. antecede en la rúbrica de proxeneticis37, resulta que la retribución para el mediador (proxeneticum) puede o no concurrir, lo que aproximará la mediación, por esta sola razón, al arrendamiento y al mandato respectivamente, negocios a los que se refiere, no por casualidad, el propio Ulpiano, pero de los que finalmente se separa. Es indicativo de ello la aseveración quia hic monstrat magis nomen quam mandat, tametsi laudet nomen. Su preocupación, por tanto, discurre en torno al medio judicial apto para canalizar la pretensión del proxeneta, siendo eficaz la mediación acometida por él, y, resultando posible para el corredor obtener una retribución o desempeñar su cometido altruistamente, parece plausible que Ulpiano plantee el discurso en torno al eventual encaje de la actividad del corredor, sea dentro del contrato de mandato que dentro del contrato de arrendamiento para, finalmente, alejarse de ambos tipos contractuales en cuanto que la mediación parece cobrar el sentido de una mera recomendación, de la que derivaría sólo una responsabilidad por dolo así como la facultad de exigir extra ordinem los honorarios por la vía de la actio praescriptis verbis. En todo caso, el testimonio ulpianeo se mueve siempre dentro de la esfera del comercio y, en particular, dentro de la actividad crediticia. iii) Límites diferenciales de la mediación con el mandatum pecuniae credendae Una solución aparentemente semejante resulta también cuando la recomendación de un mutuario, finalmente insolvente, deriva de un contrato de mandato, en definitiva, de un encargo del mandante, lo que le convierte en garante por la cuantía de lo que, eventualmente, pueda resultar insatisfecho, ostentando, en cambio, el mutuario insolvente la condición de tercero en favor de quien se hace el mandato38. Precisamente, verificándose el negocio en interés del mutuario, se explica más fácilmente la responsabilidad que asume el mandante-garante, al propio tiempo que lo distancia del supuesto de mediación del proxeneta, en el que el interés del negocio, concebido como de inversión dentro de un ambiente de creciente actividad comercial (ut multi solent), parece corresponder más bien al mutuante, con lo que la responsabilidad del proxeneta ante la insolvencia del mutuario no desciende a la culpa y, en su caso, tiene derecho a una retribución, que de este contexto se infiere que ha de satisfacer el creditor, que es quien, en definitiva, como han manifestado reiteradamente los tribunales españoles, ha promovido la mediación, que, finalmente, le ha sido provechosa. Pero prescindiendo de a quien aprovecha más el préstamo, si al mutuante o al mutuario, lo cierto es que la naturaleza del negocio (mandato o mediación) resulta realmente de la intensidad de la admonición que precede a la datio. Esta intensidad puede graduarse 37 Ulp. 42 ad Sabinum D. 50.14.1. 38 Gai. 3.155: mandatum consistit, sive nostra gratia mandemus sive aliena... precisamente con ese binomio verbal que recogía tan precisamente Ulpiano (mandaremonstrare) y que, en consideración al rigor con el que deben contemplarse las categorías jurídicas, obliga a diferenciar entre encargo imperativo y recomendación prescindible faciendi nominis. En consecuencia, cuando el préstamo usurario frustrado depende de una simple recomendación genérica, con o sin indicación de un mutuario concreto, no cabe que el acreedor pueda demandar con la actio mandati ni se da situación alguna de garantía a cargo del intermediario. Sólo la indicación maliciosa de un mutuario inapropiado daría lugar al ejercicio de la actio de dolo. Por el contrario, cuando estamos en presencia de un auténtico mandatum pecuniae credendae, esto es, un encargo que se hace con indicación concreta del mutuario, prevaleció la idea de que el mandatario dispone, como modo de hacer efectiva la garantía contra el mandante, de la actio mandati contraria, que, por su carácter ex fide bona tiende a perseguir la dolosa o culposa indicación de un mutuario insolvente: Gai. 3.156: ...Et adeo haec ita sunt, ut quaeratur, an mandati teneatur qui mandavit tibi, ut Titio pecuniam faenerares. Sed Servius negavit nec magis hoc casu obligationem consistere putavit, quam si generaliter alicui mandetur, uti pecuniam suam faeneraret. Sed sequimur Sabini opinionem contra sentientis, quia non aliter Titio credisses, quam si tibi mandatum esset. Me parece evidente, por tanto, en el estricto plano de los hechos, la identidad de situaciones. El testimonio gayano contempla el supuesto desde la óptica del contrato de mandato, que tiene como beneficiario de la actividad negocial a un tercero, como también es tercero, al menos en relación al mutuo establecido, el propio mandante. Hasta cuatro veces aparece en el testimonio gayano la referencia al mandato como un encargo que genera la doble obligación de atenderlo (por el mandatario) y de indemnizar los perjuicios que de su ejecución resulten (por el mandante). La exigencia de responsabilidad como consecuencia de esta desafortunada índicación de la que ha sido víctima el mandatario-acreedor depende ineludiblemente de la no restitución por el tercero-deudor, bien de la cantidad prestada, bien de todos o parte de los intereses que se puedan haber estipulado. Pero el detrimento que mueve el ejercicio de la actio mandati contraria no es el hecho de haber recomendado el préstamo como actividad adecuada para la obtención de un lucro, pues ningún dolo o culpa puede reconocerse en proponer invertir el dinero superfluo39 sin indicación de un prestatario específico. Tampoco el hecho de haber propuesto un mutuario concreto finalmente insolvente. Lo que permite entablar la actio mandati contraria es el encargo inicial, esto es, la obligación que el mandante crea en cabeza del mandatario, obligación que queda tutelada a través de las acciones directa y contraria 39 Otiosam pecuniam domi, ex. Gai. 3.156. del contrato de mandato. Una solución contraria resulta, no obstante, de otro pasaje de Gayo, esta vez extraído de sus comentarios al pretendido edicto pretorio provincial: Gai. 4 ad edictum provinciale D. 4.3.8: quod si cum scires eum facultatibus labi, tui lucri gratia adfirmasti mihi idoneum esse, merito adversus te, cum mei decipiendi gratia alium falso laudasti, de dolo iudicium dandum est En realidad, el pasaje se liga mucho mejor con lo señalado en el fragmento ulpianeo a propósito del proxeneta nominis faciendi hasta el punto de que se da coincidencia de soluciones respecto del medio judicial que puede intentarse contra quien recomienda, con propósito de defraudar al mutuante, un mutuario inapropiado: la actio de dolo. La falsa laudatio es el medio escogido para actuar un a todas luces animus decipiendi frente al mutuante. La falta de reconocimiento formulario autónomo de esta actividad mediadora desplegada maliciosamente por el intercessor-proxeneta da como medio judicial propicio, por su carácter subsidiario, la mencionada actio de dolo40, precisamente adversus eum, qui adfirmaverat idoneum esse eum, cui mutua pecunia dabatur, siempre que concurra un engaño notable y evidente en la indicación del mutuario41. En oposición al fragmento de las Instituciones de Gayo, no hay técnicamente un contrato de mandato, sino que el negocio jurídico proyectado, usualmente encuadrable dentro de la categoría del mandato, se ha canalizado por la vía del consejo o la recomendación, lo que condiciona consiguientemente la tutela procesal. De toda esta base textual puede concluirse, haciendo abstracción de los principios que pueden obtenerse de los mismos, que el problema de la responsabilidad que soporta el mediador, más que estar estrechamente ligada al provecho o interesse que resulta del negocio intermediado, lo está al modo en el que se actúa su intervención en el negocio mediado. Cierto es que, como regla general, el mandato no puede hacerse en provecho exclusivo del mandatario, 40 Ulp. 11 ad edictum D. 4.3.1.1. En síntesis, sobre el pasaje, cfr. ALBANESE, La sussidiarietà dell’«actio de dolo», en Annali Palermo 28 (1961) 173 ss.; ID., Ancora in tema di sussdiarietà dell’«actio de dolo», en Labeo 9 (1963) pp. 42 ss.; GUARINO, La sussidiarietà dell’«actio de dolo», en Labeo 8 (1962) 270 ss. [=Pagine di diritto romano, 6, Napoli, 1995, 281 ss.]; MASCHI, La preuve de fait du dol et la construction doctrinale du «dolus malus» en droit romain classique, en La Preuve, 1, Antiquité, Recueils de la socièté Jean Bodin pur l’histoire comparative des institutions, Bruxelles 1964, 350 ss.; METRO, La «denegatio actionis», Milano 1972, 78 s.; GIOMARO, La tipicità delle «legis actiones» e la «nominatio causae», Milano 1988, 30 n. 49; MOLNÁR, System der Verantwortung im römischen Recht der späteren Republik, en BIDR 92-93 (1989-1990) 576 s.; VÉGH, «Meditatio de edicto de pactis», en «Ars boni et aequi». Festschrift Waldstein, Stuttgart 1993, 352 s.; y más recientemente DE CASTRO CAMERO, D. 4,3,5 (Ulp. 11 ad Ed.): a propósito de la responsabilidad subsidiaria por dolo, en La responsabilidad civil. De Roma al derecho moderno. Actas del IV Congreso Internacional y VII Congreso Iberoamericano de Derecho romano, Burgos 2001,174 ss.; y CURSI, «Actio de dolo» e danno da falsa informazione del terzo, en «Fides, humanitas, ius». Studii Labruna, 2, Napoli 2007, 1231 ss. 41 Ulp. 11 ad edictum D. 4.3.7.10: ... nam nisi ex magna et evidenti calliditate non debet de dolo actio dari. pero no creo que la relación negocial entre éste y un tercero con fines de inversión y lucro para el mutuante se funde, convirtiéndose así en una mera intermediación, en una exhortación o consejo, de la que, en su caso, puede derivarse el devengo del proxeneticum, algo que, a la vista de los pasajes de Ulpiano, parece común a finales de la época clásica en razón de la utilidad derivada del negocio intermediado sólo en aquellos casos en los que no ha habido un encargo inicial. La fidelidad a la tipicidad de los negocios jurídicos con tutela procesal edictal, máxime en los consensuales, donde la existencia misma del negocio depende de un consentimiento inicial, proporciona al mandatario un medio judicial adecuado (la actio mandati contraria) para obtener la reparación conveniente, sin tener que canalizar su pretensión extra ordinem. Esta misma idea la expresa Celso en boca de Ulpiano: Ulp. 31 ad edictum D. 17.1.6.4-5: si tibi mandavero quod mea non intererat, veluti ut pro Seio intervenias vel ut Titio credas, erit mihi tecum mandati actio, ut Celsus libro septimo digestorum scribit, et ego tibi sum obligatus. Plane si tibi mandavero quod tua intererat, nulla erit mandati actio, nisi mea quoque interfuit: aut, si non esses facturus, nisi ego mandassem etsi mea non interfuit, tamen erit mandati actio. En el texto se distinguen, a propósito de una relación crediticia, propiciada por la intervención de un tercero, dos supuestos distintos. Cuando el interés en obtener crédito es de un tercero, el contrato de mandato se revela como una figura negocial adecuada, tanto para proteger las expectativas del tercero ante el incumplimiento del mandato (erit mihi tecum mandati actio), como para dar cobertura al mandatario contra el mandante ex mandati contraria actione para el caso de que el crédito resulte fallido (et ego tibi sum obligatus). Cuando la perspectiva del negocio crediticio principal cambia y, en razón de ello, es el mandatario el interesado exclusivo en invertir en un negocio de préstamo, la mediación que se requiere de un tercero ordenada a la localización de un mutuario solvente no parece encajar en la esencia del contrato de mandato, puesto que está en la naturaleza de este contrato que atienda al interés del mandante (mandatum mea gratia) o de un tercero (mandatum aliena gratia) y no, exclusivamente, al del mandatario (mandatum tua gratia). Por ello, el nulla erit mandati actio indica que el mandante no puede exigir ni tiene interés que lo exiga el cumplimiento del mandato que no le reporta utilidad alguna, pero no priva, en cambio, al mandatario de entablar contra el mandante la contraria para el caso de que el negocio no le haya resultado provechoso conforme a las reglas de la buena fe. En realidad, ha habido ciertamente un encargo, el del mutuante a un tercero para que le procure un mutuario adecuado, pero éste se ha gestado sobre la base de un mandato invertido que también proporciona tutela al mutuante. La intermediación, como actividad de hecho no revestida de una forma contractual, ha existido y de ella, en su caso, puede derivarse una responsabilidad para el mediador limitada al dolo así como, eventualmente, una retribución, exigible en tiempos de Ulpiano extra ordinem. Estamos, por consiguiente, en presencia de consejos de los que no se deriva ninguna obligación, a menos que haya intervenido dolo o fraude42. 42 Ulp. 30 <31> ad edictum D. 50.17.47 pr.: consilii non fraudulenti nulla obligatio est: ceterum si dolus et calliditas intercessit, de dolo actio competit. Vid. a propósito TORRES PARRA, El mandato de crédito como garantía personal, Madrid 1998, 62 ss.