LA LEX AQUILIA La lex aquilia se origina con la intervención del tribuno Aquilius. La fecha de la ley es desconocida, pero su aprobación debió haber ocurrido probablemente en la primera parte del siglo III a.c. Su materia era la consideración del damnum iniura datum, considerado como un delito. Y lo trataba propiamente en el capítulo I y en el III. En el primero se disponía que: “El que hubiere matado con injuria el esclavo o esclava ajenos, a un cuadrúpedo o a una res, sea condenado a pagar al dueño cuanto fuera el máximo valor que en ese año hubo tenido dicha cosa.” En el tercero se prescribía: “Respecto a las demás cosas, excepto el esclavo y las reses que hayan sido muertos, si alguien hiciera daño a otro, porque hubiere quemado, quebrado o roto alguna cosa con injuria, sea condenado a pagar al dueño tanto cuanto aquella cosa valiere en los últimos treinta días.” Con anterioridad a esta ley, ya en la ley de las XII tablas, se prescribía la sanción de determinados daños. Así, el corte clandestino de árboles era sancionado por la actio de arboribus succisis o arborum furtim caesarum. También el daño producido por animales, mediante la actio de pauperie, que luego será retomada por el pretor. Pero como lo dice Ulpiano en (D. 9.2.1) la lex aquilia derogó todas las leyes que antes de ella trataron del daño con injuria. El capítulo II, se refería a la acción que se concedía contra el adstipulator (coestipulante) que en fraude del stipulator (estipulante) había liberado indebidamente por la acceptilatio (reconocimiento de pago) al deudor de la prestación de dinero, siendo esta acción por un monto equivalente (Gai. III 215) Este mismo autor nos dice que “es manifiesto que esta acción ha sido introducida en esta parte de la ley a título de daño, pero la previsión no era necesaria, ya que la actio mandati bastaba a este efecto, salvo en lo referente a que en esta ley (Aquilia) en caso de que la otra parte negara la responsabilidad, la acción es por el duplum. En la época de la ley Aquilia no existía la actio mandati, por lo que lo dicho acá por Gayo resulta cronológicamente desubicado. Lo que pasamos ahora a analizar es propiamente el problema de la responsabilidad nacida por el daño. Para resultar alguien responsabilizado del damnum ocasionado es necesario: a) Que exista una relación de causalidad entre el agente productor y el efecto dañoso; y b) Que el mismo se haya producido con injuria. Respecto de ambos requisitos, tenemos que partir del texto mismo de la ley Aquilia, por lo menos en el estado que nos ha llegado a nosotros (Tit. II del Libro IX del Digesto). Aparentemente, la ley habría utilizado los términos caedere (abatir) y occidere (matar abatiendo), creyendo que quizás el realmente utilizado haya sido caedere y no occidere, toda vez que sería más amplio ya que de esta forma quedarían incluidos no solamente la muerte sino las heridas producidas. Quizás, en un comienzo la interpretación de los términos legales (caedere, occidere) se pensó en forma demasiado simple, produciéndose la responsabilidad por el criterio primero de la causación directa por parte del agente productor del daño. Pero luego, la jurisprudencia fue elaborando criterios ulteriores que significaron una apreciación cada vez más afinada de los casos en que se producía la responsabilidad. Y ello resultaba lógico, puesto que la realización del damnum se puede realizar en condiciones y circunstancias muy variadas. Y si bien el principio rector se vincula estrechamente con el principio del alterum non laedere, en el fondo hubo que tener también siempre presente el principio magno del suum cuique tribuere (Ulp. D.1.1.10.1), en el sentido de que, teniendo en cuenta los comportamientos de los intervinientes y las causas que rodean el caso. Hay que tener en cuenta que el damnum iniura genera una actio poenalis, y en consecuencia un juicio y como lo recordaba Cicerón: “El género judicial es aquel en el que se discute la naturaleza de lo equitativo y de lo inequitativo y la cuestión de la recompensa o del castigo.” De ahí que los juristas nos presentan una muy rica casuística, en la cual se trata de determinar, según el actuar del agente productor del daño y de la víctima, teniendo en cuenta las demás circunstancias del caso, si el agente es o no responsable. a) En lo que hace a la cuestión de la causalidad, desde un principio se interpretó que el agente debía producir directamente el damnum. Así lo recuerda Ulpiano (D. 9.2.7.1) “Mas debemos entender matado (occisum), ya sea con espada, ya también con palo, o con otra arma, o con las manos, si acaso lo hubiere estrangulado, o si le acometió a patadas, a cabezadas, o de cualquier otra manera”. Gayo ha dicho “Que se ha admitido que la acción de esta ley es para el caso en que se cause el daño directamente con alguna parte del cuerpo”, de donde la romanística ha expresado la fórmula corpore corpori Batum (ocasionado con el cuerpo del agente sobre el cuerpo de la víctima o de la cosa). Pero comenzaron a presentarse ciertos casos, en los cuales el daño no se producía cumplimentando esta forma de causalidad física e inmediata. Así los casos presentados por Gayo (III, 219), cuando por ejemplo el daño se produce por una omisión, como “si se encierra y se deja morir de hambre a un esclavo o a una cabeza de ganado ajeno” o se ocasiona sin existir contacto físicos, como por ejemplo, “si se persuade a un esclavo ajeno para que suba a un árbol o baje a un pozo, y al subir o al bajar se cae y se mata o queda lisiado.” En casos semejantes, el pretor concedía acciones útiles o in Factum o ad exemplum legis Aquilae. De este modo, existía la actio legis Aquiliae en la cual era necesaria la relación física en inmediata del agente productor del daño respecto de la cosa, y la concesión de estas otras acciones pretorias, en las cuales se ampliaba el concepto de la causalidad, hablándose entonces de causam mortis praestare. Así es revelador en tal sentido el caso presentado por Ulpiano (D. 9.2.9): una partera le ha dado a la mujer un medicamento de resultas del cual esta muere. Aquí debemos ver cómo fue modus operandi, si la partera lo aplicó con sus manos en la boca de la mujer, se ha producido el occidere. Por lo que corresponde la acción directa legis Aquiliae; en cambio, si la partera se lo ha dejado para que luego la mujer lo tomara, entonces se hablaba de que causam mortis praestitit, y correspondía la actio in factum. b) A su vez, era necesario que que el damnum se hubiera producido iniura. ¿Qué significa esta palabra? El sentido más general es de “quod non iure factum est, hoc est contra ius” (Ulpiano D. 9.2.5.1); es decir, lo que es hecho de manera no conforme al ius, o sea contra el ius. Se advierte que desde tiempos muy antiguos existió una primera interpretación donde resultaba responsabilizado el que producía el daño sobre la persona o cosa (corpori), de tal modo que el mero ictus, o sea el golpe con o sin armas ocasionante del daño, significaba el concepto de culpa como “causa determinante” y por ello era considerado en sí mismo como iniuria. Esta tendencia de interpretar el caedere o el occidere, es de por sí causado con iniuria se corresponde en los comentarios a esta lex Aquilia con ciertos casos en los cuales en principio, resulta evidente la comisión del daño, como cometido directamente con iniuria, sin exigir ninguna causa de exoneración: así, la interpretación y ejemplificación de lo que significaba occisum (Ulpiano. D. 9.2.7.1), lo que se daba si alguien hubiera matado un esclavo con dolo (Ulp. Celso D. 9.2.23.9); o incluso si alguien hubiere arrojado a otro de un puente y hubiese perecido por el mismo golpe o se hubiere ahogado; o si hubiera estrellado a un niño contra un peñasco, o si hubiese incendiado mi arboleda, o mi casa de campo. Es decir, en estos casos la iniuria (por dolo o por culpa) aparece evidente en la acción dañosa. Y por ello nace la responsabilidad por la comisión de la pura comisión, sin existir ninguna causa de exoneración. Pero dada la variedad indefinida en la forma en que se puede producir el daño, en la generalidad de los otros casos que se nos presentan, se hizo necesario un análisis de las circunstancias de las conductas asumidas por el victimario y la víctima, para determinar cuál había sido “la causa determinante”, ya sea para considerar la existencia de alguna causa de exoneración, o la determinación de alguna conducta reprochable, es decir, que no bastaba el mero acto de herir o matar, o en general, el de dañar cosas, se produjera simplemente por el caedere, el occidere, el frangere ( hacer pedazos), el urere (quemar), y el rumpere (quebrar), salvo la evidencia misma de la iniuria (dolo o culpa). Por ello es que la comisión de la acción exige, además, la iniuria. Así esta dicho por Ulpiano que: “Con razón añade, que se haya matado con iniuria, porque no basta que se haya matado, sino que debe hacerse esto con iniuria.” (D. 9.2.3.) Luego Justiniano nos aclara qué es lo que se debe entender con este requisito. Conviene que la injuria la entendamos aquí, no como respecto a la acción de iniurias, como cualquier contumelia, sino lo que se hizo no según el ius, esto es contra el ius, a saber si con culpa alguien hubiere matado…. Por lo tanto, aparece la palabra culpa vinculada con injuria. Aquí lo “injusto, como lo dice Schipani “non resulta tanto orientato al indicare il requisito Della violazione del diritto realizzata dall¨evento, che rizulta già dal requisito predetto Della altruità, o illiceitá del fatto nel suo complesso….; esso resulta persciò orientato ad indicare la ingiustificatezza Della condotta,cioé. I`assensa de causa de justificazione per essa. Alguien ha cometido un damnum, por ello será en principio responsable, pero de lo que se trata es ver, más que la existencia o no de la intención, si existe o no una causa de justificación o de exoneración. Si ella existe, el agente que lo produjo ha actuado iure. En cambio, de no ser así, habrá actuado non iure, en cuyo caso se dice que ha obrado con culpa, y por ello será inculpado del damnun. Es decir, no sólo hay que constatar la existencia del damnum, sino considerar las circunstancias concomitantes a la producción del mismo, así como examinar la conducta objetiva que ha tenido el causante del daño. Y decimos objetiva, por cuanto en cada uno de los casos concretos que se presentan hay que tomar en consideración no las intenciones internas o psicológicas del agente productor (es decir si realizó el daño intencionalmente o no), de tal modo que sean las motivaciones anímicas y volitivas las que lo responsabilicen, sino de hacer una valoración de la conducta exterior de dicho agente, en su relación con la víctima, a la luz del parámetro de la diligencia o negligencia de la víctima, que hubiere obrado como concausa, determinar lo más claramente posible cuál fue la causa reprobable que produjo el daño. Respecto del tema de la justificación o injustificación del que produjo el daño, hay una abundante casuística en el capítulo II del Libro IX del Digesto, podemos señalar algunos ejemplos: En legítima defensa: Si mato a un esclavo tuyo que me acecha, estaré exento de responsabilidad, porque la razón natural permite defenderse contra un peligro. Si soy atacado por un esclavo armado, no habrá injuria, si lo mato, salvo que pudiere haberlo reducido y no lo hice. El principio que rige es que toda fuerza puede ser repelida por la fuerza, y este principio es admitido por todos los derechos. También actuaría con iniuria, si para defenderme de un agresor le tiro una piedra, esta no da en el blanco previsto sino que hiero a un esclavo, reitero el herirlo es actuar con injuria. Ulpiano da también el ejemplo de un pugilista que en combate mata a su contrincante, no hay aquí iniuria, sino que lo ha hecho por causa de la gloria y del valor. Causa sorpresa leer en Paulo (D.9.2.30) que no es condenable por iniuria aquel que mate al esclavo ajeno sorprendido en adulterio, ya que hay un ataque al honor conyugal. POR ESTADO DE NECESIDAD Ulpiano en el Digesto da el ejemplo de una nave a la que se le cortan las amarras, hundiéndose la misma, se puede aplicar la lex Aquilia contra el autor del hecho, sea que actuare con dolo o con culpa. Pero si por la fuerza de viento una nave hubiera sido impelida contra las cuerdas del ancla de otra, y lo marineros sin poder tener otra solución que cortar las cuerdas, en este caso no habría cometido injuria. Del mismo modo que quien derriba la casa del vecino, por temor ante la presencia de un incendio que pueda tomar la propia, se entiende que no actuó con injuria POR EJERCICIO DEL PROPIO DERECHO Paulo nos dice que nadie hace daño, sino el que hizo lo que no tiene derecho a hacer. Así por ejemplo si una yegua entra en un campo mío, y yo la hostigo y como efecto del mismo pierde su cría, actúe con injuria, pues lo que realmente debo hacer es no tomar ninguna medida contra un animal ajeno, y a lo sumo deberá arrearla para llevarla al campo de su propietario o comunicarle al mismo. Otro caso interesante es el del maestro que corrigiendo al alumno, se excede y le quita un ojo, a pesar que se autorizan medidas correctivas, se pena aquí el exceso cometido. Es muy importante ver siempre la conducta del autor, para determinar si existe o no la iniuria, pues si alguien arroja una jabalina en forma intencionada a un esclavo ajeno y lo mata es plenamente responsable (aquí estamos frente a la figura del dolo); diferente es si lo hago por diversión. En este caso estamos ante una negligencia. Pero muy diferente es si hay culpa de la víctima en el ejemplo el esclavo que cruza un campo de tiro de jabalina, y es acertado y matado; aquí la culpabilidad del esclavo exonera al autor. Es también de destacar el caso de alguien que se hallaba cortando un árbol, y una rama mata a una persona. Será culpable si no avisó en forma fehaciente, ya que actuó con culpa. Aquí lo que podía haber previsto una persona diligente, no lo previó, o lo previó demasiado tarde para evitar el daño. Advertimos en los casos planteados que no basta la mera producción directa del daño sino que debe estar conjugado con la iniuria. En todos los casos la exoneración se da por la apreciación que existe legítima defensa, estado de necesidad, o ejercicio del propio derecho. Además de la culpa de la lex Aquiliana, Roma tuvo casos de responsabilidad, sin tener incidencia en su determinación la prueba del dolo o la culpa. Recordemos lo establecido en el libro IX del Digesto (cuando habla de aquellos que derramaren o arrojaren alguna cosa y que produjere un daño a aquellos que habitualmente transitan por allí. En este caso la responsabilidad surge de la asunción de riesgos que se ocasionan a los peatones, ya que es de pública notoriedad que sin miedo y sin peligro se ande por los caminos. (Ulp. D.9.3.1.1.) Quien responde aquí es el habitator (que a veces no es el dueño). Aquí la responsabilidad es objetiva, es decir, se responde directamente por el hecho dañoso, sin necesidad de probar ninguna culpa. Estamos en presencia del riesgo creado ocasionando un daño a los peatones. En el supuesto que se hubiere ocasionado la muerte de una persona, la acción es popularis. Significa que cualquier ciudadano puede plantearla, si bien se otorga preferencia a los parientes de la víctima. El habitator responde siempre directamente ya sea por el hecho suyo propio, como por el realizado por otros de la casa, es decir, aún cuando no exista una conducta propia, o una atención escasa y una falta de vigilancia por referencia a aquellos que habitan con él (no se requiere una culpa in vigilando o in eligiendo). La acción es penal y perpetua, si bien cuando es por la muerte de un hombre libre, es anual. En este caso es popular, pero si son varios los que la pretenden, debe darse principalmente al que le interesa, o al que es pariente del difunto por afinidad, o por cognación. Si se tratare de daños a una persona libre, tendrá esta acción perpetua; pero si otro quisiera ejercerla, será de un año esta acción. También comprende este edicto de Effusis et deiecti el caso de la cosa que se cae cuando colgaba. Esta será tenida como arrojada. Por lo tanto, si se hubiera derramado alguna cosa que estuviere colgada, aunque nadie la hubiere derramado, se dice que tiene también lugar este edicto. Los casos del effusum aut deiectum, lo mismo que el positum aut suspensum, son considerados delitos pretorios en la época clásica. Justiniano los considera como casos de obligaciones nacidas de quasi ex delicto. En el edicto de Effusis et deictis, se prevén penas por los daños. Si se trata de la muerte de un hombre libre se debería pagar 50.000 sestercios; si le causó daño, lo justiprecia el juez. Si se trata de otro daño a cosas, la condena es por el duplum del daño causado (Ulp. D. 9.3.1). Es interesante ver la responsabilidad que asumían los transportistas marítimos, los hospederos de mesones, y de establos, por los daños que se les ocasionen a sus clientes. Los propietarios de estos lugares responden por daños, hurtos, etc., ya que deben tomar todos los recaudos necesarios al momento de elegir sus dependientes. Sólo quedaba exonerada si ocurriere una desgracia inevitable, si las cosas se perdieran por naufragio, o hecho de los piratas, o si en la hostería, o establo hubiera ocurrido un caso de fuerza mayor. También podemos citar el caso de los daños producidos por animales. Sería el supuesto del daño realizado sin culpa del que lo hace, porque al animal no le podemos endilgar culpa, ya que carece de razón. Y ante el hecho consumado deberá responder el dueño, no de aquel de quien hubiere sido el cuadrúpedo al momento de realizarse el daño, sino del actual dueño. Se trata de una responsabilidad que acompaña al animal y de la cual responde el propietario actual. Estamos ante la presencia de otro caso de responsabilidad objetiva, por cuanto cabe aún no habiendo culpa. Junto a estas acciones, aparece también vinculado el caso de la cautio damni infecti, (daño que amenaza). Es aquel que no se ha producido pero tenemos el temor que sucederá. De este modo, el propietario que denuncia el temor que le provoca la construcción del vecino que amenaza ruina, preocupado por un posible daño a su propiedad, por la caída de mampostería, o aun el derrumbamiento de dicha propiedad, puede exigir al vecino una fianza que lo asegure por el monto del daño que amenaza Para finalizar, mencionaremos algunos de los aspectos de la responsabilidad extracontractual en el Derecho Romano. En la inteligencia de los principios del alterum non laedere y del suum quique tribuere, los Romanos con apoyo del pretor, establecen la primera y general responsabilidad subjetiva, tal como podemos apreciar en la interpretación de las disposiciones de la ley aquilia, que en forma eminente atiende al principio de la responsabilidad en la conducta reprobable, esto es con iniuria (culpa) por parte del agente productor del daño. Pero como lo hemos visto, se han también sancionado con criterio de tipicidad, ciertos casos de responsabilidad objetiva. Como ya se ha señalado, la misma nace directamente ya de la responsabilidad de las cosas riesgosamente peligrosas, o de determinadas conductas o actividades que representan en sí misma un riesgo, en las cuales se decide que es necesario el amparo de las víctimas. Así referidas a los riesgos de cosas, están los daños causados por animales cuadrúpedos (pauperies); e igualmente el riesgo del damnum infectum, eventualmente productor de daños. A su vez, referidas a conductas riesgosas, están los casos del effusum aut deiectum y también del positum aut suspensum, que representan riesgos que afectan a los paseantes por vía pública, por los cuales el habitator es el que debe responder probándose meramente la relación causal, pero sin necesidad de probar la culpa, tanto por su propio actuar como por lo de los suyos (Paulo D. 9.3.6.2). Del mismo modo, atiende la protección de los viajeros, puesto que la responsabilidad de los nautue, caupones et stabularii está referida a la protección de viajeros que por alguna razón han debido trasladarse de un lugar a otro, ya en un viaje marítimo, ya en caballo o en un carruaje tirado por caballos, y han necesitado usar de un mesón, hospedaje o caballeriza. El hecho de viajar implica un riesgo y por ello Ulpiano, cuando justifica esta responsabilidad nos dice que “las más de las veces es necesario fiarse de ellos y encomendar cosas a su custodia. Y nadie juzgue que es gravoso lo establecido contra ellos; porque está en el arbitrio de los mismos el no recibir a nadie; y si esto no se hubiera establecido, se daría pie para que concertasen con los ladrones contra aquellos a quienes reciben, como quiera que ni aún ahora ciertamente se abstengan de semejantes fraudes (D. 4.9.1.1.). Con esto vemos que el sistema romano de la responsabilidad contractual nos presenta, por un lado, la de origen “subjetivo” y por el otro, la de origen “objetivo”. Si bien hay que reconocer que el principio general queda establecido en la Lex Aquilia (la culpa es punible), el mismo se integra eficazmente con aquellos otros casos en que se decide amparar a las víctimas de riesgos, sancionando la responsabilidad, sin atender al criterio de la culpa, por lo que prevalece la perspectiva resarcitoria (EL DAÑO ES RESARCIBLE). Néstor A. Raymundo