Jenofonte

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SOCRATISMO
EN
JENOFONTE
INTRODUCCIÓN A JENOFONTE:
Vida de Jenofonte.
Jenofonte, historiador, militar y filósofo, nació en Atenas hacia el 430 a.C. Sus trabajos contribuyen en gran
medida al conocimiento de los avatares de Grecia y Persia durante siglo IV a.C.
Hijo de Grilo, un caballero ateniense, fue discípulo de Sócrates. En el 401 a.C. se alistó en un ejército de
mercenarios griegos al servicio de Ciro el Joven, príncipe de Persia, y tomó parte en la campaña contra el
hermano de éste, el rey Artajerjes II. Tras la muerte de Ciro, en la batalla de Cunaxa, los oficiales al mando de
los mercenarios griegos fueron asesinados a traición por el sátrapa persa Tisafernes. Jenofonte, que estaba
entre los nuevos oficiales elegidos para mandar el ejército griego, un total de 10.000 hombres sin dirigentes en
el centro del hostil Imperio persa, asumió la dirección de la retirada y puso a sus hombres a salvo en la antigua
colonia griega de Trebisonda (en turco Trabzon, actualmente en Turquía), en el mar Negro, tras una marcha
de 2.414 km que duró cinco meses. Su triunfal supervivencia se ha atribuido principalmente al ingenio,
previsión y tacto de Jenofonte. En su libro más celebre, la Anábasis, narra la retirada a través de un país
desconocido, luchando en medio de los obstáculos desalentadores del terreno y del tiempo contra enemigos
salvajes y la falta de provisiones.
Desde Trebisonda, Jenofonte y los `diez mil' (como eran conocidos estos mercenarios griegos) se dirigieron a
Bizancio (actual Estambul, en Turquía). Poco después de su llegada, entraron al servicio de los sátrapas persas
de Asia Menor. El rescate que consiguió por un rico prisionero persa en esta campaña le permitió vivir
cómodamente el resto de su vida. En el 394 a.C. regresó a Grecia, como miembro de la corte del rey de
Esparta Agesilao II. Con él participó en la batalla de Coronea, en la que los espartanos derrotaron a los
atenienses y a sus aliados tebanos. Los atenienses se vengaron de Jenofonte condenándole al destierro como
traidor. El gobierno espartano le regaló una finca en Escilo, junto a Olimpia, donde vivió durante veinticuatro
años. Cuando el poder militar de Esparta se hundió en Leuctra, en el 371 a.C., fue expulsado de Escilo. Atenas
derogó el bando de exilio contra su persona, pero en lugar de regresar a Atenas, al parecer pasó el resto de su
vida en Corinto. El hombre de acción retirado se consolaba rememorando el pasado y buscando en la teoría un
refugio más estable. Hay nostalgia en la evocación de las charlas con Sócrates, un maestro en virtud y en
patriotismo, que atrajo al joven jenofonte sin lograr hacer de él un verdadero filósofo. Murió hacia el 354 a.C.,
algunos años antes que sus compatriotas Platón e Isócrates.
Como militar, orador, filósofo, ensayista e historiador, fue el prototipo del erudito ateniense. Sin embargo,
encontró más agradable la forma de vida austera espartana que el espíritu democrático de su Atenas natal. Las
fuertes tendencias proespartanas y la exageración de los hechos rebajan el valor de sus obras históricas. Sus
escritos socráticos revelan una mentalidad que no llegó a comprender totalmente la filosofía de su maestro, y
sus propias ideas en general son moralistas y vulgares. La sinceridad y el sentido común son sus mejores
características. Su estilo es simple, elegante y sencillo y se le considera un maestro de la exposición clara.
Obra de Jenofonte.
Se pueden distinguir tres apartados en el global de su producción: obras históricas, socráticas y didácticas, sin
que esta división tenga otra pretensión que clasificarlas en tres grupos.
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• Obras históricas son: las Helénicas, la Anábasis y el Agesilao.
• Obras socráticas: Memorables, el Banquete y la Apología de Sócrates.
• Obras didácticas: la Ciropedia, Hierón, el Estado de los lacedemonios, los Ingresos, El Hipárquico,
Sobre la Equitación, el Cinegético, el Económico, etc.
Las Helénicas narra en siete libros la historia griega desde el 411 hasta el 362 a.C. En ella pretende continuar
la obra de Tucídides, pero el resultado es muy desigual y da la sensación de una obra hecha por etapas, siendo
su valor literario muy distante al conseguido por Tucídides, aunque algunos críticos han elogiado sobre todo
sus dos primeros libros. Jenofonte expone una serie de causas quedándose en la superficie de las cosas,
mientras que Tucídides ahonda en sus orígenes.
La Anábasis es un admirable relato sobre sus aventuras como participante en la expedición de mercenarios
griegos para ayudar a Ciro el Joven, cuando aspiraba al trono que ocupaba su hermano Artajerjes. Abundan
los pormenores geográficos y etnográficos, así como el detalle de las cuestiones militares, todo ello escrito
con gran naturalidad a través de sus propias experiencias. En cuanto a su datación, debemos situar la obra en
el 380 a.C. si creemos que Isócrates en su Panegírico la utilizó.
Su Agesilao es un encomio (alabanza) dedicado al rey espartano al que tan profundamente admiró, elaborado
con el material que había usado en las Helénicas, en donde revela un fuerte retoricismo frente a su obra
historiográfica.
Jenofonte en su juventud había sido impresionado por la personalidad de Sócrates, aunque no se puede decir
que fuera un discípulo suyo en sentido estricto y en su memoria escribió:
• Las Memorables, que es una sucesión de episodios y diálogos socráticos, en los que Jenofonte mezcla
sus propios recuerdos personales con datos sacados de los escritos socráticos de otros. Aquí aparece
su tendencia didáctica a tratar las cosas con una moral práctica sin cuidar demasiado la profundidad
de pensamiento.
• La Apología de Sócrates, obra de baja calidad que completa los datos platónicos sobre el maestro.
• El Banquete presenta a Sócrates hablando sobre distintos aspectos de la conducta humana, uno de
ellos la diferencia entre el amor sensual y el espiritual, con motivo de una ceremonia que da el rico
Calias por la victoria de un amigo suyo en las Panateneas.
Más adelante profundizaré sobre los aspectos tratados en estas obras, y en algunas otras como Las Helénicas
por ejemplo, en las que el autor deja entrever la influencia de la doctrina de Sócrates y su relación con él.
Por último encontramos sus escritos didácticos entre los que destacamos:
• La Ciropedia, es difícil de clasificar y no puede considerarse simplemente una obra histórica. Es más
bien una novela de tendencia político−pedagógica, basada en hechos y personajes históricos. Narra la
educación, juventud, subida al trono y reinado de Ciro el Viejo. En ella abundan los discursos y los
episodios moralizadores, así como los relatos novelescos.
• El Hierón es una obra que nos presenta al poeta Simónides conversando con el príncipe siciliano
sobre la naturaleza y posibilidades del tirano.
• El Hipárquico da consejos al jefe de la caballería, y Sobre la equitación da otros a cada jinete en
particular y sobre el trato que se debe dar al caballo.
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• Los Ingresos se ocupa de la situación económica de Atenas, ofreciendo propuestas para el
saneamiento de las finanzas de la ciudad.
• El Cinegético, que es un libro sobre la caza, plantea problemas de autoria, y todo porque la forma
literaria que tiene se aleja mucho de la acostumbrada sencillez de Jenofonte.
Ideología de Jenofonte.
La personalidad de Jenofonte es la de un individuo magnánimo que se afirma con innegable dignidad. Supo
aunar su talante aventurero con una visión clara de su entorno histórico y siempre recordó las enseñanzas de
Sócrates y defendió los ideales tradicionales helénicos con valor. Es interesante que un hombre de ideas más
bien conservadoras haya sido en muchos aspectos un precursor del helenismo: en su tendencia al
individualismo, en sus esbozos de nuevos géneros literarios (como la biografía y la novela), en su
preocupación por la pedagogía, en sus breves tratados sobre la equitación o la economía,etc.
Su ideal de cultura gira en torno a la asociación de las virtudes y el concepto del deber del guerrero y del
agricultor. El egoísmo y la codicia se avienen mal al espíritu del cinegético. Le importa el esfuerzo en
conseguir metas, la sencillez y la autenticidad de la vida natural, al margen de las ambiciones políticas y la
mezquindad de otros comportamientos ciudadanos.
Propone unos ejemplos de virtud con matices arcaicos y un tanto rústicos, donde se puede observar una cierta
simpatía natural hacia ese ideal de vida sobria, simple, tradicional. Hombre amante de las penalidades y del
esfuerzo como lo calificó R. Nickel. Es un precursor del estoicismo, en ese aspecto, y en su obra se expresa la
esperanza de una superación de las circunstancias adversas. No cree en los destinos de tal o cual sistema
político, sino en el valor de algunos individuos para afrontar el destino. No en vano había sido discípulo de
Sócrates. Su obra exalta el valor de esos individuos excepcionales, a veces bajo la forma del encomio personal
−con Agesilao, con el legendario Ciro−, otras subrayando la importancia de la actuación individual en el
desarrollo de los hechos. En la Anábasis y las Helénicas hay muestras de esa tendencia de Jenofonte a
destacar el valor individual.
La actitud de Jenofonte ante el estado ateniense fue muy especial, ya que aunque nació en Atenas nunca
estuvo de acuerdo con la época turbulenta que vivió su ciudad en el 401 a.C. ni con el rumbo democrático que
empezaba a tomar por aquellos años, por eso se enrolo en la expedición de Ciro contra Artajerjes lo que,
siendo éste un aliado de los atenienses, fue un primer motivo de su destierro junto al hecho de participar con
los espartanos de Argesilao contra sus compatriotas. No obstante a su ciudad natal le debió su perfil como
historiador y su formación cultural. Pero quién verdaderamente lo agasajó fue el estado espartano, otorgándole
honores propios de un ciudadano y acogiéndolo como uno de los suyos. Al final de sus días se reconcilió con
Atenas, enviando a sus hijos con el ejército ateniense.
El método historiográfico de Jenofonte
Jenofonte, como historiador, tiene notables defectos. No es exhaustivo en la recogida de datos, es olvidadizo y
margina hechos de primera importancia, cuenta las cosas desde su perspectiva, no tanto por tener interés en
ser parcial debido a la simpatía que sentía por los espartanos, que tanto se le ha reprochado, como por su
característica ingenuidad, que más se parecía a la improvisación sin examinar ni contrastar de forma crítica los
datos de sus escritos, como tendría que haber hecho un fiel continuador de la obra de Tucídides, y es que en
realidad Jenofonte es mucho mejor reportero de guerra. Sus escritos son un reportaje de sus propias
experiencias en el ejército, perfectamente contados. Su escritura es fresca, precisa, rápida, no ajena a la ironía
en ocasiones, tan solo alterada por la longitud de algunos discursos, que aparecen cargados de tópicos
retóricos y distan mucho de la hondura psicológica de los de Tucídides. A veces prefiere remodelar la historia,
silenciando algunos hechos y embelleciendo sus testimonios con figuras retóricas. Es mejor narrador que
crítico.
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La nítida sencillez de su lenguaje y la fácil claridad de sus pensamientos le ganaron los lectores, y así se
explica su éxito en la tardía Antigüedad, ya que el helenismo no se ocupó de él. Nadie le discutirá su notable y
polifacético talento, pero era un talento sin las chispas del genio. Incluso se ha llegado a decir de él que es el
escritor más fácil de entender de la época clásica. Este juicio puede en parte venir dado por las sombras de
otros dos grandes prosistas que suscitan una comparación desventajosa pero inevitable para nuestro autor.
Tanto la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides −de quien Jenofonte se pretende continuador con
sus Helénicas− como los Diálogos de Platón −con quien rivaliza de algún modo Jenofonte en sus Recuerdos
de Sócrates− proyectan un duro contraste, en su rigor intelectual y en su fondo teórico y filosófico, con las
obras mayores de éste e incitan a una valoración un tanto injusta del testimonio histórico y de la perspicacia
crítica de Jenofonte. Sin embargo, ha llegado a afirmarse como Jenofonte entró en la literatura socrática con
afán de polémica y rivalidad. Ya los antiguos señalaron la rivalidad con que el ateniense fue redactando sus
obras enfrentándolas claramente a las de Platón. Además, el mutuo silencio que se guardan ambos escritores
(Jenofonte unicamente cita a Platón en un pasaje y éste último, ninguno) parece ser una prueba clara de su
enemistad.
Para una apreciación más ecuánime de sus virtudes y defectos, hemos de tratar de enfocar su obra tal y como
se nos presenta en sí misma, prescindiendo de esa comparación, aunque sea difícil de evitar. Y es que
Jenofonte podría haber aprendido de Tucídides a tener una perspectiva historiográfica más crítica, el hecho de
haber conversado con Sócrates y conocido una parte de la obra platónica le debía haber incitado a un mayor
esfuerzo filosófico, a intentar calar más hondamente en las palabras del pensador.
Jenofonte * Sócrates
Sócrates tuvo un gran merito como maestro, al lograr dejar una amplia variedad de discípulos. Este hecho, por
otra parte, justifica de facto el celo político de aquellos que le juzgaron. En sentido general, existe una
tipología de ese discipulado, claramente discernible desde la consecuencia socrática:
1−Seguidores acriticos: alumnos que en una relación de veneración a su maestro se dedican a fijar su memoria
y se limitan a divulgar su doctrina. Un ejemplo de esto es Jenofonte, que se empeñó en biografiar y fijar la
memoria de Sócrates.
2−Discípulos que buscan la superación del maestro: es decir, resultan fieles de una a manera creativa, al llevar
la doctrina del maestro mas allá de los limites donde este la había concebido. Un ejemplo de este tipo de
seguidor es Platón respecto a Sócrates, lo mismo que, posteriormente, Aristóteles respecto a Platón.
3−Los que fijan y desarrollan un conjunto de ideas propias a partir de un elemento o parte de la doctrina
ensenada por el maestro. En este caso tenemos las tres conocidas escuelas socráticas: cínicos, megaricos y
cirenaicos.
De Sócrates se desprendieron varias escuelas, hecho estimulado por su elocuencia como maestro, pero
también por la generalidad y si se quiere hasta por la ambigüedad de su principio filosófico: lo bueno como
virtud y la prudencia, el equilibrio, como camino de realización moral. Las escuelas socráticas no son mas que
formas especificas en que este principio filosófico es entendido y expuesto por sus seguidores.
Los mas relevantes socráticos se dedicaron a desarrollar ciertos puntos de la doctrina del maestro. En general,
a ellos no le interesaba tanto la "esencia" como la "verdad": "La verdad y la esencia, decía Hegel, no son lo
mismo; la verdad es la esencia pensada, mientras que la esencia es el en si simple". La filosofía socrática es
por eso un esfuerzo decidido por intelectualizar cada espacio de la vida del hombre, incluso de la muerte.
Los Recuerdos, juntamente con el Económico, el Banquete y la Apología de Sócrates, pertenece a los
llamados escritos socráticos, probablemente compuestos durante la estancia de Jenofonte en Escilunte,
después de ser desterrado de Atenas por su participación en la batalla de Coronea. Los Recuerdos son una
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serie de relatos tomados de la literatura socrática hoy perdida. Jenofonte tomó notas de las declaraciones de
amigos suyos en su juventud y probablemente consultó a otros. Lo más seguro es pensar que incorpora su
conocimiento de Sócrates por sus intercambios con el maestro. Este conocimiento es superficial, si bien es
seguro que cuenta `todo' lo que sabe de él. La relación de Jenofonte con Sócrates no fué ni muy directa ni
duradera. Parece que a lo sumo siguió al maestro unos pocos años, y cuando era joven. En el 401 parte para la
expedición relatada en la Anabasis, y ya no volvió a verlo nunca más. Es curioso que en las dísputas de los
seguidores de Sócrates nunca se le reconoce a Jenofonte la cualidad de discípulo de Sócrates. Aparecen en los
Libros I y II una serie de conversaciones imaginarias que no demuestran precisamente que jenofonte haya sido
uno de los compañeros íntimos de Sócrates. Puede hacerse la misma afirmación del contenido de los Libros
III y IV.
Los Recuerdos es un libro mal compuesto, de estilo descuidado, poco terminado, que contrasta con el
Económico o la Ciropedia. No sigue un plan orgánico, aunque el propio autor ya advierte (I 3, 1): Me
propongo mostrar cómo ayudaba Sócrates a sus compañeros con sus palabras y sus hechos, y para ello voy a
poner por escrito cuanto pueda recordar. En este sentido, por su sencillez y mentalidad práctica, constituye
una presencia más precisa de Sócrates tal como aparecía ante los ojos del hombre de la calle frente a los
diálogos platónicos, en los que el maestro a menudo es sólo el portavoz de su gran sucesor. Frente al Sócrates
del genio demoníaco y atractivamente misterioso que, muchas veces, nos presenta Platon, Jenofonte pone el
acento en un Sócrates más bien ético y práctico. Aunque en la actualidad la crítica acepta de mejor grado el
Sócrates platónico que el Sócrates jenofontíaco, ello no quiere decir ni que Platón refleje de modo
absolutamente verídico al maestro, ni que Jenofonte lo refleje de modo absolutamente falso. No podemos
olvidar que ni los diálogos de Platón, ni las obras de Jenofonte son consideradas como históricas en lo que a
Sócrates se refiere. Lo mejor es apoyarse en uno y en otro, y decidir nosotros mismos, escogiendo en cada
momento. Y es que resulta dificil averigüar quién deforma más al maestro, si el discípulo genial que se
inventa cosas sobre él o el lejano seguidor que le hace más vulgar y más pequeño aunque honrado. En el
fondo, nunca deberíamos olvidar que tanto uno como otro no intentaron tanto copiarlo sino comprenderlo. Y
es que Sócrates, como todos los genios, fué demasiado para su época.
Maier y Gigon demostraron claramente que los Recuerdos no tienen valor de libro de historia para conocer la
figura real de Sócrates. Del mismo modo que la Apología de Platón refleja unicamente la verdad histórica
estilizada sobre el juicio de Sócrates, los Recuerdos reflejarían tal tipo de verdad histórica, pero unicamente en
sus dos primeros capítulos que formarían una unidad distinta del resto de los pequeños diálogos que
completan el libro.
La primera defensa de Sócrates hecha por Jenofonte (Recuerdos I 1−2) se publicó poco después de aparecer el
discurso de acusación de Polícrates. Y basándose en ella publicó más tarde su Apología, a la que me referiré
más adelante.
Jenofonte estuvo ausente durante el juicio de Sócrates, como no había texto del discurso de ninguno de los
tres acusadores, sólo pudo dar el meollo, no la forma exacta de la acusación. Es sorprendente que en i 2, 9,
aluda al `acusador' que ataca a Sócrates. Pero, ¿a qué acusador se refiere? En el 394 Polícrates publicó su
Acusación contra Sócrates, atacando su memoria en forma de un supuesto discurso pronunciado en el juicio
por uno de sus acusadores, Ánito. Jenofonte debió leerlo y decidió redactar una réplica. El acusador es
entonces Polícrates, o más bien Polícrates disfrazado de Ánito.
En las primeras líneas de sus Recuerdos nos dice Jenofonte lo siguiente: Sócrates, en efecto, no hablaba, como
la mayoría de los otros, acerca de la Naturaleza entera, de cómo está dispuesto eso que los sabios llaman
Cosmos y de las necesidades en virtud de las cuales acontece cada uno de los sucesos del cielo, sino que, por
el contrario, hacía ver que los que se rompían la cabeza con estas cuestiones eran unos locos.
Porque examinaba, ante todo, si es que se preocupaban de estas elucubraciones porque creían conocer ya
suficientemente las cosas tocantes al hombre o sí porque creían cumplir con su deber dejando de lado estas
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cosas humanas y ocupándose con las divinas. Y, en primer lugar, se asombraba de que no viesen con claridad
meridiana que el hombre no es capaz de averiguar semejantes cosas, porque ni las mejores cabezas estaban de
acuerdo entre sí al hablar de estos problemas, sino que se arremetían mutuamente como locos furiosos. Los
locos, en efecto, unos no temen ni lo temible, mientras otros se asustan hasta de lo más inofensivo; unos creen
que no hacen nada malo diciendo o hablando lo que se les ocurre ante una muchedumbre, mientras que otros
no se atreven ni a que les vea la gente; unos no respetan ni los santuarios, ni los altares, ni nada sagrado,
mientras que otros adoran cualquier pedazo de madera o de piedra y hasta los animales. Pues bien: los que se
cuidan de la Naturaleza entera, unos creen que "lo que es" es una cosa única; otros, que es una multitud
infinita; a unos les parece que todo se mueve; a otros, que ni tan siquiera hay nada que pueda ser movido; a
unos, que todo nace y perece; a otros, que nada ha nacido ni perecido.
En segundo lugar, observaba también que los que están instruidos en los asuntos humanos pueden utilizar a
voluntad en la vida sus conocimientos en provecho propio y ajeno, y (se preguntaba entonces) si,
análogamente, los que buscaban las cosas divinas, después de llegar a conocer las necesidades en virtud de las
cuales acontece cada cosa, creían hallarse en situación de producir el viento, la lluvia, las estaciones del año y
todo lo que pudieran necesitar, o si, por el contrario, desesperados de no poder hacer nada semejante, no les
queda más que la noticia de que esas cosas acontecen. Jenofonte atribuye a Sócrates el argumento de que todo
los relacionado con los seres humanos tiene un propósito, y que los dioses lo han dispuesto todo
minuciosamente en beneficio del hombre.
Esto era lo que decía de los que se ocupaban de estas cosas. Por su parte, él no discurría sino de asuntos
humanos, estudiando qué es lo piadoso, qué lo sacrílego; qué es lo honesto, qué lo vergonzoso; qué es lo justo,
qué lo injusto; qué es sensatez, qué insensatez; qué la valentía, qué la cobardía; qué el Estado, qué el
gobernante; qué mandar y quién el que manda, y, en general, acerca de todo aquello cuyo conocimiento estaba
convencido de que hacia a los hombres perfectos, cuya ignorancia, en cambio, los degrada, con razón,
haciéndolos esclavos" (1, 1, 11−17).
No es, desde luego, el único texto, pero es, ciertamente, uno de los más significativos, y se presta por esto,
como pocos, para situar la obra de Sócrates.
En el Libro I 2 se discute la obediencia a las leyes, y es que sabemos,no sólo gracias a esta obra de Jenofonte,
sino tambíen al Critón de Platón, que Sócrates proponía el respeto a la ley sobre casi todas las cosa, pero que,
cuando sospechamos con indicios fundados, o con daños sufridos, que una ley es injusta, nuestra conciencia
debe estar por encima de ello. La obediencia en un valor primordial, pero no del todo incondicional y ciego:
ello podría producir en algunos casos consecuencias perjudiciales. Pensemos por ejemplo en la obediencia
ciega a gobiernos radicales, con todos los sufrimientos que ello ha provocado en la Europa contemporánea.
Por eso el cálculo de consecuencias, presentes y sobre todo futuras, en general y para cada caso particular, es
decisivo. También es fundamental el modo con que hay que responder y no responder a una ley injusta. No
con violencia, sino con racionalidad. Así Sócrates, víctima de un juicio injusto, no se violentó ni alteró,
practicó una obediencia aparente. Utilizó su sutil ironía y su reflexiva paradoja, para desprestigiar a sus
acusadores y hundir las leyes que le condenaron, simulando que las aceptaba y acataba, pero minando el
sistema por dentro, de manera profunda e irreversible.
En el Libro IV el objetivo de Jenofonte es demostrar que el sistema educativo inculcado por Sócrates era el
mejor posible. Este sistema se expone a través de una serie de conversaciones con Eutidemo. El primer
objetivo es hacer al hombre `prudente', es decir, disciplinar el carácter.
Sabemos que la muerte de Sócrates provocó una serie de obras de tipo apologético (apologías) y tambien
acusatorio (kategoría), como la del sofista Polícrates. Entre las defensas o Apologías se pueden citar, la de
Lisias ( perdida), la de Platón y la Jenofonte.
Acerca de la Apología de Jenofonte, nadie dudó, en la antigüedad, acerca de sus autenticidad pese a que
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Diógenes Laercio la cita como suya, lo mismo que Ateneo. Será en la Modernidad, Willamowitz quien la
considere como inauténtica.
La obra fue escrita por Jenofonte entre el 394 y el 387. Parece que al escrito de Polícrates le siguió la defensa
de Lisias y el capítulo 1º de los Recuerdos de Jenofonte. A continuación habría escrito Platón la suya, y ésta
fue seguida por la de Jenofonte, en protesta, según Shanz, contra las libertades que se tomó Platón al
componer su Apología. Jenofonte no pretende hacer un reportaje exacto del juicio, sino exponer la sublime
actitud y altivo lenguaje ante el jurado de un Sócrates que estaba convencido que era un buen momento para
morir (eukiría). Es esta una diferencia esencial con la Apología de Platón: allí Sócrates se enfrenta a la muerte
a partir de su fe en una vida posterior (doctrina tambien presente en el Fedón). Jenofonte no habla para nada
de este tipo de creencia, sino que afirma que Sócrates basaba su satisfacción en la idea de evitar los achaques
de la vejez. Mientras que para Platón la muerte parece ser la consecuencia lógica y trágica del cumplimiento
de una misión, para Jenofonte representa una meta deseable en sí.
Jenofonte nos cuenta que el sofista Antifón intentó atraerse a los amigos y alumnos de Sócrates, manifestando
que la vida de éste no podía ser feliz ni recomendable, especialmente a causa de su gran pobreza. Ésta fue la
respuesta de Sócrates:
Antifón, así como a otro hombre le procura placer un buen caballo o un perro o un pájaro, a mí me deparan
mayor satisfacción los buenos amigos. Y si encuentro algo bueno se lo enseño a ellos; y los presento unos a
otros para que mutuamente salgan beneficiados en la virtud. Con mis amigos saboreo los tesoros que los
hombres sabios del pasado dejaron por escrito. Y cuando encontramos algo interesante lo recogemos y lo
consideramos de gran provecho si puede ayudar a otros.
Sócrates pondera la amistad de manera muy especial. Hay en su vida hechos y dichos vigorosos, pero él
mismo nos dice que la amistad es el centro de su vida. Y sus amigos le reconocen como el mejor en la
amistad, también cuando no es fácil tal reconocimiento: en la vejez, en la condena a muerte, en la cárcel y en
la hora de la cicuta
La Apología de Jenofonte se puede dividir en tres partes:
• La primera parte (1−9) viene a ser como una introducción a las palabras de Sócrates ante el tribunal. En
ella, Jenofonte se propone explicar los motivos de su actitud altiva (megalegoría). Para ello, introduce un
relator en la persona de Hermógenes. A través de él nos enteramos que Sócrates se niega a defenderse
porque su vida entera ha sido una apología y porque su genio divino (daimon) se opone a que prepare su
defensa. Además, Sócrates afirma que es un buen momento para morir.
• La segunda parte (10−23) constituye la parte central de la Apología y en ella Sócrates realiza su discurso
ante el jurado. Primeramente recuerda la doble acusación realizada en contra suya: Asebeia (impiedad) y
Corrupción de la juventud. Sus afirmaciones relativas a las advertencias de la voz divina provocan las
protestas y el malestar del tribunal. A tales protestas, Sócrates contesta que según el Oráculo de Delfos, él
es el hombre más sabio y más justo de Atenas. Las protestas se agudizan aún más, siendo declarado
culpable. Al mismo tiempo, se niega a proponer una pena alternativa a la muerte asi como a evadirse
cuando sus amigos se lo piden. Sócrates no está dispuesto a escapar a la muerte. Hecha pública la condena,
Sócrates toma de nuevo la palabra para señalar que no tiene conciencia de haber cometido ninguna de las
faltas de las que se le acusa. Profetiza que la vergüenza será para quienes le han condenado injustamente. El
futuro, señala, del mismo modo que a Palamedes, le hará justicia.
• En la tercera parte (27−34) Sócrates abandona el tribunal con una mirada y una actitud muy serena, en
concordancia con las palabras que acababa de pronunciar. Ante la aflicción de sus amigos, les recuerda la
oportunidad de su muerte. Anécdota relativa a Apolodoro y severa advertencia de Sócrates respecto de
Anito, con la predicción sobre el sombrio futuro de su hijo. La Apología finaliza con algunas observaciones
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de Jenofonte y un epílogo.
En cuanto a la tercera de las obras socráticas de Jenofonte, el Banquete, nunca se ha discutido el problema de
la autoría, ya que no ha habido razones lógicas para dudarlo: tanto la forma como el contenido es
característico del autor.
El objetivo de este tipo de obras es reproducir el peculiar ambiente de esta parte que sigue a la comida
propiamente dicha, que era realmente una tertulia en la que se bebía y había diversiones varias que al final
solían acabar en orgía. Jenofonte no refleja esta última parte en su obra, pues su banquete está compuesto por
invitados bien educados. Es sabido que el motivo de esta reunión es la celebración de las Grandes Panateas,
que tenía lugar en lo que en la actualidad sería julio y agosto.
No se trata de un diálogo histórico, pese a que está basado en un suceso real. Es un intento de hacer un esbozo
de su venerado maestro Sócrates y presentar una correción más realista y menos solemne del retrato de Platón
en su obra homónima. La imagen que de Sócrates nos presenta Jenofonte es más alegre, y sus ideas no son tan
elevadas y sublimes como son las de el Sócrates platónico del Banquete. Es por esta razón por la que
habitualmente se le ha criticado a Jenofonte el no haber llegado a penetrar realmente en la personalidad de su
maestro y de atribuirle unas ideas algo simplistas. Aún así se trata de un relato lleno de realismo, tanto en las
formas de la celebración, como en la caracterización de todos los personajes. A Sócrates le dibuja flexible y
atento, capaz de adaptarse a sus interlocutores, siendo unas veces muy serio, pero también otras veces capaz
de ser amable, burlón y bromista.
Respecto a la estructura, se ha llegado a decir que parecía más una colección de entremeses, debido a la
abundancia de acciones representadas y temas tratados. Sin embargo, constituye un todo organizado, con tres
partes claras, precedidas de un prólogo y terminadas con un epílogo.
El tema del amor es el hilo conductor de la obra, aunque el objetivo de Jenofonte es explicar cómo se alcanza
la kalokagathía (hombría de bien), que para él es el arte de vivir, la belleza moral y su manifestación externa.
Este tema es tratado en el capítulo V mediante un agón en el que se discute sobre la belleza entre Sócrates y
Critóbulo, concluyendo después de todo que lo importante es la belleza moral. Derivada de esta conversación
aparece un testimonio sobre el aspecto físico de Sócrates transmitido por Jenofonte:
Miradme, dice Sócrates, según Jenofonte, ¿no es hermoso lo que sirve bien a su fín? ¿No es esta adecuación a
su destino la común nota de hermosura en un hermoso caballo, un hermoso escudo, una hermosa vaca, una
hermosa lanza? Pues siendo así, no son los hermosos tus bellos ojos, Critóbulo, sino los míos, que como están
salientes al modo de los de un cangrejo, ven más y mejor. Y no son las bellas tus narices regulares, sino las
mías, chatas y con agujeros de frente, para recoger mejor los olores, que es para lo que los dioses nos dieron
las narices. Y no es lo mejor tu boca fina y regular, sino la mía, que muerde mejor, y con sus labios gruesos
también sirve mejor para besar. Una prueba la tienes en que las Náyades son diosas, y, sin embargo, paren
hijos semejantes no a ti, sino a mi: los silenos.
Se deriva del capítulo VIII la visión que del amor tiene Sócrates. Afirma que al amor carnal no puede tener
buen fin, mientras que únicamente el amor espiritual es capaz de procurar la kalokagathía al mismo tiempo
tanto en el amante como en el amado.
El Sócrates que nos encontramos en el Banquete no difiere mucho de la imagen que de él nos da Jenofonte
tanto en los Recuerdos como en el Ecónomico. La diferencia es la situación en la que el maestro es
presentado, tan poco propia de un filósofo. Parece que Jenofonte quiere demostrar cómo Sócrates sabe
adaptarse a toda clase de situaciones, alternando lo serio con las bromas. Esto plantea la problemática acerca
de lo mal parada que sale su imagen con respecto a la que obtenemos con las lecturas platónicas. De aquí
muchos han deducido el error de Jenofonte de poner sus propias teorías en boca de su maestro. Y es imposible
pensar como alguien con unas enseñanzas tan superficiales podía ser el maestro de Platón.
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A pesar de no ser considerado uno de sus escritos sócraticos, en el Económico tambíen aparece la figura del
maestro.
Aparecen en la obra tres interlocutores que dividen la obra en dos partes, con Sócrates como enlace entre una
y otra. En aquel tiempo era una figura literaria, un filósofo errante, por lo que Jenofonte lleva a cabo un
artificio de ingenio, poniendo en boca de otro lo que era imposible hacerle decir a Sócrates. Ese otro debía ser
un hombre maduro y de posición, y no podía ser el propio autor, de ahí la presencia de Isómaco, exponente
del hombre de bien ateniense según Plutarco.
Los tres puntos fundamentales que aborda Jenofonte en su obra son la situación de la mujer en Atenas, la
esclavitud y el arte de la agricultura.
En cuanto al primero, se sitúa en la tradición socrática más pura cuando aboga por los derechos de la mujer.
Aparece Aspasia, mujer con un gran papel dentro del movimiento feminista, por la que Sócrates sentía una
gran admiración.
En cuanto a la esclavitud, Jenofonte se plantea el problema de la existencia real de una esclavitud agraria
generalizada. Alude a la educación del capataz, que era un esclavo más escogido.
En cuanto a la agricultura, Jenofonte aconseja no emprender ninguna faena agrícola sin hacer previamente
propicios a los dioses.
Jenofonte escribe con un entusiasmo contagioso y muestra su maestría en un estilo y una dicción fáciles, pero
ocurre con sus palabras lo que con sus ideas, que a menudo repite el mismo modelo de oración, la misma
fórmula, e incluo las mismas palabras. Su pensamiento se mueve en un círculo estrecho de ideas, pero domina
un vocabulario extenso y variado.
En lo que se refiere a la Anábasis, el más vivo de sus relatos, Jenofonte revela los principales aspectos de su
fisionomía intelectual y moral, sus cualidades y sus defectos, muestra también cómo Sócrates le había
marcado con una huella que ni la vida militar pudo eliminar del todo. Lo que conservó de su maestro le ayudó
a reflexionar, a comprender, a razonar.
Las Helénicas en cambio, por la naturaleza del tema, no permitía mostrar las huellas de este influjo ejercido
por Sócrates sobre el pensamiento de Jenofonte. Y es que no se trata de un hecho personal en el que
intervenga él mismo personalmente, sino un período bastante largo de la historia griega. Sin embargo a veces
aparecen en las Helénicas algunos rasgos en los que se reconocen las enseñanzas de Sócrates. Analiza el
carácter de los jefes militares y sus cualidades, introduce diálogos de un marcado carácter socrático... Aparece
también la intervención divina en los sucesos humanos. Se deduce pues como es Sócrates quien proporciona a
Jenofonte su filosofía de la historia, como se fundamenta en un principio socrático al componer una obra
historíca no basada simplemente en una exposición de los hechos.
Después de toda esta reflexión sobre la influencia de Sócrates en Jenofonte, de la caracterización del maestro
en las obras de su discípulo, creo que la mejor conclusión sería incidir en la mentalidad sencilla y práctica que
definen tanto a las ideas como a las obras del historiador, cualidades éstas que acaban reflejando una presencia
más precisa de Sócrates tal como aparecía ante los ojos del hombre de la calle frente a los diálogos platónicos,
en los que el maestro a menudo es sólo el portavoz de su gran sucesor. Frente al Sócrates del genio demoníaco
y atractivamente misterioso que, muchas veces, nos presenta Platon, Jenofonte pone el acento en un Sócrates
más bien ético y práctico. Incidir también en que la mejor opción aquí no es aceptar una visión determinada e
ignorar la otra por completo, sino que lo mejor es apoyarse en uno y en otro, y decidir nosotros mismos,
escogiendo en cada momento.
BIBLIOGRAFÍA
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−GASPAROTTI, Romano, Sócrates y Platón, Madrid, Akal Ediciones, 1996.
− JENOFONTE, Anábasis, Madrid, biblioteca Clásica Gredos, 1982.
− JENOFONTE, Ciropedia, Edición de Rosa A. Santiago Álvarez, Madrid, Akal/Clásica, 1992.
− JENOFONTE, Recuerdos de Sócrates, Económico, Banquete y Apología de Sócrates, Madrid, Editorial
Gredos, 1993.
− TOVAR, Antonio, Vida de Sócrates, Madrid, Alianza Editorial, 1986.
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