Escritura, género y subjetividad femenina. El cuerpo (sexual) de la

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XII JORNADAS DE INVESTIGACIÓN
Revista Investigación Científica, Vol. 4, No. 2, Nueva época. Mayo - Agosto 2008
ISSN 1870-8196
Escritura, género y subjetividad femenina.
El cuerpo (sexual) de la escritura
Sigifredo Esquivel Marín
Unidad Académica de Docencia Superior
Universidad Autónoma de Zacatecas
La intención del presente ensayo es dilucidar la escritura a partir de la
corporalidad y la experiencia femenina feminista; desde un cuerpo, acaso el
cuerpo que escribe merodeando el cuerpo sexual de la escritura. Este ensayo es
un comentario sobre los residuos corpóreos de la significación de la escritura.
Para tal propósito –o despropósito– me remito a escritores y obras singulares,
cuya irreductibilidad está a prueba de todo juego comparativo. Se trata de
potenciar una búsqueda a partir de obras marginales que son cómplices de una
aventura hacia lo desconocido. Tal es la carta de navegación de la presente
bitácora. ¡Qué el viaje sea leve!
La escritura femenina es (dar a luz el cuerpo de) la hospitalidad
Supongo, únicamente supongo. Sobre la escritura femenina aventuro, aviento
una conjetura: una travesía por la marginalidad, una subversión política,
anónima violencia que intenta abrirse paso a ciegas, bajo identidades
contradictorias y máscaras impuestas. Hay una escritura que habla del cuerpo
de la mujer desde ese cadáver putrefacto del orden masculino. Identidad
formada por el conjunto de elementos materiales y simbólicos que identifica y al
mismo tiempo petrifica bajo un otro.
Atrapado en las rejas del lenguaje, el acto de nombrar fue por mucho
tiempo una prerrogativa masculina.1 No obstante, la discusión del lenguaje,
1
Rich, Adrienne, On Lies, Secrets and Silence, New York, Norton, 1979, p. 35. El potencial
subversivo de su obra apenas está siendo explorado por la crítica; su juego de escritura abierto a
partir de la resignificación del cuerpo cuestiona de forma creativa dogmas de la tradición
feminista anglo- norteamericana.
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desde la diferencia sexual, aglutina debates que se pierden en un murmullo
mediático, una interferencia casi imperceptible. La crítica feminista se pregunta
si hombres y mujeres emplean el lenguaje de manera distinta, si el lenguaje es
un instrumento de poder falocéntrico, y si en tal caso, las mujeres podrían crear
lenguajes y obras de arte propios. Poetas y escritoras encabezan el ataque en
contra de lo que Adrienne Rich nombra “el lenguaje del opresor”. Se esgrime que
el discurso social dominante muestra la ideología masculina. En consecuencia,
cuando una mujer escribe o habla para afirmar su existencia, estaría forzada a
hablar en una lengua extranjera; una lengua hostil y esclavizante.2 De ahí,
deducen que el desafío que hoy enfrenta la mujer consista en reinventar su
propio lenguaje: no hablar solo en contra, sino fuera de la estructura
falocéntrica especular, aquí la pregunta es ¿cómo?, si milenariamente el
lenguaje ha sido una red del poder? Pese a su atractivo, la defensa de un
lenguaje femenino no sólo está plagada de dificultades y contradicciones sino
que puede ser una camisa de fuerza para la mujer; autoras como Judith Butler y
Camilla Paglia han mostrado los límites de un pensamiento que afirma de forma
total y totalitaria una diferencia excluyente. No sólo porque no existe lengua ni
dialecto hablado únicamente por mujeres en una sociedad, tampoco hay
evidencia para afirmar que los sexos tienen sistemas lingüísticos diferentes, sino
ante todo porque el uso del lenguaje no puede explicarse en términos de
lenguajes sexualmente separados, más bien como producto de innumerables
factores de género, tradición, memoria y contexto.3
Según críticas feministas como Rosi Braidotti hay una resistencia inalienable
que constituye una experiencia alterna a la del hombre, zona desierta o espacio
femenino. Se busca convertir en realidad el peso simbólico de la conciencia
femenina, hacer visible lo invisible, lograr que lo silencioso hable. Lo cierto es que
2
Burke, Carolyn, “Report from Paris: Women’s Writing and the Women’s Movement, Signs, 3,
Verano de 1978, p. 884.
3
Showalter, Elaine, “La crítica feminista en el desierto”, en Fe, Marina (Coord)., Otramente: lectura
y escritura feministas, México, F.C.E., 1999, pp. 618-619. Showalter es de las pocas académicas
que intenta romper con la miopía acrítica que caracteriza a gran parte de la izquierda feminista
norteamericana.
2
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no existe escritura ni habla totalmente fuera del lenguaje dominante; acaso el
mismo acto de hablar sea ya, en principio, sujetarse a ley de la cultura: ser
sujeto. Ninguna obra humana, ya sea masculina o femenina, puede estar
completamente libre de los mecanismos de control económicos, políticos y
culturales de una sociedad determinada. Por lo menos, la creación femenina es
una obra polifónica que encarna las voces artísticas, sociales y culturales de los
vencidos y las voces del poder. Margen activo en constante descentramiento, la
escritura femenina no está dentro ni fuera de la tradición masculina, sino de
forma simultánea en ambas tradiciones. Se aloja en los umbrales del discurso.
Tiene múltiples conexiones y niveles. Mapa de movimientos vivenciales, es una
obra dinámica, grama móvil, que expresa el sentido haciéndolo. Obra que
emerge del encuentro –o desencuentro y pugna– entre partes y pares.
Escritura autobiográfica y género
Según Jacques Derrida la autobiografía es una escritura impregnada de una
alteridad que no deja nunca de irradiar contaminaciones. Relato testimonial y
juego de la ficción, de manera intermitente se despliega como un devenir
transgenérico. La relación verdad-ficción en la obra autobiográfica no es una
disyunción sino más bien una indecisión. Su Circonfesión debe ser pensado bajo
dicho planteamiento: un simulacro de confesión ante un simulacro de muerte
(aunque el trasfondo sea la muerte real de su madre). Ni verdad, ni ficción, sino
umbral inapropiable que excede todas las consideraciones binarias y
convenciones literarias y filosóficas, la «auto»biografía, desvela siempre la disolución de lo propio del nombre y de la propia vida:
Derrida escribe su autobiografía como una confesión «circuncidada» y
«circundada». Como judío, su vida se inicia con la marca de la comunidad: la
circuncisión que lo hace parte de una cultura, religión, alianza y don. Esa marca,
pretendida marca de lo mismo, es al mismo tiempo marca de lo otro, no sólo de
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la diferencia sino también de la exclusión y del dolor de ser otro. Juego de
desapropiación y apropiación de lo propio es un paradigma de lo indecidible. En
este juego de desapropiación, el autor de su «propia» vida deviene casi ajeno a la
misma. Ni el mismo Agustín, desde la verdad interior, da cuenta de sí, porque esa
interioridad ya está siempre habitada por un otro.4
La escritura de la vida se encarna como escritura de la sobrevivencia. En un
relato de Blanchot titulado “El instante de mi muerte. La locura de la luz” se
produce un cruce muy especial entre autor y lector, por lo que el fragmento
nombra «una cierta hospitalidad, el lugar del lector como un otro y del otro
como un huésped a quien ese testimonio autobiográfico y artístico no confía
nada en suma, no da nada, nada a saber más que su muerte, su inexistencia».
Como dice el mismo Blanchot en La escritura del desastre: “Hospitalidad de la
muerte misma”. De ahí que escribir no sea sino desangrarse, desvivirse. Toda
escritura está herida de muerte; es ella misma la anunciación de la muerte, y
también la patentización de una excedencia más allá de la vida y la muerte. Ni
mortal ni tampoco inmortal sino trans-mortal, la escritura testimonia lo imposible.
La escritura de la identidad femenina feminista
como re–escritura y experimentación
Las mujeres escritoras han hecho de la escritura autobiográfica un espacio de
exploración de su propia subjetividad, así como una cartografía de reinvención
de la identidad.
La escritura femenina feminista implica un ejercicio de re-escritura, trabajo
paciente y tenaz de re-apropiación de moldes impuestos y trituración de
esquemas preestablecidos. En estado de memoria Tununa Mercado la escritura
resiste a los géneros literarios.5 La reflexión se abre a la narración y ésta se
despliega como biografía, apunte, epigrama. El yo fijo que autolimita la
4
Cragnolini, Mónica, “Adieu, adieu, remember me. Derrida, la escritura y la muerte”, Derrida en
Castellano, http://www.jacquesderrida.com.ar/comentarios/derrida_muerte.htm
5
Cfr. Mercado, Tununa, En estado de memoria, Buenos aires, Ada Korn, 1990.
4
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identidad es atravesado por un sinfín de búsquedas, encuentros, experiencias,
relecturas y recuerdos. Para la autora la escritura es exilio literario y exploración
de lo ignoto. La escritura avanza como inmigrante en un país lejano, se pierde y
se re-encuentra sólo para definitivamente volverse a perder.
El carácter oblicuo y laberíntico de la escritura borra el poder de la primera
persona, transgrede el género autobiográfico. En estado de memoria el sujeto
escribiente se extravía en la búsqueda de un autorreconocimiento bajo
categorías impuestas, y sin embargo, se re-encuentra en distintas figuras y
figuraciones de la alteridad.6 A través de la escritura autobiográfica, las mujeres
impugnan el principio de identidad para encarnar al sujeto de la diferencia.
Subjetividad en fuga, el cuerpo intransferible de la escritora desenmascara la
identidad y promueve formas abiertas de identificación. En estado de memoria
se describe un cuerpo que deja de ser “constituyente y determinante de la
configuración de la subjetividad al huir de las pautas simbólico-culturales
establecidas como signos reconocidos de representación. Se muestra el cuerpo
exiliado de sí mismo, un cuerpo que diluye toda certidumbre de identidad”7.
Lejos del mítico Narciso literario eternamente enamorado de su imagen, la
escritura autobiográfica funciona como un espejo monstruoso que devuelve
imágenes equívocas de una identidad siempre distorsionada. En la mujer, en su
autorrepresentación, hay algo que escapa al discurso. Autodesconocimiento,
extrañeza y desposesión, los límites del propio cuerpo dejan de ser propiedad de
una mujer que escribe y se convierten en fronteras móviles:
En síntesis, la desnudez, la carencia y la imagen del espejo, pasan a constituirse
en los recursos que Tununa Mercado articula para trazar el destino inexorable de
una subjetividad fugitiva, (des)encarnada en el cuerpo del exilio. Destino de ser un
escenario vacío, un cuerpo sin espesor, en el que sin embargo existe algo que
ningún vestido jamás podrá cubrir. Algo que insiste en el orden del sentido para
6
Cfr. Jara, Sandra, “Escribir(se) fuera de los límites (Sobre En estado de memoria), Cuadernos del
CILHA, No. 7/8, 2005-2006, http://ffyl.uncu.edu.ar/IMG/pdf/sandra_jara.pdf
7
Ibidem. (La cita ha sido ligeramente modificada.)
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marcar la presencia de un hueco, de una grieta, de un dolor inexpresable, algo
que en definitiva se resiste a la representación: una falta, un vacío que el tránsito
del deseo de autorreconocimiento no podrá jamás colmar.8
Por medio de la escritura autobiográfica, las mujeres tienen –y ejercen– la
transformación de la propia biografía y la reconfiguración de una identidad
impuesta desde la memoria y la utopía. El lenguaje y el cuerpo expresan lo
inidentificable, lo sin Yo, y sin nombre, la presencia de lo inaccesible, la huella de
la represión, pero también, el trazo de un eros femenino feminista que impugna
creativamente toda domesticación.
Helene Cixous y la deconstrucción de la identidad faloscéntrica
En la eliminación de fronteras, Helene Cixous ejerce una exploración poética.
Ejercicios de relectura, sus textos creativos son derivas de otras escrituras. En la
risa de la medusa. Ensayos sobre la escritura retoma el ejercicio de
deconstrucción emprendido por Jacques Derrida. Desmonta las oposiciones
binarias de la cultura occidental y desenmascara la jerarquía del logos sobre el
pathos; un logos concebido como día, cultura, sol, padre, lo activo. Y un pathos
reducido a noche, naturaleza, luna, madre, lo pasivo. Privilegio occidental del
falocentrismo en la filosofía, la historia y el arte. Para Cixous la escritura femenina
depende de una libido cósmica. Escritura que no se inscribe jamás ni discierne
sus límites. Hay un vínculo entre la economía libidinal de la mujer –su goce, el
imaginario femenino– y su modo de constituirse. Para Cixous, lo femenino pasa
por las alteraciones: suspenso, silencios, superabundancia, vínculo con la voz de
la madre mezclada con leche. La mujer escribe con la tinta blanca, escribe con
su cuerpo, y al hacerlo, transgrede el orden impuesto en un acto de
autoliberación.9 La metáfora de las oposiciones binarias, según Cixous, la
8
Ibidem.
Araújo-Delgado, Textos de teorías y crítica literarias (Del formalismo a los estudios poscoloniales),
México, UAM, 2003, p. 516
9
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seguimos y nos trasporta bajo todas sus formas y por todas partes donde se
organiza un discurso: desde la literatura, la filosofía y la crítica, hasta la cultura, la
sociedad y la tecnología.10 Según la escritora argelina de origen judío, el
pensamiento siempre ha funcionado por oposiciones. Arte, cultura, familia,
religión, todo –según la autora– se construye recurriendo a los mismos
esquemas: la historia de Occidente advierte está marcada por una constante
absoluta, ordenadora de valores: la oposición actividad-pasividad.”11 Y si se
interroga la historia de la literatura, el resultado es el mismo: la literatura está
regida por lo filosofía, y esta por el falocentrismo. El orden filosófico se ha
construido a partir del sometimiento de la alteridad, en tal sentido la mujer es la
encarnación paradigmática de lo otro. Subordinación de lo femenino a lo
masculino como condición de funcionamiento de Occidente.12
Privada de su condición de ser, la mujer ha estado obligada a guardar
distancia consigo misma. Se le ha confinado a ver lo que el hombre quiere que
ella vea. Excluida del sistema sociocultural, es la inhibición que asegura al
sistema su funcionamiento. No ha podido habitar su propio cuerpo. Han
colonizado el cuerpo del que no se atreve a gozar. La mujer tiene miedo y asco
de ser mujer.13
La
economía
política
sexual se
organiza
por
medio
de
códigos
diferenciados. Produce signos y significaciones sociales. Y ahí reproduce un
sistema de inscripción cultural legible. La sexualidad masculina engendra una
anatomía política centralizada bajo la dictadura de la cabeza sobre las partes
(falo y en-céfalo), en cambio la mujer no realiza está fragmentación en
provecho de la pareja cabeza-sexo: su libido es cósmica. La ley codifica la
diferencia sexual, se codifica como relación de fuerza. Sin embargo, cabe
10
Habría que pensar el audaz ejercicio de deconstrucción de Helene Cixous como una
radicalización política y afirmativa de la empresa derridiana, al consumar la crítica al
falogocentrismo como creación de escrituras y subjetividades emergentes. Cixous, Helene, “La
joven nacida”, La risa de la medusa. Ensayos sobre la escritura, Barcelona, Anthropos, 1995, pp.
13-107; ensayo compilado en Araujo-Delgado, Op. Cit. p. 517.
11
Ibid. p. 519.
12
Ibid. p. 520.
13
Ibid. p. 525.
7
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aclarar, como lo hace Cixous, que la diferencia sexual no es meramente una
diferencia entre hombres masculinos y mujeres femeninas; la diferencia no se
distribuye a partir de los sexos determinados de forma social.
En este cuento que sigue siendo real, la mayoría de mujeres están
despertando de un largo sueño; recuerdan haber sido dormidas en el sepulcro
del silencio, la muerte y la ignominia. Quizá un día se llegue a saber que el
proyecto
logocéntrico
siempre
ha
sido,
inconfesablemente,
fundar
el
falocentrismo.14 La puesta en duda de la alianza entre logocentrismo y
falocentrismo amenaza la estabilidad conceptual de Occidente. Sin embargo,
la autora no excluye hoy la posibilidad de transformaciones radicales de
comportamientos, mentalidades, roles, en suma: de la economía política
(economía libidinal). En su poderosa aleación, La economía política, que en
tanto control de cuerpos implica una economía libidinal, re-construye el espacio
y el tiempo vital de representación del imaginario social y de la imagen corporal.
La invención implica abundancia de lo otro, lo diverso; súbitas apariciones
de un otro yo absolutamente desconocido. Pero no existe la invención del otro –
aclara Cixous– sin que un juego de bisexualidad obre en mí como cristalización
de mis ultrasubjetividades; bisexualidad “no como búsqueda de fusión de dos
mitades por miedo a la castración, sino como localización individual en sí de
cada uno de los sexos como umbral de tránsito y afecciones. En fin, permiso
otorgado para la multiplicación de los efectos de inscripción del deseo en todas
las partes de mi cuerpo y del otro cuerpo”.15 La mujer acepta lo Otro. Su
convertirse-en-mujer no elimina nunca del todo la bisexualidad latente.
Feminidad y bisexualidad van juntas, en una combinatoria que varía según los
individuos, distribuyendo de manera distinta sus intensidades. Al hombre le resulta
mucho más difícil dejarse atravesar por el Otro. La escritura en la mujer, puede
ser, el paso, entrada, salida, estancia, del otro que soy y no soy.
14
15
Ibid. p. 520.
Ibid. pp. 532-533.
8
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Feminidad: apertura: cuidado en vida del Otro; lo propio es su capacidad
para desapropiarse: cuerpo sin fin, sin extremidad, sin partes principales: ilimitado
cosmos erótico que recorre un inmenso espacio astral. Feminidad: amar al Otro,
en calidad de absolutamente Otro y sin sumisión. Escribir la feminidad: proceso
de construcción del entre, entre lo mismo y lo otro. Dinamizar al infinito un
recorrido multiplicador de transformaciones. Y esto –según la autora– no se
produce sin riesgo, dolor y pérdida. Hay que abismarse en lo desconocido y
enloquecedor. La escritura femenina no puede sino proseguir. Siempre
traspasando sus límites hacia lo infinito. Al escribir, la mujer es cántaro y dulce
carne que canta: injerta una transformación viva. La luz femenina no cae. Irradia
una
ascensión
absolutamente
imparable,
dolorosa.
Brota
y
desgarra,
humedece, separa espesuras y volúmenes. Contra la opacidad, se abre y es luz
y percibe las entrañas de la materia. En ella despierta el alma y la sangre
(ambas son una), levantándose, bajo la insurrección de un nuevo cuerpo, de
una nueva carne.16
La posibilidad de alteración y devenir radicales se inscriben en el cuerpo.
Creación literaria femenina: experiencia del parto: alumbrar un ser más fuerte,
más grande, más pleno que uno mismo. Vínculo con el Otro que se vive en una
relación única: en la escritura y en el parto. Escritura como la experiencia del no
yo en el yo. Vínculo entre una economía femenina abierta y pródiga hacia el
Otro y una escritura que siempre excederá el sistema falocéntrico. La feminidad
en la escritura privilegia la voz: escritura y voz se trenzan, se traman en la
continuidad de un ritmo. Un aliento jadea en texto hasta destrozar el goce en la
palabra soberana. Cree Cixous que la mujer materializa carnalmente lo que
piensa. Se expone, con su cuerpo expresa lo que piensa y siente: en toda mujer
canta el primer amor sin nombre.17 La escritura literaria femenina guardaría,
según ella, la posibilidad de expresar y describir el cuerpo, algo tan
incomunicable como Dios, el alma o el Otro. El cuerpo, en la mujer que escribe,
16
17
Ibid. pp. 538-539.
Ibid. p. 545.
9
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es la inmanencia que inscribe el estilo de mujer en la lengua: voz irreductible. La
voz femenina siempre guarda un poco de la madre previa al origen y a la
designación del nombre propio. Escribe con una voz mezclada con leche. Ella
dispara. Rompe. Desde un cuerpo prohibido a gozar. La mujer tiene casi todo
por escribir acerca de la feminidad, de la infinita y móvil complejidad de un
erotismo fulgurante. De ahí que siguiere que en la escritura femenina se aventura
una pulsión, un viaje brusco y un lento despertar: cuando la mujer deje que su
cuerpo y articule la abundancia de significados y sentidos repercutirá la lengua
materna de un solo surco.18
El cuerpo de la mujer que se expresa, literalmente, en texto violenta las
dicotomías autor-escritura, lector-obra. Las mujeres son cuerpos: sentencia
Cixous. Y lo son más que el hombre. Más cuerpo, significa según ella, más
escritura. Durante mucho tiempo, la mujer respondió con el cuerpo a las
vejaciones. Durante mucho tiempo la mujer se mordió la lengua antes que
hablar, por eso conoce su lengua y su boca mejor que nadie. Sabe lo que es el
silencio y el (con)fin(namiento). Aquella que en una sola palabra del cuerpo
inscribió “el inmenso vértigo de una historia arrancada como una saeta de toda
la historia de los hombres, de la sociedad bíblico-capitalista”, es la mujer legión,
la mujer mártir ajusticiada quien va a trastocarlo todo, y después de ella,
“ninguna relación intersubjetiva podrá ser como antes”. Pese a las sugerentes
aportaciones, la posición de Cixous suele caer en una visión esencialista,
orgánica y biológica bajo la declaración extrema de la diferencia de género:
anatomía es texto literario. Ya se ha denunciado el determinismo biológico que
invoca a un cuerpo femenino único y absoluto como retroceso a un descarnado
esencialismo: en su obsesión por “el territorio corporal de nuestra inteligencia” la
biocrítica feminista puede ser también cruelmente prescriptiva. La exhibición de
heridas sangrantes se podría convertir en un rito de iniciación muy distante y sin
conexión alguna con una visión crítica; ¿alguien recuerda el reality show de
Laura en América? Las editoras de la revista Questions Féministes señalan, es
18
Ibid. p. 547.
10
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peligroso colocar al cuerpo en el centro de una búsqueda de identidad
femenina. No se puede olvidar que la diferencia entre los sexos se ha utilizado
para justificar el poder absoluto de un sexo sobre el otro. Las ideas acerca del
cuerpo son fundamentales para comprender cómo las mujeres conceptualizan
sus situación en la sociedad, pero no puede haber expresión corporal sin
estructuras lingüísticas y sociales. La diferencia en la práctica literaria femenina
debería buscarse –según palabras de Miller– en el cuerpo de su escritura y no en
la escritura de su cuerpo.19
Una afirmación exagerada, y podría decirse inconsistente (¿entre otras
afirmaciones?), que aparece en “La joven nacida” hace la siguiente
extrapolación:
Un texto femenino no puede no ser más que subversivo: si se escribe, es
trastornando,
volcánica,
la
antigua
costra
inmobiliaria.
En
incesante
desplazamiento. Es necesario que la mujer se escriba porque es la invención de
una escritura nueva, insurrecta, que permitirá llevar a cabo rupturas y
transformaciones indispensables en su historia, al principio en dos niveles
inseparables: individualmente, al escribirse, La Mujer regresará a ese cuerpo que,
como mínimo, le confiscaron; ese cuerpo que convirtieron en el inquietante
extraño del lugar, el enfermo o el muerto, y que con tanta frecuencia, es el mal
amigo, causa y lugar de inhibiciones. Censurar el cuerpo es censurar, de paso, el
aliento, la palabra.20
Por una parte, una serie de novelas rosa escritas por y para mujeres muestra que
no toda las escritoras, por el simple hecho de ser mujeres, son subversivas –hay
un sinnúmero de contraejemplos, al respecto tres nombres paradigmáticos:
Corín Tellado, Laura Esquivel y Guadalupe Loaeza. Que una mujer escriba no
garantiza necesariamente, una obra literaria, mucho menos una obra
revolucionaria. Tampoco es suficiente que una mujer se ponga a escribir para
19
20
Showalter, Op. Cit. pp. 605 y 613.
Cixous, Op. Cit.. p. 551.
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que su cuerpo sea expresado en cabalidad. Por otra parte, ¿en cuantas obras,
escritas por hombres no se aprecia la condición femenina desde una
profundidad escalofriante? Marcel Proust y Jean Genet lo muestran y demuestran
con creces. Afirmar que la literatura y el arte son construcciones canónicas
falocéntricas nos da licencia para escribir y hacer cualquier obra desde una
supuesta originalidad, que de antemano, se declararía a prueba de toda crítica,
pues la crítica sería falocéntrica, claro está. La consecuencia –nefasta por sus
implicaciones– de reducir toda apropiación y/o creación artística o literaria a un
apéndice de expresión de género termina –al igual que las lecturas marxistas y
culturalistas– por negar su singularidad expresiva, y por tanto, neutralizar su
aportación creadora y crítica; puesto que el núcleo crítico de una obra reside en
su potencial creacionista.
La escritura como el espacio de soberanía trágica, como umbral infinito de
infancia y despersonalizaciones no es un territorio virgen reservado a una nueva
casta de mujeres escritoras indómitas. William Shakespeare, Marcel Proust, Jean
Genet, Maurice Blanchot, Walter Benjamín, Gilles Deleuze (sólo por citar
nuevamente algunos ejemplos) nos muestran, en su praxis creadora, que una
escritura abierta a las alteridades no es exclusiva de las mujeres. Convengamos
que la feminidad es apertura al otro, empero no es patrimonio de mujeres, así
como la virilidad no es cualidad (únicamente) masculina; lo cual también debe
prevenirnos para no caer en el reduccionista feminista anglosajón de separar de
forma dicotómica el sexo del género, pues dicha separación tajante vuelve a
introducir los criterios binarios y esencialista de un falocentrismo que no
ha
logrado superar ideológicamente –no sólo ha sido ingenuo sino pernicioso
pensar que se pueden construir lenguajes conceptuales sin cierta adscripción
metafísica de la realidad. Cixous ha matizado las cosas, al señalar que sólo con
algunas excepciones, no hay todavía una escritura que admita la feminidad de
forma plena. La idea es ubicar la escritura femenina feminista como un proyecto
abierto al devenir del presente más que al pasado.
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Algunas teóricas del feminismo advierten que definir la diferencia y
singularidad de la escritura femenina es una tarea escurridiza; puede conducir a
callejones sin salida. Divergencia delicada, la diferencia manifiesta la naturaleza
sutil y evasiva de la práctica feminista de la escritura. Pues sólo la figuración
reiterada del cuerpo femenino permite construir una conciencia de género y
articular la estructura de una compleja poética basada en una visión afirmativa
de lo femenino.21 Aducen que las mujeres poetas piensan a través del cuerpo,
ello no quiere decir que los hombres no piensen también corporalmente, pero
sólo en las mujeres lo corporal potencia el acto de pensar. En la escritura de
mujeres, el cuerpo femenino potencia metáforas de creación por medio del
mismo cuerpo y de otras formas de razonamiento alternas a la lógica como la
imaginación y la intuición. Esto resulta unilateral, puesto que en escritores como
Platón y James Joyce también se establecen importantes analogías entre la
gestación y la creación literaria.
Uno de los principales problemas de la mayoría de escritoras feministas –
pues aquí como en toda discusión verdaderamente relevante hay que evitar
simplificaciones y generalizaciones sin establecer los matrices– es que liberarse
significa asumir una identidad masculina, consciente o inconscientemente. Esto
se puede observar claramente en el texto fundacional del feminismo El segundo
sexo de Simone de Beauvoir. El patriarcado es una marca, una huella histórica y
transhistórica que condiciona en gran medida nuestras formas de pensar y
hacer. El patriarcado constituye un régimen de dominación que es funcional al
sistema de producción y que estableció una dinámica propia en las relaciones
de poder y convivencia. La lucha de la mujer no es la lucha de clases, etnias o
minorías sociales, pero no cabe duda de que todas las formas de resistencia
frente al poder hegemónico se interrelacionan. La literatura feminista en América
21
Russoto, Margarita, “Modernidad alternativa en la poesía venezolana”, en Mujeres
latinoamericanas del siglo XX. Historia y Cultura, T. I, México, UAM, 1998, p. 140. (En América
Latina, las apuestas teóricas más interesantes son las que abren un diálogo crítico con los textos
feministas desde los contextos marcados por el colonialismo, la marginalidad y una serie de
dispositivos de opresión. Esto implica que los estudios de género europeos y norteamericanos
exigen una deconstrucción poscolonialista: una relectura desde el margen.)
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Latina, más que comienzo de una tradición, representa una subversión
constante de todo lo que niega el diálogo entre alteridades polifónicas.22
Deconstruir el falocentrismo no es posible sin la deconstrucción geopolítica
del eurocentrismo y las formas de dominación subsidiarias a toda visión
hegemónica.
Braidotti y Richard: subversión nómada (A manera de epílogo)
El pensamiento nómada de Rosi Braidotti se encarna como una filosofía
materialista del cuerpo. Si retoma la desgastada y polémica noción de sujeto y
subjetividad, herencias de la filosofía moderna, lo hace para potenciar el
feminismo como una filosofía política y ética de cara los principales temas y
problemas de la sociedad contemporánea. En Sujetos nómades Braidotti
elabora una crítica al sujeto racional que funda y fundamenta la modernidad
tecnocientífica. La responsable de ATHENA (Red de la Comunidad Europea de
Género), a través de la noción deleuziana de sujeto nómade efectúa un trabajo
de crítica y de creación dentro de la crisis actual del pensamiento
contemporáneo. El sujeto nómade es una estrategia de demolición del
pensamiento hegemónico y un espacio de autocreación social de los sujetos
individuales y colectivos. La obra de Braidotti retoma los conceptos de
nomadismo y devenir de Gilles Deleuze. Ya la misma obra es una declaración
de principios: “Por la senda del nomadismo”. El libro nos recuerda la idea del
libro experimental y vitalista de Michel Foucault: “Este libro no hace más que
trazar un itinerario intelectual; también refleja la situación existencial como la
experimenta un individuo multicultural, un emigrante convertido en nómade”.23
La escritura feminista femenina traduce una serie de búsquedas plurales de
autocreación que impactan más allá de los estudios de género en la
conformación misma de nuestras sociedades contemporáneas.
22
Alonso, María Elena, “Entre el deseo y la imposibilidad: la poesía de Delmira Agustín, Alfonsina
Storni y Julia de Burgos, en Mujeres latinoamericanas... pp. 150-151.
23
Braidotti, Rosi, Sujetos nómades, Buenos Aires, Paidós, p. 25.
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Y sin embargo, el nomadismo como teoría y práctica de las multiplicidades
de sujetos y sociedades contemporáneas, es un concepto que tiene que ser
deconstruido desde la marginalidad crítica de otros agentes de la movilidad
social que no hacen turismo revolucionario o existencial: los migrantes. Antítesis
efectiva del flujo liberador, la migración replantea toda visión idílica del
nomadismo. Nelly Richard en varios de sus luminosos ensayos
analiza la
producción artística y cultural a partir de un poderos dispositivo crítico que
resignifica la crítica cultural y los estudios de género desde una óptica poscolonialista. Frente a visiones de negación y autonegación, la autora reclama el
derecho a la teoría desde Latinoamérica como una crítica a la autoridad del
saber hegemónico. Apela a la memoria como un proceso abierto de
reinterpretación y autointerpretación.24 Desde la perspectiva de Richard se
podría decir que hay un cierto nomadismo postmodernista (no cita a Braidotti,
pero se puede inferir que se trata de autoras como ella), que “todo lo deslocaliza
sin cesar, borrando peligrosamente fronteras y antagonismos. (En cambio)
Contexto y Experiencia designan el modo contingente, situacional a través del
cual las feministas latinoamericanas producen teoría”25. Para leer la composición
heterogénea de la realidad y el proceso de descentramiento continuo de los
sujetos actuales, considera Richard que hacen falta teorías flexibles capaces de
abrirse a la multiplicidad articulatoria de las diferencias: teorías que no conciban
lo femenino como un término absoluto o retotalizador “sino como una red de
significados en proceso y construcción que cruzan el género con otras marcas
de identificación social y acentuación cultural”26.
24
Richard, Nelly, Fracturas de la memoria. Arte y pensamiento críticos, Buenos Aires, siglo XXI,
2007, pp. 13, 18-19, 93, 211. El prolífico trabajo de Richard da un paso más allá del
posmodernismo y post-estructuralismo europeos al mostrar y demostrar conceptos como
alteridad y diferencia desde un campo de acción-actuación que sortea las dicotomías centroperiferia, capital-marginal a partir de los lenguajes del arte realmente existentes y la semiotización
de la vida cotidiana. Se podría concebir su quehacer intelectual como la construcción de
herramientas para una subversión autocreadora.
25
Richard, Nelly, “Experiencia y representación: lo femenino, lo latinoamericano”, en Colonialidad
y crítica en América Latina, Puebla, UDLA, 2007, p. 487.
26
Ibid, p. 494.
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Sugiere que hace falta un feminismo de las diferencias (no de la diferencia),
una apuesta teórica que en lugar de contribuir a una representación
homogénea de la feminidad propague escrituras y creaciones que se
constituyan como vectores de descentramiento significante y que postulen
múltiples combinaciones de signos y transiciones contingentes, de sexos e
identidades plurales y transversales. Todo ello en las antípodas de muchas de las
empresas feministas y de género de rescatar las experiencias y representaciones
de un cuerpo y escritura de una supuesta subjetividad femenina feminista
primigenia. En el cruce complejo y contradictorio de escritura, género y
subjetividad femenina, el cuerpo (sexual) de la escritura, no es un dato, tampoco
es un principio o fin, sino un proceso histórico, social, político, ético y estético
abierto a todas las precariedades y vicisitudes que padecemos.
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