La ciencia de gobernar o el difícil arte de dirigir

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Publicado en Gestión el 02 de julio de 2013
La ciencia de gobernar o el difícil arte de dirigir
José Ricardo Stok – Director del Área de Dirección Financiera.
La marcha de un país, de una empresa u organización, está confiada a los
gobernantes o directivos; y esa tarea es una responsabilidad importante y,
tanto más, cuanto más dependa de su accionar.
Si definimos con el diccionario, la dirección como ciencia, será un conjunto de
conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento,
sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes
generales. Pero la realidad muestra, día a día, que dirigir o gobernar no es solo
cuestión de conocimientos; esto es condición necesaria pero no suficiente,
hace falta hacer el bien, y hacerlo bien. Por esto decimos que es arte: virtud,
disposición y habilidad para hacer bien algo. Es una cuestión que requiere una
armónica mezcla de inteligencia, voluntad, rectitud y ética. Evidentemente, no
es actividad para todos. Muchas veces se cree que dirigir es mandar,
asociándolo con dar órdenes; lo importante es establecer un orden, y para esto
hace falta tener conceptos claros; es decir, una capacidad de comprensión de
la realidad para señalar las prioridades adecuadas en cada caso. Para mandar,
primero hay que saber obedecer: a las propias obligaciones y principios, sin
claudicaciones ni componendas; a los mandatos recibidos, sin cesiones ni
rebajas cicateras.
Al mandar se sirve; y hay que “servir para servir”, entendiendo esto en su doble
sentido: de entrega a los demás y de utilidad. También es importante tener
conciencia de que no conviene dirigir en solitario: pedir consejo es señal de un
actuar prudente, que amplía y enriquece la propia opinión, a la vez que
fortalece la unidad. Pero esto requiere elegir bien a los colaboradores, evitando
los mediocres, los adulones o los genios soberbios; caso contrario se elevan
los costos de coordinación y la eficiencia se empobrece. Ciertamente, también
hay que estudiar los asuntos, ponderando bien las consecuencias de cada
decisión: a esto nos conduce la virtud de la prudencia, a discernir lo que es
bueno o lo que es malo, para seguirlo o para huir de ello; si no se discierne,
acertar será una lotería.
“Se requiere de una armónica mezcla de inteligencia, voluntad, rectitud y
ética. Evidentemente, no es actividad para todos”.
Y existen dos grandes peligros de los que un gobernante debe huir: el miedo y
la mentira. El directivo debe ser consciente de que tanto él como quienes están
a su cargo son seres humanos pasibles de sufrir esas lacras. El gobernante
con miedo no actúa; o cede o abdica y termina mintiendo; el dirigido con miedo
se esconde y cae fácilmente en la mentira o la corrupción. El directivo que se
impone a fuerza de miedo fomenta la inacción y el engaño. También existe el
miedo a pensar, que conduce a caer por ignorancia
en el error, y de allí a la mentira, apenas hay un paso. Mientras el que miente lo
hace adrede, el que se equivoca no lo hace queriendo. Dirigir es cambiar la
conducta de otros de manera que hagan lo que se desea que hagan; el desafío
es, además, que quieran hacerlo. El ejemplo es un prerrequisito fundamental:
una persona que no se gobierna a sí misma, no podrá gobernar a nadie.
A decir del filósofo Leonardo Polo: “Es humano tener miedo; lo que no es
humano es temer al miedo; integrarlo hasta tal punto que uno se convierta en
miedoso [...] el subdesarrollo no es una consecuencia de la ineptitud, es la
consecuencia de mentir demasiado, de que la gente no se fía de nadie”. La
mentira condena y el miedo paraliza. Y hoy hace falta una cruzada de valentía
y veracidad: la sociedad lo reclama a gritos; el país se fortalecería en todo
sentido.
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