LOS HIJOS, FIN PRIMARIO DEL MATRIMONIO Consejo Arquidiocesam) H H. A. o: El matrimonio, es un Sacramento que da a los esposos la gracia para amarse santamente y educar cristianamente a sus hijos, estableciendo entre ellos una santa e indisoluble unión. El fundamento esencial de la sociedad es el matrimonio. La base de la sociedad es la familia. La unión conjugal de] hombre y de la mujer es el origen de la familia. El matrimonio no es la unión de un día, subordinada, a los apetitos de los sentidos y a los caprichos de las voluntades; es la compenetración solemne e irrevocable de . dos corazones, en la vida y . en la muerte, tanto para la dicha como para la desgracia. Y Dios al prever nuestras debilidades y queriendo remediarlas, se dignó bendecir e]. matrimonio fortificando su carácter, al trasladarlo del mundo de la naturaleza al mundo de la gracia, elevándolo a la dignidad del Sacramento. El matrimonio no es solamente la unión de dos euerpos* es id acuerdo de dos inteligencias, la fusión de do? corazones. Los así unidos sacrifican generosamente su propio interés al interés común: reprimen sus faltas, armonizan sus caracteres y se esfuerzan en adquirir las cualidades y virtudes que les faltan. Para disipar un error muy f r e c u e n t e insistiremos en que el Sacramento' no va añadido al matrimonio, sino que es el matrimonio el mismo Sacramento. En el contrato, en el mutuo cambio de consentimientos es donde residen los elementos sacramentales, de donde nace un lazo, un vínculo sagrado y sobrenatural lleno de la gracia de Dios. Los contrayentes son en realidad, los ministros del sacramento. El llamado matrimonio civil no es sacramento, ni verdadero matrimonio entre cristianos, sino una formalidad prescrita por el Estado, a fin de asegurar los efectos civiles a los casados y a sus hijos. Por consiguiente se equivocan y han sido condenados por la Iglesia aquéllos que sostienen que: a) El Sacramento del matrimonio no es esencial, sino accesorio al eontralo y que éste es válido sin aquél, b) Que basta el simple contrato civil para que haya válido matrimonio. FIN DEL MATRIMONIO La generación es y será siempre el fin del matrimonio, el centro alrededor del cual gira la vida de los cónyugues. El hijo es el fruto bendito de esas uniones y requiere los cuidados más solícitos y diligentes de los padres. De poco vale darles la vida del cuerpo, sino se atiende al resurgimiento de la vida superior del alma, iniciándola en los principios de la moral y de la religión. La educación es el complemento indispensable a la generación material. Es la obra magna a la oual deben dedicara les padres, es el fin verdadero de su contrato. Es de todos manifiesto que el objeto principal del matrimonio es la generación, que asegura Ta existencia y 2 la propasación del género humano. Dios mismo lo indicó el primer día cuando, al bendecir a Adán y Eva, les dirigió estas palabras tan magníficamente realizadas desde entonces: "Creced y multiplicaos". La Iglesia ha enseñado siempre que el fin primordial del matrimonio es la procreación de los hijos y el desarrollo de la familia. La ley natural de la generación ha sido reconocida y sancionada por ella. La ignorancia y perversidad humana han intentado violar esta Iey< La fundamental enseñanza dé la Iglesia sobre este punto es segura y nunca ha variado: es la misma tradición. Estudiando la unión sexual en su aspecto más intimo, la fisiología no se separa de la fe y llega a la misma conclusión : reconoce que el matrimonio está destinado a asegurar el desarrollo y la propagación de la especie huma* na. En verdad la moral y la ciencia van unidas en mutua asistencia sobre el terreno de la vida práctica y las nociones de una vienen a sostener y corrobora! afortunadamente las de la otra. La fisiología jamás contradice las doctrinas de la Iglesia y ésta a su vez toma de la ciencia los elementos necesarios para sus normas. Esta verdad encuentra su confirmación manifiesta en el problema del matrimonio. El fin natural del matrimonio es la generación. El hombre y la mujer se unen para tener hijos. Esa es la conclusión primera, la verdad fundamental que rige la fisiología del matrimonio y de la que nadie puede dudar, puesto que es evidente. Desgraciadamente los cónyuges que debieran respetarla en todos sus actos, la desconocen muy frecuentemente. Debe proclamársela bien alto en estos tiempos en que por todas partes la esterilidad voluntaria y criminal la viola y la ultraja. No se quiere tener hijos, pero desean los placeres de la v'da sensual, rechazando los deberes y cargas del matrimonio, buscando toda catee de goces, dejándose llevar S Vn resecvas de los enervamientos sexuales y ab&ndonándose a todos los refinamientos de la lujuria, sin temer para satisfacer las más ruines de las pasiones, aunque hayan de revelarse contra lo ordenado por la Providencia. Existe en ello un grave desorden contra el cual, tanto la ciencia como )a moral, protestan y protestarán siempre. El matrimonio no se instituyó para el placer carnal, aino que éste encuentra su única razón en el mismo matrimonio) esta verdad es el corolario de la precedente, tan desconocida como ella, y conviene afirmarla manifiestamente. No puede dudarse al menos, para los espíritus elevados, cultivados o simplemente honestos, qué el acto del matrimonio se compone de diversos elementos que se atraen unos a otros, se completan y armonizan. El placer está tan ciertamente admitido en el matrimonio para asegurar la consumación, como lo está de prohibido y condenado fuera de la vida conyugal, cuando se le busca sólo como tal placer. Sobre este punto, la fe no hace más que confirmar las elementales enseñanzas de la razón y de la ciencia. El apetito sexual no tiene ni puede tener más que un objeto: la generación. Su propia satisfacción no basta para justificarlo. Sólo los espíritus bajos y corrompidos pueden vivir y recrearse en los desórdenes de la carne. Si el hombre recapacita no hará nunca de una sensación, el motivo de un amor profundo y el objeto de toda una vida: tiene los mismos instintos del animal, experimenta como él los ataques impetuosos de la pasión, pero siente, por encima d« todo, el lazo que refrena y dirige las bajas inclinaciones, y tiene el sentimiento del deber y el temor de Dios. La doctrina de la Iglesia, que excede, con mucho a l*s enseñanzas de la Ciencia, y que tanto contribuye a la superación de nuestros instintos y de nuestras flaquezas, no ha podido ser bien meditada por aquellos que repro4 chan a nuestra fe de ser demasiado estrecha y exclusivis ta. La Iglesia considera cuidadosamente el estado de nuestra naturaleza debilitada de su integridad primitiva por el pecado original y las luchas por la concupiscencia, triste fruto de este pecado. Se inspira en las mismas palabras de San Pablo que es, en verdad, el legislador inspirado del matrimonio: "para que no caigáis en fornicación, cada hombre tenga su mujer y cada mujer su marido. ... no sea que os tiente Satanás por no saber guardar continencia... porque mejor es casarse que quemarse". Por tanto el hijo es el hombre del porvenir. En el seno familiajr, el niño es la misma inocencia, es la debilidad, pero también es objeto de preocupaciones y trabajos. En nuestros días, en que todo se destina al placer, no se acepta fácilmente la carga y se la elude en la mejor forma que se puede: se desdeña el ocuparse de la infancia tan oprimida, y diezmada. Pero esta labor triunfará, puesto que tiene el don de cautivar las almas honradas y generosas y la misma Iglesia no cesará de défenderla en nombre del Divino Maestro* que decía y que dirá siempre: "Dejad venir a Mí los niños". Son los hijos un don de Dios, porque quiere que sean engendradores los hombres, no solamente para que vivan y llenen la tierra, sino que muy principalmente para que sean adoradores suyos, le conozcan y le amen y finalmente le gocen para siempre en los cielos. Noble fin, por tanto, dice Su Santidad Pío XI, y deben tener en cuenta los padres cristianos que no están destinados únicamente a la propagación y conservación del género humano en la tierra; más aún, ni siquiera a educar cualquier clase de adoradores del Dios verdadero, sino a injertar nueva descendencia en la Iglesia de Cristo, a procrear conciudadanos de. los Santos y domésticos de Dios, a fin de que crezca eada día el pueblo dedicado al culto de Dios y de Nuestro Salvador. 5 ERRORES, VICIOS Y ATENTADOS CONTRA LOS HIJOS Después de tan sublimes verdades, que la ley nata» ral, las ciencias j la Iglesia nos enseñan sobre la dignidad del matjymonio y su nobilísimo fin, cuán triste es consta» tar el cúmulo de errores, atentados y vicios que la inmoralidad de las costumbres, y la perversidad de los hombres han vaciado en tan gran sacramento. Los partidarios de tales teorías pretenden que sean, dice Pío XI, cohonestadas por las leyes o sean excusadas por las públicas costumbres e instituciones de los pueblos, sin fijarse que tales cosas nada tienen de esa moderna cultura, de la que tanto se jactan, sino que son nefandas aberracionea que relajarían a las naciones civilizadas a las bárbaras eos. tambres de pueblos salvajes". Tales enemigos de la sociedad y del matrimonio consideran los hijos como una pesada carga y dicen que se deben evifai, viciando el acto conyugal. Unos se apoyan en las satisfacciones de sus pasiones y en el aborrecimiento a la prole, y otros en que no pueden guardar continencia, ni tampoco admitir hijos a causa de sus propias necesidades. Sabemos "que ningún motivo por gravísimo que sea, puede hacer que lo que va intrínsecamente contra la naturaleza, sea honesto y conforme a la misma naturaleza; y puesto que el acto conyugal está destinado por su propia naturaleza a la generación de los hijos, los que en el ejercicio del mismo lo instituyen intencionalmente de su virtud, obran contra la naturaleza y cometen una acción torpe é intrínsecamente deshonesta''. Dios ha castigado este delito. Así nos consta de las Sagradas Escrituras y nos lo recuerda San Agustín: " P o r que ilícita e impúdicamente yace aún con su legítima mujer, el que evita lá concepción de la prole. Que es lo que 6 hizo a Onam, hijo de Judas, por lo cual Dios le quitó la •ida". En su encíclica Casti Connubii dice Pío X I : "Habiéndose, pues, algunos manifiestamente separados de la doctrina cristiana enseñada desde el principio y transmitida en todo tiempo, sin interrupción, y creyendo esos mismos que sobre tal modo de obrar se debía predicar públicamente otra doctrina, la Iglesia Católica a quien el mismo Dios ha confiado la enseñanza y defensa de la integridad y honestidad de las costumbres, colocada en medio de esta ruina moral para conservar inmune de tan ignominiosa mancha la castidad de la edad nupcial, eleva su voz por nuestros labios y una vez más promulga que cualquier uso del matrimonio, en cuyo ejercicio el acto de propia industria, queda destituido de su natural fuerza procreativa, va contra la ley de Dios y contra la ley natural, los que tal cometen se hacen culpables de un grave delito. Otro error contra los hijos es la causa de la salud de la madre y el peligro de la vida. Todo cuanto ella sufre pana cumplir debidamente su deber y el oficio que la naturaleza le confió, Dios se lo recompensará sin duda generosamente. Pero ante un hecho cierto como es la génerac'ón, no se puede proceder por algo incierto como es la sfliud. Se suele alegar también para evitar la familia la dura pobreza que imposibilita a los padres para alimentar a los hijos. Debemos evitar, agrega Pío XI, que Irr deplorables condiciones de las cosas materiales den ocasión a un error aún más deplorable. Ninguna dificultad puede presentarse que valga, para derogar la obligación in puesta por los mandamientos de Dios, los cuales prohiben todas las acciones que son malas por su íntima natnrnVra. Los enemigos del matrimonio propagan otro gravísimo crimen cual es el atacar contra la vida misma de la prole cuando aún está encerrada en el seno materno. Unos piensan que ésto se debe dejar al arbitrio del padre «> de la madre; y otros lo estiman ilícito a menos 7 que intervengan causas gravísimas que distinguen con el nombre de indicación médica, social o eugénica. No hay causas que puedan excusar jamás de alguna manera la muerte del inocente. La muerte de la madre o de la prole será siempre contra el precepto Divino y contra la naturaleza que clama: "No matarás". CONCLUSION Grande es la dignidad del matrimonio. Dignísima su misión sobre la tierra. Muchas sus cargas, muchas sus alegrías, inmensas sus responsabilidades. Sublime su fin porque da a la tierra nuevos habitantes y futuros pobladores del Cielo; por eso terminaremos con las palabras del Sumo Pontífice Pío XI en su Encíclica Sobre el Matrimonio Cristiano: "Haga Dios Padre Omnipotente, del cual es nombrada toda paternidad en los Cielos y en la tierra que robustece a los débiles y da fuerza a los tímidos y pusilánimes; haga Nuestro Señor y Redentor Jesucristo, fundador y perfeccionador de los venerandos Sacramentos; haga el Espíritu Santo, Dios Caridad, lumbre de los corazones y vigor de los espíritus que cuanto he' mos expuesto acerca del Santo Sacramento del Matrimonio, sobre los errores y peligros que lo amenazan lo impriman todos en su inteligencia, lo acaten en eu voluntad, y con la gracia divina lo pongan por obra, para que así la fecundidad, consagrada al Señor, la fidelidad inmaculada, la firmeza inquebrantable, la sublimidad del Sacramento y la plenitud de las gracias, vuelvan a florecer y cobrar nuevo vigor en los matrimonios cristianos". TbII. G*4f. "El ObHwiW. Hora» WW, «tW-