EL MUNDO (MÓNICA BERNABÉ).- Un rayo de sol ilumina a primera

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EL MUNDO (MÓNICA BERNABÉ).- Un rayo de sol ilumina a primera hora de la tarde el Cristo
crucificado que ocupa una de las paredes de la nave central de la cárcel Regina Coeli. La luz es tan
potente que parece un foco, y el Cristo, cabizbajo, una alegoría de lo que sucede dentro del penal.
Se encuentra en pleno centro de Roma, a unos centenares de metros del Vaticano, al lado del río
Tíber, que es un bullicio de turistas en estas fechas. El 20 de julio un recluso se quitó la vida en esta
prisión. Y al día siguiente, otro.
En lo que va de año, 28 presos se han suicidado en las cárceles italianas. Una macabra cadencia
que poco se diferencia de la del año 2014 o la del anterior, hasta el punto que el centro de estudios
italiano Ristretti Orizzonti ha publicado un informe con el título Morir de cárcel, porque entrar en un
penitenciario italiano significa eso: matarte omorir lentamente.
"Cada preso dispone de un espacio de tres metros cuadrados", detalló la directora adjunta del penal
Regina Coeli, Anna Angeletti, cuando EL MUNDO visitó este centro penitenciario. Los reclusos viven
amontonados en las celdas. "Si se cuentan los lugares comunes, el espacio que tienen es en realidad
mayor. Y además, la gran parte de los presos está aquí muy poco tiempo, unos seis meses", añadía.
Según el Comité Europeo para la Prevención de la Tortura, las celdas individuales deberían tener
una superficie de "unos siete metros cuadrados".
Los "lugares comunes" de la Regina Coeli son los pasillos de las galerías, porque pocos otros espacios
hay en el penal para que los reclusos puedan estar, ni casi tampoco actividades que puedan llevar
a cabo. Los presos tienen permiso para salir de las celdas de las nueve de la mañana a la una del
mediodía, y de las dos a las seis de la tarde. El resto del tiempo deben permanecer dentro.
En 2009 y 2013, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó a Italia por "trato inhumano"
a los encarcelados.
La Regina Coeli era un antiguo convento que se construyó en 1654. De ahí que haya retablos y
vírgenes en muchas de sus naves, lo que le confiere una cierta belleza a pesar de lo tremebundo
del lugar. A final del siglo XIX el convento se convirtió en penal, como así sucedió con muchas otras
construcciones religiosas coincidiendo con la unificación de Italia. En la actualidad muchas cárceles
del país se localizan en edificios históricos: antiguos monasterios y ciudadelas. Otras se construyeron
a toda prisa en los años ochenta ante la emergencia terrorista, en operaciones corruptas y con
materiales de baja calidad.
El resultado es que ahora la mayoría de los penitenciarios italianos se encuentran en "edificios
obsoletos, cuyo coste de manutención es enorme y donde la calidad de vida es pésima", lamenta
Alessio Scandurra, de la asociación Antigone, una de las más activas a favor de los derechos y
garantías en el sistema penal italiano. Según el experto, "las cárceles son lugares de riesgo para la
salud". Uno puede entrar sano y salir enfermo. Por la poca higiene, la humedad, el mucho frío o el
mucho calor.
Italia tenía 52.754 reclusos el pasado 30 de junio. Menos que España, que cuenta entre rejas con
65.659 personas, según datos de marzo pasado. Sin embargo, en Italia hay 206 cárceles, y en
España, 79. "Italia también es uno de los países de la UE con más policías por preso", apunta el
representante de Antigone. Una maquinaria penitenciaria que cuesta un dineral del que, a la postre,
ni un euro se destina a la reinserción del recluso.
En julio de 2009 el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenó a Italia por "trato inhumano y
degradante" en sus cárceles. Y lo volvió a hacer en 2013, cuando su número de penados entre rejas
superaba los 65.000.
Desde entonces las condiciones han mejorado, pero los centros penitenciarios continúan siendo un
agujero negro. El año pasado 43 reclusos se suicidaron y 933 más lo intentaron sin conseguirlo
porque los funcionarios de prisiones llegaron a tiempo para salvarles la vida. La mayoría
intenta ahorcarse.
"En la celda somos cinco personas, entre las que hay un peruano, un chino y un filipino. No estamos
mal", aseguraba Massimo Mastronicolia, de 56 años, uno de los tres reclusos que la dirección de la
Regina Coeli proporcionó a esta periodista para entrevistar, y para que hablaran maravillas sobre la
prisión. Curiosamente los tres entrevistados llevaban más de un año en la cárcel a pesar de que, en
palabras de la directora adjunta de la Regina Coeli, "la mayoría de los detenidos están en el penal
menos de seis meses".
"En cada planta hay tres duchas y diez celdas, y en cada celda, unos cuatro presos", Massimo, que
ya suma cinco años en la Regina Coeli, calculaba que cuentan con unas tres duchas por cada
cuarenta presos o más.
Giampero Cassari, de 51 años y encarcelado en la Regina Coeli desde hace dos -aunque es un
asiduo; la primera vez que estuvo allí fue en 1982-, confiesa que lo que más lamenta es "no poder
ver cosas". Aunque suene absurdo. "Más allá de la pared y la bombilla de la celda", aclara. Muchas
ventanas de la cárcel están cubiertas con paneles de madera para evitar que se pueda divisar el
interior de la prisión desde fuera, dado que el penal está en el centro de Roma.
"Esto es como la antigua Carabanchel de Madrid", asegura Paulino Ricoy, un gallego de 49 años,
que lleva en la Regina Coeli desde abril de 2014. "Cuando entré, pensé que había retrocedido veinte
años, o que me estaban gastando una broma". Pero no era ninguna inocentada, ni ninguna máquina
del tiempo.
La Regina Coeli realmente se asemeja a la antigua Carabanchel o la Modelo de Barcelona -¡que
sigue en pie!- por su estructura radial. EL MUNDO sólo estuvo autorizado a visitar un módulo de la
cárcel recién rehabilitado, donde las celdas cuentan con ducha y lavabo, y no tienen nada que
envidiar a las habitaciones de un hotel, salvo por una excepción: allí los presos también disponen
de un espacio de tres metros cuadrados.
SIN SUPERVISION DE LA UE
Paradójicamente, en la UE no hay ningún organismo que supervise que sus estados miembros
respetan los derechos humanos en las cárceles. Existe un Comité Europeo para la Prevención de la
Tortura y el Trato o Castigo Inhumano o Degradante, pero sus recomendaciones no son vinculantes
y sus visitas a las prisiones demasiado poco frecuentes: una vez cada cuatro años de media.
También se ha creado el Observatorio Europeo de Prisiones -muy activo y del que forma parte el
Observatorio del Sistema Penal y los Derechos Humanos de la Universidad de Barcelona-, pero de
momento sólo opera en ocho países: España, Italia, Francia, Reino Unido, Grecia, Portugal, Letonia
y Polonia. En un informe publicado en septiembre de 2013 con el título Prisión en Europa: visión
general y tendencias, dicho observatorio advertía: "Muchos países [europeos] han sido condenados
por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por trato inhumano y degradante por las condiciones
de detención impuestas a sus presos en cárceles superpobladas. La limpieza varía en las diferentes
cárceles, pero normalmente se violan los estándares de higiene y salud". Y añadía: "A menudo el
acceso a las duchas no está garantizado como lo establece el reglamento, y raramente en el lavabo
hay una cierta intimidad".
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