Clasificación de delincuentes.

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C A P ÍT U L O II
Clasificación de delincuentes.
Enrique Ferri, al hablar del homicida, cataloga al
delincuente así: E l delincuente nato o instintivo, esto es,
el que lleva consigo desde el nacimiento, por triste heren­
cia de los progenitores— criminales, alcoholizados, sifi­
líticos, anormales, locos, neuropáticos, etc.— , una menor
resistencia a los incentivos criminales o también una
evidente (y precoz) propensión al delito.
E l delincuente loco, es decir, el que padece una enfer­
medad mental clínicamente especificada, o a quien afecta
una condición neuropsicopàtica que lo coloca entre los
enfermos mentales.
E l delincuente pasional, que en sus variedades delin­
cuente por pasión— estado de ánimo prolongado o cró­
nico— y por emoción— estado de ánimo imprevisto y
explosivo— representa el tipo opuesto al delincuente por
tendencia congènita, y, además de poseer buenos ante­
cedentes personales, es de un carácter moralmente nor­
mal, aun cuando de mayor excitación nerviosa.
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LUIS COVA GARCÍA
E l delincuente ocasional, que constituye la mayoría en
el mundo criminal, y es producto mucho más que de
las constituciones personales, es de un carácter moral­
mente normal, aun cuando de mayor excitación ner­
viosa, muchas veces que el pasional no puede repre­
sentar, pero tiene condiciones de anormalidad física
fisiopsíquica, de las condiciones de ambiente familiar
y social, presentando, por consiguiente, caracteres psico­
lógicos poco distintos de los de la clase social a que
■pertenecen.
E l delincuente habitual, o mejor dicho, por hábito
adquirido, que es, sin embargo, en la mayoría de los
casos, un producto del ambiente social, por cuanto en
su edad juvenil, a causa del abandono familiar, la falta
de educación, la miseria económica, las malas compañías
en los centros urbanos, empieza siendo un delincuente
pasional. Después, por la deformación moral, causada y
no impedida dentro de los actuales sistemas penitencia­
rios, por las malas reuniones con otros delincuentes
peores, encontrados precisamente en las cárceles, y por
las dificultades de la readaptación social una vez cum­
plida la pena, adquirido el hábito del delito, además
de las obstinadas reincidencias, puede llegar a hacer
del mismo su propia profesión.
El profesor Francisco Carrara, en su magistral obra
Programa del curso de Derecho criminal, dictado en la
Real Universidad de Pisa, al hablar del homicidio, dice:
«Algunos usaron la palabra homicidio en un sentido am­
plio, y habiéndolo considerado en sentido genérico como
mero hecho, lo definieron: l a m u e r t e d e l h o m b r e
c o m e t i d a p o r o t r o h o m b r e . Entendido así ampliamente,
el homicidio sería un género que comprendería en sí
HOMICIDIO CON JURISPRUDENCIA DE CASACIÓN...
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también a la muerte exenta de toda responsabilidad penal,
y, por consecuencia, también al homicidio legítimo, que
es el cometido tolerante lege por derecho necesario de
defensa de sí o de otro, cuyos requisitos se expusieron
en la materia de la coacción. Comprendería incluso al
homicidio legal, que es el que se comete praecipiente
lege, por ejemplo, por el verdugo, caso en el cual es
matado el hombre por la L ey y no por el hombre, y el
que se efectúa por soldados en guerra legítima. Com ­
prendería también al homicidio puramente casual, en el
cual el hombre, instrumento pasivo de una fuerza supe­
rior que lo hace matadoc del propio semejante, no es
causa moral de la propia acción, y por eso es irrespon­
sable de ella. E l homicidio considerado en sentido estric­
to, y como delito, se define: la destrucción del hombre
injustamente cometida por otro hombre. Por hombre se
entiende aquí cualquier individuo que pertenezca a la
especie humana, sin distinción de sexo, ni de edad, ni
de raza, ni de condición, incluso al recién nacido, aunque
de formas monstruosas pero humanas, incluso al mori­
bundo, pueden ser sujetos pasivos del homicidio. Tam ­
bién son indiferentes a la esencia de hecho de este título
los medios empleados para matar. Háyanse empleado
medios físicos, mecánicos o materiales de cualquier clase
o solamente medios morales. Esta variedad subjetiva no
modifica la esencia del hecho del homicidio, siempre
que hayan sido causa eficaz de muerte, si se quiere im­
putar homicidio perfecto, o capaces de producirla, si se
quiere imputar homicidio imperfecto. Es indiferente que
se haya procurado la muerte de otro directa o indirec­
tamente, como por medio del hambre o por falso testi­
monio o sentencia dolosamente injusta. También es indi­
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LUIS COVA GARCÍA
ferente el consentimiento del muerto. Es indiferente en
los pueblos cultos que el muerto fuese ciudadano o
extranjero. A la esencia del hecho del homicidio le
basta sólo que un hombre haya sido matado y que de
esta muerte haya sido causa involuntaria el hecho injusto
del hombre.»
Hawelka, citado por Carrara, pretendió oponerse a
la opinión común, enseñando que la muerte causada
por mera omisión, por malvada que fuera, no constituía
el título de homicidio, si la omisión no podía transmu­
tarse en un acto positivo. «Así— dijo él— , quien omi­
tiendo dar alimentos a un enfermo confiado a su cus­
todia lo hace perecer, no es responsable de homicidio
por el acto negativo de no dar el alimento, sino por el
acto positivo de haber asumido la custodia del enfermo,
acto con el cual ha apartado a otros de cuidarlo.» «Nuestro
pensamiento— dice Carrara— no se adapta a ciertos razo­
namientos que andan entre sutilezas y que pueden
resultar peligrosos en las materias penales.» El razona­
miento de Hawelka lleva la consecuencia de que quien
hizo perecer al enfermo de hambre no puede ser llamado
responsable de homicidio, sino cuando resulta que asu­
mió el cuidado del enfermo con el fin de hacerlo perecer
de hambre. D e otro modo, no sabemos cómo puede
afirmarse que el acto negativo es una continuación del
acto positivo.
L a verificación de la esencia del hecho es lo que
aclara el cuerpo del delito en el homicidio. Esto es: se
exige la prueba de que aquella vida ha cesado preterna­
turalmente por el hecho de otro hombre. Los romanos
no tenían una idea clara de esta prueba, y confundieron
la prueba de la materialidad del homicidio con la prueba
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de la imputación, aunque alguna huella exista de ella
en la legislación. L a confesión del reo, la prueba de
golpes o heridas causadas a un hombreóla desaparición
de éste, no tienen un nexo necesario con la muerte
ocurrida. Y la historia de los procesos criminales sumi­
nistra dolorosos testimonios de que, cuando los T ribu­
nales han olvidado esta regla saludable, frecuentemente
han castigado a infelices como culpables de haber ma­
tado a una persona que todavía estaba entre los vivos.
Por otra parte, aun cuando el hallazgo de los despojos
mortales pueda convencemos de que aquel hombre cesó
de vivir, no nos convence igualmente de que la causa
de aquella muerte haya sido la mano del hombre. Y
aquí nuevamente, para suplir el defecto de la certeza
física, no valen las confesiones del reo, no valen— a lo
menos en los ordinarios casos— las atestaciones o las
demostraciones de heridas inferidas, porque el acusado
y los testigos pueden ser víctimas de un error, supo­
niendo que aquella muerte haya sido el efecto de la
violencia producida, mientras que, en verdad, había
intervenido una causa natural incógnita que había hecho
cesar repentinamente aquella existencia. En una palabra,
el sofisma est hoc ergo propter hoc, aunque muy común,
es siempre un sofisma, y no puede admitirse que tal
sofisma se haga la base de una condena por homicidio.
Es necesario, pues, que el perito disector verifique con
su propio sentido el nexo de la causa a efecto entre las
violencias sufridas y la muerte. Y debe verificarle por
una doble vía: por la vía directa, encontrando los efec­
tos inmediatos de aquellas violencias y la capacidad de
éstas para hacer cesar la vida; y por vía indirecta o
por exclusión, verificando con la inspección de todas
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LUIS COVA GARCÍA
las cavidades, que no intervino ninguna otra causa de
muerte (i).
L a muerte debe vincularse a la lesión como a su
causa. En caso contrario, se tiene el título simple de
lesiones. D e ello se deduce de hecho que el homicidio
exige que exista la muerte del hombre causada por el
hecho del hombre. Si el hecho del hombre fué malvado
y dirigido a dañar, pero por sí mismo no era capaz de
producir la muerte, y la produjo solamente por la mezcla
de una casualidad exterior, semejante casualidad no
puede hacer surgir el título de homicidio a cargo del
heridor, cuando éste difícilmente podía conocerla o difí­
cilmente preverla. N i siquiera influye sobre la cuestión
el dolo determinado o indeterminado ni la existencia o
inexistencia de la intención de matar de parte del heri­
dor. Esto influirá sobre la transformación del título en
el de lesiones o en el de homicidio tentado. Pero no
hará aplicable el título de homicidio consumado, porque
es regla constante— y nunca debiera olvidarse— que a la
deficiencia del elemento material nunca la suple el ele­
mento intencional o la suple el elemento material. El
uno exige sus propias condiciones totalmente ideológi­
cas; el otro, sus condiciones totalmente materiales, las
cuales, por la diversa naturaleza respectiva, no pueden
equivalerse recíprocamente. No existe intención, por per­
versa que sea, que supla la esencia del hecho de un ma­
leficio, porque en el Derecho no se castiga la crimina­
lidad del agente revelada por sus actos exteriores, sino
se castiga un hecho acompañado de la criminalidad
del agente; y el hecho se mide y se define por su fuerza
(i)
Francisco Carrara: Programa del curso de Derecho criminal.
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física objetiva y por la conexión ontológica de ésta con
su fuerza física subjetiva (i).
La esencia del delito de homicidio consiste en haberse
matado a un hombre por obra de otro hombre. ¿Se dirá
acaso, por lo tanto, que el objeto del delito de homicidio
es el cuerpo del hombre? No; esto sería un gravísimo
error, que produciría inmensos equívocos en el desenvol­
vimiento de la doctrina. Y a antes mostré la inaceptabilidad de esta errada definición del objeto del delito en
general. Mostré cuánta luz había traído a la ciencia la
rectificación de Carmignani, el cual, en el hombre o en
la cosa sobre la cual recae la acción material, encuentra
el sujeto pasivo del delito, mientras que su objeto debe
buscarse únicamente en el Derecho violado o agredido
por el culpable. Esta gran verdad, que algunos franceses
todavía no quieren reconocer, encuentra su aplicación,
o su demostración ulterior en cada delito especial. Así,
en el homicidio, para su esencia de hecho es necesario
que su sujeto pasivo haya sido un hombre. Pero ya que
el delito es siempre un ente jurídico, el objeto del homi­
cidio debe encontrarse en el derecho a la vida, derecho
en el cual pueden coparticipar también otros— familia—
que tuvieren derechos propios sobre aquella vida agre­
dida o tronchada.
La teoría de la esencia de hecho en el homicidio ha
sido resumida en los términos más simples, que son
siempre más verdaderos por la Corte Suprema de Casa­
ción de Nápoles en su sentencia de 10 de marzo de 1866,
donde establece que, para afirmar el título de homicidio,
no basta que los jurados hayan contestado afirmativa(1)
Francisco Carrara: Programa del curso de Derecho criminal.
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LUIS COVA GARCÍA
mente: i.°, que se ha herido al enemigo; 2.0, que se ha
herido con ánimo de matarlo; 3.0, que de hecho haya
ocurrido la muerte de aquél; si aún no se ha puesto en
claro el nexo ontológico entre la lesión y la muerte, esto
es, 4.0, que la muerte ocurrió por efecto y conse­
cuencia DE LAS HERIDAS INFERIDAS.
En una polémica ocurrida en Francia se encuentra
un ejemplo de la confusión que nace de la errada defi­
nición del objeto del delito. U n asesino disparó desde
afuera su arma contra el lecho donde creía yacía en sue­
ños su enemigo. L a bala, realmente, fué a dar en el
lugar designado, y si allí hubiese yacido, aquel pobre
hubiese sido matado inevitablemente; pero se había
levantado momentáneamente y alejado del lecho para
sus necesidades, cuando el plomo mortífero llegó a
su destino. En ese caso la Corte de Chambery había
encontrado una tentativa imposible y declarado por eso
la no punibilidad del hecho. Pero la Corte de Casación,
por sentencia de 12 de abril de 1877, casó aquel fallo
y pronunció el castigo de aquel homicidio tentado por
la justísima consideración de que la circunstancia de no
haberse encontrado la víctima en el momento del dis­
paro donde solía yacer era el fortuito independiente de
la voluntad del reo que había impedido la comsumación
de la muerte. Por lo cual, ya sin este efecto fortuito, la
muerte se habría, por cierto, producido; la tentativa debía
ser punible. Y la casación decidió muy bien. Ahora bien:
el equívoco de la Corte de Chambery, reproducido por
algunos escritores que censuraron en los diarios aquella
sentencia de casación, derivó precisamente de la errada
definición del objeto del homicidio. No es punible la
tentativa de un delito que carecía de objeto. L a víctima
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no estaba donde se dirigía aquel disparo; por lo tanto,
si lo castigáis como atentado, castigáis la tentativa de un
delito sin objeto. Pero esto es un sofisma que nace de
pretender que el objeto de aquel homicidio fuese el
cuerpo de la víctima. Aquel cuerpo era, en cambio, el
sujeto pasivo de la consumación, cuyo alejamiento mo­
mentáneo constituía el fortuito que no destruía la punibilidad del culpable, porque era independiente de su
voluntad. El objeto del homicidio es el derecho a la
vida que existía, por cierto, en el momento de la con­
sumación en la víctima designada, y si este derecho no
fué violado, fué por la casualidad del alejamiento. El
homicidio era, pues, posible. La imposibilidad estuvo
sólo en el momento consumativo del disparo. Pero si
eso rechazaba la idea de castigarlo como homicidio frus­
trado, no destruía, sin embargo, la posibilidad en los
actos ejecutivos que precedieron a aquel disparo, los
cuales, constituyendo la suma de una tentativa posible,
conserva la figura de una tentativa punible. Y con las
mismas palabras de los que osaron censurar aquel decre­
to, demuestro hasta la evidencia de que precisamente de
denominación nació el sofisma corregido por la Corte
de Casación francesa. Si un asesino que se ha intro­
ducido en el cuarto de su enemigo ha clavado un puñal
en aquel cuerpo mientras yacía allí muerto por una apo­
plejía que lo había fulminado en la noche precedente,
es concorde la regla de no punibilidad de aquel asesino
imaginario, porque no pudiéndose matar un muerto, la
tentativa carecía de objeto. El objeto del homicidio no
es el cuerpo, sino el derecho a la vida. El muerto ya no
tiene derecho a la vida, ni tampoco otros tienen derecho
a su vida, ni puede agredirse un derecho que ya no
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LUIS COVA GARCÍA
existe. Por lo tanto, es lógico que el golpe de un puñal
inferido a un cadáver no sea punible como homicidio
tentado. Pero el vivo no ha perdido aquel derecho por
haberse alejado del lugar al cual el asesino dirigía sus
golpes. En consecuencia, el objeto del delito existía.
Aquél evitó la muerte por el modo incauto de operar
el delincuente, y esto basta para que desaparezca la figura
del homicidio frustrado. Pero el homicidio era, por
cierto, posible, y los actos que constituían su tentativa,
ya manifestados, no pueden ser inmunes de pena, porque
todos se dirigían a un delito que era posible incluso en
aquella forma, hasta el momento del disparo: de aquella
serie de actos que constituían su tentativa, o el principio
de la ejecución, habría derivado ciertamente la muerte
sin el fortuito providencial que inutilizó el acto consu­
mativo. Réstese de los elementos de cargos del culpa­
ble este último momento: esto está bien. Pero no se
cancele la imputabilidad de los actos precedentes, los
cuales no pierden sus condiciones jurídicas por la preci­
pitación del último acto (i).
(i) Programa del curso de Derecho criminal, de francisco
Carrara, páginas 6o, 61, 62 y 64, I I I .— Homicidio frustrado.
Para que haya delito de homicidio frustrado es menester que la
premeditación o intención de matar quede bien establecida. Los
elementos constitutivos de la premeditación son, como lo tiene
declarado esta Corte: voluntad deliberada y premeditación refle­
xiva sobre la ocasión, modo y medio más adecuado y conducente
al fin ilícito preconcebido, revelado por actos anteriores manifies­
tamente relacionados entre sí hasta la realización del hecho puni­
ble.— «Jurisprudencia ordenada de la Corte Federal y de Casa­
ción de Venezuela». D octor Alfredo Acuña, Memorias de 1935
a 1942.
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