BÚSQUEDA DE UNA PASTORAL VOCACIONAL

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BÚSQUEDA DE UNA PASTORAL VOCACIONAL.
LA VOCACIÓN PROPIA DEL DIACONO PERMANENTE.
Se habla con frecuencia de una pastoral vocacional, y la pastoral
vocacional, a veces, se desgaja de lo que es una pastoral juvenil. La
pastoral vocacional tiene que ir inmersa, integrada no sólo
exclusivamente en una pastoral juvenil, si no en todas las ofertas
pastorales presentes en el universo de nuestra Iglesia.
Jesús es el modelo ideal del hombre y una pastoral juvenil tiene
que llevar una propuesta del seguimiento de Jesucristo. Parece que
sería un fraude que no les dijéramos a los jóvenes que existen
diferentes caminos del seguimiento de Jesucristo. Y ahí, en cualquier
programa serio de acompañamiento pastoral, en cualquier temario,
tiene que incluir las propuestas a la vida consagrada, al sacerdocio.
Pero estas propuestas a seguir a Jesús son para todas las edades,
para todos los estados. Cualquier opción debe ser, alimentada,
cuidada, animada y protegida por una comunidad en la que se haga
presente la comunión eclesial.
La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no
contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y
la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de
expresar y de vivir el único misterio de alianza de Dios con su
pueblo. También el cristiano que por motivos diversos vive como
soltero, encuentra en este estado su vocación particular de
santificación y servicio. 1
La opción por el matrimonio es uno de los grandes momentos en
los que la persona humana hace una inversión de lo mejor de sí
mismo, como es la inversión del amor, del mismo modo en la opción
por la vida religiosa hay ahí un sacramental que también supone la
inversión del amor.
Evidentemente, se puede decir que la Eucaristía es la fuente del
amor, pero:
desde nuestra lectura humana de los sacramentos, es el
sacerdocio como sacramento, el matrimonio como sacramento y la
vida religiosa como sacramental, en las que aparecen como esas
tres grandes oportunidades de hacer una inversión del amor en la
causa de Jesús, o en el seguimiento de Jesús. 2
Todas las opciones hacia el seguimiento y proyección al amor en
esa causa, son el fruto de los procesos serios de reflexión y de
compromiso, de maduración y de llevar a la práctica una decisión
libre en el que se sitúa, por delante de cualquier aspiración humana,
una experiencia íntima, personal y exclusiva con Jesús.
La oportunidad que se brinda al hombre y a la mujer en la
donación total de su vida, es un acto trascendente, en el cual es
1
Constituciones Sinodales 716 b
2
ISUNZA, SANTIAGO. Reflexión sobre los Carismas y Ministerios. IDCR 04-05-1.993
posible identificar el hecho de la profunda transformación de un ser
viejo en una criatura nueva, renovada por la acción del Espíritu al
dejarse invadir por Él. Sólo se es posible vivir con total
despreocupación y plena confianza hacia lo inesperado, cuando la
sorprendente realidad de quién encuentra a Dios en su vida, le
permite despojarse de ataduras y prejuicios y vivir la docilidad de
quien se siente seguro de todo y de todos.
En la donación hacia el amor, deben estar identificadas todas
aquellas personas que ya no son jóvenes, y que tienen sus oídos
prestos a escuchar en el silencio de su intimidad la voz que resuena y
retumba, que desestabiliza y te invita a cuestionarte:
-¿ y por que yo no...?, a mis años..., con mi edad..., con mi
situación...,
En el seguimiento de Jesús no hay edades, ni siquiera situación
social o cultural que impidan al hombre escuchar su invitación. La
dificultad de este seguimiento estriba en discernir con seriedad, si en
el interior de la persona hay algún indicio que permita plantearse
dicha posibilidad de respuesta a una llamada vocacional. Para ello es
necesario habituarse a escuchar desde el silencio lo que pueda
acontecer en el interior de la persona. Tratar de escuchar entre
tantas voces que hablan y hablan, una que contraste sobre las otras;
una voz que se distinga nítida, constante, única e inconfundible, esa
es la invitación que todo cristiano recibe de forma personal y
exclusiva tal como la recibió nuestro padre en la fe:
El Señor dijo a Abrán: -Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu
padre, a la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te
bendeciré, haré famoso tu nombre,
y servirá de bendición. Bendeciré a quienes te bendigan,
maldeciré a quienes te maldigan. Con tu nombre se bendecirán
todas las familias del mundo. Abrán marchó, como le había dicho
el Señor, y con el marchó Lot. Abrán tenía setenta y cinco años
cuando salió de Jarán.» (Gn 12,1-4)
El relato de la vocación de Abrahán es iluminador para aquellos
que inician un acto empírico de fe, ya que tal experiencia parte
siempre desde la desestabilización interior para poder, desde la
libertad, caminar hacia una promesa de felicidad.
El pueblo de Israel es el pueblo de la «Escucha».
-Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, es solamente uno. Amarás
al Señor, tu Dios, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las
palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las
inculcarás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo
de camino, acostado y levantado; las atrás a tu muñeca como un
signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de
tu casa y en tus portales. (Dt 6, 4-9)
Si despertamos en nosotros la actitud de escucha podremos
capacitarnos para tener la actitud de acogida a su Palabra. Este
proceso es imprevisible ya que la acción de libertad que Dios ejerce
en la elección de cada uno, se tamiza con la acción de libertad que
uno hace y ante lo imprevisible del misterio de la llamada y de la
respuesta, de la precariedad humana ante lo trascendente, se sitúa la
interpelación de Dios en el corazón del hombre.
Samuel 3 es la figura bíblica que hace presente la actitud ante la
llamada de lo desconocido. En ese pasaje de la Escritura se define la
llamada personal, el diálogo y la respuesta desde la espontaneidad.
Una respuesta rápida, una llamada reiterada, desconocida, una
respuesta ante el misterio que le hace experimentar sosiego y paz, y
al mismo tiempo incertidumbre... Samuel precisa de un intérprete: el
experimentado Elí, que ante los signos evidentes que detecta en
Samuel, orienta la actitud y la decisión del muchacho, porque Samuel
aún no conocía al Señor...
En este hecho concreto de la Escritura podemos ver el origen de lo
que es un director espiritual y aunque sea a distancia prudencial, sí
podemos referir que ese guía con capacidad de discernimiento de
espíritus está muy bien significado con Elí.
Tenemos la historia del pueblo de Israel, que debería ser el patrón
de nuestra historia bien comprendida y asumida. Dios actúa desde la
libertad y en libertad, elige a quien quiere y como quiere.
En el caso del anciano Abrahán, es la tierra que le mostrará y en la
que se asentará para desarrollar su nueva vida, donde crecerá y hará
famoso su nombre que será la bendición, será la aprobación de su
gesto, donde la protección del Señor se hace tangible para todo un
pueblo que nacerá de él.
En el caso de Samuel, es la predilección personal por un niño que
todavía no tenía la edad para conocer al Señor, para conocer la Ley,
para ser independiente y optar por sí mismo. Opción que por él hace
Ana la estéril, su madre, que gritó al Señor desde su sufrimiento y el
Señor le escuchó y de su esterilidad extrajo vida haciéndola capaz de
ser madre.
Nos ha de animar saber que Dios cuando llama es más fuerte que
todos y que todo, y en ese todo se incluyen los miedos. En ese todo
se agrupan las dificultades e impedimentos de todo tipo.
Recuperado del olvido de siglos, para algunas personas cuyas
vidas están dedicadas a servir a sus hermanos, surgen hoy de las
múltiples formas y circunstancias que permiten dedicarse al servicio
en la Iglesia, un modo novedoso en el seguimiento a la llamada del
Señor. Para estas personas, varones, casados o solteros, que
manifiestan en el vivir de cada día el vivir de Jesús, muriendo día a
día a su yo, a sus apetencias, a su comodidad, para que se manifieste
en nuestro cuerpo la vida de Jesús; (2 Co 4, 10) pueden hoy
escuchar en su interior la voz que les invita al seguimiento
sacramental del Diaconado Permanente.
No hay llamada idéntica ni las respuestas son iguales. Cada una de
las respuestas es original como el Señor lo es para cada uno. La
llamada a la santidad es el centro de la vida cristiana como hemos
visto anteriormente. Y la consagración bautismal orientada a la
3
Conviene meditar todo el relato 1 Sm 1, 2 y 3
celebración permanente de la Pascua de Jesús es la noticia que
alimenta la llamada. La respuesta no tiene más modelos y sentidos
que la auténtica vocación original del seguimiento radical de Jesús. La
creatividad de las respuestas estriba en hacer coincidir mis deseos
con los deseos de Jesús, hacer converger mi proyecto de vida con el
proyecto de Dios, unir y buscar la sintonía de ambos proyectos.
El Diaconado Permanente encarna muy bien el rostro de servicio,
el ministerial y el misionero con que la Iglesia se presenta al mundo
después del Concilio Vaticano II. Una pastoral que no contenga ese
rostro está muy alejada del encuentro generacional. El diaconado que
irrumpe en este milenio tiene vocación permanente de adaptación a
los cambios que vayan surgiendo en la sociedad. Está encarnado en
el mundo para servir al mundo. Allá donde esté, hará presente con su
ministerio a la Iglesia servidora y en la evangelización ambiental,
aporta con su presencia familiar, la cercanía a un mundo en el que es
posible vivir con esperanza el amor. Esta acción pastoral conllevará
implícita una invitación al seguimiento de Jesús
Quien desee ser Diácono Permanente se puede ver reflejado, en
cierta medida, en estas figuras de la Sagrada Escritura. Precisa
entablar un diálogo con el Señor pero puede no estar capacitado para
entender las claves, para iniciar un discernimiento, porque aún no se
conoce...
Es fundamental que una vocación sea probada y confirmada por la
comunidad, ya que en definitiva es ella quién juzga digno al
candidato y lo presenta al Obispo, quién discierne sobre la
conveniencia del momento, la aptitud del candidato, los valores
humanos que posee, la necesidad de esa comunidad, el bien común,
el de la Iglesia..., son tantos los factores que pueden intervenir en la
decisión del Obispo que no pueden ser sometidos a la presión o a la
conveniencia de una ordenación sin más.
Una vocación en la Iglesia no puede estar al criterio de la
evaluación cuantitativa de otras vocaciones y ministerios, ni estar
bajo sospecha, por el recelo lógico, al pensar, que es una vía de
promoción para algunos laicos más o menos comprometidos. Esto
sería desvirtuar la propia vocación, pero otra cosa es, que se cierre
esa posibilidad en la que muchos laicos sienten y viven la llamada del
Señor a un servicio ministerial ordenado y permanente. No hay
ninguna razón para agostar esas vocaciones.
Descubrir que Jesús es el Señor de tu vida, es el inicio, el principio
de una larga y fecunda historia de amor y entrega. La gracia
sacramental que imprime la ordenación ayudará en la misión
ministerial a que las Iglesias locales sean más santas, y que sus hijos
estén más dispuestos a identificarse con Cristo, Señor y dador de
vida, que con su amor de oblación al Padre surge y derrama el
Espíritu Santo que es en verdad, el animador de toda liturgia que nos
envuelve.
Esta adhesión para siempre del candidato al ministerio es una
decisión solemne de generosa
entrega al servicio de los demás, al Pueblo de Dios, en comunión
con el obispo y su presbiterio. 4
Conviene tener siempre presente que el proceso vocacional que se
inaugura en uno mismo, es similar al relato vocacional de Abraham y
la llamada íntima y personal, es similar a la del relato de Samuel, que
desde la libertad se manifiesta en un diálogo permanente, en un tira
y afloja, porque siempre es Yahvé Dios quien hace la Alianza y en la
vida de uno mismo, se manifiestan muy a las claras algunos signos
de pertenencia a su propiedad personal.
En las Sagradas Escrituras, los ejemplos más significativo de la
pertenencia a la propiedad del Señor se encuentran en el profetismo,
donde la acción correctora de Dios a las actitudes que su pueblo
elegido muestra, y la sabiduría que va adquiriendo el pueblo, tienen
como patrón los libros sapienciales, el salterio, donde se convierte en
oración y alabanza el reconocimiento de la acción de Dios en su
historia y que se vierte en el cumplimiento de las promesas en Jesús,
el Señor.
En el Sínodo de Obispos de 1.971, monseñor Ramón Echarren,
obispo auxiliar de Madrid, afirmaba en una intervención:
los caminos de la fidelidad son siempre y necesariamente caminos
de creatividad. 5
Y es verdad, porque la fidelidad del cristiano surge cuando se tiene
una experiencia viva de Jesucristo, un encuentro personal con El y del
cual brotan las más bellas expresiones de amor, cuyo patrón sólo es
posible encontrarlo en el noviazgo, donde se hace creativa la entrega,
donde encuentra sentido la generosidad y el amor. Fecundado por la
esperanza, hace audaz al enamorado que no calcula ni le interesan
recompensas. Es la experiencia mística del espíritu que se anonada
ante lo inmanente, ante la sublimidad del ser tocado por el Espíritu
que desborda en gracias la humildad del amante.
Es audaz hablar de vocación al ministerio diaconal, pero es la
expresión más justa que se puede emplear, porque quien siente la
llamada interior del Señor, no le aterran las dificultades. Su llamada
es más fuerte que todos y que todo, por lo que es capaz de escalar lo
escabroso que se presenta el camino del seguimiento diaconal de
Jesús.
Es desalentador ver que las dificultades las ponemos los hombres
tal como también se ponen sordina a los gritos de angustia de la
incomprensión, a estos convocados por el Espíritu a iniciar un camino
de servicio a todas las gentes, a perder la vida por los hombres,
nuestros hermanos tal como Jesucristo lo hizo en la cruz, por lo que
hay que abrazarla y cargar con ella ya que es una Cruz gloriosa,
lecho de amor donde te desposa el Señor cada vez que la abrazas.
4
5
ARNAU-GARCIA, RAMÓN. «Reflexión sistemática» en Orden y Ministerios. BAC. Sapiencie Fidei. Madrid. 1.995
SCHILLEBEECKX, EDWARD. El ministerio Eclesial. Responsables en la comunidad cristiana. Pág.185. Cristiandad. Madrid
1.983
Seguir la invitación del Espíritu es vivir una kénosis interior para
poder desde la más cruda realidad del conocimiento de uno mismo,
sentir ese soplo del viento que te invita a caminar lejos... y por
consiguiente desestabilizarse e iniciar la marcha.
El proceso personal del discernimiento vocacional, se inicia con un
acompañante experimentado que le facilite claves y ayudas para
iniciar el diálogo consigo mismo y con el Señor. – Habla, Señor, que
tu siervo escucha. Comenzar a escuchar, comenzar a responder,
tomar una pausa, comenzar de nuevo, iniciar un camino, una
aventura preciosa al experimentar un volver a nacer de nuevo desde
nuestros orígenes, desde lo que somos como personas, como
bautizados, como creyentes...
Este proceso continuo comienza en los sótanos de cada uno, desde
el rincón mas recóndito de nuestra conciencia, allí donde no podemos
mentirnos ni engañarnos, donde retumba el silencio de la meditación
de la Palabra de Dios, donde la propia vida personal sale al encuentro
desnuda y sin mentiras ni justificaciones que auto engañan, la buena
fe que te acusa e interpreta tu historia, los complejos que agrietan tu
coraza, tu mujer que te llama a la verdad desde la donación total y
absoluta del matrimonio sacramento, tus hijos que denuncian la
fragilidad de los afectos, los actos heroicos de la prueba y fidelidad
ante el respeto humano y la santidad de la fe. El miedo o el temor a
equivocarse y responder desde la incertidumbre o la duda. El cálculo
de tus fuerzas, tu tiempo o tus planes..., desde esa tremenda
debilidad, Dios se hace el encontradizo en la oscuridad de tu noche,
tu no ves nada y luchas ante el fantasma de tu mente, se hace fuerte
y te sientes humillado porque tú estás hecho para triunfar, te has
forjado en la escuela del mundo, en la universidad de la vida y por
ello te crees que todo lo sabes y dominas, pero no te sientes capaz
de controlar esta situación que se presenta ante ti con alevosía,
premeditación y nocturnidad por «El desconocido».
Eres invadido ante los ataques que vienen del exterior y tu mismo
te cuestionas:
-¿quién como yo?
No obtienes respuesta pero sigue la lucha y al fin preguntas:
-¿cuál es tu nombre?
Te obstinas en no soltarte de alguien que te puede, de alguien
que es capaz de vencerte como a Jacob en el vado de Yaboq (Gn 32,
25-32), y le arrancas su bendición porque intuyes que ese alguien ya
no es un fantasma, que le has visto cara a cara desde la negritud de
tu inseguridad y es ahí donde descubres que ya alborea el día de tu
madurez, que ya eres mayor para seguir al Señor, porque tienes
achaques y eres un hombre capaz de ser sincero y responder, pero le
has arrancado la bendición y te ha elegido y te ha cambiado el
nombre y te ha llamado Israel, ya no serás el tramposo, el
embustero, el comediante. Tu vida después de esa experiencia con
Dios no puede ser la misma, ni pese a tu edad o tu circunstancias, te
ha elegido y te hace suyo para siempre a pesar del cansancio que
arrastras... Te quiere como eres. Ahora tu vida comienza a tener un
sentido más real porque has conocido tu debilidad, te has hecho
fuerte con Dios y Él ha hecho una alianza contigo.
Una vocación parte desde la contemplación de este misterio
salvífico, asimilando que Él es el Señor de la Historia y que ésta dará
la respuesta al permanente diálogo que entabla con cada uno de
nosotros. Es cierto que Dios habla no solo con sonidos o ruidos, lo
hace con acontecimientos que penetran en el corazón del hombre, el
cual interpreta fielmente su voluntad.
Estas mediaciones con las que Dios se vale para poder descubrir y
entender su lenguaje, son causas segundas que sensibilizan a la
persona agudizando su percepción, capacitándole para entender su
historia y percibir con actitud receptiva aquellos acontecimientos de
encuentro: la relación con determinada persona, algún amigo, una
enfermedad, una palabra oportuna, una lectura...
A través de ellos se va clarificando y haciendo presente lo que
Dios quiere de uno. A esto se le llama la sacramentalidad de la vida,
puesto que los acontecimientos subliman a la persona y en cierta
manera le da lo que significa. Nuestra vida es una firme propuesta de
Dios que jamás queda sin respuesta ya que el hombre siempre tiene
el poder libre de réplica afirmando o negando, aceptando o
rechazando… La respuesta humana a la oferta de Dios es signo
sacramental.
La poderosa acción de Dios en la vida de uno desestabiliza ya que
para poder escuchar y entender la clave de los acontecimientos con
que se escribe la historia personal, hay que capacitar el oído del
espíritu ya que estamos habituados a oír con los órganos del cuerpo
que son vulnerables, caducos, débiles, sujetos al temor de
equivocarse, a la precariedad… Quiero decir con esto que, desde la
perspectiva humana, desde el modo normal de ver y razonar las
cosas, olvidamos la dimensión espiritual que el hombre tiene. Es en
esa dimensión donde el hombre encuentra la trascendencia que le
hace libre y le hace capaz de dominar su instinto humano y
armonizarlo con un impulso interior que le hace escuchar lo inaudible
y distinguir el panorama de sus vivencias, con una luz que le hace
reconocer la verdad oculta en su conciencia.
Los signos y acontecimientos en la vida de la persona, dan la pista
para descubrir en sí mismo una llamada sin voz, la intuición y
animosidad que le empujan hacia un camino indefinido, un deseo
permanente de disponibilidad, una manera de ser que te facilita la
relación con los otros, unas aptitudes de servicio, cualidades
humanas elocuentes y que denotan el interior de la persona, «porque
de lo que rebosa el corazón habla la boca. » (Mt 12, 34. Lc 6, 45.
Ver paralelo Rm 3, 14)
Conociendo esos signos, ya puede uno penetrar en ese lugar
donde convergen la libertad, la verdad y el yo individual. Es la
cámara donde resuena potente la voz de Dios. Una voz que se deja
oír nítida y brillante, íntima y con la oferta desafiante del bien por el
bien como camino que conduce a la perfección del alma humana. Un
camino de formación, donde los valores que se presentan como
modelo y patrón a imitar, garantizan y respetan la responsabilidad
suprema y la elección iluminada y decisiva de la conciencia.
La vida cristiana llega a su madurez cuando se está en disposición
de discernir frente a planteamientos existenciales y optar bien en una
determinada elección.
Cuando se plantea: ¿qué es la vocación?, ¿qué es lo que se
entiende? o ¿qué es lo que se considera?, puede uno distinguir lo que
quiere ser sin ningún tipo de duda, incluso puede suspender el juicio
y cuestionarse seriamente la procedencia de la vocación, porque
puede que brote de uno mismo o venga directamente de Dios. Si se
tiene la capacidad para distinguir en la naturaleza de los
planteamientos, podrá definir si lo que se quiere hacer responde a
una dedicación profesional o por lo contrario son signos que revelan
una llamada a la que se está dispuesto a atender.
Ante un planteamiento espiritualista se corre el riesgo de convertir
en absoluto lo que se siente. Se puede confundir en la apreciación ya
que el sentimiento, hay veces que no es razonable y otras, surge del
estado de ánimo, por lo que no es real, no es objetivo.
El ejercicio de la libertad en el discernimiento de una vocación
puede estar condicionado por una apreciación psicológica que deje
aparcada la realidad del yo, e irrumpa en una proyección imaginativa
no real. También puede resaltar aspectos diversos de la llamada que
polaricen o atribuyan una acepción de otra, reduciendo la llamada en
sí.
Desde la intimidad personal de la conciencia se es capaz de
zambullirse en el océano de la Gracia y surcar contra la corriente sin
peligro de zozobra o hundimiento. Al estar confiado y seguro de la
relación que permite integrar nuestra libertad en responder a la
llamada, se manifiesta la acción del Espíritu dándose una relación
existencial entre Dios y la persona, repleta de cuestionamientos y
preguntas del hombre ante el misterio de la vocación.
-¿Dios me llama para algo...?
-¿Cómo percibo esa llamada...?
-¿Por qué a mí y no a otro...?
Mirándose a uno mismo, despojado de la indumentaria que
disfraza y al mismo tiempo nos protege de los demás, nuestras
defensas pierden su sentido y comienza a aflorar lo que en verdad es
uno: indefenso ante el poder de Dios, tratándose de ocultar por la
desnudez que uno percibe en sí mismo.
Al sentirse desnudo ante la presencia del Creador revive la escena
del Paraíso...
Pero el Señor Dios llamó al hombre: -¿Dónde estás?
-El contestó: - Te oí en el jardín, me entró miedo porque estaba
desnudo, y me escondí.
-El Señor Dios le replicó: -Y quien te ha dicho que estabas
desnudo? A que has comido del Árbol prohibido?» (Gn 3, 4 ss)
En la historia personal de cada uno se nos muestra que estamos
desnudos y esa interpretación que se nos ofrece, es la misma que nos
presenta el Génesis con Adán y Eva. Oímos un razonar, personaje
íntimo y oculto, invisible pero presente siempre, encarnado en la
realidad del hombre como acusado. En nuestro acontecer cotidiano
pasa desapercibido y nos ha invadido tanto, que lo habitual es no
tomar conciencia de su existencia y de su acción en nuestras vidas,
asumiendo plenamente como nuestra, la interpretación de la razón,
asintiendo de corazón ante la credibilidad de esa verdad.
El Señor sí se ha percibido de nuestra desnudez y se hace presente
en el acontecimiento de la historia para decirnos cual es el vestido
que nos conviene:
... y revestíos del hombre nuevo, que se
alcanzar un conocimiento perfecto, según
Creador. Revestíos, pues, como elegidos
amados, de entrañas de misericordia, de
mansedumbre y paciencia.
ha renovado hasta
la imagen de su
de Dios, santos y
bondad, humildad,
«Revestíos del amor que es el vínculo de la perfección»
10.12.14)
(Col 3,
«Revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones pues
Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes» (1 Pedro
5, 5)
Todas estas recomendaciones que los apóstoles hacen en el Nuevo
Testamento, son para los creyentes Palabra de Dios. Es inicio de un
camino de santidad, vocación a la que todo cristiano está convocado
desde el Bautismo. Quien desea consagrar su vida a Dios asume la
llamada a la santidad y al mismo tiempo inicia el otear de los signos
que he dicho antes. Viendo cómo la acción de Dios en la historia
personal se hace presente en los acontecimientos, en las actitudes
personales, en las gracias recibidas, en los carismas que despuntan
en uno mismo ante su comunidad cristiana, en los valores humanos
que denotan estar abierto de corazón ante la vida. Esta actitud
facilita el conocimiento de sí mismo, le descubre a uno la intensidad
de la dedicación generosa hacia los demás en el servicio que presta y
le sitúa en la encrucijada de plantearse a qué Señor servir...
Es audaz hablar de vocación al ministerio diaconal, pero es la
expresión más justa que se puede emplear, porque quien siente la
llamada interior del Señor, no le aterran las dificultades... 6
La diócesis de Sevilla ha publicado un tríptico vocacional magnífico
en el que se recoge toda la información necesaria para entender
cual es la misión del Diácono Permanente, qué se requiere para ser
diácono y cómo ha de ser el diácono. Por su interés transcribo en el
anexo el contenido del tríptico.
7,
6
Cf 102
7
Ver Anexo II, 151
Urge hoy tener respuestas a los planteamientos vocacionales que
se hagan presentes en nuestras respectivas comunidades
parroquiales. Es bien cierto de que ya existen planteamientos de vida
muy serios y hay muchos varones que en su interior se vienen
cuestionando la necesidad de que alguien discierna, de que alguien
escuche la angustia de la fidelidad a una llamada constante, sentida
con temblor, con humildad, con la sencillez, con la amargura de la
incomprensión y de los juicios a modo de sospecha que forman la
cruz a soportar por estos posibles convocados por el Espíritu.
Es urgente que en el ámbito de su Iglesia diocesana se reflexione
sobre algunos planteamientos y actuaciones de quienes temen de la
eficacia y la conveniencia de admitir a un estado de vida que
compromete para siempre y ligue a la Iglesia, a los que reciban
constitución de un oficio sacro o una ordenación ministerial.
Entre todos los miembros de este pueblo de Dios que camina hacia
el Padre en la Iglesia particular, hemos de confiar en la Providencia
abandonando los miedos, la falsa prudencia que aconseja silenciar
respuestas. Todos hemos de apostar por el Espíritu y actuar siempre
con claridad, con el amor que nos complementa a todos: Jesucristo,
único Señor a quien servimos. Señor de nuestras vidas.
Extracto del capítulo 14 del libro «El diaconado permanente en los
albores del tercer milenio» de José Rodilla Martínez
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