EL CONCEPTO DE CAUSALIDAD Y EL DESARROLLO DE UNA TEORÍA COSMOLÓGICA EN JOHANNES KEPLER Conferencia pronunciada por el Dr. Daniel A. Di Liscia en la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, en la sesión pública del 8 de agosto de 2007 1. Introducción El nombre de Johannes Kepler (1571-1630) se vincula hoy directamente y, lamentablemente, casi exclusivamente, con sus tres leyes que regulan el movimiento de los planetas. Permítaseme recordarlas brevemente: P1 P4 P2 S Afelio Perihelio P3 Fig. 1: Ilustración de las dos primeras leyes de Kepler 1. Las órbitas de los planetas son elipses en uno de cuyos focos se encuentra el sol (ley de las elipses). 2. El radio-vector (i.e. la línea que conecta al sol con el planeta, p.e. SP1) barre áreas iguales en tiempos iguales (ley de las áreas). Ello tiene como consecuencia que el planeta se mueve más rápidamente cuando está más cerca del sol (perihelio) y más lentamente cuando está más lejos de él (afelio). 3. Los cuadrados de los tiempos periódicos T1 y T2 de dos planetas se comportan entre sí como los cubos A1 y A2 del eje mayor de la elipse (i.e. como su distancias medias al sol): . Puesto que los tiempos periódicos son relativamente fácil de establecer es posible entonces calcular las distancias al sol. El aspecto más importante a ser destacado con respecto a la tercera ley de Kepler es su significación cosmológica. Mientras que la tradición astronómica anterior operaba con teorías aisladas para los distintos planetas, esta ley permite referirse a cada cuerpo como parte de un sistema completo: partiendo de los parámetros necesarios para dos planetas es posible reconstruir todo el sistema copernicano. 725 Menos conocida es, sin embargo, la significación histórica de tales leyes. Con respecto a ella uno podría, y en un estudio más largo debería, incluir una cantidad de aspectos que son objeto de frecuente discusión entre los especialistas. Mencionaré solamente algunos: 1) La lógica original que conecta las tres leyes está lejos de ser simple, en todo caso está lejos de ser aquélla que se encuentra a menudo en textos elementales (de buena o mala calidad) de física y/o astronomía, a saber: ser teoremas más o menos claramente derivados del conjunto de axiomas y definiciones propuestos por Isaac Newton (1642-1727) en sus Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (primera edición en 1687)1. 2) Es evidente que las leyes 1 y 2 están conceptualmente conectadas. Se podría suponer que la segunda ley supone la primera. Sin embargo, Kepler demuestra en primer lugar la segunda ley y luego la primera. 3) Además, mientras las dos primeras leyes son tratadas en la Astronomia nova (1609), la tercera aparece recién diez años después en Harmonices mundi libri quinti (1619). Se trata de dos de las obras principales de Kepler, las cuáles, sin embargo, son completamente diferentes en estilo, intención y contenido. 3) Un punto importante en la investigación actual es que, en realidad, Kepler no usó el termino ‘‘ley natural’’ (‘‘lex naturae’’ o equivalentes) para sus tres ‘‘leyes’’, mientras que sí parece suponer ese concepto para otro tipo de afirmaciones que en lector moderno no caracterizaría como una ‘‘ley’’2. La lista se podría ampliar generosamente si uno considerara en cada caso el tipo de problemas matemáticos que deben ser resueltos y el especial tipo de conexión que debe ser establecida con el material empírico. Las diferencias y los matices a considerar se acentuarán todavía más si uno presta atención al rol de otras disciplinas científicas a las que Kepler contribuyó notablemente, especialmente a la matemática pura (especialmente en el campo de la estereometría), y, sobre todo, a la óptica. Pero mi intención no es discutir ni presentar una de las leyes de Kepler, sea refiriéndome a la historia particular de su descubrimiento o a su lógica interna. En realidad, conscientemente y de propósito, no voy referime directamente a ninguna de las leyes de Kepler. Mi ob1 Uno de los puntos centrales de contacto entre la actual investigación sobre Kepler y sobre Newton consiste justamente en analizar en qué medida la obra de Newton puede ser comprendida como solución al ‘‘problema Kepler’’ consistente en la determinación del tipo de fuerza que produce una órbita elíptica. Para un excelente estado de la cuestión ver Brackenridge (1989) y más detalladamente Brackenridge (1995). 2 Ver especialmente Graßhoff / Treiber, 2002, pp. 20-22. 726 jetivo es tratar de presentar a continuación algunos puntos significativos y suficientemente generales para una apreciación de la intención y la labor kepleriana en su conjunto3. El eje de mi conferencia estará determinado por dos conceptos centrales en Kepler: causalidad y cosmología. Sin duda, un tratamiento de semejante asunto teniendo en cuenta la voluminosa obra de Kepler en toda su extensión y complejidad supera los límites establecidos para este contribución4. Mi objetivo central es tan sólo poner en claro los siguientes dos aspectos al menos con respecto a una obra importante de Kepler: 1) el concepto de causalidad juega en la obra a analizar un papel central; 2) la cosmología constituye el centro de sus preocupaciones y desde este punto de vista es preciso analizar y juzgar gran parte de sus trabajos astronómicos. Más exactamente pretendo argumentar que el establecimiento de una teoría cosmológica está ligado en Kepler al empleo del concepto de causa. Mi objetivo más ambicioso es explicar cómo ocurre tal conexión conceptual y dar algunas indicaciones, seguramente incompletas, sobre las consecuencias de tal conexión, tanto para la obra kepleriana como para su contexto científico y filosófico. Específicamente intentaré mostrar que Kepler emplea el concepto de causalidad a niveles bien distintos y con significaciones diferentes: por un lado, a un nivel superior contruyendo una estructura teórica de mayor grado de generalidad a partir de la cual pretende fundamentar y justificar la cosmología copernicana. Por otro, a un nivel teórico inferior, justificando datos empíricos que también favorecerían el copernicanismo. A continuación emplearé a menudo los términos ‘‘cosmología’’, ‘‘causa’’ y ‘‘causalidad’’. Especialmente, hablaré de la ‘‘cosmología copernicana’’ por oposición a la ‘‘cosmología ptolemaica’’ o ‘‘cosmología aristotélica’’. Por ‘‘cosmología’’ propongo entender de manera más o menos neutral una teoría tan general que se refiera a todo el universo. La cosmología actual parte de la base de que una tal teoría es esencialmente expresable o traducible, si es que ha poseer status 3 La generalidad a la que me refiero no tiene nada que ver con ‘‘una visión de conjunto’’ de la obra de Kepler. Para esta finalidad, se recomienda tomar el trabajo de Max Caspar (1995), una obra que, aunque centrada en la biografía y ya un poco avejentada, sigue siendo de gran provecho. Para una introducción general, con referencias a la investigación actual y una bibliografía actualizada ver mi entrada ‘‘Kepler, Johannes’’ en la Stanford Encyclopedia of Philosophy (Di Liscia 2008b). 4 La edición standard en curso de preparación consta hasta ahora de 23 tomos en folio. Me referiré a ella con la abreviación KGW (ver los datos en la bibliografía al final de este trabajo), agregando N° de volumen y página correspondiente. 727 científico, en elementos puramente cuantitativos. El aspecto cuantitativo es, como vamos a ver abajo, uno de los aspectos más importantes de la cosmología kepleriana, tanto desde un punto de vista científico como filósofico. No obstante, es necesario advertir que Kepler no supone este aspecto cuantitativo como obvio sino que trata de fundamentarlo a nivel científico, filosófico e incluso teológico. Es inevitable entonces que una cantidad considerable de otros elementos aparezcan en sus reflexiones cosmológicas. ‘‘Causa’’ y ‘‘causalidad’’ son conceptos de una larga e intrincada tradición filosófica y, de hecho, tan escurridizos que existen al menos tan buenos argumentos para prescindir de ellos como para aceptarlos5. En nuestro contexto es relevante recordar que Kepler no sólo asume una causalidad en principio ‘‘ingenua’’ sino que se expresa casi sin reservas a favor de un empleo del concepto de causa en el marco de una disciplina científica especial: en la astronomía. A los fines de esta contribución bastará con recordar únicamente este último punto como central. 2. El Mysterium cosmographicum como punto de partida de la revolución kepleriana A fin de presentar sumaria pero efectivamente la conexión entre cosmología y causalidad en Kepler resultará más que oportuno y suficiente concentrase en una única obra: en el llamado Mysterium cosmographicum (=MC). Esta obra ofrece varias ventajas para mi propuesta: 1) La conexión entre cosmología y causalidad está ya latente, de manera más que evidente, en el título mismo de la obra. Permítaseme citarlo por completo: Prodromus dissertationum cosmographicarum, continens mysterium cosmographicum, de admirabili proportione orbium coelestium, deque causis caelorum numeri, magnitudinis, motuumque periodicorum genuinis e propris.... (Pródromo de disertaciones cosmográficas que contienen el secreto del universo, sobre la admirable proporción de los orbes celestes y sobre las causas auténticas y verdaderas del número de los cielos, de su magnitud y de sus movimientos periódicos; MC, p. 43)6. 2) Es la pri5 Dos clásicos contemporáneos sobre filosofía y epistemología de la causalidad son Russel 1912 y Salmon 1984. 6 MC es una obra muy bien estudiada. KGW incluye en sus volúmenes 1 y 8 ambas versiones del texto. Una buena traducción española con un estudio preliminar y notas muy recomendables ha sido llevada a cabo por Eloy Rada García (ver biblio- 728 mera obra teórica importante de Kepler y, de hecho, una obra que Kepler mismo caracteriza como determinante para su trabajo astronómico posterior7. Fue publicada por primera vez con fecha 1596 y luego por segunda vez en 1621. La segunda edición contiene el mismo texto pero incluye además una serie de notas del mismo Kepler que casi duplican la extensión original. En 1621 uno se encuentra con el Kepler maduro que ya ha publicado sus obras teóricas fundamentales y que, entonces, está en condiciones de hacer una restrospectiva de mayor importancia para su ‘‘revolución cosmológica’’; 3) El MC es luego de la aparición del De revolutionibus (1543) de Nicolás Copérnico y del famoso preanuncio en la Narratio prima (1540) de su alumno, Georg Joachim Rhetico (1514-1574), la primera defensa directa a nivel teórico del copernicanismo como cosmología; 4) finalmente, pero no menos importante, he elegido con toda intención esta obra porque en ella, justamente, no aparecen formuladas ninguna de las tres famosas leyes de Kepler. Un desafío especial de la siguiente presentación es tratar dos puntos centrales del pensamiento kepleriano con independencia de sus tres leyes planetarias. Todavía más, si esa presentación es adecuada, resultará al final mucho más claro en qué sentido el MC de Kepler fue determinante para su labor posterior, incluyendo, por supuesto, las famosas tres leyes. 3. Tres preguntas sobre ‘‘el todo’’ La primera cuestión a aclarar es: ¿En qué, o mejor: ‘‘de qué’’ consiste, por así decirlo, ‘‘materialmente’’ la cosmología kepleriana? ¿Qué objetos incluye? Si es que hay que explicar algo, ¿cuál es el universo de objetos que hay que explicar? Aparentemente, es ésta una cuestión que no tiene ninguna vinculación directa con el concepto de causalidad. Sin embargo, no es así. El concepto de causalidad fuerte, de causalidad necesaria, constituye el marco de racionalidad final en toda la investigación cosmológica de Kepler, y ello ya es notable en la delimitación de su objeto. Antes de ver cómo este concepto de causalidad fuerte conduce a la postulación de una nueva cosmología, me grafía MC). Referencias a las traducciones inglesa, francesa y alemana se encuentran en Di Liscia 2008b. Salvo indicación en contrario, citaré la traducción española recién mencionada. 7 ‘‘... casi todo cuanto de astronomía he publicado desde entonces puede referirse a alguno de los principales capítulos propuestos en este libro, bien como ilustración, bien como perfectionamiento...’’ (MC, ed. 1621, epístola dedicatoria, pp. 47-48). 729 parece conveniente hacer referencia a lo opuesto, a aquello no explicable con causalidad necesaria. El cosmos al que se refiere Kepler en MC se compone esencialmente de los seis planetas hasta entonces conocidos y observables a simple vista (Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter y Saturno) el Sol y la Luna. En 1596 todavía no se sabía nada de las lunas de Júpiter –un descubrimiento que anunciará Galileo en 1610 y que por cierto, tiene mucho que ver con Kepler–; la discusión acerca de los cometas, que jugó un papel central en el desmoronamiento de la cosmología aristotélica llevada a cabo especialemente por Tycho Brahe, tiene aquí un rol secundario y subordinado. Lo mismo con el problema de la ‘‘supernovas’’, un tema que en los años siguientes será de central importancia para Kepler. Los planetas, el Sol y la Luna (ambos, Sol y Luna, tradicionalmente tratados como planetas), sus distancias y sus velocidades: tales son los objetos del cosmos kepleriano en el MC; en pocas palabras, el ‘‘sistema planetario’’ tal como era conocido hasta entonces. Con respecto a ellos, Kepler se plantea las tres siguientes preguntas: Tres cosas había en concreto sobre las cuales yo insistentemente quería saber por qué eran así y no de otra manera: el número, la magnitud y el movimiento de los orbes (MC, p. 66; subrayado mío) La pregunta acerca del ‘‘por qué era así y no de otra manera’’ puede ser vista desde dos perspectivas distintas pero complementarias. Por un lado es evidente que Kepler se pregunta por la causa de algo; aquello por lo cual Kepler se pregunta podría ser caracterizado como ‘‘efecto’’ en tanto dependiente del factor causal buscado. En segundo lugar, el o los efectos son descriptos como dados. Si ‘‘son así y no de otra manera’’ se supone que algo está fijo, seguro y puede ser asumido como fácticamente aceptable a nivel empírico. Sin embargo, de las tres cosas mencionadas ello es sólo (aparentemente) evidente en el primer caso: si ‘‘sabemos’’ cuántos son los planetas (i.e. seis) la pregunta es: ¿por qué no son cinco o siete u otro número sino, justamente seis? En el caso de las dos ‘‘cosas’’ restantes es menos obvio que haya algo que todo el mundo aceptara como dado. Cuando Kepler habla de la ‘‘magnitud de los orbes’’ es preciso recordar que, de acuerdo con la astronomía tradicional, los planetas están como incrustados en esferas reales o imaginarias (Kepler rechaza enérgicamente la realidad material de las esferas) que en su rotación describen la órbita del planeta en cuestión. Ahora bien, los radios de las esferas están lejos de ser algo que todo astrónomo aceptara como saber estándar y ‘‘fáctico’’, fuera de discusión teórica. En consecuencia, tanto menos segura será una afirmación 730 fáctica con respecto a la tercer pregunta relativa al ‘‘movimiento’’, es decir, a las velocidades de los planetas. Este es un problema, por así decirlo, de un orden superior. Los tiempos son ciertamente ‘‘fácil’’ de conocer. Todo astrónomo competente desde la antigüedad sabe que una traslación completa de Marte, por ejemplo, se lleva a cabo en un lapso de dos años y una de Júpiter en aproximadamente 12 años terrestres. Se sabe esto y con bastante exactitud, considerando horas y minutos. Un problema (entre otros...) es que el movimiento de los planetas parece no ser uniforme (de hecho: no lo es, como gracias a Kepler sabemos) de modo tal que una determinación de la velocidad como simple cociente del espacio recorrido y el tiempo transcurrido parece poco confiable. Ahora bien, el lector atento habrá advertido una omisión importante en el universo kepleriano. Su pregunta seguramente será acerca de aquello que más impacta a cielo abierto: las estrellas. Con respecto a los planetas, Kepler plantea preguntas que parten de hechos dados y buscan respuestas necesarias. Las estrellas fijas (por oposición a las errantes, a los planetas) representan, a esta altura, en el MC, la espina en el ojo de Kepler. El motivo es que en su concepción del saber científico nada puede ser introducido arbitrariamente. En el caso de las estrellas ello no es posible, porque no podemos partir de datos fijos ni de datos que pudiéramos tomar cuantitativamente por fijos. No sabemos cuántas son ni exactamente a qué distancia se encuentran. Su ordenación parece carecer de norma. Preguntarse porqué parece tener poco sentido. El Dios de Kepler, ciertamente como el de Einstein, no juega a los dados. Las estrellas fijas están ahí, y seguramente no por azar, pero su conocimiento supera nuestra capacidad cognitiva, la cual –para Kepler– está causalmente orientada: Ahora bien, puesto que las [estrellas] fijas son innumerables y el catálogo de las móviles no demasiado incierto y las magnitudes de los cielos desiguales para ambos, es preciso que busquemos las causas de todos ellos a partir de la rectitud. Salvo que quizá pensemos que Dios ha hecho en el mundo algo de modo casual, incluso hasta con buenas razones para ello, cosa de la que nadie me convencerá ni aun siquiera respecto a las fijas, pese a que su posición es la más desordenada de todas y nos parezca fruto de una siembra al azar. (MC, p. 95., subrayado mío). 4. El Dios de las cantidades El párrafo anterior del MC incluye una mención algo extraña sobre la ‘‘rectitud’’ que merece, aunque brevemente, ser aclarado. 731 La cosmología kepleriana contituye un conglomerado de varias tradiciones científico-filosóficas y diferentes niveles teóricos, dentro de los cuales son hechas afirmaciones con diferentes grados de generalidad, con diferentes pretensiones y a diferentes niveles de justificación8. Un dimensión básica de la cosmología kepleriana, especialmente en MC es su trasfondo teológico. En el marco de sus especulaciones cosmo-teológicas, Kepler pretende dar una explicación de la creación del mundo, a partir de la cual se deriva el sistema copernicano. Doy un breve resumen de sus ideas: En el comienzo Dios creó la materia. ¿Por qué? Porque quería crear la cantidad y para este propósito necesitaba ‘‘todo aquello que pertenece a la esencia de la materia’’ (MC, p. 93). Para Kepler, la cantidad representa la ‘‘forma de la materia y la fuente de su definición’’ (ibid.). Comenzando con la cantidad, Dios introdujo la diferenciación fundamental entre la línea curva y la recta (en este punto, y aparentemente sólo en este punto, Kepler elogia a Nicolás de Cusa). Quizá siguiendo la tradición de los comentarios al Hexameron Kepler se refiere permanentemente a la estructura de la Creación como una imagen. Dios preconcibió en su espíritu la obra más bella, el Universo. La idea del Universo es temporal y estructuralmente anterior al mundo real. Con el propósito de realizar o ‘‘actualizar’’ esta idea, Dios creó la cantidad cuya esencia consiste en la diferencia entre lo curvo y lo recto. Partiendo de esta concepción de la cantidad Kepler lleva a cabo una reintepretación del viejo axioma teológico de la Creación como una imagen perfecta del Creador9. Kepler propone incluso una interpretación geométrica de la doctrina de la Trinidad: Dios Padre es el punto medio de una superficies esférica que representa al Hijo. El Espíritu Santo es la regularidad de la relación entre el punto y la circumferencia (el radio). En el modelo de Kepler tiene que ser posible reducir todas las apariencias a la línea recta y a la curva como base necesaria de la Creación. Esta es, expuesta muy brevemente, la concepción teológico-cosmogónica a la base de la cosmología del MC. El Dios de Kepler genera un mundo estructurado cuantitativamente en todos sus aspectos. Es más, Dios no sólo a producido la cantidad sino que, además, ha introducido la categoría Este aspecto es discutido en Di Liscia (2008a). Un punto importante que merece ser mencionado aquí en conexión con el problema antes mencionado de las estrellas fijas es que según Kepler ya en la imagen misma del Creador no puede haber nada accidental o arbitrario: ‘‘Pues tampoco se ha de pensar que estas características tan adecuadas para representar a la divinidad hayan existido por mera casualidad y que Dios no las haya tenido en su pensamiento y crease la cantidad material por otras razones y con distinto propósito...’’ (MC, p. 93). 8 9 732 de la cantidad en la mente humana, de modo tal que una simetría elemental esté ya dada desde el comienzo y posibilitando así una actividad cognoscitiva efectiva. No puede ser casualidad que la matemática, más precisamente, la geometría, juege un rol central en el MC. Veamos entonces, brevemente, cuál es el rol de la geometría en la cosmología del MC. 5. El modelo de los poliedros regulares Recordemos las tres preguntas planteadas por Kepler como objeto de investigación: ¿por qué hay tantos planetas, por qué ellos se encuentran a tales distancias y por qué se mueven con tales velocidades? Ya al comienzo del MC se pone de manifiesto la singular personalidad de Kepler a través del empleo de una forma completamente nueva de presentación científica: el investigador expone no sólo el resultado de su pesquisa sino también el camino a él. Los personajes de Galileo a menudo dialogan entre sí sobre un libro científico; Kepler dialoga con su lector, le confía sus avatares, sus fracasos, y sus logros. Para el científico y filósofo Kepler no hay una separación tajante entre la investigación y la exposición. Las infatigables noches de cálculos –muchos de ellos inservibles–, la obligación de querer ser refutable y el temor a ser refutado, la ofensa de la desproporción, la pasión por la razón geométrica: el lector tiene que poder revivir en su imaginación todos los momentos centrales que llevaron a la dilucidación del Secreto del Universo, del plan divino. El primer intento de Kepler por encontrar una respuesta a las tres preguntas planteadas es algo ingenuo. Primero trató de resolver el enigma combinando números y buscando algún tipo de regularidad, calculando las proporciones o las diferencias entre los radios de los círculos que representan las órbitas. Kepler dice haber perdido bastante tiempo y fuerzas en este tipo de cálculos. No obstante, trabajando sobre esta primer idea advirtió que debería existir algún tipo de conexión entre los períodos de los movimientos y las distancias al sol. Luego le pareció mejor considerar una hipótesis más ‘‘audaz’’: introdujo dos planetas, uno entre Júpiter y Marte y otro entre Venus y Mercurio y calculó los tiempos periódicos. Estos planetas serían, por definición, muy pequeños y, por tanto, no observables. Un buen ejemplo de astronomía ‘‘a priori’’, como ocurrirá parcialmente en el siglo XVIII y XIX, en el sentido de ‘‘independiente de la experiencia’’. Kepler, no obstante, no usa para nada aquí la expresión ‘‘a priori’’; 733 esta es aparentemente una expresión que él, como ya veremos, prefiere reservar para ‘‘causal’’. Como quiera que sea, desechó también esta hipótesis por no poder encontrar regularidades convincentes. Por un momento parece haber considerado la posibilidad de hacer especulaciones sobre la base de la ‘‘nobleza’’ de ciertos números, como los números perfectos10. En tercer lugar Kepler introdujo un interesante modelo matemático incluyendo una idea con cierto contenido fisico. Esto es algo verdaderamente innovativo en la astronomía, sobre lo cual volveré más abajo. Conectando las velocidades (lineales) de los planeta con sus distancias a partir del Sol, intentó dar una organización a todo el sistema solar de acuerdo con una fuerza residente en el Sol que disminuye a medida que crece la distancia. Esta hipótesis, pensaba Kepler, es realmente muy atractiva porque explica el hecho de que el Sol se encuentre inmóvil en el centro del sistema con ‘‘fuerza infinita’’ y, al mismo tiempo es evidente que las velocidades disminuyan a medida que uno se aleja del centro. Así, Saturno será obviamente más lento que Mercurio y, consecuentemente, las estrellas fíjas serán inmóviles11. El problema con esta hipótesis es que no se conoce el tamaño real del cuadrante en cuestión y, además, la magnitud de las velocidades están dadas solamente en proporción de unas a las otras. En julio de 1595 se le ocurre a Kepler la idea central mientras estaba dando clases (probablemente de astrología) en la escuela protestante de Graz (ver fig. 2). Representando el transcurso de las grandes conjunciones de Júpiter y Saturno comenzó a trazar triángulos, o mejor: pseudo-triángulos o ‘‘cuasitriángulos’’, tales que, sin cerrarse, el final de uno fuera el comienzo de otro. Kepler advirtió que la figura generada es un círculo de radio r que mantiene con el círculo exterior de radio R una proporción muy interesante: R/r corresponde a la proporción de la esfera u ‘‘orbe’’ de Saturno con la esfera u orbe de Júpiter. Finalmente descubrió que tampoco esta hipótesis le otorgaría la necesidad explicativa buscada, pues por medio de ella no podría explicar porqué ‘‘los orbes móviles son seis más bien que veinte 10 Es uno de los pocos pasajes en los que Kepler se refiere críticamente a Rhetico. Un número perfecto es un número tal que es igual a la suma de sus ‘‘partes íntegras alícuotas’’, i.e. su divisores enteros. Así, uno podría hipotetizar que hay 6 planetas porque justamente el 6 es el primer número perfecto (6 = 1+2+3; dicho sea de paso: los dos números perfectos siguientes menores que 1000 son 28 y 496). El hecho de que Kepler rechace tajantemente una tal especulación demuestra qué poco tienen que ver sus propias especulaciones filosóficas y teológicas con el misticismo irracional que tan a menudo se le atribuye. 734 Fig. 2: Comenzando en 1 y luego siguiendo en las posiciones 2 y 3 y 4 en la banda del zodíaco las grandes conjunciones de Júpiter y Saturno forman pseudotriángulos, que continuarían en la posición 5 (flecha incompleta). En comparación, puede notarse que un triángulo perfecto, i.e. cerrado surgiría sólo si se volviera al punto de partida, p.e. de 3 a 1 (linea punteada completa). Dado que los pseudo-triángulos están encerrados dentro de un círculo, y forma en su interior, otro tríangulo, la figura sugiere el empleo una estructura geométrica intercalando de alguna manera círculos y polígonos. o cien’’ (MC, p. 69, trad. retocada). No obstante, el paso central había sido dado. Siguiendo sobre la mismo huella, Kepler tenía que buscar una forma de asegurar necesidad explicativa. A una tal necesidad, descubrió Kepler, se podría acceder permaneciendo en la geometría de los Elementos de Euclides pero pasando de la consideración de la 11 Siguiendo a Stephenson (1987, pp. 9-10) se podría expresar la hipótesis de Kepler , donde ϑ es un parámetro cambiando de valor para los diferentes planetas. 735 geometría plana a la consideración de la geometría los sólidos. En efecto, en un famoso escolio al final de los Elementos, Euclides demuestra que sólo pueden existir cinco y no más que cinco poliedros regulares12. Ahora sí, piensa Kepler, ha arribado a una solución definitiva que debe ser anunciada como corresponde. Depués de todo, se trata de la verdad última del cosmos: Te transcribo de memoria la formulación tal y cómo entonces se me ocurrió y con las palabras de aquel momento. La Tierra es el círculo que es medida de todo. Circunscríbele un dodecaedro. El círculo que lo circunscribirá será Marte. Circunscribe a Marte con un Tetraedro, el círculo que lo comprenda a éste será Júpiter. Circunscribe a Júpiter con un cubo. El círculo que comprenda a éste será Saturno. Ahora inscribe en la Tierra un icosaedro. El círculo inscrito en éste será Venus. Inscribe en Venus un octaedro. El círculo inscrito en él será Mercurio. Tienes la razón del número de los planetas. (MC, p. 70) Cuando al final de este pasaje el lector se encuentra con la afirmación ‘‘tienes la razón del número de los planetas’’, advertirá que el asunto es más complejo de lo aparente a primera vista. En el mejor de los casos, se trata de una respuesta a la primer pregunta13. Según Kepler, vale aclarar, el valor y sentido de tal respuesta es que ella es necesaria. La geometría demuestra por sí misma, sin recurrir a la experiencia, sin depender de otras disciplinas, sin supuestos metafísicos o telógicos, que hay cinco y sólo cinco poliedros regulares. Ahora bien, los poliedros regulares dan la medida para el tamaño de las esferas planetarias. Eligiendo una determinada ordenación de los poliedros y luego inscribiendo y circunscribiendo las correspondientes esferas, es posible reconstruir todo el sistema planetario: hay seis planetas porque sólo hay cinco poliedros regulares que se pueden intercalar entre ellos. 12 Euclides, Elementos de geometría, III.18 (escolio). En la conocida traducción inglesa de Heath, vol. 3, pp. 507-508. Vale recordar que un poliedro es llamado regular cuando en sus vértices se encuentran el mismo número de caras y éstas son además polígonos regulares. 13 No obstante, la respuesta está lejos de ser obvia pues la cuestión depende de qué se entienda por ‘‘planeta’’, algo que parece ser obvio pero ni lo era entonces ni lo es hoy: como resultado de un largo debate la resolución B5 de la IAU (The International Astronomical Union) de agosto de 2006, referente a la ‘‘definición de un planeta en el sistema solar’’ (disponible en http://www.iau.org/fileadmin/content/pdfs/Resolution_ GA26-5-6.pdf), reduce Pluto a un ‘‘dwarf planet’’ y establece que los planetas de nuestro sistema son, desde Mercurio a Neptuno, solamente 8. En el caso del MC de Kepler, un problema central constituye el status del Sol y de la Luna, los cuales se cuentan entre los planetas en el sistema ptolemaico (no obstante, con el siguiente problema: la Luna y el Sol no presentan movimiento retrógado). 736 Fig. 3: Modelo del sistema del mundo según el Mysterium Cosmographicum. La interpolación de los cinco poliedros regulares o platónicos determina la cantidad de las esferas y sus correspondientes distancias. Las tres exteriores son las esferas correspondientes a Saturno, Júpiter y Marte. En el medio se encuentra, por supuesto, el Sol. Es preciso destacar que tanto las esferas como los poliedros constituyen un modelo geométrico sin realidad material. El secreto, el misterio, descubierto por Kepler es que Dios tiene que haber creado el mundo de modo semejante al demiurgo del Timeo platónico, siguiendo un modelo geométrico a partir del cual se deriva el sistema planetario. ¿Qué sistema planetario? No el ptolemaico, ni el de Tycho Brahe u otro de los sistemas mixtos, sino el sistema copernicano. Únicamente éste, sostiene Kepler, es derivable como un todo de una única razón general. No se trata, por tanto, como en la astronomía anterior, de dar aquí la ‘‘teoría’’ de Mercurio y allí la de Júpiter sin que exista una conexión entre las partes, sino de buscar un contexto global para todo un sistema ordenado según leyes geométricas necesarias. En resumen: hay exactamente cinco poliedros regu737 lares, ellos constituyen la estructura abstracta del cosmos tal cómo ha sido pensado y creado por Dios. 6. El problema del realismo: Wittenberg y el prólogo de Osiander Cuando afirmo que el MC de Kepler es una de las obras pioneras en la defensa del sistema copernicano a nivel cosmológico, no debe entenderse que no hubiera copernicanos, sino que en gran medida los seguidores de Copérnico se habían hasta entonces limitado a una interpretación técnica de los nuevos resultados ofrecidos en el De revolutionibus en el marco de la astronomía. De acuerdo con una tal interpretación, el sistema copernicano debería ser entendido no como real existente sino como un método de cálculo, como un modelo más o menos arbitrario y comparable a cualquier otro. Un ejemplo típico a menudo citado son las nuevas ‘‘Tablas Pruténicas’’ (Tabulae prutenicae, 1551) confeccionadas por Erasmus Reinhold (1511-1553) y así tituladas en honor del Duque Albrecht von Preußen. Por la mitad del siglo XVI, es decir, entre la impresión del De revolutionibus de Copérnico en 1543 y el MC de Kepler en 1596/97, Reinhold había sido profesor en la Universidad de Wittenberg, donde existía un verdadero interés en la nueva ciencia y cosmología, especialmente en conexión con el mundo intelectual luterano. Reinhold era probablemente el matemático más competente de un grupo más grande de científicos y teólogos luteranos, como por ejemplo Philipp Melanchthon (1497-1560), Rhetico y, su sucesor al frente de la cátedra de matemáticas, Caspar Peucer (1525-1602), científicos y filósofos conectados todos unos con otros en –o a través de– la Universidad de Witttenberg. Ahora bien, fuera de Rhetico, quien representa un caso muy especial, una buena parte de la investigación actual parte de la base de que, en realidad la llamada ‘‘Wittenberg interpretation of Copernicus’’ tenía un trasfondo por un lado tecnicista y por otro instrumentalista, con fuertes matices escépticos14. Sin lugar a dudas, 14 Una buena parte de la llamada ‘‘red copernicana’’ fluía por canales bien distintos a la publicaciones habitales. Uno de ellos eran las anotaciones a la obra de Copérnico. Gingerich (1992, p. 70), quien entre otros se ha ocupado especialmente de la anotaciones en el ejemplar que Reinhold poseía del De revolutionibus, dice: ‘‘The annotations within the book (...) essentially ignore Copernicus’ unorthodox, suncentered cosmology while concentrating on the technical parts that could be interpreted as a mathematical exercise devoid of physical reality. Such a document 738 no es fácil determinar de modo inequívoco el transfondo filosófico de un grupo de intelectuales que, en la segunda mitad del siglo XVI se interesaba por Copérnico; muchos menos si tenemos en cuenta los supuestos telógicos y el marco epistemológico de la filosofía aristotélica, los cual parecen haber jugado también un papel central. No obstante, visto el problema desde el punto de vista de Kepler mismo parece cierto que él se dirige justamente a un grupo de posible lectores con el transfondo instrumentalista o escéptico que se encuentra en el famoso prólogo de Osiander. La primera edición del De revolutionibus (Nürmberg, 1543) contenía un prólogo anónimo ‘‘Sobre las hipótesis de esta obra’’ que reducía el contenido del libro a ‘‘un cálculo coincidente con las observaciones’’15. El autor de este prólogo, como Kepler descubrirá poco después, es el teólogo protestante Andreas Osiander (1498-1552). En la Astronomía nova Kepler denuncia abiertamente este hecho que, ya inmediatamente después de la publicación del De revolutionibus, había dado lugar a gran escándalo, incluso con consecuencias jurídicas16. En su llamada Apologia Tychonis contra Ursum de 1601 pero recién publicada por primera vez en el siglo XIX, Kepler cita una carta hoy perdida de Osiander a Rhetico en la cual el famoso teólogo protestante sostiene abiertamente que la opinión acerca de la ‘‘hipótesis’’ astronómica no es un artículo de fe sino una base para el cálculo conveniente a fin de ‘‘salvar los fenómenos’’; por este motivo –piensa sinceramente Osiander– no tendría ninguna importancia si la hipótesis es verdadera o falsa. Además, manteniendo tal postura sería mucho más fácil apaciguar tanto a los peripatéticos como a los teólogos. En resumen: por un lado Osiander parece haber querido defender la teoría copernicana, por otro es evidente que para dramatically corroborates the instrumentalist interpretation set forth a Wittenberg - an interpretation attested by a variety of other printed and mansuscript sources’’. Gingerich se apoya parcialmente en el artículo de Westman (1975), clásico sobre esta materia, del cual proviene la expresión usual ‘‘Wittenberg interpretation of Copernicus’’. 15 ‘‘Y no es necesario que estas hipótesis sean verdaderas, ni siquiera que sean verosímiles, sino que es suficiente con que muestren un cálculo coincidente con las observaciones’’ (Copérnico 1982, p. 87; trad. retocada). 16 Aunque sin mayor éxito, Tiedemann Giese, el amigo de Copérnico, y Rhetico, su único discípulo, iniciaron una serie de acciones contra Andreas Osiander y contra Johannes Petreius (1497-1550), el impresor del De revolutionibus (los detalles son analizados ya en la obra ejemplar de Prowe que contiene la mayoría de los documentos más importantes (Prowe 1883, pp. 490-542). Entre otros, un contemporáneo de . Kepler, el matemático polaco Jan Brozek, estaba bien informado sobre todo este asun. to. Broz ek es una figura central entre Copérnico y Kepler que debería ser estudiada con mayor atención. Sobre esta problemática ver mi artículo ‘‘Copernicanische Notizen und Exzerpte...’’ (Di Liscia 2005, especialmente pp. 107-110). 739 él ello no excluye, sino más bien fomenta una posición instrumentalista con trasfondo escéptico17. El problema del instrumentalimo o escepticismo de Osiander y otros tiene un transfondo lógico bien conocido, a saber: la aplicación de la fallacia afirmationis consequentis. Para decirlo de la manera más llana: si la ‘‘hipótesis’’ (la teoría astronómica correspondiente, p.e. la copernicana) que está comprendida en las premisas de un razonamiento es verdadera, la conclusión será también –suponiendo un correcta aplicación de las reglas de deducción– verdadera. Una tal teoría tiene un poder predictivo altamente confiable. El problema, sin embargo, consiste en que no es posible decir sin más que la teoría astronómica en cuestión, la ‘‘hipótesis’’, es verdadera porque las observaciones individuales resultan adecuadas. La razón es que no podemos pasar de la verdad de la conclusión a la verdad de las premisas sin cometer una falacia lógica, la falacia mencionada arriba de la afirmación del consecuente; algo que conocía cualquier estudiante de lógica elemental al menos desde el siglo XIII. Vista la cuestión de esta manera, parece no haber ningún camino hacia la afirmación del sistema copernicano como verdadero, como real y existente. Lo que sí puede hacerse es trabajar con ella, desarrollarla técnicamente y predecir distintos fenómenos individuales. Esto es lo que problemente hacían Reinhold y otros astrónomos, y aparentemente con buenos resultados parciales. No obstante, estos resultados eran bastante inexactos e inseguros, de modo tal que, incluso cuando se prescindiera del problema lógico de la falacia de afirmación del consecuente, la posibilidad de hacer una afirmación de conjunto sobre todo el sistema copernicano resultaba demasiado riesgosa y, en rigor, poco fundada18. 7. Distancias e inexactitud Llegado este punto es necesario que recapitulemos por un minuto lo dicho hasta ahora para que quede en claro el problema por tratar. La hipótesis de los poliedros permitió explicar por medio de una ra17 Ver el pasaje central en KGW 20.1, pp. 27-28. El excelente libro de Jardine (1988) ofrece una traducción completa del texto y un profundo análisis del contenido y del contexto del ‘‘Contra Ursum’’. Para una reconsideración de problema del instrumentalismo ver Barker, P./ Goldstein, B. R. (1998). 18 En su The Eye of Heaven Gingerich reúne un grupo de trabajos Reinhold y la recepción de las Tablas Pruténicas que han devenido standard. 740 Fig. 4: Los errores en grados en las longitudes planetarias calculadas a partir de la Tablas Pruténicas de Erasmus Reinhold según uno de los trabajos clásicos de Owen Gingerich (Early Copernican Ephemerides, reimpreso en Gingerich 1993, gráfico en p. 209). 741 zón necesaria el número de los planetas: hay seis planetas porque el cosmos ha sido creado por un Dios geómetra y cuantificador que ha empleado el modelo de los cinco poliedros regulares. Justamente porque podemos intercalar entre ellos cinco poliedros regulares, hay seis planetas. Una diferencia central entre la respuesta de Kepler a la primer pregunta y su respuesta a las dos preguntas restantes es el hecho de que existe una demostración geométrica de que hay solamente estos cinco poliedros y ninguno más. Obviamente que con ello todavía estamos muy lejos de haber establecido la verdad o la realidad del sistema copernicano, pues, al menos teóricamente, podríamos tener seis cuerpos organizados de cualquier otra forma arbitraria. La fuerza de la teoría kepleriana de los poliedros está en su credibilidad desde un punto de vista astronómico o, mejor dicho: en el hecho de que ella no pueda ser refutada desde un punto de vista astronómico. Kepler argumenta a menudo –como ya hemos visto– a un nivel filosófico e incluso teológico, pero no pierde de vista que su defensa del copernicanismo, si es que ha de ser efectiva, deberá ser justificable en el plano de la astronomía. En tal caso, es decisiva una respuesta razonable a la segunda pregunta relativa a las distancias de las ‘‘esferas’’. Con respecto a esta cuestión, que podría ser considerada como el núcleo de toda la obra, Kepler lleva a cabo el siguiente procedimiento argumentativo. Su idea central consiste en intercalar cuantitativamente, i.e. no sólo filosófica o teológicamente, los cinco sólidos platónicos, derivando valores numéricos concretos. Luego, sigue una doble estrategia: por un lado compara los valores obtenidos ‘‘abstractamente’’ a partir de los poliedros con los valores conocidos dentro de una y la otra teoría. Así, Kepler está en condiciones de mostrar que los valores obtenidos se acercan mucho a los valores ‘‘copernicanos’’ y casi coinciden con ellos. Si ello es así, obviamente el sistema ptolemaico ya no será sostenible. A los fines de esta conferencia bastará con una tabla simplificada de estos valores19: 19 Estoy readaptando la tabla ofrecida por Linton (2004), p. 172. 742 Tabla 1: Serie de los planetas conocidos desde el más exterior (Saturno) al planeta interior más cercano al sol (Mercurio) con los correspondientes poliedros regulares o ‘‘cuerpos platónicos’’ determinantes para las distancias. Las dos columnas restantes contienen los valores calculados por Kepler, en primer lugar a partir de la teoría copernicana tomando en consideración el espesor de las esferas y, en segundo lugar, para los radios de las esferas inscriptas en un determinado poliedro, tomando un valor de 1000 como radio de la esfera circunscripta. Un factor arbitrario es introducido en el caso de Venus-Mercurio. Aquí Kepler toma el círculo inscripto en el cuadrado, que arroja un valor mucho más conveniente que el de la esfera inscripta. Los cálculos son, como se ven, aproximativamente bastante buenos, pero están lejos de manifestar una coincidencia exacta. Llegado este punto, aparece un motivo muy interesante del pensamiento epistemológico de Kepler, que tiene incluso un serie de consecuencias importantes para su concepción general del progreso científico. Ante la evidente falta de coincidencia perfecta, Kepler no considera falsa su hipótesis de los poliedros sino debilita la pretensión de exactitud de toda teoría científica razonable. Una ‘‘raffineuse’’ retórica digna de ser mencionada es el hecho de que Kepler cita a tal finalidad un largo pasaje de Rhetico, quien, por su parte, refiere una conversación con su maestro Copérnico. En esta conversación, Rhetico habría puesto de relieve con entusiasmo juvenil el valor de una investigación tan exacta como fuera posible, según la cual no sólo precisión sino incluso minuciosidad, sería necesaria en la investigación astronómica. Copérnico –aquí no hay nada mejor que citar este pasaje maravilloso– ‘‘dado que ciertamente se sentía encantando con la sincera aspiración de mi espíritu, solía moderarme con suavidad y exhortarme a la vez para que aprendiese a prescindir del continuo uso de las tablas’’20. Para compa20 MC, p. 181 (el subrayado es mío). Se trata de la carta de Rhetico publicada por él mismo conjuntamente con sus Efemérides de 1551. Este capítulo fundamental del MC –cap. XVIII– se titula: ‘‘Sobre el desacuerdo entre las prostaféresis derivadas de los sólidos regulares y las de Copérnico en general: y sobre la exactitud en astronomía’’ (MC pp. 175-182). 743 rar, Kepler emplea valores tomados del De revolutionibus de Copérnico, recalculaciones de Maestlin y las Tablas Pruténicas de Reinhold. En general, son estos los valores que mejor coinciden con los obtenidos a partir de los poliedros. La hipótesis de los poliedros ofrece por tanto un fundamento a priori para explicar las distancias de los planetas como un todo21. 8. Las velocidades y sus causas Este es brevemente el trasfondo contra el cual Kepler se propone abordar el problema de las velocidades, algo que, como acabo de anunciar, hace de una manera muy inusual: recurriendo a un concepto físico de causalidad e introduciendo así una primera noción de ‘‘fuerza’’ en la astronomía. Debemos recordar aquí que, aunque ello nos parezca hoy completamente normal, hasta Kepler la astronomía era considerada una disciplina matemática sin conexión directa con fuerzas o causas en sentido físico. Subordinada a la geometría, la astronomía era básicamente una ‘‘cinemática celeste’’ ocupada con la descripción más que con la explicación de los fenómenos celestes22. En los capítulos 20 y 21 Kepler lleva a cabo una discusión del sistema copernicano desde un punto de vista dinámico, i.e. empleando un concepto de fuerza –el cual podrá ser considerado en principio tan primitivo como se quiera: para el caso ello no es relevante–. Este es uno de los puntos que más ha llamado la atención y más ha entusiasmado a la investigación. No obstante, si bien es correcto que Kepler emplea el concepto de ‘‘fuerza’’ (con una significación pre-newtoniana), es necesario tener en cuenta que Kepler, de hecho, parte de un análisis cinemático refiriéndose a la determinación de las distancias a partir de los tiempos periódicos. Este es el primer motivo para su re21 Desde un punto de vista histórico es importante observar que Kepler todavía no disponía él mismo de ningún ejemplar del De revolutionibus. Para gran parte de este trabajo se apoyó además en la colaboración de su maestro Michael Maestlin, quien incluso se hizo cargo de supervisar la publicación de la obra. Más aún, Maestlin agregó a la publicación del MC la Narratio prima de Rhetico y una obrita propia realmente muy importante concerniente a las distancias interplanetarias ‘‘calculadas a partir de las Tablas Pruténicas y de la teoría de Nicolás Copérnico’’ (De dimensionibus orbium et sphaerarum coelestium iuxta Tabulas Prutenicas, ex sententia Nicolai Copernici, KGW 1, pp. 132-145). 22 Tradicionalmente la astronomía estaba subordinada a la geometría de acuerdo al esquema de las scientiae mediae (sobre este punto ver algunas indicaciones en Di Liscia 2007). 744 ferencia al De caelo (II, 10), donde Aristóteles afirma que ‘‘los movimientos de cada planeta son proporcionales a su distancia’’ (MC, p. 191). La razón que da Aristóteles es dinámica y supone una variante del concepto aristotélico de fuerza, a saber: la resistencia a la influencia, i.e. a la fuerza motriz, del primer motor. Ahora bien, Kepler identifica una nueva incompatiblidad entre la astronomía matemática ptolemaica y la astronomía física aristotélica consistente en lo siguiente: para Aristóteles todo los cuerpos han sido dotados de la misma ‘‘fuerza de movimiento’’, pero, dado que el camino de uno es mayor que el del otro, es lógico que, por ejemplo, Saturno tarde mucho más que la Luna. La objeción de Kepler es que tal física no puede ser puesta en conexión con la astronomía matemática, la cual, como hacía Ptolomeo, atribuye al Sol, a Venus y a Mercurio ‘‘regresos iguales’’ a pesar de que los orbes respectivos eran de muy diferente tamaño. En el sistema copernicano, como observa adecuadamente Kepler, ello se resuelve casi por sí mismo y sin mayores problemas. Ahora bien, considerada la cuestión desde este punto de vista parece no haber ninguna proporción visible entre las distancias y los movimientos. Sin embargo, existe una tal proporción, la cual, aunque no sea simple y directa, manifiesta una armonía general del sistema y está en coincidencia con la hipótesis poliédrica23. Para ello son necesarios dos cambios centrales: en primer lugar, es necesario partir del Sol real, no del Sol medio, algo que Kepler supone para toda la obra. En segundo lugar, es preciso postular una única fuerza o ‘‘alma motriz’’ en el Sol que ‘‘empuja más fuertemente a un cuerpo cuanto más próximo se halla, mientras que para los lejanos, debido a la distancia y al debilitamiento de la fuerza, [es] como si languideciera’’ (MC, p. 193). Haciéndose eco de las conviciones más o menos corrientes dentro de algunos círculos platónicos y neoplatónicos, Kepler asume con respecto al Sol ‘‘aquellos nobles epítetos de Corazón del Mundo, Rey, Emperador de las estrellas, Dios visible y otros más’’ (MC, p. 194). De hecho, la fuerza que Kepler supone activa en el Sol opera cuantitativamente en forma análoga a la luz. Si Kepler disponía de una regla adecuada proveniente de la óptica que le hubiera permitido entender la extensión de la fuerza a partir del Sol como el cuadrado de la distancia, es un tema de discusión en la bibliografía especializada24. A los fines de esta conferencia será suficiente poner de relieve el 23 No obstante, el problema del error sigue existiendo y es tratado en el capítulo siguiente, puesto que, como Kepler mismo reconoce, la coincidencia está lejos de ser perfecta. 24 Ver especialmente Stephenson (1987). 745 esfuerzo kepleriano por ofrecer un compresión dinámica no de un fenómeno particular sino de todo el sistema planetario. La introducción del concepto de ‘‘fuerza’’ anticipa, sin duda, la física causal, a la que Kepler hace referencia como idea innovadora central de la physica coelestis que presentada en la Astronomia nova. Más aún, los resultados de estos dos capítulos del MC (20 y 21) pueden ser considerados con razón como un antecedente decisivo para la tercera ley que será formula en la Harmonice mundi25. 9. El copernicanismo a priori y la incoporación de la epistemología aristotélica La problemática del método científico constituye desde ya hace mucho tiempo uno de los campos más interesantes y más polémicos de investigación para los historiadores de la ciencia y de la filosofía moderna. En especial, se ha discutido fervientemente el rol de la tradición metodológica aristotélica en el surgimiento de la mecánica galileana26. Con respecto a Kepler hay menos trabajos sobre esta temática, que, como veremos a continuación, es de vital importancia para comprender adecuadamente los conceptos de cosmología y causalidad en el MC27. Permítaseme hacer primer dos observaciones premilinares, antes de conectar este cuerpo de problemas con el MC de Kepler. En primer lugar, vale descatar que Kepler conocía y apreciaba las obras de Aristóteles y de algunos comentarios que había estudiado en Tübingen. De hecho, se manifiesta positivamente sobre Andreas Planer (1546-1606) un médico y profesor de lógica y filosofía natural en Tübingen que había compuesto varios comentarios a Aristóteles28. 25 Kepler mismo hace refencia a la conexión directa con el concepto de fuerza de la Astronomia nova en sus notas de 1621: ‘‘Si sustituyes la palabra ‘alma’ por la palabra ‘fuerza’ obtendrás el mismísimo principio sobre el que se halla constituida la Física Celeste’’ (MC, p. 196). En estos capítulos del MC Kepler está muy cerca de su tercer ley, pues trabaja con una ‘‘regla’’ que podría en términos modernos ser formulada de la siguiente manera (con T2 y T1 para los tiempos periódicos y r1, r2 para dos las distancias medias al Sol de dos planetas vecinos) . En Di Liscia / Methuen / Keßler (1997) se reúne una serie de contribuciones sobre esta temática. 27 Uno de los poco trabajo que incluye un tratamiento de algunos de estos problemas es Martens 2000. 28 KGW 19, p. 329. 26 746 Resultaría ciertamente exagerado intentar una reinterpretación de toda la obra kepleriana sobre la base de la epistemología aristotélica. Una tal reinterpretación es, a mi parecer, ya altamente problemática con respecto a la obra de Galileo, la cual, a diferencia de la de Kepler, incluye una serie de textos juveniles sobre Aristóteles, incluyendo una suerte de comentario a los Analíticos Posteriores29. Tanta más precaución es necesaria con respecto a la obra de Kepler, la cual incluye una cantidad de elementos claramente no aristotélicos. No obstante, que Kepler conocía bien la epistemología aristotélica es un hecho histórico que no se puede soslayar. Como vamos a ver de inmediato, Kepler incorpora algunos elementos centrales de la epistemología aristotélica en su revolución cosmológica, la cual comienza ya con el MC30. En segundo lugar, es preciso hacer algunas aclaraciones de contenido. El grupo de cuestiones relacionas con el rol de la metodología aristotélica durante el Renacimiento se vincula esencialmente al concepto aristotélico de ‘‘demonstración’’ (a)po/deizij). En los Analíticos Posteriores (especialmente I, 13) Aristóteles distingue entre dos tipos de demostración científica, una se refiere al ‘‘hecho’’ o al ‘‘fenómeno’’ (a)po/deizij tou= o/(ti), la otra a la causa del hecho o del fenómeno (a)po/deizij tou= dio/ti). En general, el científico debe comenzar con los hechos para elevar su conocimiento hasta el análisis de las causas. En rigor, no se está en posesión de ciencia en sentido estricto hasta que no se hayan alcanzado las causas del fenómeno en cuestión. Más aún, Aristóteles sugiere que ambos tipos de demostración pueden ser eventualmente combinados en un silogismo, de forma tal que, bajo ciertas condiciones, sea posible pasar de una demostración a la otra. Así, comenzando por los sentidos, los cuales nos proveen información meramente fáctica, arribamos a las causas explicativas de los hechos y poseemos, por tanto, verdadera ciencia. Un punto a ser agregado aquí, el cual es –lo admito– un punto interpretativo, es la función de la causalidad epistémica. El conocimiento causal –tal es la tesis fuerte que quisiera arriesgar aquí– proporciona a lo fáctico el carácter de necesidad del cual los hechos, por sí mismos, carecen. Con otras palabras: la determinación del hecho como tal no es segura hasta que no se halla determinado su causa. Una vez determinada la causa es posible afirmar que el hecho ‘‘tiene que ser’’. En este sentido, la epistemología causalista es el antídoto para el relativismo fáctico y su consecuente escepticismo. 29 30 Wallace 1992. Ver Martens (2000), pp. 99-111. 747 Trasladando este cuerpo de ideas a nuestra discusión vemos cómo se deriva a partir de aquí la posibilidad de una defensa del copernicanismo. Una tal defensa, como es evidente, tendrá como tarea fundamental saltar la barrera del instrumentalismo epistemológico corriente en la astronomía pre-kepleriana. De hecho, Kepler tiene en su contra no sólo los astrónomos anti-copernicanos que apoyan otro sistema del mundo, sino también aquellos copernicanos que no están dispuestos a aceptar el copernicanismo más que como un modelo entre otros. Para resolver este problema y asegurar la realidad del sistema copernicano, Kepler no puede permanecer dentro del marco de fundamentación de la astronomía sino tiene que ubicarse en –por así decirlo– un grado superior de fundamentación. Se trata de un salto de la astronomía a la cosmología, para el cual, Kepler emplea, por un lado, como ya hemos visto, una serie de ideas claramente platónicas y neoplatónicas, por otro, como vamos a ver a continuación, los conceptos aristotélicos de a priori y a posteriori. El oyente o lector se podrá preguntar ahora: ¿Aristotelismo en Kepler, el platónico declarado y por excelencia? ¿Nos es una sobreinterpretación? Permítaseme proponer el análisis de tres pasajes del MC que hasta ahora –no por casualidad– han sido deficientemente interpretados31: 1) ‘‘Y no dudo en afirmar que todo cuanto Copérnico estableció a posteriori y dedujo de las observaciones, todo eso podría sin dificultad demostrarse a priori, usando axiomas geométricos como testimoniaría Aristóteles si viviera (como dice frecuentemente Rhetico) (cf. MC, p. 78 subrayados míos en los tres pasajes)’’. 2) ‘‘¿Pues, qué se podría decir o imaginar más admirable, más apto para persuadir que aquello que Copérnico estableció por observación, a partir de los efectos, a posteriori, como un ciego afirma sus pasos con el bastón (como solía decir Rhetico), en una conjetura más afortunada que fiable, y hasta creyó que las cosas eran así, todas estas cosas, digo, sean deducidas como perfectamente establecidas mediate razones a priori, a partir de causas, deducidas de la idea de creación?’’ (MC, p. 96) 3) [texto de 1596] ‘‘Estos cinco sólidos serían de gran ayuda a los especialistas para la corrección de los movimiento. [Comentario en la nota de 1621]: En realidad de ninguna, ni siquiera pequeña, porque no determinan los orbes ni prescriben los límites de las excentricidades. Pero ahora que las excentricidades han sido descubiertas en tanto 31 Estoy siguiendo mi trabajo ‘‘Kepler’s A Priori Copernicanism in his Mysterium Cosmographicum’’ (Di Liscia 2008a). El pasaje Nº 1 es especialmente problemático y ha sido, a mi parecer, incorrectamente traducido al inglés, al francés, al español y, particularmente, al alemán. 748 tou= o/(ti a partir de las observaciones de Brahe, por fin ahora ha lugar la investigación de las causas tou= dio/ti a partir de estos cinco sólidos conjuntamente con las proportiones armónicas’’ (nota en la edición de 1621, MC, p. 184) En estos tres pasajes es evidente la aplicación de los conceptos de a priori y a posteriori. La intención principal es clara: Copérnico habría establecido su sistema a posteriori; Kepler ofrece una fundamentación a priori del mismo. El pasaje N° 3 es interesante porque, en caso de que todavía fuera poco claro, presenta las mismas ideas utilizando la terminología griega. Aquí aparece un interesante deslizamiento en la significación del contexto: a posteriori corresponde al nivel empírico u observacional, algo que, cómo se ve advierte comparando con los dos pasajes anteriores, Kepler atribuye a Copérnico. En el pasaje N° 3, escrito en 1621, la situación ya ha cambiado totalmente. Kepler asume ahora la obra de Tycho Brahe como punto de partida a posteriori, mientras que las causas son no sólo los sólidos regulares del MC sino también las proporciones armónicas establecidas en la Harmonice mundi. La expresión ‘‘a priori’’ necesita una aclaración ulterior: de acuerdo con la tradición filosófica hoy vigente y probablemente a partir del kantismo, el concepto de ‘‘a priori’’ sería entendido como equivalente a ‘‘independiente de la experiencia’’. Ello es sin duda también adecuado para el caso de Kepler, de Galileo y de la filosofía escolástica en general siempre que se tenga en cuenta que se trata de una significación derivada. Para decirlo con pocas palabras: ‘‘a priori’’ significa sobre todo ‘‘causal’’, algo que se ve muy claramente en el pasaje N° 2 antes citado. Ahora bien, dado que las causas no se manfiestan en la experiencia, sino tan sólo los ‘‘hechos’’ o los ‘‘efectos’’, es cierto que ‘‘a priori’’, en una segunda instancia, puede ser interpretado como ‘‘independiente de la experiencia’’. Tal parece haber sido, de hecho, la interpretación de Tycho Brahe y otros al rechazar o criticar el proyecto del MC. El lector deberá, finalmente, atender a una serie de sutilezas retóricas de no poca importancia en estos tres pasajes. Entre ellas se cuentan especialmente la sugerencia de que el mismo Aristóteles asentiría esta aplicación de sus dos tipos de demostración y la metáfora del ciego proveniente de Rhetico, según la cual la observación es algo inseguro e inestable. El sistema copernicano, tal como lo habría establecido Copérnico mismo no sería más que una conjetura afortunada no demasiado fiable: a posteriori, i.e. de existencia insegura hasta que se determinen sus causas. 749 10. Observaciones finales sobre causalidad y cosmología en el MC La presentación anterior ofrece un transfondo suficientemente claro y explícito para las siguientes observaciones finales. Ante todo, me parece importante hacer una observación general relativa a la posición de Kepler, y con él de la naciente astronomía moderna, en el contexto de las corrientes filosóficas del siglo XVI y XVII. Tradicionalmente, Kepler ha sido considerado como un filósofo y científico especulativo un tanto ‘‘místico’’ que, basándose en una combinación original del Timeo de Platón con los Elementos de Euclides y varios elementos de la tradición pitagórica habría ofrecido una fundamentación del copernicanismo en el marco del platonismo Renacentista. Como hemos visto, hay no pocos argumentos de peso para una interpretación en esta dirección. La cosmogonía del MC es fuertemente neoplatónica; el Dios geómetra está sin duda emparentado con el Demiurgo platónico del Timeo y, finalmente, es Platón quien, justamente en el Timeo, emplea los cinco sólidos regulares para derivar de ellos los elementos y sus cualidades. Al mismo tiempo, me parece necesario destacar que la conexión con el aristotelismo no puede ser desatendida. Ella es, aunque menos coincidente con nuestra tradicional representación de platonismo renacentista, de hecho, igualmente importante y, claramente verificable. En este sentido me parece de vital importancia tener en cuenta la preocupación kepleriana por fundamentar la realidad del sistema copernicano mediante su empleo del concepto de causalidad. A menudo se ha subrayado la significación del concepto físico de causalidad en el MC de Kepler, especialmente en conexión con el capítulo 20. Ello es sin duda importante y con toda evidencia correcto. Sin embargo, es menos claro el rol que le corresponde a tal concepto de causalidad dentro de la intención y el contexto del MC. No cabe duda de que el concepto de causalidad es de central importancia en el MC, pero no únicamente en su significado físico y mucho menos reduciendo tal significación a una anticipación de la tercera ley planetaria. Mas bien parece evidente que Kepler emplea el concepto de causalidad de diferentes modos aunque, en todos ellos, hay una conexión más o menos directa con su propósito de hacer cosmología para fundamentar la astronomía. En primer lugar, quisiera recalcar el hecho de que el empleo del concepto físico de causa en el capítulo 20 brevemente considerado arriba tiene lugar claramente dentro del propósito general de alcanzar una explicación dinámica válida para todos los planetas a partir de un único cuerpo central, el Sol: Kepler introdu750 ce una fuerza activa para todo el sistema y, con ello, pasa de la astronomía a la cosmología. En segundo lugar, la hipótesis central del MC, la hipótesis poliédrica, supone una comprensión de la causalidad que podríamos llamar no-física, sino sobre todo, ontológica. Los poliedros constituyen ‘‘la forma’’ geométrica más general del cosmos, la cual es puesta en el ser por creación divina. No me parece del todo desacertado hablar aquí de una recuperación del platonismo mediante el concepto aristotélico de causa formal. Finalmente, es preciso destacar la aparición y el rol, en mi opinión hasta ahora poco considerado en la investigación, de un concepto que podríamos llamar ‘‘epistémico’’ de causalidad, de acuerdo con el cual Kepler se propone edificar una ‘‘demonstratio a priori’’ del copernicanismo. Sobre todo este último camino conduce necesariamente a la cosmología: la realidad del sistema copernicano no puede ser establecida dentro del sistema mismo. Por el contrario, es preciso salir fuera de él pasando a un nivel más elevado de fundamentación: la teoría astronómica copernicana a posteriori ha menester de una metateoría cosmológica capaz de asegurar su realidad más allá de presentarla como un mero método de cálculo. En otras palabras: el desafío consiste en dar una respuesta razonable a las falencias de la ‘‘Wittenberg interpretation’’ de Copérnico. Kepler es más que consciente de que una respuesta definitiva a esta pregunta no es posible dentro del marco de la sola astronomía, y mucho menos dentro de la astronomía tradicional. El Mysterium cosmographicum significó la presentación en escena de un joven científico, ex estudiante de teología y reciente profesor de matemáticas en una escuela de provincia. ¿Qué pensar de este joven que pretende explicar a todos sus colegas, no importa qué grandes, cuál es la verdadera forma del mundo y cuál es el contenido del pensamiento divino? La recepción del Mysterium cosmographicum fue más que controvertida. Entre los que no lo entendieron se cuentan incluso algunos que lo apoyaron. Hoy sabemos con toda seguridad que las ideas centrales de esta obrita sigueron ejerciendo una influencia fructífera en el único pensador que entonces estaban en condiciones de capitalizarlas y de conducirlas al umbral de la nueva astronomía: Kepler mismo, sin duda. Bibliografía Barker, P. / Goldstein, B. R. (1998), ‘‘Realism and Instrumentalism in Sixteenth Century Astronomy: A Reappraisal’’, en: Perspective on Sciences. 6/3, pp. 232-258. 751 Brackenridge, J. B. (1989), ‘‘Newton’s mature dynamics and the ‘Principia’: a simplified solution to the Kepler problem’’, Historia Mathematica 16, pp. 36-45. Brackenridge, J. B. (1995), The Key to Newton’s Dynamic. The Kepler Problem and the Principia, Berkeley - Los Angeles - London. Boockmann, F. / Di Liscia, D. A. / Kothmann, H. (eds.) (2005), Miscellanea Kepleriana. Festschrift für Volker Bialas zum 65. Geburtstag, München [Algorismus. Studien zur Geschichte der Mathematik und Naturwissenschaften hrsg. v. M. Folkerts, Bd. 47]. Caspar, M. (1995), Johannes Kepler, Stuttgart4; trad. esp. de D. Otero-Piñeiro (Madrid 2003). Di Liscia, D. A. / Kessler, E. / Methuen, Ch. (eds.) (1997): Method and Order in Renaissance Philosophy of Nature. The Aristotle Commentary Tradition, Adershot - Brookfiel - Singapore - Sidney. Di Liscia, D. A. (2005), ‘‘Copernicanische Notizen und Exzerpte in einer Handschrift des Zeitgenossen von Kepler, Johannes Broscius’’, in: F. Boockmann / D. A. Di Liscia / H. Kothmann (Hrsg.), Miscellanea Kepleriana..., op. cit., pp. 107-127. Di Liscia, D. A. (2007), ‘‘Johannes Kepler, Meister der scientiae mediae. Ein Forschungsseminar über wissenschaftshistorische Anknüpfungspunkte zwischen Mittelalter und früher Neuzeit’’, in: Akademie Aktuell 227/3, pp. 56-62. Di Liscia, D. A. (2008a): ‘‘Kepler’s A Priori Copernicanism in his Mysterium Cosmographicum’’, Vortrag gehalten in: Nouveau ciel, nouvelle terre / La révolution copernicienne en Allemagne 1530-1630. Strasbourg, Université Marc Bloch, 15, 16, 17 juin 2006. 2008, in: Granada, M. A. / Mehl, E., Nouveau ciel, Nouvelle terre. L’astronomie copernicienne dans l’Allemagne de la Réforme (1530-1630), Paris, (en prensa). Di Liscia, D. A. (2008b) Eintrag ‘‘Johannes Kepler’’ für die Stanford Encyclopedia of Philosophy (siehe [email protected]), aprox. 52 pp. + Bibl (En proceso de edición). Euclides (1956), Elementos de geometría - The thirteen books of Euclid’s elements, translated with Introduction and Commentary by Sir Thomas Heath, New York2, 3 vols. Graßhoff, G. / Treiber, H. (2002), Naturgesetz und Naturrechtsdenken im 17. Jahrhundert. Kepler - Bernegger - Descartes - Cumberland, Baden-Baden. Gingerich, O. (1992), The Great Copernicus Chase and other Adventures in astronomical history. Cambridge. Gingerich, O. (1993), The Eye of Heaven. Ptolemy, Copernicus, Kepler, New York. Jardine, N. (1988), The Birth of History and Philosophy and Science: Kepler’s Defense of Tycho against Ursus with Essays on its Provenace and Significance, Cambridge. Kepler, Johannes: KGW = Johannes Kepler Gesammelte Werke, herausgegeben im Auftrag der Deutschen Forschungsgemeinschaft und der Bayerischen 752 Akademie der Wissenschaften, unter der Leitung von Walther von Dyck und Max Caspar, Bd. 1-21.1; München, 1937. MC = Mysterium cosmographicum: El secreto del universo. Traducción, introducción y notas de Eloy Rada García, Madrid (Alianza)1992. Linton, C. M. (2004), From Eudoxus to Einstein. A History of Mathematical Astronomy, Cambridge. Martens, R. 2000, Kepler’s Philosophy and the New Astronomy, Princeton. Prowe, L. (1883), Nicolaus Coppernicus, Berlin. Russell, B. (1912), ‘‘On the notion of cause’’, en: Proceedings of the Aristotelian Society 13, pp. 1-26. Salmon, W. (1984), Scientific Explanation and the Causal Structure of the World, Princeton. Stephenson, B. (1987), Kepler’s Physical Astronomy, New York - Berlin e.a. Wallace, W. (1992), Galileo’s logic of discovery and proof: the background, content, and use of his appropriated treatises on Aristotle’s Posterior Analytics, Dordrecht - Boston. Westman, Robert S. (1975), ‘‘The Melanchthon Circle, Rheticus and the Wittenberg Interpretation of the Copernicus Theory’’, en: Isis 66, 165193. Kommission für die Herausgabe der Werke von Johannes Kepler Bayerische Akademie der Wissenschaften 753