Texto de interés divulgado por la Fundación José Antonio Primo de Rivera DE LA ILUSTRACIÓN AL ESTADO SOCIAL Y DEMOCRÁTICO DE DERECHO I. Antecedentes: La democracia griega. II. La democracia moderna. II. 1. Capitalismo vs. marxismo. II. 2. Liberalismo vs. fascismo. II.3. Estado social y democrático de Derecho. Moisés Simancas Tejedor “Al pueblo le di toda la parte que le era debida, sin privarle de honor ni exagerar su estima. Y de los que tenían el poder y destacaban por ricos, también de éstos me cuidé que no sufrieran afrenta. Me alcé enarbolando mi escudo entre unos y otros y no les dejé vencer a ninguno injustamente. ...Como mejor sigue el pueblo a sus jefes es cuando no va ni demasiado suelto ni se siente forzado. Pues el hartazgo engendra el abuso, cuando una gran prosperidad acompaña a hombres cuya mente no está equilibrada. ....En asuntos tan grandes es difícil contentarles a todos.” Solón de Atenas (alrededor 600 a.C.) 1 I. Antecedentes: La democracia griega. Si para Aristóteles, «el hombre es un animal cívico, un animal político»2, no es menos cierto que, como dijo Kant en su Idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita, los hombres somos «insocialmente sociables». 1 GARCÍA GUAL, CARLOS: ed., Antología de la poesía lírica griega. Siglos VII-IV a. C., Barcelona, Círculo de lectores («Clásicos griegos»), 1995, 5, p. 89. 2 Cfr. ARISTÓTELES: Política, Barcelona, Ediciones Orbis («Historia del pensamiento», núm. 99), 1985, vol. I, Libro Primero, Cap. II, p. 32. 1 Texto de interés divulgado por la Fundación José Antonio Primo de Rivera Por eso, no es posible una sociedad humana sin conflictos. Dice al respecto Thomas Hobbes en el Leviatán: «Por lo demás, los hombres no derivan placer alguno (antes bien, considerable pesar) de estar juntos allí donde no hay poder capaz de imponer respeto a todos ellos. (...) En tal condición no hay sitio para la industria; porque el fruto de la misma es inseguro (...); ni artes; ni letras; ni sociedad; sino, lo que es peor que todo, miedo continuo, y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta». Hobbes (s. XVII) sostiene que el miedo a sí mismos lleva a los hombres a someterse a un único poder monopolizador de la violencia, sobre todo si ese poder gobernante se rige por normas claras. Entramos, pues, de lleno en la cuestión de la legitimidad de la autoridad; pero para hablar de la democracia como invento griego (Atenas, s. V a. de C.): Al principio la democracia fue sólo entre iguales (principales), como refleja el episodio de la Ilíada, de Homero, en que el noble Ulises golpea con el cetro al plebeyo Tersites, que se ha atrevido a hablar3; hasta llegar a una democracia entre ciudadanos (iguales), aunque no para esclavos, ni mujeres... «Otros pueblos se pasmaron ante los prodigios de la naturaleza o cantaron la gloria misteriosa de los dioses; pero Sófocles resumió la opinión de sus compatriotas al escribir en una de sus tragedias [Antígona]: “De todas las cosas dignas de admiración que hay en el mundo, ninguna es tan admirable como el hombre”’4. Por ello, los griegos inventaron la polis, la comunidad de ciudadanos en cuyo espacio artificial, antropocéntrico, no gobierna la necesidad de la naturaleza ni la voluntad enigmática de los dioses, sino la libertad de los hombres, es decir: su capacidad de razonar, de discutir, de elegir y de revocar dirigentes, de crear problemas y de plantear soluciones. El nombre por el que ahora conocemos ese invento griego, el más revolucionario políticamente hablando que nunca se haya dado en la historia humana, es democracia».5 Frente a una concepción piramidal de poder, como ocurre en Egipto o en Persia, la imagen del poder en Grecia –en la democracia ateniense– es la de un círculo: «En los reinos como el egipcio o el persa, el sistema político es algo parecido a una pirámide: el faraón o el Gran Rey ocupan el vértice superior, debajo están los nobles, los sacerdotes, los guerreros, los grandes comerciantes, etc... hasta llegar a la base, ocupada por el pueblo llano. (...) En cambio, el poder político entre los griegos se parecía más bien a un círculo: en la asamblea todos se sentaban equidistantes de un centro donde simbólicamente estaba el poder 3 V. HOMERO: Ilíada, Barcelona, Círculo de lectores («Biblioteca universal». Colección «Clásicos griegos», dirigida por Carlos García Gual), 1995, Canto II, v. 212-277, pp. 54-56. 4 Cfr SÓFOCLES: Antígona/ Edipo Rey/ Electra, Barcelona, Círculo de lectores («Biblioteca universal». Colección «Clásicos griegos», dirigida por Carlos García Gual), 1995, v. 330-335, p. 63. 5 SAVATER, FERNANDO: Política para Amador, Barcelona, Círculo de Lectores, 1993, pp. 85-86. 2 Texto de interés divulgado por la Fundación José Antonio Primo de Rivera decisorio. (...) Cada cual podía tomar la palabra y opinar, sosteniendo mientras tanto una especie de cetro que indicaba el derecho a hablar sin ser interrumpido. En los otros reinos, los piramidales, sólo el rey tenía cetro y poder decisorio; entre los griegos, el cetro era rotatorio a lo largo de la asamblea circular y las decisiones se tomaban después de haber oído a todo el que tenía algo que decir»6. Ya en el Imperio romano, el Derecho propició que los hombres fueran, primero, políticamente iguales; después, humanamente iguales –al menos desde el punto de vista filosófico en el estoicismo, y religioso en el cristianismo–: «Los romanos aportaron el derecho, sin duda la más importante modificación de la comunidad humana desde el chispazo democrático e igualitario en Grecia: unas reglas de juego comunes precisas y públicamente divulgadas que regulasen con detalle (...) los intereses de los individuos, sus conflictos, lo que podían esperar de la comunidad y lo que la comunidad podía esperar de ellos. La vocación imperial de los romanos tuvo otro efecto importante: al conquistar a los diferentes pueblos y someterlos a la misma ley se hizo patente que los individuos pueden ser políticamente iguales (y por tanto, ¿por qué no?, humanamente iguales) más allá de las fronteras que los separan y aunque pertenezcan a etnias diferentes. (...) La filosofía estoica y más tarde la religión cristiana se encargaron de sacar importantes conclusiones humanizadoras de lo que en principio no fue más que afán de dominio»7. II. La democracia moderna. La democracia moderna se articula a través de partidos (políticos), en representación de los ciudadanos (particulares), y de la realización de la libertad en la sociedad civil. Esto es, la participación política se hace con vistas a la defensa de los intereses individuales dentro del interés social; a la par que tiene como condiciones la razón y los derechos humanos (universales): «Defender los derechos humanos universales supone admitir que los hombres nos reconocemos derechos iguales entre nosotros, a pesar de las diferencias entre los grupos a los que pertenecemos: supone admitir, por tanto, que es más importante ser individuo humano que pertenecer a tal o cual raza, nación o cultura. De ahí que sólo los individuos humanos puedan ser sujetos de tales derechos. En cuanto se reclaman esos derechos para grupos especiales o cualquier otra abstracción (sean “pueblos”, “clases”, “religiones”, “lenguas” (...) se está pervirtiendo su sentido, aunque sea con la mejor de las intenciones. Por ponerte un par de ejemplos: un individuo tiene el derecho humano a manejar su lengua, pero una lengua no tiene el derecho de buscarse hablantes forzosos que la perpetúen; los individuos humanos tenemos derecho a querer 6 7 Ibíd.: pp. 89-90. Ibíd.: pp. 103-104. 3 Texto de interés divulgado por la Fundación José Antonio Primo de Rivera conservar no contaminada el agua que bebemos, pero el agua no tiene el derecho de exigir no ser contaminada, etc...»8. II. 1. Capitalismo vs. marxismo. «Todos los hombres nacen libres y en todas partes viven encadenados’, dijo Rousseau9: encadenados por los convencionalismos, las instituciones y los prejuicios sociales. (...) Quede claro que Rousseau no recomendaba volver al estado natural primitivo, cosa que muy sensatamente tenía por imposible, sino organizar la sociedad y reformar la educación de tal forma que recuperemos una especie de “segunda naturaleza”, una naturaleza... artificial en la que se hayan corregido la mayoría de nuestras desigualdades y de los vasallajes que nos oprimen»10. No obstante, para Jean-Jacques Rousseau (s. XVIII), el origen de la auténtica desigualdad entre los hombres no es político, sino económico; esto es, tiene su raíz en la institución social de la propiedad. Así, dice Rousseau en el Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres: «El primero que habiendo cercado un terreno se decidió a decir esto es mío y encontró gente lo suficientemente simple como para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores hubiera ahorrado al género humano el que, arrancando los postes o llenando la zanja, hubiera gritado a sus semejantes: Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la Tierra no es de nadie!»11. En todo caso, con el desarrollo de la civilización se fue transformando la propiedad, a la par que aumentó la cantidad de trabajo socialmente necesario; sucediéndose como modos de producción el esclavismo (edad antigua), el feudalismo (edad media y comienzos de la moderna) y el capitalismo (edad moderna y contemporánea). Como reacción al capitalismo, surgieron los movimientos obreros, destacando el pensamiento de Karl Marx y el movimiento comunista: «En los países donde se puso en práctica esta doctrina (empezando por Rusia) el resultado no pudo ser peor. El Estado creció hasta convertirse en un superempresario capitalista de la especie más tiránica pero además sumamente ineficaz; las libertades civiles que habían aportado las revoluciones burguesas del dieciocho se perdieron, pero la desigualdad continuó y más 8 Ibíd.: pp. 117-118. Cfr. ROUSSEAU, JEAN-JACQUES: El contrato social/ Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, Barcelona, Ediciones Orbis («Historia del pensamiento», núm. 35), 1984, Libro Primero, Cap. I, p. 157. 10 SAVATER, FERNANDO: op. cit., pp. 142-143. 11 Cfr. ROUSSEAU, JEAN-JACQUES: Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres/El contrato social, Barcelona, Ediciones Orbis (“Historia del pensamiento”, núm. 35), 1984, Segunda parte, p. 101. 9 4 Texto de interés divulgado por la Fundación José Antonio Primo de Rivera aguda que nunca, porque era desigualdad de poder político. Antes un trabajador podía ser despedido por un empresario intolerante pero encontrar empleo con otro de la competencia; en el comunismo autoritario todo lo que no se somete al único patrón vigente sufre ya no sólo el desempleo sino cárcel o eliminación física. La nueva clase dirigente, el partido comunista, gozaba (goza aún, donde puede) de todos los privilegios en países empobrecidos, uniformados y sometidos a un lavado de cerebro constante por los dictadores ideológicos del sistema»12. Por el contrario, en los países desarrollados, el marxismo sirvió «para forzar una serie de reformas imprescindibles que humanizaron socialmente el capitalismo, lo dignificaron políticamente y hasta lo hicieron más eficaz como sistema productivo (...): creo que el comunismo ha sido muy útil en los países capitalistas; donde en cambio ha funcionado fatal es en los países comunistas...»13. II.2. Liberalismo vs. fascismo. Por otra parte, en el siglo XVIII, la revolución francesa iba a desencadenar dos fuerzas que, si bien permanecieron aliadas durante un siglo, iban a entrar fatalmente en conflicto hasta llegar a la Primera Guerra mundial: el ideal humanitario y el ideal nacional. Del iluminismo «nacieron los ideales liberal y democrático, que fueron adoptados por la burguesía progresista desde el siglo XVIII, así como el ideal socialista y comunista y el libertario o anarquista, que fueron elaborados en el siglo XIX y fueron adoptados por el naciente movimiento obrero». Pero la Revolución francesa, al querer poner en práctica algunos de esos ideales, desembocó, de modo imprevisto, en el despotismo napoleónico y «suscitó también un nuevo sentimiento absolutamente imprevisto, una formidable ideafuerza: la idea naciona»14. La revolución, que se inició bajo el signo del iluminismo y del triunfo de la racionalidad, no tardó en adquirir filiaciones románticas, y con éstas la revalorización del sentimiento y la adopción de una la línea de pensamiento historicista. De este modo, hacia 1815, aparece como fruto imprevisto el nacionalismo: «A los derechos del hombre y del ciudadano, distinguidos en las libertades civiles y políticas, los progresistas del siglo XIX incorporaron el derecho de toda nación a ser independiente y unida»15. Por otra parte, hacia 1848, la burguesía, que ya es nacionalista, se hace también una clase reaccionaria ante el avance del socialismo; por ello «dejó de 12 SAVATER, FERNANDO: op. cit., pp. 154-155. Ibid.: pp. 155-156. 14 CASSOLA, CARLO: Última Frontiera, Milano, Rizzoli Editore, 1976 (tr. de Juan Moreno, Última frontera, 1ª edc. española, Barcelona, Plaza y Janés, S.A. «Rotativa», núm. 237, mayo 1980, p. 55). 15 Ibíd.: p. 58. 13 5 Texto de interés divulgado por la Fundación José Antonio Primo de Rivera combatir a la aristocracia y a las instituciones que apuntalaban todo el armazón, la Monarquía y la Iglesia»16. En síntesis: en el nacionalismo convergen, de una lado y hacia 1815, el ideal de la libertad de los pueblos de la Revolución francesa y el irracionalismo e historicismo del Romanticismo; y de otro y hacia 1848, la alianza entre burguesía, aristocracia y clero como reacción al socialismo. «Por el momento, queda aplazado el conflicto entre estas dos idealidades: el que es liberal, es ambas cosas a la vez: defensor de los derechos del hombre y de los derechos nacionales. Pero es sorprendente que, a más de un siglo de distancia, no se vea aún la fisura que dividía el movimiento progresista ya a principios del siglo XIX, fisura que se ensanchará con la defección de la burguesía hacia 1848 y que, al fin, llevará incluso a dos actitudes contrastantes. La primera Guerra Mundial exalta e irradia ambas actitudes: el fascismo nace del reconocimiento de la incompatibilidad entre estos ideales. El Estado fuerte exige el sacrificio de los derechos del hombre (éste es el credo del fascismo)»17. El fascismo niega las libertades políticas esenciales: libertad de opinión, libertad de asociación, libertad de voto –que constituyen la democracia política– y la libertad de huelga –condición para la democracia social–. El fascismo se considera el único intérprete autorizado de la «voluntad nacional»: «Creer, obedecer, combatir», sería la consigna. Fascismo, pues, como totalitarismo estatal, nacionalismo burgués y militarismo: «El fascismo no hacía misterio alguno de su carácter belicista. De la misma forma que no hacía misterio de su totalitarismo. Por el contrario, mantenía escondido su tercer carácter, el de ser un régimen de derecha. Más aún, se vanagloriaba de ir al encuentro del pueblo (...) y desarrollaba o dejaba desarrollar una política antiburguesa (absolutamente inocua para los burgueses). (...) »El fascismo justificaba la dictadura y la guerra recurriendo al llamado darwinismo social, o sea, a la idea de que la vida es una guerra sin cuartel y de que sólo las especies fuertes sobrevivían. Para el fascismo, las especies fuertes eran los pueblos guerreros»18. Todo lo cual nos lleva a hablar de algunas de las características de los totalitarismos: a) Miedo a la libertad propia o de los demás. b) Pretender simplificar la complejidad de las sociedades modernas. c) Asentarse sobre la unanimidad y la uniformidad. 16 Ibíd.: p. 58. Ibíd.: pp. 60-61. 18 Ibíd..: pp. 86-87. 17 6 Texto de interés divulgado por la Fundación José Antonio Primo de Rivera «En el fondo, los grandes totalitarismos de nuestro siglo (comunismo, fascismo, nazismo (...)) son intentos de simplificar por la fuerza la complejidad de las sociedades modernas: son enormes simplezas, simplezas criminales que intentan volver a algún beatífico orden jerárquico primigenio en el que cada cual estaba en su sitio y todos pertenecían a la Tierra Madre y al Gran Todo Común. El enemigo siempre es el mismo: el individuo, egoísta y desarraigado, caprichoso, que se desgaja de la acogedora unidad social (...) y se toma demasiadas libertades por su cuenta»19. Por el contrario, entre las características de la democracia podemos señalar: a) Libertades públicas. b) Responsabilidad individual y co-responsabilidad social. c) Tolerancia. d) Valor de la educación. e) Mayoría de edad política. «Porque ser libre implica equivocarse y aun hacerse daño a sí mismo al usar la libertad: si por ser libres jamás puede pasarnos nada malo o desagradable... es que no lo somos. A fin de cuentas, la Ilustración política que a mediados del siglo XVIII desembocó en la democracia moderna supone –como ya señaló el viejo Immanuel Kant en su día [Qué es la Ilustración (1784)]– que los hombres hemos salido de la minoría de edad política. Si somos adultos, podemos organizarnos como iguales ante la ley y libres»20. Frente a la utopía y al mito del «hombre nuevo», pretensión de los totalitarismos siglo XX, la democracia se asienta en ideales políticos racionales, progresivos, no absolutos, de mejora de la sociedad. Algo que Albert Camus resumió así: «En política, son los medios los que justifican el fin, nunca el fin a los medios». II.3. Estado social y democrático de Derecho. Como conclusión, sólo resta señalar los límites éticos de toda organización política, que son condiciones que cumple el Estado social y democrático de Derecho: a) «Como todo el proyecto ético parte de la libertad (...), el sistema político deseable tendrá que respetar al máximo (...) las facetas públicas de la libertad humana»21. b) «Principio básico de la vida buena (...) es tratar a las personas como a personas, es decir: ser capaces de ponernos en el lugar de nuestros 19 SAVATER, FERNANDO: op. cit., p. 191. Ibíd.: pp. 199-200. 21 SAVATER, FERNANDO: Ética para Amador, 10a edc., Barcelona, Editorial Ariel (Serie Ápeiron «Introducción a la filosofía», núm. 101), abril 1992, p. 173. 20 7 Texto de interés divulgado por la Fundación José Antonio Primo de Rivera semejantes y de relativizar nuestros intereses para armonizarlos con los suyos. (...) A esta virtud se le llama justicia y no puede haber régimen político decente que no pretenda, por medio de leyes e instituciones, fomentar la justicia entre los miembros de la sociedad»22. c) «Tomarse al otro en serio, poniéndonos en su lugar, consiste no sólo en reconocer su dignidad de semejante sino también en simpatizar con sus dolores, con las desdichas que (...) le afligen, como antes o después pueden afligirnos a todos. (...) Una comunidad política deseable tiene que garantizar dentro de lo posible la asistencia comunitaria a los que sufren y la ayuda a los que por cualquier razón menos pueden ayudarse a sí mismos»23. Libertad, justicia y asistencia tienen su reconocimiento en el Título preliminar, artículo 1, de la Constitución Española de 1978: «1. España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político». 22 23 Ibíd.: p. 174. Ibíd..: p. 177. 8