* Realidad social - realidad biológica

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* Realidad social - realidad
biológica - realidad familiar
Algunos interrogantes sobre la
identidad de género
** Julia
Braun (A.P.A.); Elizabeth T. de Bianchedi
(APdeBA); Marcelo Bianchedi; María Lucila Pelento
(A.P.A.); Janine Puget (APdeBA)
En trabajos anteriores presentados en los Congresos realizados en 1989, 1991 Y 1993 nos ocupamos de algunos de los efectos producidos por distintas modalidades de violencia social.
Diferenciamos a esta última de la violencia familiar y de la violencia del propio sujeto consigo mismo. Definimos la violencia
social en nuestra disciplina formulando hipótesis acerca del
status meta psicológico de la realidad social, agregando a las
tres polaridades a las que se refirió Freud (1915) una cuarta
polaridad, Yo-Otro8, a la que denominamos Social.
La representación que surge de este intercambio tiene un
status metapsicológico propio y diferente al del vínculo que el
Yo establece con su propia mente y cuerpo y con el que el Yo
establece con un otro u otros sujetos dentro de la intersubjetividad (Puget, 1988).
.
En el contexto de este panel, nos referiremos a algunos modelos identificatorios y de atribución que se generan a partir de
las modalidades de constitución del vínculo entre el Yo y la rea* Presentado en el panel "El status psicoanalítico de la realidad social".
** Direcciones: Montevideo 1404, 20° "B~;(1018); Uriarte 2112, (1425); Billinghurst
1599, 11°, (1425); Paraguay
2475,7°,
(1121), Capital Federal, R. Argentina.
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lidad social, y nos centraremos en lo que respecta a las variaciones de la identidad de género. En consecuencia, se impone
realizar una articulación entre la polaridad social y la que
Freud denominó biológica (1915). Esta última se funda en la
oposición activo-pasivo y se fusiona más tarde con la que media
entre masculino y femenino.
Respecto de la polaridad biológica se pone en evidencia, tanto
en la teoría como en la clínica, que no existen parámetros claros
para definir la esencia de lo masculino y lo femenino. Las
distintas aproximaciones realizadas por Freud, ligando lo masculino con la actividad y lo femenino con la pasividad, no impidieron que en 1920 señalara que el psicoanálisis no puede
elucidar la esencia que en el sentido convencional o biológico
denominamos masculino-femenino. Al desligar lo biológico de
la identidad de género, Freud devuelve a lo masculino-femenino su carácter simbólico y nos alerta acerca del complejo proceso a través del cual se constituye. Este proceso tiene para
Freud su punto nuclear en la declinación del Complejo de
Edipo, durante el cual se posibilita la identificación con ambos sexos, pero con un predominio de identificación con la figura
parental del propio sexo biológico. Cuando ese predominio no
se da, la hipótesis clásica supone alguna "desviación" patológica, mientras que la predominancia de las identificaciones con
la figura parental del mismo sexo marca un cierto "abstractus"
de normalidad.
Pero, en este punto, se impone una reflexión: ¿no estaremos
tomando como teoría una hipótesis que en realidad contiene
un prejuicio, atribuyéndole a la norma un carácter de ley? (Bernardi, 1989 y 1993.)
Recordemos que las normas que formulan criterios de normalidad son creaciones de los hombres en el seno de cada determinada cultura y que cuando se confunde lo particular cultural con lo universal se produce la transposición de la norma
en ley.
Piera Aulagnier (1979) diferenció las leyes necesarias para
la existencia de cualquier sociedad, de aquellas otras que tan
solo posibilitan la continuidad de un determinado grupo social.
Estas últimas se apoyan, en general, en la necesidad de permanencia del grupo sostenido por determinados componentes ideológicos.
En trabajos anteriores investigamos el ejercicio de la violencia de terror y de la violencia transgresora que se produce a
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partir de la violación de dos principios éticos: el "no matarás"
y el "no robarás". En esta oportunidad, en cambio, nos ocupamos de las modificaciones de normas, lo que nos ubica en el
terreno de la moral (Kant).
Cuando comenzamos a desarrollar el tema de la identidad
de género en discordancia con la identidad biológica, nos llamó la atención la aparición de ciertos obstáculos. Observamos
que pasábamos de un pensamiento banal, cotidiano y lleno de
frases trilladas, a teorizaciones que no daban cuenta de la clínica actual o la reducían en exceso. Nuestras propias contradicciones, la falta de actualización de ciertos modelos que sostienen nuestra identidad profesional así como la realidad social
operaban dificultándonos llegar a una formulación relativamente clara. Se nos hizo necesario revisar prejuicios, criterios de
salud y enfermedad y volver a posicionamos. La falta de referentes precisos para articular la polaridad biológica y la polaridad social nos introdujo en un tembladeral.
Para intentar resolver esta dificultad, partimos del supuesto de que las normas tienen poder identificante a partir de
ciertos enunciados que contienen un mandato acerca de la modalidad de inserción del sujeto en el contexto social. Los mandatos sociales, en todas las épocas, así como por una parte
organizan la vida de los sujetos, al mismo tiempo también
limitan su posibilidad de elección. En el imaginario de la sociedad actual, un mandato trans-subjetivo convierte los cambios tecnológicos en un enunciado que afirma que "todo se
puede". *
Si bien estos enunciados parecen ampliar el campo de lo
posible, actúan muchas veces en discordancia con el tiempo interno necesario para su asimilación. Los efectos perturbadores en los procesos identificatorios y en los de pertenencia social
ocurren especialmente cuando estos mandatos se transmiten
a través de ídolos carismáticos, promovidos por los mass-media,
así como algunos adelantos científicos como los propiciados por
intervenciones correctoras tanto quirúrgicas como farmacológicas y/o genéticas que precipitan la adopción de nuevos (muchas veces violentos) modelos socio-culturales. Estos enunciados y referentes desplazan las líneas de demarcación entre lo
marginal y lo no marginal.
• Se puede cambiar la edad (cirugía plástica), se puede cambiar el cuerpo (mediante prótesis y trasplantes), se puede dominar el placer y el displacer (mediante las
drogas), se puede cambiar el sexo (mediante cirugía), pueden tener hijos parejas
del mismo sexo (por adopción o inseminación).
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En el contexto familiar, la adopción de estos nuevos modelos
refuerza el natural enfrentamiento entre las distintas generaciones.
El sentimiento de pertenencia al contexto social se instaura
a través de un mecanismo que, en un trabajo anterior (1993),
hemos denominado atribución. La atribución define el lugar
que el sujeto ocupa en el contexto social. Este mecanismo tiene
algunas semejanzas con la identificación, pero es sin embargo
diferente.
El mecanismo de atribución se configura por dos movimientos siempre conflictivos: uno pasivo, en el que el sujeto recibe
de la sociedad, en su conjunto o de un grupo, determinadas características y valores, y uno activo, a través del cual adopta
las atribuciones que le son otorgadas por esta misma sociedad
o conjunto.
Sólo nos vamos a referir, en esta oportunidad, a la atribución de la identidad de género, considerando que en la actualidad (por lo menos en Occidente) presenta problemas de
particular de interés.
Estudiando casuísticas de niños, supusimos que perturbaciones profundas observadas pudieran deberse a una discrepancia entre el sexo biológico y la elección de género. La particular conjunción por la que el niño atraviesa en su proceso de
maduración, durante el cual construye su bagaje identificatorio
y su pertenencia social disponiendo -debido al estado de dependencia infantil- de una reducida posibilidad de elección de
grupo de pertenencia, hace específicamente dificil la elaboración simbólica de la discrepancia. No alcanza a hacer suyos los
valores impuestos por el contexto y no está en condiciones de
realizar una articulación armónica entre lo que le ha sido dado
biológicamente y lo que le es dado socialmente. Los adolescentes y los adultos tendrían mayor posibilidad de realizar dicha
articulación, así como de asegurarse en base a ella su pertenencia social, incorporándose a grupos que les son afines.
A fin de ejemplificar algunas de las ideas propuestas, relataremos una consulta que hubiera sido impensable en nuestro
medio hace algunos años.
Una pareja estable, compuesta por dos mujeres, consulta porque desea tener un híjo/a y quiere preveer las eventuales
consecuencias que podría ocasionar al niño la modalidad de
pareja que ellas constituyen. La analista, que se encontraba
por primera vez frente a una consulta de esta naturaleza, fue
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invadida por un sentimiento de perplejidad cuando reparó en
que ni su marco teórico ni el marco social la proveían de elementos para pensar una respuesta adecuada. Luego pudo reconocer que la pareja consultante estaba demandando al psicoanálisis -en razón de la ascendencia normativa que éste tiene
en nuestro medio- una suerte de legalización de la situación.
La analista debía también llenar el vacío de consenso existente en nuestra sociedad respecto a la constitución de estas
nuevas formas de pareja, por lo cual quedaba instaurada en
el lugar del referente simbólico faltante.
Esta consulta se constituyó, para nosotros, en paradigmática
de los cambios de ciertas normas de convivencia que no se encuentran plenamente incorporadas por el contexto social y tampoco por el contexto familiar.
Es probable que en otras latitudes algunos colegas ya tengan más experiencia para dar respuesta a estos problemas. Sin
embargo, seguramente, somos aún muchos los analistas con
dificultades para desempeñarnos en estas cuestiones.
¿Cuáles son las hipótesis psicoanalíticas que podrían constituir el marco de referencia para formular una respuesta a la
pregunta planteada? Aclaramos, en primer lugar, que en nuestro medio social no existen leyes que legalicen este tipo de
organización vincular y acordamos que el psicoanalista no asume una función predictiva.
Una respuesta posible para dicha pareja debería incluir el reconocimiento de que el conflicto forma parte de toda existencia
y que, por lo tanto, esta nueva modalidad vincular presentará
una constelación conflictiva propia, aún imposible de predecir.
Con esta respuesta abrimos para esta pareja un espacio de
reflexión que le permita transformar la angustia ante el futuro desconocido en pensamiento y le haga posible la aceptación
de la idea de incertidumbre.
La consulta pone en evidencia que cuando la divergencia
entre la identidad de género y la identidad biológica es pensada como posible causa de perturbación para el hijo/a, es indicador, en el nivel intrasubjetivo, del retorno de lo reprimido,
que vuelve como inquietud; pero en el nivel de la inserción
social el conflicto es de mayor intensidad.
La demanda de esta pareja es también expresión de un conflicto vigente respecto a la definición de su identidad sexual
y la construcción de su pertenencia, proyectada en el niño.
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En síntesis, la identidad de género es la compleja resultante
de una serie de factores: el sexo genético, las expectativas parentales con respecto al bebé por nacer, las identificaciones del
sujeto con sus progenitores y las atribuciones que la realidad
social propone/impone. Cada uno de estos factores tiene un
status metapsicológico propio y el ensamblaje presenta siempre brechas. La no integración de los múltiples factores que
constituyen la identidad de género crea núcleos que a la manera de grupos racistas se ponen en acto en el marco social.
Bibliografía
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