DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 47 47 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 ADOLFO PETIZIOL 6. Modelo biológico y modelo psicológico de la depresión “Entrad en un jardín de plantas, de hierbas, de flores, radiante por lo que más queráis, incluso en la más suave estación del año, vosotros no podeis dirigir la mirada a ninguna parte sin que encontreis padecimiento, toda la familia de vegetales en un estado de sufrimiento, reina el sufrimiento. Allí esa rosa es ofendida por el sol, que le ha dado la vida; allá una abeja absorbe un lirio en sus partes más sensibles, más vitales, aquí el viento ha roto un ramo o se ha quebrado por su proprio peso, el jardinero va cortando sabiamente partes sensibles de las plantas con sus uñas y con el hierro”. Lo que a una visión superficial aparece como una expresión de vitalidad, en la multitud de colores, sonidos y perfumes presentes en un jardín, por medio de una observación más atenta Leopardi (en Zibaldone, 1826) descubre, intrínsecamente conexa, una condición de sufrimiento. La vida evolutiva es, de hecho, un conjunto de relaciones, de coevoluciones, de infinitas redes de interacciones macro e microscópicas, de intereacciones entre seres vivientes, entre especies biológicas y ecosistemas. En este contexto se inserta la depresión que es un debilitamiento del tono neuropsíquico que implica la afectividad y la parte psicosomática del hombre. Cuando se habla de afectividad, nos referimos a sentimientos como la emoción y el humor. Los sentimientos son cargas afectivas que vive el Yo, y sus polaridades típicas se mueven entre la esfera del placer y la del dolor. Pero si queremos comprender los orígenes, las relaciones y el significado de la vivencia afectiva, que acompaña la historia de cada hombre, para captar la influencia para determinar el condicionamiento de humores, sentimientos y emociones, en sus aspectos existenciales más significativos, se vuelve interesante recordar algunas indicaciones en clave evolucionista. En esta óptica, podemos afirmar que los nexos afectivos son el resultado evolutivo de lo que se ha separado filogenéticamente con la desasociación de la motricidad del instinto primitivo. El control de la motricidad, es decir de los comportamientos, con la evolución cultural de naturaleza neocortical, ya no es algo instintivo, sino que en el hombre pasa bajo el control de la parte consciente (el Yo). En dicha óptica, los vínculos afectivos, que se han desasociado y diferenciado de los instintos en el curso de la evolución, impregnados de la cultura y de la civilización, mantienen una influencia sobre la evolución y el desarrollo de la cultura, conservando aquellos valores de adaptación originales, que garantizan la continuidad del equilibrio original ecológico en evolución, que tiende a la plena realización del hombre en cada cultura. Las funciones codificadas genéticamente, que predisponen la realización de una progresiva integración cultural y ambiental de tipo afectivo. De hecho, en el curso de la evolución se selecciona y desarrolla un sistema bioquímico, plástico a las diferentes culturas, que predispone al hombre a condiciones de apego de naturaleza afectiva, a situaciones y a personas. Este sistema bioquímico responde con síntesis de sustancias endógenas (responsables de situaciones de dependencia y abstinencia de naturaleza afectiva) a todas aquellas condiciones variables ambien- tales y culturales, indispensables para la superviviencia del individuo y para la continuación y evolución de la especie a través de la conservación del equilibrio ecológico original. A través de dichos mecanismos, el hombre está biológicamente predispuesto a vivir los vínculos afectivos más significativos de su existencia. Regresando al tema de la depresión, ésta es una emoción y estado de ánimo universal que pertenence a la cotidianidad de la vida del individuo. Aunque en la praxis clínica represente un elemento bien definido desde el punto de vista fenomenológico y psicopatológico, no siempre encontramos una clara y neta delineación entre el respectivo ámbito fisiológico y patológico. Por este motivo, elementos que representan la modulación afectiva y emotiva de la sinfonía de la vida pueden confundirse con los síntomas de una ruptura ideo-afectiva patognomónica de un transtorno psíquico. Además, el estigma de la definición psiquiátrica de la depresión clínica contribuye a hacer más complejo y ambiguo el ámbito interpretativo de los sentimientos conexos y la correcta valoración de las respectivas intervenciones. Desde el momento que en el curso normal de la vida como reacción a sucesos estresantes y vividos de pérdida, la universalidad de estas emociones se amplía hasta alcanzar verdades y reales situaciones clínicas que pueden llegar a una observación médica, es absolutamente necesario poseer instrumentos clínicos y conocimientos profundizados sobre la definición y la delimitación de los problemas emotivo-afectivos de la población general para efectuar adecuadas elecciones clínicas y terapéuticas. La depresión clínica es una tris- DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 48 48 teza morbosa que se puede manifestar en diferentes niveles de gravedad, desde una liviana dificultad a la compleja destrucción del individuo. En los últimos decenios se han producido numerosos trabajos científicos que han mejorado el entendimiento de las causas y de la patogénesis de la depresión. En efecto, en ella están implicados una variedad de factores psicológicos, interpersonales y biológicos, a los que los clínicos han asociado también una variada abundancia de intervenciones terapéuticas innovativas. Pero el acostumbrado vicio de la psiquiatría de separar las fuentes de los conocimientos en vez de integrarlas lleva hasta ahora a considerar opuestos modelos interpretativos biológicos y psicológicos. Según el primer modelo, aquel que es objeto de estudio de las neurociencias, la depresión es un fenotipo complejo y heterogéneo en su expresión biológica y en su etiología. Estudios genéticos han contribuido a aclarar algunos aspectos de esta heterogeneidad, pero estamos muy lejos de establecer los respectivos fundamentos moleculares, aunque cierto grado de variabilidad genética en los genes del sistema serotoninérgico parecen contribuir al riesgo de manifestar la depresión o algunos de sus aspectos clínicos. El riesgo de un episodio depresivo mayor aumenta con respecto al número de genes compartidos con un familiar afligido, pero en términos genéticos y dado el grado de riesgo encontrado, se puede verificar también una cierta superposición con los malestares bipolares y la esquizofrenia. Estos datos biológicos nos llevan a reflexionar en torno al significado del riesgo genético encontrado en las familias y de la respectiva especificidad. Es probable que los estudios de genética tengan que abandonar la definición categorial de fenotipo e iniciar a emplear las dimensiones psicopatológicas para delimitar subgrupos presentes en las psicosis funcionales. El progreso en el campo de las biotecologías ha puesto en discusión la simplicista y errónea convicción de que con la depresión se puede alterar un solo sistema de neurotransmisión y que es posible sólo un determinado tratamiento. LA DEPRESIÓN La biología molecular y la genética han sugerido otras posibles alteraciones químicas del cerebro, además de la simple participación del sistema de neuro-modulación monoaminérgico, que representa la hipótesis más clásica. Aunque los antidepresivos son empleados en la clínica desde hace más de 50 años, ningún consentimiento se ha logrado sobre los precisos mecanismos de la acción molecular. En los últimos dos decenios, los protocolos terapéuticos del tratamiento de la depresión han sufrido una considerable evolución, con el afirmarse de la farmacoterapia como intervención metodológicamente más correcta en el plano clínico. La actual disponibilidad de un importante número de moléculas activas en la sintomatología depresiva coexiste con un refinamiento de la nosografía y de la diagnóstica de los malestares del espectro depresivo que se atribuyen singularmente a la disfunción prevaleciente de un sistema neurotransmisor. Si se quiere identificar un denominador común en la gran variedad de principios activos que tenemos hoy a nuestra disposición, se podría considerar que cada uno de ellos, independientemente de la categoría de pertenencia, está en la capacidad de aumentar la disponibilidad cerebral de aminas biológicas: noradrenalina, serotonina y dopamina. La primera diferenciación hay que hacerla entre las moléculas de vieja y nueva generación. La acción receptora de los antidepresivos triciclicos (TCA) y de los inhibidores de las monoaminoxidasis (IMAO) ha resultado ser escasamente selectiva. En los últimos decenios, gracias a los nuevos métodos de investigación (técnicas de binding, valoración de la actividad del AMP cíclico) se han puesto en evidencia, por ejemplo, para los TCA antidepresivos tricíclicos numerosas interacciones receptoriales: receptores alfa1 y alfa2 adrenérgicos, beta1 adrenérgicos, 5HT2 y 5HT1A serotoninérgicos, receptores muscarínicos, D2 dopaminérgicos y H1 y H2 histaminérgicos. Pero el mecanismo de bloqueo sobre numerosos sistemas recepto- res sin embargo, da razón de frecuentes efectos colaterales asociados al uso de los TCA antidepresivos tricíclicos. Esta pluralidad de acción farmacorepectora, aunque sostenida en ámbito clínico por numerosos éxitos terapéuticos y aún garantizando efectos antidepresivos, desinhibidores o sedantes, según la molécula utilizada, muy a menudo constituye también el lado débil de dicha aproximación terapéutica. Noradrenalina y serotonina ciertamente están implicadas en los mecanismos de la depresión. Las evidencias científicas sugieren que los antidepresivos de doble acción, que inciden en los dos sistemas monoaminérgicos, pueden tener una gran eficacia y una más breve latencia de acción que los fármacos que actúan en un solo sistema monoaminérigico. Además, existen evidencias a favor de una relación entre depresión y efectos terapéuticos de los antidepresivos clásicos fundados en la intervención de varios sistemas biológicos. Por ejemplo, el sistema peptídico que implica el CRH (Hormona de la expedición del corticotropina), el cortisolo y el estado funcional de los respectivos receptores; o los sistemas de transmisión de la señal intracelular con el cAMP sobre los factores de transcripción como el CREB y las neurotropinas; o también, el sistema inmunitario y las citosinas; o bien la transmisión glutamatérgica; o el sistema neuropeptídico de la sustancia P, los esteroides neuroactivos y la neuroglia. He subrayado estos ejemplos técnicos para hacer notar que el aspecto biológico está en correlación con la simtomatología y la terapia. Se trata de hipótesis bioquímicas nuevas y variadas sobre la depresión y la posibilidad de recorrer nuevos caminos terapéuticos. De hecho, no es posible afirmar que se conozcan las exactas causas o los precisos procesos que determinan la depresión o que llevan a mejoras que actualmente se atribuye a las terapias farmacológicas disponibles. Por otro lado, si de las biotecnologías esperamos una gran ayuda para comprender mejor las relaciones entre el sistema nervioso, el sistema endocrino y aquel inmunitario, con sus respectivas cadenas DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 49 49 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 intracelulares y los éxitos finales de la expresión genética y de las funciones protéicas en la depresión. Esto permitirá contar con fármacos más eficaces, más selectivos y rápidos en su acción, y en el futuro, con la ayuda de la psicogenómica, incluso a hacer posible la producción ad hoc de medicinas diferentes para diferentes pacientes. Los genetistas han predicho, en efecto, que el adelanto de su disciplina revolucionará el entendimiento de las enfermedades humanas y de los comportamientos morbosos y terapéuticos. La farmacogenómica es, por ejemplo, un potente instrumento presión. Podemos esperar que los nuevos acercamientos biológicos además de “la hipótesis monoaminérgica” modifiquen también en el futuro los paradigmas de la investigación sobre los antidepresivos. Las menciones futuribles y tecnológicas de las evaluaciones de los modelos biológicos se contraponen al humanismo de los modelos psicológicos, un humanismo que desconfina a veces en la pura filosofía. Y como pertenencen a la historia de la psiquiatría muchas de las interpretaciones biológicas y bioquímicas de los últimos decenios, así pertenecen a la literatura clásica psicodinámica el modelo de la “oralidad” y de la agresividad que se puede utilizar para identificar genes correspondientes a los antidepresivos o a otras manifestaciones terapéuticas eficaces. Se han identificado preventivamente centenares de fragmentos de cDNA como genes correlacionados a los antidepresivos (ADRGs). Algunos de estos “genes candidatos” pueden codificar moléculas funcionales comunes inducidas por el tratamiento en crónico con antidepresivos. Definir los papeles de las diferentes moléculas en la plasticidad neural inducida por el fármaco está cerca a transformar el curso de la investigación sobre bases biológicas de los antidepresivos. Tales conocimientos detallados tendrán efectos profundos en la diagnosis, la prevención y el tratamiento de la de- interiorizada de Abraham, o el de la pérdida de objeto de Freud, o también de la posición depresiva de Klein. Asimismo, pertenece a la historia la triade cognitiva de Beck o la teoría del apego de Bowlby, aunque estas últimas interpretaciones han permitido tender un puente entre la rivera psicológica y aquella biológica a través de la biología evolucionista, como hemos referido al inicio. Según el acercamiento, los seres humanos en cada estado de su desarrollo representan “compromisos” en su continua adaptación a los cambios del ambiente. Empleando la perspectiva neo-darwiniana, la psiquiatría evolucionista sugiere que mientras la selección natural de suyo no delinea la enfermedad, ella delinea las caracterís- ticas humanas y, por lo tanto, la vulnerabilidad a la enfermedad. El concepto de “vulnerabilidad” sin duda es uno de los organizadores fuertes de los actuales conocimientos piscológigos y psiquiátricos, tanto en virtud de la visión sintética que propone con respecto a la multifactorialidad de la génesis de la dificultad psíquica y de la enfermedad mental, como por su acentuada inclinación clínica y pragmática. En este sentido, el concepto de vulnerabilidad debe entenderse en la acepción eurística del término más que en aquella descriptivo-naturalista (de “predispuesto a”). De hecho, el individuo resulta vulnerable en cuanto sometido a las variables biológicas y psicosociales en interacción con los factores personológicos, que sean ellos biológicamente predispuestos y modificados por el impacto del ambiente sobre la expresividad genética. Según esta hipótesis, la depresión es una emoción humana que puede representar una respuesta positiva de supervivencia y, por esta razón, no es siempre patológica. De hecho, la depresión determinaría una reducida disponibilidad referente o absoluta de energía vital, en un determinado momento en el que la cantidad de solicitudes ambientales se vuelva exagerada con respecto a la capacidad de expectativas del individuo. Fisiológicamente, la percepción de reducción de la energía lleva a una readaptación de las expectativas con respecto al ambiente, con la consiguiente reducción de la respectiva presión, proveniente del ambiente. La variabilidad de los varios factores involucrados en la génesis de la depresión clínica puede pesar, pues, en términos de mayor vulnerabilidad (factor bío-psicológico en recíproca interacción) y los requerimientos ambientales (factor psico-social en recíproca interacción) que toma valor también el origen social de la depresión, nacida como hipótesis unívoca en los primeros años 70. Esta hipótesis enfatiza la importancia de tener en cuenta el contexto y el significado de factores causales tanto cercanos, como factores que se remontan a toda la historia de vida. El elemento histórico individual y social aporta elementos de conoci- DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 50 50 miento en la perspectiva comparativa y evolutiva, enfatizando una naturaleza humana individual biológica y psicológica, y una naturaleza humana común de tipo social que introduce la completa variedad de los setting culturales. Esta es una seria perspectiva bío-psícosocial. En particular, la óptica de la Psiquiatría Social se propone, pues, incluso hoy, captar la dinámica del campo global dentro del cual un determinado fenómeno psicopatológico nace y asume importancia con todas sus determinantes biológicas y/o psicológicas. El impacto individual de una patología mental se puede medir teniendo en cuenta la elección de síntomas-sentinela que condicionen en mayor o menor medida el funcionamiento psíquico del individuo. Pero medir un fenómeno humano, comportamental, emocional, cognitivo, sin tener en cuenta la determinante colectiva, equivale a hacer abstracto un elemento concreto de la dificultad de vivir del enfermo. Significaría justificar el retiro del deprimido del ámbito de la interacción social en nombre de la obtención del mínimo daño individual posible. Además del impacto colectivo LA DEPRESIÓN de un correcto acercamiento psicosocial de tutela de la salud mental, aún no siendo mensurable, es tal, cuando se verifique, que hace indiscutible la valoración del éxito. En este sentido, es fundamental desarrollar el papel de promoción de una óptica complementaria en las disciplinas psiquiátricas a través de una atención focalizada hacia el mundo de las aptitudes, de los valores, de las convicciones que subyacen al ser del individuo en el propio mundo de relación con el ambiente. Un acercamiento humanista y dinámico a los fenómenos mensurables, aplicado al objeto de estudio “hombre” en su globalidad. Esto no significa querer sustraerse al juicio de la eficacia de las propias intervenciones, al contrario. El desarrollo de la integración entre cultura, sociedad, salud mental, transtorno mental y enfermedad debe ser desarrollado (por la Psiquiatría Social) en el campo clínico con el fin de producir una síntesis entre cultura y psicobiología, con la promoción de un verdadero acercamiento ecológico al hombre y a su salud. Y precisamente en campo clínico, la atención a lo social se debe poner al lado de la psiquiatría biológica en la valoración de las dinámicas de vivencia colectiva tanto de las manifestaciones biológicas de la enfermedad mental, como de los mismos tratamientos. No es suficiente limitarnos a considerar el puro mecanismo bioquímico de un fármaco y su acción sintomática, midiendo también los efectos, dejando de lado el impacto en el individuo del juicio colectivo, de ser afligidos por un malestrar mental o por asunción de un psicofármaco. Una victoria fundamental en el plano de la consideración global de la vivencia del enfermo es la introducción, en casi todos los trabajos clínicos experimentales de los últimos tiempos, de parámetros de valoración de la calidad de la vida. Se trata de un elemento ciertamente subjetivo, pero en la era de la necesidad de objetivar todo, dar una medida de la satisfacción de vida del individuo y hacer un indicador de éxito, de todos modos es ya una gran conquista. ... siempre en espera de las conquistas del futuro de las neurociencias. Prof. ADOLFO PETIZIOL Presidente de la Sociedad Europea de Psiquiatría Social DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 51 51 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 DONNA J. MARKHAM 7. Estrés, agotamiento. La misión y los mass media Introducción Es un viernes por la tarde. Me encuentro en mi oficina del Instituto Southdown en Ontario, Canadá. Durante el día había venido un médico maduro para hablarme sobre aquel creciente sentido de desesperación a raíz de la difusión de los escándalos en la Iglesia. Un maravilloso laico consagrado ha dicho: “Me pregunto si las paredes aquí son bastante grandes para contener todas las lágrimas...”. Un paciente sacerdote habría tratado de asfixiarse poco tiempo antes (afortunadamente no lo logró). Una paciente borderline había encontrado el modo de cortarse las venas. Una continua procesión de superiores religiosos y obispos estresados y profundamente entristecidos habían entrado y salido de mi oficina. Precisamente cuando estaba esperando que la jornada terminase, timbra el teléfono y era un reporter del National Post que deseaba una entrevista. Un día típico en la vida de un administrador sanitario. ¿Sorprendería a alguien si yo comenzara a encontrar cierta dificultad para tomar sueño por la noche? Mi situación no es muy distinta de muchas personas más que tienen una posición de leadership y deben hacer frente a un pedido aplastante de su tiempo y de sus emociones. Y como si los requerimientos normales de la posición de leadership hoy no hubiesen sido suficientes hay que añadir el cuadro de la realidad de la vida de un ambiente global en el que nos sentimos mucho menos seguros de hace diez años. Todos somos conscientes de nuestra fragilidad y vulnerabilidad como seres humanos. El terrorismo, la guerra y una serie de catástrofes ambientales han logrado su silencioso desgaste en nosotros. Luego incluso cuenta el ser sacudidos por una se- rie de crisis de credibilidad en la Iglesia por razones de la conducta desviada de pocos. Todos estamos al borde, luchando con un creciente estrés que hace difícil hasta para los más fuertes de nosotros, mantener el sentido del equilibrio. Digo lo anterior sencillamente porque no debería parecer fuera de lo real o aberrador para nosotros estar a la defensiva, ansiosos, quizás irritados cuando un “extraño” improvisadamente viene a nuestro mundo caótico y trata de “confeccionar un servicio”. En estos momentos, nos sentimos completamente vulnerables, explotados, agarrados al improviso, en un estado que se vuelve difícil considerar a los profesionales de los mass media como colegas y como una cualidad potencial para intentar presentar un aspecto verdadero al público. Claramente, en toda profesión existen aquellas personas que proporcionan a sus colegas cierta ineficiencia por su poco apego a los principios éticos inherentes a sus disciplinas. Esto es tristemente verdad en nuestro ministerio como sacerdotes y religiosos y es verdad en profesiones como el periodismo y el servicio de crónica. Va más allá de nuestra capacidad de controlar a otra persona profesional que deliberadamente elige querer sorprender, explotar o modificar la verdad. Al mismo tiempo es peligroso para nosotros poner en una categoría toda una profesión basada en el comportamiento poco escrupuloso de una minoría. (Decir por ejemplo que todo el personal de los mass media está determinado a explotar las situaciones es análogo a decir que todo el clero está sexualmente desviado. Ambas afirmaciones son peligrosas; ambas se basan en la distorsión y en la ignorancia). En esta breve presentación, esta tarde deseo focalizar lo que nosotros podemos hacer en lo que se refiere al compromiso de los mass media en las situaciones muy delicadas – cuando las hay – que influyen profundamente en nuestras vidas de líderes católicos. Ante todo haré algunas consideraciones relacionadas con la gestión del estrés, en general. Seguidamente puntualizaré sobre dos componentes que considero nos pueden ayudar para disminuir nuestros niveles de estrés cuando estamos comprometidos con los mass media: primero, un sustancial “trabajo interior” personal basado en la comunidad y en la oración; y, segundo, el desarrollo de una estrategia eficaz de los mass media que de algún modo recupera nuestro control en las situaciones llenas de tensión. Considero de que se trata de una tarea ambiciosa en un breve lapso de tiempo y espero en vuestra indulgencia por no ser capaz de desarrollar el argumento de manera completa como lo demuestra el tema. Estrés, ‘agotamiento’ y rendimiento eficaz en el lugar de trabajo El estrés es una respuesta psicológica al continuo dolor, sensación de elevado peligro o temor de ser herido. El término eufemista “agotamiento” es usado corrientemente para describir lo que sucede a alquien que ha tenido una prolongada exposición a una situación muy estresante y que experimenta una combinación de respuestas emocionales y físicas. Miles de descripciones incluyen: ansia, depresión, irritabilidad, rabia, disminución de la estima de sí mismo, pena de sí mismo, dificultad en la concentración, problemas para tomar decisiones y un ligero DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 52 52 LA DEPRESIÓN deterioro en el juicio. Algunos investigadores han tratado de ver si una mayor tendencia a necesidades del otro pone a los que se ocupan de los demás frente a un gran riesgo de depresión. En otras palabras, ¿podríamos estar más sujetos al estrés por razones de nuestros cargos en el ministerio y en las profesiones sanitarias? Esta hipótesis aún no está confirmada (Bersoff e Glass, 1982; Thomas e Keznioff, 1984).1 El interés por los demás no es un factor que necesariamente contribuye a la depresión. Desde el punto de vista histórico, grupos de investigación sobre el estrés han identificado algunos factores que parecían ayudar a las personas a combatir, contener y derrotar el estrés en el lugar de trabajo. Generalmente, se cree que si las personas tienen un suficiente grado de autonomía, percibido en el control de algunos aspectos de su am- longitudinal conducido por Cary Cherniss que ha sido publicado en un libro titulado Beyond Burnout3, en el que se ha estudiado a los asistentes sanitarios durante un período de diez años. La investigación de Cherniss ha revelado curiosos descubrimientos que han sugerido que estos elementos no son suficientes para prevenir el estrés y el agotamiento. Siguiendo los temas de investigación por más de diez años, se descubrió que habían considerables excepciones a las hipótesis anteriores. Incluso después, las personas habían adquirido un sentido de autonomía, colegialidad, seguridad y estaban comprometidos en trabajos en los que manifestaban su habilidad. Muchos de estos individuos se habían procurado lugares seguros – sin comprometerse en proyectos creativos sino más bien eligiendo esconderse detrás de una rutina familiar. Ciertamente este biente, han desarrollado estrategias eficaces de negociación, y tienen la oportunidad de un desarrollo profesional y una buena comunicación colegial, se reduciría el estrés y acrecentaría la productividad. Esta reciente investigación, además, ha identificado otros factores que han aumentado la capacidad de la persona para resistir a los efectos nocivos del estrés y a mantener el equilibrio emotivo y físico para afrontar acontecimientos que producen malestar: salud física, estima de sí mismo, apoyo social, y un sentido de control sobre la propia vida2. Es muy interesante el estudio acontecimiento no sirvió para acrecentar la misión de sus diferentes organizaciones de servicios; como empleados manifestaron poco entusiasmo o pasión por el trabajo que estaban desarrollando. Muchos, en cambio, estaban totalmente satisfechos de sí mismos y, no obstante todas las predicciones, habían caido en sentimientos excesivamente estresados, incluso aburridos y agotados. ¿En qué influyeron estos descubrimientos? Si todos los requisitos estaban aparentemente en el lugar justo para compensar este acontecimiento, ¿por qué estos trabajadores se sentían agotados? Cherniss descubrió que el elemento clave que faltaba en la experiencia de estos individuos era un fuerte sentido moral en el trabajo que estaban desarrollando. En el estudio, además, se reconoció a un sub-grupo en la población total de los temas de investigación que no quedó víctima del estrés. Representaron una excepción estadísticamente significativa. Los individuos de este subgrupo trabajaron en ambientes en los que estaban presentes todas las condiciones típicamente asociadas con el desarrollo de un nivel muy elevado de estrés agudo. A menudo trabajaron siete días a la semana, año tras año, tenían poca autonomía y efectuaban tareas muy humildes de rutina (el subgrupo comprendía efectivamente un grupo de mujeres religiosas). ¿Qué elementos diferenciaban a este grupo de los otros? El estrés era mitigado frente a un sentido irresistible de “objetivo moral”. Podríamos denominarlo un fuerte sentido de misión. Si las personas sentían que formaban simplemente parte de un sistema de distribución de un servicio, ellas permanecían alejadas del más grande riesgo de ser víctimas de agotamiento y estrés debilitante – sin preocuparse de todos los esfuerzos hechos con tal de asegurar un ambiente saludable de trabajo. Por tanto, dirigiendo una instancia a nuestro ministerio, parecería que un antídoto significativo al efecto nocivo del estrés es nuestra manifiesta convicción de ser partícipes en la obra sanante de Jesús. Para permanecer agentes vitales en el vivir el Evangelio, todos los que servimos en las instituciones católicas debemos evaluar continuamente si nuestro modo de dirigirnos a la misión es adecuado y responde a las necesidades críticas de nuestros tiempos. Las personas que se han vuelto seguras y satisfechas, pasivas y tranquilas, o paralizadas por la ansiedad, son incapaces de hacer adecuaciones radicales en un ambiente sujeto a continuos cambios globales. Ellas comprometen la vida futura de sus instituciones, el bienestar de los que asisten y, en fin, dañan a sí mismos. Los administradores de la asistencia sanitaria y los abastecedores DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 53 53 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 del servicio de la línea directa, constituyen claramente un riesgo más elevado de estrés debilitante, que conduce a una disminución del rendimiento y a la desilusión. El riesgo se intensifica cuando hay poca experiencia de pertenecer a una comunidad de colegas que comparten la misión, que tienen un fuerte sentido de la finalidad moral. El sentido de misión colegial, una conexión entre la espiritualidad y la tarea del trabajo cotidiano, y un apasionado compromiso al ministerio de la sanación de Jesús ayuda a aliviar los efectos dañinos del estrés. Quisiera compartir con vosotros un ejemplo de como nuestro grupo logró sustraerse a la caída en el espacio negativo de la depresión compartida, del agotamiento y del excesivo estrés y del ansia. Un día, en la punta de la crisis del abuso sexual, un grupo de colegas y yo estábamos buscando un modo para no estar coléricos, indignados, duros o a la defensiva cuando teníamos que afrontar miles de reporters y periodistas que estaban ansiosos de escribir sus artículos. Iniciamos a discutir con mayor seriedad de que habríamos tenido que hacer algo para no interiorizar la angustia y el ansia que nos circundaba. Un psicólogo reflexionó que quizás nuestros 110 empleados habrían tenido que tomar un día de vacaciones y orar juntos. Después de habernos puesto de acuerdo con los demás miembros del personal, una vez logrado completar la sustitución, transcurrimos un día en oración por nuestros pacientes, por la Iglesia y por nosotros. Reconocimos el tributo que cada uno de nosotros tenía que pagar; pudimos hablar de nuestros sentimientos; supimos de qué cosa teníamos necesidad para sentirnos nuevamente animados. Colegialmente rechazábamos tener que ser sólo un buen sistema de distribución de cuidados sanitarios. Nos estábamos volviendo una comunidad de agentes sanitarios cada vez más profundamente sumergidos y juntos en una misión de sanación. Ninguno de nosotros estaba solo. Apenas sentí el apoyo de mis colegas y buscando el tiempo para la oración personal y para orar con ellos, sentí también que mi nivel de estrés disminuía de modo significativo cuando los reporters aparecían a la puerta. Sentía que formaba parte de una comunidad de hombres y de mujeres que estaban apasionados en su compromiso de ayudar a los demás a experimentar el poder de curación de Dios. Mi ansia disminuyó; mi pensamiento se volvió más claro; mi sentido de recuperación de un adecuado control aumentó. Ya no sentía más que la carga de los acontecimientos se apoyaba solamente sobre mí, ni yo tenía más temor de cometer errores. Estábamos juntos y nuestro trabajo era sagrado. Cuando no nos sentimos sostenidos o hemos perdido de vista el significado de lo que estamos haciendo, nos encontramos frente a un peligro mayor de caer en esquemas de falta de la seguridad psíquica. Cuando sucede esto, nosotros no participamos en la misión tal como una vez aspirábamos. Como los sujetos de investigación, es probable que nos encontramos siendo demasiado irritables, estresados, en la defensiva y ansiosos. En este estado, los mass media se vuelven sólo algo irritante en un día ya demasiado difícil. Comparto este accidente con vosotros, no porque yo he sido responsable por haber tomado la iniciativa de socorrer al grupo de los asistentes sanitarios – fue un colega cuyo sentido intuitivo de precariedad de nuestra persona colegial quiso protegernos. La comparto con vosotros porque de modo providencial, mi colega nos guió hacia una acción que nos liberó y con gran gratitud de mi parte me dio la libertad de responder con una libertad más grande y valor en el medio de un complejo de circunstancias extraordinariamente difíciles. En ese período estaba a oscuras de la investigación de Cherniss, pero efectivamente tuvimos que constatar sus resultados. La oración comunitaria, personal y común nos hizo reflexionar sobre el significado y sobre el carácter sagrado del trabajo en el que estamos comprometidos, es decir, el trabajo interior preparatorio del que tenemos necesidad para inmunizarnos contra los dañinos efectos del estrés. Victor Frankl escribió de modo elocuente que “el sufrimiento cesa de hacernos sufrir precisamente en el momento en que se encuentra un significado, como el significado del sacrificio”4. Trabajar con los Mass Media Otra cosa que nos puede asistir probablemente para ayudarnos a no responder estando en la defensiva o a no sentir un sentido de victimismo es obtener un adecuado adiestramiento para tratar con los mass media. Esto forma parte de la recuperación del sentido de control y de la confianza. Nos permite gozar de algunos elementos identificados por los investigadores como beneficios para disminuir el ansia. Junto al necesario trabajo interior de reflexión colegial, creo que podemos ayudarnos en la reelaboración de las crisis que se han puesto en evidencia con la implicación de los mass media. Es incomprensible que nos atemoricemos cuando afrontamos a los reporter. Podríamos sentirnos asustados ante la posibilidad de hacer un error irreparable que se volvería inmediatamente público; podremos sentirnos en la defensiva o incompetentes; podemos sentirnos fuera de control; sintiéndonos inadecuados en nuestras respuestas que no es normalmente en nuestro estilo. Brevemente, la situación sirve para poner en evidencia nuestra vulnerabilidad con el resultado de niveles de estrés que personalmente son deveras destructivos, si nosotros no hubiésemos hecho nuestro trabajo interior personal y si no hubiésemos anticipado a la situación potencial de estrés. Un colega de los mass media5 nos ha estimulado con fuerza para que nos preparemos para aprender a tratar con los reporter y los periodistas. Sugiere que con anterioridad desarrollemos un plan para la gestión de la crisis en forma anticipada, como por ejemplo algo que al suceder llamará la atención de los mass media. Este plan debería ser claro para delinear que tratará la situación públicamente. Debería incluir un desarrollo de las relaciones con los mass media y los procedimientos y las líneas de conducta para las comunicaciones de crisis. Por cierto, muchos grupos tienen esta línea de conducta, pero el ansia es abundante. La programación sin el adiestramiento no es suficiente. El adiestramiento y la práctica son fuertes antídotos al ansia y deben incluirse en un proyecto de gestión de los mass media. Participando en DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 54 54 los seminarios destinados a asistir a los líderes en la gestión de los media, identificando y practicando técnicas de distribución, y aprendiendo los lazos comunes en las que uno puede caer, ayuda a los líderes a tener más control de las situaciones y a no ser víctimas del ansia, y menos dispuestos a permanecer atrapados en el pantano de una ansia que debilita. Cuando somos dueños de la habilidad de que los reporters hagan las preguntas que queremos; cuando nos sentimos a nuestro gusto evitando los engaños comunes de la opinión personal, espontáneamente o pronosticando el futuro; cuando hemos evitado que se nos hable de un tema en el que no somos expertos, para decir algunos, nos encontramos en el camino justo para recuperar un sentido de control personal y la autoridad con respecto a los mass media. Para resumir, Frank Emmerson, un consultor que adiestra a los líderes a trabajar con los reporter y los periodistas, sugiere siete puntos de estrategia de la comunicación de crisis que debería desarrollar todo líder que debe enfrentar un compromiso con los mass media: Programa: desarrollar las rela- LA DEPRESIÓN ciones con los mass media y los procedimientos y las tácticas de las comunicaciones de las crisis Adiestramiento: asegurarse que todo el personal sea consciente de estos procedimientos y de estos papeles Preparar: publicaciones potenciales de identificación y preparar pequeñas pautas de comunicación de las crisis Anticipar: monitor en el que aparecen las publicaciones “calientes” Responder: ocuparse inmediatamente de la prensa Evaluar: reexaminar la adecuación y la eficacia de los procedimientos y de las líneas de conducta y si es necesario revisarlas. Cuando una determinada estrategia entra en acción, nosotros nos sentimos menos incompetentes, menos fuera de control, y menos terrorizados cuando tenemos que afrontar un nuevo hecho potencial con los mass media. Quisiera adelantarme a repetir, sin embargo, que la estrategia por si sola no es suficiente. Debemos aplicarnos a un trabajo interior reflexivo colegial que nos haga tener la visión clara y firme de nuestro compromiso a la misión de sanación de Jesús. Como ha dicho mi colega de modo tan in- teligente, “las paredes de este lugar no son tan grandes para contener las lágrimas”. Pero cuando tenemos el apoyo y la oración de cada uno de nosotros, cualquier crisis nos ocurra, la comunión de los corazones humanos en la compasión de Dios nos puede sostener más de lo que imaginamos. Sor DONNA J. MARKHAM, OP Asistente Especial del Presidente Director de la Dirección de Iniciativas Georgetown University, Washington, EE.UU. Notas 1 En Wilson, J. & Raphael, B. (1993). International Handbook of Traumatic Stress Syndromes. New York: Plenum Press. 2 Howarth, I., & Dussuyer, I. (1988) Helping people cope with the long-term effects of stress. En S. Fisher & J. Reason (Eds.), Handbook of life stress, cognition and health. New York: Wiley. 3 Cherniss, Cary. (1995) Beyond Burnout: Helping teachers, nurses, therapists and lawyers recover from stress and disillusionment. New York: Routledge. 4 Frankl, Victor E. (1997 edición) Man’s search for meaning. New York: Mass Market Paperback. 5 Frank Emmerson, autor de Though Questions under Fire: Media Interview Skills for Leaders. Emmerson Communications, 2002. Frank nos preparó para trabajar con los mass media cuando tuvimos que afrontar la crisis del clero. DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 55 55 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 AQUILINO POLAINO-LORENTE 8. ¿Depende la depresión únicamente de la intervención médica? Introducción La ciencia no es la realidad y aunque ayude a conocer la realidad, también contribuye en otras circunstancias a enmascararla, e incluso a sumergirla en la tergiversación de su propia naturaleza. La ciencia contemporánea se sirve de “modelos”, de analogías prefabricadas de la realidad, de manera que al sustituir los fenómenos y sucesos por sus análogos, sean más fácilmente observables, cuantificables y manipulables que la realidad. La ciencia se enfrenta a la realidad desde un punto de vista, desde una perspectiva que forzosamente ha de ser limitada y restringida, lo que impone la necesaria renuncia a las restantes dimensiones que, por definición o diseño, fueron excluidas de aquel acercamiento. De aquí que concluya Frankl lo que sigue: “La ciencia es una anulación obligada de la estructura omnidimensional de la realidad: la ciencia debe enmascarar y excluir, debe fingir y hacer ‘como si’...’’. Precisamente por eso, no debiera tomarse la parte (descubierta por la ciencia) por el todo (la realidad a la que pertenece la parte que ha sido estudiada). La naturaleza ofrece una cierta resistencia a ser conocida por parte del hombre. La enfermedad depresiva es un fenómeno fundamentalmente natural, aunque abierto a lo cultural que, sin duda alguna, también afecta a esta peculiaridad. Como muchas otras enfermedades, en la depresión incide también un vasto conjunto de factores psicosociales que modelan su curso clínico y manifestaciones psicológicas, a las que también modulan en su intensidad expresiva, frecuencia y duración. A pesar de esta resistencia a dejarse conocer, es mucho lo que se ha avanzado en las tres últimas décadas en el conocimiento y tratamiento de las depresiones, gracias, principalmente, al progreso y a las aportaciones, definitivamente innovadoras, de los psicofármacos antidepresivos y de ciertas psicoterapias. Pero, sin duda alguna, todavía hoy estamos muy lejos de disponer de tratamientos que sean eficaces, en el cien por cien de los casos. Sea por la complejidad de estos trastornos o por esa ignorancia residual en que actualmente se encuentra el estado de nuestros conocimientos, el hecho es que hemos de reconocer, en algunas ocasiones, un cierto fracaso terapéutico ante un número muy restringido de pacientes depresivos, que los autores sitúan entre el 15% y el 20%. Surge así el concepto de depresiones resistentes, es decir, de depresiones que no responden, que son refractarias a las diversas estrategias farmacológicas y/o psicoterapéuticas que, en la actualidad, se vienen empleando en su tratamiento. El fenómeno depresivo parece comportarse, en ocasiones, como un hecho tozudo que escondiese su verdad no sólo a la mirada de curiosos y extraños, sino también a la de los avezados expertos especialistas en psiquiatría. En estos casos, cabe emplear una estrategia diferente: la aproximación al fenómeno depresivo desde la studiositas, es decir, desde el estudio y la investigación. Sólo cuando el clínico se entrega por entero, generosamente, al estudio de la enfermedad, es posible que el hecho morboso – hasta entonces resistente – desvele su intimidad y le entregue su verdad. Acaso por eso, el tratamiento de las depresiones sólo será eficaz – será un verdadero tratamiento –, si los expertos se entregan a su estudio sin regatearle ningún esfuerzo y afrontándolo desde una perspectiva nueva y mucho más abierta, no exenta de apasionamiento. La ciencia procede siempre por aproximaciones sucesivas, yendo de lo simple a lo complejo. La ciencia no se presenta como un saber acabado, clausurado y hermético, que no pueda ser optimizado. La ciencia nos presenta las verdades – verdades siempre circunstanciadas y provisionales – que ha logrado arrancar a la realidad, a través de ese proceso acumulativo en que ella misma consiste. De aquí que pueda afirmarse que no hay en la actualidad ningún problema científico que esté agotado, que los factores que verdaderamente lo causan sean del todo conocidos. Más bien es el hombre – y muy especialmente el científico – el que se agota en el estudio de esos factores, sin que jamás llegue a identificar del todo la última razón explicativa. En este horizonte, hay que reconocer que la ciencia nos ofrece casi siempre explicaciones penúltimas, porque casi siempre el fenómeno estudiado – y la depresión constituye un buen ejemplo de ello – está también abierto a un más allá, cercano o lejano, que le trasciende y que, al mismo tiempo que nos hace progresar, tan sólo nos ofrece una explicación más bien circunstanciada y restringida, pero nunca completamente definitiva. El psiquiatra clínico es quien tiene que habérselas con el paciente depresivo que no responde a los fármacos ni tampoco a la psicoterapia. En su quehacer terapéutico, el especialista muchas veces procede a través del ensayo-error-corrección del error, cuando prescribe éste o aquél psicofármaco antidepresivo o ciertas asociaciones de antidepresivos y lo mismo trata de ha- DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 56 56 cer respecto de las estrategias psicoterápicas que emplea. Este modo de proceder sería más fecundo si estuviera mejor fundamentado, es decir, si el clínico estuviera mejor informado y más cercano respecto de lo que las ciencias básicas nos van aportando. En cualquier caso, no puede decirse que tal práctica sea reprobable, pues, como afirmó Aristóteles, “para saber lo que debemos hacer, hemos de hacer lo que queremos saber”. De aquí que, siempre que se respeten los límites éticos y se satisfaga “la voluntad de curar” a través de los programas estándar, hoy disponibles, para el tratamiento de las depresiones, tal modo de proceder en la toma de decisiones terapéuticas tiene también una relativa validez científica. La psiquiatría actual está inmersa – no es posible otra opción – en la sociedad del conocimiento, una sociedad caracterizada no sólo por saber más sino por intercambiar mejor los saberes de que disponemos. El potencial terapéutico de los actuales tratamientos psiquiátricos no es un mero saber derivado de los conocimientos ya adquiridos. Las estrategias terapéuticas que debemos emplear no debieran estar nimbadas por el halo de la mera práctica clínica inercial. Es preciso apelar a procesos innovadores que alcancen el fundamento de otros procedimientos alternativos que, aunque por ahora nos estén todavía velados, en cualquier momento puedan ser desvelados y devenir o alzarse en forma de nuevos conocimientos emergentes que hagan diana en cuestiones nucleares como ésta de las depresiones, que tanto atenazan con su dolor lacerante al hombre doliente. Pero más allá de esta forma prudencial de entregarse al paciente en el ámbito de la práctica clínica, el especialista intuye, percibe y sabe que el propio paciente no sólo ha de colaborar con el médico sino que ha de comprometerse personalmente para recuperar la ausencia de salud psíquica que ahora padece. Los especialistas nos sentimos interpelados en la hora presente por los sufrimientos de los enfermos depresivos. Pero somos conscientes de que si el enfermo y el entorno social no colaboran, el problema LA DEPRESIÓN no será resuelto o tardará mucho más en resolverse. Por eso hay que insistir también al paciente que “la enfermedad que te sobrevino sin ti, no se curará sin ti”. Algo muy parecido hay que hacer respecto de sus familiares y el medio social, aunque en ese contexto la acción del especialista sea mucho más limitada, por la simple razón de que su función no siempre coincide con la de un terapeuta familiar y mucho menos con la de un politólogo. En definitiva, se trata de aliviar el dolor de los pacientes depresivos y sus familiares, de manera que, una vez superada su enfermedad, puedan integrarse en la sociedad, desarrollar sus potencialidades en favor de los demás y alcanzar su propio destino. ¿De qué depende la depresión, en su origen, evolución y completa recuperación? ¿de sólo la intervención del médico? ¿de sólo la voluntad de curarse del paciente? ¿de ambos? ¿no habrá tal vez otros muchos factores que la condicionan en su origen y manifestaciones, que en modo alguno depende del médico y el paciente? ¿no sucederá algo parecido respecto de esos otros numerosos factores de los que, en última instancia, depende su curación? Según parece, la curación de la depresión no depende únicamente de la intervención del médico. Con sólo la intervención médica la depresión no se cura; pero tampoco sin ella, en ausencia de esa rigurosa intervención. Es preciso articular dos voluntades, la del paciente y la del médico, como si se tratara de una sola voluntad mucho más fuerte y con un destino común: la completa superación de esta enfermedad lacerante y, cuando ello no sea posible, la consecución del alivio y parcial recuperación del paciente. En las líneas que siguen se tratará de pasar revista a los factores que escapando a la acción del médico pueden impactar en las personas a favor y en contra de la enfermedad depresiva. Factores biológicos condicionantes de las depresiones En la actualidad, hay un acuerdo unánime entre los investigadores de la comunidad científica en que hay numerosos factores biológicos que, probablemente, se concitan en los diversos tipos de depresiones que son diagnosticadas. Es muy posible que en un futuro cercano puedan determinarse con mayor rigor y precisión esos factores, de manera que una vez identificados puedan servir como eficaces predictores de qué psicofármacos son los que específicamente deben prescribirse en cada tipo de depresión para que se obtenga en los enfermos una rápida respuesta terapéutica. Sin duda alguna, los factores biológicos constituyen, tout court, el elemento emblemático y clave en el estudio etiológico de la enfermedad depresiva, tal y como ha sido demostrado en numerosas publicaciones científicas (Polaino-Lorente, 1987a y 1986 ). Ahora bien, no obstante estos conocimientos – en los que tantas esperanzas hay puestas –, a ningún autor se le oculta que el perfil psicopatológico de los pacientes depresivos no agota, por el momento, una descripción que sea plenamente satisfactoria para hacer frente a estos problemas. Más bien sucede lo contrario, que la numerosa bibliografía científica disponible sobre este particular viene insistiendo, una y otra vez, en la relevancia que tienen los factores psicosociales en la génesis, mantenimiento y perpetuación de las depresiones. Esto quiere decir que en las posibles tipologías que en el futuro puedan establecerse para la identificación de los pacientes deprimidos, es menester considerar, como algo irrenunciable, el mayor o menor peso que estos factores psicosociales desempeñan en la emergencia o no de las depresiones resistentes (para una revisión cfr. Polaino-Lorente, 1985a y b; 1995). Dado que se trata de contestar a la cuestión que constituye el título de esta ponencia, se ofrecerá a continuación un apretado elenco de los datos de que disponemos en la actualidad respecto de los factores psicosociales más significativos que aquí intervienen. Pues se entiende, en primer lugar, que muchos de esos factores pueden ser modificados por el enfermo, sus familiares y la entera sociedad; y, en segundo lugar, que son precisa- DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 57 57 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 mente esos factores los que no dependen del médico, puesto que escapan al estatuto ético de su profesión y no le compete intervenir sobre ellos. De aquí no debiera concluirse, sin embargo, que el acuerdo sea unánime entre los diversos investigadores, respecto de la importancia que hoy se concede a estos factores. Factores psicosociales condicionantes de las depresiones Son numerosos los factores que se han invocado por las diversas escuelas y diferentes teorías que, desde el ámbito de la psicopatología, se han aproximado a la consideración del comportamiento depresivo. Entre los más destacables, a juzgar por la literatura científica que han generado, cabe mencionar los siguientes: la privación afectiva precoz por pérdida o separación parental; la baja autoestima (PolainoLorente, 2003a y b); los acontecimientos vitales estresantes; la ausencia de soporte social y el adecuado clima familiar; el estilo de comunicación conyugal y la disminución o abolición de la comunicación con los hijos; el aumento de la dependencia afectiva y de los conflictos conyugales; la vulnerabilidad y la inadaptación social; el moldeamiento de una personalidad alterada (Polaino-Lorente, 2003c); los sentimientos de inseguridad y culpabilidad; etc. (Polaino-Lorente, 1984). El debate y la polémica siguió a esta proliferación de factores – algunos de cuales todavía no han sido verificados en modo suficiente con las necesarias investigaciones empíricas – y, a lo que parece, continúa estando viva en la actualidad. A pesar de la ausencia de robustez en bastantes de estas teorías, no obstante, cabe señalar que malgré lui meme, han contribuido al conocimiento – al menos más complejo y realista –, de la enfermedad depresiva, así como a desarrollos eficaces en el ámbito de las psicoterapias que más adelante estudiaremos. El hecho de que la mujer sea más vulnerable que el varón al padecimiento de la depresión ha plantea- do numerosas hipótesis – hormonal, genética, educacional, cultural, etc. –, sin que, por el momento, hayan podido verificarse o refutarse del todo. Sin duda alguna, ciertas depresiones parecen estar vinculadas a trastornos de personalidad (Polaino-Lorente, 2003c y 1983a). Sin embargo, ignoramos en la actualidad si esos supuestos trastornos dependen de factores estructurales de la personalidad o si, por el contrario, tales alteraciones son apenas una consecuencia de cómo se ha modelado ésta, en función de los acontecimientos vitales estresantes, la ausencia del necesario apego infantil, los modelos educacionales a que ha sido expuesta, la privación afectiva o el modo en que la persona expresa sus emociones. En cualquier caso, hay algo diferencial en el modo cómo se manifiesta la depresión – y a su través, en la mayor o menor incidencia de depresiones – en el varón y en la mujer. Los estilos de comunicación han gozado de gran relevancia entre los investigadores del grupo de Bristol (cfr., Keitner, Miller, Epstein y Bishop, 1990). A lo que parece, los pacientes depresivos adoptan un estilo de comunicación conyugal muy diferente del que suelen adoptar con otras personas ajenas a su familia. El estilo de comunicación de los varones depresivos se caracteriza por la tensión y hostilidad, normali- zándose cuando la depresión desaparece. En las mujeres depresivas el indicador más característico de su estilo de comunicación son las manifestaciones ansiosas y hostiles, que continúan incluso cuando se recuperan de la depresión. En uno y otro cónyuges, el modo de responder a estos estilos depresivos también varía: la mujer no depresiva suele responder con ansiedad, mientras que el marido no depresivo se muestra mucho más independiente de su mujer. Paradójicamente, este estilo de comunicación varía en unos y otros, cuando se observan las relaciones entre ellos o con otras personas. Esto demuestra que el clima familiar, cuando uno de los cónyuges está afectado de depresión, es un factor que incrementa la probabilidad de la mala adaptación marital y la emergencia de conflictos conyugales, dos situaciones que por su cercanía, estabilidad y consistencia pudieran considerarse como factores que aumentan el riesgo de depresión. Durante el episodio depresivo, los varones se hacen más dependientes de sus esposas, mientras que se independizan más cuando son ellas las que están deprimidas. Por contra, las pacientes depresivas suelen adoptar una actitud agresiva, pasiva y regresiva respecto de sus esposos, lo que contribuye a que éstos las eviten, escapen de la situación y no les presten la atención que deberían. El varón depresivo, en cambio, adopta una postura más dependiente respecto de su cónyuge sano, quien suele responder protegiéndole y manifestando actitudes maternales. En síntesis, que el estilo de comunicación en la pareja, en que uno de ellos padece una depresión, está salpicado de tensión emocional, actitudes negativas y trastornos disfóricos que – por estar centrados, además, en problemas muy concretos e irrelevantes –, distorsionan el clima familiar en exceso, hasta configurar una atmósfera irrespirable de alienación emocional. En el ámbito de la familia, se protege al depresivo, a la vez que se le excluye de la organización familiar, exclusión que es percibida por el afectado como frustración y pérdida de estatus, lo que condiciona DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 58 58 la suscitación en él de conductas agresivas hacia los otros miembros de la familia, perpetuándose así los conflictos (Gastó, Vallejo y Menchón, 1993; Polaino-Lorente, 1983b). Aunque muchas de estas observaciones sean rigurosas, no obstante debieran articularse mejor con los datos clínicos pues, de lo contrario, no pueden generalizarse y su eficacia predictiva es más bien limitada, respecto de las estrategias terapéuticas de intervención que debieran emplearse. De todas formas, los resultados anteriores coinciden parcialmente con los obtenidos por el grupo de New Haven, en la década de los setenta (Weissmans y Paykel, 1974). El resultado obtenido en amas de casa norteamericanas depresivas es en este punto concluyente: disminución de la comunicación, aumento de la dependencia y de los conflictos conyugales y tendencia a controlar al otro, a través de sus manifestaciones sintomáticas. En esta investigación se encontraron también diferencias significativas entre el varón y la mujer depresivos: el grado de afectación de las relaciones sociales es más global y holístico en la mujer que en el varón; la recuperación de esas relaciones, una vez superada la depresión, es más lenta también en la mujer que en el varón; y su adaptación social, tras superar la enfermedad, es menos satisfactoria que en el varón. Las anteriores manifestaciones podrían tener un cierto alcance explicativo de la mayor incidencia de depresión en la mujer y del hecho de que sufra más recaídas que el varón (Polaino-Lorente, 1983a). Nada de particular tiene que la exposición más prolongada a los anteriores factores empobrezca o arruine su competencia y habilidades sociales y que al alterarse sus relaciones interpersonales, la mujer se refugie más en el medio familiar, un medio éste que en tales condiciones en absoluto puede contribuir a la superación de su trastorno depresivo. No resulta extraño tampoco que haya una mayor incidencia de depresión infantil entre los hijos de madres depresivas que de padres depresivos (Polaino-Lorente, 1987a), independientemente de que en esa LA DEPRESIÓN mayor incidencia puedan intervenir otros factores no controlados en estas y otras investigaciones como, por ejemplo, la interacción y el apego hijos-madre e hijos-padre. Desde la perspectiva de la vulnerabilidad social, la pérdida temprana de uno o ambos progenitores puede considerarse como un poderoso factor de riesgo depresivo (Polaino-Lorente, 1987a y b). En un grupo de 458 mujeres diagnosticadas de depresión crónica o aguda, el 22% habían perdido a sus madres y el 17% a sus padres, antes de los 11 años. En el grupo control de mujeres no deprimidas este indicador se daba sólo en el 6% y 12%, respectivamente. Según los datos disponibles, este factor aislado no parece tener el suficiente peso para desencadenar la depresión, sino que es preciso que a él se añada otro factor. Cuando se asocia otro factor desencadenante en aquellas mujeres que habían perdido a sus madres, antes de los 11 años, el riesgo de depresión aumenta en un 46%. Junto a la muerte de uno de los padres debe considerarse también la separación de uno de ellos, durante un año o más, antes de los 17 años de edad; la pérdida de uno de los hermanos, entre 1 y 17 años de edad; y, a cualquier edad, la muerte del cónyuge. Estos factores de riesgo correlacionan con otros factores de vulnerabilidad depresiva como la escasa intimidad con el esposo y la ausencia de amigas con las que comunicarse a nivel confidencial. Los anteriores factores suelen contribuir, indirectamente también, a configurar unas relaciones conyugales insatisfactorias. En primer lugar, porque favorecen el moldeamiento de una personalidad alterada y, en segundo lugar, porque generan sentimientos de inseguridad y culpabilidad (Polaino-Lorente, 1991a y b) en la mujer joven, que tratará de superarlos casándose muy precozmente para aliviar así su necesidad de protección, lo que, por otra parte, no augura futuras relaciones conyugales felices. Los datos anteriores, sin embargo, no debieran considerarse como factores suscitadores específicos de la enfermedad depresiva. De hecho, por sí solos son insuficientes para explicar la patogenia de la depresión. Su alcance explicativo es mayor y más plausible en aquellos trastornos depresivos atípicos, no vinculados a factores biológicos y en pacientes donde de alguna manera estén presentes los trastornos de personalidad, es decir, justamente las depresiones que, de ordinario, peor responden a los tratamientos farmacológicos. Pero conviene no olvidar que en muchas de las actuales investigaciones disponibles no se han evaluado ciertas características positivas en estas personas, que podrían ser consideradas como factores neutralizantes del riesgo depresivo y, en consecuencia, desempeñar el papel de factores que incrementan la resistencia al padecimiento de depresión. En cualquier caso, Andrews y Brown (1987) consideran que el riesgo a padecer una depresión crónica está asociado en la mujer, a las tres variables facilitadoras siguientes: ausencia de soporte social, baja autoestima y privación afectiva precoz por pérdida o separación de los padres. Este mismo grupo encontró, en un trabajo anterior, que la recuperación de las pacientes depresivas crónicas iba precedida con frecuencia por la presencia de acontecimientos neutralizantes. Para Hirschfeld y col. (1986), la única variable predictiva de cronicidad encontrada en 90 pacientes con depresión mayor, fue el neuroticismo, siendo irrelevantes tanto la pérdida parental precoz como los DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 59 59 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 acontecimientos vitales estresantes y la ausencia de soporte social. Por su parte, Matussek y Wiegand (1985) encontraron, en una muestra de 95 depresivos endógenos y 57 depresivos neuróticos, que lo que más condicionaba el neuroticismo en la mujer era la infidelidad de sus padres y el divorcio o la separación (Gastó, Vallejo y Menchón, 1993; Polaino- Lorente, 1981). Respecto de la mayor o menor relevancia del soporte social en relación con la depresión, hay demasiadas cuestiones que no han sido resueltas. De una parte, es preciso evaluar la calidad del soporte social, habida cuenta de su amplia versatilidad en los diferentes grupos humanos. De otro lado, el déficit en habilidades sociales – lo que necesariamente comporta una mayor ausencia de soporte social – está presente en muchas personas antes de que aparezca el cuadro depresivo. Este déficit suele correlacionar de forma significativa con una baja autoestima, lo que tal vez pudiera interpretarse como un efecto de la depresión durante un prolongado periodo en que cursa de forma subclínica (Polaino-Lorente, 1988 y 2003a y b; Polaino-Lorente y Buceta, 1982; Polaino-Lorente y García Villamisar, 1983, 1984 y 1985). Al verificar esta hipótesis, habría que concluir justamente lo contrario: que la ausencia de soporte social no es causa de la depresión sino consecuencia de ella. También podría suceder que el mayor o menor soporte social fuera del todo independiente de la aparición del cuadro depresivo y que, en cambio, actuase como una variable moduladora de su expresión sintomatológica: a menor soporte social mayor expresividad sintomática. Por último, resulta inviable en la práctica la disección, individuación y apresamiento de cada uno de los factores psicosociales a los que se ha aludido líneas atrás, de manera que pueda estimarse de forma rigurosa cuál es el papel que desempeñan en el origen y cronificación de las depresiones. De hecho, ambos factores se concitan con harta frecuencia en los enfermos e interactúan entre sí, reobrando unos en otros (¿sumándose, neutralizándose, multiplicándose o restándose?). De aquí que sean necesarias futuras investigaciones en que se establezca de un modo riguroso, si fuera posible, el peso relativo y/o absoluto de cada uno de estos factores, independientemente considerados, así como el juego de las sinergias y antagonismos que puedan acontecer entre ellos, cuando se les considera conjuntamente e inciden en un determinado paciente. Hasta tanto esto no pueda establecerse, hay que concluir que el bajo soporte social incrementa la vulnerabilidad a la depresión sólo en aquellos pacientes que han estado expuestos a acontecimientos vitales inevitables y estresantes, durante un periodo prolongado de tiempo (Catalán 1990). Factores psicosociales y respuesta de la depresión a los fármacos y a la psicoterapia La relevancia alcanzada en la última década por los factores psicosociales en lo que se refiere a los trastornos afectivos tiene una cierta deuda contraída con las terapias cognitivas (cfr. Polaino-Lorente, 1983b, 1987a y b, 1995 y 2003a y b). Pero a su vez, las terapias cognitivo-comportamentales, probablemente no habrían llegado jamás a emplearse en la clínica de la depresión, de no haberse dispuesto de un cambio de paradigma en la investigación básica y después de la introducción innovadora del concepto de “learned helplessness” (cfr. a este respecto Vázquez y Polaino-Lorente, 1981, 1982; Polaino-Lorente, y Vázquez, 1982a y b; PolainoLorente, 1986, 1991a, 2000 y 2003a). Así, por ejemplo, para Ezquiaga Terrazas y García López (1986), ni los acontecimientos vitales ni los factores estresantes parecen influir o predecir la respuesta terapéutica en un grupo de 77 pacientes diagnosticados de depresión mayor, de acuerdo con los criterios del DSMIII. Los autores concluyen que los factores estresantes crónicos, por ellos estudiados, que siguen incidiendo sobre el paciente en el curso del tratamiento, no parecen hacerlo de modo significativo sobre su respuesta terapéutica. Algo análogo sucede respecto de los acontecimientos vitales, tam- bién estudiados por ellos, a los que, no obstante, mayor énfasis etiológico depresivo se les atribuye por otros autores. En la publicación, los autores se refieren explícitamente a los acontecimientos vitales independientes de la patología psíquica, que son previos al inicio de la sintomatología depresiva, y a aquellos otros no controlables. En esta muestra ninguno de los factores antes aludidos parecen influir sobre la respuesta terapéutica del paciente. Por su parte, Thase y Howland (1994) estudiaron las posibles relaciones existentes entre los factores psicosociales y las depresiones. Los autores encontraron que las depresiones estudiadas estaban asociadas a las siguientes características: presencia en los pacientes de rasgos neuróticos de la personalidad, un alto nivel de actitudes disfuncionales y persistencia de acontecimientos vitales estresantes. Según ellos, puede establecerse un perfil predictivo diferencial entre los pacientes que responderán o no al empleo de psicofármacos o cuya respuesta será muy pobre a la acción de la psicoterapia – fundamentalmente, en esta investigación, a la terapia cognitivo-comportamental y a la terapia interpersonal. Los rasgos más elocuentes entre los pacientes no respondentes a la terapia cognitiva fueron los siguientes: cronicidad de la enfermedad, alto nivel de actitudes disfuncionales, soltería y presencia de comorbilidad por concurrir simultáneamente otros diagnósticos. Según los resultados de la investigación, sólo respondieron a la terapia cognitiva entre el 25% y el 50% de los pacientes depresivos, a condición de que se empleara ésta al inicio del tratamiento. Por contra, entre los pacientes no respondentes al tratamiento farmacológico, las características más frecuentemente encontradas fueron las siguientes: trastornos graves y rasgos neuróticos de la personalidad, alto nivel de actitudes disfuncionales e inadecuado soporte social. Los datos anteriores están a favor de la presencia de dos perfiles muy diferentes entre los pacientes no respondentes a una u otra terapias. Phillips y Nieremberg (1994), reconocen que en los pacientes depresivos, en los que concurra un DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 60 60 trastorno borderline de personalidad debería estar indicada la asociación de farmacoterapia y tratamientos psicosociales, pues con la intervención aislada de uno sólo de ellos, resulta mucho más difícil obtener un satisfactorio resultado terapéutico. En otra investigación realizada por el autor de estas líneas y sus colaboradores (Polaino-Lorente, Maldonado Buitrago y Barceló Iranzo, 1991a y b,1992 y 1993), en la que se trataron tres grupos de 8 pacientes con terapia cognitiva, psicofarmacoterapia y terapia mixta, respectivamente, se encontró una mayor eficacia en las estrategias farmacológicas que en la terapia cognitiva – cuando cada una de ellas se empleaba aisladamente –, especialmente en lo que se refiere a la duración y coste económico de estas intervenciones. De hecho, aunque en el grupo de pacientes sometido a terapia mixta se obtuvo una respuesta terapéutica significativa, no obstante, se encontró un número mayor de pacientes respondentes (50%) en el subgrupo en el que sólo se empleó terapia psicofarmacológica, sin apoyo alguno de terapia cognitiva. En esta investigación se comparan los resultados obtenidos con tratamientos farmacológicos empleados por otros autores, consistentes en un “coktail 5-HT” (asociación de fenelcina, l-triptofano y litio; Barker y col., 1987), en pacientes con depresión crónica y refractaria a los antidepresivos tricíclicos. De otro lado, algunos de los rasgos psicológicos que presumiblemente son modificados por la terapia cognitiva (síntomas cognitivos de la depresión, autoestima y locus de control), también son modificados, y muy eficazmente por cierto, por el tratamiento psicofarmacológico. Según nuestros resultados, tanto la autoestima como la autoevaluación cognitiva de la sintomatología depresiva (mediante el cuestionario de Beck) mejoraron en los pacientes tratados sólo con fármacos. Estas dos características, no obstante, nunca llegaron a alcanzar – al menos durante un periodo de seguimiento post-tratamiento de seis meses de duración – los niveles obtenidos en las personas no depresi- LA DEPRESIÓN vas del grupo control con las que se les comparó. Esto hace suponer a los autores que tal vez las variables cognitivas puedan tener un mayor alcance explicativo en lo que se refiere a la evolución clínica de los pacientes depresivos. De un modo análogo, los pacientes tratados exclusivamente con fármacos modificaron también de forma significativa su locus de control (disminución de las atribuciones externas), al final del estudio. En síntesis, que el tratamiento exclusivamente farmacológico consigue suscitar o instaurar un cierto grado de atribuciones internas en el locus de control de estos pacientes, lo que se trasluce también como una mejoría en su estilo atribucional y en la asertividad experimentada por ellos. En este punto, el tratamiento farmacológico consiguió hacer emerger una nueva reestructuración cognitiva del paciente que, por los demás, permaneció estable durante el seguimiento y con unos niveles de atribuciones internas (escala de Rotter) que, en la práctica, nada difieren de los resultados obtenidos en las personas sanas del grupo control. Algunos predictores psicosociales de respuesta terapéutica a la depresión En la actualidad apenas si disponemos de predictores psicosociales de los trastornos depresivos, que sean fiables y hayan sido rigurosamente establecidos. No obstante, a continuación se enumeran algunos de aquellos que en la literatura científica actualmente disponible parecen ser más relevantes, hasta el punto de constituir un marco de referencias que tal vez pueda ser de cierta utilidad para la orientación del clínico. 1. En las mujeres depresivas y antes de que aparezca la enfermedad se ha encontrado un empobrecimiento de sus relaciones interpersonales, una disminución de su capacidad laboral y un aumento de su dependencia afectiva. En los pacientes que sufren un episodio depresivo agudo puede establecerse un predictor acerca de su recuperación en relación al funcionamiento general de la familia. Cuanto mejor sea el funcionamiento familiar, más rápidamente será su recuperación (Keitner y col., 1990). 3. La morbilidad depresiva en los pacientes ancianos es tanto mayor cuanto menor sea el soporte social. 4. En las mujeres depresivas el soporte social correlaciona con la respuesta al tratamiento farmacológico. Cuanto menor sea aquél más fácilmente serán resistentes a la administración de fármacos (Gastó 1993). 5. La prontitud de la respuesta terapéutica correlaciona en ambos sexos con el soporte social de que se disponga. Cuanto más alto sea éste, más rápida será aquella. 6. La presencia de factores psicosociales negativos parece predecir un peor curso y evolución de la depresión en la mujer que en el hombre. 7. El disponer de un mayor o menor repertorio de conductas asertivas no puede considerarse como un predictor riguroso del padecimiento de futuras depresiones, pero, probablemente, tiene un mayor alcance predictivo en lo que se refiera a la evolución de la enfermedad, aparición de recaídas y futura recuperación de las relaciones interpersonales. 8. Los trastornos cognitivos y las atribuciones depresivas pueden tener un relativo valor predictivo de la vulnerabilidad a las recaídas y de la evolución a la cronicidad de la depresión. 9. Cuando las distorsiones cognitivas aparecen sólo en el curso de la enfermedad suelen responder mejor a tratamientos biológicos. Por contra, si el estilo cognitivo y las distorsiones atribucionales son crónicas e independientes de los trastornos del humor es aconsejable el empleo de terapia cognitiva, asociada o no a tratamientos farmacológicos. 10. La pérdida o separación temprana de los padres (antes de los 11 años) no debe considerarse como un predictor de depresión, a no ser que se asocien otros factores de vulnerabilidad o acontecimientos vitales estresantes (Andriws y Brown, 1987). 11. Una puntuación elevada en la dimensión de neuroticismo, medida a través de cualquier escala, puede considerarse como una variable DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 61 61 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 predictiva de cronicidad depresiva ( Hirschfeld y col., 1986). 12. La infidelidad de los padres, el divorcio y la separación pueden considerarse factores de riesgo de neuroticismo en la mujer depresiva, capaces de ensombrecer la respuesta al tratamiento con antidepresivos (Matussek y Wiegand, 1985). 13. Los acontecimientos vitales estresantes inevitables triplican la incidencia de depresión, mientras que un bajo soporte social duplica la incidencia de depresión (Gastó y col., 1993). Las depresiones en el anciano y las terapias cognitivas Las terapias cognitiva y conductual están especialmente indicadas en la depresión en el anciano, aunque, obviamente, su eficacia sea un poco menor que entre los pacientes adultos y jóvenes. Estos procedimientos, en contra de lo que en principio cabría suponer, han demostrado ser eficaces. Y son hoy tanto más precisos y eficaces, cuando nuestra sociedad margina tan intensamente al anciano. Muchos de estos procedimientos pueden , además, emplearse como programas institucionales (asilos, etc.), en donde los ancianos están recluidos y privados de la necesaria estimulación. Es curioso, a este respecto, que ya Abraham, hace casi noventa años, manifestara su asombro ante la buena respuesta del anciano depresivo a la intervención psicoterapéutica. La psicología comunitaria y la psicopatología social, hoy como ayer, han encontrado en la terapia cultural un espléndido aliado para la modificación y/o prevención del comportamiento depresivo en el anciano. Mientras se escriben estas líneas, se estima que sólo en Madrid capital, viven solas más de 300.000 personas mayores de 65 años de edad, lógicamente faltas de los necesarios cuidados e incluso privadas del afecto y de los estímulos culturales a los que, como personas, tienen derecho. Este hecho parece confirmar el diagnóstico social de Lasch (1979), quien ha tipificado nuestra actual cultura como la cultura del narcisismo: una cultura en la que cada persona está únicamente pendiente de sí misma, mientras se horroriza frente al envejecimiento y margina radicalmente a las personas de la tercera edad. El empleo de la terapia cognitiva (en lo sucesivo, TC) tiene su origen en 1960, cuando un psicoanalista, Beck, descubre la ineficacia de las terapias psicoanalíticas, especialmente centradas en el análisis de los conflictos sexuales. Beck (1976) afirmó entonces que los pacientes depresivos y ansiosos dependen menos de sus conflictos sexuales que de sus pensamientos e ideas. Concretamente, algunas de éstas hacen que el sujeto se autoevalue negativa y erróneamente, perciba la realidad de forma negativa y anticipe negativamente lo que está por suceder. El autor introdujo, entonces, ciertas estrategias que, de forma activa y estructurada, podrían ser de utilidad para la modificación de las ocurrencias y pensamientos negativos en los pacientes depresivos. Esta aproximación terapéutica da una gran importancia a las representaciones mentales de los pacientes que, como estímulos internos relevantes – y como pensamientos automáticos – , modelan y configuran el estilo del comportamiento depresivo. Estos pensamientos automáticos suelen ser vagos y no siempre bien formulados, no resultan de una deliberación reflexiva acerca de la realidad, son muy difíciles de detener por el paciente, quien cree firmemente en ellos, a pesar de su irrealidad y de su desconexión con la lógica (Polaino-Lorente 2000b y c). Las teorías cognitivas postulan que estos pensamientos, como estilos cognitivos, constituyen un importante factor etiológico en la producción de sentimientos disfóricos, conductas desajustadas y síntomas psiquiátricos. En consecuencia, en los pacientes depresivos hay un exceso de cogniciones negativas, que tienden a perpetuarse y cuya intensidad evoluciona paralelamente a la intensidad de la sintomatología depresiva. De aquí que el depresivo se perciba a sí mismo de forma negativa, perciba el mundo también negativamente y anticipe negativamente el futuro. Estas cogniciones se organizan en forma de esquemas cognitivos que arrastran con ellos asunciones, premisas, inferencias, atribuciones y modos de procesar la información típicamente depresivos, determinando percepciones, expectativa y comportamientos en el paciente, también depresivos. De lo que se trata con estas estrategias es, en última instancia, construir un estilo cognitivo nuevo, un nuevo modo de pensar, capaz de actuar de forma contrapuesta al perfil cognitivo típico de la depresión. Es decir, se interviene por vía cognitiva para modificar (o reestructurar) el modo de pensar depresivo y, a su través, incidir sobre los sentimientos depresivos. En este último cuarto de siglo, las TC han demostrado su eficacia en el tratamiento de las depresiones. Estos resultados son congruentes con muchas de las informaciones clínicas de que disponemos, como el hecho de que haya depresiones provocadas por factores psicológicos, que actúan como factores desencadenantes, precipitantes, suscitadores o mantenedores de la sintomatología depresiva (Akiskal y col., 1978; Blaney, 1977); el hecho de que otros cuadros depresivos estén fuertemente vinculados al flujo estimular ambiental y a los refuerzos positivos o negativos que inciden sobre el paciente, por lo que se suponía que, cambiando éstos, se modificaría la depresión (Paykel y col., 1975; Polaino Lorente, 1984a; Shipley, 1973, etc.); y el hecho de que, cuando un depresi- DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 62 62 vo percibe que puede controlar su conducta o experimenta que operativa y funcionalmente puede ejercer un cierto control sobre su medio, mejora su sintomatología depresiva (Lewinsohn, 1974). Quien esto escribe se ha ocupado con anterioridad de este tema en repetidas ocasiones (Polaino Lorente, 1984a, 1984b, 1985, 1987, 1997, 2000 y 2003c), por lo que remite al lector interesado a esas publicaciones. Sintetizo a continuación las características específicas que son propias de las Terapias Cognitivas (TC): 1. La TC constituye un modo de terapia estructurada y rigurosamente diseñada para el tratamiento de los factores específicamente cognitivos implicados en las conductas depresivas, sean éstas moderadas o severas. 2. La TC abarca un bloque de estrategias integradas con las que el paciente y el terapeuta trabajan juntos y de forma activa. 3. La TC se propone los objetivos siguientes: identificar y modificar las alteraciones cognitivas del paciente; hacer explícito el esquema cognitivo subyacente al comportamiento depresivo; incrementar el repertorio adaptativo del paciente para la conducta de solución de problemas, y examinar, junto con el paciente, las evidencias en pro y en contra del pensamiento automático distorsionado. 4. La TC se sirve de estrategias y situaciones, diseñadas ad hoc, para la identificación de los desórdenes cognitivos del paciente. A este fin se asignan tareas comportamentales al sujeto depresivo, de modo que pueda experimentar y registrar qué situaciones y qué problemas considera él, especialmente insuperables. Mediante pruebas empíricas y análisis verbal se esclarecen las creencias y los modos de atribución en que están asentados los esquemas cognitivos depresivos. 5. La TC entrena al paciente, a través de las anteriores estrategias, de manera que sea el propio paciente quien obtenga la información relevante, para que, ayudándose de ella, pueda incrementar la interpretación-atribución de las situaciones LA DEPRESIÓN estimulares que, hasta entonces, eran funcionalmente depresivas. 6. La TC encamina al paciente a que aprenda a asumir su alterada construcción de la realidad. Este es el primer paso que debemos dar en el tratamiento de sus síntomas depresivos. El terapeuta, a la vez que entrena el enfermo en estas actividades, puede ir introduciendo las estrategias de intervención que considere pertinentes, en función de las exigencias que el paciente y sus circunstancias le impongan. 7. El terapeuta debe seleccionar, de acuerdo con su paciente, el ámbito sobre el que incidirá fundamentalmente su trabajo. En la TC de la depresión son prioritarios algunos temas y manifestaciones cognitivas. Sintetizamos a continuación, a modo de orientación, algunos de los aspectos preferenciales sobre los que el terapeuta debe centrarse y en lo posible incidir allí con las estrategias de intervención que considere más pertinentes. a) Premisas y/o asunciones que son inferidas de un modo persistente y repetitivo. b) Tematizaciones más frecuentes y conclusiones estereotipadas a que llega el paciente, cualesquiera que sean las situaciones estimulares que le rodean. c) Sentimientos de desaprobación, autoestima negativa y/o dependencia suscitados bien por sus cogniciones, bien por el ámbito ecológico familiar. Premisas irreales que sostienen estas asunciones negativas. d) Elucidación del modo en que el paciente examina, atribuye y procesa la información estimular de su ambiente para inferir esas conclusiones erróneas. e) Reexamen, con ayuda del terapeuta, del proceso cognitivo que genera las conclusiones erróneas, de modo que el paciente pueda aprender otras estrategias cognitivas contrapuestas a las anteriores. f) Reformulación y reatribución de las percepciones y cogniciones con objeto de establecer una conducta más real y ajustada. g) Observación y registro de las contingencias extremas que hacen emerger, reactivan o sostienen este set cognitivo negativo. Propuesta de modificación para esas contingencias. h) Entrenamiento del paciente en la evaluación y reformulación de las estrategias e hipótesis sugeridas por su terapeuta, de forma que pueda verificar o refutar la validez y eficacia de aquella, respecto de la modificación de su conducta. i) Las estrategias deben estructurarse con toda claridad, marcándose los objetivos y las secuencias de los pasos o etapas a seguir. La flexibilidad de la programación es muy conveniente y debe estar en función de la evolución experimentada por el enfermo. j) El terapeuta no debe fundamentar sus estrategias en el autoritarismo ni en la sugestión. Cada área del programa debe fundamentarse en datos que puedan ser comprobables, tanto por el paciente como por el terapeuta. A través del análisis de estos datos, el paciente puede evaluar los resultados que va consiguiendo y, a través de éstos, modificar su propio sistema atribucional. k) El terapeuta debe procurar limitar sus intervenciones sin discutir o pretender invalidar las argumentaciones, interpretaciones o sentimientos del paciente. Su misión se restringe a observar, cuantificar, registrar y evaluar la conducta depresiva de éste. Sobre esta evaluación se construyen más tarde las hipótesis explicativas, y en función de éstas se diseñan las estrategias que habrán de emplearse. Siguiendo a Beck (1976), las indicaciones para el empleo de la TC DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 63 63 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 aisladamente en el tratamiento de la depresión serían las siguientes: el fracaso de la repuesta terapéutica del paciente después de haberse empleado adecuadamente dos fármacos antidepresivos; la respuesta parcial e insatisfactoria de la adecuada dosis de antidepresivos; la respuesta parcial e insatisfactoria a la adecuada dosis de antidepresivos, cuando hay un fracaso parcial o total tras el empleo aislado de otras psicoterapias tradicionales; la existencia de un diagnóstico de desorden afectivo menor o depresión reactiva; la presencia de sentimientos depresivos reactivos a acontecimientos ambientales; la presencia de correlación entre estos sentimientos y las cogniciones negativas; la ausencia de alucinaciones y delirios, estando intacta la capacidad de concentración y la memoria; y la incapacidad para tolerar la medicación, sea por sus efectos secundarios indeseables o sea por suponer un excesivo riesgo para el paciente. A las indicaciones señaladas por Beck, el autor de estas líneas añadiría otras: la edad del paciente, ya que los jóvenes responden mejor a estas estrategias que los ancianos y adultos; el nivel cultural (cuanto mayor sea éste, más fácil es obtener una buena respuesta terapéutica); la fluidez verbal y la capacidad intelectual, así como la motivación y las expectativas que el paciente tenga respecto de esas intervenciones. La personalidad del terapeuta es también un factor que contribuye de forma importante al éxito del tratamiento, por lo que deberá evaluarse siempre que sea posible. Entre las indicaciones que aconsejan el empleo combinado de TC y psicofármacos se encuentran las siguientes: episodios depresivos mayores que remiten tras el empleo de antidepresivos y en los que se produce una disminución de los síntomas vegetativos; depresiones recurrentes en las que la medicación ha sido eficaz; pacientes depresivos, cuyos familiares han respondido bien al tratamiento con antidepresivos; pacientes depresivos cuya respuesta a la medicación es parcial o incompleta; pacientes en los que su adherencia (compliance) al tratamiento medicamentoso es muy pobre, mejorándose dicha adherencia tras el empleo, para este fin, de la TC; y pacientes depresivos intermitentes, de conductas y funciones maladaptativas. La combinación de ambos procedimientos fue estudiada hace más de un cuarto de siglo por tres equipos diferentes (New Haven-Boston, Baltimore y Filadelfia), bajo el patrocinio de la Psychopharmacología Research Branch, del Instituto Nacional de Salud Mental. Los resultados de estos equipos fueron coincidentes en señalar que las psicoterapias actúan específicamente sobre aquellas áreas comportamentales no específicamente depresivas (relaciones interpersonales, adaptación al ambiente, afrontamiento del estrés, etc), pero que, estando asociadas a ellas, pueden aminorar la eficacia terapéutica en la depresión. Simultáneamente, se comprobó también que los fármacos tienen un efecto positivo sobre la psicoterapia, haciendo que el paciente sea más accesible a estas intervenciones. Por otro lado, la psicoterapia puede contribuir a optimizar la adherencia del paciente al tratamiento farmacológico. Aunque parece que uno y otro procedimientos actúan selectivamente sobre áreas comportamentales y sintomatológicas muy diversas – efectos independientes –, cada uno de ellos interactuando con el otro, refuerza su eficacia-efecto de interacción. La anterior revisión pone de manifiesto que la depresión no depende exclusivamente del médico, pero su tratamiento sí que depende principalmente de él, aunque no sólo de él. De otra parte, no todo se soluciona con psicofármacos. Es preciso intervenir, además, en otros ámbitos de la personalidad del paciente, así como en algunas de sus habilidades y destrezas que sin estar directamente implicadas o afectadas por la depresión, pueden contribuir a aliviarla o mejorarla. Otra cuestión que debiera afrontarse con mayor profundidad en el futuro es la relativa a las consecuencias que la depresión genera en las relaciones sociales e interpersonales de los pacientes. Me refiero, claro está, a la doble vinculación existente entre los factores psicosociales y la depresión. Hasta la actualidad, se ha concedido un mayor énfasis al papel etiológico que juegan los factores psicosociales en el ámbito de la depresión, mientras se ha silenciado o subestimado el papel que la depresión desempeña en el deterioro de la dimensión psicosocial del enfermo crónico, y que de mejorarse esas consecuencias se aliviaría la depresión. Así, por ejemplo ignoramos cuáles sean las consecuencias de la depresión en la vida del paciente respecto de sus relaciones interpersonales, su vida familiar, la convivencia conyugal, la adaptación profesional y vocacional, la dinámica de la personalidad, la educación de sus hijos, etc. Esto es tanto más grave cuanto que las depresiones pueden generar también efectos, por su cronicidad, en los familiares y personas más allegadas al paciente, a través, precisamente, de sus relaciones con él (Polaino-Lorente, 1984; para una revisión, cfr. Gastó, Vallejo y Menchón, 1993, pp. 71-75). Pero también la familia puede hacer – ¡y mucho! – por el paciente depresivo, pero eso se expondrá en el último epígrafe de esta colaboración. ¿Qué puede hacer el paciente depresivo para aliviar su enfermedad? Responder a esta cuestión no es siempre fácil y exige hacer ciertas matizaciones. Se diría que la respuesta más rigurosa a la pregunta formulada es doble: el paciente sí y no puede hacer por mejorar o aliviar su enfermedad. El paciente depresivo, por lo general, puede hacer muy poco – en sentido estricto – por aliviar con cierta eficacia su enfermedad. En este sentido hay que decir que no, que el paciente debe solicitar la ayuda del experto y dirigirse cuanto antes al especialista. Pero, en otro cierto sentido, es mucho lo que el paciente puede hacer para aliviar su enfermedad. Disponemos en este punto de una larga tradición histórica de pacientes que han dejado escritas sus patografías y los remedios de que se servían para soportar mejor la enfermedad depresiva. Este es el caso, por ejemplo, de Robert Burton (15771640), quien en su obra The Anatomy of Melancholy (1621), descri- DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 64 64 be cómo solía modificar “sus juicios pesimistas y hasta manifestar la alegría de vivir” cuando se daba a la conversación con personas en grata compañía. Otras muchas recomendaciones pueden encontrarse en la obra De arte médica de Alejandro de Tralles (525-605), de Andrés Piquer (17111772) y en el Tratado de la Manía de Philippe Pinel (1745-1826). De esas recomendaciones, algunas son obsoletas, pero otras no (cfr. Chinchilla, 1846). Hoy como ayer sería muy conveniente dedicar más atención a estos problemas, por cuanto es muy aconsejable entrenar y ayudar al paciente depresivo, de forma que sea él quien también se ayuda a sí mismo. En cualquier caso, es conveniente recordarle que debe adherirse a las indicaciones y pautas que le aconseje el especialista con quien ha de consultar todo lo referente a su enfermedad; que es muy desaconsejable que incurra en el comportamiento de la automedicación; que cuantas más horas esté en la cama, más difícil le será salir de la depresión; que el ejercicio físico o la práctica de algún deporte resulta muy beneficiosa para la enfermedad que padece; que no debe quedarse en casa viendo la televisión, sino que ha de salir y pasear por la calle y comenzar a recuperar las pequeñas cosas que antes de padecer la enfermedad le hacían sentirse dichoso; que la incomunicación con los demás no es buen compañero de viaje de esta enfermedad; que ha de recuperar – aunque le cueste – el trato y las relaciones sociales con sus amistades; que debe esforzarse por tener el día ocupado aunque fuere en pequeñas actividades de diversa naturaleza; etc. Los recursos espirituales han sido desatendidos casi por completo en la actualidad, pero también pueden ser instrumentos eficaces para mejorar la calidad de vida y la enfermedad depresiva que sufre el paciente. En realidad, falta mucha investigación por realizar en este ámbito, pues como la experiencia clínica nos enseña, entre los católicos, precisamente, por su sistema de creencias (esperanza, sentido del sufrimiento, existencia de otra vida, comunión de los santos, etc.), les es más fácil levantar un impor- LA DEPRESIÓN tante frente de resistencia respecto de las ideas suicidas, preocupación por la enfermedad, etc., lo que incrementa su tolerancia a la frustración y su espíritu de fortaleza para soportar los sufrimientos que le aquejan. Estos y otros consejos con ser muy necesarios no son suficientes. Es preciso que la familia esté avisada y sea orientada acerca de lo que conviene hacer o no con el enfermo. Depresión y pastoral Pero antes de poner fin a esta ponencia, apelando al papel que debiera jugar la familia en la depresión, permitidme algunas breves reflexiones sobre la pastoral del enfermo depresivo. 1. La depresión afecta por igual a creyentes y no creyentes, por lo que no puede atribuirse – como décadas atrás se pensaba – a problemas relacionados con la falta de coherencia entre la fe y el comportamiento, a pesar de que sin duda alguna este puede ser uno más de los muchos factores que tal vez condicionan su aparición en el contexto bio-psicosocial en el que la enfermedad acontece. 2. Por acontecer en un marco tan amplio – de etiología multifactorial y pluricausal –, conviene advertir que la lucha contra esta enfermedad es algo que a todos nos concierne, especialmente a las personas más directamente implicadas en el ámbito de la pastoral. 3. Por consiguiente, es conveniente poner fin al etiquetado seudoespiritualista – y erróneamente psicoterápico, que tanto sufrimiento añadido causó en el pasado a estos enfermos – y reconocer de una vez por todas que la persona tiene derecho a estar enferma de depresión – es algo relativo a la misma condición humana – y a que se le comprenda en su sufrimiento. 4. La espiritualidad y la cura de almas, unida a la psicofarmacología y a la psicoterapia constituyen hoy los tres ingredientes principales del tratamiento de la enfermedad depresiva. Estos factores principales también se concitan en lo que es relativo a la prevención, ámbito en el que han de estar también implicados los educadores. No es cierto, pues, que de haber más sacerdotes habría menos psiquiatras. Entre otras cosas, porque también algunos sacerdotes sufren de depresión. Por consiguiente, de haber más sacerdotes deprimidos, habría que incrementar el número de psiquiatras que les prestasen atención. No se trata aquí de ninguna falsa disyuntiva “sacerdotes o psiquiatras”, sino de la unión entre ellos, de “pastores y psiquiatras”. 5. A lo largo de mi experiencia profesional como psiquiatra, durante casi cuatro décadas, he podido observar que la acción pastoral – y más concretamente el sacramento de la penitencia – puede contribuir a mejorar este padecimiento, especialmente en aquellas personas que, después de muchos años de silencio, no han resuelto sus sentimientos de culpabilidad a causa, por ejemplo, de haber abortado. 6. Las crisis biográficas y vocacionales constituyen un ámbito en el que es especialmente frecuente la presencia de la depresión. En este caso la labor del psiquiatra y del psicoterapeuta han de ser muy atinadas y convergentes con la del sacerdote o la persona que acoja y acompañe el iter espiritual del paciente. En estas circunstancias, una excelente acogida del hombre doliente – no juzgadora, sino comprensiva –, que le conduzca a suplicar el perdón, a perdonarse a sí mismo y a ser reafirmado en sus propios valores personales suele tener una muy alta eficacia reparadora y terapéutica. DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 65 65 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 Elogio de la familia en el contexto de la enfermedad depresiva La depresión constituye una de las más importantes cargas – aunque sólo sea por los datos epidemiológicos de que disponemos: con mucho, la enfermedad psiquiátrica hoy más frecuente – que la familia ha de soportar, cualquiera que sea el familiar que la sufra. En la actualidad son conocidos los efectos psicopatológicos que se generan en los hijos de padres deprimidos, como también los nocivos efectos sobre los cónyuges cuando uno de ellos padece de depresión. La eclosión de la enfermedad en el contexto familiar entraña, qué duda cabe, efectos nocivos sobre los familiares, pero el impacto de la enfermedad no debería limitarse a sólo esos efectos. Más allá de ellos, es mucho también lo que la familia puede hacer para mejorar la enfermedad depresiva de uno de sus miembros. No ha de olvidarse que la familia es el lugar donde la persona es tratada como persona. Esto ha de predicarse también de todos los familiares que, con sus atenciones y actitudes estimulantes hacen posible que al familiar enfermo se le trate como la persona que es. Por eso, la depresión constituye también un excelente escenario donde los familiares sanos pueden realizarse como personas. Se entiende aquí por realización un proceso a través del cual la persona puede dar alcance a esa difícil y compleja meta que es una vida lograda, una biografía cumplida. En el caso particular de la familia en que uno de sus miembros padece de depresión, los valores que cada uno de los familiares realiza en sí mismo, a través precisamente de su atención al paciente, coinciden con los valores a que el enfermo está expuesto, y en los que también él puede crecer. La autorrealización de los familiares sanos y del enfermo pueden y deben ser aquí coincidentes. Si los familiares ejercitan la paciencia y el buen gusto de estimular al paciente, además de ayudarle en su enfermedad, también éste, probablemente, crezca en ellos; si los familiares se exigen más a sí mismos a fin de hablar especialmente de su- cesos positivos, vuelve a suceder lo mismo en el paciente. De este modo, la autorrealización de los familiares que cuidan del enfermo deviene en criterio justificativo, evaluador y legitimador de la autorrealización del paciente. En cierto modo, no hay autorrealización posible – cualquiera que sea el ámbito donde ésta se estudie – que no nos interpele, una y otra vez, respecto de la autorrealización de esos mismos valores en un determinado contexto, situación o ambiente. Esto significa que la autorrealización – aunque sin dejar de ser un proceso personal – acaba siempre por ser algo transpersonal, algo que trasciende a la persona que a sí misma se realiza. La presencia de la enfermedad en el contexto familiar nos invita a salir del anonimato para singularizarnos participativa y solidariamente, de manera que la realización personal de los familiares se construya con la autorrealización personal del paciente a quien estos se entregan. Por eso, la libertad es la conditio sine qua non para que cada uno se dé y/o reciba al otro en el contexto familiar. El otro es, en la familia, mucho más que un objeto captado por un conocimiento objetivo. El otro es esencialmente una persona que ha de desarrollar y llevar a plenitud la libertad de autorrealizarse. Yo colaboro a su libertad y le ayudo a hacerse un ser: el que libremente él ha elegido. Por esa ayuda solidaria, por esa participación en el proceso autorrealizador del enfermo, los familiares devienen en autoperfección participada y participante, al tiempo que toman conciencia del valor de su libertad, pues, como escribe Jaspers, “adquirimos conciencia de nuestra libertad cuando reconocemos que otros esperan de nosotros”. En consecuencia, el familiar que cuida del paciente depresivo se sentirá interpelado a mejorar personalmente, puesto que con su perfeccionamiento personal puede contribuir a la felicidad de los demás. ¿Y quién será capaz de negarse a hacer un pequeño esfuerzo con tal de hacer más feliz a quien precisamente más sufre? El ideal al que nos convoca la paideia familiar es, ciertamente, muy exigente y ambicioso; pero no supongamos que antes no fue así, pues, como afirmaba García Morente (1975), a propósito del educador, “la profesión que habéis elegido es voraz y exclusivista, se traga al hombre entero; no sólo exige la parte pública de la personalidad, sino, además, la privada e íntima (...) Porque el maestro entrega a su profesión su vida entera, no se reserva nada para sí, lo da todo y, en cierto modo, se sacrifica íntegramente en el altar de sus obligaciones”. Estas palabras pueden aplicarse y son también especialmente exigentes para los pastores que se dedican al cuidado de estos enfermos. Esta última afirmación puede suscribirse en su forma más radical respecto de cualquier familiar que, de acuerdo con lo antes afirmado, se dé por entero a esa gigantesca, emblemática y necesaria tarea que consiste en cuidar de quien, estando más próximo y siendo uno de nosotros, más necesita ahora de nuestras atenciones (Polaino-Lorente, 2000). Prof. AQUILINO POLAINO-LORENTE Catedrático de Psicopatología de la Universidad Complutense. Madrid, España. Bibliografía AKISKAL, HS: The nosological status of neurotic depression. Archives of General Psychiatry, 35, 756-766, 1978. ANDREWS, B; BROWN, GW: Social Support, onset of depression and personality: an exploratory abalysis. Social Psychiatry, 23: 99-108. 1987. BARKER, W; SCOTT, J; ECCLESTON, D: Newcastele chonic depression study: results of a treatment regime. International Clinical Psychopharmacology. 2, 261-272. 1987. BECK, AT: Cognitive Therapy and the emotional disorders. International University Press. Nueva York. 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Ciertamente, mi punto de vista no será el del médico, del psicoanalista o del psicólogo, sino del humanista cristiano que ve en la cultura dominante numerosos puntos de ruptura en los que el hombre se encuentra en una situación-límite y se vuelve particularmente vulnerable, hasta caer en los varios síntomas de la depresión en la que, de Prometeo a Sísifo, la post-modernidad parece sumergirse en el abismo de Narciso. Saludo cordialmente a Vuestra Eminencia, así como a sus colaboradores del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud. El tema de «La depresión» merece gran atención de parte de la Iglesia y es mi deseo que los trabajos de esta XVIII Conferencia constituyan una buena contribución. 2. Los médicos definen la depresión como «un malestar patológico del humor» que, entre otros, se manifiesta con una tristeza generalizada, ideas grises, el encerrarse en sí mismos y la obsesión de la muerte. La depresión es vivida como un fracaso, como la experiencia del vacío que carcome toda una vida y hace que poco a poco ésta resbale hacia el abismo. La persona deprimida piensa que no es capaz de luchar, que se encuentra ya en un abismo, que está al vaivén de una marea que la deshace, la oprime y la ahoga. Luego llega el temor que incluso se convierte en terror. En sus ojos, está presente la luz transtornada de quien ha creido ver la nada. El aburrimiento la oprime. La voluntad la abandona. La indiferencia la paraliza. Nada parece tener sentido: está invadida por una náu- sea tenaz, incluso por la desesperación y el deseo de morir. Este drama interior que aflige a un número demasiado grande de personas, de hombres y mujeres, de ricos y pobres, de artistas y grandes de este mundo, así como también de gente del deporte y de humildes artesanos, indudablemente encuentra en la cultura contemporánea factores agravantes que se manifiestan en las cifras y en las estadísticas que conocemos y nos inquietan. Todo ocurre como si la cultura dominante provocase en nuestros contemporáneos – para emplear una imagen de la geología – una fisura en lo más profundo de su ser, luego una grieta y, en fin, una hendidura entre las placas de la identidad que, por el contrario, deberían estar unidas para desarrollar las múltiples capacidades de las que disponemos. Al estar separadas, estas «placas» permiten el ingreso de la depresión, que conduce a la regresión hacía sí mismo y a la agresión hacia el otro, en medio del desprecio de un ideal de vida y de aquellos valores que estructuran la personalidad. Hace diez años, en un estudio tonificante nuestro amigo Tony Anatrella, pronunciaba su No a la sociedad depresiva, «amenazada de implosión, en la que el individuo, ante la ausencia de todo proyecto y de toda dimensión externa a él, se encuentra reconducido sólo a su subjetividad... Un “tête à tête” destructor en una interioridad en crisis y una vida de pulsión que se instala en los primeros estadios; regresión que tiene como uno de sus efectos disolver el nexo social en el desprecio de las raíces de nuestra civilización». 3. La persona humana, por cierto, cuenta con una gran variedad de dimensiones, y es del flore- cimiento de las mismas que nace la cultura, fuente de la civilización en su diversos elementos: «Con el término cultura – subraya el Concilio Vaticano II en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo – se indica, en sentido general, todo lo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente a través del tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano» (Gaudium et spes, 53). No hay cultura sino la del hombre, mediante el hombre y para el hombre. El documento del Pontificio Consejo para la Cultura, Para una pastoral de la cultura, recuerda que «la cultura es tan connatural al hombre que su naturaleza no tiene rostro sino cuando se realiza en la cultura». Por tanto, es necesario discernir lo que, en la cultura dominante, desnaturaliza al hombre y daña su desarrollo, «en su inteligencia y en su afectividad, en su búsqueda de sentido, en sus costumbres y referencias éticas y en su apertura a la trascendencia». Los contra-valores que exfolian la armonía de una cultura, lugar en el que los hombres y los pueblos cultivan su relación con la naturaleza y con sus hermanos, consigo mismos y con Dios, son el producto de ideas depresivas que llevan en embrión las destrucción de la humanidad del hombre y la desfiguran, hasta el punto que la hacen incapaz de reconocerse en aquel que vive. DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 68 68 4. La vida humana se realiza en las diversas formas de la actividad humana. Para el hombre, existir no quiere decir existir «simpliciter»: él es en todas partes y al mismo tiempo homo faber y homo amicus, homo politicus y homo sapiens, y – todos estamos convencidos – homo religiosus. Según los filósofos, la unidad se logra ya sea según la forma que según el fin. Constatamos que una persona humana está perfectamente «unificada» si es que está totalmente ligada a su fin y no sólo por medio del sujeto mismo que actúa. La unidad personal de un ser, aquello por lo cual él reconoce a sí mismo, de conformidad con lo que intenta realizar y que hace de él un ser único, original, diferente de los demás, se construye en la propia capacidad de alcanzar el fin por el que se ha comprometido en un proyecto de vida. Por tanto, serán las exigencias del trabajo, de la amistad, de la vida social y de la inteligencia, unidas a las de aspiración a la trascendencia, las que permitirán que el hombre insertado en una cultura – a condición por cierto de que estén reunidas – unifique su vida en un desarrollo armonioso de las capacidades que lo animan. Si la unidad de la persona es aquella del espíritu, es obvio que este espíritu está encarnado en el hombre y se realiza únicamente en una dimensión existencial y no abstracta. Por el contrario, la razón de la pérdida de la unidad personal se coloca en las ideas dominantes de la cultura actual que tienden a despreciar el trabajo, a desnaturalizar los vínculos entre los hombres, tanto en la amistad como en la vida social, a cerrar el desarrollo de la inteligencia en un “impasse”, haciendo que el hombre se desvíe en su camino hacia Dios. Deseo llamar depresivas a estas ideas, ya que son la causa de una explosión en las culturas que corre el riesgo de colocar a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo en lo que el filósofo Jaspers denominaba «situaciones límite», profundamente desestabilizadoras y factores de explosión de la personalidad. Son como murallas que se levantan ante nosotros bajo la influencia de las ideas depresivas. Para derribarlas se necesita fuerza, LA DEPRESIÓN perseverancia y lucidez, con la ayuda de la gracia de Dios. Asimismo, corresponde a la Iglesia proponer una alternativa a estas ideas, mediante una auténtica pastoral de la cultura que se inspire en el humanismo cristiano, nutrido a su vez por el Evangelio. 5. El hombre es «primitivamente» homo faber. La dimensión del trabajo, la producción de obras bellas y buenas – kala kagata, decían los antiguos griegos –, de todo lo que es útil a la vida cotidiana de los individuos y de los pueblos, es fundamental para la vida del hombre y es parte constitutiva de su naturaleza. Como se sabe, es a través del trabajo que el hombre entra en contacto con el universo, que “dialoga” con la materia para conocerla y transformarla, en el respeto de su orden intrínseco. Si la obra producida en el trabajo no da un fin al hombre en sentido estrecho, vemos que todas las situaciones límite vividas en el orden del hacer, tienen mayores repercusiones a nivel psicológico. En efecto, el trabajo es la actividad más consciente del hombre, que constituye un condicionamiento extremadamente fuerte, y hasta dominante, de nuestra vida cotidiana. Como pone de relieve el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio «Dios, que ha dotado al hombre de inteligencia, de imaginanción y de sensibilidad, le ha dado el modo de llevar a cumplimiento su obra: artista o artesano, empresario, obrero o campesino, todo trabajador es un creador... Más aún, vivido en común, compartiendo esperanzas, sufrimientos, ambiciones y alegrías, el trabajo une las voluntades, aproxima los espíritus, funde los corazones; al realizarlo así, los hombres se reconocen como hermanos». Los fracasos en este campo tendrán como consecuencia importantes repercusiones en el equilibrio psicológico. Se trata, pues de desenmascarar las ideas depresivas de la cultura dominante en este ámbito, que conducen al impasse y desnaturalizan la dimensión humana de la actividad artística y del trabajo del hombre. En el campo de las artes propiamente dichas, es obvio que la concepción de un arte sin valor ideal, la promoción de obras que tienen sentido sólo para un público del que nutren su imaginación morbosa proponiéndole la exposición de las zonas más oscuras de la psicología de los hombres y mujeres desorientados, ofrecen un terreno favorable para la depresión. En la Carta a los artistas de las Pascua de 1999, que tuve el honor de presentar a la prensa internacional, al citar a su compatriota Cyprian Norwid, el Santo Padre Juan Pablo II afirma: «La belleza está para suscitar el entusiasmo en el trabajo, el trabajo es para renacer». No cabe duda de que una sinfonía de Beethoven, la Piedad de Miguel Angel y las Vírgenes de Botticelli, a través de la belleza nos introducen en un mundo de sentido. Por el contrario, las obras contemporáne- as, que expresan una fealdad corrupta, a través de su provocación nos hacen pensar de que nada tiene sentido y que el abismo es el principio y la fin de todas las cosas. Una parte de estas desviaciones del arte contemporáneo han tenido origen en la concepción de Nietzche del Superhombre idea depresiva por excelencia, ya que ella introduce en el sentimiento de una identidad creadora absoluta totalmente ilusoria. En efecto, no hay nada tan desestabilizador como la ilusión insuperable, fuente de ensimismamiento, y la tentación del super-yo abre un abismo que, an- DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 69 69 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 tes o después, provoca el vértigo de aquel que tiene la ingenuidad de creerse dios ante la exaltación de descubrirse creador. 6. La actividad del facere tiene también como finalidad la mejora de las condiciones de vida del hombre. El desarrollo de la industria, consecuencia de los progresos de la técnica, la globalización del comercio y de la finanza internacional, la estandarización de los productos generada por la capacidad singular de los medios de comunicación de difundir en todo el mundo modelos únicos que, a menudo, no tienen otro valor sino el de ser rentables, son igualmente consecuencias de una concepción depresiva de la sociedad. Este mundo industrializado promovido por las ambiciones económicas de algunos “potentes” en desmedro de las ideas más nobles del desarrollo – «nuevo nombre de la paz», para emplear la expresión de Pablo VI en la Populorum progressio que citaremos más adelante – y de la justicia distributiva – que requiere la distribución de las riquezas –, es la consecuencia de ideas depresivas ampliamente difundidas en la sociedad moderna. Lo afirma también el Papa Juan Pablo II cuando denuncia las «estructuras de pecado»: se trata del desarrollo al que algunos aspiran, de estructuras gigantescas que generan “provechos” gigantescos, en desmedro total de la dignidad humana, y que no tienen otras consecuencias sino la destrucción de la persona humana, abriendo verdaderas fuentes de depresión. Es el tema presente en la encíclia Laborem exercens que hemos citado antes, en la que el Papa habla del «trabajo, llave de la cuestión social» y ofrece un profundo análisis de las ideas depresivas del mundo contemporáneo en el ámbito del trabajo humano, desnaturalizado en su esencia profunda por las «varias corrientes del pensamiento materialista y economicista» (n. 7). En los últimos años ha surgido una especie de nuevo reto. Cuando el artesano produce su obra, trabaja una materia de la que capta cierto realismo: descubre el devenir inherente a las “cosas”, el orden de la naturaleza del que no es ni autor ni dueño, y este contacto lo ennoblece y, al mismo tiempo, lo compromete a un camino de humildad. Con profunda tristeza hoy constatamos que un número no despreciable de hombres de ciencia desea intervenir en la vida, en menoscabo del orden fundamental inscrito en la naturaleza, en todo nivel de sus diversas manifestaciones. La finalidad declarada es “producir” seres humanos mediante la técnica de la clonación. ¿No tenemos aquí una de las ideas depresivas más aterradoras que la humanidad ha podido imaginar? La tentación de un super-yo absoluto que se expresa a través del hombre de ciencia con su capacidad de “fabricar” al ser más perfecto del universo, indudablemente deriva del orden de la meta-tentación y a largo plazo puede hacer caer a la misma humanidad en una terrible depresión: la vida no sería más el fruto de un amor compartido y de una libertad responsable. ¿Qué se volvería la libertad de concebir – que a menudo es la única y verdadera riqueza de los más pobres – frente al “trabajo” de los científicos preocupados en “fabricar” una raza superior? ¿Sería necesario entonces hacer leyes, limitar y, por tanto, atentar a esta libertad? Más que un impasse, se corre el riesgo de que una ciencia desviada arrastre a la humanidad al borde de un aterrador precipicio. 7. El hombre es homo amicus. Al ser capaz de entrar en relación con su semejante, el hombre descubre en el otro a una persona con quien puede compartir «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias» de su vida cotidiana. La amistad se realiza a través de una donación personal recíproca, basada en el respeto, en la confianza y en la fidelidad. Ella permite el intercambio de “secretos” cuya coparticipación manifiesta la comunión entre dos seres y sella la armonía de su voluntad. La muerte de la amistad – y la traición del secreto es una de ellas –, la incapacidad de tener amigos, que encierra en la soledad, las desviaciones de las miradas que ya no consideran al otro como sujeto de deseo, todas las enfermedades del noamor que se desarrollan en la cultura dominante, no dejan de com- portar consecuencias dramáticas en el equilibrio de las personas de las cuales favorecen la depresión, privándolas de aquella amistad que les proporciona su sentido peculiar. También aquí podemos referirnos a las Encíclicas del Santo Padre: pienso en particular en la Veritatis splendor, pero también en la Evangelium vitae y en la Fides et ratio que ofrecen análisis profundizados de las ideas depresivas en los varios ámbitos de la moral, de la concepción del ser humano y de la vida, de la orientación de la inteligencia hacia lo verdadero y de la voluntad hacia el bien. La cultura, aquel ambiente en el que nos desarrollamos como personas humanas, condiciona inevitablemente nuestro modo de percibir al otro. La distinción de una educación que se ha desarrollado a lo largo de los siglos en toda una sociedad regada por las humanidades grecolatinas e inspirada por el Evangelio, ha producido frutos considerables en la regulación de los modos de vivir en la sociedad. La educación a la virtud, la presentación de modelos de valentía y de fidelidad – pienso en el ideal griego de Homero propuesto a las generaciones jóvenes mediante los personajes míticos de Ulises y Antígona – y la conciencia del bien por alcanzar y del mal por rechazar con decisión, permiten que los hombres y las mujeres vivan en justa armonía y estrechen vínculos de amor y amistad duraderos. Por el contrario, la filosofía sartriana de «el infierno, es el otro», la visión psicoanalítica freudiana que reduce al hombre a sus pulsiones, el planteamiento de campañas de propaganda que exaltan el cuerpo femenino en un estetismo engañador artificialmente retocado, la fuerte invitación a la sexualidad – a menudo no confesada – incluso en temprana edad, mientras la personalidad del joven aún está por construirse, son todas ideas depresivas de la cultura del mundo contemporáneo. Los daños de los “feuilletons” populares que se vacían a bajo costo en las cadenas de televisión, incluso en las regiones más alejadas del mundo, ciertamente son el producto de ideas depresivas cuya finalidad es hacer dinero, en perjuicio total de DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 70 70 aquellos valores que permiten al hombre desarrollarse como imagen y semejanza de su Creador y Padre. El audience perseguido con obstinación se traduce en una exaltación exacerbada de los sentidos. La finalidad declarada es exitar las concupiscencias llevando al extremo los límites tolerados por la sociedad, pero que no deja de hacer retroceder, mientras lo intolerable de ayer se vuelve lo banal de hoy. Los efectos son dramáticos, los conocéis, y no deseo detenerme en describirlos. Sin embargo, deseo poner en evidencia los efectos destructores de esta invadente cultura mediática sobre la familia, núcleo fundamental de la sociedad. Constatamos que la cultura del mundo contemporáneo es portadora de ideas sobre la familia que llevan a la ruptura de la misma, es decir, a su destrucción, lo que no deja de incidir en la sociedad. La doble finalidad del matrimonio, el amor recíproco de los esposos y cuyo fruto es la procreación, es puesta gravemente en discusión debido al desarrollo de la ideología del «todo está permitido» y de la búsqueda “a todo costo” del desarrollo personal. Según las ideas difundidas, la mujer encontrará su propio desarrollo únicamente en la autonomía – en realidad ilusoria – que le dará un trabajo fuera de casa, y no en la belleza de una maternidad que florece en la familia y en la ardiente educación de la «carne de su carne». Constatamos que la idea de que sólo el condón preserva eficazmente del SIDA, no es sólo un atajo vergonzoso que engaña sobre la naturaleza misma de la sexualidad humana, sino impide que se plantee la cuestión fundamental sobre el pleno desarrollo del hombre: ¿qué género de relación introduce entre las personas? La reflexión profunda sobre este tema ciertamente encontraría aquí una de las ideas depresivas más desestabilizadoras de la cultura dominante. Por lo que se refiere a las ideas depresivas del mundo contemporáneo que ponen en peligro el matrimonio y la familia, me permito remitir a otro importante documento del Santo Padre, la Exhortación apostólica Familiaris consortio, fruto del Sínodo de Obispos de 1980. LA DEPRESIÓN 8. El homo politicus también está sujeto a las concepciones depresivas presentes en la cultura moderna. No es este el lugar para afrontar el amplio tema del hombre y la política, pero cada uno sabe, que en todo el mundo existen situaciones de injusticia y de falta de derecho generadas por las ideas maquiavélicas que regulan los sistemas políticos de numerosas naciones. Algunas de las ideas depresivas difundidas en el mundo contemporáneo, tienen su origen en el modo con el que se tratan a las personas en la sociedad moderna. Es significativo el hecho que el Papa Juan Pablo II ha sentido la necesidad de escribir varias Car- tas dirigiéndolas a grupos de personas que, a raíz de las ideas depresivas ampliamente difundidas, sufren situaciones de injusticia y de falta de respeto por su dignidad. Tenemos así la Carta a las familias del 2 de febrero 1994, la Carta a los niños del 13 de diciembre 1994, la Carta a las mujeres del 29 de junio 1995, la Carta a los artistas del 4 de abril 1999, y la Carta a los ancianos del 1° de octubre 1999. Tampoco podemos olvidar la Carta a los sacerdotes del Jueves Santo de este año: los sacerdotes, así como el conjunto de las personas consagradas, están continuamente frente a los retos planteados por las ideas depresivas y las comunidades cristianas en nuestras sociedades individualizadas deben hacer lo posible para ayudarlos a protegerse. 9. El hombre es también homo scientificus. La explosión del saber científico, la pérdida de una Sabiduría que unifica los conocimientos y los reconduce al hombre, centro y ápice de la creación, las tentaciones que he revelado del super-hombre de Nietzsche que, a través de los progresos de la técnica en el marco de las ciencias de la vida, abre horizontes cargados de incertidumbre para la humanidad, son situaciones que también generan ideas depresivas. Al mismo tiempo, el drama de la separación entre fe y razón genera, como consecuencias nefastas, numerosas ideas depresivas particularmente tenaces. «Además, como consecuencia de la crisis del racionalismo, ha cobrado identidad el nihilismo. Como filosofía de la nada, logra tener cierta fascinación entre nuestros contemporáneos... En la interpretación nihilista la existencia es sólo una oportunidad para sensaciones y experiencias en las que tiene la primacía lo efímero» (Fides et ratio 46). El Concilio Vaticano II ha reafirmado la legítima autonomía de las ciencias en el campo de la investigación que les corresponde, y ha rechazado a todos el derecho de dictar desde fuera el modo como conducir la investigación. El único límite es el de la dignidad del hombre. En efecto, los progresos de la ciencia contribuyen a un progreso espectacular de la técnica y confieren al hombre un poder cuyo uso no está indenne de plantear cuestiones graves. De hecho, en muchos conocimientos podemos constatar que el progreso está lejos de estár acompañado siempre de un igual progreso de los valores morales. La ciencia tiene un límite, ya que está de por medio la dignidad del hombre, del hombre que es el sujeto y el fin de todos sus conocimientos. La ciencia pierde su dignidad de saber humano cuando sus progresos se realizan pagando el precio de la violación de la dignidad humana. Invertir la relación del saber al hombre, del saber para el hombre, significaría regresar a la triste y deshumana experiencia de Auschwitz, en donde los médicos realizaban experimentos sobre los deportados, considerados según la lógica nazi, como seres inferiores y no como personas. Fren- DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 71 71 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 te a la tentación de los recientes progresos de la investigación biogenética y de las experimentaciones de clonación de embriones humanos considerados como simples objetos, es necesario remarcar una vez más que nunca se podrá reconocer como verdadero progreso aquel que reduce el hombre a un objeto. Indudablemente, la cultura de la verdad es el anti-depresivo de la inteligencia que, para ser sí misma, debe encontrar su orientación fundamental hacia la verdad. Es lo que desarrolla el Santo Padre en la Encíclica magistral Fides et ratio, en la que nos ofrece una reflexión en torno a las raíces mismas de las ideas depresivas que desnaturalizan y oscuren la razón. «No debe olvidarse que en la cultura moderna – constata Juan Pablo II – ha cambiado el papel mismo de la filosofía. De sabiduría y saber universal, se ha ido reduciendo progresivamente a una de tantas parcelas del saber humano; más aún, en algunos aspectos ha sido limitada a un papel del todo marginal. Mientras, otras formas de racionalidad se han ido afirmando cada vez con mayor relieve, destacando el carácter marginal del saber filosófico. Estas formas de racionalidad, en vez de tender a la contemplación de la verdad y a la búsqueda del fin último y del sentido de la vida, están orientadas – o, al menos, pueden orientarse – como ‘razón instrumental’ al servicio de fines utilitaristas, de placer o de poder» (n. 47). Y, al referirse a su primera encíclica, Redemptor hominis del 4 de marzo de 1979, el papa-filósofo pone de relieve las consecuencias de ese tipo de desviación de la razón en el campo del trabajo: «El hombre actual parece estar siempre amenazado por lo que produce, es decir, por el resultado del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento, de las tendencias de su voluntad. Los frutos de esta múltiple actividad del hombre se traducen muy pronto y de manera a veces imprevisible en objeto de ‘alienación’, es decir, son pura y simplemente arrebatados a quien los ha producido; pero, al menos parcialmente, en la línea indirecta de sus efectos, esos frutos se vuelven contra el mismo hombre; ellos están dirigidos o pueden ser dirigidos contra él. En esto parece consistir el capítulo principal del drama de la existencia humana contemporánea en su dimensión más amplia y universal. El hombre por tanto vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte, sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo» (Fides et ratio, n. 47). Nos encontramos aquí ante el fundamento de las ideas depresivas del mundo contemporáneo, en que el grito de Nietzche de «la muerte de Dios» plantea la cuestión trágica de «la muerte del hombre». La antropología postmoderna excava un abismo depresivo sin precedentes, desde Michel Foucault a Claude Levi-Straus. El primero propone encaminar al hombre hacia un «sueño antropológico» que, gracias a la eutanasia estructuralizada, podría volverse una verdadera «muerte del hombre». Y el segundo concluye su tetralogía mitológica, no – afirma – como Wagner, con el crepúsculo de los dioses, sino con el «crepúsculo de los hombres», con la palabra «nada». 10. Vosotros sabeis que el estudio de la no-creencia y de la indiferencia religiosa es una de las principales tareas que el Santo Padre ha confiado al Pontificio Consejo para la Cultura. Precisamente sobre este tema tratarán los trabajos de la próxima Plenaria de nuestro Dicasterio, que se realizará en marzo del 2004. Hoy constatamos que ya no existe más una geografía exacta de la no-creencia, como el Muro de Berlín, de triste memoria. Pero si las 300 respuestas que hemos recibido a nuestra encuesta preparatoria nos muestran un ateismo militante que está perdiendo vigor y ya no tienen grande influencia, ellas subrayan también que, sobre todo en las culturas de tradición cristiana, se desarrolla una actitud de desprecio, de hostilidad y burla hacia la religión – sobre todo la cristiana – que los poderosos medios de comunicación modernos difunden sin ningún recelo. Hoy nos encontramos frente a una dilución del sentimento reli- gioso en una cultura falsa desde el punto de vista ascético. En su Exhortación apostólica Ecclesia in Europa, el Santo Padre pone en alerta al continente europeo contra la tentación del «oscurecimiento de la esperanza» en estos tiempos que, según él, se presentan como «una estación de desconcierto» (n. 7). Entre las ideas depresivas que se presentan como un reto a la esperanza cristiana, no podemos dejar de interrogarnos sobre aquella rara facultad que aparece hoy, en pleno día, de total amnesia de las raíces cristianas que han dado y siguen dando vida a una cultura de una fecundidad prodigiosa, y la afasia dramática de intelectuales y responsables políticos que pretenden actuar en nombre del humanismo, pero que, en cambio, mutilan gravemente al hombre, haciendo que se olvide de su origen y de su término. Una añadidura de escepticismo no puede estructurar una existencia. Y la cultura que rechaza lo absoluto ha llegado a absolutizar lo relativo, hasta el punto que una sociedad de incrédulos no puede dejar de creer. El siglo pasado ha idolatrado trágicamente, con consecuencias funestas, la raza, la clase, la etnia, y la ciencia. La cultura dominante exacerba la pulsión de los deseos, la búsqueda de los placeres, la consecución del tener, del saber y del poder. Pero, privado de su fundamento en Dios, el hombre creado a su imagen y semejanza ya no logra encontrar su proprio rostro en un espejo reducido en pedazos. Toda esquirla refleja sólo una parte de la imagen. Los fragmentos son tomados como si fueran un todo cuya coherencia se ha disuelto en fragmentos. Ya sea que se trate de la economía, de la política, de la familia, de la vida social o de los media, la imagen incompleta que refleja cada uno de los fragmentos está disminuida y herida, lo cual comporta una falta creciente de confianza del ser humano para con la propia humanidad. La persona se vuelve frágil, el tejido social se rompe, la nación se deshace. Vemos aumentar la fragilidad de los pueblos que desbordan de bienestar, pero que ya no tienen esencia. La valoración excesiva del placer sexual los priva del gozo insustituible de la paternidad y de la maternidad. Esta desasociación DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 72 72 mortal sobre la cual el Papa Pablo VI trató en vano de llamar la atención distraida de la cultura dominante, hace más de 35 años, en su Encíclica Humanae vitae, sin duda es la amenaza depresiva más dramática de la cultura hegemónica de los países ricos: “el amor” sin hijos y los hijos sin amor. Muchos niños se sienten morir hoy porque son huérfanos. Tienen una necesidad desesperada de ser amados. Y se sumergen en un océano de imágenes cuya abundancia devastadora los destructura en esta otra disociación mortalmente depresiva entre la hipertrofia de los medios de los cuales disponemos y la atrofia de los fines que perseguimos. 11. El homo religiosus. Queridos amigos, las ideas depresivas de la cultura en el mundo contemporáneo son una infinidad, y se presentan bajo múltiples aspectos que ponen en peligro la humanidad del hombre. Frente al vacío existencial en el que introducen estas ideas, y para afrontar todos los condicionamientos sin caer víctima de ellos, Viktor Frankl, neurólogo de Viena, profesor en Harvard, Stanford, Pittsburgh y Dallas, fallecido a 92 años en 1997, en su libro a menudo olvidado Le dieu inconscient, reivindica «el poder de contestación del espí- LA DEPRESIÓN ritu». Parte del principio de que «la exigencia fundamental del hombre no es el apagamiento sexual ni la valoración de sí mismo, sino la plenitud de sentido»6. En esta afirmación lapidaria que desordena la filosofía depresiva de la escuela freudiana, aparece el problema de «la voluntad de sentido». Las neurosis que apremian las búsquedas de ciertos psicólogos y psiquiatras y que fácilmente abren el camino a la depresión, son ante todo la expresión de un ser frustrado y, por tanto, inclinado al vértigo del vacío existencial. El hombre moderno, envuelto por las ideas depresivas del mundo contemporáneo, es afectado en lo más profundo de sí mismo en sus razones de vivir. Por eso debemos alcanzarlo aquí, en el corazón de sus deseos e incluso en sus desalientos y sus frustraciones existenciales. Para lograr este objetivo tenemos el camino que nos muestra el Evangelio, creador de cultura ya que contiene la Verdad sobre el hombre, revelado por ese Dios que ha asumido el rostro de hombre en Jesucristo, Hijo de la Virgen María, para compartir con nosotros el amor del Padre. El antídoto a las ideas depresivas de nuestro tiempo es la fe en Aquel que nos ha dicho: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». El Evangelio nos hace partícipes del secreto del gozo que nos ha traido Cristo y que nos permite vivir los días de la semana con un corazón preparado para la fiesta. El gozo es el don de Dios y la Iglesia es la portadora de este don para nuestras culturas depresivas. «Yo amo a los sacerdotes – confía Julien Green en su Journal - que vienen del Nuevo Testamento con la Buena Nueva en los ojos». «El gozo, escribía Paul Claudel, es la primera y la última palabra del Evangelio»7. S.E. Card. PAUL POUPARD Presidente del Pontificio Consejo para la Cultura Santa Sede Notas Flammarion, 1993. Pontificio Consejo para la Cultura, Para una pastoral de la cultura, Pentecostés 1999, n. 2. 3 Pablo VI, Populorum progressio, Pascua 1967, n. 27; cf. Juan Pablo II, Laborem Exercens, 14 setiembre 1981, n. 4-10. 4 Michel Foucault, Les mots et les choses, Gallimard, 1966. 5 Claude Lévi-Strauss, L’homme nu, Plon, 1971. 6 Viktor Frankl, Le dieu inconscient, Coll. Religion et sciences de l’homme, Edition du Centurion, 1975, p. 92-93. 7 Cf. Paul Poupard, Le christianisme à l’aube du IIIème millénaire, III, L’avenir est à l’espérance, Plon-Mame, 1999, p. 248. 1 2 DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 73 73 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 FIORENZA DERIU, DANIEL CABEZAS, ROSA MEROLA 10. Resultados de una encuesta sobre la salud mental: un focus sobre la depresión Las intervenciones que me han precedido en esta primera e interesante jornada de la Conferencia, han puesto en evidencia que en la salud mental se conjugan de modo especial dos elementos inseparables: el mal-estar existencial y el mal-estar biológico. Dentro del concepto de mal-estar existencial podemos identificar tres espacios relacionados de modo específico con la dimensión psicológica, espiritual y social de la persona humana. De la literatura que tenemos a nuestro alcance y no último por las informaciones proporciondas por la OMS, resulta que la manifestación del estado depresivo puede referirse tanto a factores biológicos y de comportamiento del individuo como a sus condiciones de vida: la pobreza o la riqueza, la privación, ya sea desde el punto de vista formativo u ocupacional, la falta de perspectivas, la soledad y el aislamiento social, las tensiones familiares o de trabajo. Es una enfermedad común, que puede afectar a cada uno de nosotros, que no resiente de manera particular de las diferencias de género, aunque sea más frecuente entre las mujeres jóvenes, y tampoco de las diferencias de edad. En una perspectiva sociológica, podríamos afirmar que el mal-estar social se cruza de diferentes modos con aquel individual, se sobrepone a él y a veces es determinante. El estudio de la psicopatología depresiva, por tanto, podría ser reductivo si fuese considerado desde una perspectiva exclusivamente micro, es decir, teniendo en cuenta sólo la dimensión psicológica del individuo. Por consiguiente, en la definición del diseño de la búsqueda, y en particular en la construcción de los instrumentos de identificación de las informaciones se ha elegido un acercamiento mixto, que tuvie- se en cuenta todas las dimensiones arriba mencionadas pero en una perspectiva macro, con el fin de identificar una serie de elementos constitutivos de nuestra sociedad, que de algún modo “mueven al individuo”, como afirma Durkheim1, aún reconociendo a la persona y a su voluntad la capacidad de reacción y de dirección de su propia existencia. La hipótesis de trabajo: partiendo de una concepción holística del hombre y aceptando la parte teórica que define la enfermedad mental, y en particular, la depresión, como una enfermedad en la que confluyen elementos de carácter biológico, psicológico, espiritual y social, se ha querido verificar si algunos factores psico-sociales – que pueden favorecer el manifestarse de la exposición difundida al riesgo de experimentar durante la vida acontecimientos críticos que injertan procesos de privación, exclusión y marginación social, inadecuación de los sistemas de protección social y criticidad de los contextos familiares contextos familiares contemporáneos – son también la expresión de la crisis de los valores culturales y religiosos de las sociedades contemporáneas. Los objetivos de la encuesta llevada a cabo por el Pontificio Consejo se pueden sintetizar como sigue: la definición de algunas estructuras latentes del contexto socio/cultural y familiar en que las enfermedades mentales se manifiestan; la identificación en las Iglesias locales de programas pastorales sobre el tema; la identificación de las estructuras católicas de asistencia, acompañamiento y cuidado de los pacientes y de sus familiares, y la descripción de los diferentes modelos de intervención; la comparación entre la percepción del fenómeno de parte de los Obispos con la experiencia alcanzada en el campo por los responsables de los centros católicos identificados. La metodología: esta investigación ha sido conducida con una DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 74 74 metodología diferente con respecto a las que se han adoptado en las encuestas de los años pasados que han visto a este Dicasterio empeñado sobre temas de la salud de las mujeres, del SIDA y de los hospitales católicos. En efecto, ante la sensibilidad del tema tratado, se ha considerado oportuno tener en cuenta dos diferentes unidades de verificación: por un lado los obispos responsables de la Pastoral Sanitaria en 121 países de todo el mundo; y, por el otro, los responsables de centros o estructuras católicas de asistencia para pacientes con problemas de salud mental. Por tanto, se han construido dos instrumentos diferentes de determinación, es decir, dos cuestionarios, pero en uno de los cuales se ha previsto la colocación de un grupo de preguntas comunes, para poder efectuar una confrontación entre la percepción del fenómeno de parte de los obispos y la experiencia en el campo de los responsables de los centros contactados. La investigación aún no ha terminado, por lo que los resultados son provisionales y obviamente parciales, ya que se han afrontado numerosos aspectos. De modo que trataremos de presentar sólo los datos que, en este contexto, pueden ofrecer algunas pautas de reflexión en torno a la psicopatología depresiva. Sin embargo, partiendo de un examen adelantado de la investigación y como confirmación de lo que esperábamos, es evidente que este tema encuentra dificultades para abrirse camino en el mundo de la pastoral sanitaria: hasta el momento, la tasa de respuestas, equivalente a algo más del 20% está muy por debajo de las encuestas conducidas anteriormente por este Dicasterio. La enfermedad mental sigue siendo la “cenicienta” de las cuestiones socio-sanitarias y del compromiso pastoral. Pero todavía queda espacio para preguntarnos quién sabe si precisamente allí donde la mente humana se “pierde” no sea incluso más necesario y hasta indispensable el apoyo del espíritu, el calor de una consolación que vaya más allá de la atención curativa, para que la persona que sufre se abra a un espacio de confianza y de esperanza. Un aspecto importante que ha LA DEPRESIÓN sobresalido en esta encuesta es haber creado la oportunidad para dibujar un mapa de las estructuras católicas que trabajan en este ámbito de la asistencia y de la pastoral sanitaria (hasta ahora 31) enriquecido con numerosas informaciones sobre la tipología de las estructuras en sí; sobre el número y la tipología de las figuras profesionales involucradas; sobre las fuentes de financiación; sobre los servicios ofrecidos y las listas de espera; sobre las características socio-demográficas de los usuarios; sobre las patologías o transtornos mentales prevalecientes; sobre la forma de acercamiento al paciente y sobre sus recorridos terapéuticos innovativos; sobre las actividades previstas a nivel de prevención primaria, secundaria y terciaria; sobre las conexiones con las realidades institucionales formales e informales del territorio; sobre los cursos de formación pastoral y sobre el estudio y profundización de cuestiones éticas ligadas con el cuidado y el tratamiento de la persona con problemas de salud mental. Primeros resultados Ante todo, es interesante partir del análisis de los resultados que han surgido de las respuestas al grupo de preguntas comunes a los dos entrevistados: los obispos y los responsables de los centros. En la primera parte de este grupo de preguntas, se ha solicitado a los entrevistados que manifestaran su parecer en torno a algunos aspectos de la sociedad contemporánea de su país que según ellos influyen en el origen y en la difusión de las enfermedades mentales, con particular referencia a los transtornos depresivos. Estos aspectos habían sido anteriormente reunidos en tres macroáreas relacionadas con el sistema de los valores culturales y religiosos, con las situaciones de riesgo y con los sistemas de protección social. El análisis conjunto de las respuestas referentes a las “situaciones de riesgo” y a los “sistemas de protección social” de los varios países permite identificar algunas estructuras latentes del perfil social dentro del cual tiene origen y se alimenta la psicopatología depresiva. Parecería ser precisamente que algunos factores sociales ponen en crisis a la persona. De las informaciones que contiene esta tabla sobresale en particular su dificultad para colocarse en el trabajo y su precariedad, junto a la debilidad de las redes de ayuda intrafamiliar y a la dificultad de gestión de los afectos. Siguen en el orden la pobreza, las carencias formativas y los procesos de exclusión social. Tab. n.1 – Cuestionario de los Obispos (V)-Responsables de los centros (R). Según su experiencia, ¿cómo considera que los siguientes aspectos de la sociedad contemporánea de su país influyen en el origen y la difusión de las enfermedades mentales? (Análisis de las varias respuestas) SITUACIONES DE RIESGO Conteo (V-R) Precariedad de los medios de subsistencia, pobreza Carencias formativo/educativas Precariedad del trabajo Dificultades de colocación laboral Debilitación de las redes de ayuda y vínculos de solidaridad Enajenación de los derechos humanos Proceso de exclusión, marginación social Guerras Terrorismo Falta de educación en la gestión de los sentimientos en la vida relacional Proceso de separación de la realidad/recurso a la realidad virtual Condicionamientos del contexto ambiental Totales 21-24 18-22 21-22 20-22 Porcentual sobre Porcentual sobre los casos las respuestas (V-R) (V-R) 12.5-11.2 80.8-88.9 10.7-10.3 69.2-81.5 80.8-81.5 12.5-10.3 11.9-10.3 76.9-81.5 18-23 9-14 14-23 6-9 5-8 10.7-10.7 5.4-6.5 8.3-10.7 3.6-4.2 3.0-3.7 69.2-85.2 34.6-51.9 53.8-85.2 23.1-33.3 19.2-29.6 18-19 10.7-8.9 69.2-70.4 6-8 12-20 168-214 3.6-3.7 7.1-9.3 100.0-100.0 23.1-29.6 46.2-74.1 646.2-792.6 DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 75 75 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 Estos datos ponen de relieve dos ámbitos importantes en los que cada individuo se pone en juego sin reservas: el del trabajo y el de la relación. Como dice Bourdieu2 es el espacio social en el que cada uno de nosotros emplea su capital económico y su capital social: en este espacio, la persona puede perderse y no encontrarse jamás. La dificultad en encontrar una ocupación comporta dificultad para adquirir su independencia, en la posibilidad de hacer proyectos para el futuro, puede significar no lograr mantener a la propia familia, no poder ofrecer a los hijos las oportunidades que uno quería que al menos ellos lo tuvieran. Estas dificultades se vuelven más amplias incluso cuando la dimensión relacional se debilita: la crisis de las redes de ayuda familiar es un hecho que interesa no sólo a gran parte de los países europeos, como nos indican las más recientes estadísticas Eurostat, sino también a los países más pobres en los que los procesos de asimilación y de inculturación post-coloniales han herido los fundamentos de las culturas autóctonas, haciendo mermar las formas tradicionales de solidaridad y de apoyo que sostenían a los núcleos o a las personas en dificultad en las aldeas y en las pequeñas ciudades internas. La experiencia humana parecería precipitar hacia una cada vez más acentuada dimensión individualista que se traduce en una falta de educación para expresar los propios sentimientos en la vida relacional: la incapacidad de mirar y de abrirse al otro con confianza, la dificultad para superar la soledad en una sociedad poco acogedora y poco atenta a las necesidades de la personas. Pero entonces la enfermedad mental, y la depresión en forma particular, ¿tienen algo que ver con los sistemas de protección social? Haciendo un análisis preliminar de este grupo de respuestas, al parecer la depresión tiene mucho que ver con gobiernos que defienden una cultura que propone modelos de comportamiento marcados por el éxito, por la riqueza y por la afirmación, pero que no logra garantizar la suficiente equidad en las políticas sanitarias, económicas y sociales. Tab. n.2 – Cuestionario de los Obispos (V)-Responsables de los centros (R). De conformidad con su experiencia, ¿cómo considera que los siguientes aspectos de la sociedad contemporánea de su país influyen en el origen y en la difusión de las enfermedades mentales? (Análisis de las varias respuestas) SISTEMAS DE PROTECCION SOCIAL Conteo (V-R) Escasa equidad de las políticas económicas Escasa equidad de las políticas sanitarias Escasa equidad de las políticas sociales Contradictoriedad entre objetivos y actuación política de parte de la clase dirigente Corrupción Totales 14-20 17-17 14-20 Como podemos observar en esta tabla, tanto los obispos como los responsables de los centros concuerdan en una debilidad de fondo de los sistemas de protección social, en una escasa atención en la garantía de medidas que sean la expresión de la equidad social. Al parecer, las políticas que están mayormente interesadas por este problema son ante todo aquellas sanitarias y luego las socio-económicas. Esta debilidad de los sistemas de protección social, al traducirse en un desfase entre los objetivos de la cultura dominante y los medios a disposición para alcanzarlos, puede poner en marcha procesos que, en muchos casos, desembocan en la psicopatología depresiva. El sociólogo americano Merton3 identificó hace sesenta años 5 formas de comportamiento social que responden de modo diferente a la capacidad del individuo de adaptarse a los valores culturales propuestos por el contexto cultural de referencia y a los medios permitidos con ese fin. Cada uno de nosotros es empujado por el contexto social en que vive para alcanzar esas metas, pero es igualmente verdadero que no todos disponen de los mismos medios para alcanzarlas. Las personas más desfavorecidas son aquellas más pobres, menos instruidas, sin un trabajo, sin una familia de origen o constituida. Un sistema que no se compromete a proteger a estas personas, a través de una ayuda y un seguimiento en un recorrido de inclusión psico-social, expone al individuo a la “renuncia” que se traduce en comportamientos desviados como, para emplear una acepción sociológica, la vida en la ca- 13-18 8-14 66-89 Porcentual sobre Porcentual sobre las respuestas los casos (V-R) (V-R) 21.2-22.5 70.0-80.0 25.8-19.1 85.0-68.0 21.2-22.5 70.0-80.0 19.7-20.2 12.1-15.7 100.0-100.0 65.0-72.0 40.0-56.0 330.0-356.0 lle, clochard, alcoholismo, dependencia de sustancias tóxicas. En este sentido también la depresión puede estar comprendida en la expresión en llave psico-social de la renuncia. La depresión, por tanto, como mal-estar psico-social, que ahonda sus raíces en una sociedad que excluye en vez de abarcar, rechaza en vez de acoger, abandona en vez de proteger. Se necesitan políticas que se ocupen de los problemas de los ciudadanos, y garanticen una equidad a nivel social, económico y sanitario. Si la manifestación como reacción a la dificultad se puede reconducir, en clave sociológica, al concepto mertoniano de “renuncia”; en clave psicopatológica, dicha manifestación se vuelve conflicto, desorganización del comportamiento, destabilización emocional, transtorno-síntoma de la dificultad de la condición humana contemporánea. Como sobresale DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 76 76 en esta tabla, las respuestas tanto de los obispos como de los responsables de los centros ante todo colocan los estados de ansia y de frustración entre los transtornos más difundidos, siguen la desilusión y la escasa autoestima. En síntesis, es la representación del fracaso de la persona, del derrumbe del sistema de expectativas, de la falta de apagamiento de la exigencia de dar un significado pleno a la propia existencia. LA DEPRESIÓN es así. El ansia y la frustración existencial se manifiestan con mucha más fuerza en quien, desprovisto de los medios, trata afanosamente de “sobrevivir” a la miseria de lo cotidiano. Cuando en los proyectos de la cooperación para el desarrollo se habla de “empowerment” se entiende también esto: restituir la confianza en los propios medios, reforzar los procesos de autoestima, ayudar a superar la sensación de inadecuación a enteras poblaciones Tab. n.3 – Cuestionario de los Obispos (V)-Responsables de los centros (R). Según su experiencia, ¿cómo considera que los siguientes aspectos de la condición humana contemporánea en su país influyen en el origen y en la difusión de las enfermedades mentales? (Análisis de las varias respuestas) Conteo (V-R) Ansia Frustración Aburrimiento Desilusiones Escasa autoestima Sensación de inadecuación No aceptación de los límites de la dimensión humana Agresividad Dependencia alcohólica Dependencia de sustancias estupefacientes Dependencia de imágenes ideales Dependencia coactiva de otras personas Dependencia de modelos de valores absolutos Dificultad de manifestar los propios sentimientos Totales El modelo individualista dominante en las sociedades contemporáneas coloca al sujeto en relación con otro exclusivamente en una lógica de confrontación competitiva. La vida es una competición a la afirmación del proprio Yo sobre el otro. No alcanzar este objetivo hace surgir una fuerte sensación de inadecuación, otro factor que indican los entrevistados, que se hace concreto bajo diferentes modos de comportamientos patógenos que oscilan entre los polos de la pasividad y de la agresividad. Actitudes en las que a veces se quiere compensar la búsqueda de equilibrio recurriendo al alcohol o al uso de sustancias estupefacientes. Esta lectura de datos que es idónea para los países del área desarrollada y de la opulencia, podría aparecer distante de la realidad de los que viven en condiciones de privación. Pero no 21-26 21-26 14-18 19-23 19-25 18-20 11-16 17-14 22-23 18-20 10-24 12-14 7-12 17-21 168-282 Porcentual sobre Porcentual sobre las respuestas los casos (V-R) (V-R) 9.3-9.2 77.8-92.9 9.3-9.2 77.8-92.9 6.2-6.4 51.9-64.3 8.4-8.2 70.4-82.1 8.4-8.9 70.4-89.3 8.0-7.1 66.7-71.4 4.9-5.7 7.5-5.0 9.7-8.2 8.0-7.1 4.4-8.5 5.3-5.0 3.1-4.3 7.5-7.4 100.0-100.0 40.7-57.1 63.0-50.0 81.5-82.1 66.7-71.4 37.0-85.7 44.4-50.0 25.9-42.9 63.0-75.0 646.2-1007.1 abandonadas a sí mismas, a fin de que tomen en sus manos su propio destino. Hay que subrayar el dato referente a la agresividad como elemento de grave transtorno que es una de las características del estado depresivo y que a veces puede manifestarse a través de comportamientos violentos dentro del contexto familiar para compensar las frustraciones y las desilusiones acumuladas en ambientes fuera de ella. La agresividad se autoalimenta, desencadenando en el sujeto sentimientos contradictorios que van del sentimiento de culpa al de desquite. La familia a menudo es la principal víctima de esta realidad: tanto por la dificultad de absolver la difícil tarea de asistir y ocuparse de la persona deprimida ante la falta de servicios adecuados para afrontar el problema, ya sea porque las familias son abandonadas a sí mismas por gobiernos con políticas “débiles” y poco estructuradas en el campo de la salud. Pero la familia no entra en este tema sólo por esta razón. La criticidad actual de los contextos familiares resulta ser uno de los aspectos que, ya sea de conformidad con la percepción de los obispos, como a la experiencia de los responsables de los centros, parecería influir de manera significativa en la patogénesis de los estados depresivos. En la tabla siguiente los factores indi- DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 77 77 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 cados se deben ante todo a la cada vez más difundida disgregación de los núcleos familiares asociada al progresivo debilitamiento del valor del instituto matrimonial, al que se acompaña un significativo aumento de separaciones y divorcios, y a la falta de comunicación en el núcleo familiar. Si no se está juntos no hay diálogo, no hay confrontación, falta una experiencia auténtica del compartir. Parecería sobresalir una difundida capacidad para experimentar una comunión de intentos, el compartir un proyecto de vida común. sión, hemos tratado de entender sí y de que modo el debilitamiento y/o la disminución de algunos valores culturales y religiosos transversales a una ciudadanía laica y eclesial pudiesen influir en la manifestación y difusión de la psicopatología depresiva. En la tabla siguiente podemos identificar los aspectos en los que se han expresado de modo concorde tanto los obispos como los responsables de los centros y que se refieren sobre todo a la crisis de los valores de referencia, a la exasperación de los deseos y a una cultura fuertemente orientada al hedonismo. Tab. n.4 – Cuestionario de los Obispos (V)-Responsables de los centros (R). Según su experiencia, ¿cómo considera que los siguientes aspectos de los contextos familiares contemporáneos de su país influyen en el origen y en la difusión de las enfermedades mentales? (Análisis de las varias respuestas) Conteo (V-R) Desequilibrio entre roles masculinos y femeninos Falta de figuras de los padres como referencia Separaciones y divorcios – disgregación de los núcleos familiares Pérdida de los valores del instituto matrimonial Falta de comunicación – diálogo Falta de tiempo para estar juntos “Inmadurez” de las figuras de progenitores Conflictos y desarmonías entre las figuras de progenitores Delegar responsabilidades a terceras personas Delegar responsabilidades a las instituciones Debilitamiento de proyectos comunes de vida Preparación no adecuada a la vida matrimonial Conflictos entre padres e hijos Comportamientos agresivos o violentos dentro del ámbito del núcleo familiar Totales Es el espejo de la cultura individualista dominante. Asimismo, se denuncia la falta de figuras maduras de los padres, capaces de constituir un punto de referencia para sus hijos, de proponer modelos en los que se puedan reconocer. La soledad se insinúa en el núcleo familiar hasta llegar a ser devastante. Sentirse solos incluso cuando se está entre las personas más queridas y más cercanas, amplía el sentimiento de ansia y de angustia. Lamentablemente estos estados de ánimo constituyen una de las características cada vez más salientes de la condición humana de las nuevas generaciones. Al terminar esta primera parte del contexto psicosocial y familiar en el que se asoman la enfermedad mental, y en particular modo la depre- 14-18 22-25 23-23 19-23 23-25 20-21 19-24 22-24 12-17 13-13 17-18 20-22 21-25 23-25 268-303 Porcentual sobre Porcentual sobre las respuestas los casos (V-R) (V-R) 5.2-5.9 53.8-66.7 8.2-8.3 84.6-92.6 8.6-7.6 7.1-7.6 8.6-8.3 7.5-6.9 7.1-7.9 8.2-7.9 4.5-5.6 4.9-4.3 6.3-5.9 7.5-7.3 7.8-8.3 88.5-85.2 73.1-85.2 88.5-92.6 76.9-77.8 73.1-88.9 84.6-88.9 46.2-63.0 50.0-48.1 65.4-66.7 76.9-81.5 80.8-92.6 8.6-8.3 100.0-100.0 88.5-92.6 1030.8-1122.2 Es evidente que estos aspectos son subrayados sobre todo por la parte eclesiástica, mientras que los laicos, sin dejar de tomarlos en cuenta, redimensionan los mismos factores de criticidad. Estos primeros datos requieren la reflexión sociológica: cada persona actúa en un determinado sistema cultural. El sistema contemporáneo de las normas culturales parecería estar orientado a la exasperación de modelos individualistas en los que la apariencia y la exterioridad dominan el espacio de realización de la persona humana. Una cultura dominante que empuja hacia la exterioridad en desmedro de la interioridad, donde el aparecer y el tener prevalecen sobre el pertenecer y el ser. Una cultura en la que el deseo es derecho, en él todo termina, en él desaparece el objeto mismo del deseo. Y cuando el deseo no es realizable o no se puede alcanzar provoca heridas insanables, a las que siguen la frustración y el anonadamiento, presagios de la psicopatología depresiva. En este quadro se inserta el aporte de la pastoral sanitaria. Para este fin se ha querido dar voz a la opinión de los obispos responsables de la pastoral sanitaria en los varios países implicados en la investigación sobre el estado de la acción pastoral en torno a este delicado tema. Ante todo, se ha pedido a los entrevistados en torno a la existencia de un programa pastoral de las diferentes iglesias locales dedicado al tema de la salud mental. Como se Tab. n.5 – Cuestionario de los Obispos (V)-Responsables de los centros (R). De acuerdo con su experiencia, ¿cómo considera que los siguientes aspectos de la sociedad contemporánea de su país influyen en el origen y en la difusión de las enfermedades mentales? (Análisis de las varias respuestas) SISTEMAS DE PROTECCION SOCIAL Crisis de valores de referencia (vida, familia, educación) Egoísmo Hedonismo Cultura tecnológica/tecnicismo Búsqueda de lo imposible Exasperación de los deseos Conflictualidad cultural Ritualidad mágica Negación de la trascendencia Relativismo ético-religioso Totales Conteo (V-R) 23-22 13-19 20-18 9-9 8-7 17-20 8-8 12-13 8-13 13-9 131-138 Porcentual sobre Porcentual sobre las respuestas los casos (V-R) (V-R) 17.6-15.9 9.9-13.8 15.3-13.0 6.9-6.5 6.1-5.1 13.0-14.5 6.1-5.8 9.2-9.4 6.1-9.4 9.9-6.5 100.0-100.0 88.5-91.7 50.0-79.2 76.9-75.0 34.6-37.5 30.8-29.2 65.4-83.3 30.8-33.3 46.2-54.2 30.8-54.2 50.0-37.5 503.8-575.0 DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 78 78 LA DEPRESIÓN desprende de la tabla siguiente, más del 60% de los obispos ha declarado que en este ámbito no existe ningún programa pastoral, lo cual confirma el camino aún largo y difícil por recorrer para que sea más incisiva la intervención de la Iglesia en favor de los que sufren estas patologías. tida en el frente de la prevención, ya sea a través del apoyo a las personas con riesgo o mediante una intensa actividad de información de la comunidad sobre los efectos no sólo físicos, sino también sociales del abuso de sustancias como el alcohol y la droga, cuyo consumo puede relacionarse con la presencia Tab. n.6 Existencia de un programa pastoral de la Iglesia local dedicado específicamente al tema de la salud/dificultad mental (distribución de valores absolutos y porcentuales) Sí No No responde Total Valores absolutos 8 16 2 26 Al parecer, tanto en la sociedad civil como en la comunidad eclesial es necesario actuar por una mayor sensibilización sobre estos temas, para los que aún no se han desarrollado líneas pastorales precisas. En este sentido, esta Conferencia Internacional dedicada específicamente a la depresión, psicopatología transversal al mundo del desarrollo y del subdesarrollo, constituye un momento importante de reflexión para relanzar un empeño pastoral en un ámbito tan difícil y a menudo dejado de lado, olvidado por el mundo civil. Sin embargo, en nuestra investigación hemos tratado de profundizar lo existente para identificar en los programas pastorales en acto aquellas líneas de acción y de actuación que podrían constituir una sugerencia para el compromiso de otras iglesias sobre este tema. Del análisis de los objetivos de los programas pastorales actualmente en acto ha sido posible identificar cinco líneas principales de acción: Una acción pastoral que pone en el centro a los enfermos y a sus familiares, como destinatarios y agentes de evangelización; Una intensa acción de sensibilización hacia quienes deciden las políticas locales, de la sociedad civil y eclesial sobre la importancia de defender los derechos de las personas con problemas de salud mental, con el fin de promover una atención y una consideración nueva de las problemáticas que tocan el sufrimiento de la mente humana; Una acción pastoral comprome- Valores porcentuales 30,8 61,5 7,7 100,0 de enfermedades mentales y/o transtornos depresivos específicos; Una acción pastoral que tiende a la rehabilitación de las personas con enfermedades mentales, con el fin de que retornen a su vida familiar, de trabajo y de relaciones; Finalmente, una acción formativa que tenga como objetivo preparar agentes pastorales en el ámbito de la salud mental no sólo capaces de acompañar a la persona con estos problemas, sino también de identificar estrategias pastorales innovativas, idóneas para enfrentarse al fenómeno de modo eficaz. Sin embargo, esta proyección parecería no estar acompañada por una adecuada disponibilidad de recursos humanos y materiales suficientes para responder a todos los compromisos a los que empeñarían los objetivos arriba mencionados. En la mayoría de los casos, los obispos confirman la presencia de “cristianos competentes que se comprometen en el mejor modo posible”, o “grupos de jóvenes, pequeñas comunidades cristianas, equipos de profesionales de buena voluntad”: se trata de ayudas voluntarias. Además están los capellanes, religiosos y religiosas. En general se lamenta la falta de personal estable, calificado, con específicas competencias profesionales y pastorales. De las respuestas de los obispos se percibe la afanosa búsqueda de hacer todo lo posible, en condiciones generalmente difíciles, en las que incluso es necesario desafíar el estigma y el prejuicio hacia un fenómeno que da miedo a muchos, que asusta y aleja. Los organismos a través de los cuales la pastoral sanitaria se expresa en este ámbito son aquellos núcleos de agentes pastorales comprometidos en servicios a favor de la salud mental, capellanías hospitalarias comprometidas en este frente, a niveles más elevados por Comisiones psiquiátricas para la animación pastoral en las clínicas especializadas, departamentos para la asistencia espiritual a las personas con enfermedades mentales. También se ha tratado de explorar las eventuales formas de coordinación de dichos programas pastorales en el territorio y el grado de satisfacción con respecto a dichas formas de colaboración. De las respuestas de los obispos parecería que la diócesis es la realidad territorial que funciona como catalizador de las formas de intervención pastoral: siguen las conexiones con las parroquias y con las estructuras sanitarias. Sin embargo el nivel de satisfacción no es muy animador, lo cual demuestra la dificultad que encuentran diariamente estos programas. Hay que notar el dato animador sobre la colaboración con las instituciones penitenciarias: hay que preguntarse si quizás precisamente allí donde el hombre parecía haber perdido todo, la razón y la libertad, la acción pastoral abre al hombre un espacio de confianza y de esperanza en el que se pueda confiar la conciencia más que la razón. Y el hombre se abre a la “salvación”, a la búsqueda de sí mismo, de los demás y de Dios, cualquiera sea su fe. DH 55 spa 1-79 6-05-2004 11:25 Pagina 79 79 DOLENTIUM HOMINUM N. 55-2004 No tenemos tiempo para exponer algo más sobre los resultados de este trabajo. De todos modos, creo que ha sido suficiente para convencernos de que la acción en el campo de la salud mental constituye para todos los agentes sanitarios, laicos y religiosos, un desafío y al mismo tiempo una misión. Un reto contra el prejuicio y el temor que circunda a estas patologías y que vuelve cada vez más solos no solamente a los directos interesados sino también a sus familiares. Una misión, porque la relación con las personas con problemas de sufrimientos mentales requiere, más que en cualquier otra el coraje de reconocer en el otro la imagen de Cristo que llama a un acto de amor, y la imagen del Buen Samaritano se vuelve una vez más la efigie simbólica. Para concluir quisiera recordar brevemente la historia de un encuentro narrado por la Madre Teresa de Calcuta en un discurso pronunciado en 1979 en una iglesia carmelita de Dublín; me parece que sintetiza perfectamente el “hambre” de amor de nuestros tiempos, del que la depresión es indudablemente una de sus muchas expresiones posibles. Es la historia de un muchacho hallado en la calle, en una vereda, en plena noche, a quien su madre había arrojado de casa. Cuando, las religiosas pasaron, el joven se había procurado una overdosis y fue llevado al hospital. Recuerda la Madre Teresa: “...No dejé de pensar que quizás su madre era una de aquellas personas que estaban comprometidas a favor de nuestros hambrientos en India. Y aquí estaba su hijo hambriento, hambriento de ella, hambriento de amor, habriento de su solicitud, y ella lo rechazaba. Llevad el amor a vuestras casas. Si amais de verdad a Dios comenzad amando a vuestros hijos, a vuestro marido, a vuestra mujer. Los ancianos ¿dónde están? ¿Por qué no están con ustedes? Y el niño minusválido ¿dónde está? ¿Por qué no está con ustedes? Ese niño, ese anciano, jóvenes padres, jóvenes madres, es un don de Dios”4. Combatamos la depresión respondiendo con energía también nosotros a este acto de amor, para cons- truir una sociedad en la que el imperativo de Cristo “amaos como yo os he amado” se convierta en parte integrante de la vida de cada uno de nosotros. Dra. FIORENZA DERIU Investigadora social, Investigadora de la Universidad “La Sapienza” de Roma Dr. DANIEL CABEZAS Psiquiatra, Hospital Fatebenefratelli, Roma Dra. ROSA MEROLA Psicoterapeuta, Asesora psicóloga del Ministerio de Justicia, Roma Notas 1 E.DURKHEIM, Le Suicide.Étude de Sociologie, Paris, Alcan, 1985, VIII. 2 P.Bourdieu, Ragioni Pratiche, Bologna, Il Mulino, 1995. 3 R.K.Merton, Social Theory and Social Structure, Glencoe, Ill., The Free Press, trad.it. Teoria e Struttura Sociale, Bologna, Il Mulino, 1992. 4 K. SPINK, Madre Teresa. Una vita straordinaria, ed. PIEMME, 2003.