sabemos pero no actuamos ¿cuál es el papel de la educación

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SABEMOS PERO NO ACTUAMOS
¿CUÁL ES EL PAPEL DE LA EDUCACIÓN AMBIENTAL?
M.C. LUZ MARÍA NIETO CARAVEO
Profesora Investigadora de la UASLP
[email protected]
Referencia: Nieto-Caraveo L.M. (2004) ¿Cuál es el papel de la Educación Ambiental? Publicado en Revista Universitarios,
Vol. XII, No. 2, Mayo-Junio de 2004, Editorial Universitaria Potosina, México, 121p. (pp. 56-61).
URL: http://ambiental.uaslp.mx/docs/LMNC-AU-0406-GAP.pdf
Uno de los principales desafíos que enfrentamos los profesores, consiste en generar
aprendizajes que realmente se traduzcan en acciones concretas. En particular
quienes trabajamos con la educación ambiental (EA) sabemos que la
sensibilización ambiental –a través de datos y conocimientos- es imprescindible
pero no suficientes. Sabemos que en la última década se ha enfatizado hasta el
cansancio la necesidad de utilizar enfoques educativos más activos, más críticos,
que generen conductas específicas en nuestros estudiantes, y no sólo vagos
sentimientos de culpa.
Por eso me parecen muy interesantes los artículos que en Agosto de 2002, publicó
una prestigiada revista de investigación en educación ambiental: Environmental
Education Research1 (Vol. 8, No.3, 2002). La revista incluye varios artículos que
abordan preguntas como las siguientes:
•
¿Cómo se convierten el conocimiento y la preocupación ambiental en
acciones y conductas pro-ambientales?
•
¿Por qué podemos estar preocupados, conscientes e incluso tener
información y conocimientos especializados sobre medio ambiente, sin que
eso se traduzca necesariamente en un despliegue coherente de conductas y
acciones concretas a su favor?
•
¿En qué consiste esa brecha tan grande y tan incomprendida entre los
conocimientos, las actitudes y las conductas cuando se trata de los asuntos
ambientales?
El editor de la revista, William Scott, explica que la idea de este número temático
de la revista surgió de un artículo2 de Anja Kollmuss y Julian Agyeman3. Gracias a
su buena disposición al escrutinio público, los autores animaron la idea de que su
propio texto fuera enviado a otros colegas, para que formularan comentarios y
críticas que a su vez también fueran publicados en el mismo número de la revista.
En esta ocasión me propongo hacer una brevísima, esquemática e incompleta
reseña de dicho artículo, con el propósito de invitar a la lectura cuidadosa de toda
la revista.
COMPLEJA RELACIÓN:
CONOCIMIENTOS, ACTITUDES Y COMPORTAMIENTOS
Kollmuss y Agyeman explican que se han hecho cientos de estudios y se han
formulado varios marcos teórico-conceptuales sobre el tema; pero no existe una
explicación definitiva. El debate y los comentarios de los demás autores en la
revista lo confirman: la cuestión es compleja y discutible. Lo que sí se sabe es que
no hay una relación automática, mecánica o directa, entre conocimiento y/o
preocupación ambiental, por un lado, y conductas y comportamientos ambientales,
por otro.
Para nosotros es importante destacar este primer punto, porque con mucha
frecuencia encontramos afirmaciones que dan por hecho que la gente, una vez
“informada” o “concientizada” sobre X o Y problema ambiental, actuará
consecuentemente para resolverlo. A veces sucede, pero no siempre, ni siquiera la
mayoría de las veces.
Esto significa que no basta que una persona o una comunidad esté informada sobre
los riesgos que enfrenta para que actúe en consecuencia. No basta que se nos
insista hasta el cansancio sobre los graves problemas de deterioro ambiental, de
contaminación, de uso insostenible de los recursos naturales, para que tomemos
decisiones apropiadas.
Suponer que a mayor concientización habrá –automáticamente- mayor respuesta a
los asuntos ambientales se ha vuelto una postura ingenua que no ayuda a diseñar
programas de educación ambiental efectivos. El excesivo énfasis en la
“sensibilización” genera iniciativas educativas de corte informativo e individualista,
llenas de datos y consignas que provocan preocupación y sentimientos de culpa,
pero que muy pocas veces producen las capacidades necesarias para cambiar y
transformar las cosas. En el “mejor” de los casos, este tipo de programas
“concientizadores” suelen generar comportamientos individuales, de corta
duración y poco trascendentes si los comparamos con la magnitud de los
problemas ambientales.
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Como señalé antes, no se trata de descalificar el papel que tienen la sensibilización
y la llamada “concientización”, sino de ubicarlos en el lugar que les corresponde
como un primer paso. Los siguientes pasos dependen de:
•
Cómo entendemos la relación
comportamientos ambientales, y
•
Cómo percibimos la situación ambiental que deseamos abordar.
•
Cómo concebimos los principios, propósitos y estrategias de la educación
ambiental en general y para el caso que nos ocupe.
entre
conocimiento,
actitudes
y
Este artículo destaca sólo el primero de esos puntos. Las investigaciones apuntan a
que la relación conocimiento-actitud-comportamiento depende de una compleja
combinación de factores psicológicos y sociológicos que adquieren una
configuración específica en cada ocasión. Esto tiene grandes implicaciones para la
educación ambiental en cualquier modalidad, ya que requiere del diseño de
iniciativas apropiadas para cada situación concreta.
Así, el diseño de programas de EA debe incluir, entre otras cosas, una clara
identificación de los principales factores que limitan el involucramiento de la gente
y su capacidad de incidir en el cambio o transformación requerida por el asunto
ambiental que queremos abordar.
¿Cuáles son esos factores que debemos tomar en cuenta los educadores
ambientales? La reseña que presento a continuación del artículo de Kollmuss y
Agyeman intenta dar algunas pistas para responder esa pregunta.
LOS MODELOS
Los primeros modelos que se desarrollaron en los años 70 son “lineales”, es decir,
suponen una cadena de causas y efectos automáticos y directos. Por ejemplo, se
planteaba algo así como lo siguiente: los conocimientos ambientales generan
actitudes ambientales que a su vez generan comportamientos pro-ambientales.
Otros modelos desarrollados en los años 80 incorporaron más elementos pero se
basaron en la premisa de que el comportamiento de las personas es principalmente
racional, es decir, que las personas hacemos un uso sistemático de la información
que poseemos para dirigir nuestras acciones (no tenemos deseos inconscientes, ni
motivaciones no reconocidas). Así, la “Teoría de la acción razonada”, muy
extendida en esa época entre quienes diseñaban programas y campañas educativas
fue básica para el modelo del “Comportamiento Ambiental Responsable” de Hines
(1986, Figura 1).
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Según nos explican Kollmuss y Agyeman, muy pronto se demostró que esas ideas
eran incompletas y equivocadas en varios sentidos; sin embargo –nos dicen- siguen
existiendo muchos ejemplos sobre cómo las actuales campañas de comunicación
ambiental de varias ONGs muy reconocidas y de numerosos gobiernos siguen
basándose en ellas.
En segundo lugar los autores describen los llamados “Modelos de Altruismo,
Empatía y Comportamiento Pro-social”, también desarrollados a finales de los 70,
80 y principios de los 90. Algunos de ellos partían de la premisa de que la gente
que ha satisfecho sus necesidades básicas tiende a tener más motivación y actuar
más ecológicamente porque tiene más recursos, y viceversa. Evidentemente pronto
se demostró que no es así, de manera que los modelos se volvieron más complejos.
Otra noción importante es el altruismo, entendido como una parte del
comportamiento pro-social, que a su vez significa “un comportamiento voluntario
e intencional que resulta en beneficio de otros, independientemente de que los
motivos que lo impulsan sean positivos, negativos o ambos” (Eisenberg y Miller,
1987; citados por Kollmuss y Agyeman).
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Para Stern, por ejemplo, existen tres grandes tipos de “orientaciones” en las
personas, donde el componente altruista está presente en diferente medida: a) la
orientación egoísta, que sólo está preocupada por el sufrimiento de sí mismo; b) la
orientación social, preocupada por el sufrimiento de los otros; y c) la orientación
biosférica, preocupada por el sufrimiento del mundo “no-humano”. Así, la
motivación para el comportamiento ambiental sería una combinación de las tres
orientaciones, actuando con diferente peso. Al investigar su importancia relativa,
Stern encontró que la orientación egoísta era la que dominaba en la gente,
explicando así que muchas personas sólo puedan ser motivadas para un
comportamiento proambiental si se demuestra el beneficio directo e inmediato
(preferentemente) que éste podría tener para esas personas.
Un tercer tipo de modelos, desarrollados desde los 80, son los llamados
“sociológicos”. Desde esta perspectiva, aunque también se incluyen factores
psicológicos, se cuestionan los modelos descritos antes, porque fallan en
comprender las restricciones individuales, sociales e institucionales y porque
asumen que los humanos somos sólo racionales. De acuerdo con los modelos
sociológicos, no se trata tampoco de que seamos “sólo irracionales”, sino de que las
actitudes y valores de las personas son “negociados, transitorios y algunas veces
contradictorios”. La dimensión social es importante porque el poder para hacer
diferencias significativas en cuanto a los problemas ambientales locales o globales
está “inmensa e irregularmente distribuido” según explica Redclift, otro
investigador citado.
Un ejemplo destacado entre los modelos sociológicos descritos por Kollmuss y
Agyeman es el de las “Barreras entre la Preocupación y el Comportamiento
Ambiental” de Blake (1999), quien diferencía entre los ámbitos de la
individualidad, responsabilidad y practicalidad (Figura 2) en un continuo que va
desde lo individual, el contexto y la sociedad y sus instituciones.
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LOS FACTORES
El modelo de “Comportamiento Pro-Ambiental” que construyen Kollmuss y
Agyeman trata de explicar cómo interactúan dos grandes tipos de factores:
externos e internos. Los primeros incluyen factores institucionales, económicos,
sociales y culturales. Los segundos abarcan la motivación, el conocimiento, el grado
de conciencia, la percepción de la capacidad de acción y control, los valores, las
actitudes, las emociones, las responsabilidades y las prioridades, entre otros.
Evidentemente ellos no tratan sólo de mostrar que todos los factores influyen
siempre o en la misma medida, sino de explicar cómo y bajo qué circunstancias
potencian u obstaculizan el comportamiento pro-ambiental. El artículo describe
con detalle cada uno de los factores que se muestran en la Figura 3.
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A MANERA DE CONCLUSIÓN
La descripción del modelo de Kollmuss y Agyeman permitiría escribir otro artículo
como éste. Las críticas y comentarios de los demás autores de la revista comentada
también darían para varios más. Independientemente de las críticas que pueden
plantearse al intento de modelar el comportamiento ambiental –entre otras cosas-,
la lectura de un artículo de revisión tan interesante como éste es imprescindible
para los educadores ambientales.
Para terminar sólo quiero resaltar que Kollmuss y Agyeman advierten que hay
otros enfoques que están resultando muy prometedores frente a los fracasos de las
campañas tradicionales de educación y comunicación ambiental que buscan la
sensibilización y el convencimiento a través del ofrecimiento de información.
Específicamente se refieren a las nuevas técnicas de “mercadotecnia social” basada
en la comunidad, que se han utilizado en estrategias dirigidas a la salud, al SIDA y
a las campañas para no fumar. También se refiere a la metodología de
procedimientos deliberativos e inclusivos (por ejemplo, jurados ciudadanos y
mesas redondas) ligados a problemáticas ambientales específicas. La aplicación de
estos nuevos enfoques no ha sido suficientemente investigada todavía.
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1
Los datos de la revista pueden consultarse en: http://www.tandf.co.uk/journals/carfax/13504622.html
2
Kollmuss A., Agyeman J. (2002) Mind the Gap: why do people act environmentally and what are the
barriers to pro-environmental behavior?. En: Environmental Education Research, Vol. 8, No.3, 2002.
3
Al parecer Anja Kollmuss fue alumna de posgrado de Julian Agyeman, quien es profesor asistente en la
Tufts University en Massachusetts, EU. Ver datos sobre éste en: http://www.tufts.edu/~jagyem01/
Nota:
Una versión anterior y resumida de este artículo fue publicado bajo la siguiente referncia
Nieto-Caraveo L.M. (2003) ¿Por qué no/sí actuamos ambientalmente? La brecha entre la mente, la emoción y
la conducta. Publicado en Pulso, Diario de San Luis, Sección Ideas, Pág. 4a del jueves 6 de marzo de 2003, San
Luis Potosí, México. URL: http://ambiental.uaslp.mx/docs/LMNC-AP030306.pdf
Visita nuestro sitio web: http://ambiental.uaslp.mx/
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