Homilía del P. Adolfo Nicolás, S.J., Colegio Externado de San José

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Homilía en el Colegio Externado San José, El Salvador
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Homilía del P. Adolfo Nicolás, S.J.
Colegio Externado de San José, El Salvador, 25 de abril de 2010
Tengo que decir que en El Salvador me siento muy en casa. Hay
terremotos como en Japón y hace calor como en Filipinas. ¡Todo
normal! Pero más que los terremotos y el calor, me ha impresionado
mucho esta mañana la visita a la Catedral y a la Cripta donde está
Monseñor Romero, lo mismo que la casa donde él vivía y la capilla
donde lo asesinaron; pero no voy a hablarles de esto, porque ustedes
saben mucho más que yo y todavía estoy impresionado por lo que he
visto y lo que he oído, de manera que voy a hacer una homilía reflexionando sobre los textos que acabamos de oír.
La primera lectura es de los Hechos de los Apóstoles (13, 14.43-52) y
nos habla de algo que ustedes han experimentado quizá muchas
veces, quizá pocas; pero que es una parte sumamente importante de
nuestra vida y de nuestra misión, que es el fracaso.
La primera lectura nos habla de cómo fracasó San Pablo con su gente entre los judíos. San Pablo quiere presentar el evangelio pero no lo
entienden, o le malentienden, o no le quieren escuchar y le expulsan;
incluso organizan una gran persecución y, gracias a eso, gracias a
ese fracaso, nosotros estamos aquí, somos cristianos.
Porque los judíos le rechazaron, San Pablo fue hasta España y luego
en Roma le mataron. Porque San Pablo fracasó con los judíos, el
evangelio llegó hasta El Salvador cuando los europeos se dieron
cuenta que el mundo era más grande que el mar Mediterráneo.
Esto nos enseña algo muy importante en nuestra vida. Yo diría que la
mayoría de las personas, hombres y mujeres, tenemos varias experiencias de fracaso: las cosas no van bien en el trabajo, en el matrimonio, en la comunicación con los hijos, en los estudios del colegio.
Todos tenemos experiencias de fracaso y es frecuente que, cuando
el fracaso es importante, entremos en depresión, nos sintamos que
no valemos y dudemos de nuestra vida, de las opciones que hemos
hecho, etc., etc.
Y, sin embargo, la primera lectura de hoy nos dice que el fracaso es
el principio de una realidad mucho más grande, pues, gracias a este
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fracaso de San Pablo, el Evangelio se extiende por todo el mundo.
Entonces, el genio del cristianismo, el genio de nuestra fe es transformar el fracaso en una nueva posibilidad, en una nueva oportunidad. Si aprendemos esto, nuestra vida cambia, porque el éxito lo
alcanzan unos cuantos, pero el fracaso todos, en un tiempo o en otro.
Creo que no hay ninguna persona que haya pasado los cuarenta
años que no haya experimentado dificultades, problemas, o de pareja, o de familia, o de novio-novia. Cuando fui a Japón, los jóvenes a
quien yo encontraba siempre me preguntaban por qué era célibe y
sacerdote. Y siempre esperaban que la respuesta fuera “pues, me
dejó mi novia”. Esa es la respuesta que esperaban, porque entre los
monjes budistas, parece ser, que hay un número, no pequeño, de
personas decepcionadas porque la novia les deja, no saben qué
hacer y entonces buscan en la religión una especie de refugio.
Lo importante aquí es saber si las dificultades -de las cuales ustedes
tienen mucha más experiencia que yo, dificultades nacionales,
económicas, familiares, todo lo que quieran- son parte de la vida o
son un accidente. La lectura de hoy nos dice que son parte de la vida.
Sobre todo, son parte de la evangelización, de nuestra misión, así
más estrictamente cristiana. ¿Por qué? Porque la evangelización está
fundada en la libertad. Nosotros presentamos un mensaje, vosotros
comunicáis ese mensaje en vuestra familia, a los amigos, a quien
sea, y como es un mensaje en el que al centro está el amor, solamente se puede aceptar en libertad.
Aquí no hablo de los españoles que vinieron hace cuatro siglos y
quisieron imponer, con más o menos con buena voluntad, ciertas
formas de fe, hablo de la evangelización profunda, la que se acepta
en libertad y que crea más libertad. Solamente ésa es la que sirve.
Entonces el fracaso parece que nos pone en tensión, en dificultad,
pero en el fondo es la gran oportunidad de ir más a lo hondo, de profundizar un poco más quienes somos, de conocer nuestras debilidades, nuestras limitaciones y partir de ahí para un nuevo camino. ¡El
fracaso es la gran oportunidad!
Es una lástima, les decía ayer a los que nos encontramos en la UCA,
que a veces nos olvidamos de celebrar el fracaso. Este fracaso de
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San Pablo es motivo de celebración para todos nosotros, pues gracias a eso, estamos aquí.
A veces en las familias, y vosotros lo sabéis, el hijo o la hija mayor es
muy inteligente, saca muy buenas notas, le va muy bien el colegio y
eso es un bendición para la familia, todos muy contentos. Viene el
segundo hijo o hija y ya todo es comparación con la hija mayor o el
hijo mayor y el pobre segundo está luchando por ver si sus padres se
ponen contentos con lo que hace y nunca lo están del todo, pues
siempre comparan: “mira, tu hermano mayor sacaba mejores notas”,
“tu hermana mayor parece que en el colegio le iba mejor que a ti,
¿qué pasa?”. Y en el colegio siempre les comparan, claro “ah tú eres
hermano de tal” y eso, a los chicos les molesta muchísimo. Cuando,
después de trabajar mucho, sacan peores notas, nunca lo celebramos; celebramos solamente los premios que saca el hermano mayor
y eso hace mucho daño al corazón de un niño que está creciendo.
Eso mismo pasa en la sociedad, en nuestras casas, incluso en las
casas religiosas. O sea, es una tendencia a valorar solamente lo que
brilla, lo que sale bien, mientras que nuestra vida está entretejida de
cosas que salen bien y de cosas que salen mal. La vida de San Pablo
era así, con persecución, con grandes dificultades, con peligros de
vida, con riesgos para su existencia y su identidad.
El 95% de las personas experimentan el fracaso y, entonces, ¿cómo
podemos aprender que este fracaso es un momento de crecimiento?
Eso para los estudiantes es importantísimo. Crecer en este mundo no
es nada fácil y cada vez se hace más difícil tener relaciones humanas
profundas, sanas en la familia, en el matrimonio, con los hijos y con
los nietos.
Entonces, ¿cómo vivir en medio de este mundo? Pues transformando. Como nos dicen los Hechos de los Apóstoles. Pero entonces significa que tenemos que aceptar el fracaso como una llamada. Y nos
dice la lectura de hoy que San Pablo lo tomó como una llamada. Por
eso a San Pablo le hacen luz de los gentiles. Tal es la llamada, es la
gran oportunidad. El evangelio se predica primero con los que están
cerca. Si nos rechazan, es el momento de sacudir el polvo de las
sandalias e ir a otra ciudad, a otro sitio. El evangelio sigue vivo, sigue
abierto y si no me lo aceptan aquí puedo ir a otras partes del mundo
donde hay gente que lo espera.
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En Asia la religión masivamente extendida es el budismo y tanto en el
budismo como el hinduismo de la India, como en el taoísmo de China,
como en el cristianismo, una de las virtudes fundamentales es “trabajar con entusiasmo pero luego quedarse desapegado del resultado de
nuestro trabajo”. Eso es una medida espiritual que nos puede ayudar
mucho. Hacemos todo lo mejor posible, pero si no sale bien dejarlo en
las manos de Dios y seguir adelante. No hundirse, no empezar a mirar al pasado. Eso ya no es tan importante. Lo importante es qué
nuevas oportunidades se abren delante de mí, qué quiere Dios de mí
en este momento en el que parece que todo me sale mal.
Yo creo que este es un mensaje sumamente actual para todos nosotros, sobre todo en países donde las dificultades son sumamente
visibles y sumamente radicales. Mucho más cuando viene del norte y
del oeste una cultura que todavía insiste más en el éxito, en pasarlo
bien, donde todo parece “instantáneo”, tal como el café instantáneo,
la felicidad instantánea: “pon una moneda y serás más feliz”, “compra
esto y serás más feliz” y nos dejamos engañar, porque nos lo creemos. San Pablo nos diría hoy: “Dios tiene su programa y lo vamos
descubriendo poco a poco” y esas oportunidades en que las cosas no
van tan bien son grandes momentos de aprender.
El Salmo (99) que sigue a la primera lectura, nos dice por qué es esto
posible. Nos dice, y lo hemos cantado y lo hemos repetido, que nuestra seguridad está en Dios, no está en nuestros planes, no está en los
programas en los que nosotros entramos, no está en el esfuerzo personal, sino que está en el amor fiel de Dios que nos acompaña siempre. Y eso lo hemos cantado y lo hemos repetido y seguimos repitiendo cada vez que celebramos.
A la base de todo está el amor absoluto e incondicional de Dios. Por
eso, podemos seguir esperando; por eso el fracaso no es tan importante, porque lo importante continúa en medio de nosotros. Lo importante nos sigue apoyando, nos sigue sosteniendo, y el que las cosas
no salgan como queríamos, es solamente un episodio, una parte de
nuestra historia; la historia larga de nuestra vida es la historia de un
Dios paciente que nos va perdonando, nos va aceptando tal como
somos; que nos va ayudando y éste fue el gran descubrimiento de
San Pablo que trastornó todas sus categorías pasando de ser perseguidor a ser propagador del evangelio. De perseguir, porque veía ahí
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una amenaza a su religiosidad un poco farisaica del esfuerzo, de que
yo me gano mi salvación cumpliendo todas las leyes, a la experiencia
de un Dios misericordioso que nos acepta tal como somos. Y ese
descubrimiento fue tan fuerte que le cambió su vida y se tuvo que ir
tres años a Arabia a meditar ¿qué significa esto para mi vida?, porque
mi vida ha cambiado totalmente. Quizá se podría decir que Monseñor
Romero vivió precisamente aquí tres años profundizando el cambio
que había experimentado al estar en contacto con todos ustedes.
Cuando lo último es el amor, todo lo demás pierde fuerza; lo último
para nosotros es el amor de Dios que no falla; entonces todo lo demás son cosas secundarias y podemos crecer, podemos avanzar,
porque sabemos que tenemos algo sólido y fuerte. La vida se llena de
esa alegría que, en las sociedades modernas, parece que se está
perdiendo.
Antes, la alegría era fácil de compartir y, por eso, el pueblo tiene tantas fiestas, momentos de compartir, momentos de vivir la alegría.
Hoy día en los países desarrollados la alegría tiene un precio, hay
que pagar para entrar en un club o en un concierto, y ahí se grita.
¿Por qué? Porque el resto de la vida es aburrido, es plano, porque no
pasa nada y entonces estamos buscando acontecimientos que nos
alegren, pero para acceder a ellos hay que pagar.
La primera lectura termina diciendo que: “estaban llenos de alegría” y
nos habla de persecución y fracaso y dificultades; sin embargo, la
última línea es: “y todos estaban llenos de paz”. Aquí hay un secreto,
aquí hay “algo” que tenemos que descubrir; ese “algo” nos lo explicita
el Evangelio (Jn. 10, 27-30) y es que: Dios está con nosotros, Dios es
nuestro pastor. Jesús se presenta como el buen pastor: “yo soy el
pastor que da la vida por las ovejas”.
En el contexto del El Salvador, la imagen de Monseñor Romero naturalmente viene a la mente. Él mismo dijo: “es muy fácil ser buen pastor con el pueblo salvadoreño”. Es fácil, porque el pastor vive por, a
partir de, para y el servicio de las ovejas; pero es una simbiosis; es
un intercambio de vida del pastor y de la vida de su pueblo. Y Jesús
nos dice: “yo soy el buen pastor, Dios está con nosotros”; que es el
nombre que le dio el evangelio al principio, Emmanuel, “Dios con
nosotros”. En efecto, Dios está con nosotros, no sentado esperando a
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que nos equivoquemos, sino en pie, como el buen pastor ayudándonos y guiándonos, y sabe cómo somos.
La oveja es considerada uno de los animales más tontos dentro del
reino animal. Las ovejas siempre van juntas; si la primera, la que va
guiando, cae en un agujero todas las demás caen en el agujero; o
sea, no hay personalidad; la imagen del grupo gregario en el que
todos hacen lo mismo, es precisamente la que ofrece un rebaño de
ovejas. Por eso, la imagen de Jesús como buen pastor, es la del pastor que nos conoce, sabe de nuestras debilidades, de nuestras limitaciones, sabe que nos equivocamos, que fallamos, que nos olvidamos.
Lo sabe de sobra y, sin embargo, da la vida por nosotros; no nos ha
escogido porque somos inteligentes sino, precisamente, porque somos débiles y él nos acompaña, nos guía; sabe esperar y sabe darnos esperanza y confianza para seguir adelante.
De manera que hoy vamos a pedir, ya que tenemos aquí la gran memoria de Monseñor Romero, un buen pastor para que todos nosotros
vayamos más allá. ¿De dónde aprendió Monseñor Romero a ser
buen pastor? De Jesús que es nuestro buen pastor, expresando lo
que es Dios para todos nosotros.
Dios está siempre en nuestros éxitos, en nuestros fracasos, en nuestra imperfección, en nuestro deseo de crecer y de mejorar, a pesar de
todo. “A pesar de todo”: es una expresión estrictamente, yo diría,
paulina, de San Pablo. El mensaje de San Pablo es: “a pesar de todo”; y la otra palabra de San Pablo es: “y todavía mucho más”; cuando habla del pecado y del fracaso dice: “sí abunda, y es abundante;
pero la misericordia de Dios es muchísimo más”.
Vamos a pedir hoy que este mensaje, que es un mensaje que Monseñor Romero llevaba muy dentro de su corazón, que sea también el
mensaje que nosotros recibimos y hacemos nuestro en la liturgia de
esta misa de hoy.
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