Vida y milagros de José Benito Barros Palomino (1915

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L A
A L E G R Í A
D E
B A I L A R
Vida y milagros de José Benito Barros Palomino
(1915-2007)
Julio César Oñate Martínez
En el puerto fluvial del Banco, famoso por sus
arreboles de fuego y los mitos y leyendas ribereñas, el
21 de marzo de 1915, de la unión de la india pocabuyana
Eustasia Palomino y el brasilero José María Barros
Traveseido, nació en la calle Boyacá del barrio Central,
José Benito Barros Palomino, sin lugar a dudas el más
versátil y prolífico compositor de todo el territorio
colombiano. Con el maestro, en su ciudad natal, en
el año de 1990, sostuvimos la siguiente conversación
sobre su vida y creación artísticas, que queremos editar
como tributo a su memoria, a raíz de su fallecimiento
del maestro el 12 de mayo de 2007 en Santa Marta.
I Los primeros años
--El padre suyo era músico o usted aprendió la guitarra
por pura iniciativa o tuvo algún profesor de guitarra
aquí en el Banco
--Mi papá murió y yo no lo conocí, pero en el Banco había
muchos señores que tocaban guitarra, cantaban muy
bonito y yo me ponía a la par de ellos y les preguntaba y
ellos me enseñaron. Estaba, por ejemplo, Pacho Sosa, quien
cantaba muy bonito y tocaba la guitarra; estaba Robertico
Palomino, un tío mío. Y varios.
--¿Esas primeras canciones que hace usted, estando muy
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Izquierda: José Barros a los 17 años cuando prestó el servicio militar.
Derecha: José Barros a los 35 años
joven, qué influencias recibieron, qué aires fueron los
que caracterizaron o diferenciaron las primeras canciones que usted compuso?
--Las primeras canciones que yo hice casi están inéditas.
Esas canciones fueron hechas para las novias que yo tenía
en esa época.
--¿Eran canciones románticas, boleros, valses, tangos,
qué ritmos eran?
--Eran canciones románticas. Todo, menos canciones de
acá, nuestras, populares, porque en esa época, no se tocaba
eso en el mundo de la gente bien.
De esas canciones es el bolero “Tu regreso”,
vocalizada por el propio maestro José Barros, con el
acompañamiento musical del argentino Joaquín Mora,
en una grabación que se dio en Cartagena a comienzo
de los años 50.
Vuelve
para poderte acariciar
mi bien
Vuelve
que yo sin ti no puedo estar
mi amor
Piensa
que nuestras almas no podrán
vivir
con la felicidad
de aquel sagrado amor
que ayer nos arrulló
Piensa en nuestro amor
testigo de dos almas,
almas que se dieron lo que Dios no quiso ´
II Las correrías
En 1935 llegó José Barros a Medellín, ciudad que
se encontraba sumida en el furor del tango y para el
fue verdaderamente impactante escuchar la voz y las
canciones de Gardel que resonaban en las victrolas y
traganíqueles de todos los cafetines de la zona de Guayaquil, donde tuvo la fortuna de ver la ultima actuación
del zorzal criollo, en el Circo España de Medellín.
Luego sobrevino la muerte de Gardel, el 24 de Junio
de 1935, cuando nació la ilusión de conocer Argentina,
la tierra que había parido a ese artista tan colosal. Se
dedicó entonces a presentarse en diferentes concursos
en La Voz de Antioquia, cantando con su guitarra compañera los tangos de moda y algunas de sus primeras
creaciones, entre ellas, otro tango, “Ingrato Amor”:
En la sombra quedaré
por la ausencia de tu amor
porque a nadie encontraré
que consuele mi dolor.
Pero yo te pensaré,
en mi desesperación,
y a la Virgen pediré
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para mi alma resignación.
Ingrato amor,
te vas de mí,
dejándomé
sin comprender
por qué te vas
sin un adiós.
No seas así,
ingrato amor
Después de 2 años de rebusque y penetración en el
medio musical de la capital paisa, José Barros orienta
su brújula musical hacia el sur del continente y en una
escala de varios meses, que comienza en el año 1938, permanece en Cali, donde un contrato con Radio Cristal
le permite darse a conocer en esta ciudad. Se acercaba
el día de las madres y el recuerdo de su progenitora,
en el puerto del Banco, angustiada por el regreso del
hijo ausente, le dio suficientes motivos para componer
el pasillo “Dos claveles”, que en 1956, el tumaqueño
Tito Cortés, con el marco musical de Los Trovadores
de Barú, convirtió en un éxito continental:
Ay, clavelito rojo,
que llevo aquí en el pecho:
vas pregonando amores,
amores maternales.
Yo te llevaré siempre
en el fondo de mi vida
como un recuerdo santo
de mi madre querida.
Mi pecho lanza un grito,
y el cielo una mirada,
para pedirle a Cristo:
“Cristo, bendito Dios,
no te lleves mi madre,
mi madrecita buena,
mi madrecita santa,
que mitiga mis penas”.
Después de su estada en Cali, siguió al Ecuador,
Perú, Chile y Argentina; allí en el país austral, y deslumbrado por las luces de Buenos Aires, recorría cantinas
y burdeles en compañía de músicos anónimos, que
como él, de origen muy humilde, llegaban de lejanos
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pueblos diseminados en la pampa, y es donde surge la
producción tanguera de José Benito Barros.
En Buenos Aires, conoció dos ya consagrados artistas argentinos, que años más adelante popularizarían
algunas de sus obras. El gran orquestador Eduardo
Armani, y el bandoneonista Joaquín Mora, quien
radicado en Colombia durante varios años, enriqueció
de forma notoria, el catálogo musical de la disquera
Fuentes, con el grupo Joaquín Mora y sus 7 gauchos.
--¿A qué edad empezó usted la correría que hizo por
distintos países?
--Yo salí de Colombia por ahí a los 18 años. La primera vez
me fui de El Banco a Panamá, de Panamá crucé todo el
territorio de Centro América y llegué a México; de México,
a los 3 meses, me sacó la policía por indocumentado; y volví
a cruzar Centroamérica y llegué nuevamente a Panamá
y de ahí pasé al Ecuador, Venezuela, Perú. Luego vine a
Colombia y entonces arranqué para el Sur, Argentina,
Chile, Brasil. Regresé de nuevo a Colombia y me radiqué
en Bogotá, permanentemente. Dejé a Bogotá como la
base, para seguir viajando. En Lima fue donde grabé por
primera vez, para la RCA Víctor, cuatro canciones, entre
ellas, el famoso tango “Cantinero Sirva tanda”:
Oiga, mozo, traiga pronto
de lo mismo que ha servido,
para ver si así me olvido
de lo que me sucedió.
No es que yo me esté muriendo
por lo sucio que ha jugado,
pero estoy decepcionado,
porque ayer me traicionó.
Sírvame, y no se preocupe,
copa grande, cantinero,
que, si fue por el dinero
que ella me quiso dejar,
ya le llegaron a bulto.
que le suenen los chelines
y le embriaguen copetines,
aunque sea por no dejar.
--Desde cuando salió de aquí, ya usted tenía inquietudes
musicales, ya tenía composiciones, ¿había estudiado
música? ¿Cómo iba usted preparado para enfrentársele
al mundo?
--Yo desde los 12 años ya tenía hechas canciones bastante
buenas. A los 14 o 15 años, tenía muchas canciones, que
podíamos decir, muy bien hechas, pero de música, de notas,
no sabía absolutamente nada: solamente me preocupaba
que en las inspiraciones hubiese bonita melodía y buenas
letras. De ahí, comprendiendo que el Banco no era donde
yo podía desarrollar lo que quería, una profesión artística, musical, entonces, me volé del Banco a buscar otros
mundos, para conocer artistas, compositores. Mientras
viajaba, no estudiaba, sino que llegaba a las grandes
ciudades, a los barrios muy pobres, a los hoteluchos, y me
iba a cantar a las cantinuchas de todos los países y oía a
diferentes cantantes. Luego de esos barrios bajos me iba
a barrios donde estaban los buenos artistas cantando,
los escuchaba, comparaba las canciones, veía los estilos y
eso fue lo que hice. Siempre en cada ciudad que llegaba,
tenía que empeñar la guitarra y vérmelas para poder
comprar otra.
las rancheras. Y la verdad es que él fue espléndido en la
producción de rancheras, como “El caballo de la vida”,
que él interpreta con el mariachi Águilas del Norte:
Cuando llegué yo a este mundo
no pude hallar un estribo
para montar el caballo
el caballo de la vida.
Pero yo tuve el coraje
y lo monté pelo a pelo;
hoy, no me tumba el caballo
ni hay mujer que me desprecie,
porque ya tengo dinero.
Ahora voy galopando
en mi caballo veloz,
derribarme solo puede
el santo poder de Dios
III México
Después de esa fructífera gira por el sur del continente, en ese constante afán de superación, marcado
por las grandes figuras de la canción popular en Latinoamérica, Barros sabía que la tierra mexicana, era una
experiencia obligada para cualquier compositor que
anhelara sobresalir y hacerse notar. Y para allá apuntó
con su guitarra. Después de cruzar por Panamá y Centroamérica, llegó a la tierra del águila y la serpiente en el
nopal. Corría el año 1944. En México, tuvo la suerte de
conocer a Agustín Lara, quien le hizo algunas sugerencias, le dio algunos consejos para mejorar su proyección
musical; fue allí donde José Barros aprendió que la
esencia de la canción romántica de Latinoamérica, la
misma que fue encontrando en el tango, la ranchera,
los valses, los pasillos e, inclusive, en algunos blues
norteamericanos y en la literatura, en general, era el
conflicto amor–odio, en el que los celos, la traición, la
desconfianza, la tristeza, los sufrimientos, la maldad,
la verdad y la mentira siempre estaban presentes. Y
finalmente, se convenció de que era muy cierto lo que
Agustín Lara le afirmara en esa ocasión: “Soy ridículamente cursi, y me encanta serlo, pero lo mío es una
sinceridad que otros rehúyen ridículamente”.
Otra de las influencias, recibidas en México, fue
la derivada de los mariachis. El maestro observaba
cómo hacían sus líneas melódicas para los corridos y
La piragua
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IV Colombia: el porro, la cumbia y el
vallenato.
En 1945, después de haber sido deportado de
México, llegó a Panamá, de aquí entró a Colombia,
nuevamente por Turbo y, sin la guitarra, sin la maleta,
atropellado por el hambre, de chance en chance, logró
subir al altiplano. Ya Bogotá imantaba la atención como
una pujante y promisoria capital. Después de negociar
la dormida en una pensión de mala muerte, en la
cercanía de la estación del ferrocarril, muy temprano
se dirigió a las oficinas de la firma J. Glottman y Cía.,
representantes de la disquera RCA Víctor, seguro de
que allí tenía las regalías de las obras grabadas en la
ciudad de Lima.
--Llegué muy mal económicamente. Me fui al almacén
de RCA Víctor de don Jack Glottman, en Bogotá, en la
séptima con 22 y 23, a ver si tenía regalías. Cuando yo
hablé con las señoritas que estaban atendiendo el almacén
y les dije que yo era José Barros, ellas se miraron, unas a
otras, como queriendo decir “este señor está loco”. Una de
esas señoritas salió disimuladamente y subió al mezzanine
donde estaba don Jack Glottman, seguramente a decirle,
allá está un señor que dice que es José Barros. Entonces
que suba. Subí y me saludó un señor alemán muy atento,
muy culto, cultísimo. Después de que charlamos me dice:
“Ajá, señor Barros, ¿usted tiene documentación?”. Ya yo
llevaba la cédula y la libreta militar, porque todo me lo
adivinaba, lo que iba a pasar.
--Usted iba preparado.
--Yo iba preparado. Cuando ya vio que sí era José Barros,
se levantó y me dio un abrazo y me felicitó. Usted sabe,
señor Barros, qué regalías tiene usted aquí. ¡Tiene 1.800
dólares! En esa época estaba a 3 pesos, figúrese usted. Una
fortuna inmensa que casi me la gasté sacando los vestidos
que tenían empeñados los estudiantes de Chimichagua y de
El Banco y dándoles de comer. Todos estaban estudiando,
pero muy pobres, muy matados. Y me dediqué a esa vaina,
a sacarles los vestidos con la fortuna esa, qué carajo. Entonces me dice don Jack Glottman, hombre, maestro. Y yo no
era maestro, apenas era señor Barros, el maestro me lo
encasquetaron en Bogotá, que yo no sé por qué carajo me
han dicho maestro. Bueno, total que me dice, señor Barros,
quiero que me haga un porro, uno o dos, que está entrando
con una fuerza aquí en Bogotá. Váyase a la plaza de San
Victorino para que oiga los traganíqueles con la música
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Con Los Trovadores de Barú, de Discos Fuentes
de Pacho Galán, Lucho Bermúdez, Abel Antonio Villa y
Buitraguito. Y entonces efectivamente fui y vi que no se
tocaba otra cosa, sino esa vaina. Pero cómo le hago yo un
porro a la RCA Víctor, si yo no sé hacer esa vaina, eso no
se tocaba en el Banco, no ve que esa era música plebe: lo
que era el paseo, el son, el merengue, la puya, eso se oía era
en el mercado, en las cantinuchas, con los acordeoneros; a
uno no lo dejaban ni parar a la puerta a oír esa música,
porque si lo sabía el papá o la mamá, a uno lo cogían
a rejo. Bueno, total, erda, cómo hago yo para hacer un
porro. Entonces me acordé de un pasaje que pasó aquí en
El Banco, un loco con el gallo tuerto y le hice “El gallo
tuerto” y por el respaldo le puse Las pilanderas.
--Eso era del folclor: “Las pilanderas”. Por lo menos
la…
--Del folclor, pero no tenían ninguna
--Ninguna demarcación musical.
--y la melodía diferentes, si, señor fue el gran éxito. Después le hice “La Llorona Loca”, “Navidad Negra”, “Alegre
Pescador”, todo eso.
En esos momentos, ya tenía Bogotá un ambiente
que estaba comenzando a cambiar el concepto de la
música bailable al permitir que poco a poco fueran
entrando las tendencias musicales del Caribe. Hacia
finales de los años 30 había tenido la visita del legendario Trío Matamoros de Cuba, la Orquesta Sosa de
Barranquilla, una de las más importantes en esa época,
estuvo presente en la Plaza de Toros de Santa María
y, poco antes de la llegada de José Barros a Bogotá,
ya lo había hecho Lucho Bermúdez con su Orquesta
del Caribe que se había presentado en el Night Club
Metropolitano en los sótanos de la Jiménez.
Por otra parte, algunos músicos de los alrededores
de la capital estaban preocupados por encontrar una
formula bailable, que combinara sus géneros musicales
con ritmos costeños o internacionales. Tal formula se
concretó en lo que se llamaría la Rumba Criolla, ritmo
que le imprimiría un mayor movimiento y calor, con
tintes un poco urbanos, al andino colombiano, como la
rumba criolla de Emilio Sierra, “Que vivan los novios”,
de gratísima recordación.
--Cuénteme una cosa: ¿qué conjunto o que músicos lo
acompañaron a usted, a quién buscó usted para hacer
ese montaje y hacer esas primeras grabaciones.
--Eso, fue la orquesta de Milciades Garavito, en Bogotá,
pero lo más extraño de todo es que el primer porro que
hago yo, el arreglo y la orquesta son de Milciades Garavito,
un cachaco tolimense que no conocía nada de la costa;
y cuando salió ese porro, a pesar de que después Lucho
Bermúdez lo sacó y lo mismo Rafael de Paz, en México,
con Carlos Meyer, eso no servía para nadie, sino el porro
original del cachaco.
Se murió
mi gallo tuerto
Que será
de mi gallina
El pescador pintura de Magola Moreno
A las cuatro e la mañana
Le cantaba en la cocina
Cocorolló
cantaba el gallo
Cocorolló
en la cocina
Cocorolló
cantaba el gallo
Cocorolló
a la gallina
Verdaderamente histórica ha sido esa primera grabación de “El gallo tuerto”, vocalizada por José Barros,
con la orquesta de Milciades Garavito. Realmente
pocos de los compositores del Caribe colombiano, han
manejado, con tanta solvencia, todos los ritmos de este
litoral Norte como lo ha hecho el maestro Barros. Allí
se desborda el numen de su inspiración y comienza
algo realmente asombroso, muy fecundo, de música
popular de todos los géneros: empieza a mostrarse este
orgullo banqueño, este trovador, como un compositor
de perfil continental, cuyas obras han traspasado nuestras fronteras. A raíz del éxito de “El gallo tuerto”, el
señor Glottman comenzó a pedirle canciones a Barros,
no solamente para ser grabadas en Bogotá, sino para
enviar a la Argentina y a otros sitios. Pero se le presenta
una dificultad: él no tenía nociones de música, no tenía
formación musical y hubo dos personas que le dieron
una mano en esa época y le enseñaron las primeras
nociones de solfeo: por un lado, el maestro Lucho Bermúdez; y por el otro, el maestro Luis Uribe Bueno. Los
dos fueron realmente determinantes en su formación
musical. Una de las páginas que Barros manda para la
Argentina es ese porrazo “Las pilanderas”:
Señora Juana María,
mire que se acerca el día,
pláncheme mi pantalón;
mire que quiero llegar,
para poder festejar,
el cumpleaños de la Virgen
de mi pueblo tropical.
Que vengan de Santa Marta,
que vengan para bailar,
el son de las pilanderas
de mi Banco tropical.
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Ay, pilá, pilá, pilandera,
que venga la Nochebuena.
Ay, pilá, pilá, pilandera,
que traigan maíz y panela.
--Bueno, maestro, y después de esas primeras grabaciones que hace, en esos aires, ¿no había tocado usted
ningún aire de vallenato?
--No, después fue cuando empecé a hacer “Angelita”;
cuando ya empezó a caminar el vallenato, entonces lo
empezamos a hacer, pero en una forma como más…
--Como un poquito más académica
--Más académica, la letra…
--No tan criollo.
--No tan criollo, porque no gustaba eso, entonces yo hice
“Angelita Lucía”.
--Usted recuerda cuál fue la primera canción vallenata
-merengue, paseo- que usted compuso.
--Eso fue “El vaquero”, en forma vallenata:
El vaquero va cantando una tonada,
y la tarde va muriéndose en el río.
Con el recuerdo triste de su amada,
lleva su corazón lleno de frío.
Lo acompaña siempre un lucero,
cuando va cantando el vaquero.
Siempre con la melodía un poco más académica,
más dulce, mas organizada, con mejor estructura
melódica.
Ese encuentro con la música costeña fue determinante para que el maestro Barros, se topara con los
recuerdos de su terruño y la verdad es que sentía que
por dentro su tierra lo llamaba. Se dirigió entonces a
Barranquilla, y allí tuvo unas inquietudes discográficas,
muy curiosas, yo diría que es algo de arqueología fonográfica, en los estudios de la Odeón que representaba un
ciudadano venezolano, Emigdio Velasco, quien realizó
una serie de grabaciones, caramba, verdaderamente
curiosas, hechas con acompañamiento de acordeón y
el maestro Barros con su guitarra. El acordeonero no
es muy conocido, sin embargo acompañó a Guillermo
Buitrago en sus primeras grabaciones del año 44, allá
en la etiqueta Odeón en Barranquilla, su nombre
es Alejandro Barros, conocido popularmente como
“Corazón”. Se producen piezas verdaderamente exóticas, del maestro José Barros, como “El lagarto”:
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En mi tierra se le llama
a un bicho camaleón,
pero en Bogotá es lagarto,
la misma comparación.
Aquí hay muchos lagartos
que en todito están mezclados
se meten en las reuniones
para salir retratados
ay lagarto lagarto
ay lagartija
ay lagarto lagarto
ay camaleón
ay lagarto lagarto
la misma comparación
La versión original de la cumbia “El pescador” o
“Alegre pescador”, la vocalizó el maestro José Barros
con el acordeón de Alejandro Barros. No son parientes:
uno, samario y el otro, del Banco:
Va subiendo la corriente
con chinchorro y atarraya
la canoa de barenca
para llegar a la playa.
La luna espera sonriente
con su mágico esplendor
El gallo tuerto pintura de Magola Moreno
la llegada del valiente
del alegre pescador.
El pescador
habla con la luna
El pescador
habla con la playa
El pescador
no tiene fortuna
solo su atarraya
Las canciones del maestro José Barros, impactaban
en el gusto popular y ya en el año 46, don Antonio
Fuentes, de la disquera Fuentes de Cartagena, logró
convencerlo de que ingresara al elenco de este prestigioso sello, para lo cual creó un grupo de grabaciones
como alternativa a la Orquesta Emisora Fuentes, “Los
Trovadores de Barú”, que fueron dirigidos por el momposino Juancho Esquivel. Ésta es que quizás la época
más esplendorosa, más fructífera, en lo que tiene que
ver con los ritmos del litoral norte colombiano, y es
cuando realmente el maestro José Barros desarrolla todo
ese caudal impetuoso que tenía dentro de su espíritu.
Canciones como “Navidad negra”:
En la playa blanca
de arena caliente
hay rumor de cumbia
y olor a aguardiente.
La noche en su traje negro
estrellas tiene a millares
y con rayitos de luna
van naciendo los cantares
del pescador de mi tierra
--Más o menos. Entonces me parecieron muy bonitas las
canciones de Luis Enrique Martínez, del Negro Durán.
Entonces empecé a hacer esas canciones, pero con otro
estilo; con el estilo mío.
--Un estilo característico, diferente a los demás
--Ajá. De ahí empecé a cantar esas canciones.
--Después que usted está en Fuentes, que cantó con
“Los trovadores de Barú”, usted se queda por allá en la
Costa o de allí se traslada a otro sitio.
--No, mi base era Bogotá. Volví otra vez a Bogotá a pesar
que tenía contrato exclusivo con Fuentes. En el tiempo
de descanso, cuando se estaban fabricando los discos que
uno había grabado, me iba a pasar los 15, los 20 días a
Bogotá.
Uno de los merengues más conocidos del maestro
José Barros es “Angelita Lucía”
Cuando voy viajando
en noches calladas
donde quiera que vaya
ombe, me sigue tu mirada.
Pero te quedas llorando
y eso es lo que yo no quiero
si me voy para La Habana
yo regresaré ligero
porque voy a festejarte
el cumpleaños el día primero
El oficio del compositor
Ese desplazamiento hasta Cartagena, le permitió
al maestro Barros, hacer contacto con los músicos que,
en ese momento, comenzaban a proyectarse en nuestro
panorama artístico.
--Allí fue donde conocí por primera vez al negro Durán
--Eso debió ser por ahí por el 47, quizás 48
--No, antes. Con Zabaleta, con Martínez…
--Luis Enrique Martínez, Buitrago que estaba sonando
ya
--Sí, pero estaba grabando para otra fábrica, no la de
Fuentes.
--Odeón, quizás
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V Piqueria con Abel Antonio Villa
-¿Que momento de tirantez, existió entre usted y Abel
Antonio Villa para que usted le hubiera compuesto el
Negro Maluco?
--Eso sí es muy bueno, fue una anécdota muy bonita.
Pasó esto. Cuando empezaron a salir esas canciones, Abel
Antonio Villa cantaba entonces una canción muy bonita
que era: tarará tarararira
--“Los Amores de Zoila”
--Esa, “Los amores de Zoila”. Me fascinó tanto esa canción
que yo no conocía ni tenía idea quien era Abel Antonio
Villa. Entonces yo en Bogotá pensé, voy a hacerle una
canción a Abel Antonio Villa, a ver con qué me sale, a
ver qué me contesta; y le hice “El negro maluco”, sin
conocerlo.
--Sin que hubiera ocurrido algo entre ustedes
--Absolutamente nada. Yo únicamente dije “voy a lanzar
esta canción al mercado para que él la oiga, a ver con qué
me sale, a ver si me contesta”:
Abelito Antonio, ten cuidado:
oye mi paseo pa que cojas escarmiento.
Y esto te lo digo, pa que tú lo sepas,
que un negro maluco no puede con mi talento.
Que venga solo si es machito:
pa que se las vea con Benito.
Que venga solo y seamos francos:
pa que sepa que yo soy de El Banco.
José Barros con su conjunto musical de planta con
el cual realizaba presentaciones en los años 40.
--Si yo le hago una canción a Escalona, me la contesta y, posiblemente, me jode más a mí, que yo a él.
¿Entiendes? Si le hago una canción al negro Durán, que
estuviera vivo, también me la contesta, ¿entiende? Y me
contestó una canción mala, él me hizo la contestación,
y en la contestación me dijo “cara’ e chino”, figúrese
usted, que yo tenía la cara como un chino. Entonces
en Barranquilla le cayeron todos esos barranquilleros
encima, no joda, pero tú si eres bruto, cipote contestación, y lo atormentaron.
En una entrevista con el aludido maestro Abel
Antonio Villa, hacia 1990, conocimos cómo fue su
respuesta, al mejor estilo juglaresco, ante esa ofensa
que le había hecho José Barros:
--Fue tal mi sorpresa que me llenó de rabia por la falta
de compañerismo, porque él me trataba de “negro
maluco” y de “pirata”. Entiendo que pirata es ladrón
de mar. Cuando él decía “Abel Antonio, pon cuidado
“entonces fue cuando yo le di la respuesta que a continuación sigue:
Yo voy a dar, voy a dar contestación
a esa mala figura que ha tratado de ofenderme
porque José Barros es ni ciertas mujeres
que ofenden a los hombres sin tener razón.
A José Barros le causa disgusto
porque no puede con mi talento
ay yo mejor soy negro maluco
y no tengo cara de chino hambriento
Cuidado, José Barros te vas a equivocar
que este negro maluco no sabe perdonar.
--Bueno, pero después voy yo a Cartagena, donde el
estaba cantando en el Hotel del Prado.
--Sería en Barranquilla.
--No, en Cartagena.
--En el Hotel Caribe
--Ese, pero en el patio. Y me dijeron, “allá está el conjunto
de Abel Antonio Villa” y me dije “miércoles, ¿cuál es?”;
aquel que está allá cantando. Y resulta que no era un
negro maluco, sino un negro bonito.
--Un negro simpático.
--Si es simpático ahora, póngase a pensar hace 40 años.
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Esta piquería no pasó a mayores. Los dos protagonistas posteriormente se encontraron en los estudios de
la disquera Fuentes, se abrazaron y floreció entre ellos
una amistad muy sincera: no quedó ningún tipo de
resentimiento, más bien admiración de parte y parte.
VI José Barros y la internacionalización
de la música del Caribe colombiano.
“El guere guere”, es una de las tantas grabaciones
espléndidas que hizo José Barros con la orquesta del
maestro Lucho Bermúdez, en uno de los viajes que con
frecuencia él realizaba a la ciudad de Bogotá. La aceptación de la música de José Barros no solo en Bogotá, sino
en todo el país fue un puntal importante en la consolidación de un repertorio rico, festivo, de la música bailable
costeña, primero en Colombia, y, luego, poco a poco,
más allá de las fronteras nacionales. Por otra parte, él
se perfila en este momento como uno de los principales
juglares empíricos que alcanzaba notoriedad, a la misma
altura de músicos con formación académica y profesional
como Lucho Bermúdez y, posteriormente, el gran Pacho
Galán. De esta época hay que resaltar una pintoresca
página del maestro Barros: “El patuleco”, vocalizada por
Alberto Fernández con el marco musical de la Sonora
Curro, con los arreglos de Pacho Galán.
Corría el año 1950 y el maestro Barros tenía una
tienda de discos en Barranquilla, en la esquina de la
Paz (carrera 40, hoy) con la Calle San Juan (hoy, la calle
36) y la Paz. Cerca había unos cachacos que tenían una
tienda y a Barros le llamaba la atención que, cuando se
emborrachaban, el guayabo lo pasaban comiendo pan.
Ya él era un hombre conocido, ya tenía su nombre, tenía
un almacén de discos, sus canciones se escuchaban y le
dijo a un empleado que fuera donde los cachacos y que
le mandaran una Kola Postobón y el muchacho regresa
y le dice: “Vea, le manda a decir el cachaco que no le
manda un carajo, que si quiere tomar Kola, que le mande
el billete. Entonces el maestro Barros dice: ¿Hacerme eso
a mí, un cachaco y patuleco, ahora verá:
¿Pa dónde vas, Patuleco?
¿Pa dónde vas, Patuleco?
De esta época es también “La llorona loca”, una
canción que marca un hito, ya que le abre campo, en
la industria moderna de la grabación, a la mitología
rural, reforzando en esta forma las raíces folclóricas de
la música costeña:
En una calle de Tamalameque,
dicen que sale una llorona loca,
que baila para allá,
que baila para acá,
con un tabaco prendido en la boca.
A mí me salió una noche,
Una noche en carnaval.
Me meneaba la cintura
como iguana en matorral.
Le dije: “Pare un momento,
No mueva tanto el motor”
Y al ver que era un gran espanto,
ay, compadre, qué sofocón.
Que me coge
que me agarra
que me coge
la llorona por detrás.
En la década del 50, la música del maestro José
Barros, tiene una gran resonancia continental porque
artistas de otras latitudes, se ocuparon de su obra,
principalmente el puertorriqueño Charles Figueroa,
quien grabó aproximadamente unos 10 boleros del
maestro Barros y gozaba de gran popularidad en ese
momento, porque era un imitador de Daniel Santos.
Impactaron mucho los boleros “Culpa al Destino” y
“Busco tu Recuerdo”.
Tantos y tantos éxitos que con la Sonora Matancera
interpretara el barranquillero Nelson Pinedo de la
música del maestro José Barros, fueron ambientando
el gusto y estimulando artistas de otras latitudes como
mister Babalú, Miguelito Valdés, quien hizo una bellísima versión de “Navidad Negra”, en Bogotá, un poco
antes de morir, hacia finales de la década del 60, con
arreglos del maestro Curro Fuentes.
VII Una polémica sin solución
En la esquina de La Paz,
con la calle de San Juan,
se la pasa Patuleco,
tragando ron y comiendo pan
El bolero “En la orilla del mar”, ha generado desde
hace mucho tiempo una polémica que no se ha podido
resolver. Hay dos corrientes encontradas: dos autori-
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venía de Mompox, de nombre Edith Teresa Cabrales,
a quien le dedicó muchas serenatas. Su admiración
fructificó en la bella página, “Mompoxina”, que Nelson
Pinedo convirtió en un verdadero éxito de gran resonancia en todo el continente con la Sonora Matancera.
A finales del 80 José Barros convirtió a Momposina en
un cuento que más tarde fue adquirido por la programadora de tv RCN para ser adaptada como telenovela
con libretos del periodista y escritor Daniel Samper
Pizzano. En 1994 salió al aire.
IX La historia insólita de “La piragua” y
el Premio Nobel
Homenaje al Maestro
dades, estudiosos del bolero, Jaime Rico Salazar, quien
da como autor al cubano José Berroa y el cartagenero
Alfonso de la Espriella, quien lo atribuye al maestro
José Barros. La verdad, es que hay una serie de argumentos encontrados y lo cierto es que curiosamente
en cualquier pasta prensada fuera del país (yo tengo
varias en mi archivo discográfico), muy claramente
dan como autor a José Berroa, un cubano; en tanto que
todos los discos que se han prensado aquí en Colombia
están rubricados con la autoría del maestro José Barros.
Una página más o una página menos ni le resta ni le
pone ni puede empañar las dotes artísticas del trovador
banqueño José Barros Palomino.
VIII El maestro José en la tv
En una de sus temporadas de descanso en el Banco,
José Barros conoció a una joven, una preciosa joven que
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En 1970, salió al mercado “La piragua” en versión de
Gabriel Romero con “Los Black Stars”, la orquesta que,
según el escritor antioqueño Alberto Burgos, identificaba
el sonido de Medellín. La verdad es que fue un éxito
descomunal, “La piragua” se tomó todas las emisoras,
salas de baile, paseos, tabernas, carnavales, ferias, festivales, constituyéndose en uno de los mayores éxitos de la
carrera de José Barros y de la música popular del país.
En los antecedentes que generaron la canción, hemos
encontrado una serie de elementos que pueden considerarse insólitos. En una semblanza del maestro José Barros
que para el Ministerio de Cultura escribió el investigador
barranquillero Mariano Candela, revela que el maestro
Barros le confesó que Guillermo Cubillos, natural de
Chía, Cundinamarca, era un hacendado que, fascinado
por las historias que escuchaba sobre el río Magdalena,
vendió una hacienda, vendió sus pertenencias, llegó a
Girardot, se embarcó en uno de los vapores que iban río
abajo y se estableció allá en El Banco. Posteriormente
se casó, se radicó en Chimichagua, mandó a construir
una embarcación grande para la época, “La Piragua”
y efectuaba travesías de Chimichagua a El Banco. El
llevaba bagre salado, quesos y otros comestibles hasta
Girardot, inclusive hasta Chía y de allá traía mercaderías
para abastecer los mercados porteños. Declaró además
el maestro Barros que “el temible Pedro Albundia”, fue
una invención que respondió a una necesidad poética:
buscando una palabra que rimara con cumbia, se le
ocurrió crear ese personaje casi mítico, Pedro Albundia.
“La Piragua”, impactó de tal manera la cultura del país,
que fue la música que se escuchó en el momento de la
entrega del premio Nobel de Literatura a Gabriel García
Márquez en Estocolmo, en 1982.
X Episodios de la vida sentimental
La vida sentimental del maestro José Barros, fue un
poco azarosa, como es frecuente entre los personajes
del mundo artístico, de la vida bohemia. Siempre tenía
un nutrido número de admiradoras a su alrededor.
En 1958 se casó en Bogotá con Julia Manzano con
quien tuvo 2 hijos: José y Sonia. Relativamente corta
fue esta relación del maestro Barros. Más adelante, en
Barranquilla, conoció a Amelia Caraballo. Cuatro hijos
resultaron de esa unión: Adolfo, Alberto, Alfredo y Abel
Guillermo. Adolfo y Alberto Barros se dedicaron a la
música, como interpretes de diversos instrumentos y
herederos del temperamento artístico de su padre. En
1956, se separa José Benito de Amelia Caraballo, quien
al parecer fue la mujer que realmente lo llenó en su
vida sentimental. A raíz de la separación, que le causó
una enorme tristeza, compuso uno de sus pasillos más
conocidos y nostálgicos, “Pesares”:
cisco Zumaqué, describía de esta manera la grandeza
artística del maestro Barros: “Siempre me pareció un
compositor extraordinario, que supo encontrar el
tono preciso de la sensibilidad del pueblo colombiano,
con un lenguaje sencillo, poético, pero a la vez noble
y no rebuscado. José Barros sabía encontrar el tono
preciso de la tonada, es decir, encontraba fácilmente
el matrimonio entre la parte lírica y la parte melódica,
una cosa que no es muy clara en muchos compositores
colombianos”. a
¿Qué me dejó tu amor,
que no fueran pesares?
¿Acaso tú me diste
tan sólo un momento
de felicidad?
¿Qué me dejó tu amor?,
mi vida se pregunta.
Y el corazón responde:
“Pesares, pesares”
En el año 71, llega un nuevo amor a la vida del
maestro José Barros, Dora Manzano, con quien tuvo
sus tres últimos hijos, Katiuska, Veruska y Boris.
XI Epílogo glorioso
En sus últimos años, José Benito Barros recibió
múltiples homenajes y reconocimientos, entre ellos un
homenaje del Gobierno Nacional en el año 84, La Gran
Orden del Ministerio de Cultura en el 99, un reconocimiento de la Universidad Nacional de Colombia en el
año 2002 y en ese mismo año el premio Nacional Vida
y Obra, además del reconocimiento, la admiración y
el cariño de todo el pueblo colombiano, que lo quiere
y lo venera como una de sus grandes glorias.
Uno de los principales, si no el más importante
orquestador y arreglista colombiano, el maestro Fran-
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