HABERMAS Y FOUCAULT: DOS ESTILOS DE PENSAR EL PRESENTE La diferencia de perspectivas y de estilos con que distintos pensadores intentan pensar al presente, bien puede ser un indicio de la diversidad de los problemas que lo configuran, pero también de las opciones de interpretación elegidas por ellos. En las obras de J. Habermas y de M. Foucault cabría apreciar esas diferencias, pero también distinguir la radicalidad de las opciones escogidas por cada uno para abordar esa problematicidad del presente. Ambos pensadores se conocieron personalmente en 1983. En marzo de ese año Foucault le propuso a Habermas realizar en el año siguiente un seminario interno, junto con algunos colegas norteamericanos (H. Dreyfus R. Rorty y C. Tayior), en donde intentarían reflexionar acerca de algunos de los problemas de la modernidad en conexión con interrogantes del presente, teniendo como base el breve artículo de Kant ¿Qué es la Ilustración?, publicado en 1784, y pronto a cumplir 200 años. Ese seminario no llegó a realizarse. Foucault murió el 25 de junio de 1984, no sin antes escribir un artículo que lleva el mismo nombre que el de Kant, leído en su curso del Colegio de Francia en Diciembre de 1983. Al reincorporarse Habermas como profesor a la Universidad de Frankfurt, dictó una serie de lecciones en los semestres de verano y de invierno de los años 1983 y 1983-84, respectivamente, que constituyeron la base de su libro Der philosophische Diskurs der Moderne, publicado en 1985, en el cual aborda importantes problemas de la modernidad desde una perspectiva actual. Entre ellos no llegó a desarrollarse una mayor relación intelectual personal. Sin embargo, a través de sus escritos se refieren uno al otro de un modo tal, que si bien no alcanza a revestir los caracteres de una polémica, si se encuentran allí opiniones y afirmaciones críticas mutuas, que revelan la disparidad de sus preocupaciones teóricas y estilos de pensamiento. Pero a partir de este hecho, resulta curioso percibir, a simple vista, una cierta asimetría en el tono y en la cantidad de las referencias cruzadas por ellos. En la obra de Habermas se pueden encontrar diversas e insistentes referencias fuertemente críticas a Foucault nombrándolo directa u oblicuamente, en este caso, cuando lo incluye entre lo que él califica como el neoestructuralismo francés, esparcidas en diversos escritos suyos de los últimos 7 u 8 años, y en particular, en los dos capítulos 'con un total de 64 páginas, que le dedica explícitamente en su libro ya mencionado de 1985. El reconocimiento concedido por éste a la obra de Foucault, es inseparable del juicio negativo que le merece el conjunto de su trabajo. Así, luego de la muerte del filósofo francés, redacta Habermas un artículo en cuyo último párrafo dice: "De entre el círculo de los que diagnostican filosóficamente nuestro tiempo, pertenecientes a mi generación, Foucault es quien ha afectado más duraderamente el espíritu de los tiempos, y no en último término gracias a la seriedad con que él persiste en contradicciones productivas". 1 Una de las cuales, y fundamental, consistiría en "la oposición en que él coloca a su crítica del poder, dañada por su referencia a la actualidad, con la analítica de la verdad, de tal manera que a aquella se le escapan los criterios normativos que tendría que tomar en préstamo de ésta". En la obra de Foucault, en cambio, y hasta donde nos es conocido, encontramos sólo dos referencias directas a Habermas. La más importante de ellas está hecha en una nota a pie de página, que permite identificar, en el mejor de los casos, a tres párrafos de 64 líneas, en los que pone en relación su trabajo con temas centrales de la proposición de Habermas. Allí señala él cómo entiende la conexión posible entre esos temas con lo realizado en sus propias investigaciones, sin desvirtuarlas. Pero en la nota, indica algo que sí puede considerarse como una observación crítica a Habermas. Allí dice: "Cuando Habermas distingue denominación, comunicación y actividad finalizada, él no ve allí, pienso, tres ámbitos diferentes,sino tres «trascendentales»" 2. El tono mesurado usado por Foucault para referirse a esos tres ámbitos -aunque implique un juicio importante que afecta al conjunto del planteamiento de Habermas-, contrasta con la doctoral certeza con que éste dictamina acerca de las contradicciones e inconsecuencias teóricas que invalidarían muchas de las investigaciones concretas de aquel y, en último término, lo esencial de su propuesta. 1 J. Habermas, Dir nene Unubersichtlichkeit. SuhrkampVerlag, Frankfurt am Main,1985, p.131. 2 M. Foucault, "¿Cómo se ejerce el poder?", ensayo publicado en: Hubert Dreyfus y Paul Rabinow, Michel Foucault. Un parcours philosophique. Editions Gallimard, Paris, 1984, p. 310. Esta es la traducción francesa del libro publicado en 1982, por The University of Chicago Press, bajo el título de Michel Foucault. Beyond structuralism and hermeneutics. ¿Cómo entender esta disimetría entre los juicios de cada uno de ellos frente al otro, que no pareciera reducirse sólo a establecer la contabilidad de la cantidad y la especificidad del tono con que ellos aparecen? ¿Cabe pensar que a la base de esta disimetría se encuentran diferencias, tal vez más radicales, con respecto a la actitud y al estilo con que Habermas y Foucault entienden y ejercen el trabajo filosófico frente a las interrogantes planteadas en las sociedades de hoy? A pesar de las muchas páginas en que Habermas despliega sus objeciones concretas a los trabajos particulares de Foucault, no nos detendremos en ellas. En lo fundamental, porque la calidad de éstas pareciera verse afectada por una cierta prisa de lectura, que le habría impedido a Habermas analizar con mayor cuidado lo allí leído. Incluso más, tal vez ni siquiera lo decisivo pueda ser dicha prisa, sino más bien su rechazo a lo esencial de los planteamientos centrales de Foucault, que coliden con sus propios objetivos. De manera que lo problemático de su lectura derivaría de lo que bien pudiera percibirse como el enfrentamiento de dos posiciones teóricas, probablemente irreconciliables. Sorprende la insistencia con que Habermas, aunque también otras figuras de algunos círculos intelectuales alemanes, reúne algunos nombres de pensadores franceses bajo el rótulo de "neoestructuralistas". Sin entrar en una suerte de fenomenología de aquella peculiar necesidad experimentada por diversos intelectuales de clasificar, casi taxonómicamente, la obra de muchos pensadores, cabe, por lo menos, hacer una observación al respecto. Si durante el tiempo en que el estructuralismo tuvo su mayor vigencia intelectual, no era fácil establecer el parentesco entre discursos que poseían campos de reflexión y objetivos disímiles, al punto que parecía necesario, en el mejor de los casos, tener que distinguir tantos estructuralismos como representantes hubiese de él -ya sea que aceptaran esa representación o no-, más difícil aún parece el poder reconocer algún sentido orientador, al menos, para el rótulo de "neoestructuralismo" cuando se lo aplica, por ejemplo, a Derrida, Lyotard y Foucault. Amenos, claro está, que se lo use más bien como una suerte de estigma descalificador. Y esto, a pesar de que se tenga la gentileza profesional, como hace Habermas, de preocuparse de ellos, aceptando la posibilidad de que algunos aspectos de sus trabajos posean un cierto valor limitado, aún cuando sean básicamente errados e incluso perversos en sus efectos frente a la necesidad, enarbolada por él, de tener que perfeccionar y consumar el proyecto inconcluso de la modernidad, que posee aspiraciones de fundamentación universal. En relación a este último punto, pareciera ser aplicable a la actitud intelectual de Habermas lo señalado por Foucault, en distintos lugares, acerca del carácter inhibitorio poseído por las teorías totalizadoras frente a aquellos discursos que no cumplen ni aceptan las normas del proceder teórico y científico establecido por ellas. En el campo de conjunción de la reflexión filosófica y de las ciencias sociales privilegiado por Habermas en su trabajo personal, se percibe con demasiada frecuencia el intento por ejercer un poder específico en el campo del saber, que legitima a unos discursos y margina o descalifica a otros. Resuena allí algo de aquel peculiar poder ejercido bajo el manto encubridor de un juez intelectual que dictamina acerca de lo verdadero y lo falso, separándolos en función de la mantención de un orden -en este caso, el de la racionalidad moderna- que se percibe como amenazado y minado, por lo menos en algún grado de su consisteücia y de la finalidad que lo identificaba, según la crítica que muchos han planteado ya a ese orden. Parece evidente que el afán de Foucault por analizar la historia de las relaciones que se anudan entre el pensamiento y la verdad, que conduce a una problematización de uno y otra y, por consiguiente, del tipo de racionalidad en la que ellas han solido reconocer sus posibilidades de ejercicio y de vigencia más allá de la pura teoría, es una de las cuestiones que más intranquiliza a Habermas. Pues allí se pondría al descubierto cómo la voluntad de verdad, característica del despliegue del saber en Occidente, es deudora de algo más que de las exigencias de una teoría lógica y metafísicamente consistente. Pues esa historia mostraría que ella no posee los exclusivos criterios de su constitución, y cabría añadir, de su legitimidad, en el carácter trascendental de un sujeto pensante que se erige en fundamento del discurso racional, en el que habría de manifestarse el valor universal de los principios e ideas que sustentan a esa voluntad de verdad. Y no podría encontrarlos sólo allí, porque ella es también una voluntad que ha quedado marcada en su acción por las condiciones históricas en que se ha ido configurando, delimitando su campo de operación hasta alcanzar un poderío metafísico, que durante un tiempo le garantizó la hegemonía teórica sobre otras formas de saber. La arqueología de los discursos de las diversas ciencias humanas y la genealogía de los saberes que han alcanzado un predominio oficial, gracias a la lucha en que lograron marginar a otros saberes también existentes, pero que han quedado ahora soterrados, es inaceptable e insoportable para Habermas. Y lo es, porque al sumir Foucault a los discursos -y con ello a la racionalidad y al sujeto que la ejercita- en las complejidades aleatorias del flujo y reflujo que recorre el devenir de la historia, somete a esos discursos a una inestabilidad teórica que atenta contra la posibilidad más concienzudamente buscada por Habermas: disponer de criterios normativos que detenten un núcleo al menos, de universalidad incontestable 3, tanto en los campos del conocimiento, como de la acción moral y del juicio estético. Criterios que habrían de conducir al establecimiento de las condiciones de una comunicación ideal entre los hombres de una comunidad racional, que permita regir además su acción cotidiana. Manteniendo Habermas esta necesidad esencial a su propuesta, no puede dejar de reconocer que a la base de las pretensiones de entendimiento y consenso, que legitimarían teórica y prácticamente los propósitos de la acción comunicativa, se encuentran formas distorsionadoras y distorsionadas del habla - calificadas también como ideológicas- que se manifiestan en los argumentos y en los discursos mediante los que se busca el consenso. A esas formas ideológicas presentes en los motivos y condiciones de la acción, Habermas las llama formas de habla "no depuradas", precisamente y porque acepta que el habla no puede ser "depurada" plenamente de ellas 4 . Y aquí se muestra una diferencia importante con respecto a Foucault. Pues para éste se trata, por una parte, de emplear un tipo de análisis de los discursos que no quede preso entre la dicotomía de las formas verdaderas y las ilusorias o falsas que, en último término, remitirían a una instancia trascendental de decisión asentada en el sujeto cognoscente. Por otra parte, esos elementos ideológicos presentes en los actos de habla y en la argumentación, no pondrían de relieve sólo motivaciones psicológicas u obligaciones circunstanciales de la acción particular de los hombres o de grupos, sino más bien indicarían hacia instancias de validez de lo que es licito enunciar y de lo que queda excluido, es decir, de exigencias de poder que recorrerían la configuración misma de los enunciados, de las argumentaciones y de los discursos que con ellos se configuran, y dan lugar a la formación de saberes, disciplinas y ciencias, que también detentan, a su vez, formas específicas de poder en el ámbito de la sociedad. Y éstas son susceptibles de ser analizadas en dichos discursos de saber y de ciencia, puesto que, desde el estatuto epistemológico que se les reconozca, producen efectos que van más allá de su inmediata relevancia teórica. Los discursos, como tales, son también objeto de conflicto y de lucha por su posesión y uso, en exclusividad o compartido; por los efectos que su aceptación, promoción o exclusión pueda provocar en la conformación y aceptación o rechazo de una forma específica de saber, y sus efectos en diversos estratos de la sociedad. 3 Entre otros tantos textos en que apunta Habermas a esta necesidad de universalidad se puede ver el siguiente: `las morales concretas, particulares, arraigadas en formas de vida plenamente determinadas, sólo son aceptables, si ellas poseen un núcleo universalista". J, Habermas, Eine Art Schadensabwicklung Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main,1987, p. 64. 4 J. Habermas, Der philosophische Diskurs der Moderne, Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main,1985, p. 376. Y porque los discursos mismos empleados en la acción comunicativa habermasiana con una pretensión de validez, quedan afectados por lo que él acepta como inseparable de ellos, es decir, por las manifestaciones de poder presentes en la génesis de esos discursos, se vuelve extraordinariamente reveladora y discutible, en por lo menos dos aspectos, su afirmación de que `la teoría de la acción comunicativa ve más bien incrustada a la dialéctica del saber y el no saber en la dialéctica del entendimiento logrado o frustrado" 5. Aquí cabría apreciar que el esfuerzo de Habermas se inscribe dentro de un planteamiento teórico-cognoscitivo, intelectualista, con respecto a la praxis social en que se generan y articulan los argumentos y los discursos. En primer término, la presencia de todo elemento ideológico queda situado y calificado dentro del ámbito del "saber y el no saber", en donde obviamente las connotaciones de poder presentes en la génesis de los discursos son vistas desde la perspectiva legitimadora del saber, quedando, por consiguiente, marcadas por el calificativo de "no saber", es decir, error, falacia, equivocación o distorsión, que tendrían en común el hecho de ignorar o desechar las condiciones propias al aparato teórico que garantizaría la verdad del conocimiento. De esta manera, quedarían cerradas desde la partida las posibilidades de un análisis de las modalidades concretas de configuración del saber dentro de la praxis social, las cuales quedan mediatizadas por el privilegio concedido a la dimensión cognoscitiva de una conciencia que difícilmente puede aparecer de otra manera que como trascendental frente a esa praxis social. Esta mediatización se ve reforzada, a su vez, por el hecho de que tal "dialéctica del saber y no saber" es considerada por la teoría de la acción comunicativa como "incrustada en la dialéctica del entendimiento logrado o frustrado". Es decir, aquella dimensión cognoscitiva que valora las instancias ideológicas y de poder como un "no saber", depende y ha de quedar legitimada por el nivel superior de una "dialéctica del entendimiento", que ha de reconocerse como el supuesto fundamental de los propósitos y fines de la acción de todos los hombres en su vida de sociedad. En esta elevación hacia el "entendimiento" que regula las acciones de los hombres, puede escucharse, por una parte, un eco de la propuesta hegeliana de la reconciliación universal, exigida por una conciencia que proceda dialécticamente frente a lo otro que ella, para apropiárselo a través de los diferentes momentos que habrían de conducir hacia el saber absoluto. Y precisamente por esto, por otra parte, cabe señalar allí al afán restaurador de Habermas de una conciencia trascendental -heredera de la racionalidad moderna, aunque intente remodelarla de acuerdo a las transformaciones exigidas por el nivel actual del saber y la crítica a esa modernidad, asumida por el propio Habermas en algunos aspectos-, en la que se pueda encontrarlos criterios de validez para los juicios cognoscitivos y estéticos, así como las normas para la acción. 5 Ibid., p. 377. Sólo desde por lo menos una instancia formal, o de algo que resuena como a una conciencia trascendental -aunque ya no se le otorgue el carácter de absoluta, puesto que se le reconocen las posibilidades prácticas de lograr sus propósitos o de verse frustrada en ellos-, que busca el entendimiento y el consenso entre todos los hombres, cabría lograr y legitimar la eliminación, como un "no saber", de los elementos ideológicos y de poder presentes en la generación de los argumentos y discursos. Si bien esta conciencia habermasiana ya no pretende ser absoluta al viejo estilo metafísico, mantiene su aspiración a ser la instancia desde la que se decida acerca de lo que es legítimo o ilegítimo de cuanto deba ser tomado en consideración para la recta constitución del saber y de las ciencias. Esa sería la instancia que impediría que los hombres queden entregados a los avatares e irracionalidad de los intereses y exigencias individuales o sociales de poder. Y sería esta dialéctica del entendimiento de nuevo cuño, pero con ancestros conocidos, la que permitiría recuperar una dimensión no desarrollada, según Habermas, por Hegel ni por sus herederos inmediatos: recoger y dar razón de las distorsiones surgidas de los privilegios unilaterales aceptados para las formas extremas de objetivación o subjetivación, a partir del modelo sujeto-objeto de la conciencia. Dando un paso más con la argumentación de la propuesta habermasiana de la acción comunicativa, lo que a éste le permitiría realizar una nueva síntesis con respecto a la comprensión de la concienciá, sin caer en algunos de los problemas de la filosofía de la subjetividad, es que ahora esta síntesis se realizaría sobre la base de formas concretas de vida que constituyen los "mundos de vida". Estos estarían históricamente determinados en sus contenidos, de manera que incluirían dentro suyo toda la diversidad de tradiciones prácticas y complejos de experiencias propios a ellos. Así se permitiría el ingreso de la variedad y multiplicidad de lo empírico y lo contingente en su discurso teórico. Sin olvidar, sin embargo, que estas plurales formas de vida se relacionan entre sí en tanto se inscriben en unas estructuras generales, comunes a los mundos de vida, las cuales serían accesibles a su vez, "sólo a través del medio de la acción orientada al entendimiento, mediante la cual se tienen que reproducir" 6. Pero, llegados a este punto, cabe destacar que la acción comunicativa orientada al entendimiento cumpliría la doble función de ser tanto el medio a través del cual se patentizaría la pluralidad de los mundos de vida, generados en el curso de los procesos históricos de diferenciación de sociedades de diverso tipo, como también la instancia de fortalecimiento de esas estructuras generales, comunes a esos mundos y usadas cotidianamente por los hombres. A partir de lo cual, Habermas saca la conclusión, importante para su proyecto teórico, de que "esa es también la clave de la racionalización de los mundos de vida y de la sucesiva liberación del potencial racional invertido en la acción comunicativa" 7. De manera que tanto la acción comunicativa como los mundos de vida, que son los medios estructurales y estructurantes que ordenan la particularidad de las conductas de los hombres que hablan y viven, quedan determinados por el hecho de ser los lugares de generación-elaboración y ordenamiento estructural de lo que es a la vez un fundamento y un corolario: la racionalidad potencial e inherente naturalmente al hombre. Por eso Habermas puede tranquilamente agregar que con este planteamiento no necesita de una filosofía de la historia, que sea deudora de una racionalidad teleológica. Y sin duda no la necesita, puesto que en lugar de hacer depender el cumplimiento de esa racionalidad de un hipotético futuro de la historia universal, que implica confiar o invocar kantianamente la necesidad de un progreso en la racionalidad humana, Habermas coloca a esa racionalidad como el fundamento determinante "en acto" de toda acción humana y, por consiguiente, según él lo plantea, comunicativa. Pues la acción comunicativa sería la liberadora y, por tanto, actualizadora del potencial de racionalidad existente naturalmente en los hombres y, por derivación, en la praxis social. Pero también proveería "el contrapeso conservador frente a los riesgos de disensión" que aparecen con respecto a las exigencias de validez dentro de aquellos procesos de entendimiento que no las respetan, seguramente por estar teñidas con las impurezas de las luchas históricas y conyunturales de poder. La reconciliación y el consenso habrá de ser lo que ella imponga a todo lo aleatorio de las prácticas sociales, sobre la base de esa racionalidad natural al hombre, que seguiría quedando así sin ser examinada radicalmente en sus condiciones históricas de formación. Y aquí es donde el trabajo arqueológico y genealógico de Foucault con respecto a las prácticas discursivas y no-discursivas desde las que se generan las distintas formas de saber y de poder, encuentra su carácter crítico con respecto a esas formas recibidas y aún vigente de ambos. Pero es una crítica que enlaza tanto a aquellas cuestiones hacia las que se dirige, como a la actitud intelectual de quien las realiza, de manera que en ella quedan sometidos bajo una interrogación tanto el crítico como lo criticado. Foucault lo dice así: "Cuando digo «crítica», no entiendo con ello un trabajo de demolición, de rechazo o denegación, sino un trabajo de examen que consiste en suspender cuanto sea posible el sistema de valores al cual uno se refiere, para ensayar someterlo a prueba y juzgarlo. Dicho de otro modo ¿qué es lo que yo estoy en vías de hacer en el momento en que lo hago?" 8. 6 Ibid, p.379. 7 Ibid, p.379. 8 "Del poder", entrevista con Michel Foucault, realizada por Pierre Boncenne. L'Express, No.1722,13 de julio de 1984, p. 62. Esta doble vertiente de la crítica ejercida por Foucault, podría ser atestiguada desde dos constantes presentes en todo su trabajo intelectual. Su relación crítica con el tipo de racionalidad vigente en Occidente desde la Modernidad, y su continuo revisar los temas y los procedimientos teóricos usados por él para abordarlos. Sin tener que entrar en el detalle de la crítica a la racionalidad llevada a cabo en sus libros sobre la locura, el discurso médico, las ciencias humanas, el saber, la prisión y las formas del poder disciplinario y normalizador, la sexualidad y el cuidado de si mismo, cabe indicar por qué considera estéril someter a proceso a la razón. No sólo porque no es la razón un asunto del cual quepa evaluarla según criterios de culpabilidad o inocencia, que implicaría el absurdo de contraponer la entidad de la razón a la no-razón, sino que, además, porque "un proceso tal nos condenaría a jugar el rol arbitrario y fastidioso del racionalista o del irracionalista". En lugar de ello, y frente a los peligros que conlleva la palabra "racionalización", señala que lo que él se ha propuesto hacer "es analizar las racionalidades específicas, antes que invocar sin cesar los progresos de la racionalización en general" 9. Y con respecto a uno de esos análisis específicos realizados por él, dice: "La pregunta es: ¿cómo se han racionalizado las formas de poder? Plantearla, es la única manera de evitar que otras instituciones, con los mismos objetivos y los mismos efectos, tomen su lugar" 10. Si en lo aquí dicho se explicita su posición con respecto a lo criticado por él y por qué lo hace, son numerosos los textos en que se refiere a su relación consigo mismo como pensador y como crítico. En uno de los últimos textos escritos por Foucault, refiriéndose a sí mismo, nos dice que "hay momentos en la vida en los que la cuestión de saber si se puede pensar distinto de como se piensa y percibir distinto de como se ve es indispensable para seguir contemplando o reflexionando". Y como muchos momentos de su vida están ligados con el trabajo filosófico, en unas líneas más adelante conecta su quehacer con la filosofía, preguntándose, "¿qué es la filosofía hoy -quiero decir la actividad filosófica- si no el trabajo crítico del pensamiento consigo mismo? Siempre hay algo de irrisorio en el pensamiento filosófico cuando, desde el exterior, quiere ordenara los demás, decirles dónde está su verdad y cómo encontrarla, o cuando se siente con fuerza para instruirles proceso con positividad ingenua; pero es su derecho explorar lo que, en su propio pensamiento, puede ser cambiado mediante el ejercicio que hace de un saber que le es extraño" 11. 9 Michel Foucault. Un parcours philosophique. p. 300. 10 Michel Foucault, Omnis et singulatim: Hacia una crítica de la razón política. Le Debat, No. 41, septembre/novembre 1986, p. 35. 11 Michel Foucault, Historia de la sexualidad. 2. El uso de los placeres, Ed. Siglo XXI, México, 1986, p.12. Bien puede pensarse y decirse que la distancia que separa a Foucault de Habermas cruza por el espacio en que se pronuncian las palabras, enuncian los discursos y se manifiesta la voluntad de verdad que a través de ellos se quiere alcanzar. Un espacio que se diferencia por las distintas perspectivas desde las que cada uno se enfrenta con la tradición del saber occidental, y a través de ésta, con la tarea percibida como propia para sus responsabilidades de intelectual ante las interrogantes del presente en que habitan y piensan. Uno, Habermas, en medio de las profundas transformaciones operadas en el ámbito de lo público y lo privado en las sociedades industrializadas actuales, y del debilitamiento de las pretensiones de legitimación universal del saber postuladas por los modelos teóricos heredados de la modernidad, intenta mantener la línea de continuidad desde éstos hasta hoy, que estaría garantizada por el ejercicio de una racionalidad constitutiva al hombre. Esta racionalidad es para él inatacable e insoslayable, en tanto es el eje que posibilita la articulación de las diversas vertientes de la acción humana, y que, aun cuando deba ser redimensionada en sus pretensiones fundamentalistas y universalistas, no deja de ser la instancia inalterable mediante la cual las palabras y el discurso, tejido por ellas, permitirán acceder, si no ya a una verdad absoluta, por lo menos a aquella verdad necesaria en que ha de brillar el consenso de la comunicación humana en los ámbitos de la teoría, de la praxis ética y política, y del juicio estético. El otro, Foucault, constatando una situación similar en los espacios de lo social y del saber, no pretende depurar esa racionalidad de la desmesura de sus intenciones modernas para reencontrarla con mayor modestia, aunque incólume, en la transparencia de su sano juicio que garantizaría una vez más las exigencias de la verdad, enarboladas por los discursos en que los hombres intercambian sus deseos y propósitos entremedio de las alteraciones de la sociedad actual. Su actitud frente a la voluntad de verdad de la razón es insidiosa y desestabilizadora, porque la somete al efecto corrosivo del ácido de la sospecha, mediante la crítica al valor que se ha concedido a la verdad que excluye opciones teóricas o históricas distintas a las canónicas, y se la apropia, sin reparar en lo que una tarea genealógica busca desenmascarar: los procesos de formación de esa voluntad de verdad, las necesidades y los intereses que la mueven, los desplazamientos teóricos y cotidianos que ha introducido, las coacciones que ha impuesto, el campo de exterioridad histórica en que se ha decantado su discurso variable, aunque regular. Habermas, analizando la indeleble continuidad del presente con el pasado, busca conservar el proyecto de una modernidad fundante, superando sus secreciones deformadoras, para acceder a un discurso que posea criterios normativos eficaces y sólidos en la acción comunicativa cotidiana y, desde allí, científica de los hombres. Foucault, enfrentado a esa modernidad y consigo mismo, usa un bisturí teórico que pretende aprender desde las situaciones conflictivas, insoportables e incluso patológicas, las condiciones de existencia de las formas de saber que han imperado como verdaderas en las sociedades occidentales, para delimitar un nuevo espacio eventual de pensamiento y acción. Son dos actitudes y estilos diferentes, que, entre otros, se ofrecen ante nuestras propias interrogantes deparadas por el presente.