Reflexiones sobre la Pasión y Muerte del Señor La Semana Santa, celebración del Misterio Pascual En cada Semana Santa, la Iglesia Universal celebra y contempla agradecida el Misterio Pascual de Cristo, es decir, la Pasión, Muerte, Sepultura y Resurrección del Señor, en las celebraciones sacramentales y litúrgicas comunitarias, que son las más importantes, y en las diversas manifestaciones de piedad de nuestro pueblo. Es una oportunidad que se nos brinda para meditar en esos días de la Pasión Redentora de Cristo, en el hecho por excelencia del Hijo amado de Dios, la “hora” determinante de su vida, el momento amenazador del cáliz de la amargura, el final del compromiso adquirido por el Señor, que lo llevó a la muerte, sin volver la vista atrás (Rom 8,32), la consecuencia inevitable de su valentía y de su coherencia con lo que vivió y predicó, la valentía con que tuvo que enfrentar la cobardía de sus discípulos, la traición de Judas, la triple negación de Pedro... ... La confabulación de los líderes religiosos de Israel con el poder romano para matarlo, en contraste con la fiel presencia de las mujeres en su vía crucis y en su sepultura, de María su madre y el discípulo amado al pie de su cruz, con el seguimiento del Cireneo llevando el madero de su cruz como Él enseñó, con la confesión de su inocencia por parte de Pilatos y del centurión romano, con la presencia fiel del pueblo judío que presenció en silencio su muerte y con el gesto delicado de José de Arimatea, de ofrecerle un sepulcro nuevo y digno... En esos días santos de la Semana Mayor contemplaremos la entrega heroica de su vida, el gesto máximo de su amor por el Padre y por la humanidad, rubricados por su preciosa sangre y sellados por el amor infinito del Dios Abbá, que aceptó su pasión y muerte emocionado y que lo resucitó de entre los muertos, avalando su vida y su obra, y convirtiéndolo, de aquel varón de dolores, desfigurado por los sufrimientos y convertido en piltrafa humana por la crueldad de los hombres (Is 53,2-3), en el Señor y Mesías glorioso, sentándolo a su derecha como Rey eterno, para disfrutar para siempre de las alegrías del Reino y de la plenitud de la vida y de la dicha (Hech 2,3233.36). El relato de la Pasión en los Evangelios Fue el primero en escribirse por parte de los evangelistas, en especial, san Marcos, del cual tomaron su propio relato Mateo y Lucas. Recordemos que los evangelios no empezaron contando la infancia de Jesús o su vida pública, sino por su pasión, muerte y resurrección, por su profundo significado para la fe. Los pasajes de la muerte del Señor son una confesión de fe y una buena noticia sobre Jesucristo. Los textos de la pasión de Cristo, no son una colección histórica de hechos que le ocurrieron a Cristo, ni tampoco son una descripción macabra, morbosa o dolorista de la Pasión, como sucede en ciertas películas o libros piadosos. Son un evangelio, dentro de cada uno de los evangelios, es decir una “buena noticia”. El relato está atestiguado en los cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), aunque cada uno acentúa un aspecto de Cristo o presenta una reflexión teológica. Casi siempre los cuatro evangelistas siguen el mismo paso, con semejanzas profundas en los contenidos, en las frases, en las palabras y hasta en los términos, como también presentan divergencias entre ellos. El uso del Antiguo Testamento en la redacción de la pasión de Cristo En su redacción, los evangelistas echaron mano del Antiguo Testamento, particularmente los textos de Isaías (Is 50,4-7; 52,13-53,12), del Siervo de Yahvé que muerte mártir y de los Salmos, en especial, los salmos del justo sufriente (Sal 22 y 69). Además, hay alusiones implícitas de las Escrituras, en clave de promesa y cumplimiento. La vida y enseñanzas de Jesús, así como su pasión y muerte son el cumplimiento de las Escrituras, es decir, es el cumplimiento de la salvación anunciada por Dios, para toda la humanidad. Los motivos para escribirlo También se escribieron por diversos motivos: el motivo dogmático, que intenta descubrir y describir el aspecto humano y divino de Jesús, es decir, su verdadera humanidad, es un hombre que sufre y que tiene miedo a la muerte, así como también su divinidad (sabe lo que va a suceder, su poder y dominio sobre los acontecimientos, sus títulos); el motivo parenético que convierte en el relato de la pasión en advertencia y amonestación para los discípulos de Jesús (sueño de los discípulos, negaciones de Pedro, traición de Judas). El motivo apologético, que los hace “recargar las tintas” en ciertos relatos, por ejemplo, en la responsabilidad de los judíos en la muerte de Jesús (Mateo) o en la inocencia de los romanos en su muerte (Lucas); el motivo litúrgico, que retrotrae al mismo Jesús datos del culto o de la liturgia cristiana y el motivo histórico, que es fundamental en la base de la redacción de la pasión. Pero visto a la luz de la pascua, desde el prisma del Resucitado. El Crucificado es el Resucitado. Es lo que hicieron los hombres, que mataron a Jesús, y lo que hizo Dios, “a éste Dios lo resucitó”. De manera que el relato es un relato pascual. Se elaboró desde la fe en Jesucristo Resucitado. Esto es importante y esencial para la fe. No son actas notariales de un martirio, sino que se originan en la fe, en el anuncio cristiano de la comunidad primitiva y en su culto. ¿Dónde nació el relato de la Pasión? El relato es compacto y cronológicamente ordenado y sigue este orden: agonía de Jesús (excepto en Juan), prendimiento, proceso judío, proceso romano, crucifixión, muerte y sepultura. Además, es muy antiguo, pues probablemente se escribió casi de inmediato, como un relato ampliado de la institución de la Eucaristía, basándose en recuerdos y testimonios recogidos de primera mano (conocimiento de personas, lugares, hechos). Es posible que la primera redacción se realizara en Jerusalén, un año después de la muerte de Cristo en lengua aramea, y el relato era corto, parecido al de san Marcos. Llama la atención que da a las últimas horas de la vida de Jesús una atención desproporcionada, respecto al resto de su vida. Por ejemplo, el Evangelio de Marcos dedica 539 versículos para contar la vida de Jesús, de los cuales 119 son de la pasión y 8 a la resurrección (20 con la adición); en cambio san Mateo dedica 910 versículos a la vida de Jesús, 141 a la pasión y 20 a la resurrección, en tanto que san Lucas dedica 906 versículos a la vida de Jesús, 180 a la pasión y 53 a la resurrección de Cristo. Y ello, en contraste con la duración de los hechos, con el “kerigma” (ver libro de los Hechos), con la tendencia sicológica de todo ser humano a alejar los hechos dolorosos una vez superados y con la mentalidad mesiánica que tienen de fondo. ¿Por qué se redactó? ¿Qué motivos intervinieron para hacer que la fe pascual no pasara por alto la pasión, sino que llevara a una nueva comprensión suya, poniendo de manifiesto e iluminando sus aspectos positivos? Podríamos resumirlos así: - La Pasión es el lugar privilegiado de la manifestación del amor de Dios, como la revelación por excelencia de su rostro de Padre, lo que no podía menos de herir a la mentalidad humana, como un auténtico escándalo teológico: ¿cómo ha escogido Dios para salvar a la humanidad, el camino de la humillación y del sufrimiento? Era, pues, un acontecimiento que había que meditar sin cesar, para llegar a entender a Dios y sus caminos de su salvación. - La Pasión se presentó en la primera comunidad cristiana, como una experiencia constantemente actual, pues se repetía en la vida de aquellos primeros cristianos y cristianas: persecuciones, juicios, detenciones, cristianos de minoría... De allí que ellos la meditaban y veían cómo les sucedía casi a diario. La cristología de los relatos Además, cada uno de los evangelistas quiso presentar su enfoque cristológico, a la hora de contar la pasión del Señor. Veamos: Para el evangelista Marcos, Jesús es el Mesías de la cruz, el Siervo Doliente del Señor anunciado por Isaías, el Hijo de Dios confesado por el centurión romano (Mc 15,39), que es el mensaje central de su Evangelio (Marcos 1,1). Desde la cruz se revela su verdadera identidad. Para el evangelista Mateo, Jesús es el Mesías que cumple a plenitud los anuncios del Antiguo Testamento, pero que es rechazado por los suyos, cumpliendo la voluntad de Dios. Para el evangelista Lucas, Jesús es el Salvador de su pueblo, el Justo inocente por excelencia que muere en la cruz, ejerciendo desde ella su perdón y misericordia. Para el evangelista Juan, Jesús es el Rey y Señor que reina desde la cruz, el Cordero inocente de Dios que quita el pecado del mundo, que sufre y muere por nosotros, entregándose libremente a la muerte. Jesús ante su muerte Según el testimonio de los evangelistas, Jesús previó su muerte y la anunció (Mt 8,31-32; 9,30-32; 10,32-34), como un acto de entrega que terminará en triunfo. En el Bautismo, Jesús tomó conciencia de su compromiso mesiánico y, desde ese momento consagró su vida, en la línea de los profetas, a la proclamación del Evangelio del Reino, que pondría al descubierto las injusticias, el pecado y los intereses de la sociedad judía. Su vida quedaba a merced de su ideal. La causa de su muerte hay que buscarla en su vida misma. Jesús anunció el Reino de Dios que llegaba, la liberación total y definitiva de todos los males, llamó a la conversión, no sólo externa sino de corazón, actuó con libertad, denunció la hipocresía de los maestros de la ley, de los aparentemente justos, mostró predilección por los pobres, los pecadores, los humildes, marginados y sencillos, antepuso el servicio al poder, la justicia al culto, fue poco formalista en la observancia de la ley, y amigo de los que no la observaban... Por todo esto fue condenado, perseguido y enjuiciado por los poderes de su tiempo, políticos y religiosos. Era “normal” esta muerte injusta. Pero Jesús no buscó la muerte. En su angustia, pidió a Dios que lo liberara de ella, experimentó el fracaso humano, el miedo ante el final, la soledad angustiosa y el abandono de los suyos, así como su natural repugnancia ante la muerte. Pero, confortado por el Padre Celestial, supera el miedo y se arma de valor, supera el peso de la muerte, se levanta sereno hasta el Calvario. Esta serenidad, hecha de entrega y confianza en su Dios y Padre, hará exclamar al centurión romano: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15,39). El proceso de Jesús Fue condenado por las autoridades religiosas de Israel por blasfemo y por el poder civil (Roma), por revoltoso y agitador de masas, que puso en peligro la seguridad del estado (Jn 19,12). Sabemos que lo evangelistas, en aras de sacrificar el relato por su preocupaciones teológicas, no se ponen de acuerdo el tiempo que duró el juicio, ni en la fecha, el día, y otros detalles, como si la cena fue realmente una cena de Pascua, o una cena en los días de Pascua, no necesariamente pascual. Su muerte en la cruz El relato de la crucifixión es muy parco, sin detalles, que contrasta con la serenidad de Jesús y su actitud confiada en Dios. Es un relato inundado de luz pascual, expresado en lenguaje simbólico, cargado de intención teológica y hecho a base de los textos del Antiguo Testamento, que anunciaban su muerte, en especial los profetas (siguiendo paso a paso los poemas de Isaías, acerca del Siervo de Yahvé; capítulo 53) o los textos del cordero pascual, que expía los pecados... (Jn 19,31-37). Para la catequesis, la reflexión o la predicación en Semana Santa El relato de la Pasión, no es un relato ni es una película de un hombre ajusticiado o fracasado, sino una buena noticia de que el Crucificado ha resucitado y es vencedor de la muerte. Su cruz no es un símbolo de muerte, sino de salvación y esperanza. Su sangre, es decir, su vida, es signo eficaz de salvación, desde su presencia resucitada y de su acción redentora en la historia. El que muere en la cruz, expía nuestros pecados, nos libera del mal y de la muerte y restaura la vida. De allí que la Iglesia, lejos de hacer una reflexión “dolorista” de la muerte de Cristo, vuelve su mirada con entusiasmo e ilusión al Calvario y a la cruz, que se convierten en signos de esperanza y salvación de la humanidad, vistas desde el acontecimiento de la Resurrección. Por lo general, la catequesis tradicional basaba la esencia de la fe sobre el Calvario. Durante siglos, el cristianismo ha estado dominado por una teología de la cruz, anclada en el concepto de la redención: la muerte de Jesús reconciliaba al ser humano con Dios. Esta visión ha llevado a hablar del sufrimiento de Cristo excesivamente, a querer compartir los dolores de Jesús mediante el ayuno, la penitencia, sacrificios, mortificaciones, gestos piadosos, procesiones, renuncias y demás. Imaginamos el efecto que las películas también han surtido en la conciencia de la gente: llanto abundante, consideraciones compasivas acerca de Jesús (¡pobre todo lo que sufrió por nosotros...!). Es decir, consideraciones poco bíblicas, sino motivadas por el sentimiento pasajero o por la impresión que produce el dolor del Señor, por más que se basen en los relatos de la pasión de Cristo. De allí que la catequesis y la predicación de estos días deben mostrar que la muerte de Cristo no existe sin resurrección. Que la debemos ver desde la Pascua, desde su triunfo, que haga de la fe una fe esperanzada, de ilusión y alegría, capaz de animar y empujar a los creyentes al compromiso de lograr una auténtica liberación de los hombres y mujeres, de instaurar el Reino. Esto era lo que hacían los primeros cristianos, cuando hablaban de la muerte del Señor. Nuestra actitud ante el sufrimiento, desde Jesucristo La actitud de Jesús ante el sufrimiento, ilumina y transforma los sufrimientos de los seres humanos. Jesús murió y sufrió por alguien, no por algo, por obedecer la voluntad de Dios (Filip 2,6-11) y por solidaridad con los más necesitados, al tomar la condición humana, muriendo la muerte de los más pobres y desdichados. Jesús fue un ser para los demás. La actitud de los cristianos y cristianas ante el sufrimiento y la muerte, si tiene como referencia la actitud de Jesús, excluye una serie de consideraciones y comportamientos inadecuados, desde todo punto de vista: - Ni el masoquismo: el sufrimiento no tiene valor por sí mismo. Jesús no amó el dolor, ni corrió detrás de los sufrimientos, no buscó la muerte ni fue un masoquista, es decir, alguien que disfrutaba sufriendo… La Primera Carta de Pedro, el escrito del Nuevo Testamento que más habla del sufrimiento, no dice: busquemos el sufrimiento para imitar al Señor..., sino más bien: puesto que tenemos que sufrir, suframos como el Señor. Entonces reinaremos con él... (1 Ped 4,1-2.12-13). - Ni el dolorismo: Los evangelistas no pretenden describir la intensidad del sufrimiento de Jesús en su pasión. Los momentos que más ha exagerado la devoción popular, o “cuentan” lo anunciado por los profetas (los ultrajes, los salivazos, golpes, coronación de espinas, clavos en las manos y los pies), o tienen un significado profundo (costado abierto por la lanza como fuente de vida en Jn 19,33-34). No es un valor cristiano la intensidad o cantidad de sufrimiento. - Ni la resignación: La actitud cristiana ante el sufrimiento, si mira a la de Jesús, no será tampoco una actitud de resignación o de sumisión pasiva, porque no se puede hacer otra cosa. Jesús aceptó su pasión y su muerte. Su obediencia al Padre consistió en no renunciar a una misión difícil, exigente e incomprendida, que lo llevó a la muerte. - Ni la evasión: Jesús no corrió detrás de la muerte, pero cuando ésta se le presentó, tampoco la evadió o retrocedió ante ella. La asumió y enfrentó. Y sabemos que no tuvo una muerte fácil. Cuando Dios, en Jesús, quiso compartir la experiencia y la condición humana, no lo hizo a medias; no vino a “tocar por encima” o rozar lo que somos nosotros, sino que asumió lo que somos y lo que vivimos, como afirma San Pablo: se despojó de su rango...haciéndose uno de tantos... presentándose como simple hombre... (Filip 2,7). - Entonces, la actitud cristiana ante el sufrimiento no puede consistir tampoco, en evadirse para olvidarlo y hacer como si no existiera. El mal y el sufrimiento pueden convertirse misteriosamente para el cristiano en un lugar de gracia: “si ustedes hacen el bien y además aguantan el sufrimiento, eso dice mucho ante Dios. De hecho, a esto los llamaron, porque Cristo también sufrió por ustedes, dejándoles un modelo para que sigan sus huellas...” (1 Ped 2,20-21). - Ni la explicación: A pesar de todo, ante el misterio del mal y del sufrimiento, el cristiano se ve tan desvalido como los demás: no tiene explicación. Dios, en Jesús, no nos ha traído una explicación, sino una presencia: “El Hijo de Dios no ha venido a destruir el sufrimiento, sino a sufrir con nosotros. No ha venido a destruir la cruz, sino a tenderse en ella” (Paul Claudel). No hay respuestas a la pregunta de la razón del sufrimiento y lo que sabemos es que Jesús también pasó por allí, que dio sentido a su sufrimiento por los demás, en el servicio a Dios y en la solidaridad con los hombres y mujeres que sufren. Y creemos que esa manera de vivir el sufrimiento, recibió de Dios el sí de la resurrección. Lástima que nada de esto dicen o se nos presenta en las películas de la Pasión del Señor. Se quedan cortas en cuanto al mensaje pascual, al sentido del Misterio Pascual, que celebramos los cristianos en la Semana Santa. Motivadas por una reconstrucción histórica de los sufrimientos de Cristo, cosa por lo demás casi imposible o en una presentación sangrienta y cruel de todo lo que le hicieron a Jesús, que a cierta gente le “encanta” admirar “sádicamente”, por su tendencia a todo lo morboso y curioso, como han sido formados muchos, hasta sin quererlo, y que dejan de lado lo fundamental, del mensaje del Misterio Pascual. La muerte de Jesús es el culmen de su entrega por los seres humanos. Su puesta por escrito en los Evangelios, se hizo bajo la inspiración del Resucitado y la presencia del Espíritu, dándoles a estos relatos un fuerte sentido de esperanza, que nada tienen que ver con los sentimientos de culpa que más de un cristiano o cristiana pueda experimentar al leerlos o al ver ciertas películas. No se escribieron para alimentar el morbo o ciertas prácticas cristianas que tienen más de masoquismo que de cristianismo, de dolorismo y de resignación o de evasión, que de experiencia de fe auténtica, sino para despertar en los cristianos la fe en su victoria sobre todos los males, el dolor, el pecado y la muerte.