teología de la belleza

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PAOLO PIFANO
TEOLOGÍA DE LA BELLEZA
Siempre, a lo largo de la historia, las actitudes éticas han estado enfrentadas a las
estéticas. La síntesis perfecta no se ha dado hasta el momento, al menos en el conjunto
de la sociedad. El autor del presente artículo quiere contribuir a la formación de dicha
síntesis; para ello, de un modo informativo, presenta cuatro grandes obras «actuales»
que tratan sobre la belleza: las de von Balthasar Evdokimov, Bernard y Häring.
Teologie della Belleza, Rassegna di Teologia, 24 (1983) 15-32
INTRODUCCION. EL HOMBRE CONTEMPORÁNEO Y EL DESEO DE LA
BELLEZA
Escribe Juan Pablo II en la Redemptor hominis: "En esta inquietud creativa late y
domina lo que es más profundamente humano: la búsqueda de la verdad, la insaciable
necesidad del bien, el hambre de la libertad, la nostalgia de la belleza".
Poco antes de morir, en agosto de 1979, en una entrevista póstuma, Herbert Marcuse,
lanzaba un mensaje a las nuevas generaciones. En él, aunque anunciaba unos años
terribles por venir, pedía a los jóvene s que recuperasen los valores estéticos, ya que el
arte, la cultura y el espíritu no son cosas reaccionarias. Y concluía afirmando que "si se
ha llegado a este punto es porque, desde hace un siglo ríos hemos olvidado de la
dimensión estética, la única cosa que puede recuperar la revolución del siglo XX, lo
único que puede galvanizar un mundo ávido de pensar, de amar y de contemplar".
Las interpretaciones de esta última perspectiva de Marcuse han sido diversas:
redescubrimiento de una pluridimensionalidad más rica del hombre, rechazo de la
repetición, irrupción de lo bello como preanuncio de un horizonte radicalmente "otro" y
distinto al de la economía y la sociología, presencia de un profundo sentido trágico de la
vida... Verdaderamente, Marcuse no sale del espacio tradicional de su filosofía, carente
de un fundamento metafísico. Pero ¿no está, tal vez, en sintonía con una pujante
nostalgia del hombre contemporáneo?
La conmemoración del centenario de Dostoievski ha evocado su afirmación de la
"belleza que salvará al mundo". Lo evocamos como una intuición cercana a nuestras
ansias y a nuestras preguntas; muchos aspectos de nuestra historia, en el bien y en el
mal, ya estaban en sus palabras.
La popularidad de la ecología que quiere salvar el encanto de la naturaleza es un claro
indicio premonitor de la nueva aurora de la Belleza.
I. LA ESTÉTICA TEOLÓGICA DE H. U. VON BALTHASAR
La teología está viva cuando respira el clima del tiempo. ¿Es posible, y de qué forma,
insertar en teología la categoría de la belleza? Hans Urs von Balthasar ha contestado
afirmativamente con la grandiosa obra Gloria, cuyo subtitulo es, en efecto "Una estética
teológica", en siete grandes volúmenes.
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Con "Gloria" von Balthasar ha pretendido presentar la teología cristiana a la luz de un
trascendental filosófico: la belleza. Su mismo autor indica que ha empezado con la
belleza porque el esplendor del ser es la primera cosa que ve un niño o que comprende
un hombre sencillo. Ya en el primer tomo se habla de "la percepción de la forma". En
otras épocas han sido los valores de la "verdad" y del "bien" los que estaban en primer
plano. Von Balthasar sin rechazarlos, muestra cómo en el cambiante clima cultural
contemporáneo se necesita un camino distinto y suplementario. Por otro lado, los
trascendentales en los antiguos sistemas filosóficos hasta Tomás de Aquino, eran
dimensiones relacionadas entre sí e inseparables: la belleza no es otra cosa sino la forma
en la cual el bien se entrega y es comprendido como verdad. El intento de Von
Balthasar se presenta como una vuelta a los orígenes; la belleza vuelve a aparecer como
lo que roza con impalpable destello la doble cara de la verdad y del bien. En un mundo
sin belleza también el bien pierde la capacidad de atracción y el hombre acaba por
preguntarse por qué tiene que cumplirlo y no sumergirse en su contrario, es decir, en el
vértigo del mal.
En este horizonte la revelación que Dios hace de sí mismo tiene un nombre: "Gloria"
(en hebreo kabod; en griego doxa). El término alemán es aún más intenso: Herrlichkeit.
En la tradición bíblica, a la que están dedicados los volúmenes 6 y 7, "Gloria" es la
manifestación del amor de Dios en donación plena y gratuita, un desplegarse de su ser
misterioso que viene al encuentro del hombre en la historia. Dios viene ante todo, no
como maestro nuestro ("verdad"), no como redentor con muchos fines ("bueno"), sino
para mostrar e irradiar a Sí mismo, la gloria de su eterno amor trinitario, nos dice Von
Balthasar. De este modo resplandecerá en los gestos y en las maravillas de Dios, los
elementos de la belleza. Así, la Escritura es, si no en su totalidad, sí de manera
prevalente, un libro poético. La forma más esplendorosa del recorrido histórico de la
gloria es el Crucificado, porque sobre el Calvario la irrupción del Amor llega a su más
alta intensidad. Paradójicamente sobre la cruz se encuentran horror y belleza: Juan ve en
la cruz la "gloria". ¿Está probablemente aquí la solución del enigma filosófico alrededor
de la obra de arte que alcanza precisamente en la poesía trágica la expresión más
sublime?
Hay que subrayar enseguida que esta estética teológica no debe confundirse con el
sentimiento romántico: aquélla es el reconocimiento de la maiestas Dei a través de un
amor filial que se expresa después en adoración. "Gloria" no es belleza en el sentido
estético mundano, sino "esplendor de la divinidad de Dios como se manifiesta en la
vida, muerte y resurrección de Jesús; y, según san Pablo, "en los cristianos que
contemplan a su Señor", dirá Von Balthasar; y por eso afirmará que él es un cultivador
de la teología de la belleza, pero no un esteta teológico. La perspectiva filosófica
corrobora esta posición. La belleza de la que habla el teólogo suizo es, en efecto, el
esplendor del ser, de la originaria y esencial realidad en una imagen sensible. Es la
verdad que se hace imagen, que se comunica sin recurrir a conceptos, sino a través de la
exaltante emoción que la imagen bella sabe suscitar en el ánimo dispuesto a acogerla.
Esta concepción de la belleza se remonta a Platón y, a través de san Agustín y el
neoplatonismo, recorre el amplio arco que conduce al romanticismo. En esa época se
inicia una separación entre belleza y ser. El arte, dirá Kant, no es expresión de una cosa
bella, sino la bella representación de una cosa. Es por todo ello que H. U. von Balthasar
afirma ser un cultivador de la teología de la belleza pero no un esteta teológico. La
reflexión sobre la belleza puede convertirse en teología si se la considera conectada a las
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profundas raíces del ser. Por eso se coloca más allá de los estéticos idealistas y si se
remite a un idealista, lo hace a Schelling, y entre los más recientes evoca a Heidegger.
En la contemplación del esplendor de la Belleza somos reducidos, conquistados, nos
volvemos amorosos. "Gloria", en el sentido bíblico es la reciprocidad de Dios que se
autodona y la aceptación orante del hombre. La actividad subjetiva y la luminosidad
objetiva se entrelazan. Los dos elementos dibujan el cuadro en el cual se mueve hoy
tanta consideración estética como la que, de forma amplia, podríamos hacer descender
de Heidegger y los que de él derivan; una estética que, aunque sea de alguna manera
continuación de la kantiana y romántica, siente nostalgia de una vuelta a las formas de
participación pre-predicativa, es decir, a acercamientos existenciales con el misterio
ontológico.
Pero le negativo traspasa la vida y la luz choca con las tinieblas del mal. De ahí nace el
conflicto y la tensión entre la libertad de Dios y la del hombre; un horizonte dramático
de encuentro y rechazo acompaña a la Revelación sin que pueda dejar de influir en la
teología. De este modo se realiza, en la obra de Balthasar, el paso de la teo-estética a la
teodramática.
II. PAVEL NICOLAEVIC EVDOKIMOV: TEOLOGÍA DE LA BELLEZA
El último libro de Evdokimov:"Teología de la Belleza", escrito antes de su muerte en
París en 1970, ofrece casi una "summa" sobre la belleza desde el punto teológico y
según el espíritu de la más profunda Ortodoxia. Sé trata de unas bellas páginas,
marcadas por un estilo y un lenguaje en armonía con el tema, donde la teología se hace
canto, alabanza, poesía. La obra bebe en la herencia de los Padres griegos, en los textos
de los maestros espirituales de Oriente y se enriquece de la mística simbólica de la
liturgia rusa. Evdokimov, aun pasando a través de la oscuridad del sufrimiento, ha
pensado con los ojos abiertos hacia el futuro, en lo nuevo y absolutamente deseable que
habla el Apocalipsis, a la espera del "gran día" sobre el que ha escrito san Gregorio de
Nisa. Es el hombre del estupor y de la esperanza, acompañado del sentido de la
presencia del Invisible en la historia, de la percepción del Misterio escondido entre los
acontecimientos del tiempo.
Sólo en el interior de esta concepción puede entenderse la concepción evdokimiana de
la belleza. El teólogo ortodoxo reconoce la existencia de ambigüedades: "Si la verdad es
siempre bella, la belleza no es siempre verdadera. Plotino es el que desvela esta
ceguera" (pág. 59). La belleza es revelación de Dios; esa es la belleza que busca el que
es herido por el deseo de Dios. Las páginas de Evdokimov se documentan con las
reflexiones patrísticas en donde la Belleza es un nombre divino: desde DionisioAreopagita a san Basilio, san Máximo Confesor o san Cirilo de Alejandría que, atento
intérprete del rumbo pneumatológico de su escuela, llama al Espíritu Santo "Espíritu de
belleza", para continuar después en clave cristológica. El binomio belleza-verdad no
existe en abstracto, sino que históricamente es personalizado en Jesucristo: "Yo soy la
verdad", que Evdokimov traduce "Yo soy la Belleza". Una realidad que va más allá que
cualquier reducción estética o intelectual porque la Belleza del Hijo surge de una fuente
precisa: la Belleza de la Trinidad (Pág. 49).
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Vehículo del Inefable, imagen abierta del Invisible son los iconos que no son sólo
cuadros de motivos religiosos sino una invitación a la experiencia de una fe alimentada
por la meditación teológica y por la oración litúrgica, mundo de la Gloria de Dios y a la
vez eco y reflejo de las esperanzas y de las desilusiones del hombre.
Pero la Belleza Trinitaria es vida luminosa sembrada en los pliegues de las realidades
creaturales y en los surcos de la historia donde el hombre y el cosmos encuentran su
origen y significado. También aquí Evdokimov recoge e interpreta la doctrina de los
Padres. Según Dionisio Pseudo-Areopagita el hombre creado en relación de
conformidad con el Arquetipo de la Belleza, lleva consigo un "Logos poético
escondido"; mientras san Basilio explica la nostalgia de lo Bello presente en cada uno
de nosotros porque somos imágenes de Dios, emparentados con El, descendientes de su
misma estirpe. Es el tema del ejemplarismo que se ha desarrollado en la teología
postconciliar pero de lejanos orígenes patrísticos. Esta belleza redunda también sobre el
cuerpo: el ser humano, en su integridad, está colocado por encima de los ángeles. Por
eso la liturgia ortodoxa aclama la luminosidad del cuerpo de los santos iconos del
esplendor de Dios y adora la humanidad de Cristo. El pecado no ha destruido este
proyecto originario, sólo lo ha deformado. Jesucristo muere y resucita para restablecer
la comunión que era "in principio". Moviéndose a lo largo de la teología ortodoxa,
Evdokimov ilustra, sobre una auténtica base trinitaria, la theosis del hombre. El hombre
"deificado" reencuentra la antigua Belleza; surge la necesidad de la celebración: la
liturgia es el canto de los transfigurados que han reencontrado su semejanza divina.
Pero también en el cosmos hay signos de la belleza de Dios. Evdokimov recuerda que
en el centro de la cosmología de los Padres griegos se entreve una grandiosa teología
"visiva". La coincidencia entre la realidad concreta y el proyecto del Creador constituye
la Belleza. De aquí nace la actitud iconográfica de contemplar el mundo para descubrir
a través de él, los logoi de la Trinidad creadora, con el regocijado espíritu cósmico de la
Ortodoxia y su firme optimismo. No obstante, Evdokimov advierte la presencia
"incontestable de los demonios" (Pág. 80); mientras el pecado siembra discordia y
división, la Belleza desaparece de nuestro entorno. Su misma existencia personal fue
lacerada por una serie de desgracias familiares y personales; pero Evdokimov no ha
cesado nunca de esperar: él cree que la historia, más allá de cualquier tragedia y de
cualquier dolor, está colocada bajo el signo de la victoria del Cristo Resucitado que, no
obstante, se revelará definitivamente con la Parusía. En esta perspectiva ha madurado en
su obra la reflexión sobre el significado y el valor del tiempo entre la Ascensión y el
retorno del Señor. Pero anticipadamente se encuentra ya en esta tierra a través del obrar
humano que "es apto para curar y restaurar el equilibrio" (Pág. 77); es decir, restitución
de las cosas al proyecto originario: porque la belleza está en la fidelidad al arquetipo.
Esta es la liturgia cósmica, preludio de la liturgia celeste. Con su concepto ascético y
contemplativo, Evdokimov acerca la sabiduría de Oriente a la inquieta antropología de
Occidente.
Fiel a la tradición patrística, no separa al hombre de la comunidad: desde Pentecostés la
Trinidad va recogiendo a la humanidad en una única familia y la salvación ha adquirido
una dimensión comunitaria. La Iglesia es imagen viviente de la Belleza eterna, pero
también es un vaso de arcilla contaminado por el pecado: misterio del esplendor divino
y realidad de belleza desfigurada.
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III. CH. A. BERNARD: TEOLOGÍA SIMBÓLICA
Las reflexiones de Ch. Bernard sobre la Belleza están insertas en el horizonte de su
Teología simbólica. Se ha observado que la crisis progresiva del etnocentrismo cultural
europeo, el encuentro y diálogo con otras culturas, están revelando qué ingenua es la
pretensión iluminística de un conocimiento racional, global y objetivo. Es posible, pues,
añadir otra forma de acercamiento con la realidad: Garaudy lo define como
"acercamiento estético", pero, más propiamente, puede llamarse simbólico.
En un mundo que está cambiando los mismos paradigmas culturales, ¿puede la teología
pararse en la importación iluminística de los últimos siglos, cerrando los ojos a otras
escalas de valores de tipo intuitivo- vital? Por otra parte, el uso del símbolo es un
fenómeno constante y universal, presente en la Biblia, en los Padres de la Iglesia, en las
páginas de la vida cristiana, desde los místicos de la Contrarreforma a Teresa de
Lisieux.
Ch. Bernard, profesor de la Universidad Gregoriana, nos ha dado el primer tratado
sistemático y orgánico sobre la función del lenguaje simbólico en la teología de la vida
espiritual; el valor y la utilidad de esta obra es grande. En la primera parte hay una larga
y científica ilustración de la actividad simbólica en general, sin olvidar los más recientes
estudios de la historia de las religiones y del psicoanálisis; en la segunda parte, situado
en el interior del cristianismo, presenta un fresco de "los símbolos de la búsqueda de
Dios", delineando, casi, un itinerario y un tratado de teología espiritual. En este contexto
se encuentran las consideraciones sobre la Belleza. "El acercamiento a la trascendencia
partiendo del vector sensible conduce al descubrimiento de un valor que, según el tema
orquestado por Urs von Balthasar, aparece extrañamente olvidado por la teología actual.
No obstante, quien no se contente con decir algo referente a la Palabra de Dios, sino que
hable de Dios mismo, se encontrará en compañía de los teólogos antiguos, tan sensibles
a la belleza de Dios. ¿Hace falta, pues, ser contemplativos para quedar de nuevo
cautivados por la Belleza? San Juan de la Cruz reencuentra a san Agustín y a Diógenes
Areopagita" (Pág. 144).
La belleza de la que trata San Juan de la Cruz es la del Hijo de Dios, imagen perfecta
del Padre. Cristo, deja traslucir fascinación y encanto de tal forma que en El, el
acercamiento entre santidad y belleza no tiene nada de arbitrario. Los santos han
contemplado la Belleza; entre estos, por la inmediatez de su contacto con Jesús, Teresa
de Lisieux ocupa un puesto particular, así como Teresa de Avila y san Bernardo. San
Juan de la Cruz invita al cristiano a fijarse en la belleza de la Luz de Cristo: porque la
mirada de Cristo transforma y ennoblece todo lo que encuentra. Se establece así una
ligazón entre la Belleza de Dios v el embellecimiento del alma; más que replegarnos
sobre nosotros mismos es preciso encontrarnos con El que es revelación de Dios y
salvación del hombre. De esta forma se evita, según Bernard, el estetismo. "La
contemplación de la belleza de Cristo no es una diversión de esteta, sino un medio para
conquistar y expresar una adhesión total en el amor y en la acción" (Pág. 358).
En este punto entramos en el corazón de un problema teológico decisivo: ¿cómo es
posible percibir, más allá del rostro humano, la realidad trascendente de Cristo? El autor
dedica a esta cuestión unas páginas entrelazadas de teología y de oración.
Desgraciadamente en occidente, frente a Cristo, nos hemos parado "en el hombre", sin
continuar el movimiento que debería conducirnos hasta Dios. En oriente, en cambio, la
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figura de Cristo es la cara humana de Dios, el Espíritu Santo reposa sobre El
revelándonos la Belleza absoluta divino-humana que, ningún arte puede nunca
representar adecuadamente y sólo los iconos pueden sugerir por medio de la luz del
Tabor (Pág. 154).
El cristiano no puede contentarse con una actividad simbólica común a todos; está en
una situación singular determinada por el misterio de Cristo. En estrecha dependencia
con ello actúan el sacramento del Bautismo y el de la Eucaristía, los cuales, como todo
sacramento "operan lo que simbolizan operando" (Pág. 403). Es en la última parte del
estudio de Bernard, dedicado a la eficacia simbólica aplicada a la Liturgia, donde
encontramos al hombre contemplador de las maravillas de Dios que se vuelve después
en el universo, colaborador de la "Gloria".
IV. B. HARING: UNA ÉTICA Y UNA PRAXIS DESDE LA BELLEZA
Las afirmaciones sobre la Belleza aparecen en la última obra de B. Häring ("Liberados y
fieles en Cristo"), ante todo en el segundo de sus tres volúmenes. Es interesante anotar
cómo en este estudio de teología moral, el autor retoma los temas desarrollados
recientemente en el campo bíblico-teológico, allanando así, no solamente el camino
hacia una ética que desciende de la Palabra y del dogma, sino hacia una impostación
interdisciplinar que tiene innumerables ventajas en el plano didáctico.
Háring inicia su andaduras con consideraciones antropológicas, pero después se vuelve
hacia las perspectivas de la Revelación donde Dios está presente como Luz beatificante
e irradiante Resplandor: desde las páginas de la Escritura al pensamiento de Agustín,
Tomás de Aquino o H.U. von Balthasar, deteniéndose con los ojos de la fe frente a la
armonía-contraste entre cruz y gloria en Jesús de Nazaret. Estamos ya lejos de cualquier
sugestión mundana o estética, la Belleza existe cuando se vuelve a recorrer el mismo
itinerario de la kénosis de Cristo. Pero también la Jerusalén celeste hacia la cual
caminamos está descrita en términos de Luz y de Belleza. El hombre total y la
comunidad humana participarán transfigurados de la luminosidad del Resucitado.
Mientras estamos prisioneros del tiempo, las celebraciones litúrgicas nos anticipan esta
maravilla, despertando nuestro corazón ante los gestos gratuitos de la Gloria Dei que
alcanzan a la historia y envuelven el universo.
Pero el culto debe traducirse en obras y en actitud de vida. Recogiendo una idea de E.
Schillebeeckx, Häring dice que hay que entrever el encanto de la ciudad futura
volviéndonos "defensores responsables de la Gloria Dei presente en la creación". Sólo
así la idea de la belleza tendrá un sentido vital para la fe cristiana. Es fácil recoger aquí
conclusiones de tipo ético, desde la dignidad del cuerpo al valor del trabajo, la ecología,
o el empeño por el diálogo y la paz, "porque la obra más bella y espléndida que Dios ha
creado es la humanidad: los hombres y las mujeres, hechos a su imagen y semejanza"
(Pág. 142).
Desde la Belleza contemplada en la liturgia un cristiano no puede vivir su vida al
margen de los que sufren. Por ello, Häring traza las líneas de una teología moral en la
que "la belleza " tiene un papel de gran importancia. Yendo al encuentro de "lo bello"
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trascendemos el ámbito de lo útil y provechoso, dejando atrás una moral que habla
demasiado de lo que debe hacerse y que es tan poco fascinante...
Pero ¿qué belleza es esa? El teólogo no puede dejar de preocuparse de su identidad.
Häring recuerda que la belleza puede conducir al ser humano hasta un culto idolátrico
de lo bello separándolo de su fuente. Dicha belleza permanecería en la ambigüedad si
no entrase en las dimensiones de la Gloria Dei. La teología moral va así redescubriendo
este filón bíblico, patrístico y medieval y reencuentra, en sintonía también con algunas
orientaciones de la cultura contemporánea, el sentido de la gratuidad, del don, de la
alegría y de la libertad; saliendo del imperativo de las leyes y controles a menudo
incomprensibles y egoístas del más allá. Una moral de la "Gloria" conjuga de este modo
la esfera del conocimiento y la esfera del amor en la contemplación de la Trinidad
donde el Espíritu de verdad es el esplendor fulgurante de la divina Belleza.
CONCLUSIÓN
Si observamos algunos filones del arte contemporáneo, el rostro del hombre aparece
afeado, perdido, desfigurado; pensemos en el teatro de Beckett, en la literatura del
aburrimiento y de la desesperación, en la cultura de la muerte y de lo negativo. No
obstante algo nace mientras todo parece morir: el hombre tiene más nostalgia de la
alegría, de la danza, del canto, de los días felices. No es raro encontrar en el mismo
panorama rasgos de luz e innovaciones de esperanza. Y enseguida nos preguntamos
cuál sea el papel del arte en esta época de crisis y de incertidumbre. Pero preferimos
llamar la atención al empeño urgente, casi visionario del teólogo, como sugiere von
Balthasar: es preciso que los que espiritualmente sean capaces abran los ojos a la forma
originaria del hombre en la existencia, iluminando de nuevo conjuntamente, la verdad,
la bondad y la belleza. Es por esto que, según Evdokimov, en esta época de silencio y
de olvido del hombre, la belleza puede ser portadora de verdad y de sabiduría. Bernard
dice que la misma vida cristiana tiene necesidad de anticipar el término real hacia el
cual tiende. En esto tiene que ayudarle la contemplación de la Belleza. Elevándose, el
hombre no abandona sus propios deberes, sino que los realiza con más alegría y
libertad. Desde la estética a la ética, la obediencia se asocia al cántico, como escribe J.
Moltmann: sin la obediencia efectiva, los cantos deliciosos se vuelven fraseología vacía.
Es lo qué hemos intentado evidenciar en este nuevo filón de la teología contemporánea.
En frase de G. Cristaldi: "del regocijado estupor frente al Misterio a las audacias de la
caridad en los espacios de la historia".
Tradujo y condensó: JOSE ANTONIO GARI
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