Indígeneas de Sonora

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Las sociedades indígenas de Sonora durante la monarquía hispánica. Notas críticas
para su estudio.
Por José Marcos Medina Bustos
Programa de Historia Regional
El Colegio de Sonora.
El presente texto es un producto intermedio de investigación cuya finalidad es poner
a discusión una serie de planteamientos sobre las sociedades indígenas que se han
convertido en lugares comunes de la historiografía acerca de Sonora, como son los
siguientes:
a)
Los grupos indígenas sonorenses al momento del contacto se
caracterizaban por una economía elemental de autosuficiencia que combinaba caza,
recolección y en menor medida agricultura; una estructura social igualitaria y una
organización política descentralizada y poco jerarquizada. El elemento conceptual
que sintetiza esta caracterización es la de “The ranchería peoples”; expresión
retomada del lenguaje de los primeros misioneros que decían que los indígenas
vivían “dispersos en rancherías” , en casas de materiales perecederos, dispersas en
un espacio relativamente extenso y que a lo largo del año se cambiaban de un lugar
a otro.1
b)
Los jesuitas, con su política de congregar o “reducir” tales rancherías
en pueblos de misión brindaron los elementos para que los indígenas
reconstituyeran sus identidades étnicas en el nuevo contexto del dominio hispánico;
ya que la vida en la misión reforzó su territorialidad, les enseñó a trabajar
comunalmente en la explotación de los bienes materiales introducidos por los
misioneros.2 En pocas palabras bajo la protección de los jesuitas los indígenas
aprendieron los rudimentos de la “vida civilizada”.
1
Edward Spicer, Cycles of Conquest, Tucson, University of Arizona Press, 7ª. ed. 1981 (1ª. 1962), p. 9.
Evelyn Hu -De Hart, Missionaries, Miners & Indians. Spanish Contact with the Yaqui Nation of
Northwestern New Spain 1533-1820, Tucson, The University of Arizona Press, 1981, pp. 23-25.
2
1
c)
Junto con los bienes materiales los jesuitas introdujeron la
organización política de las repúblicas de indios, con sus funciones en lo civil,
militar y religioso; sin embargo, las personas que ocupaban los cargos de gobierno
eran “meros auxiliares” del misionero, quien detentaba todo el poder dentro de la
comunidad misional. 3
d)
La expulsión de los jesuitas en 1767 condujo a la desintegración de
las “comunidades indígenas”, ya que quedaron sin su protección las tierras
comunales y con ello se debilitó, aún más, la autoridad de la república de indios. 4
En tales postulados hay una visión articuladora: los indígenas son los sujetos
pasivos en tanto que los misioneros jesuitas son el elemento activo.
En los últimos años se han formulado otras interpretaciones a partir de nuevas
lecturas de documentos ya conocidos , así como de nuevas investigaciones en fuentes
primarias de archivo e incluso arqueológicas, de las que se ha desprendido una mejor
comprensión de las relaciones entre los grupos indígenas y los conquistadores hispanos,
ya que se ha podido apreciar de mejor manera el papel de los primeros y formular
nuevos interrogantes. En este trabajo se busca explicitar la manera como se ha
replanteado la presencia indígena en el proceso histórico sonorense, durante el período
regido por la monarquía hispánica.
1.- ¿Sólo “Ranchería peoples” en Sonora?
A principios de la década de 1990, Daniel T. Reff 5 editó un provocador libro en
el que debate con Edward Spicer y los seguidores de su caracterización de los grupos
indígenas agricultores de Sonora como “Ranchería peoples”. Su planteamiento central
parte de una relectura de las relaciones que hicieron los primeros españoles que
3
Sergio Ortega Noriega, “El sistema de misiones jesuíticas 1591-1699”, en Sergio Ortega Noriega e Ignacio
del Río (coords.), Tres siglos de historia sonrense (1530-1830), México, UNAM, 1993 (1ª. ed. Gobierno del
Estado de Sonora, 1985), p. 69.
4
Ignacio del Río, “El noroeste novohispano y la nueva política imperial española”, en Ibid., p. 270.
5
Daniel T. Reff, Disease, Depopulation and Culture Ghange in North Western New Sapin, 1518-1764, Salt
Lake City, University of Utah Press, 1991.
2
entraron al actual territorio sonorense durante el siglo XVI y principios del XVII, ya
que en ellas se habla de sociedades complejas como son las referencias a “ciudades y
reinos”, en donde habitaban poblaciones numerosas, con cultivos extensos e irrigados,
abundancia de alimentos, comercio y contactos con lugares alejados, así como una
organización socio-política en la que existían caciques con influencia en varios
poblados y grupos de “principales” que monopolizaban el acceso a objetos suntuarios y
tenían a su servicio personas que les cult ivaban sus tierras. Estos elementos chocan con
la caracterización de las sociedades indígenas como “ranchería peoples”.
Los datos anteriores fueron descartados por los historiadores, pues los
consideraron como exageraciones que contrastaban con los informe s de los misioneros
del siglo XVIII, en los que se apuntaba el pequeño número de habitantes de los pueblos
de misión, así como se enfatizaban las “costumbres bárbaras” de los “sonoras” como el
poco aprecio por el trabajo agrícola y su preferencia por la recolección y la caza en los
montes. 6
Reff hace una revaloración de los primeros informes retomando lo aportado por
investigaciones arqueológicas en la reconstrucción de las culturas prehispánicas que
existieron en la región; según tales investigaciones se desarrollaron sociedades agrícolas
con un considerable grado de organización social en el río Gila (Hohokam), la zona
serrana de Sonora (Casas Grandes), en la zona desértica de la cuenca de los ríos AltarMagdalena-Concepción (Trincheras) y en el área del río Mayo (Huatabampo); sin
embargo, los fechamientos de las mismas indican que alrededor de un siglo antes de la
llegada de los españoles tales culturas entraron en crisis y desaparecieron
misteriosamente, posiblemente por cambios climáticos o por guerras, de ahí que lo que
encontraron los españoles fueron sociedades elementales que vivían en “rancherías”.
Reff plantea que tales fechamientos no son concluyentes y que la interpretación
arqueológica no toma en cuenta el impacto que pudieron tener las enfermeda des
europeas en las sociedades indígenas desde antes de que se estableciera el dominio de
los españoles en la región; su argumento es que las sociedades prehispánicas fueron
6
Juan Nentuig, Rudo ensayo. Descripción geográfica, natural y curiosa de la provincia de Sonora, 1764,
México, Colección Científica 58, SEP/INAH, 1977, p. 66; Ignacio Pfefferkorn, Descipción de la provincia de
Sonora , libro segundo, Hermosillo, Gobierno del Estado de Sonora, 1983, pp. 33-38.
3
devastadas por las enfermedades epidémicas que llegaron por las rutas de comercio y
que lo que encontraron los españoles fueron sociedades traumatizadas y
desestructuradas por el impacto de las epidemias, pero todavía con rasgos que
reflejaban el antiguo orden social: concentración de población en las riveras de los ríos,
agricultura de riego, caciques con autoridad sobre varios poblados, cierta estratificación
social, guerras por recursos y bienes.
Lo anterior no significa negar que muchos de los indígenas vivían en rancherías,
independientes unas de otras, con un patrón de nomadismo estacional en cierto
territorio que les permitía aprovechar los distintos recursos que les brindaba el medio
ambiente; pero de lo que se trata es de relativizar tal énfasis que ha oscurecido la
dimensión aldeana o de vida en pueblos sedentarios de la mayoría de los grupos
indígenas de la región.
2.- ¿De rancherías seminómadas a pueblos sedentarios de misión?
Un gran interrogante en la historiografía sobre Sonora es la razón por la cual los
grupos indígenas aceptaron congregarse voluntariamente en los pueblos de misión, aún
antes de la presencia misma de los misioneros. Tal interrogante es todavía mayor en el
caso de los yaquis, quienes pidieron misioneros pocos años después de haber derrotado
a los españoles y con ello amenazado su dominio en la región. Hasta hoy las respuestas
más socorridas han sido la perseverancia de los misioneros para persuadir a los
indígenas de las bondades de la religión católica, los buenos tratos que les daban y los
nuevos productos que traían consigo.
Sin embargo, como lo plantea Reff, lo que ofrecían los misioneros no sería
indispensable para las sociedades indígenas en una situación normal, ya que por lo
regular hacían un buen aprovechamiento de los recursos que les brindaba su territorio;
para este autor la apertura de los indígenas sedentarios a los misioneros se ubica en la
situación de crisis que estaban viviendo por las epidemias, cuyo impacto había
desestabilizado toda su organización económica, social y política, pero sobre todo había
afectado su manera de comprender el mundo a través de sus “hechiceros”, los cuales no
tenían ninguna respuesta ante lo que estaba pasando. En cambio, los misioneros,
4
habituados a las enfermedades epidémicas del viejo mundo, disponían de un bagaje
práctico e intelectual para enfrentarlas, tanto en la atención a los enfermos como en su
interpretación religiosa, además de que a ellos las enfermedades no les afectaban. Este
mismo autor documenta las fechas registradas de epidemias, las cuales coinciden con
las peticiones de los grupos indígenas para que entraran misioneros a sus comunidades.
Por otra parte habría que agregar que la congregación en pueblos de misión no
era algo que se enfrentara con la cultura agrícola y sedentaria de grupos como los
cahitas (yaquis y mayos), los ópatas y los pimas, de ahí que la congregación en pueblos
de misión fuera muy exitosa entre ellos; a diferencia de lo que pasó con grupos que
hacían de la caza y recolección su principal medio de subsistencia como los seris,
pápagos, jobas y apaches.
Otro aspecto importante a señalar es que la “reducción” o congregación en
pueblos de misión fue promovida por los caciques o “principales” indígenas, los cuales
aparecen en las relaciones de la época solicitando misioneros, prometiendo reunirse en
pueblos, construir iglesias y casa para el misionero; además, enviaban a sus hijos a las
escuelas de los jesuitas para que aprendieran la nueva religión y ayudaran a propagarla,
y cuando llegaban los misioneros a los pueblos eran los primeros en bautizarse para
poner el ejemplo al resto de la población. 7
Lo señalado anteriormente me permite afirmar que el éxito de la reducción en
pueblos de misión se debió a que la cultura indígena , como sedentaria y agrícola, estaba
preparada para ello, que los “principales” indígenas la promovieron y que fue la manera
como esperaban superar los efectos desastrosos de las epidemias; y en ese sentido se
atenúa el papel que desempeñaron los misioneros .
3.- El gobierno indígena: ¿un mero auxiliar del misionero?
Los trabajos más recientes acerca de la manera como los españoles impusieron
su dominio en las sociedades indígenas del altiplano central de nuestro país, han
rebasado la idea de una imposición basada únicamente en la violencia, lo cual era
7
Andrés Pérez de Ribas, Páginas para la historia de Sonora. Triunfos de nuestra santa fe, vol. II,
Hermosillo, Gobierno del Estado de Sonora, 1985, pp. 11, 107-108.
5
prácticamente imposible dado el pequeño número de españoles ; en su lugar se ha
fortalecido la interpretación que ha enfatizado las medidas políticas, como fue el
mantener a la nobleza indígena en su posición de recaudadora del tributo de los
macehuales, a cambio de reconocer el señorío de los conquistadores y darles la parte del
tributo que les correspondía bajo la figura de la encomienda, como lo hacían con los
emperadores mexicas. Con estas medidas el control de la población indígena después de
la conquista de México-Tenochtitlán recayó en los nobles indígenas que ejercían el
poder en el ámbito local y distrital. 8
De alguna manera estas nuevas interpretaciones permiten visualizar el papel que
en el noroeste desempeñaron los caciques indígenas, si bien no al mismo nivel que los
de las áreas centrales, porque en esta región apenas si se vislumbra la existencia de una
dirigencia sustentada en linajes y la práctica del tributo no está bien documentada,
aunque se tienen señalamientos en ese sentido; sin embargo, las descripciones hechas
por los misioneros, claramente dejan ver que los caciques y “principales” jugaron un
papel central en prepararles el terreno para que iniciaran la conversión y
adoctrinamiento de los indígenas. En contrapartida , los misioneros y los funcionarios
reales los reconocieron como gobernantes de los indígenas integrándolos en la jerarquía
de instituciones de gobierno de la monarquía hispánica.
Para cuando los misioneros jesuitas empezaron su labor en el noroeste, a fines
del siglo XVI, ya estaba bien delimitada la política de la monarquía con respecto al
gobierno de los indios en el Nuevo Mundo; en primer lugar se priorizaba la “reducción”
o congregación de los indígenas en pueblo, ya que su patrón de asentamiento era
disperso, pues preferían vivir cerca de sus siembras; con la congregación más
fácilme nte se les podía doctrinar y obligar a cubrir el tributo, además de que vivir
congregados en pueblo correspondía al ideal de vida civilizada, propio de las culturas
mediterráneas. 9
8
René García Castro, “Los pueblos de indios”, en Bernardo García Martínez (coord.), Gran historia de
México ilustrada, t. II, México, Planeta De Agostini/CONACULTA/INAH, 2002, p. 141-143.
9
Peter Gerhard, “Congregaciones de indios en la Nueva España antes de 1570”, en Los pueblos de indios y
las comunidades, México, El Colegio de México, 1991, pp. 31-32 y 69.
6
En segundo lugar se había hecho una adaptación de la figura del cabildo español
para ser utilizada como la forma de gobierno de los pueblos de indios que, en este caso,
recibía el nombre de “república”, cabildo o “justicias”; estaba compuesto por un
gobernador, uno o dos alcaldes y varios topiles, encargados de recabar el tributo,
organizar los trabajos comunales, impartir la justicia en los casos de conflictos menores
entre los indígenas y representar al pueblo en pleitos judiciales y actos ceremoniales.
Estos cargos debían ser electos cada año por los padres de familia del pueblo. A la par
de estos funcionarios civiles había una organización para la atención de las actividades
del culto católico: los temachtianes, los madores, los fiscales, cantores y otros cargos.10
En el caso del noroeste los misioneros y los funcionarios reales desde las
primeras entradas se apresuraron a establecer el cabildo o república indígena, para lo
cual les daban a los caciques el reconocimiento de gobernadores otorgándoles un bastón
de mando, que representaba el poder de la corona. Estos cabildos junto con los cargos
relativos al culto religioso fueron de gran importancia en el establecimiento de los
pueblos de misión, pues en ellos recayó la responsabilidad de reunir a los trabajadores
para construir las iglesias, de defender a los misioneros de los rebeldes y “hechiceros”,
de obligar a los indígenas a participar en las actividades religiosas y en las tareas
comunales de siembra, cosecha y cuidado de los ganados de la misión.11
Una función especial en los pueblos de misión era la militar, por lo que también
se nombraban capitanes para organizar milicias que defendieran al pueblo de los
indígenas no reducidos o que apoyaran a las fuerzas españolas en las guerras contra
indígenas rebelados. Esta función era propia de una zona de frontera en la que todavía
la sumisión de los grupos indígenas estaba en entredicho. La importancia de esta
actividad para los españoles se corrobora con la creación de la figura de los capitanes
10
Dorothy Thank de Estrada, Pueblos de indios y educación en el México colonial, 1750-1821, México, El
Colegio de México, 1999, pp. 48-52; Norma Angélica Castillo Palma y Francisco González Hermosillo, “La
justicia indígena bajo la administración española. Funciones del cabildo indígena y manejo de los procesos
jurídicos en el caso de la república india de Cholula, siglos XVI-XVIII”, en TRACE, núm. 46, diciembre de
2004, p. 30.
11
Tal premura por hacer de los caciques proclives a los españoles gobernadores de las repúblicas en Andrés
Pérez de Rivas, op. cit., pp. 136, 170; todavía a fines del siglo XVII, con las entradas del padre Eusebio
Francisco Kino a la Pimería Alta, se observa la premura por establecer “justicias” entre los grupos indígenas
que visitaban, cfr. Juan Mateo Mange, Diario de la exploraciones en Sonora. Luz de tierra incógnita,
Hermosillo, Gobierno del Estado de Sonora, 1985, p. 29-35.
7
generales indígenas, cargo que tenía jurisdicción sobre toda una etnia o “nación” ; así
había un capitán general de la “naciónes” ópata, pima, yaqui y mayo. Con este cargo se
conformaba una institución que agrupaba a los diferentes pueblos de una misma etnia,
con lo cual se rebasaba el localismo de la república de indios. 12
Durante gran parte del siglo XVII la autoridad del misionero en los pueblos de
misión fue prácticamente indiscutible, pues tenía de su lado los medios materiales e
inmateriales para enfrentar el impacto de las epidemias; apoyándose en los cabildos
indígenas se convirtió en el gran organiza dor de la comunidad, era el que decía misa, el
que administraba los recursos comunales de la misión, el que decidía los conflictos y el
que ordenaba aplicar los castigos a los infractores de la disciplina misional. Sin
embargo, poco a poco los indígenas aprendieron a lidiar con las epidemias (por ejemplo
dispersándose a los montes); además fue aumentando el número de individuos
inmunizados, razón por la cual el impacto de las epidemias se fue atenuando y se
experimentó una recuperación de la población indígena; en la medida que los indígenas
aprendieron a manejar el nuevo estado de cosas la disciplina misional se convirtió en
una pesada carga, más cuando los excedentes de la producción misional eran
comercializadas por los jesuitas o destinadas a otras misiones.
Tal inconformidad se expresó desde fines del siglo XVII en una serie de
rebeliones, tanto contra los abusos de los colonos españoles como de la disciplina
misional. En el siguiente siglo la rebeldía alcanzó niveles sin precedentes, amena zando
el dominio español en la región, como fue el caso de la rebelión yaqui de 1740 y la
pima de 1751. Ambas rebeliones fueron derrotadas , pero no cesó el malestar, sino que
al contrario se mantuvo un movimiento de rechazo violento a los españoles, tanto
colonos como misioneros; el cual, si bien era desarticulado, reunió a indios de
diferentes etnias, como los seris y grupos de pimas, en una guerra continua que tuvo
como baluarte el Cerro Prieto; en tanto que en el noreste los apaches incrementaron sus
ataques, haciendo de la provincia de Sonora un lugar sumamente inseguro. 13
12
La importancia de este cargo como expresión de una mayor autonomía indígena, se corrobora por la
condena que hace de él Juan Nentuig, en op. cit., pp. 104-105.
13
Luis González Rodríguez, “Las guerrillas de resistencia étnica en el noroeste (1690). Un análisis de la
documentación oficial”, en Felipe Castro Gutiérrez, Virginia Guedea, José Luis Mirafuentes (eds.),
Organización y liderazgo en los movimientos populares novohispanos, México, UNAM, pp. 37-114; Luis
8
Un aspecto a destacar es que casi siempre las rebeliones estaban encabezadas
por personas que desempeñaban cargos en las repúblicas de indios, principalmente
gobernadores y capitanes generales, aunque también aparecen algunos que tenían
cargos religiosos ; lo cual me parece sintomático de la pérdida de ascendiente de los
misioneros jesuitas y de que los indígenas a través de sus gobernantes hacían
representar su inconformidad.
De tal manera que el cuadro trazado en este punto indica que el gobierno
indígena desempeñó un rol de importancia, nada secundario en los procesos que se
abrieron tanto en la época del contacto como de la construcción del dominio español y
de la decadencia de las misiones jesuitas.
5.- Una vez expulsados los jesuitas ¿Todo se derrumbó?
Sin dudar que la expulsión de los jesuitas fue un evento dramático por su rudeza,
me parece que se ha exagerado su impacto negativo entre los indígenas de las misiones.
Un primer eleme nto a señalar es que no hubo señales de protesta por la medida, ni el
menor intento de socorrer a los “padres” a pesar de que permanecieron alrededor de un
año concentrados en Guaymas, lo cual indicaría que los indígenas no percibieron la
medida como un ataque contra sus comunidades. Situación similar se presenta con las
instrucciones dadas por el visitador José de Galvez en 1769 respecto a la privatización
de las tierras comunales; ya que en realidad planteó la distribución individual de tierras
a los indígenas, pero no en plena propiedad, pues no las podrían vender; además,
estipuló que se mantendrían tierras comunales para los pueblos y que las que sobraran
se pondrían a la venta. Este último punto es el que se ha enfatizado y no los otros, aún
cuando se ha documentado que tal decreto no se pudo poner en práctica durante el
tiempo que se mantuvo la monarquía hispánica. 14
Navarro García, La sublevación yaqui de 1740, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1966; José
Luis Mirafuentes Galván, “Introducción” en Domingo Elizondo, Noticia de la expedición militar contra los
rebeldes seris y pimas del Cerro Prieto, Sonora, 1767 -1771 , México, UNAM, 1999, pp. XI-LVIII.
14
Cynthia Radding, Wandering Peoples. Colonialism, Ethnic Spaces, and Ecological Frontiers in
Northwestern Mexico, 1700-1850, Durham and London, Duke University Press, 1997, pp. 179-180.
9
La expulsión de los jesuitas en el ámbito regional tuvo como resultado acabar
con el estado de excepción que significaba su régimen misional y normalizar las
relaciones entre los indígenas de misión y la corona; lo cual significaba que se elevaran
a la categoría de vasallos plenos de la monarquía católica, suponiendo que ya estaban lo
suficientemente instruidos en la religión y en la vida política como para no requerir el
trato especial de menores. A partir de entonces, se esperaba, serían atendidos por el
clero secular. Se trataba de un proceso de un proceso de secularización similar a los que
ya se habían experimentado en las áreas centrales de la Nueva España: a medida que la
frontera avanzaba hacia el norte los misioneros de las órdenes regulares, una vez
logrado su objetivo de convertir a los indios gentiles, debían dar paso a los obispos y a
los curas.
En el caso de Sonora la secularización fue parcial y se fue dando poco a poco.
Se mantuvo el régimen misional en la Pimería Alta; se fueron secularizando
selectivamente algunos pueblos en la Pimería Baja y en la Opatería; en los pueblos
yaquis y mayos entraron a atenderlos curas doctrineros.
Un primer resultado de la situación anteriormente descrita fue que el poder de
los misioneros franciscanos y de los curas doctrineros se redujo drásticamente, en
beneficio de los “justicias” indios y de las autoridades reales. Habían terminado los
tiempos en los que el misionero imponía la disciplina tanto en el trabajo como en las
actividades del culto y la vida privada de los indígenas. 15 En lo que resta del dominio
hispánico los “justicias” indios van a tener un papel más relevante, tanto en la
organización del trabajo comunal, en el culto, en la impartición de justicia, como en la
defensa, casi siempre por la vía jurídica, de sus tierras y atribuciones. De igual manera
los capitanes generales cobran tal relevancia que incluso se enfrentan por cuestiones de
jurisdicción con los funcionarios reales. 16
15
Fray Antonio María de los Reyes se quejaba en 1772 de que cuando el misionero aconsejaba al gobernador
de los indios para que castigara algún delito, aquel le respondía “…que no puede por que le an mandado no
castigue cuando el padre lo manda y que los padres solo pueden decir misa y rezar con los muchachos…”, en
Biblioteca Nacional, Fondo Franciscano, 34/726, ff. 4v -6.
16
Cynthia Radding, Entre el desierto y la sierra. Las naciones o’odham y tegüima de Sonora, 1530-1840,
México, CIESAS/INI, 1993. En este texto la autora reproduce documentos en el tenor de lo afirmado.
10
De alguna manera la expresión del éxito del trabajo comunal en la época postjesuita, estaría representado en la bonanza económica de los pueblos del río Yaqui, así
como en la construcción de grandes templos de ladrillo en la Pimería Alta, mismos que
todavía se pueden admirar; sin embargo, no se puede negar que con la expulsión de los
jesuitas se dieron mejores condiciones para el desarrollo de procesos que ya venían
desde antes, como la transformación de la población indígena en “gente de razón”, y
con ello el debilitamiento de la república de indios; la intromisión de este estamento en
las tierras comunales a través de diferentes vías, como el matrimonio con indígenas; la
mayor libertad de movimiento de los in dígenas, muchos de los cuales se empleaban
estacional o permanentemente en haciendas y ranchos de españoles, reduciéndose con
ello el peso demográfico de los pueblos de indios. Pero estos procesos fueron lentos,
mediados, en gran medida asimilados por las autoridades indígenas, de tal manera que a
pesar de la descomposición creciente de la comunidad no se percibió ésta como un
ataque frontal, lo que posibilitó que las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras
del XIX fueran de relativa paz; a diferencia de lo que sucedió una vez obtenida la
independencia y que el Congreso del Estado de Occidente, en nombre de la igualdad
liberal, decretó la desaparición de las tierras comunales y el gobierno indígena,
desatándose una larga etapa belicosidad indígena.
Consideraciones finales.
Lo planteado en este escrito surgió de una reflexión retrospectiva a partir de
observar que en las primeras décadas del México independiente, los grupos indígenas
del Estado de Occidente y luego del Estado de Sonora, aparecen con sus gobernadores y
capitanes generales sosteniendo violentas rebeliones, ya sea solos o en alianza con
alguna de las facciones de notables sonorenses en lucha por el poder político; también
aparecen haciendo representaciones a las distintas autoridades, tanto de ámbito local
como nacional, pidiendo respeto a sus tierras y gobierno propio. Tal situación evidencia
que para esas fechas todavía existían tierras comunales y gobierno indígena, a
diferencia de los planteamientos que ubican a la expulsión de los jesuitas en 1767 como
11
un evento que de manera radical afectó a la comunidad indígena, llevándola a su
práctica destrucción.
Los trabajos de Reff y de Radding brindan una visión de largo plazo que ayuda a
comprender la situación que se vivía en Sonora durante las primeras décadas posteriores
a la independencia de México, ya que demuestran que las sociedades indígenas fueron
un actor decisivo en el curso de los acontecimientos y que encabezadas por sus
gobernantes buscaron la mejor manera de enfrentar las consecuencias del dominio
español, algunas con el éxito suficiente para llegar a esa época como grupos
diferenciados y actuantes.
Tal interpretación atenúa las visiones unilaterales que han hecho de los
misioneros jesuitas el actor casi único, y fomenta la búsque da de los mecanismos, tanto
formales como informales, a través de los cuales se pactó el dominio hispano. En esta
óptica hay dos actores fundamentales que tranzan y acuerdan, y el no cumplimiento de
tales acuerdos implícitos o explícitos conduce al rompimiento del pacto y el
enfrentamiento violento. En este proceso de pacto o de rebelión las representaciones
indígenas, ya sean civiles, militares o religiosas, adquieren un mayor relieve, ya que
fungen como intermediarios entre los requerimientos de los conquistadores y lo que
están dispuestos a dar los indígenas.
Con los planteamientos anteriores se obtiene una visión más integral y
convincente de la historia de Sonora.
12
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