Género, número y silepsis - Universidad Autónoma de la Ciudad de

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Género, número y silepsis: la gramática del poder
Fernando Zarco Hernández
Psicólogo Social
Resumen. Dado el giro protagónico del lenguaje en el paradigma postmoderno y en la
psicología social construccionista, el nombre de este trabajo es un juego de palabras
aludiendo a la gramática y sus reglas, con la finalidad de hacer un llamado a la reflexión
sobre la categoría género en las ciencias sociales, su relación con el sexo, la identidad y la
lucha que todo esto genera y de este modo proveer de un marco explicativo acerca del
tema de la construcción de la diferencia sexual y el género.
El objetivo es plantear las negociaciones discursivas que se entretejen en la construcción
de las identidades sexuales y genéricas, para dar cuenta de los procesos de creación de
significados intersubjetivos que las legitiman y, a su vez, niegan e invisibilizan otras. Para
lograrlo, se propone un diálogo entre varios autores con discursos que versan sobre la
performatividad del género, la construcción social de la diferencia sexual y la
transversalidad del poder implícito en estos procesos, así mismo, las metáforas y
paradojas forman parte importante de la reflexión al dar cuenta del carácter ambiguo de
las identidades, sus mitos y sus falacias.
Palabras clave: Identidad, sexo, género, poder, construcción social.
Introducción
En la tradición occidental existe una concepción individualista del ser humano, heredada
de la modernidad, que considera a la sociedad como la suma de individuos aislados, sin
embargo, en los paradigmas de la postmodernidad se aboga por la pluralidad de modo
que deposita en las relaciones – y no en los individuos – el núcleo constitutivo de la
sociedad. Este planteamiento nos conduce a varias reflexiones acerca del paradójico
mundo de las identidades sexuales y de género.
El título de este trabajo es un juego de palabras que alude a la gramática y sus reglas, con
la finalidad de hacer un llamado a la reflexión sobre la categoría género en las ciencias
sociales, su relación con el sexo, la identidad y la lucha que todo esto genera. De este
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modo, proveo de un marco explicativo acerca del tema de la diferencia sexual en el que
baso mi investigación, ya que los significados que de éste se derivan inciden en gran
medida en la construcción de la masculinidad.
Juguemos, pues, con las palabras. Entre las reglas de este juego llamado gramática
existen las que guardan la congruencia entre los componentes de un enunciado. A este
constructo se le llama “concordancia”, cuya acepción gramatical es la siguiente:
Conformidad de accidentes entre las palabras variables (Selecciones del Reader’s Digest,
1986).
Los accidentes gramaticales son los cambios que sufren las palabras según el género,
número, persona, etc. El género es un accidente gramatical que indica si un vocablo es
masculino, femenino o neutro. El número expresa si la palabra se refiera a uno (singular)
o varios (plural).
La silepsis es una figura gramatical en que se quebrantan las leyes de la concordancia,
por ejemplo: La mayor parte (singular) murieron (plural).
Después de este breve repaso sobre la construcción de algunos accidentes gramaticales,
retomemos nuestro camino hacia la construcción de algunos accidentes humanos:
sexo/género e identidad. Y que sirvan las metáforas mencionadas para futuras reflexiones.
I. Género: masculino, femenino o neutro
Existe una diversidad de posturas en las ciencias sociales para definir y concebir el
género, por lo tanto, trataré de agrupar algunos de estos discursos de un modo práctico e
ilustrativo, partiendo de la relación sexo / género. Esta relación es otra construcción dual
(entiéndase producto moderno) que refiere a los discursos y posturas que se han
generado a raíz de otra dicotomía: el sexo (hombre / mujer) y sus implicaciones en
aspectos de diversa índole, mostraré algunos de estos aspectos así como las
construcciones de la relación sexo / género en el debate naturaleza / cultura.
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Sexo : naturaleza :: Género : cultura
El comprender la construcción histórica del género, en tanto categoría empleada en las
ciencias sociales, y los usos que se le han dado, así como su relación con la construcción
de la diferencia sexual, es indispensable para plantear la posición desde la cual se hará
uso de ella en la investigación para abordar los significados de la masculinidad, nuestro
tema de interés.
La definición de sexo como la ‘diferencia biológica que existe entre un hombre y una
mujer’ (Cora, 2001:7) hace explícita de manera simple la construcción que se ha hecho del
este concepto y su notoria relación con la diferencia sexual, que constituye el núcleo de su
definición.
Sin embargo, esta definición es por demás ambigua, ya que al hablar de diferencia
biológica podemos referirnos a muchos aspectos del cuerpo humano, pero al leerla damos
por hecho que se refiere a lo que socialmente se ha concebido como cuerpos
diferenciados en dos categorías: sexo masculino y sexo femenino, y que somos seres
sexuados porque nacemos biológicamente con determinado sexo.
La tarea de criticar estas construcciones ha derivado en múltiples discursos y posturas,
todas ellas relacionadas con el debate ‘naturaleza/cultura’, pasando por un continuo grado
de importancia de uno a otro polo de esta dualidad. Parece ser que los continuos son muy
comunes en las ciencias sociales y le dan diversidad a sus contenidos, haciendo un
pseudo intento por romper las dualidades.
Por citar un ejemplo, Marta Lamas habla de un continuo en la diferencia biológica sexual,
resultado de la combinación de cinco aspectos fisiológicos: genes, hormonas, gónadas,
órganos reproductivos internos y órganos reproductivos externos o genitales. De esta
manera, esta autora menciona una clasificación sexual que va desde los hombres hasta
las mujeres en cuyo punto medio se encuentran los hermafroditas (2002:100).
Lo anterior da cuenta del esfuerzo por incluir un mayor número de categorías sexuales con
base en la diferencia biológica. Otro intento desaforado por ‘explicar la realidad’ en materia
de sexualidad fue el que hizo el psiquiatra Stoller en 1964, con la intención de poder
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diagnosticar a las personas que poseían un cuerpo de hombre pero se sentían como
mujeres, de esta manera fue acuñado el término género (Gil, 2002:32). Esta es una
versión de la genealogía del concepto género, existen otras, como la que plantea Scott:
En su acepción más reciente, “género” parece haber aparecido primeramente entre
las feministas americanas que deseaban insistir en la cualidad fundamentalmente
social de las distinciones basadas en el sexo. La palabra denotaba rechazo al
determinismo biológico implícito en el empleo de términos tales como “sexo” o
“diferencia sexual” (1996:266).
El uso de la categoría género, al que hace referencia esta autora, hace una distinción
entre la cualidad social y la cualidad biológica de la diferencia entre hombres y mujeres, la
idea que subyace a esta definición es que el sexo es a la naturaleza como el género es a
la cultura, en este sentido, el género es, de una manera muy simple, el ‘conjunto de
características sociales atribuidas a una persona, según su sexo’ (Cora, 2001:8). Podría
decirse que esta postura es la más aceptada social y académicamente.
Implicaciones políticas del debate
El feminismo, como movimiento emancipador de las mujeres, está fuertemente ligado al
uso de las categorías sexo y género como parte de su bagaje académico y político. En
este contexto, el género es una noción que ofrece marcos desde los que la teoría
feminista explica la construcción social, discursiva y representacional de la diferencia entre
los sexos (Braidotti, 2000:173).
Dentro del discurso de la emancipación femenina, el género es más que una categoría
analítica, es una relación de poder, dado que para este discurso son los hombres quienes
determinan lo que se necesita y se desea para las mujeres (Weeks, 1998:194).
Esta relación de poder, fundada en la opresión de las mujeres por parte de los hombres se
denomina patriarcado, que de acuerdo a Cora (2001) consiste en considerar a las mujeres
como menos valiosas que los hombres, señalarlas como seres incapaces y subordinarlas
a ellos. Esta autora agrega que esto produce una negación de la individualidad de la
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mujer, ya que no todas las mujeres son iguales, sin embargo, añade que todas y cada de
ellas sufren la ‘dictadura de género’ (p. 19).
Con la finalidad de resaltar el papel de la mujer en las relaciones opresivas de poder que
hemos mencionado, se ha suscitado la estrategia política de sustituir la palabra género por
mujeres, de tal manera que se habla de violencia de género o discriminación de género,
para referirse únicamente a las acciones punitivas dirigidas a las mujeres. Podemos
constatar esta sustitución en palabras de Scott:
En su acepción reciente más simple, “género” es sinónimo de “mujeres”. En los
últimos años, cierto número de libros y artículos cuya materia es la historia de las
mujeres sustituyeron en sus títulos “mujeres” por “género” (Scott, 1996:270).
Esta sustitución borra de golpe la inclusión de lo masculino en la noción de género, por
tanto es cuestionable desde un punto de vista conceptual, sin embargo, para los fines
políticos del feminismo es útil en términos de reducir la perspectiva de género a una
relación de opresores y oprimidas. Este reduccionismo conduce a la construcción de dos
categorías homogéneas así como al victimismo y al mujerismo, como ocurre en muchos
análisis y discursos feministas (Lamas, 2002:120-125).
Como puede observarse, las implicaciones del género en tanto relación de poder son
numerosas, pero descansan en el pilar de la diferencia sexual. Es por ello que una de las
preguntas hechas en este debate es la que expone Marta Lamas: ‘¿hay o no hay una
relación entre la diferencia biológica y la diferencia sociocultural?’ (2002:24).
De cómo el sexo se convirtió en género
Hasta este punto hemos visto que el debate naturaleza / cultura no deja de ser una
dicotomía, que responde a la pregunta expresada por Lamas con una proposición causal:
la diferencia sociocultural (el género) encuentra su raíz en la diferencia biológica (el sexo).
Veamos ahora un discurso alternativo a esta respuesta, que será retomado a lo largo de
esta trabajo como sustento de los procesos psicosociales que enmarcan las nociones de
sexo y género.
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Hemos analizado diferentes posturas respecto a la noción de realidad como objeto
independiente o construido por los seres humanos. Considerar el sexo como un producto
dado por la naturaleza, es una visión moderna del mismo. Al cuestionarla nos damos
cuenta que existen construcciones que hablan de una diversidad biológica del cuerpo
humano que deriva en más de dos categorías sexuales.
Por lo tanto, no es la naturaleza quien determina las categorías diferenciadas de los
cuerpos. De acuerdo a Fátima Flores ‘el género se presenta como un sistema que orienta
las diferentes representaciones del sexo en función de exigencias culturales’ (2001:7). Es
decir, es lo social lo que ha determinado la manera en que se concibe la diferencia
biológica. Por lo tanto, ‘no existe un sexo biológico que oriente una diferencia de género,
por el contrario, el género como sistema instituye en la cultura la diferencia entre los
sexos, percepción cualitativamente distinta’ (op. cit:28).
Esto modifica las premisas básicas del discurso social y académicamente aceptado que
podemos resumir en un esquema sexo  género, y reconstruye la relación entre estas
dos categorías.
En este sentido, Judith Butler (1996) coincide con el carácter social de la construcción
tanto del género como del sexo. Ella hace una serie de reflexiones sobre sexo y género,
sustentadas en el trabajo de autores como Beauvoir, Wittig y Foucault, desafiando el
sistema diádico de género y el carácter natural del sexo. Esto conduce a interesantes
conclusiones a lo largo de su trabajo. Butler indica:
La suposición de un sistema binario de géneros mantiene implícitamente la idea de
una relación mimética entre género y sexo, en la cual el género refleja al sexo o, si
no, está restringido por él. [...] Si se impugna el carácter inmutable del sexo, quizá
esta construcción llamada “sexo” esté tan culturalmente construida como el género;
de hecho, tal vez siempre fue género, con la consecuencia de que la distinción
entre sexo y género no existe como tal. [...] El género no es a la cultura lo que el
sexo es a la naturaleza; el género también es el medio discursivo/cultural mediante
el cual la “naturaleza sexuada” o “un sexo natural” se produce y establece como
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“prediscursivo”, previo a la cultura, una superficie políticamente neutral sobre la cual
actúa la cultura (1999:39-40).
Esta postura pone en tela de juicio la construcción de la categoría sexo como natural, más
bien la ubica como una legitimación de las relaciones entre los géneros. Desnaturalizar la
diferencia sexual implica un replanteamiento del debate sexo/género, de tal manera que
se irrumpe en el paradigma de las dualidades. Esto representa un nuevo reto para los
estudios de género, al reconstruir los cimientos de sus nociones básicas, y para el
feminismo que asume la categoría mujer como algo fijo, mientras que esta categoría es
una contradicción involuntaria.
Para hacer frente a este reto será necesario ‘tener presente la acepción castellana de
género, en el sentido de que mujeres y hombres pertenecemos al género humano’
(Lamas, 2002:127).
II. Número: singular o plural
Después de revisar algunos aspectos referentes al sexo, al género y algunas de sus
implicaciones políticas y sociales, los vincularemos con la construcción de lo ‘masculino’ y
lo ‘femenino’, por tanto es necesario introducir nociones sobre la identidad como sustento
y parte medular de este trabajo de investigación.
Anteriormente mencioné que en gramática el número expresa si una palabra se refiera a
uno (singular) o varios (plural). El nombre de este subtema refiere no solamente a la
metáfora del número como accidente gramatical, sino también a la metáfora del número
como categoría matemática que construye unidades y conjuntos, traducida en la
concepción de los procesos identitarios como singulares o plurales.
En la tradición occidental la concepción del ser humano es individualista (Gergen y
Gergen, 1994), dicho de manera esquemática: “yo vs. otros”, ésta es una concepción
heredada de la modernidad y considera que la sociedad es la suma de
individuos
aislados, sin embargo, la postmodernidad y el socioconstruccionismo abogan por la
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pluralidad de modo que depositan en las relaciones – y no en los individuos – el núcleo
constitutivo de la sociedad. Es decir “yo a través de los otros”. Este planteamiento nos
conduce a varias reflexiones acerca del paradójico mundo de la identidad.
Paradojas matemáticas
La postmodernidad invita a la construcción del conocimiento y de la verdad, en pro de una
ciencia más honesta y menos autoritaria. Pues bien, las paradojas son muestra de que la
construcción de la verdad en las ciencias exactas, como las matemáticas, puede ser
contradictoria, ya que ‘una paradoja es algo que a primera vista parece ser falso, pero que
en realidad es cierto; o que parece ser cierto pero que en rigor es falso; o sencillamente
que encierra en sí mismo contradicciones’ (Northrop, 1981:3). Por lo tanto, las paradojas
son una muestra de humildad matemática.
Las paradojas guardan relación con algunos constructos de las ciencias sociales, por
ejemplo, la identidad. Cuando dos categorías identatarias se edifican como polos opuestos
y antagónicos entre sí, y ambas se definen una en función de la otra, estamos entonces
frente a una paradoja similar a la de la isla y el lago:
Los diccionarios definen una isla diciendo que es una porción de tierra enteramente
rodeada de agua, y un lago como una porción de agua enteramente rodeada de
tierra. Pero supongamos que todo el hemisferio septentrional fuera tierra y el
meridional todo agua. ¿Se diría entonces que todo el hemisferio norte es una isla, o
que el meridional es un lago? (Northrop, op. cit:2).
La construcción de identidades dicotómicas es propia del contexto moderno. Utilizando
generalizaciones se crean identidades bipolares, cada una de ellas de carácter
homogéneo y totalizador, por lo tanto se eliminan las diferencias internas de cada uno de
los dos conjuntos, y por si fuera poco, ambos grupos se presentan como mutuamente
excluyentes.
Esta noción bipolar de identidad no solo es paradójica, sino que es también políticamente
peligrosa porque alberga mitos y ficciones que conducen a luchas de poder llenas de
cargas pasionales. (Giménez, 2002)
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Si este procedimiento moderno sirviera para construir un ambiente de paz, sería tolerable,
pero no es así. Diversas experiencias han demostrado consecuencias dolorosas, porque
este tipo de procesos identitarios genera la idea de que hay un enemigo externo contra
quien el grupo debe unirse para combatir (Ponzio, 1998).
Identidad y alteridad, ¿iguales o diferentes?
Las reflexiones anteriores sirven para introducir la idea de que no podemos concebir la
identidad sin incluir al Otro, más aún, la identidad se construye en la relación con el Otro.
Esto nos remite al pensamiento de Bajtín, para quien el ‘yo’ solo existe en relación con el
‘tú’, el otro no es algo ajeno a mí porque compartimos las palabras y los enunciados, para
Bajtín la conciencia se constituye en la relación con los demás, en la comunicación
(Silvestri y Blank, 1993).
El otro no sólo es importante para la formación de la identidad, es necesario; ya que la
propia conciencia se forma gracias a la existencia de un mundo que ya pertenece a otros,
en el que habrá de abrirse camino por necesidad, no por iniciativa propia, a través del uso
del lenguaje. Incluso el lenguaje pertenece al otro antes de podamos utilizarlo (Ponzio,
1998).
Por tanto, el lenguaje es imprescindible para la constitución de la identidad. Es el lenguaje
que utilizo para describirme lo que construye mi forma de ser, contrario a la idea que
plantea la existencia de un yo profundo e independiente del lenguaje, que sale a la luz a
través de mis expresiones lingüísticas (Ibáñez, 2003).
Desde este punto de vista, la identidad no es algo esencial, estático, permanente ni
homogéneo, sino plural, dinámico y heterogéneo, además, se forma a través de procesos
históricos y discursivos, es decir, a partir de prácticas sociales (Díaz, 1993). Es una
construcción social contextualizada en determinadas circunstancias que guían las
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acciones y posiciones de los actores sociales involucrados, y sobre todo que se construye
en la relación con el otro (Giménez, 2002).
En este contexto, adquiere sentido la pregunta de Gergen y Gergen: ‘Si no hubiera nadie
para identificarte, ¿qué serías entonces?’ (1994:10).
Si vinculamos estas reflexiones con la perspectiva de género, estamos en condiciones de
recapitular las nociones sobre las que descansa la feminidad y la masculinidad, así,
podemos llegar a una conclusión cercana al pensamiento de Butler, cuando afirma que:
La demarcación de la diferencia sexual no precede a la interpretación de esa
diferencia, sino que esta demarcación es en sí misma un acto interpretativo cargado
de supuestos normativos sobre un sistema de género binario (1996:314).
Si la diferencia existe como un ‘acto interpretativo’, entonces no está exento de
significados construidos para determinados fines a través de la práctica social. El tema de
la diferencia es de gran tensión en su contenido dentro del feminismo (Braidotti, 2000), ya
que es un concepto central de sus cimientos como movimiento emancipador de una
categoría que forma parte de una relación dualista de poder, así es como las feministas de
la diferencia impulsan el papel de la mujer dentro del patriarcado y a la vez cuestionan su
propia identidad dentro del contexto de las relaciones de poder, de modo que conciben la
identidad de un modo múltiple, fracturada, histórica, genealógica y de manera relacional,
en tanto que requiere del otro para ser construida.
Como resultado, el debate al interior del feminismo vislumbra dos grandes tendencias: una
que enfatiza la igualdad y otra, la diferencia; el punto de acuerdo de la mayoría es que no
hay un camino recto hacia la búsqueda de los objetivos que persigue este movimiento
(Navarro, 1998).
La noción de diferencia en tanto convergente en las categorías sexo y género, es
importante para la psicología social para analizar su construcción y, por lo tanto, las
realidades que genera. Dado que el discurso hegemónico de la psicología con respecto al
género está basado en la noción de la diferencia de los sexos, es insuficiente para
avanzar en el conocimiento del sistema de género porque deja un punto ciego en su
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marco conceptual cuando da por hecho que la diferencia sexual subyace en la identidad
de género, es decir, naturaliza la diferencia y la utiliza como cimiento para la construcción
del género (Flores, 2001).
“Sexo , luego existo”. La falacia de la identidad de género.
Así las cosas, si consideramos al género desde la postura tradicional, que Scott describiría
como ‘una forma de referirse a los orígenes exclusivamente sociales de las identidades
subjetivas de hombres y mujeres’ (1996:271), tenemos que preguntarnos ¿cómo se forma
ese ‘origen exclusivamente social’ para traducirse en identidad de género? Fátima Flores
nos ofrece la siguiente respuesta:
Al nacer sexuado el niño/a es identificado y rotulado por su entorno: niño o niña.
Esta asignación [...] orientará la construcción del sí mismo a partir de la oposición
[...] Una vez creada la convicción de pertenencia a un sexo y no al otro, este hecho
es inalterable, tal como es inalterable la inevitabilidad del sexo biológico, ya que de
forma “natural” no se metamorfosea ni está sujeta a elección la biología del sujeto.
En este sentido, la tradicional noción de sexo y el “novedoso” género convergen en
la misma fatalidad: en una “fuerza del destino” (2001:27-28).
Al problematizar la idea naturalista de que el sexo es a la naturaleza como el género es a
la cultura, reconstruimos la noción de identidad de género porque entonces, como plantea
Judith Butler (1996), esta noción no existe con independencia de los significados de lo
corpóreo, está sujeta a ellos a través de un proceso de interpretación de normas ya
establecidas, por tanto es absurdo hablar de elegir una identidad de género, porque ya de
antemano estamos regulados por construcciones existentes de esta identidad; entonces el
género no puede ser al mismo tiempo una elección y una construcción cultural.
Volvamos a hacer la pregunta que formula Gergen sobre la identidad: ‘Si no hubiera nadie
para identificarte, ¿qué serías entonces?’. En este sentido, asumimos una identidad que
ya ha sido fabricada por otros, esto es aplicable a la identidad de género, retomando a
Butler:
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... no hay una identidad de género detrás de las expresiones de género; esta
identidad se constituye performativamente por las mismas “expresiones” que, según
se dice, son resultado de ésta (1999:58).
El género no debe interpretarse como una identidad estable o un lugar donde se
asiente la capacidad de acción y de donde resulten diversos actos, sino, más bien,
como una identidad débilmente constituida en el tiempo, instituida en un espacio
exterior mediante una repetición estilizada de actos (op. cit:171-172).
Si partimos de una base construccionista, damos valor a un discurso por su valor de uso,
no por su valor de verdad, por lo tanto, ¿qué utilidad tiene el discurso que nos presenta al
sexo como natural y al género como cultural? ¿por qué ese afán de crear categorías
dicotómicas: sexo/género, naturaleza/cultura, hombre/mujer, masculino/femenino, ...?
¿para qué sirven las identidades basadas en este discurso? ¿a qué fines sirve el discurso
de la emancipación femenina?
El lado oscuro de la emancipación: cuando la identidad se ve negra
Una de las principales motivaciones – y la más importante – para realizar este trabajo fue
revelada en una serie de dibujos animados titulada South Park. En el capítulo 408 los
miembros de la comunidad donde se desarrolla la trama están en los lados opuestos de
una discusión en la que se debate si la bandera de South Park, que cuenta con cuatro
figuras blancas colgando a una negra, es o no racista. El Chef, personaje de raza negra,
busca a gente que le apoye en el asunto, y los niños, protagonistas de esta serie, se
preparan para debatirlo también. Cuando los niños participan en el debate el Chef se da
cuenta que ellos no habían notado la diferencia del color de piel de los sujetos de la
bandera, y que él mismo había utilizado esquemas racistas para elaborar su juicio, cuando
su objetivo era precisamente denunciar el pensamiento racista, es entonces cuando el
Chef reflexiona de la siguiente manera:
Todo este tiempo he pensado que estos capullines se habían vuelto racistas. Ni
siquiera eran racistas, el problema es que no podían separar el blanco del negro.
Todo lo que veían en la bandera eran cinco personas sin color.
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Es paradójico que los movimientos sociales que buscan la emancipación de un grupo
identitario continúen perpetuando su discriminación a través de su discurso. La búsqueda
de la igualdad común no ofrece un panorama favorable cuando se hace hincapié en la
diferencia; el llamado a “ser iguales porque somos diferentes” puede tener muy buenas
intenciones pero entraña un autosabotaje que socava sus más grandes anhelos. Quizá es
nada más una búsqueda que entraña no encontrar lo que pregona. ¿Ocurrirá algo similar
en los discursos de emancipación basados en la identidad de género? Al respecto,
Cabruja apunta lo siguiente:
Estos trabajos tienen repercusiones también en las proposiciones, desde distintos
movimientos sociales, de «recuperar» o «reconocer» una identidad particular ya sea
de género, etnia, sexualidad, etc., como previa y pre-existente a las influencias de
distintos órdenes y sumergida en nuestro interior, como sucede en los discursos
feministas sobre el hallazgo de la «verdadera» o «perdida» identidad de la mujer
que, aunque en un primer momento han permitido resignificar positivamente
aspectos desvalorizados de la experiencia humana o unir al grupo, han funcionado
con significados unívocos, como identidades construidas nuevamente como norma
y que pueden reproducir, aunque de otra forma, constricción y exclusión,
esencializando formas de ser humanas a partir de las diferencias y creando la
falacia de que rompiendo los mecanismos represivos vamos a hallar una identidad
original previa, libre de sujeción (1998:56-57).
El feminismo se basa en la noción de identidad femenina, y a la vez está destinado a
criticarla. Lo cual constituye una paradoja (Braidotti, 2000). Si hay algo que pueda
considerarse esencialmente femenino, ese algo solo existe dentro de una oposición
binaria frente a lo masculino, esto significa que la categoría “mujer”, sobre la que
descansan las metas feministas, es en realidad una reificación de las relaciones entre los
géneros, relaciones que son contrarias a los objetivos del feminismo. Además, la
categorización universal y totalitaria de la identidad femenina descansa sobre la
construcción de la diferencia sexual, esto hace a un lado otros aspectos del ser humano, y
contradice la idea feminista de que “la biología no es destino”, peor aún, ya ni siquiera la
biología, sino la cultura se convierte en destino (Butler, 1999).
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Las feministas que insisten en las diferencias fijas contribuyen a continuar con el mismo
pensamiento al que se oponen, pretenden revalorar la identidad femenina sin examinar los
cimientos de la oposición binaria que la sustentan (Scott, 1996).
Dado que el sexo natural es una ficción, lo son también las categorías que de esta ficción
se desprenden, incluida la identidad de género, que por supuesto se basa en la inestable
invención humana. ¿Qué sucederá entonces con las identidades de género si se quitan el
disfraz de verdades naturales desvaneciendo su esencia? (Butler, 1996).
La modernidad nos enseñó su verdad, pero no nos dijo qué hacer en caso de que su
verdad no fuera absoluta. ¿Y ahora, quién podrá ayudarnos? Solo nos resta seguir el
siguiente consejo apropiado para estos casos:
... si se admite que la identidad es una construcción social, la única pregunta
pertinente es la siguiente: ¿cómo, por qué y a través de quiénes se produce, se
mantiene o se cuestiona una identidad particular en un momento y en un contexto
social determinado? (Giménez, 2002:42).
III. Silepsis: quebrantar las reglas de la concordancia
Si la silepsis es una figura gramatical en la que se quebrantan la concordancia entre los
accidentes gramaticales de las palabras, entre ellos el género y el número, entonces
diremos que hacemos uso de una silepsis social al cuestionar las reglas sobre las que
descansan constructos como el sexo, el género, la identidad, la verdad, la naturaleza, la
diferencia, de modo que lo natural ya no es tan natural, la verdad no se ve absoluta, la
alteridad ya no es ajena, y así las reglas han sido quebrantadas.
Quebrantar las reglas implica poder. Por lo tanto es necesario hacer mención de las
relaciones de poder que intervienen en la construcción del género y la identidad. Estos
temas son el núcleo sobre los que se desarrolla este subcapítulo.
Más allá del código binario
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Hemos visto que los modelos dicotómicos para crear categorías e identidades son
inflexibles y autoritarios, hemos visto también que algunos movimientos sociales son y
ejercen una identidad pero corren el riesgo de basarse en el mismo modelo que critican.
En el caso concreto de la identidad de género, Braidotti (2000) plantea que el feminismo
critica las diferencias binarias argumentando que producen relaciones jerarquizadas de
poder, sin embargo, esto representa un desafío para su movimiento, porque implica crear
una nueva subjetividad femenina tras la caída de la dualidad de género, por lo tanto habrá
que pensar en alternativas más creativas y en constante dinamismo. Además, el precio
que tenemos que pagar los seres humanos por sostener una construcción de lo masculino
y lo femenino en términos dicotómicos, es muy alto:
Simone de Beauvoir observaba hace cincuenta años que el precio que pagan los
hombres por representar lo universal esa un tipo de pérdida de su corporización; el
precio que pagan las mujeres, por su parte, es una pérdida de la subjetividad y el
confinamiento al cuerpo (Braidotti, op. cit: 174).
Quizá este desafío implique descartar al feminismo como una política de representación,
pues paradójicamente, la representación de sujetos femeninos continúa marcando una
exclusión y legitimación de identidades de género en términos duales. Por lo tanto el
feminismo asumirá una postura autocrítica y propositiva, de manera que impulse la
construcción de identidades que sean descriptivas de experiencias plurales más que
normativas de la existencia humana, reconsiderar formas de ser humano que el sistema
dicotómico de sexo/género ha negado por no ajustarse a sus normas. En ese sentido, la
perspectiva de género puede volverse una fuente de creatividad increíble que albergue
categorías que no sean etiquetadas como falsas ni verdaderas (Butler, 1999).
Esto significa, según Foucault (1994), afirmar la fuerza creadora de la identidad, en lugar
de hacer uso de ella para crear defensas, ya que las defensas siempre se apoyan en la
causa que combaten; aunque el uso combativo de la identidad ha sido útil políticamente
hay que reconocer que tiene la desventaja de ser una gran limitante para la existencia
humana porque la constriñe, la retorna a un estado de represión contrario a sus supuestos
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fines. Por tanto, debemos considerar que siempre existen otras alternativas y posibilidades
de cambiar.
De manera que las políticas de la identidad han sido cuestionadas en función de sus
cimientos sobre el pensamiento moderno occidental que construye categorías dicotómicas
y han sido desenmascaradas las relaciones de poder que llevan implícitas; es por ello que
los movimientos sociales emancipadores, como el feminismo y otros, centran sus
esfuerzos en debatir la noción de diferencia y sus implicaciones en la construcción de
identidades políticas, para evitar más dicotomías, paradojas y ficciones disfrazadas de
verdades naturales, como lo plantea Cabruja (1998), para esta autora, la concepción
moderna de identidad fue construida con intenciones de regular el orden social,
atribuyéndole características ficticias, por lo que propone una deconstrucción de las
mismas, así pues, frente a las ficciones identatarias de autonomía, autenticidad,
individualidad, unicidad, y de búsqueda de una identidad esencial perdida, sitúa las
nociones de identidades construidas socialmente, históricas, relacionales, múltiples,
discursivas, así como la subversión y desnaturalización de categorías binarias de la
identidad. Por consiguiente, la masculinidad y la feminidad no son identidades fijas, sino
inmersas en una relación dinámica, pero que han servido como dispositivos de control y
regulación con mucha fuerza, ya que están cimentadas en el discurso de la biología.
Poder, saber y placer al quebrantar las reglas
Recordemos que en el contexto moderno, el papel de la ciencia es proporcionar
conocimientos que sean un reflejo fiel de la realidad, así, en la medida que cumplan con
esta condición, los conocimientos se ganan el status de “verdaderos” y pueden regir la
vida de los seres humanos. Por lo tanto, el ámbito político se ve afectado por la
concepción que se tiene del saber. Como dice Foucault: ‘el menor fragmento de verdad
está sujeto a condición politica.’ (1977:11). Este filósofo realiza una labor genealógica de
la concepción de la sexualidad en occidente, con destacadas conclusiones que vincularé
con esta investigación.
En el primer volumen de la Historia de la sexualidad (1977), Foucault hace un análisis
histórico de los discursos sobre la sexualidad de las sociedades modernas a partir del
17
siglo XVII, para determinar las relaciones discursivas en torno a este tema y su trasfondo
de poder, saber y placer. Su análisis da cuenta de un discurso de represión sexual que
prohibe, enmudece y declara inexistente lo referente al sexo, este discurso da pie a otro, el
de la trasgresión, el hecho de hablar de sexo y de su represión es desafiar el orden
establecido, predicar la liberación. Por lo tanto ambos discursos, el de la represión y el de
la predicación, se remiten uno al otro y mutuamente se refuerzan. En consecuencia este
autor plantea algunos cuestionamientos sin la intención de subestimar algún discurso, ni
mostrar que sea falso, sino examinar sus relaciones con los demás discursos.
El discurso crítico que se dirige a la represión, ¿viene a cerrarle el paso a un
mecanismo del poder que hasta entonces había funcionado sin discusión o bien
forma parte de la misma red histórica de lo que denuncia (y sin duda disfraza)
llamándolo “represión”? ¿Hay una ruptura histórica entre la edad de la represión y el
análisis crítico de la represión? (Foucault, op. cit: 18).
Estos planteamientos de Foucault pueden aplicarse a la relación entre los discursos de la
represión y la emancipación en términos del género. Una vez que hemos desenmarañado
las contradicciones y paradojas del discurso emancipador de la identidad femenina, es
fácil llegar a conclusiones similares a las que propone el autor de la Historia de la
sexualidad.
Poder crear. Crear poder
Los consensos y disensos en torno a las relaciones discursivas donde interviene la
represión y la emancipación descansan sobre diversos significados del poder. La
construcción de poder que hace posible desenmascarar la complicidad entre estos
discursos es aquella que lo concibe como algo que está en constante circulación, nunca
en un lugar fijo, ni quieto. En este sentido, las personas no poseen el poder, ni son
víctimas de él, es el poder el que transita entre sus relaciones. Este significado de poder le
otorga una gran fuerza creadora e imprescindible.
El poder –decía Foucault- no existe, se ejerce. El poder no existe –afirma Foucault
en otro lugar- ni con mayúsculas ni con minúsculas, lo que existen son relaciones
18
de poder, ésas sí existen y son además ubicuas. [...] Para él [Foucault], el poder no
es ya sólo lo que reprime sino lo que incita, no sólo lo que excluye sino también lo
que incorpora, no sólo lo que aniquila sino también lo que produce. [...] Más que
poseerse, el poder se ejerce o se practica y así se difunde y atraviesa todas las
fuerzas relacionadas con él (Ovejero, 1999:392-398).
Esta proposición alternativa del significado de poder nos permite utilizarlo para cosas más
productivas en lugar de considerarlo una fuerza negativa que solo sirve para reprimir y
prohibir. El significado negativo del poder, tan ampliamente compartido, data del siglo XVII
cuando las disciplinas se instauraron como forma de dominación (Foucault, 1976).
En cambio, una concepción positiva del poder nos permite crear nuevas alternativas ya
que, desde esta perspectiva, el poder ‘produce cosas, induce placer, forma saber, produce
discursos’ (Foucault, 1992:182). Por lo tanto, podemos aplicar este uso a la construcción
de una existencia humana más creativa.
Un intento por aproximarse a esta postura, desde la perspectiva de género, es el que
propone Scott (1996), al afirmar que las categorías hombre y mujer son vacías, porque no
tienen un significado último, y a la vez rebosantes, porque ‘aún cuando parecen estables,
contienen en su seno definiciones alternativas, negadas o eliminadas’ (p. 301). Aunque
este planteamiento no deja de ser paradójico, contiene elementos de versatilidad y
pluralidad, que lo aproximan a una construcción menos rígida del género. Otra propuesta
para superar las categorías dicotómicas y binarias a través de la innovación es la
siguiente:
La subversión de los opuestos binarios para Foucault no es resultado de su
trascendencia, sino de su proliferación hasta un punto en el que las oposiciones
binarias dejen de tener sentido en un contexto en el que las diferencias múltiples,
no restringidas a las diferencias binarias, abunden. Como estrategias para hacer
difuso el antiguo juego de poder de opresor y oprimido Foucault parece sugerir la
“proliferación” y la “asimilación”. Su táctica, si se le puede llamar así, no es
trascender las relaciones de poder, sino multiplicar sus diversas configuraciones de
tal modo que el modelo jurídico de poder como opresión y regulación deje de ser
19
hegemónico. Cuando los opresores mismos son oprimidos, y el oprimido desarrolla
formas de poder alternativas, nos hallamos en presencia de una relación
posmoderna de poder. Para Foucault esta interacción tiene como resultado
valencias de poder nuevas y más complicadas, y el poder de la oposición binaria se
hace difuso con la fuerza de la ambigüedad interna (Butler, 1996:19).
Cuando se busca romper las dualidades, persisten significados ambiguos y paradójicos.
Esto es justamente lo que explica Lytoard (1998) acerca del saber en la condición
postmoderna, un saber que se ocupa por lo indecible, la información incompleta, las
paradojas, lo discontinuo y catastrófico, un saber que ya no produce lo conocido sino lo
desconocido, es decir, ‘se apunta una política en la cual será igualmente respetados el
deseo de justicia y el de lo desconocido’ (p. 119).
Por lo tanto, la condición postmoderna es afín con los objetivos de innovación y
heterogeneidad de los pensadores que buscan un cambio hacia un régimen menos
inflexible, para lograrlo es preciso tomar en cuenta que ‘el problema no es «cambiar la
conciencia» de las gentes o lo que tienen en la cabeza, sino el régimen político,
económico, institucional de la producción de la verdad’ (Foucault, 1992:189).
Por todo esto, el estudio del género enriquece la percepción de la condición humana
porque permite revisar concepciones que son claves para las ciencias sociales, en este
caso la psicología social, tales como la intersubjetividad, el poder, la identidad, la política,
de tal manera que, dada la ambigüedad y complejidad del tema, se torna desafiante y
fructífero (Conway, Bourque y Scott, 1996). Además, la investigación en materia de género
permite explorar la capacidad humana de creación e inventiva.
Sin embargo, siguiendo el pensamiento de Flores (2001), para una investigación de este
tipo no es suficiente categorizar dicotómicamente al género, sino buscar los procesos que
lo construyen, procesos que sin duda son sociales y no biológicos, ya que no es lo
biológico lo que causa efectos en lo social sino al contrario, es lo social lo que moldea la
naturaleza de las personas. Por lo tanto, explicar las diferencias sociales en términos de
diferencia sexual es invertir los sentidos, ya que ‘no son las diferencias biológicas o las
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especificidades de las funciones reproductoras de cada sexo las que determinan
socialmente la desigual valorización de esas funciones’ (p. 37).
En ese sentido valdría la pena invertir la pregunta ¿por qué la diferencia sexual implica
desigualdad social? (Lamas, 2002:24) y preguntar ¿por qué la desigualdad social implica
diferencia sexual?
IV. Conclusiones
La legitimación de la diferencia sexual en dos polos: hombre y mujer, interviene en la
construcción de la identidad de género al proporcionar un marco diferenciado de seres
humanos con determinadas características físicas, anatómicas, biológicas y endocrinales
que repercuten en las relaciones humanas.
El estrecho vínculo entre la naturaleza y la cultura hace que estas características sean
“culturizadas” y sus consecuencias en la cultura sean “naturalizadas”, siempre con base
en la diferencia a pesar de los paradójicos intentos por conseguir la igualdad basada en al
idea de que todos somos seres humanos, con el consiguiente “pero” que garantiza la
permanencia de la dicotomía.
Al considerar la diferencia sexual para edificar identidades, las instituciones reproducen y
se vuelven cómplices del sistema patriarcal, dado que la realidad de género es más
compleja que una visión de dominados/dominadores (Flores, 2001).
Tradicionalmente, el sexo es considerado algo natural y el género, social. Además el
segundo está fundado sobre el primero. Pero si consideramos que el sexo es una
construcción social, entonces el género es una construcción social de otra construcción
social (Butler, 1996, 1999). Sobre estas bases se construyó el patriarcado y con este
marco teórico lleno de matices positivistas y modernas se interpretan los actos humanos
bajo la denominada perspectiva de género. Esta perspectiva se basa entonces en
identidades esencialistas que buscan ser emancipadas para llegar a la verdadera y
auténtica persona que se encuentra oprimida por las relaciones de poder y dominación
21
(Cabruja, 1998). Esto refuerza además una serie de mitos acerca de la masculinidad y la
feminidad.
Por lo tanto, a pesar de su ineficacia, continuamos reproduciendo las dicotomías para
conservar el orden del mundo tal como lo conocemos, justificándolo con discursos que
naturalizan la diferencia. De tal manera que la dicotomía hombre / mujer se encuentra
presente en múltiples discursos que al ser intersectados con otros construyen ciertas
realidades y niegan otras.
Solo de esta manera las versiones del mundo analizadas en conjunto se solapan para
seguir manteniendo el orden social de un modo tal que las instituciones y discursos que lo
legitiman sigan siendo necesarias y crean un marco interpretativo de la realidad, como si
ésta fuera algo ajeno a ellos y no un producto del contexto sociohistórico en cuya creación
participan activamente.
Pero ¿cómo pensar el mundo sin este sistema que organiza la subjetividad? Si no
podemos prescindir de sus bases, por lo menos podríamos hacer de la identidad de
género una prenda más cómoda que una camisa de fuerza.
De lo contrario, seguiremos atrapados en un laberinto sin salida creado por la perspectiva
dicotómico-confrontativa, pues entre más queramos liberarnos de las limitaciones de la
identidad de género, más la afirmamos.
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