En el Día de los Padres La función del “padre psicológico” En psicología y psicoanálisis se ha transitado mucho sobre la importancia del rol del padre y las funciones paternas. Se habla del padre real, padre imaginario, padre simbólico, padre biológico, padre legal, y del padre psicológico. Varios estudios han buscado relacionar la presencia de rasgos o conductas agresivas y violentas en niños, niñas y adolescentes y la “ausencia” de la figura paterna o un ejercicio disfuncional de su paternidad. Paulina Kernberg (2002) plantea una asociación alta entre la presencia de negligencia al interior de la familia (de la cual la mayoría de las veces el padre es protagonista) y el posterior desarrollo de personalidades antisociales en la adolescencia. S. Morici (1997) señala que la violencia en la infancia es producto de fallas en la función paterna donde en vez de instaurar simbólicamente la ley, instala la violencia en sí misma como la regla. Guy Corneau (1991) concluye - luego de varias investigaciones realizadas en Estados Unidos y Noruega con poblaciones de niños y niñas con problemas - que el padre es importante desde el comienzo y que durante los dos primeros años su presencia es absolutamente necesaria. Hay consenso en afirmar que Las funciones del padre serían básicamente tres: 123- Proteger a hijos e hijas y la familia. Sostener a la madre en el momento del nacimiento (etapa de una dependencia absoluta del o la bebé a la madre), y sobre todo, Establecer “el corte” en la relación fusional entre la madre y el hijo - o la hija-, de modo que pueda diferenciarse – individuarse, y como consecuencia de todo esto interiorice la Ley Paterna (representante de la ley social de la cual es portador). Si bien es enorme la relevancia de las funciones anteriormente señaladas para la construcción de la personalidad de los niños, niñas y posteriores adolescentes, aún se habla poco del “padre psicológico”. Se trata, como afirma Martha Susana Valera 1 “de aquel que ha investido al niño como hijo o hija, el que lo ama, lo educa, lo cuida y lo protege, el que a su vez, es investido por el niño, que lo considera como padre, que desea parecérsele”. No existe una forma de paternaje, así como no existe una sola manera de ser hombre. En nuestra cultura coexisten múltiples formas de paternidad. Sin embargo, desde la perspectiva de la construcción saludable de la subjetividad de los niños y las niñas, es crucial la presencia de algunas “claves de la paternidad” en la línea de lo que mencionamos como “padre psicológico”. El hijo o la hija tiene que sentir que en alguna medida, o en gran parte, es fruto del deseo de su padre, debe saberse psíquicamente “investido” o “investida” por él, como dice Bernard This (1982) “sujeto de un deseo”. No importa tanto que sea el padre biológico o no, lo central es lo que significa este hijo o hija para él, qué parte de sí mismo ocupa. Curiosamente, pareciera que a lo largo de los años la función paterna de “proveedor” ha ido “arrimando” la dimensión de “carne y hueso” del padre, su capacidad para “jugarse” en la relación cuerpo a cuerpo, la dimensión afectiva de la paternidad, que pareciera haber quedado relegada como secundaria. Felizmente, en nuestro trabajo institucional vamos viendo cada vez más padres que asumen como principal esta dimensión afectiva y de cuidado de la paternidad. Algunos incluso “superando” sus propias vivencias, y modelos, que como hijos tuvieron con padres autoritarios y “fríos”, pero sobre todo luchando por superar el “mandato machista”, tan arraigado en nuestra cultura, que iguala afectividad y cuidado a falta de masculinidad, hombría, o debilidad. Algunas veces hemos tenido el privilegio de conocer la intimidad del vínculo de estos padres con sus hijos, e hijas, y nos queda claro que en la promoción de ésta dimensión de la paternidad hay un potencial enorme para la prevención de la violencia. Renzo Montani Valdivia Jefe de Proyecto 2