JESÚS ES EL MISMO AYER, HOY Y SIEMPRE El 3 de diciembre de 2003 se dio a conocer el quirógrafo de Juan Pablo II escrito con ocasión del centenario del motu proprio Tra le sollecitudini, sobre la renovación de la música sagrada, promulgado por san Pío X el 22 de noviembre de 1903. El 4 de diciembre fue publicada la carta apostólica con motivo del 40 aniversario de la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia, el primer documento promulgado por el Vaticano II el 4 de diciembre de 1963. Asimismo el pasado 4 de diciembre se celebró en el Vaticano una jornada de estudio, organizada por la Congregación para el culto divino, con el fin de evidenciar los temas de fondo de la renovación litúrgica querida por el Concilio. 30Días mantuvo con motivo de estos acontecimientos un coloquio con el cardenal nigeriano Francis Arinze, de 71 años, desde octubre de 2002 prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, después de haber sido durante 18 años (1967-1985) arzobispo de Onitsha y durante otros 18 años presidente del Consejo Pontifico para el diálogo interreligioso. Arinze participó en la sesión final del Concilio Vaticano II como auxiliar de Onitsha. La entrevista comienza por el punto del quirógrafo en el que se recuerda que la importancia de la música sagrada, como escribía el papa Sarto, reside en el hecho de que «como parte integrante de la liturgia solemne, la música sagrada tiende a su mismo fin, el cual consiste en la gloria de Dios y la santificación y edificación de los fieles». Y también de las palabras iniciales de la Sacrosanctum Concilium, que afirma: «Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana». Entrevista realizada por Gianni Cardinale Eminencia, el motu proprio Tra le sollecitudini recuerda que el fin general de la liturgia es la gloria de Dios y la santificación de los fieles, y las primeras palabras de la Sacrosanctum Concilium relacionan la renovación litúrgica con el propósito de acrecentar cada vez más la vida cristiana entre los fieles. ¿Puede ser el crecimiento de la vida cristiana en el pueblo de Dios el criterio de toda reforma de la Iglesia? FRANCIS ARINZE: Sí, efectivamente puede decirse que las distintas iniciativas de renovación en la Iglesia miran precisamente a esto: alabar más a Dios y santificarnos cada vez más. Y este segundo aspecto está estrechamente vinculado con el primero: es gloria de Dios, en efecto, cuando nosotros estamos más cerca del Espíritu de Jesús. Obviamente los elementos “renovables”, “reformables” de la Iglesia conciernen a aspectos secundarios de su vida. ARINZE: No usaría el término secundarios… Es obvio que los contenidos de la fe no pueden cambiar. Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre. Esto es seguro. El depositum fidei no puede tocarse. Pero puede proponerse de modo distinto, más adecuado a los tiempos en los que nos toca vivir. Así como puede modificarse el modo de celebrar los divinos misterios de Cristo. Cuando nuestro Señor nos donó la santísima Eucaristía no estableció que hubiera un canto de introito, luego la colecta, después la primera lectura y luego la segunda lectura… Jesús no entró en detalles. Es la santa Iglesia la que ha desarrollado todo esto en el transcurso de la historia. Y es normal que sea así. La Iglesia es un Cuerpo vivo. El Espíritu Santo, que Jesús prometió a su Iglesia, asiste a su Iglesia hasta el fin de los tiempos. Por eso nadie debe asombrarse si la Iglesia retoca la forma de culto sin tocar los contenidos de la fe. Y esto nos ayuda a todos. Porque hay algunos que son algo rígidos, deciden una fecha después de la cual no puede cambiarse nada. Y esta actitud refleja una fe no total en esa Iglesia que Jesús instituyó, y a la que garantizó el Espíritu Santo hasta el fin de los tiempos. En el congreso organizado por su Congregación se subrayó que los padres conciliares aprobaron casi por unanimidad la Sacrosanctum Concilium… ARINZE: Gracias a Dios. Pero inmediatamente después tuvieron lugar discusiones, incluso duras, sobre su aplicación… ARINZE: No creo que esto sea anormal. Hay muchas cosas sobre las que se pueden tener opiniones distintas. Dos personas buenas, dos obispos, dos cardenales, dos profesores pueden pensar de distinta manera sobre cuestiones no dogmáticas. Sobre los principios es menos problemático estar de acuerdo: los problemas nacen especialmente cuando se va a los detalles. En esto caso se necesita humildad, apertura mental, deseo de buscar lo que es mejor para la Iglesia y para el pueblo de Dios. En la carta apostólica con motivo de los cuarenta años de la Sacrosanctum Concilium el Papa afirma: «Si no se respetan las normas litúrgicas, a veces se cae en abusos incluso graves, que oscurecen la verdad del misterio y crean desconcierto y tensiones en el pueblo de Dios. Esos abusos no tienen nada que ver con el auténtico espíritu del Concilio y deben ser corregidos por los pastores con una actitud de prudente firmeza». ¿Cuáles son estos “abusos, incluso graves”? ARINZE: Creo que los problemas mayores nacen cuando hay alguien que considera que lo más importante es inventar algo nuevo en la liturgia. Y más hoy que la liturgia no es tan rígida como antes y el mismo Misal ofrece variantes legítimas. Pero cuando la Iglesia establece palabras concretas es oportuno que todos tengan la humildad de repetirlas tal y como son, sin arrogarse el derecho arbitrario de inventar otras nuevas a su antojo. De todos modos, sobre este tema es inminente la publicación de ese «documento más específico, incluso con rasgos de carácter jurídico», que el Papa pide en el párrafo 52 de su última encíclica Ecclesia de Eucharistia. En la misma carta apostólica el Papa afirma: «Por consiguiente, hace falta una pastoral litúrgica marcada por una plena fidelidad a los nuevos ordines». ¿Quiere decir esto que no hay espacio para quienes quieren seguir los ritos preconciliares, como la denominada misa de san Pío V? ARINZE: El Santo Padre ha escrito lo que usted ha citado, pero no ha sacado las consecuencias que usted deduce en la segunda parte de su pregunta. El Papa simplemente ha querido decir que hay que ser fieles a los libros litúrgicos tal y como han sido retocados después del Concilio Vaticano II. Es decir, hay que conocer, estudiar, tratar de comprender y amar, y, por último, aplicar estos nuevos libros litúrgicos. Juan Pablo II ha instituido la Comisión pontificia “Ecclesia Dei” que examina las solicitudes de los sacerdotes y fieles que quieren celebrar la misa según el rito denominado de san Pío V. Por tanto, celebrar la misa según el antiguo Ordo no está prohibido. Es más, el Santo Padre les ha pedido a los obispos que sean generosos a la hora de conceder el indulto que permite la celebración de la misa tridentina en sus diócesis. Y no hay contradicción. El pueblo de Dios, en efecto, no es un ejército de soldados y el Papa no es su comandante general. El Papa es el padre de una familia en la que rigen dos reglas fundamentales: la gloria de Dios y la salvación de las almas. Dicho esto, son por lo menos presuntuosos los que se jactan de celebrar sólo según el antiguo Misal y de no tocar los libros litúrgicos sucesivos a 1962. Para ellos es como si la Iglesia se hubiera cristalizado hace cuarenta años. Esto no está bien. La Iglesia que celebró el Concilio de Trento es la misma Iglesia que celebró el Vaticano II. En la profesión de fe que rezamos en la misa decimos: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica». Y la Iglesia en la que nosotros creemos, como he dicho, es un Cuerpo vivo, no es un museo vaticano, no es un frigorífico eclesiástico… El Papa recuerda también en su carta apostólica que la Sacrosanctum Concilium ha estimulado «a la comunidad cristiana a intensificar la vida de oración, no sólo a través de la liturgia, sino también a través de los “ejercicios piadosos”, con tal de que se realicen en armonía con la liturgia, como si derivaran de ella y a ella condujeran». Y hace una referencia explícita al Rosario, «oración tradicional, que se ha consolidado ampliamente en el pueblo de Dios». Efectivamente, en el periodo postconciliar hubo intentos de devaluación de las formas de religiosidad popular… ARINZE: Si, después del último Concilio algunos se comportaron como si ya no se tuviera que promover la piedad popular. Pero el Vaticano II no dijo nada de esto, sino lo contrario. Como demuestra la frase de la Sacrosanctum Concilium oportunamente recordada por el Papa en su carta apostólica y que ha citado usted. Véase el párrafo 13 de la Sacrosanctum Concilium. Respecto al santo Rosario no hay que olvidar que muchos pontífices han dedicado por lo menos un documento específico a esta oración tradicional. Juan Pablo II no podía faltar, y ha publicado la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae convocando el Año del Rosario que luego clausuró con su peregrinación a Pompeya del pasado octubre. Puede parecer que en el periodo postconciliar, en esto como en otros casos, se dio importancia más a los dictámenes de un presunto espíritu conciliar que a lo que efectivamente establecieron los documentos del Concilio… ARINZE: Se sabe que algunas personas, no todas, cuando evocan el “espíritu del Concilio” lo hacen para hacer pasar como afirmaciones conciliares proposiciones que el mismo Concilio no habría podido afirmar pero que fluirían de toda la atmósfera conciliar… Y así, amparándose en esto tratan de promover sus teorías preferidas tratando de hacerle decir al Concilio lo que este no dijo nunca. En cambio, es oportuno atenerse escrupulosamente a la letra de Concilio, a las palabras deliberadas por la asamblea, que todos pueden comprender incluso sin haber participado. En los casos de interpretación difícil, pueden ser de ayuda los documentos subsidiarios del Concilio. Asistiendo al Congreso del 4 de diciembre se tuvo la impresión de que, dejando a un lado los honores que se le tributan, ya no se considera el canto gregoriano idóneo para las celebraciones litúrgicas postconciliares en las que se subraya la actuosa participatio de los fieles… ARINZE: He de confesar que he tenido esta sensación. La preeminencia del canto gregoriano en la liturgia latina fue establecida por san Pío X, el Concilio Vaticano II la hizo propia y Juan Pablo II la reafirmó en el quirógrafo publicado el 3 de diciembre. El gregoriano sigue siendo, pues, el canto por excelencia de la Iglesia latina. Sin que por ello se excluyan otros tipos de música, como la polifonía (Pedro Luis de Palestrina es citado explícitamente en el motu proprio de san Pío X), y los cantos populares, con tal de que sean dignos del culto divino y eleven realmente los corazones. Con respecto a las composiciones musicales modernas recuerdo que Juan Pablo II ha hecho suya «la “ley general”, que san Pío X formulaba en estos términos: “Una composición religiosa será tanto más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor a la melodía gregoriana, y será tanto menos digna del templo cuanto más diste de este modelo supremo”». De todos modos, hoy día es difícil en las iglesias parroquiales normales asistir a misas en las que se cante gregoriano… ARINZE: Hoy el gregoriano no puede tener en las misas parroquiales ordinarias la misma importancia que puede tener, por ejemplo, en la liturgia monástica. Pero en las celebraciones de las parroquias es posible que por lo menos algunas de las partes comunes de la misa, como el Gloria, el Credo, el Sanctus, el Pater noster o el Agnus Dei, pueda cantarlas también el pueblo. Como sucede por ejemplo durante las celebraciones pontificias, donde la Capilla Sixtina y el pueblo se alternan al cantar las estrofas de estos cantos. Y como sucede también en otras partes del mundo. Yo vengo de Nigeria y puedo decir que allí los fieles, sin ser latinistas, pueden cantar el gregoriano. Cuando era arzobispo de Onitsha insistía con los sacerdotes en que en todas las ciudades hubiera por lo menos una celebración dominical en latín. Se les debería garantizar a los fieles esta posibilidad de elección. No hay que pensar que el latín es algo que está bien alabar pero no utilizar, o que el gregoriano debe reservarse para las comunidades monásticas… Algún motivo habrá si los discos de canto gregoriano realizados por algunos monasterios han tenido tanto éxito entre el público joven. Estos muchachos no conocen el latín, pero el canto gregoriano, a menudo compuesto por santos, tiene el poder de elevar el alma humana. Durante una conferencia celebrada el pasado 8 de octubre en San Antonio, Texas, frente a los secretarios de las comisiones litúrgicas diocesanas de los Estados Unidos, criticó usted el uso de la danza en la liturgia… ARINZE: No era el núcleo del discurso, pero toqué también este punto. La Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos no se ha pronunciado hasta ahora sobre la danza en la liturgia, si bien un artículo de orientación en el boletín de la Congregación (Notitiae 106-107, 1975) excluía la danza de la misa. Está claro que no todo lo que se define danza le va bien a la Iglesia. Puede haber una danza que puede ir bien en algunas culturas y puede haber una danza que en cambio no puede ser admisible en ningún lugar. En este discernimiento los obispos tienen un papel importante. ¿Puede tener espacio la danza en toda la Iglesia latina o sólo en algunas realidades particulares? ARINZE: Repito que sobre este tema la Congregación para el culto divino no se ha pronunciado todavía. De todos modos, podemos ver que el rito latino tradicional no ha tenido danza en la liturgia. En los últimos siglos Asia y África han sido evangelizadas, donde más, donde menos. Y en la cultura de los pueblos de estos continentes la danza no es sentida exactamente como en Europa y América del Norte, donde cuando se habla de danza se piensa generalmente en los salones de baile, las bailarinas, las discotecas, no ciertamente en las iglesias. Por tanto, si a un católico medio europeo o norteamericano se le pregunta sobre la oportunidad de la danza en la liturgia, naturalmente se queda perplejo, desconcertado… Para un africano medio o para un asiático en cambio, cuando, por ejemplo, se trata de llevar los dones al altar durante el ofertorio, resulta totalmente natural hacerlo marcando algunos pasos de danza con alegría y dignidad. Por esto es oportuno que los obispos del país estudien la cuestión atentamente. Lo que no está bien es que un párroco occidental se ponga a imitar liturgias danzantes que quizá ha visto en la televisión, provocando el desconcierto de sus fieles. En Occidente los fieles que quieren bailar pueden hacerlo en las salas parroquiales, y quien quiere ver danzas hermosas puede hacerlo en los teatros, no desde luego en la iglesia y siempre presuponiendo que la danza en cuestión sea aceptable moralmente. De lo que acabo de decir se comprende que considero difícil que la danza entre en las liturgias latinas en Europa y en América del Norte. En África y en Asia lo considero, en cambio, posible, bajo condiciones. En la misma conferencia de San Antonio hizo usted anotaciones críticas sobre la arquitectura de las iglesias construidas en los últimos decenios… ARINZE: Hice notar que la iglesia-edificio debe ser también un símbolo de la Iglesia-sociedad, de la Iglesia jerárquica. Tradicionalmente dentro de la iglesia-edificio está el espacio para el altar donde oficia el celebrante, para el tabernáculo donde se encuentra el Santísimo y para el ambón desde donde se proclaman las Lecturas, y este espacio es llamado comúnmente santuario; y luego está el espacio para el pueblo de Dios. Esta distinción debería ser normal y tendría que respetarse. A los que no les gusta la separación entre el altar y el pueblo de Dios y a los que dicen que toda la iglesiaedifico es santuario y que no hay una parte más santuario que otra, les respondo: tened cuidado, no prestáis bastante atención a la sensibilidad de la Iglesia, a la historia y a la teología subyacentes. No se va a la iglesia para que el sacerdote alabe la bondad de los fieles o para que estos se congratulen por su capacidad, no se va a la iglesia para que sacerdote y fieles se admiren recíprocamente, sino para adorar a Dios. La iglesia no es un teatro en el que el público aplaude y la compañía se inclina agradecida… Eminencia, en una reciente entrevista concedida a la revista quincenal francesa L’homme nouveau decía usted que un termómetro para medir la vitalidad de la comunidad cristiana es la frecuencia al sacramento de la confesión… ARINZE: En efecto, es uno de los termómetros, y es muy útil. No nos lo dice todo de la comunidad, pero sí muchas cosas. Porque si una persona o un pueblo llega a creer que no tiene ningún pecado, que no necesita el perdón de Dios que recibimos gracias a este sacramento, aumentarán los que sin confesarse van a recibir la comunión puntualmente todos los domingos. Claro, podemos esperar que efectivamente todo estos estén sin pecado, pero sólo la Virgen fue concebida sin pecado… También usted ha observado que las filas de los que van a comulgar son más largas que las que hay en los confesionarios… ARINZE: Aunque no lo dijera el cardenal Arinze, se sabe que es así…