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BENEFICIOS FRENTE A COSTES EN LA MONEDA ÚNICA
Guillermo de la Dehesa
Mi intención en este artículo es resaltar las ventajas de la
moneda única a través del análisis crítico de los argumentos
contrarios a ella y determinar qué argumentos "a sensu contrario"
son aceptables y, por lo tanto, suponen costes y cuáles no y suponen
beneficios.
Tanto para analizar los beneficios como los costes de la UME
la pregunta que hay que contestar es si los países miembros de la
Unión Europea mejoran o empeoran su situación actual reteniendo
el manejo del tipo de cambio como un instrumento de política
económica, en lugar de fijarlo irrevocablemente con otras monedas
en un primer paso y, adoptar finalmente una moneda única.
Ciertas dudas teóricas
Lo primero que hay que recordar es que el tipo de cambio es
más bien una variable, resultado del comportamiento de la situación
del sector exterior de una economía, que un instrumento que
determina el comportamiento de dicha situación.
Es decir, se
devalúa la moneda porque las salidas de flujos monetarios en una
economía son superiores a las entradas, o, lo que es lo mismo, la
demanda de dicha moneda es inferior a su oferta.
Lo segundo que hay que plantearse es si un país, mediano y
abierto, como España tiene la capacidad para poder utilizar
ventajosamente su tipo de cambio, o si lo más que puede hacer es
reaccionar, pasivamente, a los efectos indirectos de la relación,
en cada momento, entre las actuales monedas reserva: el dólar,
el marzo y el yen.
Asimismo, habría que preguntarse si en un entorno como el
actual, de total libertad de movimientos de capital y de un alto
grado de expectativas racionales de los agentes económicos, una
devaluación del tipo de cambio realizada unilateralmente por un
país como España puede ser efectiva. Para que pudiese serlo tendría
que sorprender a los mercados exteriores y también a los agente
económicos nacionales. La experiencia reciente de las crisis del
mecanismo de cambios del SME muestra que las devaluaciones las
anticipan y las propician los mercados financieros, y no los
gobiernos, cuando observan que la política económica que realizan
las autoridades económicas de un país no es compatible con el
mantenimiento de su tipo de cambio. Además, es sabido que tanto
los sindicatos como los empresarios reaccionan cada vez de una
manera más rápida ante las devaluaciones o incluso las anticipan.
La experiencia reciente ha demostrado, sin embargo, que aunque
esto último ha ocurrido en nuestro país, la recesión de 1993 y el
elevadísimo nivel de paro de nuestra economía, no han permitido
que unos y otros eleven sus salarios y sus precios en respuesta
a la devaluación.
Por último, habría que recordar al lector que aunque el tipo
de cambio aunque sigue siendo un instrumento válido para ganar
competitividad a muy corto plazo, eso si cada vez más corto, y
ajustar los desequilibrios de la balanza de pagos por cuenta
corriente, sin embargo, no tiene ningún efecto a largo plazo sobre
la competitividad.
La competitividad a largo plazo de una economía no depende
de las variables nominales de una economía, entre las que se
encuentra el tipo de cambio, sino de las variables reales, es decir,
de la estructura productiva de una economía y de su productividad,
del nivel de desempleo, del nivel de ahorro e inversión, del sistema
educativo y de la capacidad tecnológica y de innovación. Sólo
mejorando estas últimas se consigue realmente ganar competitividad
en una economía.
Argumentos contrarios menos relevantes
Dicho esto vamos a analizar los argumentos a favor de retener
el tipo de cambio como instrumento de política económica.
La primera justificación para retener la posibilidad de
manejar el tipo de cambio es que aún existen diferenciales en los
tipos de inflación entre los países miembros que necesitan ser
acomodados por movimientos nominales de los tipos de cambio para
no perder competitividad.
Sin embargo, cuando se observan hoy las diferencias en las
tasas de inflación se llega a la conclusión de que son mucho menores
que hace años ya que, el mecanismo de cambios del SME ha ayudado,
sin duda, a su convergencia. También ha sido un factor determinante
de dicha convergencia de tasas de inflación la decisión de los países
miembros de dar autonomía a sus Bancos Centrales y que estos hayan
cambiado sus objetivos monetarios desde el control de la cantidad
de dinero o el mantenimiento del tipo de cambio a alcanzar una
determinada tasa de inflación. Por otro lado, el sistema actual
de bandas anchas permite ir acomodando, por lo menos hasta el primero
de enero de 1999 los pequeños diferenciales que existen en la
actualidad hasta que se consiga una convergencia adecuada que, de
acuerdo con el Tratado de Maastricht, se fija en una inflación de
1,5 puntos por encima de la de los tres miembros con menor inflación.
Los países que no hayan alcanzado dicha convergencia no podrán
pasar a la tercera fase de la UME hasta que lo consigan en una fecha
posterior.
El segundo argumento que se maneja, relacionado con el
anterior, es el derivado de la Curva de Phillips, en el sentido
de que existe una cierta relación inversa entre la inflación y el
desempleo y, por tanto, para un país como España reducir la inflación
puede costar varios puntos de aumento de un nivel de desempleo
excesivamente alto. Sin embargo, la reciente experiencia de los
1
años ochenta ha echado por tierra la posibilidad de conseguir una
mejora del desempleo con una mayor tasa de inflación, ya que los
países con mayor inflación han tenido mayor desempleo que los países
con menor inflación. Esta experiencia, junto con diversos estudios
que han demostrado que, a largo plazo, se consigue crear mayor
crecimiento y menor paro con un entorno macroeconómico más estable
y menos inflacionista, han cambiado la prioridad de la política
económica hacia un mayor control de la inflación. La moderna teoría
de la relación entre paro e inflación viene determinada no por los
niveles de inflación como mide la Curva de Phillips sino por sus
tasas de crecimiento. A partir de unos niveles determinados, son
las desaceleraciones o desaceleraciones las que tienen cierto
efecto las unas sobre las otras. Existe, por tanto, un nivel de
desempleo en toda economía que no genera tensiones inflacionistas
denominado NAIRU (Non Accelerating Rate of Inflation Unemployment).
Es decir, en cada país hay un nivel de paro, que en algunos países
como en España es muy alto, que es lo suficientemente alto para
no generar inflación. Este nivel de paro está más determinado por
causas estructurales (paro clásico) que por causas coyunturales
o de falta de demanda agregada (paro keynesiano) y, por tanto, debe
de ser combatido con medidas estructurales, ya que no tiene ninguna
relación con la tasa de inflación. Además, la moderna teoría del
desempleo señala que dicho NAIRU tiende a ser más elevado y a
acercase a la tasa de paro actual conforme el nivel de paro es más
elevado.
Es el fenómeno que se denomina "histéresis" o
"autoalimentación",
que
viene
determinado
por
causas
fundamentalmente estructurales que tienden a provocar un desajuste
entre la oferta y la demanda de empleo, tales como la desacumulación
de capital físico por falta de inversión, la desacumulación de
capital humano en los parados de larga duración o en los desanimados,
el poder de los "insiders" u "ocupados" que son los que fijan los
salarios frente a los "outsiders" o "parados" que no tienen poder
para reducir los salarios y encontrar empleo, la falta de movilidad
de la mano de obra, etc.
El tercer argumento, relacionado también con los anteriores,
en favor de retener el manejo del tipo de cambio, viene determinado
por la existencia de diferentes tasas de crecimiento y de capacidad
productiva entre los países miembros de la UE. Si un país como
España, por factores demográficos, es decir, por un mayor
crecimiento de su población activa o por factores económicos, es
decir, tener un nivel de desarrollo mucho más bajo que, por ejemplo,
Alemania, necesita crecer más rápido que esta última, lo lógico
es que su tipo de cambio se deprecie frente al del marco alemán
o éste se aprecie frente al de la peseta para que España pueda crecer
más rápidamente vía exportaciones. Es decir, puesto que el país
que necesita crecer más rápido tiene por definición que invertir
más de lo que ahorra tiende a tener un déficit por cuenta corriente
mientras que el país que crece más lentamente tiende a tener un
superávit y ambos desequilibrios inducen respectivamente a una
depreciación o apreciación relativa de sus tipos de cambio nominales
y reales (deducida la tasa de inflación).
Sin embargo, los modelos econométricos más recientes han
demostrado que no existe una clara correlación a corto plazo entre
1
las tendencias de los tipos de cambio reales y la tasas de
crecimiento de las economías, especialmente en Europa, en donde
el patrón de comercio es intraindustrial o intrafirma y no
interindustrial. Es decir, que la mayor parte del comercio entre
los países miembros de la UE viene determinado por razones de
economías de escala y de diferenciación de los productos y no tanto
por las ventajas comparativas de especialización en un determinado
sector industrial, en un determinado recurso natural o en los
diferenciales de costes laborales o de capital. Por otro lado,
la libertad de movimientos de capital está haciendo que, al
contrario de lo que primaba hasta ahora, la cuenta corriente no
determina la cuenta de capital si no al revés.
Como, por
definición, la suma de las dos cuentas de la balanza de pagos tiende
a ser cero, es la cuenta de capital la que determina, según sea
superavitaria o deficitaria, que la cuenta corriente sea
respectivamente deficitaria o superavitaria y no al revés. El
proceso para que esto ocurra es el siguiente: una fuerte entrada
de capitales tiende a provocar un mayor gasto en el sector de bienes
no comerciables (es decir, que no se exportan o no compiten con
la importación) con lo que su precio tenderá a aumentar, la inflación
aumentará y el tipo de cambio real se apreciará con lo que se perderá
competitividad y los recursos tenderán a desplazarse al sector de
bienes y servicios no comerciables, con lo que el sector de bienes
exportables o que compiten con las exportaciones será más pequeño
y se producirá, finalmente un déficit por cuenta corriente. Es
decir, las fuertes entradas de capital tienden a producir un déficit
por cuenta corriente para poder facilitar la transferencia o
importación de bienes y servicios que son la contrapartida material
de dichos flujos de entrada monetarios. La cuenta de capital viene
determinada a su vez por la credibilidad de las políticas económicas
ante los mercados financieros, por el nivel relativo de tipos de
interés y sus expectativas a corto plazo y por las expectativas
sobre los tipos de cambio y no tanto por las tasas de crecimiento
a medio plazo.
Otro argumento manejado, indirectamente, en pro del
mantenimiento del manejo del tipo de cambio, ha sido el que ciertos
países, acostumbrados a tasas elevadas de inflación durante muchos
años, han ido financiando parte de su gasto público con ingresos
provenientes del señoriaje (o impuesto inflacionista) derivado de
las altas tasas de inflación. Señoriaje son todos lo ingresos que
se obtienen por los gobiernos cuando estos venden a los ciudadanos
activos que no devengan intereses, por ejemplo, los billetes y
monedas en circulación o también los coeficientes de caja o de
reserva no remunerados que se imponen a los bancos comerciales.
Cuanto mayor es la inflación mayor es el impuesto inflacionista
puesto que el margen de beneficio es mayor. La pérdida de los
ingresos por señoriaje, al reducir las tasas de inflación, no es
fácilmente compensable con un aumento de impuestos o una reducción
de gastos.
Sin embargo, el señoriaje que llegó a ser muy elevado en los
años 75 al 85 en países como Italia, España, Portugal y Grecia,
ha ido descendiendo y en la actualidad es prácticamente
insignificante. En Italia y España no alcanza medio punto del PIB,
1
y en Grecia y Portugal no supera el punto de PIB. La independencia
de los Bancos Centrales y el proceso desinflacionista reciente han
contribuido a ello, por lo que ahora no plantea ningún problema.
Otro argumento es que unas monedas, especialmente las de
reserva, como es el marco alemán, tienen una mayor aceptabilidad
internacional que otras y, por tanto, su demanda es siempre mayor
que las de las monedas de otros miembros de la UE, por lo que los
realineamientos de los tipos de cambio deben de ser necesariamente
recurrentes. La experiencia ha demostrado que cada vez que los
capitales internacionales se han movido desde el dólar o el yen
hacia el marco se han producido fortísimas tensiones en el mecanismo
de cambios del SME, especialmente por mostrarse reacio el gobierno
alemán a apreciar el marco, interviniendo en su contra. Ahora bien,
la fijación irrevocable de los tipos de cambio y, especialmente,
la adopción de una moneda única, acaban con este problema en lugar
de empeorarlo, ya que el Euro será la moneda reserva de toda Europa
y no planteará ninguna tensión dentro de la Unión Europea. Al
revés, Europa, en su conjunto, se beneficiará de mayores entradas
de capital porque al haber una nueva moneda de reserva tan importante
como el dólar se dará inmediatamente una diversificación de las
carteras hacia el Euro que implicará una reducción de los tipos
de interés en la Unión Europea.
En definitiva, en un mundo como el actual con libertad total
de movimientos de capital y con un elevado grado de racionalidad
en las expectativas de los agentes económicos, los gobiernos que
quieren retener la libertad de realinear su tipo de cambio pagan
un cierto precio por ello. Los agentes económicos nacionales y
extranjeros siempre pensarán que tal libertad se mantiene para ser
utilizada, empezarán a sospechar en mayor medida de dicho país y
tenderán, para no ser cogidos desprevenidamente, a aumentar más
rápidamente los costes y los precios del país bajo sospecha de
devaluación y a establecer una mayor prima de riesgo sobre el
rendimiento de sus activos financieros, con lo que las expectativas
inflacionistas serán mayores y tenderán a aumentar su inflación
y sus tipos de interés nominales deteriorando la situación
macroeconómica de dicho país aunque no haya devaluado aún. También
los mercados pueden optar por atacar a la moneda nacional y pueden
hacer que se provoque una devaluación ya que es el tipo de cambio
donde en mayor medida se da la teoría del autocumplimiento de las
expectativas. Si, finalmente, la moneda se devalúa los agentes
que han apostado por ella harán un beneficio a costa del Banco
Central del país afectado y su Gobierno perderá credibilidad y su
reputación antiinflacionista será más difícil de mantener en el
futuro.
Al final, la única forma que tiene dicho gobierno de volver
a ganar reputación y conseguir reducir la inflación y los tipos
nominales de interés es mediante una fijación irrevocable de su
tipo de cambio para dejar bien claro a los mercados que su compromiso
de estabilidad es irrevocable. Ahora bien, aún cuando esto es una
condición necesaria no significa que sea siempre suficiente, ya
que también pagan un precio los países cuyo compromiso de mantener
1
su tipo de cambio fijo es percibido como no sostenible por los
mercados financieros y es sometido a sospecha, como la reciente
experiencia de la crisis del SME nos ha enseñado. Hemos visto a
lo largo de la historia reciente como tipos de cambio
irrevocablemente fijos se han terminado por romper. A pesar de
utilizar el término irrevocable para darle mayor credibilidad, ésta
no depende exclusivamente de decidir políticamente fijar el tipo
de cambio, sino además de que dicha fijación sea percibida como
sostenible a juicio de los mercados. Si el país tiene aún un
diferencial alto de inflación o una tasa diferencial de paro muy
elevada respecto de la moneda o monedas con las que fija su tipo
de cambio, los mercados pueden percibir que no va a ser posible
mantener el tipo de cambio fijo y seguirán manteniendo una prima
de riesgo que hará más difícil sostener la fijación y, finalmente,
puede que se tenga que dar marcha atrás. Ante esta situación
existen dos opciones:
la primera es deshacer la fijación
irrevocable lo que trae consigo una pérdida de credibilidad aún
mayor que, dada la larga memoria que tienen los mercados, hará más
difícil recuperar la reputación antiinflacionista y, por tanto,
la prima de riesgo se mantendrá muy alta dificultando mantener los
equilibrios macroeconómicos y un crecimiento elevado y estable.
La segunda opción, mucho más eficaz, es dar el paso adelante en
el proceso de Unión Monetaria adoptando una moneda única.
Desde el momento en que se adopta una moneda única, tal como
está previsto en el Tratado de la Unión Europea, desaparece
totalmente la mala reputación de la moneda ante los mercados ya
que las monedas débiles de los países con problemas de inflación
desaparecen con toda su historia pasada y la nueva moneda es la
que fija las condiciones de credibilidad, que en el caso de la UME
está avalada por un Banco Central Europeo independiente y con una
reputación muy alta, sino tan alta, como la que puede tener hoy
el Bundesbank.
Es decir, la fijación irrevocable de los tipos de cambio nunca
es realmente irrevocable y hay que considerarla como un paso
transitorio dentro del proceso de Unión Monetaria ya que las
ventajas de ésta sólo se consolidan realmente con la adopción de
una moneda única.
En resumen, sólo con una moneda única se consigue realmente
una situación de estabilidad y se evita estar sometido
permanentemente a la censura de los mercados y a los ataques
especulativos sobre los tipos de cambio de los países miembros de
la UE. Es decir, la moneda única es, sin duda, la solución menos
mala a la situación de transición e interinidad actual que siempre
estará sujeta a incertidumbre y a falta de credibilidad por parte
de dichos mercados, como ha demostrado la experiencia reciente de
la crisis del SME.
Argumentos contrarios más relevantes
Algunas de las críticas a la moneda única tienen una base sólida
1
y pueden plantear costes importantes en el futuro, especialmente
una vez que ésta esté funcionando.
En general estos argumentos se refieren a las condiciones que
debe de tener un área monetaria óptima para que una Unión Monetaria
sea factible y duradera.
La primera condición es que entre los países que forman dicha
moneda única exista un elevado nivel de integración comercial y
de movilidad de factores de producción. La realidad es que esta
condición aún no se da en Europa. La interpenetración comercial
aún es baja en algunos países como España, Francia y Alemania y
sólo Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Dinamarca tienen realmente unos
niveles elevados. La movilidad del capital es ya bastante elevada
pero la movilidad del trabajo es insignificante.
De los 370
millones de habitantes que residen en Europa sólo 5 millones, el
1,3%, reside en un país distinto del que ha nacido y, si se computan
sólo aquellos que trabajan en otro país diferente del de su
residencia habitual, la cifra se reduce a 3,1 millones, es decir,
el 0,8%. En esta bajísima movilidad de la mano de obra intervienen
una multiplicidad de factores de todo tipo. Desde las barreras
culturales y lingüísticas al nivel de prestaciones sociales en cada
país, pasando por el enraizamiento familiar y las menores diferencia
de renta. Esta escasa movilidad de algunos bienes servicios y
factores de producción hace menos flexible el funcionamiento de
la Unión Monetaria y puede producir problemas de desajuste entre
unos países y otros.
La segunda condición es que exista lo que se llama un cierto
"federalismo fiscal". Es decir, al cederse la política monetaria
a un Banco Central Europeo y renunciar al tipo de cambio pasa a
ser muy importante, la utilización de la política fiscal como
instrumento anticíclico y para hacer frente a choques de oferta
o demanda bien que afecten a un país determinado (choque asimétrico)
o que afecten a todos los países al mismo tiempo pero de manera
diferenciada. La reunificación alemana ha sido, por ejemplo, un
choque asimétrico de demanda que ha afectado primordialmente a
Alemania. Las crisis energéticas de 1973 y 1979 fueron choques
simétricos de oferta que afectaron de manera diferente a los países
de acuerdo con su grado de dependencia energética.
Para evitar que dichos choques temporales afecten en exceso
a un determinado país no sólo tiene dicho país que ajustar sus
niveles de renta, es decir, sus salarios reales y sus precios, sino
que también tiene que ajustar su nivel de empleo, de ahí la
importancia de la movilidad de la mano de obra, ya que no dispone
ya del tipo de cambio como ajuste temporal a corto plazo. También
tendrá que acudir a aumentar su déficit público y a endeudarse.
La experiencia de Estados Unidos o Canadá, que son uniones
monetarias centenarias muestra que es necesario y conveniente tener
ciertos estabilizadores fiscales automáticos que operan a nivel
federal por encima del esfuerzo fiscal de los estados o provincias
y que permiten que el ajuste de la región, estado o provincia sea
menos traumática. Es decir, teniendo un presupuesto supranacional
o federal que centralice, por ejemplo, la mayor parte del impuesto
1
sobre la renta de las personas físicas y de las sociedades y de
los subsidios de desempleo, se permite que el choque sea menor hasta
que opera la propia flexibilidad real del estado o la región para
adaptarse a dicho choque.
El problema que existe en Europa es que el Presupuesto
Comunitario es tan reducido que no puede hacer frente a dichos
choques, en el caso en que ocurriesen, una vez que la moneda única
está introducida.
Beneficios macro y microeconómicos
No sólo traen una unión monetaria y, especialmente, una moneda
única ventajas macroeconómicas sino también microeconómicas.
El beneficio macroeconómico fundamental de la moneda única
va a ser la creación en Europa de una zona de estabilidad
macroeconómica, es decir, de baja inflación y bajos tipos de
interés.
Todos los estudios económicos que han analizado la
economía mundial y europea a largo plazo muestran que el crecimiento
ha sido más elevado en los países con mayor estabilidad
macroeconómica. La razón es muy clara. En un entorno de baja
inflación la inversión privada tiene menores incertidumbres a la
hora de llevar a cabo inversiones productivas y además los bajos
tipos de interés no sólo incentivan la inversión privada productiva
sino que, al tener menores gastos financieros, las empresas pueden
dedicar un mayor volumen de recursos a la misma.
Hoy en Europa más del 40% del ahorro se dedica a financiar
déficit públicos. Con un entorno de tipos de interés más bajos y
estables el servicio de la deuda pública será menor y el déficit
público podrá controlarse mejor ya que las cargas de intereses de
la deuda pública representan en nuestro país cerca del 20% del gasto
presupuestado.
Ello permitiría reducir el déficit público y
mantenerlo dentro de los límites establecidos por la convergencia
sin necesidad de recurrir para ello a reducir la inversión pública.
Además, las administraciones públicas podrían endeudarse en Euros
con tipos más bajos y sin riesgo de cambio, lo que reforzaría la
reducción del servicio de la deuda.
No sólo el Estado y los empresarios se beneficiarán de una
inflación y unos tipos de interés más bajos, sino también las
familias.
La reducción de la inflación favorecerá a los
pensionistas y a las personas con rentas más bajas. Con unos tipos
hipotecarios más bajos y una mayor competencia bancaria, muchas
más familias tendrán acceso a vivienda propia. Lo mismo se puede
decir de la compra de bienes de consumo, que se verá también
relanzada.
Entre los beneficios microeonómicos destaca, en primer lugar,
la reducción de los costes de transacción entre los países,
derivados de la existencia de diferentes tipos de cambio que es
total cuando se alcanza una moneda única ya que no es necesario
cambiar una moneda por otra para cualquier tipo de transacción entre
1
países. Los cálculos que se hicieron en 1988 demostraban que el
ahorro anual sería de unos 4.000 millones de Ecus, es decir, unos
5,2 billones de pesetas, un 0,5% del PIB de la UE de 12 miembros.
Naturalmente, los bancos de la UE que obtienen un 5% de sus ingresos
a través del cambio de moneda tendrán que recolocar todo el personal
que lleva a cabo este tipo de actividad para que dicho ahorro sea
realmente neto. La desaparición de estos costes de transacción
traerán consigo un relanzamiento de la inversión y del comercio
entre los países de la UE, ya que actualmente existe una cierta
barrera psicológica que impulsa a muchos agentes económicos a no
invertir en monedas distintas de la propia.
Más importante aún es el ahorro que supondrá eliminar los
costes de información derivados de la existencia de muchas monedas
que dan lugar en la UE a distorsiones y discriminaciones de precios
a veces muy importantes, especialmente en los bienes de consumo.
Como muchos consumidores no conocen bien los tipos de cambio que
prevalecen en el mercado no les es fácil calcular los precios en
su propia moneda para hacer una comparación adecuada entre los
precios en ambas monedas. Estos costes de información permiten
a las empresas cargar precios diferentes en diversos mercados a
costa de los consumidores.
Estos costes de información y la
política de discriminación de precios desaparecen con una moneda
única suponiendo un ahorro importante para los consumidores a costa
del mayor beneficio de las empresas.
El cálculo que se ha hecho de estos costes sería de cerca de
un 2% del PIB de la UE de 12 miembros, es decir, cerca de 20.000
millones de Ecus, es decir, unos 26 billones de pesetas al año.
La tercera ventaja microeconómica viene determinada por el
hecho que la volatilidad de los tipos de cambio supone un coste
añadido para el comercio entre los países de la UE. Este efecto
es mayor desde que la libertad de movimientos de capital se ha
introducido en el mercado único. A pesar de que el SME ha logrado
reducir notablemente dicha volatilidad aún pueden obtenerse
beneficios de su reducción con una moneda única, ya que las empresas
reducirían el coste de las operaciones financieras de cobertura
de dicha volatilidad.
Conclusiones
Ante las actuales circunstancias tanto en términos de avance
de la integración económica y especialmente de libertad
demovimientos de capital así como el hecho de haber suscrito y
ratificado el Tratado de Maastricht, parece claro que la moneda
única es la mejor o la menos mala de las opciones disponibles, ya
que es la única que hace realmente compatible la libertad de
movimientos de capital con la estabilidad cambiaria. Existe otra
opción también compatible que es la flexibilidad total de tipos
de cambio, pero que en este momento se considera totalmente fuera
de lugar para Europa ya que supondría dar marcha atrás en el proceso
de integración. Las restantes opciones como la del SME o incluso
la de la fijación irrevocable de los tipos de cambio son muy
1
inferiores en términos de coste-beneficio y de bienestar para Europa
y además no pueden ser más que transitorias.
Una vez que se haya conseguido una moneda única es obvio que
deberá haber un sistema fiscal centralizado o un fondo especial
que, de alguna manera, haga frente a los choques asimétricos que
pueden afectar a algunas regiones o países de Europa en momentos
determinados. Dicho sistema o fondo no tiene que confundirse con
el de los actuales fondos estructurales o de cohesión que buscan
otro tipo de objetivos económicos, como es la solidaridad con las
regiones con un menor nivel de desarrollo de la U.E. y la búsqueda
de una mayor cohesión económica y social en una Europa integrada.
Por último, es de enorme importancia buscar mecanismos y
políticas que desde hoy se apliquen para aumentar el grado de
movilidad de la mano de obra europea, ya que su actual ausencia
puede acarrear problemas de ajuste para algunas economías
integradas en una moneda única.
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