¿CÓMO AUMENTAR EL CRECIMIENTO POTENCIAL DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA?

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valerie de la dehesa 13 Sep 2016 17:59 1/5
¿CÓMO AUMENTAR EL CRECIMIENTO POTENCIAL DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA?
Guillermo de la Dehesa, Presidente del CEPR, Centre for Economic Policy Research
El crecimiento de una economía se basa, fundamentalmente, en la acumulación
y utilización de los factores de producción (trabajo, capital físico y humano y tecnología o mejor
dicho, progreso técnico) y en su productividad conjunta, que se suele medir por la productividad
del trabajo, tanto por persona empleada como por hora trabajada, y además, cuando se puede,
por la contribución del capital y de la productividad total de los factores a dicha productividad. Si
la acumulación y utilización de dichos factores de producción es ya, de por sí, complicada de
calcular estadísticamente, la productividad lo es todavía mucho más.
Ahora bien, la experiencia de muchos episodios de crecimiento ha demostrado
que un crecimiento basado en la mera acumulación y utilización de factores de producción,
aunque necesario en determinados niveles de desarrollo, no es suficiente ni sostenible a muy
largo plazo. El crecimiento a largo plazo debe de estar basado sobre todo en la productividad
de dichos factores, no sólo en su acumulación y utilización. Un caso extremo fue el de la Unión
Soviética, pero ha habido otros casos también en Asia que corroboran esta evidencia empírica.
Naturalmente, lo óptimo es crecer a través de un aumento de la utilización de los
factores de producción y de su productividad, puesto que no son modelos de crecimiento
sustitutivos, sino complementarios, como demuestra actualmente la economía de EEUU, que
tiene una elevada tasa de empleo, de utilización del capital y de la productividad al mismo
tiempo. Por el contrario, en la Unión Europea el crecimiento ha estado basado,
fundamentalmente, en la productividad del trabajo a costa de una baja tasa de empleo.
Dentro de este análisis simplista, el caso de España ha sido mixto pero
sustitutivo. Si ha habido una característica del crecimiento español desde 1973 hasta 1995, ha
sido que se ha sustentado en una utilización muy intensiva del capital a costa de una menor
utilización del trabajo. La tasa de empleo era anormalmente baja, pero se compensaba por una
mayor relación capital-trabajo y, por tanto por un mayor crecimiento de la producción por
persona y por hora trabajada o, lo que es lo mismo, por una mayor productividad. Por el
contrario, a partir de mediados de los años noventa, la economía española empieza a crecer
sobre la base de aumentar el empleo a costa de reducir la tasa de crecimiento de la
productividad y este modelo se está manteniendo hasta nuestros días.
Los tres períodos de mayor crecimiento del empleo han sido: entre 1960 y 1970,
la “década de oro” del crecimiento europeo y español en la que crecieron, al mismo tiempo, el
empleo y la productividad; entre 1986 y 1991, debido a la accesión española a la UE y entre
1997 y 2001, debido a nuestra incorporación a la Unión Monetaria. En el segundo caso, porque
hubo unas entradas masivas de inversión extranjera que empujaron el crecimiento de la
actividad y del empleo y, en el tercer caso, ha sido la fuerte caída de la inflación y de los tipos
de interés la que ha permitido un fuerte auge de la inversión y de la creación de empleo. Sin
embargo, hay dos elementos micro-económicos fundamentales que también han jugado
favorablemente en ambos casos. En el primero fue la reforma laboral de 1984 y la moderación
salarial mantenida hasta la huelga general de finales de 1988. En el segundo, fueron las
sucesivas reformas laborales unidas, asimismo, a una fuerte y persistente moderación salarial
por parte de los sindicatos.
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Por el contrario, la tasa de crecimiento de productividad laboral, medida en
términos de PIB por persona empleada ha ido decreciendo en las últimas tres décadas.
Aumentó, entre 1961 y 1970, a una tasa anual del 6,7% (frente al 4,5% de la UE), al 4,2% entre
1970 y 1980, (frente al 2,6% en la UE) al 1,9% entre 1980 y 1990 (frente al 1,7% en la UE) y
luego, desde 1991 a 1994, siguió creciendo a la misma tasa de la UE (2,1%), pero a costa de
una fuerte reducción del empleo. Sin embargo, desde 1995 hasta 2002, la tasa anual media de
crecimiento de la productividad española ha sido del 0,6% frente al 1,2% de la media de la UE.
Sólo la tasa de crecimiento de la productividad Italiana ha sido más baja que la española.
A pesar del fuerte crecimiento de la productividad por persona empleada hasta
1994, el nivel de PIB por persona empleada a finales de 2002, era todavía en España alrededor
de un 90% de la media de la UE. A pesar del fuerte crecimiento del empleo entre 1995 y 2002,
la tasa o nivel de empleo, es decir, el número de personas que están empleadas en porcentaje
del número de personas en edad de trabajar (entre 15 y 64) es en España sólo un 78,5% de la
media de la UE. En lo único que superamos con creces a la media de la UE es en el número de
horas anuales efectivamente trabajadas, que es de 1.807 frente a sólo 1.623 de la UE, es decir,
un 11% más. Este mayor número de horas trabajadas permite compensar, parcialmente, tanto
nuestra menor tasa de empleo como nuestra menor productividad por hora trabajada, que
todavía es del 79% de la media comunitaria. Es decir, que nuestro PIB por habitante, que era,
en 2002, en el 84,6% de la media de la UE, reflejaba, exactamente, estos niveles anteriores
que muestran que tenemos todavía un grave problema de empleo y de productividad por hora
trabajada y un problema menos grave de productividad por persona empleada.
En definitiva, en el período 1995-2002, el crecimiento anual medio del PIB por
habitante en España ha sido del 2,7%, gracias a la aportación del crecimiento del empleo, que
ha aportado, en promedio el 1,5%; al crecimiento de la población en edad de trabajar, que ha
aportado 0,25% y al crecimiento del número de horas trabajadas que ha aportado el 0,1%. En
total, la acumulación y utilización del factor trabajo ha aportado 1,85%, el 68,5% del crecimiento
promedio, el restante 0,85% (el 31,5% del crecimiento total promedio) ha sido aportado por la
productividad. No hay que olvidar que una parte del crecimiento del empleo ha sido debida al
sector público, otra parte al afloramiento del empleo sumergido, otra a modificaciones
estadísticas y otra, la mayor, a nuevo empleo del sector privado. Por ejemplo, en el período
1995-2001, el empleo público ha aportado un 16,7% del crecimiento del empleo total y a finales
del 2001, el empleo del sector público ha alcanzado el 17,2% del empleo, que todavía es bajo
respecto a la media de la UE, que es del 23,4%, pero que es ya elevado en términos relativos,
ya que el ingreso público medio de la UE es del 44,4% del PIB y en España del 39% del PIB,
5,4 puntos porcentuales menos.
Si se mide la aportación relativa, al crecimiento del PIB, tanto de la utilización del
trabajo, como de la productividad, medida en términos de productividad por hora trabajada y no
por persona empleada, en el período 1996-2002, la utilización del trabajo ha aportado el 79%
del crecimiento del período, frente al 21% de la productividad horaria, que ha ido descendiendo,
anualmente, a lo largo del período.
¿Qué hay que hacer ahora para continuar convergiendo en términos de PIB por
habitante con la Unión Europea?
Lo primero que hay que hacer es seguir creando empleo. Naturalmente, para
lograr un nivel de empleo más elevado, es fundamental que las tendencias demográficas sean
favorables, por la sencilla razón de que la tasa de empleo depende de que, por un lado, la
población en edad de trabajar sea elevada y de que la población que busca activamente
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empleo como porcentaje de la anterior también lo sea. En este punto existen serias debilidades,
debido, por un lado, a que la población en edad de trabajar empieza a estancarse, y, por otro
lado, a que la tasa de actividad y de empleo femeninas son muy bajas. Mientras que nuestra
tasa de actividad o participación masculina, es decir, el número de personas que buscan
activamente empleo en porcentaje de la población en edad de trabajar, era, en 2002, del 69%
(frente al 77% de la UE) la tasa de empleo femenina es del 43,2% (frente al 60% de la UE) La
tasa española es relativamente bajísima en las mujeres entre 55 y 64 años de edad (24,4%)
pero, aunque menos, también lo es la masculina (62,2%) también es baja la tasa de empleo de
los jóvenes entre 15 y 24 años, tanto masculina (52,4%) como femenina (41,4%) Por otro lado,
la tasa de empleo femenina también es muy baja. Es del 30% en las mujeres de edad entre 15
y 24 años, del 54,2% en edades comprendidas entre 25 y 54 años y de sólo el 22% en edades
entre 55 y 64 años.
Una fórmula obvia de aumentar el nivel de empleo de los jóvenes de ambos
sexos y de las mujeres en general es incentivar el empleo a tiempo parcial, que en el año 2000,
último del que se tienen estadísticas comparativas de la OCDE, era en España del 7,9% frente
al 13,8% de la media comunitaria, habiendo países como Holanda y Reino Unido con el 33% y
el 23% respectivamente. El problema del empleo juvenil en España es muy serio ya que un
25% de los jóvenes están parados y un 65% tienen contratos precarios, rotando varias veces al
año de una empresa a otra y de un empleo a otro, lo que tiende a disminuir su productividad,
que está altamente correlacionada con la experiencia en la empresa o en el empleo. Otra forma
obvia de aumentar el nivel del empleo en España es a través de conseguir una mayor
movilidad territorial de la mano de obra, que es una de las más bajas de la UE. Para
conseguirlo hay que aumentar rápidamente la construcción de viviendas de alquiler
exclusivamente, ya que suponen actualmente, el porcentaje más bajo, sobre el total de
viviendas construidas, de toda la UE. Será necesario, por un lado, incentivar fiscalmente este
tipo de construcción y, por otro incentivar fiscalmente a los trabajadores y las empresas para
que el coste del alquiler no sea gravado como pago en especie.
Otro factor que puede contribuir a la creación de empleo es aumentar su calidad,
mejorando notablemente la formación y educación de la mano de obra. La inversión pública en
educación en España es del 4,4% del PIB (del cual el 3,3% se invierte en educación primaria y
secundaria y el 1% en terciaria) frente al 4,9% en la UE; la privada, sin embargo es mayor que
la media de la UE 0,9% del PIB, frente a 0,4%) y la educación en el lugar de trabajo es 0,8%
del PIB frente a 1,2% del PIB en la UE. En España, el porcentaje de la mano de obra que tiene
nivel de educación secundaria es del 60% en los trabajadores de 25 a 34 años y del 30% en los
de 45 a 54 años. En el caso de la educación terciaria dichos porcentajes son del 37% y del
19% respectivamente. Este aspecto es fundamental ya que ahora y mucho más en el futuro, la
mano de obra con un nivel de educación secundaria y terciaria tiene, no sólo unas mayores
probabilidades de encontrar empleo que la que tiene niveles de educación primaria, sino que
también tiene una mayor facilidad para mejorar su salario y su carrera en la empresa, aunque,
al principio tenga que aceptar, temporalmente empleos por debajo de sus capacidades.
Finalmente, hay que reducir los niveles actuales de regulación de los mercados
de factores de producción y de los mercados de productos. Por un lado, unas condiciones de
despido excesivamente estrictas reducen los flujos de desempleo pero a costa de hacer más
difícil que las empresas creen nuevos empleos y que los que ya están desempleados vuelvan a
emplearse. Por otro lado, unas regulaciones que impiden la libre entrada y salida de empresas
en cada sector reducen la no sólo la inversión y la creación de empleo sino también la
elasticidad entre ambas. Se calcula que una reducción de las actuales regulaciones en el
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mercado de productos en la UE, aumentarían la tasa de empleo entre un 0,5% y un 2,5%,
dependiendo de los niveles de cada país.
Otro aspecto fundamental y obvio para crear empleo es lograr que aumente, a
mayor ritmo, la inversión empresarial, que paradójicamente, en los años 2001 y 2002 ha tenido
un crecimiento muy bajo a pesar de que el coste real del capital era cercano a cero. En 2003,
se ha notado ya una recuperación de la inversión (3,2%) y es probable que continúe su
crecimiento en 2004. Una razón importante para tener esperanza en la recuperación de la
inversión es que su reciente caída ha podido responder a la atonía de la demanda externa
proveniente del resto la UE, que ha crecido a tasas medias ligeramente superiores al 1% y que
ha hecho que las exportaciones españolas hayan crecido a un ritmo bajísimo y que la
aportación del sector exterior al crecimiento haya sido negativa en los últimos tres años, es
decir, que hemos crecido únicamente con la aportación de la demanda interna. La UE se
estima que crezca este año 2004 a tasas cercanas al 2% lo que permitirá mejorar nuestras
exportaciones a al Zona Euro.
Otra forma complementaria de aumentar la convergencia real es, lógicamente,
aumentar la productividad del trabajo que ha tenido un crecimiento mínimo en los últimos años.
También en este aspecto la economía española muestra importantes debilidades. La
productividad por hora trabajada ha ido cayendo en España, de una tasa anual promedio del
2,27% en el período 1990-1995, a otra cercana a cero en el período 1996-2002 ha sido la
mayor desaceleración de toda los países miembros de la UE. Una buena parte de la misma se
debe a una caída del crecimiento, entre ambos períodos, de la productividad total de los
factores del -1,3% (la mayor de toda la UE) que, a su vez, se compone de un aumento de la
inversión en las tecnologías de la información y comunicación del 0,03% y una caída del resto
de la inversión del -1,44%. Este comportamiento de ambas inversiones ha provocado una
desaceleración de la productividad por hora trabajada del -2,7%, la mayor de los países
miembros de la UE.
Estos datos son realmente preocupantes por dos razones básicas. La primera es
que el fuerte crecimiento en el empleo y la ligera caída del número de horas trabajadas se ha
conseguido a costa de una importante desaceleración de la productividad por hora trabajada,
que ha sido también la tónica general de la UE, pero en el caso de España ha sido la más
importante de todos sus países miembros. La segunda es que en el futuro, la única forma que
va a tener la economía española de crecer es a través del aumento de la productividad, ya que,
dentro de unos años la población en edad de trabajar va a descender muy rápidamente, y va a
hacer cada vez más difícil aumentar la actividad y el empleo, ya que las cohortes jóvenes van a
ser mucho menores, por lo que España, que cada vez se muestra más reacia a la inmigración,
va a tener que cambiar drásticamente su “modelo” actual de crecimiento.
El crecimiento de la productividad, tiende, por definición, a mejorar el empleo, en
contra de la percepción convencional que se tiene en la UE. Un mayor crecimiento de la
productividad reduce los costes laborales unitarios y, por lo tanto, incentiva la contratación
laboral en las empresas. Si esto no ocurre, como en España y en Europa en general, es porque
existen fuertes rigideces en sus mercados laborales que aumentan el coste del empleo e
impiden su contratación, lo que indica que el aumento del empleo y de la productividad debe de
venir acompañado de reformas laborales.
Las recetas para conseguir un aumento de la productividad son conocidas. Un
mayor nivel de inversión, especialmente en innovación, en investigación y desarrollo,
favoreciendo la conexión entre la investigación universitaria y la empresa y en mejorar la
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calidad de la educación y de la formación, por un lado, y un importante esfuerzo en crear una
mayor mentalidad empresarial, en favorecer la creación de empresas, reduciendo las barreras
de entrada y de salida y en atraer la inversión extranjera, por otro, deben de ser los ejes
básicos de dicha política.
En resumen, aunque la convergencia real con la UE ha aumentado
notablemente en España en los últimos años, gracias al elevado crecimiento del empleo, los
rendimientos de esta estrategia van a ser decrecientes en el futuro. Las reformas necesarias
para aumentar los niveles de productividad y mejorar, dentro de sus límites, las tasas de
empleo en la economía española, única forma de continuar mejorando la convergencia en
términos de PIB por habitante, respecto a la media de la UE, son claras y conocidas, pero
exigen reformas y cambios para las que hay que tener el coraje político y la capacidad de
convencimiento y negociación necesarias para ponerlas en práctica. Este es el gran reto del
nuevo gobierno al que deseo todo lo mejor en este empeño.
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