Diez años de lucha por el agua

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10 años de lucha por el agua: reflexiones
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La política hidráulica en España a lo largo del siglo XX ha estado marcada por el regeneracionismo de
Joaquín Costa y su afán por transformar en regadío tierras de secano con el loable objetivo de acabar con
las penurias y hambrunas de la sociedad. La experiencia nos dicta que las innovaciones técnicas (entre
ellas las hidráulicas) no acaban con la pobreza y terminan favoreciendo siempre a los más poderosos y,
cuando el reparto de la riqueza se ha mostrado como una alternativa viable, la represión más atroz ha sido
la respuesta de los que disfrutan del poder, de la riqueza y del agua. La política de oferta, almacenando
miles de hectómetros cúbicos de agua en grandes embalses, llevándola mediante inmensos canales y
trasvases entre cuencas a los regadíos, es la política de Costa y sus herederos: Indalecio Prieto, Franco,
Borrell y Matas. Una política basada en la subvención pública de las grandes infraestructuras hidráulicas
a mayor beneficio de las empresas constructoras, las compañías eléctricas y los regantes, en la que salen
perdiendo la calidad del agua, los ríos y sus ecosistemas asociados, las especies y los espacios a los que da
vida y forma el agua.
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En 1991 comenzó un período de escasez de lluvias que duró cinco años, algo habitual y cíclico en el clima
mediterráneo. En dicho lustro, muchas ciudades sufrieron restricciones de agua y la calidad servida
descendió hasta el punto de disparar la venta de agua potable envasada; muchas hectáreas de regadío
quedaron sin regar o con dotaciones mínimas, pues a pesar de que Franco durante cuarenta años inundó
de pantanos las tierras de España y los socialistas habían inaugurado muchos más en tan solo diez años, la
política de oferta de agua había hecho disparar la demanda muy por encima de las previsiones.
Centenares de miles de hectáreas fueron puesta en regadío en los últimos años y la mal denominada
sequía se cebó en ellas, por lo que la “coyuntura” era muy favorable para el anteproyecto de Plan
Hidrológico Nacional presentado por el ministro Borrell en aquellos años.
El Plan de Borrell prometía acabar con los “desequilibrios” entre la España húmeda y la España seca,
mediante la creación de algunos centenares de grandes embalses y varios trasvases entre cuencas
“excedentarias” y cuencas “deficitarias”. En realidad se pretendía trasvasar algunos millones de metros
cúbicos de agua de las zonas de montaña del norte peninsular al litoral mediterráneo, una estrecha franja
de terreno donde la agricultura intensiva destinada a la exportación y el desarrollo de la primera
industria, el turismo ya habían hecho posible el trasvase de millones personas de las áreas de montaña a
las ciudades costeras, como demostraba de hecho el censo de población de 1981-1991. Y el agua era vital
para los negocios: la huerta y el geriátrico europeo tenían mucha sed. El desequilibrio entre una España
que se quedaba sin gente y otra con un espacio físico muy limitado que aumentaba de población con la
consiguiente degradación social y ambiental, podían ir en aumento si con el PHN de Borrel además se les
“robaba” el agua. Como dice el refrán, “antes se coge a un demagogo que a un cojo”.
La presentación del anteproyecto de PHN por parte del gobierno del PSOE, logró unir las dispersas luchas
a favor del agua en todo el territorio, destacando la oposición del movimiento ecologista a los grandes
embalses y los trasvases, no sólo los previstos desde las zonas montañosas del norte hacia el arco
mediterráneo, sino también contra proyectos de embalses y trasvases en las serranías cercanas a las costas
o las grandes ciudades, que amenazaban con inundar numerosos valles para dar de beber a una
conurbación que se extendía a lo largo de todo el mediterráneo: Guadiaro-Majaceite, Genal, Rules, son
nombres asociados a movilizaciones populares que lograron atrasar las obras hidraúlicas, fracasaron o en
el mejor de los casos la aplazaron para muchos años. De todas estas luchas, de estudiar el PHN y sus
posibles alternativas fue surgiendo la necesidad de una política hidráulica diferente, basada en la gestión
de la demanda.
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Una política que fuese capaz de corregir el despilfarro de agua mediante planes de ahorro y eficiencia; una
política que tuviera como referencia previa un plan nacional de regadíos, ya que este uso supone el 80%
de la demanda total de agua, y sobre todo una política que le pusiera un precio “adecuado” al agua; que
pagaran el coste de las infraestructuras los principales beneficiarios del “recurso”, lo cual llevaba a un
incremento del coste del metro cúbico en los regadíos y una tarifa volumétrica, con contadores. A esta
política se apuntaron ardorosamente todo el ecologismo militante y algunos profesores universitarios
deseosos de pasar a la historia como los “enterradores” de Joaquín Costa.
Ingenuidad ecologista, ya que las políticas de ahorro y eficiencia sólo eran incluidas en los planes
hidrológicos hasta el umbral en el que los costes fuesen iguales o más bajos que el disponer de nuevos
recursos en la misma cantidad con políticas de oferta. Lógicamente, gran parte de los costes ambientales
de las grandes obras hidráulicas no eran “internalizados” para mantener bajo el precio de m3 de agua/m3
de cemento. Y durante muchos años, los estudios ecologistas y de los profesores amigos han seguido
acumulando argumentos, comparando experiencias, investigando modelos, para acabar con semejante
desfachatez.
El plan nacional de regadíos ampliamente demandado por la oposición política (por aquel entonces le
tocaba al PP) y las organizaciones ecologistas nunca fue presentado públicamente. Pero tanto ecologistas
como populares tenían fundadas esperanzas que un plan nacional de regadíos que tuviese en cuenta la
falta de competitividad de los regadíos tradicionales (los más despilfarradores de agua) y la evolución
futura de los precios agrícolas abocados a la liberalización de los mercados, harían innecesarios una gran
parte de las infraestructuras hidráulicas previstas en el plan de Borrell. Que el PP utilizara
argumentalmente la liberalización de los mercados agrícolas, para reducir la melagomanía hidráulica
socialista tenía cierta coherencia para los que tienen más que demostrados su “amores” neoliberales, pero
los ecologistas mostraron una cortedad de miras alarmante al agarrarse a los mismos argumentos y sus
amigos los profesores universitarios, expusieron la obviedad de unos razonamientos poco ecológicos.
La clave de la política hidráulica basada en la gestión de la demanda, consiste en ponerle un precio,
aunque sea aproximado al agua. En sus versiones más extremas, una vez monetarizado el “recurso” en su
totalidad el mercado se encargará de regular y adecuar una eficiente política hidráulica. Esta es la versión
que recoge el PP cuando en años posteriores le toque gobernar, por lo que modificará la Ley de Aguas
introduciendo la compraventa, el mercado de agua. La versión por la que apuesta el ecologismo y los
profesores universitarios para una buena gestión, también se basa en aproximar el precio del agua a los
costes del ciclo “completo” (extracción o almacenamiento, distribución, saneamiento y depuración) con
un mercado controlado por las regulaciones normativas del estado que ajuste la demanda a los recursos
disponibles sin graves impactos ambientales.
La gestión de la demanda que da vía libre al mercado define al agua como un recurso, convirtiéndola en
una mercancía a la que se le puede extraer beneficios económicos, como a la tierra, por lo que algunos
siglos después de los primeros ataque a los bienes comunales (bosques, praderas, campiñas, etc.) están
dispuestos a privatizarla también y acabar con su carácter de bien común.
La gestión de la demanda apadrinada por ecologistas y profesores definen al agua como un activo
eco-social. Sin desprenderse totalmente del lenguaje económico (activo-pasivo), esta definición
reconoce el papel que juega el agua en la formación de paisajes, en los ecosistemas y en los seres vivos, es
la parte eco que hay que preservar combinándola con su función social: como creadora de riqueza por
los distintos usos que tiene en la sociedad.
Sin embargo, la gestión de la demanda del agua como activo eco-social es una propuesta política
reformista insostenible ecológicamente en la era de la globalización capitalista. La aceptación del mercado
y la monetarización del agua, aunque sea bajo controles públicos, significa el adoptar resignadamente la
concepción del agua como un recurso-mercancía al que se le puede asignar un precio. Y desde la
economía-ecológica ¿cómo pueden los sesudos profesores justificar un precio para el agua y que el líquido
elemento se vea sometido a las leyes de la oferta y la demanda? Y los ecologistas ¿cómo podrían medir,
calcular y definir el denominado caudal ecológico?, que lógicamente a de adaptarse a la demanda social de
un mercado global. La política de oferta puede ser enterrada por obsoleta en el siglo XXI y sustituida por
una política de gestión de la demanda, como una nueva cultura del agua en la que ecologistas y profesores
ponen un poco de racionalidad a una auténtica gestión de la catástrofe del patrimonio natural, en este
caso del agua.
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El agua patrimonio natural de todos los seres vivos, creadora de paisajes, articuladora de ecosistemas,
parte esencial del cuerpo humano y necesaria para calmar nuestra sed comenzó a ser privatizada como
agua de “boca”, como agua potable y hoy en día es uno de los negocios más florecientes de las grandes
empresas transnacionales, ya que tienen un mercado cautivo: todos necesitamos beber y además agua de
calidad. De los manantiales y fuentes de agua con propiedades curativas, bien de dominio público, se ha
pasado al agua envasada en millones y millones de envases de diversos tamaños y tipos con precios
diferentes, según sea vendida en un restaurante, en una maquina expendedora, en una tienda o en un
hipermercado. Pronto se excluyó de la legislación el sector destinado a la comercialización de aguas
minerales, aceptando la propiedad privada del “recurso”, a diferencia del resto del agua, que
genéricamente sigue considerándose legalmente como bien público. El incremento constante de la
contaminación de los acuíferos por los vertidos agroindustriales y urbanos ha rebajado considerablemente
el nivel de calidad del agua. Primero ha sido considerada no apta o poco recomendable para el consumo
de grupos de riesgos (niños, ancianos, enfermos, etc.) que abarcan a millones de personas; segundo, el
consumo de agua envasada comenzó a ser considerado como una distinción de “nivel” de vida, de
capacidad económica; y en tercer lugar, el consumo de agua envasada es una necesidad para una mayor
parte de la población, ya que el agua de las redes urbanas (salvo notables excepciones en algunas
ciudades) sabe mal, tiene demasiados residuos orgánicos nitratos, nitritos o metales pesados, lo que
obliga constantemente a modificar a la “baja” las normativas y controles sanitarios o lo que es peor a
aumentar la cantidad de cloro que se utilizan en las depuradoras. Si a todo ello le añadimos, el poderoso
influjo del poder mediático para convencernos de las amenazas bioterroristas y lo fácil que resultaría
envenenar un gran embalse del que dependen miles y miles de personas, el “amor” a la botella de agua
está garantizada para alegría de las empresas comercializadoras.
Poco o nada han hecho las administraciones públicas para frenar la expansión del mercado del agua
envasada: ni dobles redes de distribución ( como en algunas ciudades a primeros del siglo XX, con una red
de agua de “boca” y otra para agua “bruta), ni protección de acuíferos, ni siquiera la prohibición expresa
de actividades contaminantes en los alrededores de los embalses. Sólo han puesto en pié toda una batería
legislativa como ornamento para no cumplirse. Incluso las directivas comunitarias que inciden
fuertemente en la protección de la calidad del agua, son textos aprobados cuando la mayor parte de los
acuíferos de la UE están muy contaminados para largos años y la venta de agua envasada por poderosas
empresas transnacionales es un sector consolidado hasta el punto de que una botella de agua
comercializada es más necesaria que un barril de petróleo para el “normal” funcionamiento de la
sociedad capitalista.
La conversión en recurso-mercancía del agua patrimonio natural de los seres vivos se inició con la venta
de agua potable envasada, pero sigue con los otros usos posibles que le damos las personas: el riego
agrícola, la industria, el negocio del ocio, etc. Aunque no son comparables el precio de un litro de agua
envasada con un metro cúbico de agua para riego o usos urbano-industriales, el negocio no es
desdeñable, sobre todo por la cantidad de agua que destina a cada uno de las actividades y por las
subvenciones públicas para sufragar los costes de puesta a disposición. Ante un “recurso” escaso, la
eficiencia en el uso del agua aumenta el valor de las producciones a las que va destinada. Así las buenas
técnicas de riego, las redes con pocas pérdidas, la depuración y reutilización, los dispositivos técnicos
ahorradores en la hostelería y en la industria en general, todas ellas medidas recomendables para una
buena gestión de la demanda incrementan las ratios, cantidad de agua/cantidad de productos,
costes/beneficios.
Precisamente de la relación coste/beneficio que se le pueda sacar al agua va a depender la inversión en
infraestructuras hidráulicas, ya sean pantanos, trasvases o desaladoras. Si por ejemplo, los beneficios
económicos que reportan los campos de golf a sus propietarios es bastante grande no habrá problemas
para que puedan reutilizar a un módico precio el agua de las depuradoras urbanas que pagamos entre
todos. Es posible que dicha agua pudiera reutilizarse inyectando acuíferos o para las huertas locales, pero
si el rendimiento- beneficio (particular) es menor, el campo del golf se llevará el agua. Otro ejemplo: los
cultivos intensivos y en particular los bajo plástico en el litoral mediterráneo generan enormes beneficios
económicos para los empresarios agrícolas y las empresas transnacionales que dominan el mercado de
alimentación en Europa; estos beneficios son posibles gracias a cuestiones climáticas (horas de sol,
temperatura media, etc.) y sociales (explotación semiesclavista de los inmigrantes que trabajan en los
campos), pero necesitan de agua “un recurso” escaso en la zona, por lo que se impone trasvasar desde el
Ebro o montar muchas desaladoras en el mar, La alternativa técnica dependerá de los costes económicos
de cada una de ellas.
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Los socialistas promotores cuando estaban gobernando del Plan Borrell, ahora en la oposición son los
campeones de una política hidráulica basada en la gestión de la demanda teniendo como ariete al
gobierno autónomo de Aragón para financiar autobuses a las marchas y manifestaciones contra el PHN
propuesto por el PP y aprobado ya como Ley en las Cortes. Aunque van junto a os ecologistas a las
manifestaciones, la rebujina de intereses es muy contradictoria: los socialistas de Aragón se oponen al
trasvase del Ebro al mismo tiempo siguen apoyando las obras hidráulicas en el Pirineo, el Pacto del Agua
con grandes embalses que anegarán valles, para poder llevar el agua allí donde es más rentable, a los
llanos aragoneses que todavía son tierras de secano, pero el PHN es realista y muy razonadamente expone
que el agua del Pirineo que corre por el Ebro tiene que ir destinada a la agricultura intensiva mediterránea
y al turismo, negocios muchos más lucrativos que cualquier regadío aragonés.
Los cítricos, la huerta valencia y murciana, el mar de plástico del litoral almeriense y granadino, las fresas
de Huelva, los frutales de la vega del Guadalquivir y el olivar de regadío son las “joyas” de la exportación
agraria española a la Unión Europea. La demanda de agua cada vez ha sido mayor en los últimos veinte
años para hacer posible que los naranjos valencianos y el limonar murciano se implantará en cerros y
sierras abancalados, para que el olivar, árbol milenario de secano pasara de 0 a más de 70.000 hectáreas
de regadío ilegal (según la ley, pero protegidas por el estado) en Andalucía y que en el poniente almeriense
una vez prohibido la construcción de nuevos invernaderos en 1986 por peligro de salinización del
acuífero, las 7.000 has de entonces milagrosamente se han convertido en las 20.000 has. actuales. En
Andalucía durante los años secos los socialistas también firmaron un pacto para seguir aportando agua a
los cultivos de exportación, los ecologistas les prestaron el nombre: Pacto Andaluz por el Agua. Y a punto
estuvieron de estampar su firma en el acuerdo entre administraciones públicas, comunidades de regantes,
patronales agrarias y sindicatos institucionales, si no lo hicieron fue por las disensiones internas. Hoy día
estarán contentos por no haber firmado uno de los pactos que hacen más propaganda a favor del cemento.
Pero no sólo los socialistas, Comisiones Obreras y la Unión General de Trabajadores apoyan el
incremento de los regadíos en Andalucía (también en otros lugares) y otras fuerzas que se denominan de
izquierdas -incluso con “ayatolá” jornalero al frente- encabezaron las manifestaciones contra la OCM del
aceite de la UE, en un intento de ampliar las subvenciones ante el considerable incremento productivo
de las hectáreas de olivar puesta en regadío. La defensa contra la “ruina” de la provincia de Jaén y de
otras partes de Andalucía eran el motivo aducido por los izquierdista para coger la pancarta de los
empresarios olivareros.
No es posible disociar la política hidráulica, del proceso de globalización capitalista, de la mundialización
de los mercados, de los intereses que defiende la UE, al subvencionar de mil formas la expansión de los
regadíos (embalses, pagados con fondos europeos, plan “renove” para modernización de invernaderos,
una Política Agraria Común que derrocha dinero en mantener los precios de la producción agraria...), es
por ello que la política de gestión de la demanda es insostenible a pesar de los esfuerzos que se hacen
desde el ecologismo, la izquierda institucional y diversos sectores universitarios, a lo más que llegan es a
ofrecerles al capital herramientas para reformar sus políticas. La Charca de Pegalajar y las Acequias
históricas de Granada son buenos ejemplos de todo ello.
Declarada por la Junta de Andalucía como Bien de Interés Etnológico, el conjunto agroecológico formado
por la Charca, la Huerta y la fuente de la Reja de Pegalajar (Jaén) en la actualidad se encuentra sin agua,
vacía por la sobreexplotación de los acuíferos de la zona debido a la puesta en riego de algunas miles de
hectáreas de olivar en toda Sierra Mágina, la mayor parte de ellas sin permiso legal para regar. La Junta
de Andalucía y la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir miran hacia otro lado y deja hacer a los
agricultores, mientras que su Consejera de Cultura contenta al progresismo protegiendo
formal-legalmente la Charca considerada uno de los principales exponentes de la cultura del agua en
España. Mientras tanto el PSOE local abandera a los sectores agrícolas y urbanísticos que no quieren
“volver” a la Edad Media.
Las Acequias históricas de Granada tampoco tienen suerte, en su mayoría ya no transportan agua, son
poco “eficientes”, una gran parte del regadío se hace mediante entubamientos, aspersión y goteo.
Efectivamente, tanto la Charca de Pegalajar como las Acequias históricas de Granada habían contribuido
a crear unos ecosistemas singulares (el humedal y los pasillos verdes) asociados a las “perdidas” de agua
de estos antiguos ingenios hidráulicos que permitían un encadenamiento de vidas -especies vegetalesinsectos- aves insectívoras- y un microclima que favorecían a la agricultura tradicional. Hoy los modernos
sistemas de riego son más “eficientes”, no pierden tanta agua y los insectos son tratados a cañonazos por
la química. Estos dos modelos de regadío tradicional basados en concepciones muy diferentes de la
productividad, del trabajo, de la agricultura y la alimentación, no tienen cabida hoy en el agrobussine
capitalista, salvo como piezas de museo, restos arqueológicos y por ello está bien que les dedique su
atención la Consejería de Cultura.
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La batalla contra el Plan Hidrológico Nacional será una larga batalla de muchos años, peleada obra por
obra, pero como no se va a ganar es organizando marchas azules para mendigar a la UE que no
subvencione las obras del Plan. Es como pedirle a la zorra en el gallinero que se vuelva vegetariana (o lo
que es peor, hacer albergar esperanzas entre la gente de que la zorra pueda ser quien paralice el PHN.
Tampoco se avanzará mucho con algunos aliados que sólo pretenden aumentar la indemnización por las
tierras anegadas y que dejarán en la estaca al movimiento ecologista y mucho menos acompañados
silenciosamente por los “nacionalistas” del agua, que no aceptan trasvases fuera de sus regiones, pero
apuestan por grandes embalses y trasvases desde las comarcas montañosas a los llanos. No es que se
recomiende el aislamiento ecologista en la lucha contra el PHN, rompiendo cualquier atadura táctica,
pero incluso marchando junto a algunos extraños compañeros de viaje, no debe renunciarse nunca a la
confrontación de alternativas, es más, es imprescindible que así sea y con capacidad para hacerla emerger
y visualizarlas entre el magma mediático.
Los estudios y las alegaciones a los proyectos son necesarios, pero no pueden abarcar todo el tiempo de
acción del movimiento ecologista, ya está bien que le dediquen toda la vida los profesores universitarios
amigos, pero el ecologismo militante tiene que hacer más cosas. Estos diez años de lucha por el agua
enseñan algunas cosas elementales: la fábrica de notas de prensa en la que se ha convertido el ecologismo
militante, les viene muy bien a los medios de comunicación, a sus propietarios, ya que tienen una mano de
obra gratis y voluntariosa dispuesta siempre a rellenarles las páginas de sociedad, algunos minutos en las
ondas y pocos segundos en las ventanas teleadictas. Pero dejan de tener sentido e importancia las noticias
ecologistas cuando son asimiladas por espectadores que consumen información variada, no son actores,
sujetos que puedan comprometerse, a lo más que pueden aspirar es a sentirse conmovidos, pero la
“ensalada” variada no la hacen ellos y es el único plato que tienen en la mesa. La acción principal del
ecologismo ha de seguir siendo la constitución de grupos locales de gente comprometida dispuestas a
impulsar la constitución de sujetos sociales en pueblos y ciudades para defender el patrimonio natural en este caso, el agua- y la equidad social (ambas cosas son inseparables). Partiendo de esta prioridad, las
notas de prensa y sobre todo la comunicación alternativa son meras herramientas (una más, nada más y
nada menos) para ir fabricando antagonismo social a proyectos tan depredadores como el PHN.
Otra enseñanza de la década es el rendimiento positivo que tienen las luchas sociales por el agua. Puede
parecer que las centenares de luchas en las que nos hemos vistos implicados para paralizar proyectos de
infraestructuras hidráulicas son una sucesión de fracasos, unos detrás de otros; en pocos sitios se ha
logrado hacer desaparecer del horizonte la amenaza de construcción de un gran embalse o un trasvase.
Sin embargo, esta lectura negativa es muy simple y ante todo falsa. Una de las diferencias entre el Plan
Borrell y el Plan Matas radica en la reducción muy significativa del número de grandes embalses y
transvases a construir; otra de gran importancia, es el encarecimiento de estos proyectos al tener que
internalizar algunos costes ambientales, lo cual hace que cada vez sean menos rentables; y por último es
importante el incremento de programas destinados al ahorro y eficiencia en el uso del agua, así como a la
restauración hidrológico-forestal. Todos estos cambios son fruto de la lucha, de la movilización social por
unos ríos vivos que rinde cuentas positivamente. Las campañas contra los embalses de Itoiz o Rules
ciertamente no han impedido que grandes muros de cemento se alcen hoy en dichos parajes, pero igual
que las miles de derrotas sufridas a lo largo de la historia del movimiento obrero, desde el uno de mayo de
1888 en Chicago hasta nuestros días han logrado reducir la jornada laboral en los países industriales,
estas luchas vencidas contra grandes obras han conseguido paralizar muchas otras que solo viven en los
planos y mandar a la papelera definitivamente algunos proyectos de Atilas-Borell. El decenio enseña que
la acción ecologista, además de tratar de impedir la construcción de grandes infraestructuras
hidráulicas, tiene como segundo objetivo el hacer que salgan los más cara posible, ya que garantiza el
abandono de otros proyectos.
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Y lo primero es considerar el agua como patrimonio natural de los seres vivos y como tal, el uso para
mantener la vida ha de ser prioritario, aunque ello nos enfrente a la globalización capitalista a la UE. Esta
es una cuestión de principios de la que hay que partir
para enfrentarse a los residuos de las políticas de oferta y a las poderosas políticas de gestión de la
demanda condicionadas por el mercado global y a sus falsos apéndices reformadores, que parecen haber
encontrado algún eco entre el ecologismo y las aulas universitarias.
Existe un grave problema en todas las luchas ecologistas, sobre todo aquellas que intentan conservar
espacios naturales, especies o el agua. En las montañas, en las sierras y en los hermosos valles donde nace
y fluye el agua limpia vive poca gente, y aunque todas se pusieran a defender el valle, el paisaje, las señas
de identidad frente a los grandes muros de los embalses, siempre serán pocos en comparación con las
personas que viven en las vegas, litorales y ciudades “agraciadas” con el agua que vendrá del monte
generando riquezas, aunque sean las migajas lo que toque repartirse a la inmensa mayoría, mientras que
una minoría poderosa disfruta del banquete. Resistencias sociales en los valles, educación ambiental en
las ciudades, solidaridad, ecotajes... todo eso lo hemos vivido ya ( todos llevamos Itoiz en nuestro
corazones) pero no es suficiente, hacen faltan movilizaciones más potentes, movimientos en el que
participen miles y miles de personas para derrotar al PHN y a las políticas de gestión de la demanda
capitalista, y esto sólo es posible si también se levantan las personas de las ciudades reclamando sus
derechos sobre el agua. Estos derechos están asociados al consumo de agua potable de calidad, al disfrute
del baño, de la colada con agua limpia, al rechazo a la monetarización e incremento de los precios
relacionados con el ciclo del agua, a la demanda de gratuidad de un líquido elemental y necesario para la
vida.
Con la oposición decidida y firme a las grandes obras hidráulica no basta para crear el movimiento de los
sin agua que es lo que precisamos para defender el patrimonio natural y reapropiarnos socialmente del
bien común que es el agua, un bien que ha de ser restituido a todos los seres vivos. Hay que abrir más
frente de lucha en la batalla por el agua.
En algún lugar de la costa mediterránea a 20 de octubre de 2001
Germinal
Ramón
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