10 años de lucha por el agua: reflexiones 1 La política hidráulica en España a lo largo del siglo XX ha estado marcada por el regeneracionismo de Joaquín Costa y su afán por transformar en regadío tierras de secano con el loable objetivo de acabar con las penurias y hambrunas de la sociedad. La experiencia nos dicta que las innovaciones técnicas (entre ellas las hidráulicas) no acaban con la pobreza y terminan favoreciendo siempre a los más poderosos y, cuando el reparto de la riqueza se ha mostrado como una alternativa viable, la represión más atroz ha sido la respuesta de los que disfrutan del poder, de la riqueza y del agua. La política de oferta, almacenando miles de hectómetros cúbicos de agua en grandes embalses, llevándola mediante inmensos canales y trasvases entre cuencas a los regadíos, es la política de Costa y sus herederos: Indalecio Prieto, Franco, Borrell y Matas. Una política basada en la subvención pública de las grandes infraestructuras hidráulicas a mayor beneficio de las empresas constructoras, las compañías eléctricas y los regantes, en la que salen perdiendo la calidad del agua, los ríos y sus ecosistemas asociados, las especies y los espacios a los que da vida y forma el agua. 2 En 1991 comenzó un período de escasez de lluvias que duró cinco años, algo habitual y cíclico en el clima mediterráneo. En dicho lustro, muchas ciudades sufrieron restricciones de agua y la calidad servida descendió hasta el punto de disparar la venta de agua potable envasada; muchas hectáreas de regadío quedaron sin regar o con dotaciones mínimas, pues a pesar de que Franco durante cuarenta años inundó de pantanos las tierras de España y los socialistas habían inaugurado muchos más en tan solo diez años, la política de oferta de agua había hecho disparar la demanda muy por encima de las previsiones. Centenares de miles de hectáreas fueron puesta en regadío en los últimos años y la mal denominada sequía se cebó en ellas, por lo que la “coyuntura” era muy favorable para el anteproyecto de Plan Hidrológico Nacional presentado por el ministro Borrell en aquellos años. El Plan de Borrell prometía acabar con los “desequilibrios” entre la España húmeda y la España seca, mediante la creación de algunos centenares de grandes embalses y varios trasvases entre cuencas “excedentarias” y cuencas “deficitarias”. En realidad se pretendía trasvasar algunos millones de metros cúbicos de agua de las zonas de montaña del norte peninsular al litoral mediterráneo, una estrecha franja de terreno donde la agricultura intensiva destinada a la exportación y el desarrollo de la primera industria, el turismo ya habían hecho posible el trasvase de millones personas de las áreas de montaña a las ciudades costeras, como demostraba de hecho el censo de población de 1981-1991. Y el agua era vital para los negocios: la huerta y el geriátrico europeo tenían mucha sed. El desequilibrio entre una España que se quedaba sin gente y otra con un espacio físico muy limitado que aumentaba de población con la consiguiente degradación social y ambiental, podían ir en aumento si con el PHN de Borrel además se les “robaba” el agua. Como dice el refrán, “antes se coge a un demagogo que a un cojo”. La presentación del anteproyecto de PHN por parte del gobierno del PSOE, logró unir las dispersas luchas a favor del agua en todo el territorio, destacando la oposición del movimiento ecologista a los grandes embalses y los trasvases, no sólo los previstos desde las zonas montañosas del norte hacia el arco mediterráneo, sino también contra proyectos de embalses y trasvases en las serranías cercanas a las costas o las grandes ciudades, que amenazaban con inundar numerosos valles para dar de beber a una conurbación que se extendía a lo largo de todo el mediterráneo: Guadiaro-Majaceite, Genal, Rules, son nombres asociados a movilizaciones populares que lograron atrasar las obras hidraúlicas, fracasaron o en el mejor de los casos la aplazaron para muchos años. De todas estas luchas, de estudiar el PHN y sus posibles alternativas fue surgiendo la necesidad de una política hidráulica diferente, basada en la gestión de la demanda. 3 Una política que fuese capaz de corregir el despilfarro de agua mediante planes de ahorro y eficiencia; una política que tuviera como referencia previa un plan nacional de regadíos, ya que este uso supone el 80% de la demanda total de agua, y sobre todo una política que le pusiera un precio “adecuado” al agua; que pagaran el coste de las infraestructuras los principales beneficiarios del “recurso”, lo cual llevaba a un incremento del coste del metro cúbico en los regadíos y una tarifa volumétrica, con contadores. A esta política se apuntaron ardorosamente todo el ecologismo militante y algunos profesores universitarios deseosos de pasar a la historia como los “enterradores” de Joaquín Costa. Ingenuidad ecologista, ya que las políticas de ahorro y eficiencia sólo eran incluidas en los planes hidrológicos hasta el umbral en el que los costes fuesen iguales o más bajos que el disponer de nuevos recursos en la misma cantidad con políticas de oferta. Lógicamente, gran parte de los costes ambientales de las grandes obras hidráulicas no eran “internalizados” para mantener bajo el precio de m3 de agua/m3 de cemento. Y durante muchos años, los estudios ecologistas y de los profesores amigos han seguido acumulando argumentos, comparando experiencias, investigando modelos, para acabar con semejante desfachatez. El plan nacional de regadíos ampliamente demandado por la oposición política (por aquel entonces le tocaba al PP) y las organizaciones ecologistas nunca fue presentado públicamente. Pero tanto ecologistas como populares tenían fundadas esperanzas que un plan nacional de regadíos que tuviese en cuenta la falta de competitividad de los regadíos tradicionales (los más despilfarradores de agua) y la evolución futura de los precios agrícolas abocados a la liberalización de los mercados, harían innecesarios una gran parte de las infraestructuras hidráulicas previstas en el plan de Borrell. Que el PP utilizara argumentalmente la liberalización de los mercados agrícolas, para reducir la melagomanía hidráulica socialista tenía cierta coherencia para los que tienen más que demostrados su “amores” neoliberales, pero los ecologistas mostraron una cortedad de miras alarmante al agarrarse a los mismos argumentos y sus amigos los profesores universitarios, expusieron la obviedad de unos razonamientos poco ecológicos. La clave de la política hidráulica basada en la gestión de la demanda, consiste en ponerle un precio, aunque sea aproximado al agua. En sus versiones más extremas, una vez monetarizado el “recurso” en su totalidad el mercado se encargará de regular y adecuar una eficiente política hidráulica. Esta es la versión que recoge el PP cuando en años posteriores le toque gobernar, por lo que modificará la Ley de Aguas introduciendo la compraventa, el mercado de agua. La versión por la que apuesta el ecologismo y los profesores universitarios para una buena gestión, también se basa en aproximar el precio del agua a los costes del ciclo “completo” (extracción o almacenamiento, distribución, saneamiento y depuración) con un mercado controlado por las regulaciones normativas del estado que ajuste la demanda a los recursos disponibles sin graves impactos ambientales. La gestión de la demanda que da vía libre al mercado define al agua como un recurso, convirtiéndola en una mercancía a la que se le puede extraer beneficios económicos, como a la tierra, por lo que algunos siglos después de los primeros ataque a los bienes comunales (bosques, praderas, campiñas, etc.) están dispuestos a privatizarla también y acabar con su carácter de bien común. La gestión de la demanda apadrinada por ecologistas y profesores definen al agua como un activo eco-social. Sin desprenderse totalmente del lenguaje económico (activo-pasivo), esta definición reconoce el papel que juega el agua en la formación de paisajes, en los ecosistemas y en los seres vivos, es la parte eco que hay que preservar combinándola con su función social: como creadora de riqueza por los distintos usos que tiene en la sociedad. Sin embargo, la gestión de la demanda del agua como activo eco-social es una propuesta política reformista insostenible ecológicamente en la era de la globalización capitalista. La aceptación del mercado y la monetarización del agua, aunque sea bajo controles públicos, significa el adoptar resignadamente la concepción del agua como un recurso-mercancía al que se le puede asignar un precio. Y desde la economía-ecológica ¿cómo pueden los sesudos profesores justificar un precio para el agua y que el líquido elemento se vea sometido a las leyes de la oferta y la demanda? Y los ecologistas ¿cómo podrían medir, calcular y definir el denominado caudal ecológico?, que lógicamente a de adaptarse a la demanda social de un mercado global. La política de oferta puede ser enterrada por obsoleta en el siglo XXI y sustituida por una política de gestión de la demanda, como una nueva cultura del agua en la que ecologistas y profesores ponen un poco de racionalidad a una auténtica gestión de la catástrofe del patrimonio natural, en este caso del agua. 4 El agua patrimonio natural de todos los seres vivos, creadora de paisajes, articuladora de ecosistemas, parte esencial del cuerpo humano y necesaria para calmar nuestra sed comenzó a ser privatizada como agua de “boca”, como agua potable y hoy en día es uno de los negocios más florecientes de las grandes empresas transnacionales, ya que tienen un mercado cautivo: todos necesitamos beber y además agua de calidad. De los manantiales y fuentes de agua con propiedades curativas, bien de dominio público, se ha pasado al agua envasada en millones y millones de envases de diversos tamaños y tipos con precios diferentes, según sea vendida en un restaurante, en una maquina expendedora, en una tienda o en un hipermercado. Pronto se excluyó de la legislación el sector destinado a la comercialización de aguas minerales, aceptando la propiedad privada del “recurso”, a diferencia del resto del agua, que genéricamente sigue considerándose legalmente como bien público. El incremento constante de la contaminación de los acuíferos por los vertidos agroindustriales y urbanos ha rebajado considerablemente el nivel de calidad del agua. Primero ha sido considerada no apta o poco recomendable para el consumo de grupos de riesgos (niños, ancianos, enfermos, etc.) que abarcan a millones de personas; segundo, el consumo de agua envasada comenzó a ser considerado como una distinción de “nivel” de vida, de capacidad económica; y en tercer lugar, el consumo de agua envasada es una necesidad para una mayor parte de la población, ya que el agua de las redes urbanas (salvo notables excepciones en algunas ciudades) sabe mal, tiene demasiados residuos orgánicos nitratos, nitritos o metales pesados, lo que obliga constantemente a modificar a la “baja” las normativas y controles sanitarios o lo que es peor a aumentar la cantidad de cloro que se utilizan en las depuradoras. Si a todo ello le añadimos, el poderoso influjo del poder mediático para convencernos de las amenazas bioterroristas y lo fácil que resultaría envenenar un gran embalse del que dependen miles y miles de personas, el “amor” a la botella de agua está garantizada para alegría de las empresas comercializadoras. Poco o nada han hecho las administraciones públicas para frenar la expansión del mercado del agua envasada: ni dobles redes de distribución ( como en algunas ciudades a primeros del siglo XX, con una red de agua de “boca” y otra para agua “bruta), ni protección de acuíferos, ni siquiera la prohibición expresa de actividades contaminantes en los alrededores de los embalses. Sólo han puesto en pié toda una batería legislativa como ornamento para no cumplirse. Incluso las directivas comunitarias que inciden fuertemente en la protección de la calidad del agua, son textos aprobados cuando la mayor parte de los acuíferos de la UE están muy contaminados para largos años y la venta de agua envasada por poderosas empresas transnacionales es un sector consolidado hasta el punto de que una botella de agua comercializada es más necesaria que un barril de petróleo para el “normal” funcionamiento de la sociedad capitalista. La conversión en recurso-mercancía del agua patrimonio natural de los seres vivos se inició con la venta de agua potable envasada, pero sigue con los otros usos posibles que le damos las personas: el riego agrícola, la industria, el negocio del ocio, etc. Aunque no son comparables el precio de un litro de agua envasada con un metro cúbico de agua para riego o usos urbano-industriales, el negocio no es desdeñable, sobre todo por la cantidad de agua que destina a cada uno de las actividades y por las subvenciones públicas para sufragar los costes de puesta a disposición. Ante un “recurso” escaso, la eficiencia en el uso del agua aumenta el valor de las producciones a las que va destinada. Así las buenas técnicas de riego, las redes con pocas pérdidas, la depuración y reutilización, los dispositivos técnicos ahorradores en la hostelería y en la industria en general, todas ellas medidas recomendables para una buena gestión de la demanda incrementan las ratios, cantidad de agua/cantidad de productos, costes/beneficios. Precisamente de la relación coste/beneficio que se le pueda sacar al agua va a depender la inversión en infraestructuras hidráulicas, ya sean pantanos, trasvases o desaladoras. Si por ejemplo, los beneficios económicos que reportan los campos de golf a sus propietarios es bastante grande no habrá problemas para que puedan reutilizar a un módico precio el agua de las depuradoras urbanas que pagamos entre todos. Es posible que dicha agua pudiera reutilizarse inyectando acuíferos o para las huertas locales, pero si el rendimiento- beneficio (particular) es menor, el campo del golf se llevará el agua. Otro ejemplo: los cultivos intensivos y en particular los bajo plástico en el litoral mediterráneo generan enormes beneficios económicos para los empresarios agrícolas y las empresas transnacionales que dominan el mercado de alimentación en Europa; estos beneficios son posibles gracias a cuestiones climáticas (horas de sol, temperatura media, etc.) y sociales (explotación semiesclavista de los inmigrantes que trabajan en los campos), pero necesitan de agua “un recurso” escaso en la zona, por lo que se impone trasvasar desde el Ebro o montar muchas desaladoras en el mar, La alternativa técnica dependerá de los costes económicos de cada una de ellas. 5 Los socialistas promotores cuando estaban gobernando del Plan Borrell, ahora en la oposición son los campeones de una política hidráulica basada en la gestión de la demanda teniendo como ariete al gobierno autónomo de Aragón para financiar autobuses a las marchas y manifestaciones contra el PHN propuesto por el PP y aprobado ya como Ley en las Cortes. Aunque van junto a os ecologistas a las manifestaciones, la rebujina de intereses es muy contradictoria: los socialistas de Aragón se oponen al trasvase del Ebro al mismo tiempo siguen apoyando las obras hidráulicas en el Pirineo, el Pacto del Agua con grandes embalses que anegarán valles, para poder llevar el agua allí donde es más rentable, a los llanos aragoneses que todavía son tierras de secano, pero el PHN es realista y muy razonadamente expone que el agua del Pirineo que corre por el Ebro tiene que ir destinada a la agricultura intensiva mediterránea y al turismo, negocios muchos más lucrativos que cualquier regadío aragonés. Los cítricos, la huerta valencia y murciana, el mar de plástico del litoral almeriense y granadino, las fresas de Huelva, los frutales de la vega del Guadalquivir y el olivar de regadío son las “joyas” de la exportación agraria española a la Unión Europea. La demanda de agua cada vez ha sido mayor en los últimos veinte años para hacer posible que los naranjos valencianos y el limonar murciano se implantará en cerros y sierras abancalados, para que el olivar, árbol milenario de secano pasara de 0 a más de 70.000 hectáreas de regadío ilegal (según la ley, pero protegidas por el estado) en Andalucía y que en el poniente almeriense una vez prohibido la construcción de nuevos invernaderos en 1986 por peligro de salinización del acuífero, las 7.000 has de entonces milagrosamente se han convertido en las 20.000 has. actuales. En Andalucía durante los años secos los socialistas también firmaron un pacto para seguir aportando agua a los cultivos de exportación, los ecologistas les prestaron el nombre: Pacto Andaluz por el Agua. Y a punto estuvieron de estampar su firma en el acuerdo entre administraciones públicas, comunidades de regantes, patronales agrarias y sindicatos institucionales, si no lo hicieron fue por las disensiones internas. Hoy día estarán contentos por no haber firmado uno de los pactos que hacen más propaganda a favor del cemento. Pero no sólo los socialistas, Comisiones Obreras y la Unión General de Trabajadores apoyan el incremento de los regadíos en Andalucía (también en otros lugares) y otras fuerzas que se denominan de izquierdas -incluso con “ayatolá” jornalero al frente- encabezaron las manifestaciones contra la OCM del aceite de la UE, en un intento de ampliar las subvenciones ante el considerable incremento productivo de las hectáreas de olivar puesta en regadío. La defensa contra la “ruina” de la provincia de Jaén y de otras partes de Andalucía eran el motivo aducido por los izquierdista para coger la pancarta de los empresarios olivareros. No es posible disociar la política hidráulica, del proceso de globalización capitalista, de la mundialización de los mercados, de los intereses que defiende la UE, al subvencionar de mil formas la expansión de los regadíos (embalses, pagados con fondos europeos, plan “renove” para modernización de invernaderos, una Política Agraria Común que derrocha dinero en mantener los precios de la producción agraria...), es por ello que la política de gestión de la demanda es insostenible a pesar de los esfuerzos que se hacen desde el ecologismo, la izquierda institucional y diversos sectores universitarios, a lo más que llegan es a ofrecerles al capital herramientas para reformar sus políticas. La Charca de Pegalajar y las Acequias históricas de Granada son buenos ejemplos de todo ello. Declarada por la Junta de Andalucía como Bien de Interés Etnológico, el conjunto agroecológico formado por la Charca, la Huerta y la fuente de la Reja de Pegalajar (Jaén) en la actualidad se encuentra sin agua, vacía por la sobreexplotación de los acuíferos de la zona debido a la puesta en riego de algunas miles de hectáreas de olivar en toda Sierra Mágina, la mayor parte de ellas sin permiso legal para regar. La Junta de Andalucía y la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir miran hacia otro lado y deja hacer a los agricultores, mientras que su Consejera de Cultura contenta al progresismo protegiendo formal-legalmente la Charca considerada uno de los principales exponentes de la cultura del agua en España. Mientras tanto el PSOE local abandera a los sectores agrícolas y urbanísticos que no quieren “volver” a la Edad Media. Las Acequias históricas de Granada tampoco tienen suerte, en su mayoría ya no transportan agua, son poco “eficientes”, una gran parte del regadío se hace mediante entubamientos, aspersión y goteo. Efectivamente, tanto la Charca de Pegalajar como las Acequias históricas de Granada habían contribuido a crear unos ecosistemas singulares (el humedal y los pasillos verdes) asociados a las “perdidas” de agua de estos antiguos ingenios hidráulicos que permitían un encadenamiento de vidas -especies vegetalesinsectos- aves insectívoras- y un microclima que favorecían a la agricultura tradicional. Hoy los modernos sistemas de riego son más “eficientes”, no pierden tanta agua y los insectos son tratados a cañonazos por la química. Estos dos modelos de regadío tradicional basados en concepciones muy diferentes de la productividad, del trabajo, de la agricultura y la alimentación, no tienen cabida hoy en el agrobussine capitalista, salvo como piezas de museo, restos arqueológicos y por ello está bien que les dedique su atención la Consejería de Cultura. 6 La batalla contra el Plan Hidrológico Nacional será una larga batalla de muchos años, peleada obra por obra, pero como no se va a ganar es organizando marchas azules para mendigar a la UE que no subvencione las obras del Plan. Es como pedirle a la zorra en el gallinero que se vuelva vegetariana (o lo que es peor, hacer albergar esperanzas entre la gente de que la zorra pueda ser quien paralice el PHN. Tampoco se avanzará mucho con algunos aliados que sólo pretenden aumentar la indemnización por las tierras anegadas y que dejarán en la estaca al movimiento ecologista y mucho menos acompañados silenciosamente por los “nacionalistas” del agua, que no aceptan trasvases fuera de sus regiones, pero apuestan por grandes embalses y trasvases desde las comarcas montañosas a los llanos. No es que se recomiende el aislamiento ecologista en la lucha contra el PHN, rompiendo cualquier atadura táctica, pero incluso marchando junto a algunos extraños compañeros de viaje, no debe renunciarse nunca a la confrontación de alternativas, es más, es imprescindible que así sea y con capacidad para hacerla emerger y visualizarlas entre el magma mediático. Los estudios y las alegaciones a los proyectos son necesarios, pero no pueden abarcar todo el tiempo de acción del movimiento ecologista, ya está bien que le dediquen toda la vida los profesores universitarios amigos, pero el ecologismo militante tiene que hacer más cosas. Estos diez años de lucha por el agua enseñan algunas cosas elementales: la fábrica de notas de prensa en la que se ha convertido el ecologismo militante, les viene muy bien a los medios de comunicación, a sus propietarios, ya que tienen una mano de obra gratis y voluntariosa dispuesta siempre a rellenarles las páginas de sociedad, algunos minutos en las ondas y pocos segundos en las ventanas teleadictas. Pero dejan de tener sentido e importancia las noticias ecologistas cuando son asimiladas por espectadores que consumen información variada, no son actores, sujetos que puedan comprometerse, a lo más que pueden aspirar es a sentirse conmovidos, pero la “ensalada” variada no la hacen ellos y es el único plato que tienen en la mesa. La acción principal del ecologismo ha de seguir siendo la constitución de grupos locales de gente comprometida dispuestas a impulsar la constitución de sujetos sociales en pueblos y ciudades para defender el patrimonio natural en este caso, el agua- y la equidad social (ambas cosas son inseparables). Partiendo de esta prioridad, las notas de prensa y sobre todo la comunicación alternativa son meras herramientas (una más, nada más y nada menos) para ir fabricando antagonismo social a proyectos tan depredadores como el PHN. Otra enseñanza de la década es el rendimiento positivo que tienen las luchas sociales por el agua. Puede parecer que las centenares de luchas en las que nos hemos vistos implicados para paralizar proyectos de infraestructuras hidráulicas son una sucesión de fracasos, unos detrás de otros; en pocos sitios se ha logrado hacer desaparecer del horizonte la amenaza de construcción de un gran embalse o un trasvase. Sin embargo, esta lectura negativa es muy simple y ante todo falsa. Una de las diferencias entre el Plan Borrell y el Plan Matas radica en la reducción muy significativa del número de grandes embalses y transvases a construir; otra de gran importancia, es el encarecimiento de estos proyectos al tener que internalizar algunos costes ambientales, lo cual hace que cada vez sean menos rentables; y por último es importante el incremento de programas destinados al ahorro y eficiencia en el uso del agua, así como a la restauración hidrológico-forestal. Todos estos cambios son fruto de la lucha, de la movilización social por unos ríos vivos que rinde cuentas positivamente. Las campañas contra los embalses de Itoiz o Rules ciertamente no han impedido que grandes muros de cemento se alcen hoy en dichos parajes, pero igual que las miles de derrotas sufridas a lo largo de la historia del movimiento obrero, desde el uno de mayo de 1888 en Chicago hasta nuestros días han logrado reducir la jornada laboral en los países industriales, estas luchas vencidas contra grandes obras han conseguido paralizar muchas otras que solo viven en los planos y mandar a la papelera definitivamente algunos proyectos de Atilas-Borell. El decenio enseña que la acción ecologista, además de tratar de impedir la construcción de grandes infraestructuras hidráulicas, tiene como segundo objetivo el hacer que salgan los más cara posible, ya que garantiza el abandono de otros proyectos. 7 Y lo primero es considerar el agua como patrimonio natural de los seres vivos y como tal, el uso para mantener la vida ha de ser prioritario, aunque ello nos enfrente a la globalización capitalista a la UE. Esta es una cuestión de principios de la que hay que partir para enfrentarse a los residuos de las políticas de oferta y a las poderosas políticas de gestión de la demanda condicionadas por el mercado global y a sus falsos apéndices reformadores, que parecen haber encontrado algún eco entre el ecologismo y las aulas universitarias. Existe un grave problema en todas las luchas ecologistas, sobre todo aquellas que intentan conservar espacios naturales, especies o el agua. En las montañas, en las sierras y en los hermosos valles donde nace y fluye el agua limpia vive poca gente, y aunque todas se pusieran a defender el valle, el paisaje, las señas de identidad frente a los grandes muros de los embalses, siempre serán pocos en comparación con las personas que viven en las vegas, litorales y ciudades “agraciadas” con el agua que vendrá del monte generando riquezas, aunque sean las migajas lo que toque repartirse a la inmensa mayoría, mientras que una minoría poderosa disfruta del banquete. Resistencias sociales en los valles, educación ambiental en las ciudades, solidaridad, ecotajes... todo eso lo hemos vivido ya ( todos llevamos Itoiz en nuestro corazones) pero no es suficiente, hacen faltan movilizaciones más potentes, movimientos en el que participen miles y miles de personas para derrotar al PHN y a las políticas de gestión de la demanda capitalista, y esto sólo es posible si también se levantan las personas de las ciudades reclamando sus derechos sobre el agua. Estos derechos están asociados al consumo de agua potable de calidad, al disfrute del baño, de la colada con agua limpia, al rechazo a la monetarización e incremento de los precios relacionados con el ciclo del agua, a la demanda de gratuidad de un líquido elemental y necesario para la vida. Con la oposición decidida y firme a las grandes obras hidráulica no basta para crear el movimiento de los sin agua que es lo que precisamos para defender el patrimonio natural y reapropiarnos socialmente del bien común que es el agua, un bien que ha de ser restituido a todos los seres vivos. Hay que abrir más frente de lucha en la batalla por el agua. En algún lugar de la costa mediterránea a 20 de octubre de 2001 Germinal Ramón