Comunicación y pensamiento están intrínsecamente unidos. Como bien afirmó

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Comunicación y pensamiento están intrínsecamente unidos. Como bien afirmó
Aristóteles: "Pensar sin comunicar es como no pensar" porque si no convertimos
en palabras nuestros pensamientos y los intercambiamos con otras personas, no
podríamos ser considerados seres humanos, ya que ante todo, el ser humano es
un ser social, que necesita de los otros para formarse como persona, para
construirse como ser pensante, racional. Al igual que el pensamiento es algo
inmaterial, la comunicación se crea y desaparece sucesivamente durante los
intercambios verbales o escritos. La comunicación es un acto intangible que deja
en nuestra memoria su huella en forma de información perpetua y permutable,
información que crecerá en cantidad y cualidad o decrecerá según sean nuestras
interacciones con los demás y con nuestro entorno. Por lo tanto, comunicación e
información también están indeleblemente unidas. No puede haber una sin que
esté presente la otra, ambos fenómenos se retroalimentan. La comunicación es
siempre un proceso activo ya que entraña la existencia de un emisor, un
receptor y un mensaje. Si no existiese alguno de ellos, no podríamos comunicar.
Los tres elementos conviven entre sí durante la comunicación y, al mismo
tiempo, se yuxtaponen los unos a los otros, porque cuando aparece el emisor, el
receptor pierde su lugar aunque siga existiendo; el mensaje ocupa el espacio del
emisor y del receptor en su camino del uno hacia el otro y el receptor desplaza
al emisor a una no-existencia cuando recibe el mensaje, que también desaparece
de la escena. En todo este proceso, lo que se intercambian no son meras
palabras, si no información, información ya conocida (siguiendo la idea del
pensador griego Sócrates) que lleva a receptor y emisor a descubrir dicha
información dentro de ellos mismos y, por tanto, hace que ambos se sitúen en
un mismo nivel comunicativo que les lleva a comprender el mensaje, objetivo
de dicha comunicación. La comprensión del mensaje lleva a la interiorización
de la información recibida que sigue construyendo la pirámide de nuestros
conocimientos, perviviendo en nuestra memoria hasta que al comunicarla
conseguimos construir otro piso más de la pirámide. Este es el efecto más
importante de la comunicación, su propia pervivencia como fenómeno a través
de la permanencia en la memoria de la información y del mantenimiento del
propio fenómeno comunicativo de forma activa. Como ya hemos visto, para
lograr esto, es necesario obtener, mantener y producir información. Esto sería
imposible si no fuera por una peculiar característica que posee la información:
la información se mide en relación con el conocimiento previo, en combinación
con el cual se genera. Si no existiese este conocimiento previo que se basa en la
pervivencia del fenómeno comunicativo, no sería posible comunicarse, es decir,
no sería posible formarse como ser, no ya humano, si no vivo, pues los animales
también cuentan con unas pautas de comunicación, no tan desarrolladas como
el lenguaje humano, pero que les son imprescindibles para su supervivencia: la
metacomunicación se convierte pues en la base de la propia comunicación, ya
que nos permite tratar un campo de conocimiento sin tener que experimentarlo,
todo esto gracias a la acumulación de información, de conocimiento previo de
cualquier otro campo del saber. Cuando nacemos contamos ya con una
"información heredada", con unos genes que transmiten, no conocimientos en
un sentido estricto, pero sí pautas, conductas o aptitudes, que conforman la
materia prima del cerebro, sobre la cual se desarrollará la futura personalidad
del individuo. La metáfora de la "tabula rasa" utilizada por Descartes es
acertada en este sentido. Es una tabla vacía, pulida pero tabla al fin y al cabo,
tabla que servirá de soporte, de base, a los conocimientos que se irán
adquiriendo.
Por lo tanto, la información se acumula en nuestro cerebro a lo largo de toda
nuestra vida, sosteniéndose sobre una base heredada que muta constantemente
a la vez que llegan nuevos conocimientos a nuestro cerebro. Estos nuevos
conocimientos llegan a nosotros en forma de contrastes, conocemos y
percibimos por contraste: no puede existir un extremo si no existe su contrario.
Y la información no podía quedarse fuera de este círculo que se retroalimenta:
la nueva información va ligada a los antecedentes informativos mediante un
fenómeno de contraste que estructura nuestra mente; es lo que la psicología de
Gestalt llama "armazón perceptivo": percepción y cognición interactúan
permanentemente, creando un cúmulo de cosas conocidas y de otras por
conocer. El pensamiento y la percepción tienen una misma misión: la
comunicación (de nuestras ideas, pensamientos, sentimientos...).
Como podemos ver, no es posible separar comunicación de información:
aunque la comunicación es el primer fenómeno que se produce, en el orden
temporal, carecería de valor si no contuviese información y ésta no existiría si
no fuera por el fenómeno que la precede.
Centrándonos en la información, habría que destacar que ésta está gobernada
por una serie de leyes que le son intrínsecas: si alguna de dichas leyes no se
cumpliera, la información no sería información. Todas ellas son un requisito
sine qua non para la existencia de la información como tal fenómeno.
Diferentes escuelas y autores han estudiado la información a lo largo, sobre
todo, del presente siglo, basándose en alguna de estas leyes. Todas las teorías
aparecidas son válidas para el estudio de la información en alguno de sus
componentes y, aunque a priori puedan parecer excluyentes, unas y otras
quedan enlazadas e interconectadas gracias al campo del saber que las abarca a
todas, la Teoría de la Información, teoría de teorías, ya que no estudia la
información como un todo indivisible, si no que genera y une las diferentes
teorías en un marco suprateórico que alberga todo el conocimiento sobre la
información, basado en alguno de los tres elementos vitales que la forman: el
emisor, el mensaje o el receptor. Todas las teorías que subyacen a la Teoría
General de la Información han estudiado, de uno u otro modo, alguno de estos
elementos, basándose, como ya hemos dicho, en las leyes que estructuran la
información. Desde los años 20 hasta la actualidad, el estudio de la información
ha oscilado entre el estudio del emisor en primer lugar, pasando al del receptor
y posteriormente al del mensaje en los años 60, hasta volver al emisor en los 80
y al receptor en los 90. Al centrar su estudio en alguno de estos tres elementos,
las escuelas y autores han llegado a conclusiones muy diversas acerca de la
producción, difusión o efectos de la información. Estas conclusiones no son,
como ya hemos indicado, ni mucho menos excluyentes, si no que se validan las
unas a las otras. Centrándonos en las más importantes de estas escuelas, vamos
a describir sus hallazgos más duraderos que son los que conforman en la
actualidad la Teoría General de la Información y por ende, la noción de
información que cada uno de nosotros tenemos. Seguiremos un orden
cronológico-temático.
En los años 20, cabe destacar la Escuela de Frankfurt, la de Chicago, la
psicología de la Gestalt y el estudio psicológico y sociológico sobre la sociedad
de masa, concepto creado por aquel entonces para referirse al consumo masivo
de productos, por encima de las necesidades a satisfacer, nunca antes existente
en la historia de la humanidad.
Estos estudios se centraban en la figura del emisor y por tanto eran muy críticos
con los efectos que podía producir la recepción de información, considerando al
receptor como la parte pasiva del proceso.
Dentro de esta temática,
destacaríamos las aportaciones de la Escuela de Frankfurt o Escuela Crítica,
que mantienen vigencia hoy en día tras más de 70 años. Las ideas de los autores
de esta Escuela acerca de la comunicación están reflejadas en el ensayo de T.
Adorno y M. Horkheimer, "La industria cultural" [texto corto]. En este texto se
disecciona la que para estos autores es la verdadera naturaleza funcional e
ideológica de la industria de la cultura,
levantando el velo de puro
entretenimiento y vacuidad que la rodeaba. En primer lugar, el hecho de
denominar a estos medios de producción de cultura, industria, es sintomático
del carácter lucrativo de los mismos. La industria es la base del sistema
económico capitalista, sobre la que se asientan los onerosos beneficios de los
grandes ejecutivos, en este caso, de los del entretenimiento y la evasión.
Esta industria cultural, lejos de servir para la diversión, está dirigida a mantener
el sistema laboral capitalista. Es una continuación de la cadena de montaje y de
la producción estandarizada a la que se enfrentan los trabajadores-consumidores de esta industria todos los días del año en su puesto de trabajo. Los
productos de entretenimiento dirigidos a las masas son copias, imitaciones de
los productos de la alta cultura. Son mensajes redundantes, reiterativos (los de
la radio), películas plagadas de estereotipos y promesas que nunca se podrían
cumplir en la realidad, pero que se asemejan tanto a ésta que pasan por posibles
(en esta idea ahondaría años después el autor francés E. Morin, que trataremos
más adelante). No existe una verdadera posibilidad de selección por parte del
consumidor: sus opciones están reducidas a reiteraciones de los mismo
elementos que son dirigidos exactamente a un segmento de la población que ha
sido analizado anteriormente en sus características y gustos.
Todos los consumidores deben adaptarse a este proceso para no quedar
excluido de la sociedad, para no verse aislado. Para ello, la industria cultural
ofrece la cultura, el arte como producto de consumo. Convierte lo bello en algo
risible, sustrae el significado de los mensajes que quedan vacíos y coloca al
espectador en una frustración permanente cuando muestra la felicidad que no
está al alcance de ningún receptor. Con esto consigue que la distracción
promueva la resignación. La cultura que ofrece esta industria enseña e inculca
la condición necesaria para tolerar la vida, para alcanzar la felicidad desde la
renuncia a dicha felicidad, ya que es inalcanzable.
La desazón y desmoralización que crea la industria de la cultura mediante la
comercialización de sus productos, lleva a los individuos a centrarse en su
trabajo y a rendir el máximo posible para intentar alcanzar esa felicidad ilusoria
que se promete, les convierte en supervivientes de su propia ruin. Aquellos que
superan la tragedia que les brinda el mundo, cumplen las condiciones para
realizar cualquier tipo de trabajo. Esta es la finalidad de la industria cultural:
alienar a los individuos y convertirlos en máquinas humanas que realicen su
trabajo sin rechistar y con una actitud borreguil y sumisa. De esta manera, la
industria cultural es otra institución dirigida a mantener la ideología capitalista,
que se torna, poco a poco, en una ideología reaccionaria y fascista, en absoluto
demócrata.
Actualmente, el escenario es muy parecido al que exponían estos autores en
aquellos años, sobre todo considerando que vivimos en la época del
entretenimiento y en la sociedad del conocimiento, donde los medios de
comunicación, el cine, los parques temáticos o los deportes se han convertido en
instrumentos esenciales para los individuos. Aunque, en contra del
pensamiento absolutamente pesimista de estos autores, podemos decir que aún
quedan (y en los años en los que ellos escribieron el texto también) ejemplos de
alta cultura y de arte original, así como de medios de comunicación y cine
"alternativos", que no siguen la corriente ideológica predominante.
La Escuela crítica aportó otras teorías sobre la comunicación y la información.
Una teoría interesante es la de Walter Benjamín sobre la atención que tiene
muchos paralelismos con la teoría de Simone Weil, del mismo tema, pero que se
centra más en valores abstractos. La atención perfecta es la perfecta creación.
Esta máxima la llevan ambos autores al terreno del trabajo, a los oficios y
afirman que el proceso creativo es un proceso simétrico al proceso de trabajo en
relación con la atención creativa. Esto lleva a ambos autores a situar al trabajo
ordinario como el núcleo donde se puede producir la atención, y con ella, la
experiencia creativa. Es Simone Weil la que reclama una búsqueda de la
espiritualidad del trabajo para conseguir esta atención tan vital para la
realización personal de todos. El trabajo pasa así de ser una carga onerosa, una
obligación pesada a convertirse en lo que da significado a la vida y lo que nos
crea como personas. Esto es lo que debería significar el trabajo y a lo que se
debe aspirar, desechando la idea de éste como puro proceso manual sin valor
moral. La atención, conseguida gracias a este proceso creativo, se convierte en
el depósito de todas las comunicaciones que constituyen la Belleza, aquello que
puede contemplarse por un tiempo indefinido.
El siguiente peldaño en subirse en el estudio de la comunicación fue en los
años 40 y 50 cuando los estudios se centraron en la figura del receptor: la
investigación
funcionalista,
diferentes
teorías
sobre
la
exposición,
memorización e interpretación selectivas y los estudios de la Escuela de Palo
Alto componen las investigaciones más importantes de estas décadas. Dado que
el elemento de estudio en esta época era el receptor, las teorías que salieron a la
luz, mayoritariamente en los EEUU, investigan cómo los receptores de los
medios de masas reducen o moldean la carga de los mensajes, es decir, sitúan al
receptor como elemento activo en el proceso comunicativo, al contrario de lo
que hacían los estudios anteriores.
En la década posterior, años 60, los investigadores dan un nuevo giro en sus
estudios y sitúan el mensaje como elemento nuclear de los mismos. Es entonces
cuando destacan autores como E. Morin con sus teorías sobre la cultura,
Gerbner con su teoría del cultivo, E. Noelle-Neumann y la espiral del silencio o
los estudios de Luhmann sobre la tematización o los de McCombs y Shaw
acerca de lo que denominan "agenda-setting". Todos estos estudios centran su
atención sobre cómo los medios seleccionan, clasifican o modifican la realidad,
cómo los medios de masas crean un clima de opinión y muestran los temas que
deben flotar en él, es decir, cómo modifican y guían las ideas y opiniones de los
receptores. Estos estudios se basan en una de las leyes de la información: "toda
información genera un contexto". Uno de los autores más prolijos de la época
fue Edgar Morin, con sus estudios sobre la cultura y, más concretamente dentro
de ella, sobre el cine, siguiendo la estela dejada por los autores alemanes de la
Escuela de Frankfurt. Centró parte de sus investigaciones en una ley general de
la comunicación como es la proyección. Afirmaba que la realidad y la
imaginación estaban entrelazadas inevitablemente y que en ocasiones, como
sucedía en el cine, se perdía la línea divisoria entre las dos. Esta unión se
consigue gracias a las proyecciones, identificaciones y dobles proyecciones que
se llevan a cabo desde un campo hasta el otro, hasta que estas proyecciones
cobran vida propia, independiente del objeto que las generó. Una proyección se
crea a partir de una proyección anterior y nutre a la siguiente, en un círculo
continuado que no se rompe ni siquiera cuando desaparece el objeto a partir del
cual se generó la proyección. En el campo de la comunicación, la proyección
más usual y que ha perdido su carácter de proyección para pasar a ser un
"objeto" cotidiano es el lenguaje. El lenguaje se compone de signos que si no
hubieran tenido una realidad sobre la que crearse no existirían pero que una
vez creados, ya no necesitan de la existencia de dicha realidad. De hecho, en
muchos casos, sustituyen a dicha realidad, que pasa a ser signo de un signo, el
lenguaje.
Las teorías posteriores, las de los años 80, se centran de nuevo en la figura del
emisor pero, a diferencia de las de los años 20 y 30, se vuelven con más interés
hacia el campo profesional de la práctica periodística. Destacan en esta década
las teorías profesionales que incluyen la teoría del newsmaking de Tuchman y
Fishman, entre otros; las sociolingüísticas y etnolingüísticas como la de Brüner
o la de P. Fabbri y las que analizan el discurso informativo, cuyo mejor
exponente es Teun Van Dijk. Las primeras y la última destacan en el estudio de
la recepción de la noticia, unas más desde los efectos que las noticias tienen y la
otra sobre la estructuración de la noticia y las consecuencias de dicha
estructuración Todas estas teorías se basan en leyes de la información como son
"una información configura un orden o sistema"; "la información sumada
multiplica su valor"; el principio de sustitución: "toda información oculta
información" y "toda nueva información es la combinación improbable de datos
previamente conocidos". De hecho, estos estudios demuestran en la práctica las
consecuencias de estas leyes teóricas. Es necesario haber leído muchas noticias
anteriores para poder comprender las noticias actuales ya que, las noticias, se
apoyan en la información ya conocida (antecedentes informativos) y en
palabras clave que el receptor no podría comprender si no tuviera información
previa. Además, estos estudios afirman que los criterios de noticiabilidad y la
publicación de unas u otras noticias no tiene que ver con presiones sociales o
políticas, como se pensaba, sino con criterios profesionales. Los periodistas
deciden publicar ciertas informaciones y no otras desde el punto de vista de la
comodidad. Publicarán las noticias que les lleven menos trabajo, que no pongan
en peligro su puesto laboral, aquellas que no creen polémicas sobre su trabajo y
tengan que ser investigadas más en profundidad. Todo esto lleva a la pérdida
de informaciones que serían necesarias para crear un clima de opinión
heterogéneo en la sociedad que ayudase a reforzar la democratización, tanto de
los medios como de los gobiernos. Es en este punto donde cobra su mayor
importancia el periodismo de investigación que sigue la línea contraria al
periodismo
convencional.
Existen
diferentes
tipos
de
periodismo
de
investigación desde el que analiza hechos noticiosos en mayor profundidad
para encontrar nuevos elementos críticos, hasta el que recupera hechos del
pasado y los vuelve a poner de actualidad desde un punto de vista distinto del
que tenían (periodismo de recuperación). Todas las clases de periodismo de
investigación se basan en unos puntos fundamentales que son: a. han de ser
irrefutables: la investigación debe tener validez por si misma, no debe basarse
en rumores ni especulaciones; b. es el periodista el que obtiene las
informaciones y el que debe tratarlas y seleccionarlas. Nunca debe darse nada
por válido antes de ser contrastado; c. el periodista debe ser objetivo hasta un
cierto nivel a partir del cual debe defender un punto de vista concreto, el de su
investigación, que generalmente será contraria o diferente a la versión conocida;
d. la investigación comienza desde la base: no se basa en las versiones oficiales
si no en fuentes no oficiales, a partir de las cuales refuta el argumento dado por
válido con anterioridad. Necesita múltiples puntos de vista; e. es el público
receptor el que pondera y da credibilidad a la nueva versión, cambiando su
opinión sobre el tema. Las investigaciones de este periodismo siempre tienen
consecuencias en la vida social y política de un país. En muchas ocasiones este
periodismo raya con la ilegalidad en la consecución de datos y se pone en
entredicho la ética que lo sustenta ya que, en muchas ocasiones, compra
información. Todo esto se hace con un fin informativo, para sacar la verdad de
su escondite, al contrario de lo que sucede con el periodismo convencional que
lo hace por facilitar el trabajo y por comodidad. En muchos casos se utiliza la
violencia en la obtención de información que afecta al contenido y calidad de
dicha información, se promueve a algo o a alguien cuando se informa sobre él o
ello como pago por la información, pasando por la omisión de información,
llegando incluso a la falsificación de datos y a la invención de información. Es
esta falta de ética que se vuelve nociva para el receptor la que hay que arrancar
del seno del periodismo profesional.
Por último, en la década pasada, la de los 90, se desarrollaron las teorías
neofuncionalistas y las de la posmodernidad, centradas esta vez en la figura del
receptor.
Como hemos podido ver, todas estas teorías tan distintas entre sí, tienen cabida
bajo el nombre de Teoría de la Información, una teoría que es a la vez teórica y
empírica, analítica y sintética y que ha ido transformándose a lo largo del
pasado siglo al mismo tiempo que se transformaba la noción de ciencia, gracias
al concepto de "revolución de la intersubjetividad". Este hecho ha tenido
consecuencias varias en el estudio de la comunicación y de la información que
ha dado un giro fenomenológico, desviando la atención hacia el constructo
teórico y no empírico de la ciencia de la información, recibiendo una influencia
decisiva de las teorías psicológicas y cognoscitivas que han aumentado el peso
de la intersubjetividad y del contexto social en el estudio teórico y que al mismo
tiempo han hecho que la Teoría de la Información sea la base de estudio de
otras disciplinas humanas tan dispares como la antropología, la sociología y la
misma psicología, entre otras. Es un fenómeno de ósmosis: unas teorías se
influyen a otras de forma recíproca. Es por esto que a la Teoría General de la
Información se la denomina teoría de teorías. Basándonos en este hecho, nos
atrevemos a predecir una larga y fructífera vida a la Teoría General de la
Información, sobre todo por que, hoy en día, la información es la base de la
economía y de la sociedad moderna, y es necesario, por tanto, construir una
base epistemológica sobre la que se apoyen los fenómenos sociales presentes y
futuros.
(Eva Aladro Vico)
(H. Adorno y M. Horkheimer)
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