t057-c20.doc

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Ponencia v encuentro nacional de docentes
Universitarios católicos
Area2: sociedad
Sociedad, política y juventud
1.- Introducción
La realidad actual nos sumerge en una compleja maraña de situaciones que, quiérase o no, rozan la
política, más si entendemos que el hombre es político por naturaleza y que esto reviste una condición
necesaria en la conformación de las sociedades.
Ahora bien, eso no es malo. Lo malo se constituye cuando las decisiones y las acciones de quien, o
quienes, ostenta el poder son contrarias al bien.
La preocupación que debiera estar absorbiendo a los docentes universitarios no es otra, entre otras que
hacen a la tarea diaria de formación, que la de cómo generar en cada estudiante, en cada futuro
profesional, un agente de cambio que logre transformar la cultura del divisionismo, del rencor, del vale
todo, en una cultura que nuevamente mire al cielo, esté guiada por la recta razón y se sustente en la
satisfacción del esfuerzo.
¿No correspondería acaso, que nos sintiéramos sorprendidos ante tamaña desfiguración conceptual y
fáctica de lo que la democracia es, desde su concepción, en el mundo, respecto a lo que en el día a día
percibimos y nos vemos obligados a aceptar? Cuando hablamos de percibir hacemos referencia a
aquello que los sentidos externos “reciben” como formas del mundo circundante mediante un proceso
de alteración de los órganos del cuerpo, según el objeto de cada sentido.
Los docentes universitarios que tenemos el privilegio de compartir horas con numerosos jóvenes que
buscan un camino diferente en sus vidas en una relación dialógica, en casos personalizadas y
compartiendo vivencias, en otros, en virtud al volumen mucho más despersonalizadas, somos testigos
del desconcierto y la carencia de patrones claros que les indiquen un norte, en que avanzan, temerosos,
por sus caminos de formación y paralelamente en sus vidas privadas, muchas veces hasta distanciados
unos de las otras en cuanto a cualidades.
No tenemos la solución. No está en nuestras manos tomar las decisiones que resuelvan la compleja
problemática. Sin embargo sí contamos con la no poco apreciable posibilidad de utilizar la herramienta
de la palabra, dando contención, promoviendo el diálogo, acercándonos a cada uno de esos jóvenes,
aún en aulas multitudinarias, aunque implique destinar tiempos extras. De eso se trata, colegas
docentes católicos.
2.- Preocupación por las tinieblas y una luz para la esperanza
La sociedad, una sociedad, se distingue por las directrices culturales que la identifican y representan. A
pesar de querer evitar, en cuanto sea posible, hacer mención a lo político, lamentablemente una
cuestión está vinculada a la otra. La sociedad está politizada y se administra a través de la política, a su
vez la política precisa de acciones sociales y se orienta a ellas.
Por lo dicho, no podemos hacer una abstracción de lo que en política ocurre al momento de analizar lo
que pasa en una sociedad.
La realidad la conocemos en virtud de las sensaciones y una vez que poseemos ya la forma de las
cosas no necesitamos ya de la presencia del objeto “inmutante”. Tantos son los estímulos que en
forma permanente nos son enviados en estos tiempos que terminamos sumidos en la confusión,
distantes de lo que conocimos es una sociedad armónica, una nación; lejos del concepto de orden, de
democracia, de respeto, de concicencia.
Santo Tomás de Aquino definía a la sociedad como la unión de varios para realizar algo uno en
común. Nada más alejado de lo que se percibe hoy como objetivo de gobierno, que pensándolo
buenamente diríamos que es por efecto colateral no querido pero que muchos hechos nos induce a
pensar que existe una planificación destinada a clientelizar los sectores económicamente sensibles e
inmovilizar la razón de los más pensantes volatilizando sus principios y valores y transformando en
utilitarios sus fines.
La sociedad se ordena en el Estado. El Estado no se trata de un ente inventando por la voluntad de los
hombres, sino que se trata de una entidad natural. La causa eficiente que hace que el hombre viva en
sociedad organizadamente es un impulso natural, por lo tanto querido por Dios. Si bien interviene la
voluntad del hombre en la formación concreta de un Estado, dicha manifestación de la voluntad
responde a un impulso natural y no a un ficticio pacto, tal lo sostenían los contractualistas.
El Estado, a través de la Administración Pública, la que queda bajo la responsabilidad de los
representantes de los ciudadanos que los eligieron, debe administrar los recursos que le cede,
obligaciones fiscales mediante, para realizar obras públicas y brindar servicios públicos tendientes al
bien común.
Es aquí que se advierte una primera contradicción. En nuestro país, quienes fueron distinguidos como
responsables elegidos para gobernar responsablemente los destinos de todos orientados al bien común,
ponen de manifiesto, desde hace años, más preocupación por dividir, por fomentar la antinomia y el
odio entre fracciones, que en conciliar, armonizar y conducir.
Con marcadas señales que pueden leerse de las actitudes y decisiones que el gobierno expone puede
advertirse hacia lo que apuntan todos sus planes y políticas que es lograr la destrucción irresponsable
de los principios que fueron elemento esencial de consolidación entre habitantes de este suelo, y que se
sustentan en la fe. Y cada uno de sus movimientos explicitan ampulosas manifestaciones que se
ordenan a lo mundano, a lo pagano.
La corrupción se ha convertido en un potentísimo estimulante moral que puede llevarnos, y que de
hecho nos está llevando, al caos, puesto que el lema de la sociedad actual es: “todo vale, nada vale”.
Pero lo grave de nuestra sociedad no está solo en el nivel de corrupción, sino en la absoluta falta de
respuesta y reacción frente al fenómeno, tanto a nivel individual como colectivo e institucional.
No pretendemos siquiera poner el acento en los postulados Católicos Apostólicos Romanos, sino que
ampliamos el escenario generalizando el alerta a todas las respetables religiones, no dando así cabida a
las sectas que proliferaron sacando rédito de la contingencia.
Preocupa ver y escuchar a los jóvenes hoy hablar y adoptar actitudes con total descreimiento,
despojados de cualquier atisbo dogmático de fe, como si fueran sabios y experimentados agnósticos, y
se vuelcan entonces a buscar contención y respuestas en el alcohol, el libertinaje y la droga. Buscan
reducir sus inconsistencias entendiendo que lo vulgar le otorga la mejor recompensa y que en todos
casos son capaces de influir y controlar cada uno de los elementos que provocan la inconsistencia.
Nada de eso en la actualidad es privativo de los sectores carenciados, por el contrario son los
componentes de lo que se conoce como clase media, rezagos de la descomposición de una sociedad
que eligió, o fue llevado, por caminos distintos a lo de una visión trascendente equivocando el destino
al que creyó ver en el malentendido progreso.
Consideramos que la preocupación principal del docente católico está en lograr un desarrollo moral
superior de los jóvenes estudiantes a fin de lograr en ellos una reacción reflexiva, una actitud
proactiva, de sana rebeldía.
La irresponsabilidad de la conducción nacional no se definió límites ni pondera daños. Hace gala de un
pecado capital como la soberbia avanza irremediablemente en forma directa o indirecta (induciendo al
Congreso o presionando a la Justicia) en formalizar normas de daño irreversible. Matrimonio
igualitario. ¿Qué iguala? La legalización del aborto. ¿A qué derecho humano va dirigido? Dos temas
que vilipendian fundamentos esenciales de la moral, no tienen vuelta atrás. Ningún gobierno por venir
habrá siquiera de intentar derogar o modificar éstas normas so pena de ser tildado de retrogrado o
discriminador con consecuencias poco deseables para cualquier político como ponerse en contra a los
grupos de poder.
¿Quién habrá de atreverse a reconvertir los innumerables planes que subsidian la desocupación en
créditos productivos? ¿En invertir en infraestructuras educativas y en salarios que dignifiquen la
docencia transformándola en una profesión que pueda ser ejercida como única actividad y permita
dedicación absoluta? ¿En redefinir el rol de la Administración Pública y tornarla eficiente? Todo esto
sin importar cuál fuere el costo político.
No. Definitivamente el daño de las decisiones del presente son irreversibles en el futuro. Así le
mostramos a nuestra juventud lo que es atentar contra la ley natural, si se quiere obviar la Ley de Dios.
No solo con el dictado de normas se atenta contra la moral, contra la ley Natural, hasta contra el Bien
Común y el buen gusto. También haciendo un manifiesto mal uso (malversación) de la hacienda
pública (el dinero de todos los contribuyentes) para fortalecer fines propios (de quienes están en el
poder).
Se fue marcando un camino sin retorno con la creación y fomento de la cultura de subsidios, de la
obtención fácil del dinero. El premiar con viviendas, con viajes, con planes a quienes se suman a
movilizaciones armadas y se ponen en contra del resto de la sociedad enfrentándolos como si fueran
enemigos y no componentes de una misma Nación.
Cómo modificar semejante enseñanza hecha en el sector de la población que es más dúctil a esas
intenciones espurias. Apuntalan a esos sectores que previamente abonaron para transformarlo en caldo
de cultivo apropiado para sembrar los subsidios y obtener salvaguardas para sus espaldas y patotas de
trincheras para enfrentar a los sectores de la sociedad más complicados por ser pensantes.
A éstos sectores de trabajo, de estudio, de inversión, tampoco descuidaron, solo que destinaron un plan
a un poco más largo plazo por cuanto en lugar de premio había que imponer castigo y el peor de los
castigos fue instalar el desánimo, el descreimiento, la inseguridad con lo que se logró atentar contra la
integridad de la persona afectando su mente y su alma.
En el proceso económico, las cámaras de productores, las representaciones mixtas de empresarios y
obreros, los sindicatos, etc. Pueden y deben jugar un papel protagónico… el Estado frente a una
organización sana como la que propone la ética social católica, no solo no debe absorber ni suprimir
los cuerpos intermedios, sino además subsidiarlos, fomentarlos, ordenarlos, fiscalizarlos… A esto se
refiere el principio de subsidiariedad.
Como nada es suficiente, las señales que vienen desde el poder son siniestras y atentan a la mismísima
concepción de la democracia y a la ley de leyes, la Constitución Nacional, que declara la presencia de
tres Poderes independientes, ya que también son usados los dineros de los sectores aportantes para
saturar hasta las náuseas de publicidad directamente intencionada contra todos quienes tengan un sesgo
de opinión diferente a él, aún cuando se traten de los otros Poderes del Estado.
Cuanta vez sectores de la población o integrantes del Poder Legislativo o del Poder Judicial, otras
jerarquías administrativas, llámense provincias o municipalidades, partidos políticos o periodistas, no
se alinean bajo las directivas caprichosas Del Gobernante, en igual cantidad es condenado al
ostracismo de sus favoritismos y engrosan las filas del enemigo. Es así que quienes son bendecidos por
El Gobernante puede hasta desobedecer sentencias judiciales y serán debidamente amparados.
Esta es la carga de información con que nuestros jóvenes son apabullados, malheridos a diario y que
constituye el bagaje de emociones que los conducen a la decepción, a la desilusión, a la desesperanza
con que luego acuden a los claustros educativos y se deslizan en las reuniones sociales volcándose a
supuestas alternativas de consuelo como las adicciones. Esto tampoco es casual, esto también es
causado.
Qué bueno sería entonces comenzar por echar luz respecto a qué es el mal. El mal es toda privación de
bien en cualquier sujeto, mientras que el pecado consiste en el acto que, realizado por un fin
determinado, no guarda el orden debido a ese fin. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q.21,
a.1. Ed. cit., p. 564.
Francisco Canals Vidal en su trabajo El Mal Moral en las Personas Creadas, menciona, entre muchas
otras cosas, que “en nuestro mundo contemporáneo, en que vivimos inmersos en el envenenamiento
ejercido sobre los adolescentes y los jóvenes, rebeldes contra sus padres y sus educadores, y en que
todos los conflictos entre clases sociales y “géneros” están nutridos por la aduladora invitación a la
auto-realización, que impregna los medios de comunicación, la literatura, el cine, la televisión y nos
atreveríamos a decir, por desgracia, algunas desviaciones pretendidamente pastorales, podemos
admirar la profunda y profética anticipación de San Anselmo y de Santo Tomás de Aquino que
supusieron, en los ángeles rebeldes, la aptitud que, por su influencia sobre la humanidad
contemporánea, viene a presentarse como la proporcionada y adecuada a nuestra humanidad en su
progreso cultural y educativo”.
La existencia del mal moral es un hecho que todos experimentamos como causantes o como afectados.
El darnos cuenta de la distancia existente entre lo que hacemos y somos y lo que estamos llamados a
hacer y a ser acorde a nuestro auténtico ser, es el punto de partida para valorar la medicina de la moral.
Existe también un deber, de carácter no relativo en su forma, que obliga al hombre, con su razón y su
voluntad libre, a actuar de acuerdo a la realidad objetiva. El acto moral recibe su especie del objeto
moral. El objeto del acto humano es lo aprehendido por la inteligencia cuya razón de ser no está sólo
en el fin sino también en los medios ordenados al mismo.
Harto dura es la tarea de la que somos responsables los docentes católicos en general y los
universitarios católicos en particular, por cuanto nos compete, en esencia, formar futuros profesionales,
pero no simplemente profesionales, sino dotados con un principal componente que es el humanístico y
les incorpora la esencia distintiva. Ahora, les espera además, lograr que esos futuros profesionales se
transformen en líderes en sus grupos de amigos, y en el futuro en su desempeño laboral, con sus
colegas y clientes y en el medio que se desempeñen para tratar de reconvertir ésta realidad.
Resulta imprescindible devolver a la sociedad el verdadero concepto de moral por cuanto solo una
comunidad imbuida de espíritu ético que oriente sus ideas y sus acciones al bien podrá reconvertir el
escenario actual y restaurar la cultura de lo virtuoso. Quienes administran el país, nuestros
representantes, surgieron del mismo crisol donde estamos todos los habitantes incluidos, por lo tanto
no podemos hacer una abstracción de nuestra pertenencia ni obviar culpas propias.
Un objeto es moral según su conformidad con el principio de moralidad; y la moralidad, u orden de los
actos humanos, se conforma por la relación de la voluntad con su fin. Para que un objeto sea moral
debe tener una doble adecuación: con el fin último del hombre y con la naturaleza del mismo.
«Los actos humanos, es decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia, son calificables
moralmente: son buenos o malos» (Catecismo, 1749). «El obrar es moralmente bueno cuando las
elecciones de la libertad están conformes con el verdadero bien del hombre y expresan así la
ordenación voluntaria de la persona hacia su fin último, es decir, Dios mismo».
Las circunstancias «son los elementos secundarios de un acto moral. Contribuyen a agravar o a
disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo, la cantidad de dinero
robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra» (Catecismo, 1754). Será
este el caso de las múltiples justificaciones que se argumentan a fin de sostener cada una de las
aberrantes decisiones que se toma desde el poder, o de las múltiples obligaciones que se dejan de
atender?
El valor moral pertenece al nivel práctico de la acción humana, al obrar. No es ni teórico (mero
conocimiento), ni proyectivo (ordenado a fabricar cosas). El valor moral hace referencia a la acción
humana no en cuanto produce obras externas, sino en cuanto que es actividad producida por el hombre.
Y, a partir de ello, ya no quedan dudas en cuanto a lo que hoy sucede en nuestro país.
Cuántas veces nos detenemos a observar la confusión en los ojos de nuestros alumnos. Cuántas veces
advertimos que la juventud está desorientada, desconcertada, que cree saber lo que pasa pero en
realidad no lo entienden y por eso en la generalidad de los casos optan por huir o ignorar la realidad
percibida o falsificarla. Conceptualizar una fantasía.
Cómo hacer para lograr incidir para en los jóvenes a fin que puedan establecer una justa y moral escala
de valores con el norte hacia Dios?
Por empezar es bueno revivir aquí lo que Diego Botana, señaló durante el XIII Encuentro Anual de la
Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas, en junio pasado, por cuanto creemos que tiene una
real concordancia con la línea de pensamiento a la que nos orientamos. Dijo que “las sociedades
requieren no solo de líderes políticos, sino de otras formas de liderazgo, que van formando una
sociedad en un camino de desarrollo”. Definió lo que la asociación llama liderazgo de contención
como “la intervención activa de los actores sociales que tienen la capacidad y el peso suficiente para
lograr cambios, y, ante todo, que determinados acuerdos básicos sociales no sean violentados por la
concentración de poder; que siempre se busque el bien mayor”.
Consideramos que los docentes universitarios católicos somos parte de esos actores sociales.
Consideramos también que somos quienes debemos formar otros actores sociales que puedan ser
agentes de cambio en la sociedad.
Lo que hoy vive nuestra Nación, no es casual. La pretensión de disectar la moral de la religión, es
más, de proponer subliminalmente una cultura que rechace lo religioso por tratarse de algo antiguo,
caduco, innecesario en estos tiempos modernos, no es obra del azar sino del razonamiento perverso de
unos pocos que se aferran en el poder buscando concentrar la suma del mismo y perpetuarse en él y
encuentran una herramienta válida en vaciar al hombre de su contenido espiritual, de su fe,
vulgarizándolo.
Para ilustrar a través de la Antropología Filosófica lo que pretendemos dejar internalizado a través de
ésta presentación, Humberto Gerardo Medina, en su tratado, acertadamente nos enseña que “el hombre
es una persona”.
Y no es que con solo eso, a lo mejor tan simple como reiterado, hayamos impuesto algo nuevo. No,
queremos ir más allá. No se trata de una definición del hombre, puesto que “algo se define cuando se
dice lo que esa cosa es esencialmente, aquello que le pone como especie determinada y le distingue de
todas las demás especies. Así se hace cuando se dice que el hombre es el animal racional, siendo
“animal” el género próximo, y “racional” su diferencia específica. Lo racional especifica al hombre
entre los animales en cuanto designa el modo de perfección propia que le eleva por encima de todos
ellos y le vincula con las creaturas espirituales. Pero a su vez distingue al hombre de toda creatura
espiritual en cuanto “racional” designa el límite de la intelectualidad humana”.
“Al ser humano, la subsistencia le viene de tener un alma racional, y por ello subsistente. Su alma tiene
subsistencia, aunque cabe aclarar que al ser el hombre un ente compuesto de alma y cuerpo (forma
sustancial y materia prima), la persona es el compuesto de alma y cuerpo, puesto que persona es el
“individuo sustancial” y el alma su forma sustancial. Cuerpo y alma constituyen la persona humana, a
quien la subsistencia le viene por el carácter espiritual de su alma”.
De esta manera es como advertimos que no es errada la proposición de quienes buscan descomponer al
hombre desalmándolo por cuanto de esa manera le quitan su forma sustancial quedando asimilado a su
género próximo, el de animal. Qué más fácil de domesticar entonces? Qué más práctico de conducir
hacia los propios fines?
La persona es alguien destinado a la trascendencia espiritual. Dicho de otro modo, la persona no se
“consume” sino que con ella se dialoga, se trabaja mancomunadamente y se contribuye a procurar todo
lo que en esta vida sea acorde a su dignidad. No es justamente éste el objetivo buscado por quienes
creen ser propietarios de los destinos de los ciudadanos.
La persona no es propiedad de nadie, excepto Dios. Por ser persona se es responsable en una gran
medida del propio destino. La dignidad de la persona es el fundamento de todos los derechos y
reclamos que se hacen desde la perspectiva cristiana sobre los distintos ámbitos en los que se configura
el vivir humano.
La dignidad de todo hombre se funda en el ser persona. Esta expresión encierra una luz tan grande que
puede proyectarse sobre toda la vida humana, individual y socio-política. El hombre, por ser persona,
posee un estatuto ontológico que lo sitúa por encima de todas las cosas disponibles para fines ajenos,
por ejemplo. Así se entienden las reacciones del cristianismo frente a todos los atropellos a la dignidad
personal, como cuando se decide la muerte de la persona que aún no ha nacido (aborto).
Por otra parte, cabe hacer mención que Pío XI rechazó los intentos de separar la moral de la religión
(propósitos del nazismo). Pío XII, por su parte, remarcó en Summi pontificatus 21, que “cuando
temerariamente se niega a Dios, todo principio de moralidad queda vacilando y perece, la voz de la
naturaleza calla o al menos se debilita paulatinamente”. Y hacemos también mención a Juan XXIII,
“La base de los preceptos morales es Dios. Si se niega la idea de Dios, estos preceptos necesariamente
se desintegran por completo” (Mater et Magistra 208).
Estos son riesgos reales a los que nuestra sociedad se encuentra hoy sumida. Se puede tildar de
pesimista, de negativa, la mirada que hacemos respecto a la situación. Aún así lo fuera es mejor partir
de un supuesto sobreestimado en su valuación crítica por cuanto exigirá ser más rigurosos al momento
de buscar alternativas de solución y más minucioso al momento de evaluarlas.
Sin embargo, realmente alguien piensa que es exagerado pensar que es en extremo crítico el
diagnóstico acorde a las múltiples señales que en abundancia nos abruma? Por dónde empezar?
Atomización de la familia, violencia verbal, adicciones variadas, inseguridad e indigencia creciente,
aislamiento y desesperanza, banalización de lo virtuoso, relativización de los pecados, justificación del
desprecio por lo religioso, violación a las leyes naturales y a las de Dios. Es exagerado?
Acaso estas señales, que a diario son puestas en conocimiento de la sociedad y que hacen honor a los
mejores ejemplos del mal incorporado en la gestión pública, peor aún, en los rangos máximos de
funcionarios, y en gran parte de la sociedad, lo cual determina una anastomosis que se enraíza en la
comunidad toda creando desigualdades, odios, desocupación, pobreza, etc.
Cuando se busca enfermizamente concentrar la suma del poder, a riesgo de erosionar las bases mismas
de la democracia que tanto se dice defender. Cuando se ponen todas las energías al servicio de
denostar y degradar a todos quienes piensan y tienen opiniones diferentes. Cuando los fines de unos
cuantos tienen privilegio respecto al bien común y se utilizan los recursos de todos para satisfacerlos;
entonces no podemos menos que descubrir una anarquía, un totalitarismo encubierto.
La mal entendida nueva moral pública sostiene, entre otras cosas, que los actos privados que no
ocasionen daños a terceros están exentos del escrutinio público; que toda persona es libre de hacer todo
aquello que le cause beneficio o goce en tanto respete los derechos de los demás y que nadie puede
alegar sus propias creencias para negar a otros el ejercicio de esos derechos.
Todo esto constituye una falacia o un error conceptual elemental de quien amparado en transmitir un
pensamiento cristiano, confunde o enreda ideas construyendo un almácigo de preceptos que no admite
sustento ni desde la ética ni desde la mirada teológica.
Sorprendido cualquiera de nosotros ve y escucha cotidianamente como se trata de mantener el
equilibrio caminando por el filo de lo inmoral poblando de innumerables argumentos existencialistas
espacios diversos para fundamentar decisiones que a todas luces irritan la ética y hasta el buen gusto.
Impactados tratamos de asistir a la exposición de una de las representantes de todos los ciudadanos en
el Congreso Nacional, quien durante una extensa entrevista buscó convencer a los escuchas respecto al
alto contenido ético y bienintencionado que guía el pensamiento de todos quienes apoyan la
aprobación del proyecto para legalizar el aborto, y lo más triste fue, que a fin de poder lograr
credibilidad a sus fundamentos esgrimió su tránsito estudiantil por colegios religiosos y su titulación
profesional en Universidad Católica, con lo que, indudablemente, entendió legitimaba su moral.
Nada más lejos de la verdad. De a miles se cuentan los falsos profetas. El caminar tras una imagen no
significa participar de la procesión. No basta con vociferar fe, lo importante es poseerla y dar
testimonio de ello.
El término gestión pública, en su acepción común, se refiere a la forma en que el gobierno cumple con
sus obligaciones: ¿es el gobierno eficaz, son sus operaciones transparentes, rinde cuentas y se rige por
buenas prácticas aceptadas internamente y a nivel internacional?
La gestión pública, que abarca una amplia gama de actividades del gobierno, tiene como objeto final el
bien común y debe hacer pie en principios como la subsidiariedad y la solidaridad, los que
compromete, a quien es funcionario de esa gestión, a una responsabilidad largamente superior a
cualquier función en el sector privado.
Por otra parte, la corrupción puede definirse como el abuso de la autoridad o de la confianza para el
beneficio privado, y es una tentación en la que caen no sólo los funcionarios públicos sino también
personas que ocupan puestos de confianza o de autoridad en la empresa privada o en organizaciones
sin fines de lucro.
La mala gestión pública se manifiesta como una excesiva intervención y arbitrio del gobierno en la
actividad económica, incluido un exceso de reglamentos para las empresas privadas y el uso de
sistemas preferenciales, como las restricciones al comercio exterior y a la posesión de divisas, los
controles de precios, los créditos dirigidos y las exoneraciones de impuestos. Estos mecanismos
ofrecen tentadoras oportunidades a los funcionarios para aprovechar cualquier poder que tengan a su
discreción a fin de exigir sobornos o comisiones a las personas que se beneficiarán con el trato
preferencial. Si todo esto tiene alguna coincidencia con lo que percibimos a diario, no es azar, es el
nombre propio del escenario al que no fuimos invitados, sino que estamos obligados, a participar.
La corrupción se ha convertido en una potentísima droga moral que puede llevarnos y que de hecho
nos está llevando al caos, puesto que el lema de la sociedad actual es: “todo vale, nada vale”. Pero lo
grave de nuestra sociedad no está solo en el nivel de corrupción, sino en la absoluta falta de respuesta
y reacción frente al fenómeno, tanto a nivel individual como colectivo e institucional.
Recordemos que la corrupción tiene un costo sobre la vida de nuestros pueblos, porque arroja una
fuerte sospecha sobre la eficiencia de la gestión pública, produce un mayor déficit fiscal y distorsiona
el rol distributivo del Estado. Este fenómeno denota el abuso de una función social y el mal uso de
los recursos constituyen un verdadero robo que afecta negativamente el patrimonio social del estado.
Para luchar contra la corrupción se debe crear un sentimiento de rechazo en todas las capas de la
población y en todos los sectores de la sociedad. Ese rechazo debe ser genuino y no meramente
declarativo, de tal forma que el primer antídoto contra la corrupción está en el espíritu de todos y cada
uno de nosotros. Debemos de recordar que la característica, del ciudadano y político honesto, o el
funcionario público honesto, es estar dispuesto a limpiar la corrupción en su propio gobierno, en su
propio partido y en su propia familia, donde no predomine la ley del más fuerte.
Conducir de manera exitosa una organización, independientemente de su origen, conlleva
intrínsicamente una óptima planificación estratégica con el propósito de alcanzar los objetivos. No
obstante, en la mayoría de instituciones públicas, la planificación sólo es una palabra más en el acervo
burocrático, pero tiene poco o ningún significado práctico porque las acciones políticas se basan más
en el deseo que en la realidad de los servicios públicos que están obligadas a prestar.
Y esto constituye solo parte de cuanto se puede exponer largamente a modo de enunciado.
Nuestro país es una tolva que produce un caudaloso flujo de funcionarios de gobierno coronados por
el mal, y en tal dimensión que poseen adicionales en cantidad reuniendo de esta manera la mayor parte
de factores que lo definen en tal condición. Por supuesto que el mal se transmite desde los más fuertes,
por jerarquía, por poder, por patrimonio, hacia los más débiles, carentes de inmunidad a la tentación,
que son los simples empleados y operarios del Estado, y quienes pertenecen a los sectores más
desprotegidos económicamente.
Tratar cada uno de las características que asume el mal en la gestión pública de nuestro país nos
derivaría en escribir un tratado con numerosos tomos, casi interminable, y con alta probabilidad de
haber obviado algunos. Desde la provocación a la lucha fraticida por apetencias personales, pasando al
abuso de la autoridad de facto asumida y utilizada para sembrar la muerte, el uso del patrimonio de
todos para beneficio personal y para fomentar la división entre connacionales. Los enriquecimientos
abruptos a partir del ejercicio maliciosos de funciones públicas en perjuicio de los más pobres, el
abandono a de los sectores carenciados que tiene consecuencias funestas como la mortalidad infantil,
la drogadicción y delincuencia juvenil, sin olvidar la coima que se institucionaliza hasta en los niveles
jerárquicos más bajos.
El sobreprecio que se paga en obras, el manejo discrecional de fondos que corresponden coparticipar y
son utilizados para ganar las voluntades de responsables jurisdiccionales, el aprovechamiento de la
función para lograr adquirir bienes subvaluados, la utilización de las necesidades de los habitantes para
canjearlas por votos, la percepción de dineros sin justificaciones ciertas, la desinformación pública, y
muchos otros, son hechos que se repiten y ponen de manifiesto el mal, abriendo heridas profundas que
producen intensos dolores en quienes conservamos firmes los valores morales a los que la fe nos
aferra.
Todos, o casi todos los pecados capitales quedan contemplados en la gestión pública, lo que
tristemente pone una vez más de manifiesto la corrupción y el mal moral, como consecuencia, lo peor,
la impotencia por modificar el rumbo en tiempo real.
Pero no solo existe una alta dosis de soberbia y una abstracción casi absoluta de una visión
trascendente sino que se opta por una firme idolatría y adulación del ego. Esto deriva en la desmesura
de quienes se encuentran investidos de una autoridad circunstancial y de la mirada estoica de quienes
en neta posición de desventaja son chantajeados y entonces solo les queda enrolarse en las mismas
filas a fin de conseguir alguna ventaja o evitar las consecuencias que sufren aquellos que, por no
alinearse, sufren el destierro en su propia patria y son obligados espectadores.
Identificamos la soberbia? Siendo la soberbia una ofensa directa contra Dios, ya que el pecador cree
tener más poder y autoridad que Él, se define como “amor desordenado de sí mismo”. Se considera
pecado mortal cuando es perfecta, es decir, cuando se apetece tanto la propia exaltación que se rehúsa
obedecer a Dios, a los superiores y a las leyes. Se advierte una triste analogía con las noticias de todos
los días.
Y así quedan expuestas las faltas menores que de la soberbia se desprenden. La vanagloria,
complacencia que uno siente de sí mismo a causa de las ventajas que uno tiene y se jacta de poseer
por sobre los demás. La jactancia, falta de los que se esmeran en alabarse a sí mismos para hacer
valer vistosamente su superioridad y sus buenas obras. Vaya si podemos observar el fausto, que
consiste en querer elevarse por sobre los demás en dignidad exagerando, para ello, el lujo en los
vestidos y en los bienes personales. Y así, la altanería, la ambición, la hipocresía.
Identificamos la acidia (pereza)? Es una “tristeza de animo” que nos aparta de las obligaciones
espirituales y divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran.
La vida nos exige trabajo, esfuerzo para actuar según lo que se debe, esfuerzo que no es ni gratuito ni
fácil. La acidia es el más metafísico de los pecados capitales porque implica no asumir los costos de la
existencia, de escapar constantemente de hacer lo que se debe, por no saber lo que se debe. Y esto es
una característica de quien se desempeña en la función pública, sobremanera asentada en el
conformismo en los niveles jerárquicos inferiores y el concepto del “algo se hizo” de los niveles
jerárquicos.
Hay lujuria? Apetito desordenado de los placeres eróticos. Esto no solo abarca la fornicación, sino el
estupro, el rapto, el sacrilegio, el pecado contra la naturaleza, comprendiendo bajo esta última
especie, la polución voluntaria, la sodomía y la bestialidad.
El cristianismo entiende por “amor” algo muy distinto de lo que el mundo contemporáneo comprende.
Caridad, una de las tres Virtudes Teologales. De esta manera el amor implica un donarse, un darse por
el otro, por el prójimo. “...amar al prójimo como a sí mismo “.
El pecado de la lujuria no considera al otro como una “persona” válida y valiosa en sí misma, como un
fin en sí misma por el cual tendríamos que darnos. El otro pasa a ser un objeto, una cosa, más aún, el
sujeto mismo que incurre en un acto lujurioso se convierte así en un objeto, que olvida o suspende su
propia dignidad. La lujuria, es una acción vacía, sin sentido, que de alguna manera nadifica al hombre
y lo aleja del Ser de Dios.
Avaricia. La teología cristiana la explica como “amor desordenado de las riquezas”. El crimen de la
avaricia no lo constituyen las riquezas o su posesión, sino el apego inmoderado a ellas. Ese afecto
desordenado que se tiene a los bienes de la tierra, de donde resulta que todo se refiere a la plata, y no
parece que se vive para otra cosa que para adquirirla. En la avaricia se ven claramente los elementos
comunes a todos los pecados. Por un lado, el avaro pierde el verdadero sentido de su acción poniendo
el fin en lo que debería ser un medio, en este caso la obtención y la retención de las riquezas. Lo que
importa al cristianismo es que el prójimo reciba, en justicia, la caridad que todos le debemos al
menesteroso.
Son “hijos” o faltas menores de la avaricia: el fraude, el dolo, el perjurio, el robo, el hurto, la
tacañería, la usura, etc. El incremento continuo y desmesurado del patrimonio de quienes están en el
poder ponen a la luz este pecado que tiene consecuencia directa en el empobrecimiento de los demás y
la disminución marcada de las prestaciones en obras y servicios a la comunidad.
Así también la ira. Ese “apetito desordenado de venganza”. Son hijos de la Ira: el maquiavelismo, el
clamor, la indignación, la contumelia, la blasfemia y la riña”. La envidia definida como “Desagrado,
pesar, tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto este bien se mira como
perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria. La envidia es falta gravísima, cuando nos incomoda
y angustia a tal grado el bien o los bienes materiales del otro, que deseamos verlo privado de aquellos
bienes que legítimamente a conseguido y al que, nosotros, por nuestra impotencia, no hemos logrado
conseguir. Procurar, por todos los medios, a efectivamente quitarle esos bienes. La mentira, la traición,
la intriga, el oportunismo entre otras faltas se desprende de esta tristeza frente al bien ajeno y a nuestra
propia incapacidad de acceder a tales bienes o bienestar (ajeno).
Y entonces? Identificamos los pecados capitales? Lo que no es propio de quienes gobiernan está
instaurado en la sociedad como consecuencia de aquellos. Por ello es que logramos también distinguir
la corrupción, esa falta de ética y las prácticas deshonestas en los diversos estamentos de la gestión
pública que afectan al desarrollo social, y al mismo tiempo, las más difíciles de ser probadas porque
los delincuentes de "cuello y corbata" generalmente nunca dejan pruebas.
La corrupción no sólo es un acto inmoral y lesivo a los intereses de los países, sino que fomenta el
subdesarrollo, analfabetismo, pobreza, desnutrición, delincuencia, desempleo y otros males sociales.
Frena el crecimiento económico y el bienestar social de un país y de la región.
La corrupción tiene distintos matices y está en todos los ámbitos. Está en el juez que recibe soborno de
los litigantes, en el conductor que paga coima a la policía, en el profesor que acepta dinero de sus
alumnos, en la licitación pública poco transparente y en el periodista que cobra por difundir una
noticia. "QUIENES CREEN QUE EL DINERO LO HACE TODO, TERMINAN HACIENDO
TODO POR DINERO." Voltaire (1694-1778) Filósofo y escritor francés.
Los estudios internacionales revelan:
• Solo el 5% de actos de corrupción en una organización pública es causada por fraudes
cometidos por empleados de nivel bajo.
• El 20% son hechos por gerentes, directores y funcionarios.
• El 75% por ejecutivos o empleados de nivel medio.
Según las investigaciones del Instituto Internacional de Estudios Gerenciales, los delitos son soborno,
malversación, nepotismo, dolo, suplantación, falsedad genérica, robo, defraudación de impuestos y
abuso de autoridad.
Todo lo comentado evidencia una serie de cuestiones que revelan la corrupción ética y moral en la que
nos encontramos. Corrupción que implica que las buenas costumbres y derechos fundamentales
puedan ser ignorados y que en cambio se fomente el exceso, en perjuicio de la juventud, de vicios y
violencias que degradan a la sociedad.
Este cóctel de la actualidad resulta más perverso que el de tiempos pasados y viene acompañado de
una deficiente educación, por lo que en el futuro nuestros políticos y gobernantes ignorarán totalmente
principios que hoy se consideran básicos, de no mediar cambios sustanciales, que a la fecha no se
avizoran.
La desconfianza es la gran vencedora de los escándalos en las gestiones públicas. Hoy nuestro país
atraviesa un fuerte proceso de descristianización, los laicos somos constantemente convocados a
trabajar en la conversión del mundo, entendido éste como el orden social. Para que los principios de la
doctrina social católica anime las leyes y las instituciones públicas serán necesarias acciones concretas.
Algunos criterios a tener en cuenta inspirados en la doctrina social cristiana son, la de alentar la debida
obediencia a la autoridad asegurando su adecuado control y limitación, mantener la primacía del bien
común, como auténtico bien de todos, respecto de los intereses exclusivos de algunos de los miembros
del grupo, introducir mecanismos que aseguren una auténtica representación que conserve los vínculos
entre representantes y representados, y, garantizar una adecuada relación de respeto recíproco,
coordinación y colaboración entre la esfera temporal y la espiritual, y entre sus responsables laicos y
los eclesiásticos, a fin de contribuir todos al bien integral del hombre.
Las muchas luces que alumbran la actualidad dan lugar a igual cantidad de sombras, la indiferencia
religiosa, deberá ser revertida a través de la comunicación social educadora y dirigida; la pérdida del
sentido trascendente de la existencia humana, deberá ser reordenado mediante la provisión nuevamente
de la brújula que es Dios, con políticas de estado orientadas a la culturalización y educación del
pueblo; muchos cristianos están afectados por el secularismo y el relativismo ético, será preciso
reconquistar esos cristianos mediante acciones directas de la Iglesia pero el estado puede cooperar
señalando y legislando reglas éticas que puedan una vez internalizadas ser revocadas. Sin esperanza
solo reinarán los vicios que sirven de un consuelo evasivo.
En lo que el Estado deberá echar mano es en sostener y enraizar un ordenamiento económico que
persiga el objetivo de combinar sobre la base de la economía competitiva, la libre iniciativa con el
avance social.
Como Cristianos no podemos desatender de exigir al Estado a preservar el medio ambiente, escenario
creado por Dios para el desarrollo de los hombres. Es el medio ambiente un bien colectivo que debe
ser cuidado.
Cómo hemos, los docentes universitarios católicos, de impulsar estos cambios tan necesarios?
Dejamos establecido al principio que los gobernantes son amalgamados en dentro de la tolva que
contiene esta sociedad, a todos nosotros; que por lo tanto todos somos en mayor o menor medida
culpables de lo que nos pasa.
Fuimos desarrollando el triste cuadro que presenta la realidad, el que sin embargo no nos ha de
desanimar ni deprimir sino ha de otorgarnos más fuerzas y más compromiso para ser mentores de los
cambios; para poner nuestro empeño y todos nuestros esfuerzos al servicio de un futuro distinto, de un
futuro mejor. Para lograrlo tendremos que enfrentar a todos quienes buscan una transformación, mal
llamada progresista, y que seguramente tienen el camino más sencillo, por cuanto la tentación al
pecado, la incitación al mal es siempre más fácil. Pero ese es nuestro desafío.
Y nosotros, los docentes católicos, tenemos algunas ventajas para derrotar al utilitarismo y al
existencialismo materialistas que se está instaurando con pretensiones de quedarse para siempre,
trabajamos con mentes jóvenes y pensantes, maleables aún en muchos sentidos, y poseemos la palabra
sustentada en el conocimiento, la que, quiérase o no, los alumnos, aunque sea a regañadientes, sigue
escuchando y aceptando.
Es obvio que la pérdida de religiosidad de los jóvenes afecta su escala de valores y el poder de
contemplación virtuosa de cada una de las maravillas de la creación, está en nosotros saber despertar
en ellos, con habilidad y sutileza, la curiosidad por saber más sobre lo trascendente.
Si pretendemos abordar en forma directa el alma de los jóvenes para reintroducirlos en una conciencia
más espiritual con el fin de recuperarles la Fe, muy probablemente recibiremos a cambio rechazo por
cuanto el descreimiento se hizo carne en ellos.
A nuestra responsabilidad docente, en cuanto hace a la formación profesional de los estudiantes,
debemos adicionarle, como esencia, una responsabilidad primaria, muchas veces dejada de lado
entendiendo que era competencia de otros ámbitos, otras solamente asumida como adicional, la de
cristianizar esa formación profesional a fin de recuperar en ellos el cauce natural que los conducirá a
Dios. Pero ahora nos toca, y les toca un plus, somos y debemos lograr que ellos también lo sean,
agentes de cambio.
No podemos permanecer como pasivos espectadores de la sustracción moral a la que por medios
diversos la sociedad está siendo sometida. Lo que aquí manifestamos debe formar parte de nuestra
proyección permanente hacia los demás. En cada lugar que nos toque ocupar, circunstancialmente o
no, debemos ser docentes del cambio, motivadores de una nueva visión de nación, comunicadores de
la Verdad revelada. Pero en los claustros universitarios está nuestra materia prima más valiosa.
Si nos atenemos a lo que hoy observamos nos queda pensar que la consecuencia no es que nuestros
alumnos sean quienes hayan de conducir nuestro país en el futuro, sino que serán los cultores de la
vida subsidiada, del materialismo pleno, del asistencialismo, de lo fácil, inteligentemente alimentados
por aquellos que, teniendo el poder, lo fueron alimentando.
En nosotros, docentes universitarios católicos, está mostrarles a nuestros jóvenes que eso no es así, que
no tiene por qué ser así, salvo que nosotros mismos prefiramos ser meros espectadores. Debemos
ponerlos en marcha, sacarlos de la modorra, mostrarles a Dios de todas las maneras posibles para que
lo perciban, y de esa manera internalizar en ellos la idea que con la Verdad como bandera son ellos, en
cada uno de los grupos en que participan, los que han de transformar el contexto actual en uno futuro
diferente, mejor.
Son nuestros alumnos los que deben involucrarse concientes de que pueden, los que habrán de lograr,
despacio pero sin pausa, reconvertir la cultura del menor esfuerzo en una cultura del trabajo, la cultura
de la destrucción el enfrentamiento y el odio, en una cultura de la convivencia el amor y la
construcción, la cultura de la ignorancia por la cultura del saber, al fin, la cultura de la negación de
Dios por la cultura de la fe en Dios.
Bibliografía: Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica; Francisco Canals Vidal – El Mal Moral en las
Personas Creadas; Catecismo de la Iglesia Católica; Mater et magistral; Summi pontificatus; María C.
Mazzoni - Etica Fundamental; Alejandro Ramos / Matías Zubiría Mansilla – Antropología Teológica.
Ponentes: Lic. Graciela Chamut / Lic. Roberto C. Della Rocca
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