LA TAREA En una tarde calurosa de abril, Calimerio Coyote salió

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LA TAREA
En una tarde calurosa de abril, Calimerio Coyote salió en su caballo a buscar un cimarrón
perdido en la espesa bajura del Guacimal, la Hacienda El Guacimal estaba al norte de Santa
Cruz, medía 4.800 hectáreas, antes de llegar había que cruzar el imponente Río Diriá; en la
entrada estaban los grandes corrales de piedra, era la única manera de que el resabido
ganado Guacimaleño se quedara ahí, antes hubo corrales de rejonada, pero poco a poco el
ganado los fue destruyendo, fue cuando decidieron construir los de piedra, a la derecha del
corral, y cruzando un bello cocal, estaba la chanchera, se engordaban 2.000 chanchos por año,
los alimentaban con suero que sobraba del queso y todo el desperdicio que producían los
treinta sabaneros y el resto del personal que trabajaban en la hacienda; más al fondo estaba
el aserradero, este quedaba a la orilla del río, ahí había un pequeño puerto dónde embarcaban
todo lo que salía de la hacienda hacia el puerto de Puntarenas, habían tres embarcaciones, La
Chola que transportaba ganado, La Lanchona que se encargaba de la madera, y La Chalana que
sacaba todos los granos de la hacienda; más adentro, cruzando una pequeña quebrada, estaba
el trapiche, ahí se producía azúcar y dulce, en total, trabajaban más de cien personas en El
Guacimal, llegó el momento en que Demetrio Canizales, dueño de la hacienda, tuvo que
fundar una pequeña escuela y contratar un maestro venido de la capital, eran demasiado niños
los que habitaban en la hacienda, y el patrón pregonaba siempre que no quería más
sabaneros, que quería niños estudiados, y que en un futuro, Santa Cruz sería una ciudad
inmensa que necesitaría muchos abogados, doctores, ingenieros, arquitectos y músicos para
alegrar a los pobladores, era algo impensable en ese entonces, era un sueño lejano, era el año
1920. Calimerio Coyote era el sabanero más experimentado de la hacienda, se corría el cuento
de que tenía contrato con el diablo, su valentía era incalculable, lo habían picado al menos 20
cascabeles y no había muerto, le faltaba el dedo meñique de la mano izquierda, lo perdió en
una batalla con un toro, la manila de cuero crudo le prensó el dedo y el resto ya era historia,
Demetrio Canizales le encargó recoger un cimarrón del cual sólo se tenían noticias, pero que
nadie conocía, sólo lo habían visto pasar huyendo en los charreales, o arriba de un cerro al
atardecer con el rabo parado, su cachamenta como trofeo y desafiante como quién dice,
vengan por mí; Calimerio aceptó el trabajo y cogió rumbo a la bajura, sólo llevaba un calabazo
con agua, un pedazo de dulce, tabaco en pelota y su vieja carabina Smith and Weson que años
atrás le había regalado el gringo George Pitman, amigo del patrón y con quién Calimerio había
estrechado una buena amistad, pues pasaban las noches de luna llena cantando en un
incómodo español, Cielito lindo, la única canción que se sabía el gringo; al ser las cinco de la
mañana, Calimerio salió del establo de los caballos en su búsqueda, cabalgó medio día sin ver
su presa, de camino se encontró con varios venados, tepezcuintles, y dos culebras sabaneras
peleando, medían cuatro metros cada una, Calimerio escuchó un gran ruido entre los
charreales, era algo que venía arrasando toda la breña que apareciera en el camino, y pensó,
ahí viene el cimarrón, llegó hasta un claro en el charreal y abrió su manila esperando el animal,
era tan certero amarrando, que sólo que llevara la cabeza en el mondongo no lo cogería, el
ruido se hacía cada vez más intenso, Calimerio esperaba atento el desenlace de la bulla, como
a cinco metros antes del claro pudo divisar las sabaneras, no se daban tregua entre ellas,
enredadas entre si peleaban a morir, eran de color rosado y con un grosor de cuarta y media
cada una, pasaron justo a la par de él y ni lo determinaron, su lucha era incansable, Calimerio
las siguió hasta que llegaron al Río Cañas, otro río que había en la hacienda y que estaba
infectado de lagartos, siguieron peleando en el agua sin darse tregua, la corriente las arrastró y
a cien metros no las vio más, o se ahogaron, o se las comió algún lagarto pensó el sabanero,
caminó río abajo buscando un lugar dónde cruzar el imponente río cañas, eran las dos de la
tarde y decidió comer un poco de dulce para apaciguar el hambre, bajó de su caballo y a la
sombra de un gran almendro de monte decidió descansar un rato, le quitó la vaqueta a la
albarda y se arrecostó un rato a dormir, su cansancio era tal que su sueño fue profundo, y se
despertó ya oscureciendo, decidió no regresar a la hacienda, pues estaba a cuatro horas de
viaje, encendió una fogata y orino alrededor de dónde iba a dormir para que los coyotes no se
acercaran, su vieja carabina era en ese momento su ángel de la guardia, estaba en medio de
terrenos salvajes dónde desde un alacrán, hasta la soledad de la noche, podrían matarlo;
Calimerio durmió esa noche con un ojo abierto por cualquier cosa, y el otro cerrado para soñar
con Rosita, el viejo amor al cual nunca se decidió a confesar su delirio por ella, Rosita era hija
de Remigio Rodríguez Rosales, el hombre de las tres “R”, un viejo mal encarado que había
estado en San Lucas, una isla presidio dónde iba a parar sólo lo malo, ahí, Remigio se hizo un
tatuaje en su hombro derecho, “R.R.R.”rezaba el tatuaje, de ahí que lo habían bautizado con el
apodo del hombre de las tres “R”, cuando salió de la cárcel le pidió trabajo a Demetrio
Canizales, no muy convencido este accedió a contratarlo, pero lo envió al aserradero de la
hacienda con ganas de que pronto se cansara y se fuera, pero el hombre de las tres “R”
aguantó el duro trabajo, conoció a María Canales con la cual procreó tres hijas, entre ellas
Rosita, y se volvió un hombre de bien; esa noche, como todas las noches de su vida, Calimerio
soñó con su amor eterno hasta quedarse dormido;, roncaba tanto que llegaron dos
comadrejas a ver que pasaba, las comadrejas sigilosamente se acercaban a Calimerio cuando
se quedaba callado, cuando empezaba a roncar de nuevo las comadrejas corrían
despavoridamente hasta su madriguera, entonces decidieron ir por Chuis, el ratón más astuto
de toda la bajura; Chuis había engañado a todos los animales de esos contornos, inclusive, a
Rufino el Coyote que tenía un casino en medio del bosque, ahí llegaban los tahúres mas
conocidos de la región, El Pizote Machón, Ronco el saíno, Chango Malestares que era un mono
cariblanco que por andar de goloso siempre se tiraba unos pedos insoportables, además que
tomaba coyol todos los días en “La Piojo Chingo”, el único bar que había alrededor de 4.000
hectáreas, por supuesto que nunca faltaba, Maruja, una vieja cascabel que ya era inofensiva
pues el veneno se le había acabado de vieja, pero que el vicio la dominaba a más no poder; las
comadrejas le contaron a Chuis que había un animal dormido que ellas no conocían, y que
emitía sonidos raros al dormir, ¿Cómo es?, preguntó Chuis, tiene pelos por la boca, anda un
sombrero de lona que dice viva Costa Rica y es bien grande, Chuis se rio a carcajadas y les dijo
que ese era un humano, el los conocía por que en su vagancia se había embarcado en la
Chalana hasta Puntarenas, lo que pasa es que no le gustó la ciudad y decidió volver al campo,
claro, en el viejo puerto de Puntarenas había aprendido a estafar a quién se pusiera por
delante, aprendió a bailar pirateado y conoció los prostíbulos del lugar, lo cual, era su sueño
adorado, poner en el bosque un negocio tan boyante como lo era vivir de la lujuria de los
otros, hasta tenía el nombre para el lugar, lo llamaría, “Los Laureles”; caminaron muy
cautelosamente hasta Calimerio para verlo de cerca, Chuis lo estudio muy bien, fue hasta las
alforjas y revisó cada rincón a ver que le servía, lo único que se dejó fue la bola de tabaco,
luego volvió dónde estaba Calimerio para ver que más se llevaba, y muy cuidadosamente subió
hasta la bolsa de la camisa buscando algo más, en ese momento Calimerio despertó y agarró a
Chuis de la garganta, las dos comadrejas salieron despavoridas y gritando, “se despertó, se
despertó”, Chuis sólo atinó a decir, “soltame el gañote cabrón”, y ahora el asustado era
Calimerio, jueputa, exclamó Calimerio, estoy parando en loco, este ratón habla español, y que
querías, le dijo Chuis, que hablara francés o inglés, de nuevo Calimerio entró en asombro y
exclamó, debo de estar dormido todavía, hasta me contestó este animal, pues claro, dijo
Chuis, como no te voy a contestar si me tenés agarrado del pescuezo, Calimerio se frotó los
ojos para comprobar si lo que estaba viendo era realidad o producto del cansancio, por
supuesto que no soltó a Chuis, y al fin se convenció de que estaba despierto, y que el animalito
aquel que tenía agarrado, era real, y que además, hablaba; como es posible que un ratón
hable, no puedo creerlo, los único animales que hablan en la tierra, son los políticos; si me
soltás te explico, le dijo Chuis, si me prometés que no te vas a ir te suelto, dijo Calimerio, si no
me matás me quedo y te explico, refutó Chuis, trato hecho, confirmó Calimerio, puso a Chuis
en el suelo, lo primero que hizo fue sacudirse el polvo de su viejo overol de mezclilla y un
sombrero de lona que en un bordado rojo decía, “Los de la Bajura”, luego le entregó a
Calimerio el pedazo de tabaco que le había robado; no se por qué, pero confió en vos, le dijo
Chuis a Calimerio, aunque debo ser sincero y decirte que hace mucho tiempo no confío en los
seres humanos, por qué? Preguntó Calimerio, como puedo confiar en una raza que entre ellos
no se ayudan, que se matan entre sí, que con solo palabras son capaces de destruir la
reputación de alguien, como confío en una raza que cuando lo ponen a servir a un pueblo lo
que hace es servirse a si mismo, no le importa el resto de su comunidad, ni lo que el resto
piense de ellos, vos crees que debo confiar en una raza así?, Calimerio se quedó pensativo y
no pudo responder al comentario de Chuis, y entonces preguntó, y como hacen ustedes aquí
en la selva? Si viven juntos especies que se devoran unos a los otros; eso no es verdad, dijo
Chuis, vivimos de lo que depara la tierra, comemos frutas y hierbas, eso de que algunos son
depredadores es cierto, pero no viven con nosotros, los zopilotes comen carne, pero el animal
tiene que estar muerto, eso más bien ayuda a que los malos olores desaparezcan, pero que
nos matemos entre nosotros, no es cierto, inclusive las culebras, que son las más enojadas, no
matan por matar, ellas son descuidadas, y si vos las majás, pues piensan que las están
atacando, pero que ellas vayan hasta dónde vos estabas dormido para picarte, eso no es
cierto; Calimerio se sentó a meditar lo que decía Chuis y pensó para sus adentros, que su
nuevo amigo roedor, tenía toda la razón; conversó por horas con Chuis hasta que empezó a
clarear el día, entonces Chuis le pregunto que por que andaba tan lejos de la civilización,
Calimerio le dijo que andaba en busca del cimarrón bravío del cual sólo se conocían historias,
pero que nadie lo había visto; yo sí, afirmó Chuis, lo he visto muchas veces; y como es?
preguntó interesado Calimerio; es un animal fiero, de un tamaño enorme, tiene fuego en la
mirada que asusta al más varón, es de color rojizo con el cuello negro, tiene los cachos
escarmenados por el pasar de los años, tiene mil cicatrices en el cuero de tanto recorrer los
breñales, no deja que nadie se le acerque, quién lo logre, recibirá una docena de cornadas, y te
cuento que no son muy amigables sus cuernos compadre, por primera vez algo había puesto a
pensar a Calimerio, quién de todas formas, y por su hombría exclamó, lo voy a llevar al corral;
no entiendo dijo Chuis, por que insistir en algo que no tiene razón, es lo que no entiendo de
ustedes los humanos, que sentido tiene exponerse a semejante fiera, eso se llama orgullo mi
querido roedor, le dijo Calimerio, sabes lo que es el orgullo?, pues no contesto Chuis, caramba
amigo, déjame contarte lo que es el orgullo, pero antes de que me cuentes, que te parece si te
invito a desayunar a mi casa, dijo el ratón, y dónde vivís, exclamo Calimerio, cerca, muy cerca
de aquí, vivo en La Chufaca, el pueblo más lindo que hayas conocido, es como un pueblo
sacado de un cuento; yo siento que estoy viviendo en un cuento, dijo Calimerio, el sólo hecho
de estar hablando con vos es todo un sueño, pero en fin, vamos a tu casa; Calimerio montó en
su caballo, y Chuis adelante en el jinetillo, y empezó la Cabalgata hasta “La Chufaca”.
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