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Título
El Ministerio Público nace en Francia con el primer Estado de derecho que se
conoce, durante el régimen napoleónico. En su origen fue un desprendimiento de la
administración creado ante la necesidad de que sus intereses sean defendidos ante el
Poder Judicial. No es el “vocero” de la administración sino que la defiende ante los
jueces de las distintas ramas del derecho y en cuestiones de orden público. Por ello hay
fiscales en distintas materias. Se concibe al fiscal como un funcionario que controla a la
administración de justicia a través de los recursos que son la herramienta que les fue
asignada.
En derecho penal con las acciones de oficio se impone la necesidad de contar
con funcionarios que requirieran la actuación de la justicia -esto ocurre sólo por
excepción en las otras materias-1, y esta exigencia hizo que el Ministerio Público en
materia penal fuera evolucionando lentamente hasta convertirse en un acusador. En el
comienzo esta tarea le fue asignada con gran desconfianza por lo cual, en lugar de
autorizarlo a actuar según su criterio, quedó limitado por las funciones asignadas a los
jueces que se encargarían de hacer la mayor parte del trabajo.
La división de funciones entre jueces y fiscales puede advertirse en las
discusiones que tuvieron lugar antes de la sanción del código de 1808,
fundamentalmente entre los que representaban al antiguo régimen y los partidarios de la
Ilustración y el acuerdo al que arribaron se mantiene hasta el siglo pasado cuando poco
a poco el fiscal comienza a actuar con una presencia mayor y se va perfilando cada vez
con mayor intensidad como un acusador; sobre todo a partir de la necesidad de evitar
que los jueces sean quienes afirmen aquello sobre lo que después ellos mismos tendrán
que decidir. En síntesis, asegurar la imparcialidad de los jueces exigía una nueva
distribución de funciones.
Algo de esta historia tomaron los constituyentes cuando, en un debate de unas
pocas horas, decidieron, por primera vez en nuestra breve historia constitucional, ir un
poco más lejos; los debates, cuya reproducción no agrega demasiado, concluyeron con
la necesidad de darle jerarquía constitucional a esta institución y sancionaron el artículo
120.
Subtítulo: Qué dice el 120:
El ministerio público es un órgano:
1. independiente
2. con autonomía funcional y
3. autarquía financiera,
El ministerio público tiene por función:
1. promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad, de los intereses
generales de la sociedad,
La ejerce en coordinación con las demás autoridades de la República.
Está integrado por:
1. un procurador general de la Nación y
2. un defensor general de la Nación y
1
La intervención del Ministerio Público en materia civil, contencioso administrativa, etc. es más limitada
que en el derecho penal. Por ello, en este trabajo nos ocuparemos de su actuación en el ámbito penal.
3. los demás miembros que la ley establezca.
Todos ellos gozan de inmunidades funcionales e intangibilidad de sus remuneraciones
Otra vez: ¿qué dice el 120?
El 120 categóricamente sólo dice lo que aquellos que promovieron su inclusión
quisieron que dijera: por un lado, que no depende del Poder Ejecutivo y que no forma
parte del Poder Judicial; y, por otro, que los fiscales tienen inmunidades y sus
remuneraciones son intangibles. El resto queda librado a la reglamentación que se haga
de la institución.
La ubicación del Ministerio Público en el capítulo cuarto de la parte orgánica de
la CN nos dice que, a partir de ahora, se suma a los tres poderes tradicionales, un nuevo
organismo como cuarto poder del Estado o como órgano extrapoder.
En doctrina tradicionalmente se ha sostenido que una de las cuestiones centrales
a definir respecto del Ministerio Público es su ubicación institucional y, en
consecuencia, hay teorías para todos los gustos que indican las ventajas de la
dependencia del Ministerio Público de uno u otro de los poderes del Estado. En nuestro
país en el orden nacional el Ministerio Público históricamente dependía del poder
administrador y esta “subordinación” era cuestionada por cuanto se decía -y se dice- que
el Presidente “podía” presionar al Procurador o a los fiscales para que persiguieran o
dejaran de hacerlo en circunstancias dudosas. Se agregaba que esta dependencia
limitaría la actuación de aquellos fiscales independientes que quisieran perseguir a
funcionarios del Ejecutivo por hechos de corrupción. De allí el empeño puesto en lograr
que el Ministerio Público fuera un órgano extrapoder.
Sin embargo, otros pensaban que la cuestión central no pasaba tanto por
establecer cuál es la ubicación institucional del Ministerio Público, sino por definir
claramente sus relaciones con los otros poderes del Estado en el sistema de frenos y
contrapesos que establece la CN.
En esta dirección, la CN estableció que el Ministerio Público ejerce su función
“en coordinación con las demás autoridades de la República”, con las que se relaciona
de distintas maneras:
Por una parte, el Congreso define la institución desde que dicta la Ley Orgánica
del Ministerio Público y las normas procesales penales. Esa ley ha dispuesto que el
Congreso y el Ejecutivo intervienen en la designación de los integrantes del Ministerio
Público y en la elaboración del presupuesto de la institución; y que los tres poderes
intervienen en el proceso de remoción de los fiscales.
La CN, por otra parte, ha dispuesto que las relaciones entre la/s cabeza/s del
Ministerio Público, el Procurador General, y el Poder Legislativo se realicen a través de
una Comisión Bicameral del Congreso creada para ese fin. A pesar de ello esta
Comisión a 16 años de la reforma aun no ha sido creada lo que dificulta la existencia de
colaboraciones o controles recíprocos2.
2
El Procurador General tiene la obligación de presentar a la Comisión Bicameral del Congreso un
informe anual acerca del desempeño del organismo. Este informe debe contener una evaluación del
trabajo realizado en el ejercicio; un análisis sobre la eficiencia del servicio, y propuestas concretas sobre
Con el Poder Judicial las relaciones se dan en el marco de las causas judiciales
y están regladas por el Código Procesal Penal de la Nación que mantiene un sistema
inquisitivo reformado en el que la investigación de las causas está a cargo del juez de
instrucción –excepto cuando delega esta facultad en los fiscales pudiendo retomarla
cuando lo considere oportuno. Merced a este régimen procesal el Ministerio Público
continua siendo la “quinta rueda del carro” de la que hablaba Joffre o “el adolescente”
del que se queja Julio Maier; su función sigue estando descolorida.
En cuanto a las relaciones institucionales con el Poder Ejecutivo, tenemos que
destacar que la CN define al Ministerio Público como un organismo con autarquía
financiera, con el objetivo de asegurar su carácter de órgano independiente. La ley en
la misma dirección dispone que cuenta con crédito presupuestario propio, atendido con
cargo a rentas generales y con recursos específicos. Sin embargo el Ministerio Público
sólo cuenta con fondos del Tesoro Nacional y, en lo que hace a la negociación sobre el
presupuesto, la última palabra la tiene el PE que no está obligado a otorgar lo solicitado
por el PG3. Sin dudas que el Ministerio Público pueda cumplir sus tareas eficientemente
dependerá del presupuesto que tenga asignado, o, por el contrario, ese será el
mecanismo para provocar su ineficiencia y para dejar en sólo palabras la declaración
constitucional4.
Como vimos la preocupación principal de los reformadores fue evitar que el
Ministerio Público continuara de alguna manera dependiendo del poder administrador,
por temor a que el ejecutivo digite al PG y a los fiscales e impida que se controle a sus
funcionarios. En realidad la dependencia presupuestaria que tiene del Ministerio de
Economía torna su autarquía y autonomía en una declaración sin contenido real;
ejemplo de ello es que a 16 años de su sanción no ha llegado a juicio una sola causa de
corrupción de funcionarios a pesar de las innumerables denuncias de corrupción que son
primera plana de los diarios casi cotidianamente. (salvo la causa “armas” y la causa
“IBM-Banco Nación” que después de más de 10 años de investigación terminó en un
acuerdo y no en un juicio). Por el contrario, el fiscal que tenía a su cargo la persecución
de estos delitos renunció por entender que sus facultades estaban siendo restringidas por
decisión el Procurador.
La desconfianza que se tiene en el Ministerio Público ha llevado a que todos los
intentos de darle una participación activa dentro del procedimiento penal se vean
mayormente frustrados y la cláusula constitucional no ha impedido que esto continuara
sucediendo. Paradójicamente, esa necesidad de limitar al Ministerio Público no se
las modificaciones o mejoras que éste requiera. Más allá de que la Comisión no ha sido creada, el PG ha
informado al Congreso sobre la actividad del Ministerio Público desde el año 1998. Este debería ser el
control externo por excelencia de la actividad del Ministerio Público y, sin embargo, no se advierten
hasta el momento, intentos institucionales serios dirigidos a la creación de esta Comisión que, además,
debería controlar la gestión del Ministerio Público. Si bien el PG cumple con su obligación de presentar
el informe ante el Congreso, ninguna de sus cámaras lo analiza. De este modo se pierde la oportunidad
para poner en juego las reglas de la democracia y los principios de la república.
3
La ley incluía un párrafo que fue vetado por el PE que establecía que el PE debía incorporar el
anteproyecto de presupuesto elaborado por la PGN al Proyecto de Presupuesto General de la Nación y
que solo podía formular observaciones sin modificar su contenido.
4
Así, por ejemplo, podría haberse dispuesto en la CN que se le asignara un mínimo porcentaje del
presupuesto nacional de gastos.
extiende a los mecanismos de control a su actuación y, por otra parte, esa desconfianza
tampoco se refleja en el establecimiento de controles a la actividad de los fiscales,
funcionarios y empleados de esta institución.
En este sentido, la real inserción del Ministerio Público en el juego de los
poderes del Estado lo deja casi aislado, sujeto a mínimos y poco utilizados controles,
aunque sometido al Poder Ejecutivo en lo que hace a los recursos que puede obtener
para su funcionamiento. Más allá de la pobreza de las instancias de control previstas, los
mecanismos existentes han pasado a ser, en la práctica, solo formalidades. En este
sentido, con excepción de la participación de los otros poderes en la designación y
remoción de los integrantes del Ministerio Público, y el manejo muy limitado que tiene
en el tema presupuestario, prácticamente no existe otro control al que estén sujetos sus
miembros ni evaluación de su gestión y desempeño.
Es fácil advertir que algo fracasó en el sistema de frenos y contrapesos ya que
formalmente nadie controla la actividad del Ministerio Público y, al mismo tiempo, el
Ministerio Público, escasamente coordina políticas con los otros poderes del Estado.
¿Qué más dice el 120?
La CN establece que el Ministerio Público es un órgano independiente, con
autonomía funcional. Por su parte ley orgánica sancionada en su consecuencia
establece que actúa con unidad de actuación “sin perjuicio de la autonomía que
corresponda como consecuencia de la especificidad de las funciones de los fiscales...”5.
Esta independencia orgánica, y su consecuente autonomía, ha sido entendida, por un
lado, como autonomía respecto del resto de los poderes públicos (en este sentido, no
puede recibir instrucciones de ninguna otra autoridad, se le garantiza su presupuesto,
etcétera); por otro, como actuación independiente y sin injerencias de cada uno de los
fiscales que integran la institución.
El problema se presenta por la confusión que existe entre distintos conceptos:
por un lado el de la independencia judicial y, por otro, el grado de autonomía necesaria
para actuar de los fiscales6. En realidad lo que ocurre es que esta autonomía ha sido
interpretada como propia de cada uno de los fiscales que defienden su “autonomía
funcional” individual; esto significa consagrar un límite estricto a las facultades de
gobierno y organización que podría tener en sus mandos el Procurador General.
Consecuencia de esta interpretación es que se debilitan por completo las
facultades del jefe del organismo de romper con la organización refleja del Poder
Judicial que es una de las principales razones del estancamiento y de la falta de
identidad de los fiscales. A ello se suma la creencia de que el Procurador tampoco
puede asignar casos de acuerdo con un sistema distinto al vinculado al turno judicial, ni
5
6
Cf. Artículo 1 LOMP.
La independencia judicial no tiene nada que ver con la que requiere el Ministerio Público para
funcionar; los jueces tiene que ser independientes como garantía para los ciudadanos en el sentido de
asegurar que al momento de tomar una decisión son ajenos a cualquier injerencia externa -de los otros
poderes del Estado-, o interna -del propio Poder Judicial-. El Ministerio Público, por el contrario, para
cumplir con sus funciones se tiene que relacionar activamente con otros poderes u organismos, cosa
vedada al Poder Judicial.
organizar las fiscalías de modo de terminar con la estructura rígida de “un fiscal-una
fiscalía”, ni armar equipos de trabajo o reorganizar el trabajo en virtud de un criterio
territorial; tampoco quedaría autorizado a dictar instrucciones obligatorias que
establezcan criterios de actuación o interpretaciones legales, facultades estas que
también han sido cuestionadas por afectar este “principio de autonomía del fiscal”, que
no es otra cosa que una consecuencia de la asimilación que algunos propugnan entre
jueces y fiscales.
Cómo no puede ser de otra manera, esta “autonomía” también se ve reflejada en
la absoluta falta de mecanismos de control y evaluación del trabajo llevado a cabo por
los fiscales.
¿Y cuáles son las funciones de los fiscales7?
La Constitución dispuso que el Ministerio Público es custodio de la legalidad y
defensor de los intereses generales de la sociedad.
En general, la doctrina coincide en que el Ministerio Público en el orden
nacional tiene por principal función promover y ejercer la acción penal.
Tradicionalmente se entendió que la actuación del Ministerio Público debe dirigirse a
que se administre justicia y, por ello, su función ha quedado caracterizada como
actividad eminentemente judicial y no administrativa. Esto es, por otra parte, lo que
permite explicar la fórmula utilizada generalmente que lo define como el organismo que
"promueve la actuación de la justicia".
Por otra parte, en tanto se considera que su tarea es, también, velar por el
cumplimiento de las leyes y las reglas de procedimiento, se le han asignado
características propias de un órgano de control y, así, la CN le atribuye la función de
“actuar en defensa de la legalidad". Esto significaría que la actividad requirente
tradicional del Ministerio Público debe dirigirse a custodiar la legalidad y a ejercer la
tutela judicial de los intereses generales de la sociedad. Sobre esto último hay diversas
interpretaciones aunque, en general, se sostiene que así se subraya que el Ministerio
Público tiene la representación del interés social; consecuencia de ello es que no
tiene un interés de “parte” en sentido estricto, sino que cuando actúa en el juicio
representa a la sociedad.
En este sentido, las funciones y facultades de los fiscales en el procedimiento
penal son de escasa importancia, independientemente de que sus atribuciones han ido
aumentando con el correr del tiempo y ante la necesidad de encontrar respuestas rápidas
a los problemas de aumento de la criminalidad. La legislación procesal penal mantiene
una fuerte influencia inquisitiva y los jueces continúan dominando el proceso.
En el actual estado de la situación, la actividad de la fiscalía consiste
básicamente en el control de lo realizado por los jueces, sobre todo a través de
dictámenes que son obligatorios antes de tomar decisiones o a través de los recursos que
pueden interponerse contra ellas. Como señala Maier, “fiscales y jueces sólo se
distinguen formalmente según el valor que la ley procesal atribuye a sus actos, pues
ambos cumplen una misión material idéntica, cada uno desde su particular punto de
7
Más adelante explicaremos porqué nos referimos a los fiscales y no a los defensores oficiales. Cuando
nos referimos al Ministerio Público en general, estamos hablando del Ministerio Público Fiscal.
vista”. Esto provoca que prácticamente nadie sepa qué es ni qué hace un fiscal; incluso
si uno le pregunta a varios fiscales cuál es su función probablemente encuentre tantas
respuestas diferentes como fiscales encuestados.
Y quiénes forman parte de este órgano extrapoder?
La CN concluye disponiendo que el Ministerio Público está integrado por un
procurador general de la Nación y un defensor general de la Nación.
Es difícil explicar la razón por la cual organismos con características y funciones
tan diferentes aparezcan en una misma cláusula constitucional y con identidad de
funciones.
En realidad tanto los fiscales como los defensores siguieron la suerte de los
tribunales y la razón profunda de esta paridad radica en la teoría argentina que
enseñaron Vélez Mariconde y Soler que considera a los fiscales como órganos
judiciales y que, en nuestro sistema, se extiende hasta los defensores que también son
órganos judiciales y, por lo tanto, tienen las mismas características que tienen los
jueces: son nombrados igual que los jueces, son destituidos igual que los jueces, etc..,
Para evitar ser considerada la propulsora de la exclusión de los defensores de la
Constitución, y aunque me tilden de cobarde por ello, prefiero decirlo con palabras de
Julio Maier: “en realidad, el defensor es como un maestro de escuela pública o como
un médico de un hospital, es un individuo que pone el Estado para auxiliar a aquellas
personas que no pueden acceder a ciertos servicios que se consideran elementales para
la dignidad humana. Nada más que esto. Y por eso existen los hospitales, porque el
Estado quiere que cierto nivel de salud sea accesible para todos; lo mismo pasa con la
escuela pública. No hay duda que los defensores no son autoridades constitucionales;
obviamente a ellos no les conviene dejar de ser lo que son, pero no tienen porqué ganar
lo que gana un juez, ni ser destituido siguiendo procedimientos similares, etc. Toda esta
consideración hacia estos funcionarios como funcionarios judiciales ha permitido que
ingresen en las constituciones y que tengan un estatus que no les corresponde. También
esta es la razón por la que defensores y fiscales se sienten totalmente independientes y
sostengan que a ellos no los puede mandar nadie. Esto es algo que siempre se sostuvo
respecto del Ministerio Público. Sin embargo, una cosa es sostener que el principio de
legalidad rige para ellos también y, por lo tanto, son responsables disciplinariamente
por no observarlo, y otra cosa es dar por tierra con el principio de unidad e
indivisibilidad que debe regir la actividad del Ministerio Público. Pero así son las
cosas y acá hay tantos ministerios públicos como fiscales existen, cada uno hace lo que
quiere con sus casos”.
En parte, por seguir esta escuela, es que este trabajo se refiere en general a los
fiscales a pesar de que la cláusula constitucional consagra este organismo “bicéfalo”.
Y qué dice la reglamentación de la CN?
Los principios que regulan la actividad de los integrantes del Ministerio Público
fueron establecidos por la ley que reglamentó la norma constitucional que dispone, en
primer lugar, que es un órgano jerárquico8 y establece jerarquías diferentes de fiscales.
Sin embargo, esta declaración de principios no se traduce en un sistema verdaderamente
jerárquico ya que salvo la facultad que tiene el PG de dictar instrucciones generales y,
de un cierto poder para delegar; del resto de las disposiciones legales se ha interpretado
que el legislador se inclinó hacia el mantenimiento de una corporación en una forma no
muy diferente a la que era antes del dictado de la ley. Tanto antes como ahora, en líneas
generales se puede decir que los fiscales trabajan en forma individual sin “sufrir”
injerencias por parte de otros fiscales o del PG. La línea jerárquica es aparente, además,
porque la diferencia entre los distintos fiscales prácticamente queda reducida a una
división de tareas en el procedimiento penal y a una diferencia en las remuneraciones.
En los pocos casos que se establece una jerarquía, se lo hace débilmente, como cuando
se faculta al fiscal de juicio para convocar al fiscal de primera instancia que hizo la
instrucción de la causa para que lo sustituya o colabore con él en el debate9.
Algo similar ocurre con la incorporación legal de los principios de unidad e
indivisibilidad de la función. Estos principios imponen que en el ejercicio de la
persecución penal, los fiscales representan al Ministerio Público frente a la organización
judicial sin importar cuales son las reglas de organización interna que existan.
Históricamente tuvieron como significado organizar jerárquicamente a sus funcionarios.
Cualquier funcionario que actúa en un procedimiento representa al Ministerio Público y
tanto sus acciones como omisiones le son imputables a la institución. Sin embargo,
cuando la misma ley establece normas de distribución del trabajo, la fuerza del principio
se desdibuja. En este sentido, cuando el fiscal de jerarquía superior carece de las
facultades de dictar instrucciones, de sustituir a un fiscal o de reasumir la investigación
de un hecho, así como de asignar recursos en función de necesidades, el principio de
unidad deja de tener sentido. Así, la ley vuelve a ser confusa y esta declaración de
principio no queda claramente reglamentada. En la práctica, triunfa la tesis que otorga
autonomía de gestión e independencia a cada uno de los funcionarios del Ministerio
Público, del mismo modo que a los jueces, cuyo resultado es tantos ministerios públicos
como fiscales existen.
En definitiva, la ley establece que el Ministerio Público tiene una organización
jerárquica pero ese principio, en realidad, sólo parece fundar el poder disciplinario de
control sobre funcionarios inferiores y tan sólo respecto de algunos miembros del
Ministerio Público.
Es notable la “judicialización de la fiscalía”, sus funcionarios apenas se
distinguen de los jueces en cuanto a las formas de nombramiento y remoción, en lo que
hace a las inmunidades y privilegios e, incluso, a la función que desempeñan y cómo lo
hacen. Nos encontramos con fiscales con escasos contactos entre sí, organizados al
igual que los jueces.
Insistimos nuevamente en este punto. Como el Ministerio Público Fiscal se
organizó en forma refleja al Poder Judicial, por cada juzgado existente se creó una
unidad funcional “fiscalía”. Se copió en forma idéntica la organización judicial, con las
8
9
Cf. Artículo 1 LOMP.
En este caso no está previsto que pueda darle instrucciones, sino que la circunstancia de estar en
desacuerdo con la acusación formulada por el inferior le permite apartarse de la causa para que el que
acusó mantenga esa acusación durante el juicio.
mismas divisiones en fueros e instancias y, además, cada “fiscalía” copió la
organización que tenían los juzgados, inclusive la planta de empleados.
El más importante intento de reorganización del Ministerio Público se realizó
luego de la reforma de la CN, y con la sanción de la ley orgánica del Ministerio Público,
cuando volvió a surgir la posibilidad del cambio. En la medida que las normas
procesales lo permitieron, se retomó la iniciativa de reformular el modelo de
organización del Ministerio Público para adaptarlo a las funciones básicas que le
corresponden10. Este intento fue profundamente resistido por los integrantes del
Ministerio Público y, por ello, descartado.
Resultado: tenemos una declaración constitucional que no ha significado un
cambio en la institución en lo que se refiere a sus funciones específicas. Más allá de
haber crecido en la cantidad de recursos humanos y en la tecnología de la que hoy
disponen los fiscales, su actuación continúa rigiéndose por las mismas reglas de
organización.
Cómo llegamos a esto?
Entendemos que la razón de esta situación obedece a que la propuesta de
reforma constitucional y la incorporación del 120 estuvo más dirigida a consolidar los
privilegios de los integrantes del Ministerio Público –estabilidad en el cargo, inmunidad
e intangibilidad en la retribución- que a consolidar un organismo eficaz y eficiente en el
ejercicio de las funciones que le asignaron.
Es posible que tanto la reforma constitucional como el impulso para la sanción
de la ley de organización del Ministerio Público haya sido el producto del trabajo de un
grupo de fiscales y de defensores que querían dejar de depender del Poder Ejecutivo
pero que no pudieron discriminar dos situaciones completamente diferentes.
Una cuestión es qué tipo de instrucciones son legítimas y quiénes son los
encargados de controlarlas y qué ocurre en caso de desacuerdo entre el que da la orden
y quien debe ejecutarla. En este caso hay distintas posibilidades que permitirían
asegurar la transparencia y publicidad de las instrucciones, su control por parte de un
órgano ajeno al que las imparte, y la posibilidad de aquel que la recibe de cumplirla u
objetarla; y todo esto independientemente de quien sea el que tiene el poder de dictarla
–Ejecutivo, Legislativo u órgano extrapoder-.
Otra cuestión es cómo se organiza una institución para ser eficiente en la tarea
que le toca. Los impulsores de la reforma estaban más interesados en la independencia
funcional que en la función institucional. Esta es la razón por la cual el 120 no dice cuál
10
En ese entonces la Fiscalía de Política Criminal de la PGN preparó una propuesta de un nuevo
modelo de organización del ministerio público “que pretendía alcanzar la máxima eficiencia procesal, la
mayor transparencia en las decisiones internas, el mayor control posible del ejercicio de poder que le
toca, el máximo contacto con la comunidad y, por sobre todas las cosas, centrar su atención en las
funciones propias del organismo que obligan al abandono del estilo de organización refleja del Poder
Judicial partiendo de considerar que dos organismos que tienen funciones autónomas, en gran medida
distintas y que responden a principios de actuación distintos, no pueden estar organizados de modo
simétrico”. Esta propuesta encontró la oposición de la gran mayoría de los integrantes del Ministerio
Público que ni siquiera aceptaron discutirla.
es la misión del Ministerio Público y crea un organismo cuyas funciones quedan
supeditadas a la decisión legislativa.
La ambigüedad de la CN permitió una reglamentación que, por un lado, declaró
la vigencia del principio de la jerarquía y, por otro, la borró con el codo al mantener la
organización refleja del Poder Judicial; al mismo tiempo que instaló la confusión entre
autonomía como institución y autonomía como atributo del cargo y reforzó la idea de
que los fiscales son “juecesitos”.
Si nadie considera que la ley es inconstitucional es porque el 120 dice poco y
todo cabe en su letra. Por ello entiendo que la única consecuencia importante que tuvo
el 120 fue la jerarquización del Ministerio Público al dotarlo de rango constitucional y
al imponerle al Congreso la obligación de sancionar una ley que diera el marco jurídico
a esta institución.
De esta manera hoy tenemos algún nivel de organización más allá de que no
cambió la cara real del Ministerio Público que continua siendo un espejismo judicial, a
pesar de lo cual no parece necesario o conveniente una reforma constitucional en
materia de Ministerio Público porque la CN no hace daño, es inofensiva con excepción
de la creación de esta institución “bicéfala” ya que, como dijimos, claramente el
conjunto de defensores oficiales no debería tener rango constitucional.
Para terminar, si bien la preocupación por el Ministerio Público se ha centrado
mayormente en unas pocas cuestiones: su ubicación institucional, el giro hacia un
sistema acusatorio, el alcance de las facultades discrecionales, etc. y la reforma
constitucional es una muestra más de esta situación; entiendo que el éxito o el fracaso
en la constitución de ministerios públicos capaces de alcanzar las expectativas puestas
en ellos dependerá no tanto de estos temas como de su adaptación a nuevas modalidades
de trabajo: dinamismo, flexibilidad, informalidad, trabajo en equipos, especialización,
coordinación con otras instituciones y acercamiento con la comunidad. En este orden de
ideas, la estructura administrativa de las fiscalías, su cultura organizacional y sus formas
de funcionamiento, tanto en lo administrativo como en lo que hace al proceso de
investigación, deberían pasan a primer plano.
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