Como Yo Los He Amado Juan 13:1-38 Versículo Clave 13:34 “Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros.” ¿Ustedes sabían que yo vine desde la Alemania para contarles una bonita historia de amor— mi propia historia de amor. Durante mucho tiempo, estaba solo, y Dios sabe que no es bueno estar solo. Los años se añadían y se añadían, pero aún estaba solo cuando cumplí los 30 años. Pero el año pasado, Dios asombrosamente escuchó mis oraciones y pude conocer a mi maravillosa esposa Hanna. El que nos viera se asombraba por el amor que compartíamos entre nosotros desde el principio. Ahora, después de un año de matrimonio todavía nos amamos como el primer día. El mes pasado, hasta lloró cuando tuve que viajar a los Estados Unidos por solo un fin de semana para la preparación de la convivencia! Y Dios nos ha bendecido al darnos un niño, que todavía está por nacer. Pero hay una historia de amor más magnífica que ésta, la historia de amor más grande de todas. Es la historia del amor de Dios por nosotros. “El amor” es el núcleo de la comunidad Cristiana. “Así como amó Él… así ama tú.” (Miremos al diagram de nuevo.) Entonces, ¿Cómo podemos amar? Aprendamos de Jesús en este pasaje. Primero, “Si no te lavo” (1-11) Era justo antes de la fiesta de la Pascua. La Pascua celebraba la gracia salvadora de Dios a Israel cuando los liberó de la esclavitud en Egipto. Esta fue la última Pascua que Jesús compartiría con sus discípulos. Jesús sabía que había venido de Dios y que iba a volver a Dios. El sabía que Dios le había dado poder y autoridad sobre todas las cosas. También sabía que uno de sus propios discípulos amados lo traicionaría. En estos momentos tan difíciles, ¿Cómo usó Jesús su autoridad y su poder? El versículo 1 dice: “Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” En vez de pensar en sí mismo, Jesús les dio toda su atención a sus discípulos. ¡Los amó hasta el final! Sus discípulos fueron llamados a representar a Jesús en el mundo. Pero en vez de amarse y servirse los unos a los otros, discutían entre sí quién sería el mayor. Ellos realmente necesitaban el amor y la ayuda más extensa de Jesús. Veamos cómo Jesús los amó (4-5). Jesús, el Maestro y Señor, de repente se levantó de la cena, se quitó su manto, y se ató una toalla a la cintura. Delante de los ojos de sus discípulos, echo agua en un recipiente y lo llevó a dónde ellos estaban sentados. Entonces, se agachó delante del primer discípulo, y comenzó a lavarle los pies. Sin una sola palabra, fue al segundo y al tercero y empezó a hacer lo mismo. ¡Eso es increíble! Este era una tarea reservada solo para los siervos mansos. Miren cuánto Jesús se humilló para amar a los suyos. ¿Quién más podría amar como Jesús? Su amor es único. Jesús se acercó a Simón Pedro para lavarle sus pies. ¿Cómo reaccionó a la expression de amor de Jesús? Él le dijo a Jesús: “Y tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?” (6) ¡Jesús, el Dios Encarnado, lavando los pies sucios de Pedro! Alguien diferente debería estar haciendo ésto ¿no? ¿Tal vez Natanael, o Andrés, el hermano de Pedro? ¿O quizás el joven Juan? ¡Pero definitivamente no Jesús, el Señor! Pedro no entendía que al lavarle los pies, Jesús estaba expresando el amor redentor de Dios por él. Jesús le dijo: “Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero lo entenderás más tarde” (7). Jesús le dijo ésto para ayudarle a Pedro a confiar en él. ¿Pedro aceptó el camino de amor y gracia de Jesús y concedió lavarse los pies? “¡No!” protestó Pedro “¡Jamás me lavarás los pies!” (8a). ¡Cómo pudo Pedro hablarle a Jesús de esta manera! ¿Cuál era su problema? Pedro simplemente era demasiado orgulloso para enseñarle a Jesús sus pies sucios. Él se distinguió de los otros discípulos, pensando: “Quizás ellos necesiten tu ayuda… pero yo estoy bien….” Así que él dijo: “¡NO!” Jesús debería de estar ofendido por la respuesta de Pedro. Pero Jesús pacientemente lo amó. Le dijo: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo” (8b). ¡Qué advertencia tan solemne le dió a Pedro, su discípulo leal y fiel! Pedro había dejado todo para seguir a Jesús. Así que Pedro pensaba que su relación con Jesús era basada en su propia lealtad y devoción. ¡Pero este tipo de actitud revela el orgullo y la justicia propia de Pedro! ¡Las palabras de Jesús aquí, “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo,” le revela a Pedro, y también a nosotros, una verdad que da vida! Para tener parte con Jesús—es decir, para tener una relación que da vida—tenemos que ser lavados por Jesucristo. La relación entre Jesús y nosotros es una basada enteramente en su gracia. Jesús amaba a Pedro. Jesús quería lavarle los pies sucios. Éste fue un preludio del lavamiento de los pecados sucios de Pedro por la sangre de Jesucristo derramada en la cruz. A menos que los pecados de Pedro fueran lavados en la sangre de Jesús, Pedro no podría tener un relación con Jesús. Cuando Pedro lentamente se dio cuenta de que su relación con Jesús estaba amenazada, de repente gritó: “Entonces, Señor,… ¡no sólo los pies sino también las manos y la cabeza!” (9) ¡Hizo un giro rápido de 180° y le pidió un baño entero! En cambio Jesus le dijo: “El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies; pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están limpios, aunque no todos” (10). Pedro fue limpiado a través de aceptar la palabra de Dios enseñada por Jesús. Pedro había dedicado su vida a Jesús. Pero aún necesitaría ser limpiado de sus pecados diariamente a través del arrepentimiento. Mi familia y yo emigramos a Alemania desde Irán cuando yo tenía 8 años de edad. Nuestra formación religiosa fue Musulmana, pero yo no creía en Dios. A la edad de 17 años, un amigo Cristiano de la escuela me invitó a una convivencia bíblica. Así que empecé a leer el Antiguo Testamento para comprobarle a él que Dios no existe. Pero en el momento en que estaba leyendo el libro de Éxodo, mi corazón se conmovió por el Dios viviente de la Biblia, y Dios me convenció de ir a la convivencia. Fue en esa convivencia donde recibí el baño redentor de Jesús. Allí oré por primera vez en mi vida: “Dios, si realmente existes, ¡pruébalo!” Era tan orgulloso y exigente. Pero Jesús escuchó mi oración y me habló al corazón a través del studio bíblico. Jesús amó a un adolescente orgulloso e incrédulo como yo. Ofreció perdonarme todos mis pecados sucios. Así que me arrepentí de mi orgullo y la incredulidad y Jesús me lavó hasta dejarme limpio. Pero aún después de entrar en fraternidad con Jesús, seguí batallando con mis pecados—especialmente el pecado de orgullo. En el trabajo, insistía en mi propio punto de vista y la sostenía interminablemente para ganar el debate. En los estudios bíblicos me aferraba a mi propia comprensión de la Biblia en lugar de aceptar lo que mi pastor or mis ovejas dijeran. Entonces, de repente me sentí como si necesitara un baño de nuevo para estar limpio. Pero Jesús me enseñó en este pasaje que lo único que necesito es llevarle mis pecados a Él todos los días en arrepentimiento para una limpieza. De esa manera, Dios me está ayudando a crecer en la humildad. Segundo, “Ámense los unos a los otros” (12-38) Cuando Jesús terminó de lavarles los pies a todos sus discípulos, se puso su manto y volvió a su lugar. Empezó a explicarles por qué les había lavado los pies. “¿Entienden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes. ¿Entienden ésto? Bienaventurados serán si lo ponen en práctica.” ¡Que Hermosa enseñanza le dio Jesús a sus discípulos! Jesús quería que sus discípulos fueran bendecidos y que experimentaran la alegría de la verdadera fraternidad cristiana. Piénsenlo. Lo comunidad de los discípulos podría ser bendecida si se estableciera en la humildad y el servicio: Los discípulos ayudándose los unos a los otros, perdonándose los unos a los otros, soportándose los unos a los otros, apoyándose los unos a los otros. Todo el mundo quiere una comunidad de este tipo, ¿no? ¿No sería mucho mejor que tener una comunidad en la cual se critican y se dan puñaladas por la espalda y compiten entre sí? Pero, ¿cómo podríamos tener una comunidad tan bendecida? Jesús tomó la iniciativa de amar primero. Los discípulos estaban sentados a la mesa con los pies sucios, esperando ser servidos. Jesús estaba a punto de morir en la cruz. Pero Él se levantó y comenzó a lavarles los pies. Así como Jesús tomó la iniciativa de amar primero, ¡nosotros también tenemos que tomar la iniciativa de amar primero! Si esperamos a que otros den el primer paso, ¡quizás esperaríamos toda la vida! Mientras Jesús estaba trabajando para crear una hermosa comunidad de amor, Satanás estaba tratando de destruirla. Veamos el versículo 21. “Jesús se angustió profundamente y declaró: ‘Ciertamente les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar.’” Es difícil imaginar lo doloroso que debe haber sido para Jesús. Por lo general, cuando alguien nos hiere, queremos tomar venganza o deshacernos de ellos. Pero Jesús hizo lo que nadie jamás haría. Jesús amó al que estaba a punto de traicionarlo. Jesús le ofreció a Judas un trozo de pan (26). Era una expresión del amor de Jesús. De esta manera, Jesús amó a Judas hasta el final. Pero Judas rechazó el amor de Jesús y salió de allí a la noche oscura (30). “Cuando Judas hubo salido, Jesús dijo: ‘Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en Él’”(31). Jesús sabía que a través de Judas él sería capturado y crucificado. Pero Jesús no vio a su traición como una tragedia. Lo vio como un triunfo y una victoria. La muerte de Jesús en la cruz glorificaría a Dios. Revelaría plenamente el amor de Dios al mundo. Después de esto, Jesús comenzó a compartir el aspecto clave de su enseñanza. Leamos el versículo 34 juntos: “Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros.” ¡Es uno mandamiento “nuevo”! Claro, el mandamiento de amar estaba en el Antiguo Testamento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18b). Sin embargo, el mandato de Jesús es nuevo porque Él amó de una manera que nadie jamás había amado o conocido antes. Jesús dejó su gloria y vivió entre nosotros. Jesús tenía esperanza en sus discípulos, cuando ellos estaban sin esperanza. Jesús los aguantó cuando ellos vio que no cambiaban. Cuando fracasaron, Jesús los restauró. Jesús se humilló y les lavó los pies como un humilde siervo. Finalmente, Jesús dio su vida en la cruz para salvarlos de sus pecados. ¿Cómo podemos amarnos los unos a los otros? En realidad, no podemos amarnos los unos a los otros con nuestra propia fuerza y voluntad. Sinceramente, algunos de nosotros no tenemos idea de cómo amarnos unos a otros. Pero personalmente experimentamos el amor de Jesús cuando aceptamos su sangre derramada por nuestros pecados. Entonces el Espíritu Santo viene a nuestros corazones y disipa todos los elementos de la oscuridad—el odio, los celos, la hostilidad y la crítica de unos a otros. El amor de Jesús nos permite amarnos los unos a los otros. Después, los discípulos de Jesús comenzaron a amarse unos a otros profundamente como Jesús los había amado. El amor mutuo de los discípulos dio a luz a la hermosa comunidad cristiana del primer siglo. Su amor por los demás cambió el mundo. Las palabras de Jesús “Ámense los unos a los otros,” no son una opción, sino un mandato para que lo obedézcamos. La mayoría de la gente considera el amor como un sentimiento. Cuando sienten el amor, aman; y cuando ellos no sienten el amor, no aman. Entonces, ¿cómo podemos obedecer el mandato de Jesús de amarnos los unos a los otros cuando no nos da la gana? Debemos tomar una decisión consciente de fe de amar a los demás. Sinceramente, ha sido difícil para mí amar a los demás. Por supuesto, es fácil amar a mi maravillosa esposa y a mi hijo que está por nacer. Pero es difícil amar a mis hermanos cristianos. En Alemania soy líder de una fraternidad. Debería amar a los miembros de la fraternidad. Pero es tan difícil amarlos cuando son tan exigentes. Es mucho más fácil enojarme con ellos y criticarlos. Pero mi Señor Jesús me ha estado ayudando a amar como Él ama. El poder de su amor se manifiesta en nuestra pequeña fraternidad de UBF Heidelberg. Cuando comencé el estudio bíblico por primera vez, yo era egoísta y exigente. ¿Cómo podría alguien amarme? Pero nadie me juzgó. Me aceptaron y aguantaron con todas mis debilidades. Ellos me amaron. ¡Fue increíble! Cuando crecí en la fe, descubrí por qué y cómo me podían amar. Me amaban a causa de Jesús—porque ellos eran amados por Jesús. Así que yo también quería amar así. Pero muchas veces me doy cuenta que mi amor es demasiado débil como para amar a cierto hermano o hermana en Cristo. Sin embargo, el amor de Jesús es fuerte, lo suficientemente fuerte para permitirme amar, incluso cuando yo no pueda. Antes, yo pensaba que tenía que amar. Pero ahora realmente me gusta amar, porque amar como Jesús es el camino de la bendición. ¿Qué nos enseña Jesús sobre el resultado de amar a los demás? El versículo 35 dice: “De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros.” Jesús nos dice claramente quiénes son los verdaderos discípulos de Jesús. El amor es la evidencia de que somos discípulos de Jesús. Aunque seamos pastores maravillosos, mensajeros excelentes, y misioneros apasionados, no podremos ser reconocidos como discípulos de Jesús a menos que nos amemos los unos a los otros. El amor es un testigo y testimonio que es vital para la vida y el mensaje cristiano. En todo el mundo la gente está buscando el amor verdadero. Están decepcionados cuando lo único que encuentran es el amor humano egoísta. Necesitan ser testigos del amor de Jesús en el pueblo de Dios. Cuando nos amamos los unos a los otros, somos una bendición para el mundo. Acerquémonos a Jesús y dejémonos ser lavados por su sangre. Vamos a amarnos los unos a los otros al lavarnos los pies los unos a los otros. Amémonos los unos a los otros como Jesús nos ha amado.