violación de la defensa en juicio. reconocimientos impropios. fallo

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M. 794. XXXIX.
RECURSO DE HECHO
Miguel, Jorge Andrés Damián s/ p.s.a. de
homicidio.
-1S u p r e m a C o r t e :
I
La Sala V de la Cámara Penal de la provincia de
Tucumán resolvió, en lo que aquí interesa, condenar a Jorge
Andrés Damián Miguel a la pena de doce años de prisión,
accesorias legales y costas, por considerarlo autor del
delito
de homicidio simple cometido en perjuicio de Lucas Sebastián
Fernández. Asimismo, dispuso que la fiscalía de instrucción
en
turno prosiga con la investigación vinculada con la eventual
participación de otra u otras personas en dicho suceso,
acaecido el 30 de marzo de 1996 (fs. 2514/2536, del principal
que corre por cuerda).
Teniendo en cuenta los innumerables planteos
efectuados por la defensa con posterioridad a dicho
pronunciamiento (confr. fojas 2540/2543; 2549/2550; 2704;
2717/2719; 2731/2734; 2761/2765), considero conveniente
ceñirme a los agravios que sustentaron el recurso de casación
contra aquella sentencia (fs. 2555/2697) y el recurso de
reposición (fs. 2809/2812) deducido contra la providencia del
9 de noviembre de 2001 (fs. 2807 vta.).
a) En el primero de ellos, la asistencia técnica del
encausado sostuvo la nulidad absoluta del fallo condenatorio
con base en la alegada violación del principio de
congruencia, al considerar que la investigación dispuesta
para determinar la presunta participación de terceras
personas implicó alterar encubiertamente el suceso ante la
posibilidad de que su base fáctica pueda modificarse en el
futuro, todo ello, en detrimento de las garantías
constitucionales de defensa en juicio y debido proceso.
Asimismo, por diversos motivos, se agravió por la
defectuosa fundamentación en cuanto a la existencia del hecho
descripto en la acusación, que sustentó en defectos tales
como no describir la prueba con la que se tuvo por acreditada
su existencia material; soslayar la consideración de
argumentos y elementos de prueba de valor decisivo para
demostrar la imposibilidad física de que el hecho haya
ocurrido tal como se lo describió en la sentencia. También
cuestionó los fundamentos relativos a la culpabilidad del
imputado porque, a
su criterio, importaron avalar los reconocimientos de tres de
los cinco testigos presenciales en los que sustentó la
responsabilidad de Miguel, sobre presunciones que califica de
ilegales, inexistentes ó falsas; no existieron los
reconocimientos en “rueda de personas”; no se valoraron
indicios serios, graves y concordantes contra Vegara Altuve
que lo sindicarían como autor del hecho; resultaba dudosa la
legalidad de los reconocimientos a través de la pantalla de
televisión; era defectuoso el razonamiento lógico para
demostrar que el imputado obró con dolo eventual; y
reflejaban una carencia de fundamento en el monto de la pena
aplicada.
Cabe poner de resalto, que como agravio
independiente, aunque vinculado con muchas de las críticas
señaladas, la defensa también planteó un incidente de
redargución de falsedad de la sentencia apelada y solicitó,
previo a la sustanciación del recurso de casación, su
apertura
a prueba (fs. 2664 vta./2679). Puntualmente, esas falsedades
que, a su entender, acarrearían la nulidad de la condena y la
celebración de un nuevo juicio, consistieron en concebir como
prueba esencial a los actos de reconocimiento en rueda de
personas del imputado Miguel, cuando en realidad tales
diligencias no se llevaron a cabo; en partir de premisas
falsas para afirmar que Vergara Altuve no fue reconocido por
los testigos presenciales del hecho, pues además de declarar
sólo como testigo, tampoco aquéllos fueron convocados a tal
efecto, ni se indica cuándo, cómo y dónde estuvieron en
condiciones de reconocerlo; en no consignar con exactitud o
no hacerlo en su totalidad los dichos de testigos y peritos
en el debate relacionados con el “disparo auto a auto”,
aspecto que constituyó la base fáctica que se tuvo por
probada en el juicio y que hubiese permitido demostrar la
imposibilidad física de que el hecho haya ocurrido como se
estableció en la sentencia, así como también que Miguel no
fue el autor material.
Además de todas las constancias de la causa, se
ofreció como prueba para acreditar tales falsedades el
testimonio de aquellos testigos y peritos, así como también
la videograbación del debate que la querella adujo haber
borrado (fs. 2552).
Consideró también la defensa, que el estado de duda
que generaban los defectos apuntados acerca de la autoría de
Miguel en el hecho que se le imputa, no fue reconocido en el
pronunciamiento condenatorio.
Por último, solicitó en forma subsidiaria la
inconstitucionalidad del artículo 468 del Código Procesal
Penal provincial, para el supuesto que la inteligencia
asignada a dicha norma llevara a restringir la posibilidad de
revisar en la instancia casatoria la contundencia de las
pruebas para destruir el principio de inocencia, en
detrimento del derecho de todo imputado a recurrir de la
condena que reconocen los artículos 8, inciso 2.h) de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos y 14.5 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, ambos con
rango constitucional (art. 75, inciso 22 C.N.).
b) En cuanto a la reposición, se la sustentó en la
imposibilidad de ingresar en el análisis y resolución del
recurso de casación sin dar curso, previamente, a la referida
redargución de falsedad invocada en el contexto de aquél, ni
proveer su consecuente y necesaria apertura a prueba, pues
además de la ofrecida en su momento, la defensa estimó
conducente proponer otras -las grabaciones de audio
efectuadas
durante el debate; interrogatorio tanto al personal de Poder
Judicial que llevó a cabo esa tarea como a los testigos y
peritos oportunamente individualizados, para que se
manifiesten acerca de su autenticidad y si aquéllas reflejan
o no lo expresado por cada uno durante el juicio- cuya
producción no correspondía al tribunal de juicio por haber
finalizado su jurisdicción.
II
La Sala en lo Civil y Penal de la Corte Suprema de
Justicia de la provincia de Tucumán, rechazó el recurso de
reposición, la redargución de falsedad de la sentencia
condenatoria y el planteo de inconstitucionalidad, así como
también desestimó el recurso de casación, aunque declaró la
nulidad parcial de dicha sentencia sólo en cuanto hace
referencia a “los actos de reconocimiento en rueda de
personas” (fs. 2820/2884).
Contra este pronunciamiento se interpuso recurso
extraordinario, cuya denegatoria a fojas 3071/3086, dio lugar
a la articulación de esta queja.
III
En su extensa presentación de fojas 2895/3063, los
recurrentes atribuyen arbitrariedad al fallo apelado, pues
sostienen que las distintas cuestiones planteadas no fueron
resueltas con una pauta de razonabilidad exigible para que la
sentencia sea considerada un acto jurisdiccional válido,
conculcándose las garantías de la defensa en juicio y del
debido proceso legal, así como también el derecho a recurrir
que tiene todo imputado con el alcance que deriva de las
normas internacionales ya citadas. Sin perder de vista el
desarrollo de los agravios expuesto en el apartado I del
presente, y a fin de lograr un mejor orden expositivo de
aquellos que se pretenden someter a conocimiento de V.E.,
cabe referirse a los relacionados:
1. Con el recurso de reposición de fojas 2809/2812.
Estos consisten en:
a) Que el a quo resolvió el recurso de reposición
conjuntamente con el vinculado al fondo del asunto y rechazó
ambos planteos con argumentos relacionados exclusivamente con
este último. De esa forma, se afectó el derecho de defensa
del imputado, al resolver el resto de las cuestiones
desarrolladas en el recurso de casación sin atender los
motivos que fundaron la reposición. Según la defensa, ello
implicó también un exceso jurisdiccional, al abordar el
Superior Tribunal provincial el análisis de planteos sin
haber adquirido firmeza la providencia cuya revocación se
perseguía.
b) La lesión al derecho de recurrir que implicó
resolver la redargución de falsedad sin la previa apertura a
prueba, toda vez que se impidió demostrar ese vicio en la
sentencia condenatoria.
c) La omisión en el fallo, al rechazar el planteo de
inconstitucionalidad del artículo 468 del Código Procesal
Penal, de toda referencia a la redargución de falsedad y a la
negativa de su apertura a prueba que implícitamente se
derivaba de su rechazo por el Superior Tribunal provincial.
2. Con el recurso de casación interpuesto contra la
sentencia de fojas 2514/2536. En tal sentido, la defensa se
refirió:
a) A la arbitraria fundamentación respecto de la
fijación del hecho por el que fue condenado Miguel, como
consecuencia de su inverosimilitud o imposibilidad física de
que haya sucedido tal como se determinó en la sentencia.
Sostuvieron los recurrentes que el a quo, al igual que lo
hizo
la Cámara, volvió a confundir y tratar en forma conjunta los
diferentes argumentos en los que se sustentó este agravio; es
decir, por un lado, la violación de las reglas de la sana
crítica y la omisión de considerar prueba decisiva -pericia
química acerca de la localización y grupo sanguíneo de las
manchas de sangre halladas en el interior del vehículo donde
se encontraba la víctima, y el testimonio del experto en
balística Olmedo que demuestra la imposibilidad de disparo
“auto a auto”- y por el otro, la no valoración de prueba que
tornaba verosímil e impedía descartar que el hecho hubiese
ocurrido de una manera diferente a la imputada, tales como
las
restantes lesiones que presentaba Lucas Fernández distintas
del disparo de arma que le causó la muerte; el resultado
positivo de la prueba de parafina practicada a una de las
personas (Nassif) que se encontraban en el interior del
vehículo con la víctima; y la omisión de considerar la
totalidad del testimonio brindado por la perito bioquímica
Vanni de Bulacio, que descarta las dos únicas explicaciones
que intentó Nassif al respecto.
La asistencia técnica del imputado también consideró
dogmático al fallo, pues no se precisó en qué sentido y en
qué
pruebas se basó la Cámara para analizar y descartar las
distintas hipótesis alternativas acerca del modo de
producción
del suceso -su posible ocurrencia en otro lugar y horario, o
en el interior del automotor en el que viajaba la víctima sin
intervención externa y como consecuencia del accionar de unos
de sus tripulantes, o bien que aquélla fue baleada mientras
estaba caída en el piso, la teoría de los dos proyectilesasí
como tampoco de qué modo, aún en el supuesto de admitir la
tesis sostenida en la sentencia, ello demostraría que la
producción del hecho establecido en la condena no era
físicamente imposible.
A su entender, esta manera de descartar tales
hipótesis, implicó que para el a quo el hecho debió ocurrir
como se describió en la acusación mientras no se demostrara
de
qué otro modo acaeció, por lo que dicho razonamiento importó
afectar seriamente el principio constitucional de inocencia.
b) A la arbitrariedad en la que también se incurrió
en cuanto a la atribución de autoría del hecho a Jorge Andrés
Damián Miguel. En este sentido, consideraron los recurrentes
aparente y falso el argumento por el que se desestimó la
queja
contra los reconocimientos en los que se sustentó la condena,
al sostener que la defensa “…se introduce en el campo de la
eficacia o impacto conviccional de las pruebas (aunque se
encarga de decir que no) en orden al juicio de identidad, lo
que deriva en su inadmisibilidad en sede casatoria, en razón
de la función del recurso específico…”.
En efecto, para demostrar tal vicio de
fundamentación, los apelantes refieren que las diversas
situaciones señaladas al respecto no fueron evaluadas por la
Suprema Corte provincial para analizar la eficacia de esos
reconocimientos y de los demás indicios o argumentos que, por
ser utilizados como cargosos, reforzaron su valor convictivo.
Entre ellas mencionan la influencia que razonablemente pudo
ejercer en los testigos que reconocieron al imputado su
condición de policía e hijo de una persona con poder; la
invocación de diversas circunstancias que lógicamente
pudieron
afectar la capacidad perceptiva de aquéllos, como el alcohol,
cansancio, su calidad de víctimas y testigos o las presiones
por el reclamo social del momento; la afectación del
principio
de razón suficiente por coincidir la imagen de los “retratos
hablados” no sólo con Miguel sino también con Vergara Altuve;
lo vinculado con la coartada del encausado, sus dichos a la
prensa y lo manifestado sobre las personas que lo
identificaron; la incorrecta mención como indicio de cargo
tanto del proceder del padre de Miguel en una diligencia
judicial ordenada durante la investigación, como de la fuga
inicial de Miguel y de la demora en entregar a la fiscalía un
arma similar a la utilizada en el hecho; la errónea
presunción
sobre la posible utilización por el encausado de un vehículo
ajeno, por la sola circunstancia de registrar un antecedente
de esas características; el dogmático argumento de la
sentencia para descartar la posibilidad de que Vergara Altuve
pudo haber sido el autor del crimen; la enunciación de
pruebas
que, lejos de haber significado un aporte a la eficacia
probatoria de los reconocimientos tal como se afirmó en el
fallo, sirvieron para corroborar el hecho; el erróneo
razonamiento por el que se concluyó que fue Miguel el autor
del suceso, al no proponerse alguna hipótesis digna de
consideración que haya permitido demostrar por parte de los
testigos algún propósito o confabulación para acusarlo
falsamente.
Por lo tanto, concluyeron que, en orden a la
participación de Miguel, el a quo se apoyó solamente en tales
reconocimientos y analizó su fundamentación basada
exclusivamente en la convicción y sinceridad de los testigos
que participaron de ellos.
Precisamente, es la confirmación de la condena sin
haber expresado las razones por las que las exposiciones de
esos testigos durante el debate causaron semejante impresión
a los jueces, lo que constituyó para los apelantes una
motivación sólo aparente respecto de un aspecto esencial en
el que se sustentó el fallo, en la medida que toda prueba
testimonial debe ser establecida valorándola con arreglo a la
sana crítica racional.
Estimaron también que se incurrió en un excesivo
formalismo al desestimar los agravios vinculados con la
necesidad -no cumplida por cierto- de realizar un
reconocimiento con las formalidades establecidas legalmente,
así como también con lo tardío del planteo de esa exigencia.
Incluso, advirtieron otros defectos de
fundamentación respecto de los efectos de la nulidad parcial
declarada por el a quo, de los planteos de la defensa acerca
de la “ontología” de los reconocimientos practicados y de la
violación de las reglas de la sana crítica al evaluar sus
resultados como prueba de identificación. Así, en cuanto al
primero, sostuvieron que no se consideró en su totalidad el
voto de la mayoría en la sentencia condenatoria,
circunstancia
que hubiese impedido minimizar el impacto probatorio del
reconocimiento en rueda de personas cuya inexistencia se
reconoció.
Acerca del restante aspecto señalado, insistieron en
una total ausencia de motivación en el rechazo de diversas
cuestiones esenciales por las que se pretendía demostrar la
inexistencia de los reconocimientos, al no explicar las
razones que llevaron al a quo concluir que, en este punto, la
defensa “…se introduce en el campo de la eficacia o impacto
conviccional de las pruebas (aunque se encarga de decir que
no) en orden al juicio de identidad…”, y de esa forma, evitar
su análisis en la instancia casatoria.
Cuestionó también la asistencia técnica de Miguel,
la confirmación de su autoría sobre la base de una informal
identificación por televisión realizada por tres de los cinco
testigos presenciales, sin respetar ninguna de las
formalidades legales y a pesar de la ausencia de
reconocimientos en rueda de personas reconocida en el propio
fallo.
Asimismo, se agravió porque se hizo prevalecer
aquellos reconocimientos seriamente cuestionados para
descartar la hipótesis alternativa que señalaba a Vergara
Altuve como autor directo de los disparos, sustentada incluso
en una serie de indicios acreditados en el curso del proceso
que, a su juicio, se descartaron sin razón alguna.
c) A los serios vicios de fundamentación en la
calificación legal adoptada -dolo eventual- y la
individualización de la pena impuesta a Miguel.
d) Al defecto de motivación que, sin perjuicio del
agravio detallado en el punto 1.c), también advirtieron en
cuanto al planteo de inconstitucionalidad del artículo 468
del
Código Procesal Penal provincial, al considerar que el
recurso
previsto en dicha norma restringía el derecho del imputado a
recurrir de la condena, con la finalidad de revisar la
contundencia de las pruebas invocadas en el fallo para
destruir el principio de inocencia.
La arbitrariedad alegada en este sentido por los
recurrentes, consistió en la contradicción que implicó
sustentar la constitucionalidad de esa norma en el criterio
flexible y amplio con el que debía interpretarse el recurso
de
casación, incluso respecto de las conclusiones fácticas en
las
que se fundaba la declaración de culpabilidad de Miguel, y
soslayar, sin embargo, el tratamiento de algunos agravios
porque, precisamente, se vinculaban con la eficacia
conviccional de la prueba cuya determinación, según el a quo,
era exclusiva de los jueces de grado.
IV
Sin pasar por alto lo sostenido reiteradamente por
V.E., en el sentido que la arbitrariedad es particularmente
restringida respecto de pronunciamientos de superiores
tribunales de provincia cuando deciden, como en el caso,
recursos extraordinarios de orden local (Fallos: 302:418;
305:515; 306:477; 307:1100; 313:493, entre otros), considero
que los planteos de los apelantes sustentados en esa tacha no
-10pueden prosperar. Con referencia a aquéllos que se vinculan
con el recurso de reposición deducido en autos, no se
advierte, ante su rechazo y, consecuentemente, el de la
redargución de falsedad, que el a quo haya incurrido en un
exceso jurisdiccional -punto 1.a) del apartado que antecedeal
abordar entonces el tratamiento de los restantes agravios
invocados en el recurso de casación. Pienso que ello es así,
pues la defensa no ha expuesto razón alguna que obstara
considerar firme lo resuelto sobre la revocatoria, lo que
resultaba especialmente exigible si se repara en que el
ordenamiento ritual no prevé medio alguno de impugnación
contra decisiones de esa índole (art. 459 del Código Procesal
Penal de la provincia de Tucumán).
Tampoco se alcanza a comprender ni los recurrentes
lo demuestran, cuál fue el perjuicio sufrido como
consecuencia
de haber resuelto el Superior Tribunal provincial dicha
cuestión en la forma que lo hizo, o bien, cuáles fueron las
defensas que se vieron imposibilitados de ejercer (Fallos:
310:2085; 311:904 y 2461), si se aprecia que, en definitiva,
es del rechazo del recurso de reposición que importó desechar
la posibilidad de probar en la instancia de casación la
falsedad de la sentencia condenatoria, del que aquéllos se
agravian, precisamente, en el remedio federal.
En efecto, adviértase que el a quo desestimó la
redargución de falsedad por no estar contemplada entre los
motivos por los que correspondía abrir la instancia casatoria
(art. 468 C.P.P.), en la que tampoco, agregó, se prevé la
recepción de pruebas. No parece que ese temperamento pueda
tildarse de arbitrario por haber tratado conjuntamente dos
cuestiones distintas; por un lado, el recurso de reposición
fundado en la necesidad de abrir a prueba la redargución de
falsedad y, por el otro, la procedencia de ésta como uno de
los agravios de fondo del recurso de casación deducido, sobre
todo si se tiene en cuenta la estrecha vinculación entre
ambas pues, al resultar a criterio del a quo improcedente la
redargución de falsedad por depender de cierta actividad
probatoria no prevista en la instancia, carecía de sentido la
viabilidad de la apertura a prueba que motivó la reposición.
Y respecto de los agravios invocados en sustento de
ésta última, tampoco asiste razón a los recurrentes, en la
medida que surge del fallo su adecuado tratamiento en tanto
se
consideró factible el análisis de dos de ellos -acerca de la
eficacia otorgada a los reconocimientos en rueda de personas
que nunca se llevaron a cabo y de la errónea evaluación del
“no reconocimiento” de Vergara Altuve por parte de los
testigos presenciales- en el contexto del recurso de casación
articulado por la defensa.
También carece de asidero lo afirmado por los
apelantes en el sentido que “…cuando la falsedad invocada
puede resultar de la sentencia, la Corte invoca que la
cuestión puede revisarse por vía de casación, pero cuando
ello
no es posible se niega a abrir a prueba y, en especial a
considerar e incorporar prueba objetiva de fácil acceso…”
(fs.
2921/2922), pues insisto, lo que el a quo consideró viable
revisar en el marco establecido en el artículo 468 del Código
Procesal Penal de la provincia, son aquellos agravios que no
dependían de prueba alguna y que se referían a cuestiones de
apreciación, aspecto este último del que también se agravia
la
defensa con base en la doctrina de la arbitrariedad, como
luego se verá.
La similitud entre el procedimiento en sede
casatoria previsto en el ordenamiento ritual de la provincia
de Tucumán (arts. 468 a 482) y en el Código Procesal Penal de
la Nación (ley 23.984), autoriza incluso a concluir, que
aquel
razonamiento vertido en el fallo no difiere del establecido
por V.E., al sostener que si bien la naturaleza restrictiva
del recurso de casación impide modificar las conclusiones de
hecho efectuadas por el tribunal de juicio al valorar las
pruebas, ello no impide determinar si la resolución
cuestionada tenía motivación suficiente como para ser
considerada acto jurisdiccionalmente válido (Fallos:
321:3695;
324:4123).
Resulta obvio que tales argumentos no pueden
invocarse respecto del restante agravio que alude la defensa
en su recurso de reposición -vinculado con la necesidad de
incorporar elementos de prueba para demostrar las presuntas
falsedades de la sentencia por no consignarse con exactitud o
no hacerlo en su totalidad los dichos de testigos y peritos
en la audiencia- motivo por el cual, sin perjuicio de
insistir el
a quo en la imposibilidad de admitir como prueba las
grabaciones de video y audio del debate, lo cierto es que al
no ser admisible en la instancia la demostración de las
alegadas falsedades, devenía lógico el rechazo tanto de
aquéllas pruebas como de las restantes cuya producción
pretendió la defensa con idéntica finalidad.
En este orden de ideas, no puedo pasar por alto que
los propios recurrentes, al reeditar en el remedio federal el
contenido de su recurso de reposición, reconocieron que en el
ordenamiento ritual de la provincia no estaba previsto
expresamente un procedimiento para probar la falsedad de un
acto procesal, aunque justificaron su proceder en que la
propia ley admitía recursos -aludieron al de revisión,
previsto en el artículo 489 C.P.P.- fundados en motivos
dependientes de un procedimiento probatorio.
Por lo tanto, resultan congruentes con lo expuesto
hasta aquí, las razones vertidas en el fallo para sostener la
imposibilidad de proponer en el sub judice la alegada
redargución de falsedad de la sentencia condenatoria y la
consecuente apertura a prueba, en virtud de las cuales se
concluyó que el medio elegido no era el adecuado para dicho
planteo, sin que ello implique negar esa posibilidad por
otras
vías, tal como expresamente se reconoció en el auto
denegatorio de fojas 3071/3086, y menos aún, afectar las
garantías constitucionales que la defensa entiende
conculcadas
(apartado III, 1.b).
Precisamente, al referirse los apelantes a la
amplitud que corresponde otorgar al recurso de casación como
medio idóneo para garantizar el derecho al recurso que
consagran las normas internacionales que citan a tal efecto,
no se hacen cargo de aquél argumento que, cabe resaltar, en
la
medida que remite a cuestiones derecho procesal local
resultan
ajenas, por regla, a la instancia extraordinaria (conf.
Fallos: 276:130; 297:227; 302:1104; 311:926; 312:1186). Por
lo
tanto, opino que el remedio federal también adolece en este
aspecto, del requisito de fundamentación suficiente que exige
el artículo 15 de la ley 48 (Fallos: 307:2216; 315:59;
317:442
y 323:3486).
En cuanto a la omisión de tratar la
inconstitucionalidad que se detalla en el punto 1.c) del
apartado que antecede, coincido con el a quo en cuanto a que
dicho planteo es producto de una reflexión tardía, pues su
invocación de modo expreso resultaba previsible al momento de
interponer el recurso de casación (Fallos: 302:194; 303:2091;
308:733; 310:2693; 312:2340 y 313:342), más aún, si se tiene
en cuenta que la cuestión se vinculaba con uno de los
agravios
que lo integran (confr. fojas 2555/2697, puntos IX y XII).
V
Por otra parte, resulta evidente que el resto de los
agravios relacionados con el recurso de casación
oportunamente
deducido por la defensa (apartado III, punto 2), apuntan pura
y exclusivamente a cuestionar las razones por las que el a
quo
confirmó la condena impuesta a Miguel a partir del análisis
de
temas de hecho, prueba, derecho común y procesal local, cuya
apreciación constituye, por regla, facultad propia de los
jueces de la causa y ajena, por ende, a esta instancia de
excepción (Fallos: 307:855; 308:51, 718 y 2423; 310:396;
311:600 y 1950; 312:809; 313:525 y 319:97, entre muchos
otros).
No paso por alto que ello no es óbice para que V.E.
pueda conocer en determinados casos, cuyas particularidades
permiten hacer excepción a ese principio con base en la
alegada doctrina de la arbitrariedad, toda vez que con ella
se
tiende a resguardar la garantía de la defensa en juicio y el
debido proceso, exigiendo que las sentencias de los jueces
-14sean fundadas y constituyan una derivación razonada del
derecho vigente con aplicación a las circunstancias
comprobadas de la causa (Fallos: 311:948, 2402 y 2547;
312:2507; 315:29; 318:652 y 321:1909).
Sin embargo, entiendo que no pueden prosperar las
críticas que los recurrentes intentan sustentar en esa tacha
pues, a mi modo de ver, la decisión impugnada contiene
fundamentos suficientes con apoyo en las constancias de la
causa y en las normas que consideró aplicables al sub judice
que, por opinables que resulten, no alcanzan para su
descalificación como acto jurisdiccional.
Como ya quedó dicho, aquéllos pretenden sostener la
relevancia que tienen ciertas pruebas cuya consideración fue
soslayada por el a quo, así como también aluden a la
defectuosa valoración de otras invocadas en el fallo, todo
ello, tendiente a mantener la inocencia del encausado
respecto
del delito por el que fue definitivamente condenado.
Que tales planteos no suscitan cuestión federal
suficiente lo demuestra, por ejemplo, la discusión que
pretende someter a conocimiento de V.E. la asistencia técnica
de Miguel respecto de la materialidad del hecho que se le
reprocha. En efecto, sin dejar de advertir que los jueces no
están obligados a tratar todos los argumentos utilizados por
las partes, sino sólo aquéllos que estimen decisivos para la
solución del caso (Fallos: 301:970; 303:275; 306:444 y 458),
lo cierto es que no se alcanza a vislumbrar la incidencia que
podría tener tanto en el razonamiento de la Cámara como del
Superior Tribunal provincial, la localización de manchas de
sangre cuyo grupo sanguíneo coincidía con el de uno de los
acompañantes de la víctima al momento del suceso (Nassif),
así
como también el resultado positivo de la prueba de parafina
practicada a éste último y el supuesto rechazo de sus excusas
por parte de la perito bioquímica Vanni de Bulacio.
Confirma tal apreciación, la circunstancia que entre
los fundamentos expuestos en el fallo para descartar la
posible ocurrencia del hecho en el interior del vehículo sin
intervención de terceros, se invocó la ausencia de restos de
pólvora y de “tatuajes” o “ahumamientos” en la cabeza de la
víctima, aspectos de los que no hace debidamente cargo la
defensa.
Por otra parte, las distintas formas en que, según
la defensa, pudo haber sucedido el hecho, no obsta la
conclusión a la que acerca de este punto llegaron los jueces,
en tanto resulta una modalidad también posible, que además
encuentra sustento en la prueba que ponderaron como
concluyente a ese efecto.
En lo vinculado a este tema, tampoco aprecio que en
el fallo se haya omitido considerar el argumento relativo a
la
imposibilidad de que la muerte de la víctima haya sucedido de
ese modo a partir de la ubicación de las manchas de sangre de
su mismo grupo en el interior de automóvil, tal como surge de
fojas 2519 y vta. del pronunciamiento del tribunal de juicio,
y de fojas 2864/2865 -punto XII, 3- del fallo de la corte
provincial.
De igual forma, tampoco se advierte en el fallo una
seria y decisiva carencia de fundamentación en el análisis
del
resto de las hipótesis elaboradas en igual sentido por los
recurrentes, ni en cuanto a los motivos por los que se
consideró acreditado el hecho y la culpabilidad del encausado
tal cual se estableció en la sentencia condenatoria.
Más aún, en relación con este último aspecto y
teniendo en cuenta el criterio sentado por V.E., en el
sentido
que si bien le está vedado al a quo revalorar la prueba
acumulada en un determinado caso sometido a su conocimiento,
sí le cabe examinar a través de la vía impugnatoria que surge
de un pronunciamiento presuntamente arbitrario, si el
temperamento adoptado reposa sobre argumentos carentes de
razonabilidad, con prescindencia de su correcta evaluación a
la luz de la sana crítica racional y de la consideración de
prueba que, integrada al proceso y evaluada en su conjunto
con
el resto de los elementos de convicción, conduciría
necesariamente a otra solución lógica (conf. Fallos:
-16321:1385, 3663 y 3695; 324:2554 y 4123), no me parece que
presente tales defectos la alegada convicción de los jueces
en
relación con los reconocimientos por parte de testigos
presenciales del hecho, en la medida que encuentra debido
sustento en el análisis pormenorizado de cada una de las
críticas dirigidas a cuestionar tales actos y del resto de
las
probanzas acumuladas en el legajo, sin que pueda apreciarse,
por ende, la violación de alguna de las garantías
constitucionales que se dicen afectadas.
Los agravios de la parte recurrente solo traducen
así, a mi modo de ver, su discrepancia con el criterio de los
jueces en al selección y valoración de los elementos de
prueba
que no cubre la doctrina de la arbitrariedad (Fallos:
323:4028; 324:3625 y 325:1922).
Similar situación a la descripta se advierte con los
reparos que le merecen a los apelantes tanto el delito por el
que fue condenado Miguel como la pena aplicada (III, 2.c) en
la medida que, al igual que el resto de los agravios objeto
de
análisis en este apartado, se reducen a una mera discrepancia
sobre la forma en que fueron apreciados y fijados los hechos
de la causa y la consecuente responsabilidad que le cupo al
condenado, con la finalidad de mejorar su situación procesal
al oponer un enfoque distinto sobre temas de hecho, prueba,
derecho común y procesal, aspectos que, insisto, toda vez que
fueron resueltos con fundamentos de igual naturaleza, más
allá
de su acierto o error, resultan ajenos a esta jurisdicción
extraordinaria (Fallos: 300:390; 303:135; 304:1699; 306:143;
311:2619; 312:551).
Por último, corresponde considerar la supuesta
arbitrariedad en la que habría incurrido el a quo al resolver
el planteo de inconstitucionalidad del artículo 468 del
Código
Procesal Penal local (III, 2.d). Sin dejar de resaltar el
silencio guardado por la defensa acerca de los argumentos que
sobre este último aspecto se vierten en el fallo, y sin
perder
de vista la invocada similitud entre dicha norma y el
artículo
456 del Código Procesal Penal de la Nación, no aprecio la
contradicción que alegan lo recurrentes sobre el punto pues,
tal como quedó expuesto, el análisis de las cuestiones
planteadas se llevó a cabo dentro de los límites establecidos
por la Corte, al pronunciarse en los citados precedentes
sobre
el alcance que cabe otorgar al recurso de casación para ser
considerado una vía apta a la que todo condenado puede
recurrir en virtud del derecho que consagran las normas
internacionales invocadas por los quejosos (Fallos: 321:495,
voto de los doctores Carlos S. Fayt y Enrique S. Petracchi, y
323:125, disidencias de los doctores Enrique S. Petracchi y
Gustavo A. Bossert).
VI
En consecuencia, soy de la opinión que V.E. debe
desestimar la presente queja.
Buenos Aires, 30 de agosto de 2004.
ES COPIA EDUARDO EZEQUIEL CASAL
Buenos Aires, 12 de diciembre de 2006.
Vistos los autos: "Recurso de hecho deducido por la defensa
de Jorge Andrés Damián Miguel en la causa Miguel, Jorge
Andrés Damián s/ p.s.a. de homicidio", para decidir sobre su
procedencia.
Considerando:
1) Que la Sala V de la Cámara Penal de la Provincia de
Tucumán resolvió condenar a Jorge Andrés Damián Miguel a la
pena de doce años de prisión, accesorias legales y al pago de
costas por considerarlo autor directo del delito de homicidio
cometido en perjuicio de Lucas Sebastián Fernández (art. 79
del Código Penal).
Tal decisión fue impugnada por la defensa del condenado
mediante la interposición de un recurso de casación fundado
en la existencia de vicios in procedendo Cart. 468, inc. 2,
del Código Procesal Penal provincial que fue finalmente
desestimado por la Corte Suprema de Justicia local.
Contra
esta
última
resolución
se
dedujo
el
recurso
extraordinario cuyo rechazo dio origen a esta queja.
2) Que la aludida Cámara Penal tuvo por probado que el día
30 de marzo de 1996, aproximadamente a las 4:50 horas, en
circunstancias en que la víctima Lucas Fernández circulaba en
el asiento contiguo al del conductor del vehículo marca
Volkswagen Gol(GTI), dominio AQG-327 Con el que viajaban 6
personas, apareció por el costado derecho un automóvil marca
Fiat Spazio, color azul, con vidrios polarizados, conducido
por una persona que efectuó tres disparos sobre aquel rodado
con un revólver calibre 22, uno de los cuales impactó en el
parietal derecho de la víctima causándole severas lesiones
que produjeron su muerte seis días después. La autoría del
hecho fue atribuida a Jorge Andrés Damián Miguel, quien el
día del suceso habría actuado acompañado de otra persona cuya
única nota distintiva apreciable radicó en el largo de sus
cabellos.
3) Que en sus extensas impugnaciones el recurrente efectuó
diversos
planteos
que
cuestionaron
esencialmente
la
racionalidad y motivación de la sentencia condenatoria al
establecer tanto el modo en que se había producido el
acontecimiento como también la atribución de responsabilidad
penal al recurrente. Dichas impugnaciones se fundaron en la
afectación a las garantías constitucionales de la defensa en
juicio, del debido proceso y del principio de inocencia.
En rigor, la principal objeción se apoyó en el hecho de que
el tribunal sentenciante fundó la autoría del delito en la
producción de un reconocimiento impropio en virtud del cual
tres de los ocupantes del vehículo receptor de los disparos
de arma de fuego señalaron a Miguel como autor del homicidio.
4) Que en lo que al planteo formulado atañe, el señor
Procurador Fiscal propició la desestimación de la queja toda
vez que los agravios planteados cuestionaban las razones por
las que el tribunal a quo confirmó la condena impuesta a
Miguel a partir del examen de aspectos de hecho, prueba,
derecho común y procesal local cuya apreciación constituye,
por regla, una facultad que es propia de los jueces de la
causa; y dado que a su juicio no se había demostrado la
existencia de arbitrariedad, la materia introducida resultaba
ajena a esta instancia de excepción.
5) Que la apelación extraordinaria resulta formalmente
procedente por cuanto la sentencia impugnada reviste el
carácter de definitiva puesto que pone fin al pleito,
proviene del tribunal superior de la causa en tanto se
impugna el fallo de la Corte Suprema de Justicia de Tucumán y
suscita cuestión federal suficiente al invocarse la doctrina
de la arbitrariedad de sentencias sobre la base de una
condena que impone doce años de privación de libertad fundada
exclusivamente en un reconocimiento impropio que afectaría el
derecho de defensa en juicio, la garantía del debido proceso
así como también el principio de inocencia.
6) Que, en el sub lite, el reconocimiento fue practicado al
margen de las formalidades exigidas por la legislación
procesal dado que se ha omitido la realización de la
correspondiente "rueda de personas", la cual fue reemplazada
por
los
reconocimientos
efectuados
por
los
testigos
Battaglia, Zamudio y Bazzano a partir de una aparición
televisiva hecha por el imputado en un medio local, quienes,
si bien declararon en una primera instancia que no podrían
reconocer al autor de los disparos, luego ratificaron
aquellas percepciones en ocasión del juicio oral.
Por cierto, la tacha representada por el recurrente no sólo
apuntaba a la obtención de la declaración de nulidad de la
prueba objetada sino que eventualmente también intentaba
poner en crisis la impresión que tales reconocimientos
generaron en los juzgadores, quienes les atribuyeron un valor
de verdad que alcanzó la firme convicción acerca de la
culpabilidad del acusado.
7) Que la propia sentencia del tribunal a quo confirmó la
circunstancia relativa a la inexistencia de un reconocimiento
realizado en rueda de personas Cal punto de que se declaró la
nulidad parcial del pronunciamiento originario en cuanto
había afirmado la concurrencia de tal circunstancia (ver fs.
260, punto III in fine)C, aunque otorgó plena validez al
practicado de modo impropio en los términos en que ya se
describieran.
8) Que dicha práctica no resultó de la imposibilidad
de proceder de otro modo pues el condenado revistió
tempranamente la calidad de imputado y también había prestado
declaración ante la instrucción, extremos que permitían su
localización y posterior citación a efectos de llevar a cabo
la medida de prueba en los términos previstos por la ley
procesal local.
A su vez y más allá de que la omisión apuntada no
puede
cargarse
sobre
el
imputado adquiere
sustancial
relevancia el hecho de que el cuestionado reconocimiento
impropio se ha erigido en la prueba por excelencia o
prácticamente
exclusiva para
fundar
la
atribución
de
culpabilidad respecto de Jorge Andrés Damián Miguel.
9) Que las exigencias incumplidas no revisten el
carácter de meras formalidades sino que, desde la perspectiva
del derecho de defensa, configuran requisitos estrechamente
ligados a la seguridad de la prueba de reconocimiento, toda
vez que tanto la rueda de personas como el interrogatorio
previo a los testigos que hayan de practicarlo constituyen
verdaderas válvulas de garantía que operan en favor de la
exactitud, seriedad y fidelidad del acto en la medida en que
tienden a disminuir las posibilidades de error a fin de
resguardar
la sinceridad de la identificación.
10) Que, por otra parte, adquiere significativa
importancia el hecho de que el pronunciamiento originario
también reconoció la existencia de numerosos indicios que
resultaron concordantes y que incriminaban a una persona
distinta
del efectivamente condenado Cal punto de ordenarse que
prosiga
la
investigación
en
función
de
la
eventual
participación
de otro sujetoC.
En este sentido cabe consignar que se dieron por
probadas las siguientes circunstancias con relación a uno de
los sospechosos identificado como Julio Vergara Altuve: que
había amenazado de muerte a la víctima a raíz de un problema
que su hermano menor había tenido con ella; que era
propietario
de un vehículo cuyas notas distintivas coincidían con las
del utilizado para la perpetración del hecho; que si bien la
patente no sería igual a la identificada por los testigos, el
peritaje efectuado sobre su automotor concluyó en que la
chapa
patente trasera presentaba características de haber sido
removida; que en la madrugada en que se desarrolló el hecho
el
nombrado circulaba por la zona junto con su novia de
cabellera
larga, lo cual también guarda armonía con la descripción que
efectuaron los testigos acerca del acompañante del autor del
homicidio; que tenía un arma del mismo calibre que la
utilizada para la comisión del delito; todo ello sumado a las
contradictorias y hasta inverosímiles explicaciones que aquél
oportunamente dio.
11) Que la necesidad de convicción no implica de
ninguna manera una remisión al pleno subjetivismo o a lo que
simplemente crea el juzgador. Tal creencia sólo sería apta
para sustentar una condena si se asienta en pruebas
concordantes
susceptibles de explicarla racionalmente.
Sin embargo, en el sub examine, esta última clase de
elementos probatorios no avalan la hipótesis de que Miguel
fuese el autor del homicidio Co, lo que es lo mismo, la
conclusión
obtenida a partir de la prueba nulaC sino que aquéllos
armonizan con una explicación diferente que colocaría a otra
persona en el centro de la imputación jurídico-penal.
12) Que, en tales condiciones, la opción en favor de
la condena de Miguel sobre la base de reconocimientos
impropios que carecen de apoyatura en otros elementos de
convicción, cuando a su vez existen numerosas pruebas que
incriminan a un tercero, afecta el principio del indubio pro
reo que deriva de la presunción de inocencia (art. 18
Constitución Nacional y arts. 11.1 de la Declaración
Universal de Derechos Humanos y 8.2 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos Cen virtud del art. 75 inc.
22 de la Constitución NacionalC), y su no aplicación al caso
descalifica al pronunciamiento como acto jurisdiccional
válido en la medida en que obedece a un proceder claramente
arbitrario que, en el sub lite, se traduce en la privación de
libertad de una persona
por un prolongado lapso sin que
mediare sentencia fundada en ley.
En
consecuencia,
dado
que
la
condena
se
ha
basado
fundamentalmente en el reconocimiento impropio cuestionado,
la privación de su calidad de prueba dirimente trae aparejada
la imposibilidad de cerrar un juicio de imputación penal
afianzado en la certeza acerca de la intervención delictiva
del recurrente, motivo por el cual el tribunal a quo, al
conferir a esos actos procesales tan categórico carácter para
confirmar el fallo condenatorio, afectó no sólo el principio
de inocencia sino también las garantías constitucionales de
defensa en juicio y del debido proceso.
Por ello, oído el señor Procurador Fiscal, se hace lugar
a la queja, se declara procedente el recurso extraordinario
interpuesto y se deja sin efecto la sentencia apelada.
Agréguese la queja al principal y vuelvan los autos al
tribunal de origen para que, por quien corresponda, se dicte
un nuevo pronunciamiento con arreglo a lo aquí dispuesto
(art. 16, primera parte de la ley 48). Notifíquese, acumúlese
y remítase. ENRIQUE SANTIAGO PETRACCHI - ELENA I. HIGHTON de
NOLASCO CARLOS S. FAYT - JUAN CARLOS MAQUEDA - E. RAUL ZAFFARONI.
ES COPIA
Recurso de hecho interpuesto por la defensa de Miguel Jorge A., representada por
el
Dr. José I. Cafferata Nores y Carlos Santiago Caramuti
Tribunal de origen: Corte Suprema de Justicia de Tucumán
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