M. 794. XXXIX. RECURSO DE HECHO Miguel, Jorge Andrés Damián s/ p.s.a. de homicidio. -1S u p r e m a C o r t e : I La Sala V de la Cámara Penal de la provincia de Tucumán resolvió, en lo que aquí interesa, condenar a Jorge Andrés Damián Miguel a la pena de doce años de prisión, accesorias legales y costas, por considerarlo autor del delito de homicidio simple cometido en perjuicio de Lucas Sebastián Fernández. Asimismo, dispuso que la fiscalía de instrucción en turno prosiga con la investigación vinculada con la eventual participación de otra u otras personas en dicho suceso, acaecido el 30 de marzo de 1996 (fs. 2514/2536, del principal que corre por cuerda). Teniendo en cuenta los innumerables planteos efectuados por la defensa con posterioridad a dicho pronunciamiento (confr. fojas 2540/2543; 2549/2550; 2704; 2717/2719; 2731/2734; 2761/2765), considero conveniente ceñirme a los agravios que sustentaron el recurso de casación contra aquella sentencia (fs. 2555/2697) y el recurso de reposición (fs. 2809/2812) deducido contra la providencia del 9 de noviembre de 2001 (fs. 2807 vta.). a) En el primero de ellos, la asistencia técnica del encausado sostuvo la nulidad absoluta del fallo condenatorio con base en la alegada violación del principio de congruencia, al considerar que la investigación dispuesta para determinar la presunta participación de terceras personas implicó alterar encubiertamente el suceso ante la posibilidad de que su base fáctica pueda modificarse en el futuro, todo ello, en detrimento de las garantías constitucionales de defensa en juicio y debido proceso. Asimismo, por diversos motivos, se agravió por la defectuosa fundamentación en cuanto a la existencia del hecho descripto en la acusación, que sustentó en defectos tales como no describir la prueba con la que se tuvo por acreditada su existencia material; soslayar la consideración de argumentos y elementos de prueba de valor decisivo para demostrar la imposibilidad física de que el hecho haya ocurrido tal como se lo describió en la sentencia. También cuestionó los fundamentos relativos a la culpabilidad del imputado porque, a su criterio, importaron avalar los reconocimientos de tres de los cinco testigos presenciales en los que sustentó la responsabilidad de Miguel, sobre presunciones que califica de ilegales, inexistentes ó falsas; no existieron los reconocimientos en “rueda de personas”; no se valoraron indicios serios, graves y concordantes contra Vegara Altuve que lo sindicarían como autor del hecho; resultaba dudosa la legalidad de los reconocimientos a través de la pantalla de televisión; era defectuoso el razonamiento lógico para demostrar que el imputado obró con dolo eventual; y reflejaban una carencia de fundamento en el monto de la pena aplicada. Cabe poner de resalto, que como agravio independiente, aunque vinculado con muchas de las críticas señaladas, la defensa también planteó un incidente de redargución de falsedad de la sentencia apelada y solicitó, previo a la sustanciación del recurso de casación, su apertura a prueba (fs. 2664 vta./2679). Puntualmente, esas falsedades que, a su entender, acarrearían la nulidad de la condena y la celebración de un nuevo juicio, consistieron en concebir como prueba esencial a los actos de reconocimiento en rueda de personas del imputado Miguel, cuando en realidad tales diligencias no se llevaron a cabo; en partir de premisas falsas para afirmar que Vergara Altuve no fue reconocido por los testigos presenciales del hecho, pues además de declarar sólo como testigo, tampoco aquéllos fueron convocados a tal efecto, ni se indica cuándo, cómo y dónde estuvieron en condiciones de reconocerlo; en no consignar con exactitud o no hacerlo en su totalidad los dichos de testigos y peritos en el debate relacionados con el “disparo auto a auto”, aspecto que constituyó la base fáctica que se tuvo por probada en el juicio y que hubiese permitido demostrar la imposibilidad física de que el hecho haya ocurrido como se estableció en la sentencia, así como también que Miguel no fue el autor material. Además de todas las constancias de la causa, se ofreció como prueba para acreditar tales falsedades el testimonio de aquellos testigos y peritos, así como también la videograbación del debate que la querella adujo haber borrado (fs. 2552). Consideró también la defensa, que el estado de duda que generaban los defectos apuntados acerca de la autoría de Miguel en el hecho que se le imputa, no fue reconocido en el pronunciamiento condenatorio. Por último, solicitó en forma subsidiaria la inconstitucionalidad del artículo 468 del Código Procesal Penal provincial, para el supuesto que la inteligencia asignada a dicha norma llevara a restringir la posibilidad de revisar en la instancia casatoria la contundencia de las pruebas para destruir el principio de inocencia, en detrimento del derecho de todo imputado a recurrir de la condena que reconocen los artículos 8, inciso 2.h) de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y 14.5 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, ambos con rango constitucional (art. 75, inciso 22 C.N.). b) En cuanto a la reposición, se la sustentó en la imposibilidad de ingresar en el análisis y resolución del recurso de casación sin dar curso, previamente, a la referida redargución de falsedad invocada en el contexto de aquél, ni proveer su consecuente y necesaria apertura a prueba, pues además de la ofrecida en su momento, la defensa estimó conducente proponer otras -las grabaciones de audio efectuadas durante el debate; interrogatorio tanto al personal de Poder Judicial que llevó a cabo esa tarea como a los testigos y peritos oportunamente individualizados, para que se manifiesten acerca de su autenticidad y si aquéllas reflejan o no lo expresado por cada uno durante el juicio- cuya producción no correspondía al tribunal de juicio por haber finalizado su jurisdicción. II La Sala en lo Civil y Penal de la Corte Suprema de Justicia de la provincia de Tucumán, rechazó el recurso de reposición, la redargución de falsedad de la sentencia condenatoria y el planteo de inconstitucionalidad, así como también desestimó el recurso de casación, aunque declaró la nulidad parcial de dicha sentencia sólo en cuanto hace referencia a “los actos de reconocimiento en rueda de personas” (fs. 2820/2884). Contra este pronunciamiento se interpuso recurso extraordinario, cuya denegatoria a fojas 3071/3086, dio lugar a la articulación de esta queja. III En su extensa presentación de fojas 2895/3063, los recurrentes atribuyen arbitrariedad al fallo apelado, pues sostienen que las distintas cuestiones planteadas no fueron resueltas con una pauta de razonabilidad exigible para que la sentencia sea considerada un acto jurisdiccional válido, conculcándose las garantías de la defensa en juicio y del debido proceso legal, así como también el derecho a recurrir que tiene todo imputado con el alcance que deriva de las normas internacionales ya citadas. Sin perder de vista el desarrollo de los agravios expuesto en el apartado I del presente, y a fin de lograr un mejor orden expositivo de aquellos que se pretenden someter a conocimiento de V.E., cabe referirse a los relacionados: 1. Con el recurso de reposición de fojas 2809/2812. Estos consisten en: a) Que el a quo resolvió el recurso de reposición conjuntamente con el vinculado al fondo del asunto y rechazó ambos planteos con argumentos relacionados exclusivamente con este último. De esa forma, se afectó el derecho de defensa del imputado, al resolver el resto de las cuestiones desarrolladas en el recurso de casación sin atender los motivos que fundaron la reposición. Según la defensa, ello implicó también un exceso jurisdiccional, al abordar el Superior Tribunal provincial el análisis de planteos sin haber adquirido firmeza la providencia cuya revocación se perseguía. b) La lesión al derecho de recurrir que implicó resolver la redargución de falsedad sin la previa apertura a prueba, toda vez que se impidió demostrar ese vicio en la sentencia condenatoria. c) La omisión en el fallo, al rechazar el planteo de inconstitucionalidad del artículo 468 del Código Procesal Penal, de toda referencia a la redargución de falsedad y a la negativa de su apertura a prueba que implícitamente se derivaba de su rechazo por el Superior Tribunal provincial. 2. Con el recurso de casación interpuesto contra la sentencia de fojas 2514/2536. En tal sentido, la defensa se refirió: a) A la arbitraria fundamentación respecto de la fijación del hecho por el que fue condenado Miguel, como consecuencia de su inverosimilitud o imposibilidad física de que haya sucedido tal como se determinó en la sentencia. Sostuvieron los recurrentes que el a quo, al igual que lo hizo la Cámara, volvió a confundir y tratar en forma conjunta los diferentes argumentos en los que se sustentó este agravio; es decir, por un lado, la violación de las reglas de la sana crítica y la omisión de considerar prueba decisiva -pericia química acerca de la localización y grupo sanguíneo de las manchas de sangre halladas en el interior del vehículo donde se encontraba la víctima, y el testimonio del experto en balística Olmedo que demuestra la imposibilidad de disparo “auto a auto”- y por el otro, la no valoración de prueba que tornaba verosímil e impedía descartar que el hecho hubiese ocurrido de una manera diferente a la imputada, tales como las restantes lesiones que presentaba Lucas Fernández distintas del disparo de arma que le causó la muerte; el resultado positivo de la prueba de parafina practicada a una de las personas (Nassif) que se encontraban en el interior del vehículo con la víctima; y la omisión de considerar la totalidad del testimonio brindado por la perito bioquímica Vanni de Bulacio, que descarta las dos únicas explicaciones que intentó Nassif al respecto. La asistencia técnica del imputado también consideró dogmático al fallo, pues no se precisó en qué sentido y en qué pruebas se basó la Cámara para analizar y descartar las distintas hipótesis alternativas acerca del modo de producción del suceso -su posible ocurrencia en otro lugar y horario, o en el interior del automotor en el que viajaba la víctima sin intervención externa y como consecuencia del accionar de unos de sus tripulantes, o bien que aquélla fue baleada mientras estaba caída en el piso, la teoría de los dos proyectilesasí como tampoco de qué modo, aún en el supuesto de admitir la tesis sostenida en la sentencia, ello demostraría que la producción del hecho establecido en la condena no era físicamente imposible. A su entender, esta manera de descartar tales hipótesis, implicó que para el a quo el hecho debió ocurrir como se describió en la acusación mientras no se demostrara de qué otro modo acaeció, por lo que dicho razonamiento importó afectar seriamente el principio constitucional de inocencia. b) A la arbitrariedad en la que también se incurrió en cuanto a la atribución de autoría del hecho a Jorge Andrés Damián Miguel. En este sentido, consideraron los recurrentes aparente y falso el argumento por el que se desestimó la queja contra los reconocimientos en los que se sustentó la condena, al sostener que la defensa “…se introduce en el campo de la eficacia o impacto conviccional de las pruebas (aunque se encarga de decir que no) en orden al juicio de identidad, lo que deriva en su inadmisibilidad en sede casatoria, en razón de la función del recurso específico…”. En efecto, para demostrar tal vicio de fundamentación, los apelantes refieren que las diversas situaciones señaladas al respecto no fueron evaluadas por la Suprema Corte provincial para analizar la eficacia de esos reconocimientos y de los demás indicios o argumentos que, por ser utilizados como cargosos, reforzaron su valor convictivo. Entre ellas mencionan la influencia que razonablemente pudo ejercer en los testigos que reconocieron al imputado su condición de policía e hijo de una persona con poder; la invocación de diversas circunstancias que lógicamente pudieron afectar la capacidad perceptiva de aquéllos, como el alcohol, cansancio, su calidad de víctimas y testigos o las presiones por el reclamo social del momento; la afectación del principio de razón suficiente por coincidir la imagen de los “retratos hablados” no sólo con Miguel sino también con Vergara Altuve; lo vinculado con la coartada del encausado, sus dichos a la prensa y lo manifestado sobre las personas que lo identificaron; la incorrecta mención como indicio de cargo tanto del proceder del padre de Miguel en una diligencia judicial ordenada durante la investigación, como de la fuga inicial de Miguel y de la demora en entregar a la fiscalía un arma similar a la utilizada en el hecho; la errónea presunción sobre la posible utilización por el encausado de un vehículo ajeno, por la sola circunstancia de registrar un antecedente de esas características; el dogmático argumento de la sentencia para descartar la posibilidad de que Vergara Altuve pudo haber sido el autor del crimen; la enunciación de pruebas que, lejos de haber significado un aporte a la eficacia probatoria de los reconocimientos tal como se afirmó en el fallo, sirvieron para corroborar el hecho; el erróneo razonamiento por el que se concluyó que fue Miguel el autor del suceso, al no proponerse alguna hipótesis digna de consideración que haya permitido demostrar por parte de los testigos algún propósito o confabulación para acusarlo falsamente. Por lo tanto, concluyeron que, en orden a la participación de Miguel, el a quo se apoyó solamente en tales reconocimientos y analizó su fundamentación basada exclusivamente en la convicción y sinceridad de los testigos que participaron de ellos. Precisamente, es la confirmación de la condena sin haber expresado las razones por las que las exposiciones de esos testigos durante el debate causaron semejante impresión a los jueces, lo que constituyó para los apelantes una motivación sólo aparente respecto de un aspecto esencial en el que se sustentó el fallo, en la medida que toda prueba testimonial debe ser establecida valorándola con arreglo a la sana crítica racional. Estimaron también que se incurrió en un excesivo formalismo al desestimar los agravios vinculados con la necesidad -no cumplida por cierto- de realizar un reconocimiento con las formalidades establecidas legalmente, así como también con lo tardío del planteo de esa exigencia. Incluso, advirtieron otros defectos de fundamentación respecto de los efectos de la nulidad parcial declarada por el a quo, de los planteos de la defensa acerca de la “ontología” de los reconocimientos practicados y de la violación de las reglas de la sana crítica al evaluar sus resultados como prueba de identificación. Así, en cuanto al primero, sostuvieron que no se consideró en su totalidad el voto de la mayoría en la sentencia condenatoria, circunstancia que hubiese impedido minimizar el impacto probatorio del reconocimiento en rueda de personas cuya inexistencia se reconoció. Acerca del restante aspecto señalado, insistieron en una total ausencia de motivación en el rechazo de diversas cuestiones esenciales por las que se pretendía demostrar la inexistencia de los reconocimientos, al no explicar las razones que llevaron al a quo concluir que, en este punto, la defensa “…se introduce en el campo de la eficacia o impacto conviccional de las pruebas (aunque se encarga de decir que no) en orden al juicio de identidad…”, y de esa forma, evitar su análisis en la instancia casatoria. Cuestionó también la asistencia técnica de Miguel, la confirmación de su autoría sobre la base de una informal identificación por televisión realizada por tres de los cinco testigos presenciales, sin respetar ninguna de las formalidades legales y a pesar de la ausencia de reconocimientos en rueda de personas reconocida en el propio fallo. Asimismo, se agravió porque se hizo prevalecer aquellos reconocimientos seriamente cuestionados para descartar la hipótesis alternativa que señalaba a Vergara Altuve como autor directo de los disparos, sustentada incluso en una serie de indicios acreditados en el curso del proceso que, a su juicio, se descartaron sin razón alguna. c) A los serios vicios de fundamentación en la calificación legal adoptada -dolo eventual- y la individualización de la pena impuesta a Miguel. d) Al defecto de motivación que, sin perjuicio del agravio detallado en el punto 1.c), también advirtieron en cuanto al planteo de inconstitucionalidad del artículo 468 del Código Procesal Penal provincial, al considerar que el recurso previsto en dicha norma restringía el derecho del imputado a recurrir de la condena, con la finalidad de revisar la contundencia de las pruebas invocadas en el fallo para destruir el principio de inocencia. La arbitrariedad alegada en este sentido por los recurrentes, consistió en la contradicción que implicó sustentar la constitucionalidad de esa norma en el criterio flexible y amplio con el que debía interpretarse el recurso de casación, incluso respecto de las conclusiones fácticas en las que se fundaba la declaración de culpabilidad de Miguel, y soslayar, sin embargo, el tratamiento de algunos agravios porque, precisamente, se vinculaban con la eficacia conviccional de la prueba cuya determinación, según el a quo, era exclusiva de los jueces de grado. IV Sin pasar por alto lo sostenido reiteradamente por V.E., en el sentido que la arbitrariedad es particularmente restringida respecto de pronunciamientos de superiores tribunales de provincia cuando deciden, como en el caso, recursos extraordinarios de orden local (Fallos: 302:418; 305:515; 306:477; 307:1100; 313:493, entre otros), considero que los planteos de los apelantes sustentados en esa tacha no -10pueden prosperar. Con referencia a aquéllos que se vinculan con el recurso de reposición deducido en autos, no se advierte, ante su rechazo y, consecuentemente, el de la redargución de falsedad, que el a quo haya incurrido en un exceso jurisdiccional -punto 1.a) del apartado que antecedeal abordar entonces el tratamiento de los restantes agravios invocados en el recurso de casación. Pienso que ello es así, pues la defensa no ha expuesto razón alguna que obstara considerar firme lo resuelto sobre la revocatoria, lo que resultaba especialmente exigible si se repara en que el ordenamiento ritual no prevé medio alguno de impugnación contra decisiones de esa índole (art. 459 del Código Procesal Penal de la provincia de Tucumán). Tampoco se alcanza a comprender ni los recurrentes lo demuestran, cuál fue el perjuicio sufrido como consecuencia de haber resuelto el Superior Tribunal provincial dicha cuestión en la forma que lo hizo, o bien, cuáles fueron las defensas que se vieron imposibilitados de ejercer (Fallos: 310:2085; 311:904 y 2461), si se aprecia que, en definitiva, es del rechazo del recurso de reposición que importó desechar la posibilidad de probar en la instancia de casación la falsedad de la sentencia condenatoria, del que aquéllos se agravian, precisamente, en el remedio federal. En efecto, adviértase que el a quo desestimó la redargución de falsedad por no estar contemplada entre los motivos por los que correspondía abrir la instancia casatoria (art. 468 C.P.P.), en la que tampoco, agregó, se prevé la recepción de pruebas. No parece que ese temperamento pueda tildarse de arbitrario por haber tratado conjuntamente dos cuestiones distintas; por un lado, el recurso de reposición fundado en la necesidad de abrir a prueba la redargución de falsedad y, por el otro, la procedencia de ésta como uno de los agravios de fondo del recurso de casación deducido, sobre todo si se tiene en cuenta la estrecha vinculación entre ambas pues, al resultar a criterio del a quo improcedente la redargución de falsedad por depender de cierta actividad probatoria no prevista en la instancia, carecía de sentido la viabilidad de la apertura a prueba que motivó la reposición. Y respecto de los agravios invocados en sustento de ésta última, tampoco asiste razón a los recurrentes, en la medida que surge del fallo su adecuado tratamiento en tanto se consideró factible el análisis de dos de ellos -acerca de la eficacia otorgada a los reconocimientos en rueda de personas que nunca se llevaron a cabo y de la errónea evaluación del “no reconocimiento” de Vergara Altuve por parte de los testigos presenciales- en el contexto del recurso de casación articulado por la defensa. También carece de asidero lo afirmado por los apelantes en el sentido que “…cuando la falsedad invocada puede resultar de la sentencia, la Corte invoca que la cuestión puede revisarse por vía de casación, pero cuando ello no es posible se niega a abrir a prueba y, en especial a considerar e incorporar prueba objetiva de fácil acceso…” (fs. 2921/2922), pues insisto, lo que el a quo consideró viable revisar en el marco establecido en el artículo 468 del Código Procesal Penal de la provincia, son aquellos agravios que no dependían de prueba alguna y que se referían a cuestiones de apreciación, aspecto este último del que también se agravia la defensa con base en la doctrina de la arbitrariedad, como luego se verá. La similitud entre el procedimiento en sede casatoria previsto en el ordenamiento ritual de la provincia de Tucumán (arts. 468 a 482) y en el Código Procesal Penal de la Nación (ley 23.984), autoriza incluso a concluir, que aquel razonamiento vertido en el fallo no difiere del establecido por V.E., al sostener que si bien la naturaleza restrictiva del recurso de casación impide modificar las conclusiones de hecho efectuadas por el tribunal de juicio al valorar las pruebas, ello no impide determinar si la resolución cuestionada tenía motivación suficiente como para ser considerada acto jurisdiccionalmente válido (Fallos: 321:3695; 324:4123). Resulta obvio que tales argumentos no pueden invocarse respecto del restante agravio que alude la defensa en su recurso de reposición -vinculado con la necesidad de incorporar elementos de prueba para demostrar las presuntas falsedades de la sentencia por no consignarse con exactitud o no hacerlo en su totalidad los dichos de testigos y peritos en la audiencia- motivo por el cual, sin perjuicio de insistir el a quo en la imposibilidad de admitir como prueba las grabaciones de video y audio del debate, lo cierto es que al no ser admisible en la instancia la demostración de las alegadas falsedades, devenía lógico el rechazo tanto de aquéllas pruebas como de las restantes cuya producción pretendió la defensa con idéntica finalidad. En este orden de ideas, no puedo pasar por alto que los propios recurrentes, al reeditar en el remedio federal el contenido de su recurso de reposición, reconocieron que en el ordenamiento ritual de la provincia no estaba previsto expresamente un procedimiento para probar la falsedad de un acto procesal, aunque justificaron su proceder en que la propia ley admitía recursos -aludieron al de revisión, previsto en el artículo 489 C.P.P.- fundados en motivos dependientes de un procedimiento probatorio. Por lo tanto, resultan congruentes con lo expuesto hasta aquí, las razones vertidas en el fallo para sostener la imposibilidad de proponer en el sub judice la alegada redargución de falsedad de la sentencia condenatoria y la consecuente apertura a prueba, en virtud de las cuales se concluyó que el medio elegido no era el adecuado para dicho planteo, sin que ello implique negar esa posibilidad por otras vías, tal como expresamente se reconoció en el auto denegatorio de fojas 3071/3086, y menos aún, afectar las garantías constitucionales que la defensa entiende conculcadas (apartado III, 1.b). Precisamente, al referirse los apelantes a la amplitud que corresponde otorgar al recurso de casación como medio idóneo para garantizar el derecho al recurso que consagran las normas internacionales que citan a tal efecto, no se hacen cargo de aquél argumento que, cabe resaltar, en la medida que remite a cuestiones derecho procesal local resultan ajenas, por regla, a la instancia extraordinaria (conf. Fallos: 276:130; 297:227; 302:1104; 311:926; 312:1186). Por lo tanto, opino que el remedio federal también adolece en este aspecto, del requisito de fundamentación suficiente que exige el artículo 15 de la ley 48 (Fallos: 307:2216; 315:59; 317:442 y 323:3486). En cuanto a la omisión de tratar la inconstitucionalidad que se detalla en el punto 1.c) del apartado que antecede, coincido con el a quo en cuanto a que dicho planteo es producto de una reflexión tardía, pues su invocación de modo expreso resultaba previsible al momento de interponer el recurso de casación (Fallos: 302:194; 303:2091; 308:733; 310:2693; 312:2340 y 313:342), más aún, si se tiene en cuenta que la cuestión se vinculaba con uno de los agravios que lo integran (confr. fojas 2555/2697, puntos IX y XII). V Por otra parte, resulta evidente que el resto de los agravios relacionados con el recurso de casación oportunamente deducido por la defensa (apartado III, punto 2), apuntan pura y exclusivamente a cuestionar las razones por las que el a quo confirmó la condena impuesta a Miguel a partir del análisis de temas de hecho, prueba, derecho común y procesal local, cuya apreciación constituye, por regla, facultad propia de los jueces de la causa y ajena, por ende, a esta instancia de excepción (Fallos: 307:855; 308:51, 718 y 2423; 310:396; 311:600 y 1950; 312:809; 313:525 y 319:97, entre muchos otros). No paso por alto que ello no es óbice para que V.E. pueda conocer en determinados casos, cuyas particularidades permiten hacer excepción a ese principio con base en la alegada doctrina de la arbitrariedad, toda vez que con ella se tiende a resguardar la garantía de la defensa en juicio y el debido proceso, exigiendo que las sentencias de los jueces -14sean fundadas y constituyan una derivación razonada del derecho vigente con aplicación a las circunstancias comprobadas de la causa (Fallos: 311:948, 2402 y 2547; 312:2507; 315:29; 318:652 y 321:1909). Sin embargo, entiendo que no pueden prosperar las críticas que los recurrentes intentan sustentar en esa tacha pues, a mi modo de ver, la decisión impugnada contiene fundamentos suficientes con apoyo en las constancias de la causa y en las normas que consideró aplicables al sub judice que, por opinables que resulten, no alcanzan para su descalificación como acto jurisdiccional. Como ya quedó dicho, aquéllos pretenden sostener la relevancia que tienen ciertas pruebas cuya consideración fue soslayada por el a quo, así como también aluden a la defectuosa valoración de otras invocadas en el fallo, todo ello, tendiente a mantener la inocencia del encausado respecto del delito por el que fue definitivamente condenado. Que tales planteos no suscitan cuestión federal suficiente lo demuestra, por ejemplo, la discusión que pretende someter a conocimiento de V.E. la asistencia técnica de Miguel respecto de la materialidad del hecho que se le reprocha. En efecto, sin dejar de advertir que los jueces no están obligados a tratar todos los argumentos utilizados por las partes, sino sólo aquéllos que estimen decisivos para la solución del caso (Fallos: 301:970; 303:275; 306:444 y 458), lo cierto es que no se alcanza a vislumbrar la incidencia que podría tener tanto en el razonamiento de la Cámara como del Superior Tribunal provincial, la localización de manchas de sangre cuyo grupo sanguíneo coincidía con el de uno de los acompañantes de la víctima al momento del suceso (Nassif), así como también el resultado positivo de la prueba de parafina practicada a éste último y el supuesto rechazo de sus excusas por parte de la perito bioquímica Vanni de Bulacio. Confirma tal apreciación, la circunstancia que entre los fundamentos expuestos en el fallo para descartar la posible ocurrencia del hecho en el interior del vehículo sin intervención de terceros, se invocó la ausencia de restos de pólvora y de “tatuajes” o “ahumamientos” en la cabeza de la víctima, aspectos de los que no hace debidamente cargo la defensa. Por otra parte, las distintas formas en que, según la defensa, pudo haber sucedido el hecho, no obsta la conclusión a la que acerca de este punto llegaron los jueces, en tanto resulta una modalidad también posible, que además encuentra sustento en la prueba que ponderaron como concluyente a ese efecto. En lo vinculado a este tema, tampoco aprecio que en el fallo se haya omitido considerar el argumento relativo a la imposibilidad de que la muerte de la víctima haya sucedido de ese modo a partir de la ubicación de las manchas de sangre de su mismo grupo en el interior de automóvil, tal como surge de fojas 2519 y vta. del pronunciamiento del tribunal de juicio, y de fojas 2864/2865 -punto XII, 3- del fallo de la corte provincial. De igual forma, tampoco se advierte en el fallo una seria y decisiva carencia de fundamentación en el análisis del resto de las hipótesis elaboradas en igual sentido por los recurrentes, ni en cuanto a los motivos por los que se consideró acreditado el hecho y la culpabilidad del encausado tal cual se estableció en la sentencia condenatoria. Más aún, en relación con este último aspecto y teniendo en cuenta el criterio sentado por V.E., en el sentido que si bien le está vedado al a quo revalorar la prueba acumulada en un determinado caso sometido a su conocimiento, sí le cabe examinar a través de la vía impugnatoria que surge de un pronunciamiento presuntamente arbitrario, si el temperamento adoptado reposa sobre argumentos carentes de razonabilidad, con prescindencia de su correcta evaluación a la luz de la sana crítica racional y de la consideración de prueba que, integrada al proceso y evaluada en su conjunto con el resto de los elementos de convicción, conduciría necesariamente a otra solución lógica (conf. Fallos: -16321:1385, 3663 y 3695; 324:2554 y 4123), no me parece que presente tales defectos la alegada convicción de los jueces en relación con los reconocimientos por parte de testigos presenciales del hecho, en la medida que encuentra debido sustento en el análisis pormenorizado de cada una de las críticas dirigidas a cuestionar tales actos y del resto de las probanzas acumuladas en el legajo, sin que pueda apreciarse, por ende, la violación de alguna de las garantías constitucionales que se dicen afectadas. Los agravios de la parte recurrente solo traducen así, a mi modo de ver, su discrepancia con el criterio de los jueces en al selección y valoración de los elementos de prueba que no cubre la doctrina de la arbitrariedad (Fallos: 323:4028; 324:3625 y 325:1922). Similar situación a la descripta se advierte con los reparos que le merecen a los apelantes tanto el delito por el que fue condenado Miguel como la pena aplicada (III, 2.c) en la medida que, al igual que el resto de los agravios objeto de análisis en este apartado, se reducen a una mera discrepancia sobre la forma en que fueron apreciados y fijados los hechos de la causa y la consecuente responsabilidad que le cupo al condenado, con la finalidad de mejorar su situación procesal al oponer un enfoque distinto sobre temas de hecho, prueba, derecho común y procesal, aspectos que, insisto, toda vez que fueron resueltos con fundamentos de igual naturaleza, más allá de su acierto o error, resultan ajenos a esta jurisdicción extraordinaria (Fallos: 300:390; 303:135; 304:1699; 306:143; 311:2619; 312:551). Por último, corresponde considerar la supuesta arbitrariedad en la que habría incurrido el a quo al resolver el planteo de inconstitucionalidad del artículo 468 del Código Procesal Penal local (III, 2.d). Sin dejar de resaltar el silencio guardado por la defensa acerca de los argumentos que sobre este último aspecto se vierten en el fallo, y sin perder de vista la invocada similitud entre dicha norma y el artículo 456 del Código Procesal Penal de la Nación, no aprecio la contradicción que alegan lo recurrentes sobre el punto pues, tal como quedó expuesto, el análisis de las cuestiones planteadas se llevó a cabo dentro de los límites establecidos por la Corte, al pronunciarse en los citados precedentes sobre el alcance que cabe otorgar al recurso de casación para ser considerado una vía apta a la que todo condenado puede recurrir en virtud del derecho que consagran las normas internacionales invocadas por los quejosos (Fallos: 321:495, voto de los doctores Carlos S. Fayt y Enrique S. Petracchi, y 323:125, disidencias de los doctores Enrique S. Petracchi y Gustavo A. Bossert). VI En consecuencia, soy de la opinión que V.E. debe desestimar la presente queja. Buenos Aires, 30 de agosto de 2004. ES COPIA EDUARDO EZEQUIEL CASAL Buenos Aires, 12 de diciembre de 2006. Vistos los autos: "Recurso de hecho deducido por la defensa de Jorge Andrés Damián Miguel en la causa Miguel, Jorge Andrés Damián s/ p.s.a. de homicidio", para decidir sobre su procedencia. Considerando: 1) Que la Sala V de la Cámara Penal de la Provincia de Tucumán resolvió condenar a Jorge Andrés Damián Miguel a la pena de doce años de prisión, accesorias legales y al pago de costas por considerarlo autor directo del delito de homicidio cometido en perjuicio de Lucas Sebastián Fernández (art. 79 del Código Penal). Tal decisión fue impugnada por la defensa del condenado mediante la interposición de un recurso de casación fundado en la existencia de vicios in procedendo Cart. 468, inc. 2, del Código Procesal Penal provincial que fue finalmente desestimado por la Corte Suprema de Justicia local. Contra esta última resolución se dedujo el recurso extraordinario cuyo rechazo dio origen a esta queja. 2) Que la aludida Cámara Penal tuvo por probado que el día 30 de marzo de 1996, aproximadamente a las 4:50 horas, en circunstancias en que la víctima Lucas Fernández circulaba en el asiento contiguo al del conductor del vehículo marca Volkswagen Gol(GTI), dominio AQG-327 Con el que viajaban 6 personas, apareció por el costado derecho un automóvil marca Fiat Spazio, color azul, con vidrios polarizados, conducido por una persona que efectuó tres disparos sobre aquel rodado con un revólver calibre 22, uno de los cuales impactó en el parietal derecho de la víctima causándole severas lesiones que produjeron su muerte seis días después. La autoría del hecho fue atribuida a Jorge Andrés Damián Miguel, quien el día del suceso habría actuado acompañado de otra persona cuya única nota distintiva apreciable radicó en el largo de sus cabellos. 3) Que en sus extensas impugnaciones el recurrente efectuó diversos planteos que cuestionaron esencialmente la racionalidad y motivación de la sentencia condenatoria al establecer tanto el modo en que se había producido el acontecimiento como también la atribución de responsabilidad penal al recurrente. Dichas impugnaciones se fundaron en la afectación a las garantías constitucionales de la defensa en juicio, del debido proceso y del principio de inocencia. En rigor, la principal objeción se apoyó en el hecho de que el tribunal sentenciante fundó la autoría del delito en la producción de un reconocimiento impropio en virtud del cual tres de los ocupantes del vehículo receptor de los disparos de arma de fuego señalaron a Miguel como autor del homicidio. 4) Que en lo que al planteo formulado atañe, el señor Procurador Fiscal propició la desestimación de la queja toda vez que los agravios planteados cuestionaban las razones por las que el tribunal a quo confirmó la condena impuesta a Miguel a partir del examen de aspectos de hecho, prueba, derecho común y procesal local cuya apreciación constituye, por regla, una facultad que es propia de los jueces de la causa; y dado que a su juicio no se había demostrado la existencia de arbitrariedad, la materia introducida resultaba ajena a esta instancia de excepción. 5) Que la apelación extraordinaria resulta formalmente procedente por cuanto la sentencia impugnada reviste el carácter de definitiva puesto que pone fin al pleito, proviene del tribunal superior de la causa en tanto se impugna el fallo de la Corte Suprema de Justicia de Tucumán y suscita cuestión federal suficiente al invocarse la doctrina de la arbitrariedad de sentencias sobre la base de una condena que impone doce años de privación de libertad fundada exclusivamente en un reconocimiento impropio que afectaría el derecho de defensa en juicio, la garantía del debido proceso así como también el principio de inocencia. 6) Que, en el sub lite, el reconocimiento fue practicado al margen de las formalidades exigidas por la legislación procesal dado que se ha omitido la realización de la correspondiente "rueda de personas", la cual fue reemplazada por los reconocimientos efectuados por los testigos Battaglia, Zamudio y Bazzano a partir de una aparición televisiva hecha por el imputado en un medio local, quienes, si bien declararon en una primera instancia que no podrían reconocer al autor de los disparos, luego ratificaron aquellas percepciones en ocasión del juicio oral. Por cierto, la tacha representada por el recurrente no sólo apuntaba a la obtención de la declaración de nulidad de la prueba objetada sino que eventualmente también intentaba poner en crisis la impresión que tales reconocimientos generaron en los juzgadores, quienes les atribuyeron un valor de verdad que alcanzó la firme convicción acerca de la culpabilidad del acusado. 7) Que la propia sentencia del tribunal a quo confirmó la circunstancia relativa a la inexistencia de un reconocimiento realizado en rueda de personas Cal punto de que se declaró la nulidad parcial del pronunciamiento originario en cuanto había afirmado la concurrencia de tal circunstancia (ver fs. 260, punto III in fine)C, aunque otorgó plena validez al practicado de modo impropio en los términos en que ya se describieran. 8) Que dicha práctica no resultó de la imposibilidad de proceder de otro modo pues el condenado revistió tempranamente la calidad de imputado y también había prestado declaración ante la instrucción, extremos que permitían su localización y posterior citación a efectos de llevar a cabo la medida de prueba en los términos previstos por la ley procesal local. A su vez y más allá de que la omisión apuntada no puede cargarse sobre el imputado adquiere sustancial relevancia el hecho de que el cuestionado reconocimiento impropio se ha erigido en la prueba por excelencia o prácticamente exclusiva para fundar la atribución de culpabilidad respecto de Jorge Andrés Damián Miguel. 9) Que las exigencias incumplidas no revisten el carácter de meras formalidades sino que, desde la perspectiva del derecho de defensa, configuran requisitos estrechamente ligados a la seguridad de la prueba de reconocimiento, toda vez que tanto la rueda de personas como el interrogatorio previo a los testigos que hayan de practicarlo constituyen verdaderas válvulas de garantía que operan en favor de la exactitud, seriedad y fidelidad del acto en la medida en que tienden a disminuir las posibilidades de error a fin de resguardar la sinceridad de la identificación. 10) Que, por otra parte, adquiere significativa importancia el hecho de que el pronunciamiento originario también reconoció la existencia de numerosos indicios que resultaron concordantes y que incriminaban a una persona distinta del efectivamente condenado Cal punto de ordenarse que prosiga la investigación en función de la eventual participación de otro sujetoC. En este sentido cabe consignar que se dieron por probadas las siguientes circunstancias con relación a uno de los sospechosos identificado como Julio Vergara Altuve: que había amenazado de muerte a la víctima a raíz de un problema que su hermano menor había tenido con ella; que era propietario de un vehículo cuyas notas distintivas coincidían con las del utilizado para la perpetración del hecho; que si bien la patente no sería igual a la identificada por los testigos, el peritaje efectuado sobre su automotor concluyó en que la chapa patente trasera presentaba características de haber sido removida; que en la madrugada en que se desarrolló el hecho el nombrado circulaba por la zona junto con su novia de cabellera larga, lo cual también guarda armonía con la descripción que efectuaron los testigos acerca del acompañante del autor del homicidio; que tenía un arma del mismo calibre que la utilizada para la comisión del delito; todo ello sumado a las contradictorias y hasta inverosímiles explicaciones que aquél oportunamente dio. 11) Que la necesidad de convicción no implica de ninguna manera una remisión al pleno subjetivismo o a lo que simplemente crea el juzgador. Tal creencia sólo sería apta para sustentar una condena si se asienta en pruebas concordantes susceptibles de explicarla racionalmente. Sin embargo, en el sub examine, esta última clase de elementos probatorios no avalan la hipótesis de que Miguel fuese el autor del homicidio Co, lo que es lo mismo, la conclusión obtenida a partir de la prueba nulaC sino que aquéllos armonizan con una explicación diferente que colocaría a otra persona en el centro de la imputación jurídico-penal. 12) Que, en tales condiciones, la opción en favor de la condena de Miguel sobre la base de reconocimientos impropios que carecen de apoyatura en otros elementos de convicción, cuando a su vez existen numerosas pruebas que incriminan a un tercero, afecta el principio del indubio pro reo que deriva de la presunción de inocencia (art. 18 Constitución Nacional y arts. 11.1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos y 8.2 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos Cen virtud del art. 75 inc. 22 de la Constitución NacionalC), y su no aplicación al caso descalifica al pronunciamiento como acto jurisdiccional válido en la medida en que obedece a un proceder claramente arbitrario que, en el sub lite, se traduce en la privación de libertad de una persona por un prolongado lapso sin que mediare sentencia fundada en ley. En consecuencia, dado que la condena se ha basado fundamentalmente en el reconocimiento impropio cuestionado, la privación de su calidad de prueba dirimente trae aparejada la imposibilidad de cerrar un juicio de imputación penal afianzado en la certeza acerca de la intervención delictiva del recurrente, motivo por el cual el tribunal a quo, al conferir a esos actos procesales tan categórico carácter para confirmar el fallo condenatorio, afectó no sólo el principio de inocencia sino también las garantías constitucionales de defensa en juicio y del debido proceso. Por ello, oído el señor Procurador Fiscal, se hace lugar a la queja, se declara procedente el recurso extraordinario interpuesto y se deja sin efecto la sentencia apelada. Agréguese la queja al principal y vuelvan los autos al tribunal de origen para que, por quien corresponda, se dicte un nuevo pronunciamiento con arreglo a lo aquí dispuesto (art. 16, primera parte de la ley 48). Notifíquese, acumúlese y remítase. ENRIQUE SANTIAGO PETRACCHI - ELENA I. HIGHTON de NOLASCO CARLOS S. FAYT - JUAN CARLOS MAQUEDA - E. RAUL ZAFFARONI. ES COPIA Recurso de hecho interpuesto por la defensa de Miguel Jorge A., representada por el Dr. José I. Cafferata Nores y Carlos Santiago Caramuti Tribunal de origen: Corte Suprema de Justicia de Tucumán