¿Poder popular bajo el capitalismo?

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¿Poder popular bajo el capitalismo?
Iñaki Gil de San Vicente - La Haine :: 16/10/2012
Nunca hemos de dejar de insistir en que la
esencia del problema radica en la conquista de la
independencia estatal, del poder del pueblo
trabajador
Este breve texto fue escrito para una revista vasca, por lo que llevaba el título de ¿Poder Popular
bajo el imperialismo franco-español?, pero al colgarse ahora en la red se ha decido generalizarlo al
conjunto del sistema explotador para que se comprendiese rápidamente su contenido. 1.- Una de las
grandes deficiencias de la mayoría inmensa de las izquierdas occidentales es que ha roto la fusión
cotidiana entre, por un lado, la crítica teórica, política, cultural, ética, etcétera, del capitalismo, y
por otro lado, la lucha práctica por la creación de otras formas alternativas de vida, de
autoorganización popular y obrera, de experimentación de otro modelo social opuesto al dominante.
Tal fusión ha sido una constante que podemos rastrear desde las luchas campesinas y urbanas en el
medievo, cuando las masas explotadas intentaban materializar utopías igualitaristas y milenaristas
“así en la tierra como en el cielo”, hasta ahora mismo en muchas partes del mundo en donde los
pueblos trabajadores han de resistir a la devastadora crisis autorganizándose para satisfacer sus
necesidades aplastadas por el capital. A lo largo de estos tiempos, los movimientos campesinos,
populares y obreros, y las izquierdas revolucionarias más consecuentes, han mantenido en la medida
de sus posibilidades la decisión de forzar el modo de explotación, vida y reproducción social
dominante en esos momentos, forzarlo más allá de lo permitido por el poder. Por ejemplo, el
cooperativismo, la cooperación en general, la ayuda mutua autoorganizada, la reciprocidad y el
trueque en cualquiera de sus formas, las redes sociales con poca o nula mercantilización interna,
estas y otras prácticas que, como hemos dicho ya aparecen en el medievo de forma utópica y con el
capitalismo industrializado se han practicado y teorizado no sólo como formas de resistencia
transitoria a las privaciones impuestas por la explotación sino también –y esto es decisivo- como
embriones experimentales de otra forma social opuesta a la explotadora. Dentro de las corrientes
progresistas y socialistas, y en especial en las anarquistas y marxistas, pero también en las
socialcristianas y reformistas, ha existido y existe la certidumbre de que la mera resistencia
economicista, centrada en la exclusiva defensa de los derechos laborales y salariales alcanzados
apenas sirve para detener la ferocidad creciente de una patronal envalentonada. En el anarquismo y
en el marxismo, muy especialmente, esta certidumbre va unida a la de la necesidad de avanzar en
otras salidas materiales a la crisis y a los ataques del capital, consistentes en fusionar la lucha
política y teórica radical con la autoorganización material expresada en las prácticas asociativas
citadas genéricamente arriba. En las corrientes reformistas y socialcristianas esta perspectiva está
amputada de todo contenido y finalidad revolucionaria, limitándose a buscar la mejora del sistema
mediante la paulatina superación pacífica y gradual de sus componentes “malos”, desarrollando los
“buenos”. Centrándonos ya en la izquierda revolucionaria, la historia muestra que ésta se ha
esforzado en simultanear cuatro prácticas decisivas para el avance de la emancipación: la crítica
práctica del sistema mediante la experimentación de embriones de protosocialismo
inseparablemente unidos a la aparición de formas de contrapoder y de doble poder; la crítica política
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tendente a la destrucción del poder explotador y a la creación de un poder popular y obrero
imprescindible para superar el capitalismo; la crítica teórica destinada a mejorar la praxis socialista
en su conjunto y a desmontar la ideología burguesa; y la crítica ético-moral destinada a superioridad
cualitativa del humanismo comunista sobre el humanismo burgués. No hace falta decir que esta
cuádruple práctica se desarrolla con ritmos diferentes según contextos y circunstancias que no
podemos analizar ahora. Pero sí hay que decir que desde la mitad del siglo XX en adelante, el grueso
de la izquierda occidental ha despreciado o abandonado esta cuádruple acción, limitándose en la
mayoría de los casos al apocado y respetuoso parlamentarismo dentro del ordenamiento burgués,
aceptándolo de facto, cuando no defendiéndolo públicamente ayudando a la burguesía en la
represión de las fuerzas revolucionarias. Ahora esta izquierda, y sus sucesores nominales y
herederos ideológicos, pagan las consecuencias de aquella mansedumbre y de aquél
colaboracionismo encubierto o descarado. Tantos años de mansedumbre práctica, política, teórica y
ético-moral ante la injusticia han debilitado y envejecido al máximo a su otrora fuerte y joven
militancia, también le han aislado y separado de las resistencias y luchas que emergen aquí y allá, y
han destruido su dignidad crítica y orgullo insurgente. La izquierda occidental no recuerda ya lo
decisivo que es el proceso que va del contrapoder al poder popular y obrero. 2.- La defensa
economicista y democraticista contra la involución reaccionaria que avanza como una apisonadora
sigue siendo tan necesaria como siempre lo fue. Nadie lo niega, y quien lo hiciere sería un suicida.
Pero ella sola no detendrá nunca al monstruo; tal vez pueda retrasar en algo su avance, pero casi de
inmediato la fiera multiplicará su brutalidad para recuperar el tiempo perdido y ampliar
exponencialmente sus ganancias. Incluso aunque parte de la burguesía optase por una política
débilmente neokeynesiana y de socialiberalismo menos cínico, incluso así la sola resistencia obrera y
popular no detendría los ataques antisociales. Toda mentalidad defensista está condenada al fracaso
y a preparar la derrota. De lo que se trata es de revertir en defensivo en ofensiva, en ataque
cuádruple: construir embriones de protosocialismo; avanzar hacia el poder popular y obrero;
enriquecer la teoría, y superar éticamente a la irracionalidad egoísta burguesa. La cuádruple
práctica debe plasmarse en el proceso que iniciándose en los contrapoderes locales que vamos
conquistando con nuestras luchas debe llegar a la construcción de un Estado obrero controlado
desde fuera por un poder popular independiente y crítico, que vigile atentamente mediante la
democracia socialista que ese Estado no degenere en una casta burocrática corrupta. Pero lo que ha
de caracterizar esencial e internamente a todas las múltiples facetas y niveles de este proceso, así
como a la cuádruple práctica descrita, es, sencillamente expuesto, la prioridad de la experiencia
colectiva del pueblo, de la praxis colectiva que tienda a acortar en lo posible la inevitable y lógica
distancia que existe entre los niveles más concienciados del pueblo trabajador y la militancia
organizada en colectivos exigentes en la calidad humana de sus miembros. Lo que ha de conectar a
todas las pares del proceso es la decisión ilusionada y autocrítica por derrotar al imperialismo
franco-español, por alcanzar la independencia socialista vasca como parte de la liberación general
humana. Lo que debe ser la columna vertebral del proceso es su voluntad ofensiva, activa,
constructora ahora mismo, en el presente, de algunos de los cimientos del futuro, no de todos
porque eso es obviamente imposible, sino de aquellos que puedan serlo. Las bases decisivas de la
independencia socialista y antipatriarcal vasca, como de cualquier otro pueblo ocupado, solamente
podrán ir siendo construidas inmediatamente después de ser conquistado el Estado obrero vasco.
Sin embargo, para llegar a este punto crítico de inicio también hay que construir otras bases
previas, bases que demuestren al pueblo trabajador no sólo que es capaz de lograrlo sino que a la
vez le demuestre que no tiene otra alternativa si es que en verdad quiere dejar de malvivir bajo la
explotación. Para aprender a bucear, hay que echarse al agua, y es caminando como se aprende a
correr. Que la izquierda occidental haya olvidado este principio elemental de la praxis no quiere
decir que lo olvidemos nosotros. Quiere decir que no lo repitamos. Teniendo esto en cuenta, ya
desde ahora mismo debemos pasar a la ofensiva de masas, popular y obrera, contra la opresión, lo
que significa que debemos extender e intensificar la creación de contrapoderes locales que formen
las bases iniciales para nuevos adelantos. 3.- Es contrapoder todo colectivo que en su campo
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específico de lucha sea capaz de obligar al poder que le explota a negociar con él, o al menos a
tenerle en cuenta en el momento de elaborar nuevos planes antisociales, restrictivos, autoritarios.
Un contrapoder, por ejemplo, es una asamblea obrera, vecinal, estudiantil, etc., suficientemente
estable y autoorganizada que ha desarrollado la fuerza suficiente como para, al menos, ser temida
por la patronal, por el ayuntamiento, por el rectorado universitario, de tal modo que no tienen más
remedio que tenerla en cuenta siquiera preventivamente cuando urden nuevas injusticias. Otro
ejemplo, un contrapoder es un colectivo de mujeres que con sus denuncias y movilizaciones expulsan
de sus barrios y/o trabajos a violadores, agresores y otros machistas. Un contrapoder es, por tanto,
un colectivo oprimido con poder suficiente para debilitar en algo o en mucho al poder explotador.
Bajo los demoledores ataques de la crisis capitalista, los contrapoderes han de avanzar además en el
desarrollo de propuestas prácticas que superen las limitaciones insalvables de las leyes burguesas
que sufren en concreto, demostrando mediante la pedagogía de la acción práctica que se puede ir
construyendo las bases, los embriones, de una sociedad superior. Por ejemplo, leyes contra los
abusos financieros y bancarios, contra el poder de la propiedad burguesa, contra la tiranía de las
grandes redes de distribución y de las inmobiliarias que destrozan la vida colectiva de los vecinos,
contra los desahucios, contra la privatización de la enseñanza, contra el retroceso de lo derechos
sociales colectivos y contra el avance de la violencia patriarcal en cualquiera de sus formas, y un
inacabable etcétera. En toda nación oprimida, los contrapoderes han de reivindicar con requisito
esencial la conquista del derecho de autodeterminación como irrenunciable garantía de calidad
democrática, porque tal derecho es la plasmación a nivel general del derecho de autoorganización,
autogestión y autodefensa que ese contrapoder específico ejercita en su misma autodeterminación
cotidiana, diaria. Pero el contrapoder tiene como única garantía de supervivencia su inclusión en
una red más amplia que se materializa en grandes áreas sociales, de masas, de doble poder parcial.
Un doble poder parcial es, por ejemplo, la fuerza movilizadora, política, teórica y ética de los
movimientos populares capaces de condicionar a instituciones locales, provinciales, regionales,
autonomistas y en su fase decisiva, al gobierno. Una situación de doble poder es aquella en la que el
poder opresor y el poder liberador disponen de fuerzas similares en las cuestiones que les enfrentan,
llegando incluso a un inestable y breve equilibrio de fuerzas que debe decantarse en uno u otro
sentido opuesto en poco tiempo. Aunque parezca increíble, situaciones de estas son relativamente
frecuentes en las luchas sociales, pero las gentes lo desconocen debido a la nefasta política de
amnesia e ignorancia aplicada por el reformismo, que reduce las situaciones de doble poder,
desnaturalizándolas, a pobres momentos de negociación a la baja, cuando en realidad había
condiciones para la victoria, o al menos la suficientes para evitar la derrota. En el proceso de
ascenso de los contrapoderes a situaciones de doble poder, es de vital importancia el desarrollo de
prácticas socioeconómicas, asociativas, comunales, de ayuda mutua, culturales, deportivas, etc., que
conscientemente quieran ser embriones de una sociedad mejor, y que por eso demuestren con la
pedagogía de la acción que se puede y se debe construir un modelo social cualitativamente superior
al capitalista. Por ejemplo, una cooperativa de producción y consumo que se guíe por la teoría del
cooperativismo socialista, por la ética humana de la ayuda mutua y de la desmercatilización, del
internacionalismo proletario, etc., esto pequeño paso es un importante contrapoder material y
simbólico que atrae la atención del pueblo, que abre caminos esperanzadores y que destroza las
mentiras burguesas sobre la natural eternidad de la explotación asalariada, la opresión nacional y la
dominación patriarco-burguesa. Pero, al final, lo decisivo e irrenunciable es la cuestión del poder
político. La política es la quintaesencia de la economía, y por tanto, cuando las situaciones de doble
poder parcial se generalizan aparece como exigencia crítica la conquista del poder no sólo
gubernativo sino estatal, la creación de un Estado obrero independiente. En la medida en que con
anterioridad se haya recuperado la práctica de todo lo relacionado con los bienes comunes, la
desmercantilización, la primacía del valor de uso sobre el valor de cambio, la coherencia y rectitud,
etc., en esta medida habrán germinado embriones de protosocialismo que crecerán al calor de la
política impulsada por el Estado obrero. Nunca hemos de dejar de insistir en que la esencia del
problema radica en la conquista de la independencia estatal, del poder del pueblo trabajador, y
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mientras que éste no esté asegurado las conquistas parciales anteriores siempre estarán en peligro
de exterminio sangriento. EUSKAL HERRIA 27-IX-2012
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